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A sangre fría - Truman Capote

A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.

A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.

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A muchos observadores del proceso les desconcertó la presencia del visitante de<br />

Boston, Don Cullivan. No acababan de comprender por qué aquel serio joven católico, un<br />

ingeniero próspero con título de Harvard, casado y padre de tres hijos, había ofrecido su<br />

amistad a un asesino mestizo, sin educación, al que había conocido superficialmente y hacía<br />

nueve años que no veía. Cullivan mismo decía:<br />

-Mi esposa tampoco lo entiende. Venir hasta aquí es un lujo que yo no podía<br />

permitirme, significa perder una semana de mis vacaciones y un dinero que necesitamos para<br />

otras cosas. Pero, por otra parte, no podía dejar de hacerlo. El abogado de Perry me escribió<br />

preguntándome si querría ser testigo de la defensa y en cuanto leí la carta supe que tenía que<br />

hacerlo. Porque yo le había ofrecido mi amistad a ese hombre. Y porque... bueno, porque creo<br />

en la vida eterna. Todas las almas pueden salvarse para Dios.<br />

La salvación de un alma, a saber, la de Perry Smith, era empresa a la que el<br />

profundamente católico vicesheriff y su mujer deseaban contribuir, a pesar de que la señora<br />

Meier había recibido un desaire de Perry cuando le sugirió que conversara con el padre<br />

Goubeaux, el sacerdote de allí. (Perry dijo: «Monjas y curas han hecho ya todo lo que podían<br />

hacer por mí. Tengo todavía las cicatrices que lo prueban.») Así que durante el descanso del<br />

fin de semana, los Meier invitaron a Cullivan a comer el domingo en la celda con el preso.<br />

La oportunidad de recibir a su amigo, de hacer como de anfitrión, deleitó a Perry y<br />

planear el menú (ganso relleno asado con salsa, patatas a la crema, judías verdes y gelatina de<br />

ensalada, acompañado de galletas calentitas y leche <strong>fría</strong>, para terminar con tarta de cereza,<br />

queso y café) parecía preocuparle más que el resultado del proceso (que desde luego no tenía<br />

para él nada de intriga y emoción: «Esos machos de la pradera votarán para que nos cuelguen<br />

como cerdos que se tiran a la pitanza. No hay más que mirarles a los ojos. Que me aspen si<br />

soy el único asesino de la sala.») Toda la mañana del domingo se preparó para recibir a su<br />

invitado. El día era cálido, con un poco de viento y la sombra de las hojas, dóciles<br />

emanaciones de las ramas que rozaban la enrejada ventana, atormentaban a la ardilla<br />

domesticada de Perry. Red perseguía las sombras oscilantes de luz mientras su amo barría,<br />

quitaba el polvo, fregaba el suelo, refregaba el retrete y desembarazaba la mesa de la<br />

acumulación de material literario. El escritorio iba a convertirse en mesa de comedor y<br />

cuando Perry hubo terminado de arreglarla, ésta tenía un aspecto de lo más atrayente porque<br />

la señora Meier le había facilitado un mantel de lino, servilletas almidonadas y lo mejor de su<br />

plata y porcelana.<br />

Cultivan se dejó impresionar, soltando un silbido cuando el festín, servido en bandejas,<br />

fue colocado sobre la mesa y antes de sentarse preguntó al anfitrión si podía bendecir la mesa.<br />

El anfitrión, con la cabeza alta, hacía crujir los nudillos mientras Cullivan, con la cabeza<br />

gacha y las manos juntas, murmuraba:<br />

-Bendícenos, Señor, a nosotros y a estos tus dones que estamos a punto de recibir de tu<br />

generosidad, por misericordia de Cristo Nuestro Señor, Amén.<br />

Perry comentó en un murmullo que en su opinión todo el mérito era de la señora Meier.<br />

-Lo hizo todo ella. Bueno -añadió llenando el plato de su invitado-, me alegro mucho de<br />

verte, Don. Eres el mismo de siempre. No has cambiado nada.<br />

Cullivan, con su aspecto de empleadillo de banca, de cabello ralo y cara difícil de<br />

recordar, admitió que exteriormente no había cambiado mucho. Pero su yo interno, el hombre<br />

invisible, era otra cosa.<br />

-Me limitaba a ir tirando. Ignoraba que Dios es la única realidad. Cuando lo<br />

comprendes, todo queda en el lugar que le corresponde. La vida tiene sentido y también la<br />

muerte. Chico, ¿te dan de comer siempre así?<br />

Perry rió.<br />

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