A sangre fría - Truman Capote

A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este. A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.

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Nancy echaba mucho de menos a su compañera, la única persona con quien no necesitaba parecer ni valiente ni reservada. -Pero, bueno, estamos todos tan contentos por mamá..., ya sabes la estupenda noticia. - Entonces dijo Nancy-: Oye -y se quedó dudando como buscando fuerzas para decir una enormidad-. ¿Por qué sigo notando olor a tabaco? Te lo aseguro, me parece que estoy volviéndome loca. Entro en un coche, entro en una habitación y es como si alguien acabara de fumarse un cigarrillo. Mamá no es, Kenyon no puede ser. Kenyon jamás se atrevería... Tampoco era probable que fuera ninguna de las visitas que iban a casa de Clutter donde, con toda intención, no había ni un solo cenicero. Poco a poco, Susan comprendió la alusión: era absurda y ridícula. Cualesquiera fueran sus preocupaciones personales, no podía creer que el señor Clutter buscara secreto alivio en el tabaco. No tuvo tiempo para preguntar si era eso lo que Nancy quería decir porque ésta interrumpió la conversación: -Perdona, Susie, tengo que dejarte. Acaba de llegar la señora Katz. Dick iba al volante de un Chevrolet sedán 1949. Al subir, lo primero que hizo Perry fue comprobar si su guitarra estaba sana y salva en el asiento de atrás; la noche anterior, después de haber tocado en una fiesta que dieron unos amigos de Dick, se la había olvidado en el coche. Era una vieja guitarra Gibson, lijada y encerada hasta conseguir un reluciente tono miel. A su lado, yacía otra clase de instrumento: una escopeta de repetición calibre doce, nueva, flamante, de cañón azulado y con una escena de caza -una bandada de faisanes volando- grabada en la culata. Una linterna eléctrica, una cuchilla para escamar pescado, un par de guantes de piel y una chaqueta de cazador provista de cartuchos, contribuían a dar ambiente a aquella naturaleza muerta. -¿Te pones esto? -preguntó Perry, refiriéndose a la chaqueta. Dick golpeó el parabrisas con los nudillos. -Pam, pam. Perdone, señor. Estábamos cazando por aquí y nos hemos perdido. Si nos permite telefonear... -Sí, señor. Yo comprendo 1 . -Coser y cantar -dijo Dick-. Estate tranquilo, rico, que quedarán pegados contra las «parés». -Paredes -corrigió Perry. Maniático del diccionario, amante de las palabras difíciles, venía dedicándose a mejorar la gramática y aumentar el léxico de su compañero desde que les hicieron compartir la misma celda de la Penitenciaría del Estado de Kansas. Lejos de tomar a mal las lecciones, el alumno, para complacer al maestro, había compuesto una serie de poesías y si bien los versos eran francamente obscenos, Perry, que los encontró graciosísimos, había hecho encuadernar el manuscrito en el taller de la prisión y rotularlo en oro Chistes verdes. Dick llevaba un mono azul en el que, detrás, había unas letras bordadas que decían Carrocería Bob Sands. Recorrieron en el coche la calle principal de Olathe hasta llegar al establecimiento de Bob Sands, un taller de reparación de coches donde Dick trabajaba desde mediados de agosto cuando salió de la penitenciaría. Mecánico excelente, ganaba sesenta dólares a la semana. No esperaba pago alguno por el trabajo que pensaba hacer aquella 1 En castellano en el original. (N. del T.) 16

mañana, pero el señor Sands, que los sábados le confiaba el establecimiento, no sabría nunca que aquella mañana le estaba pagando para que, en vez de trabajar, revisara su propio coche. Con la ayuda de Perry, puso manos a la obra. Cambiaron el aceite, regularon el embrague, cargaron la batería, cambiaron un cojinete estropeado y pusieron neumáticos nuevos en las ruedas traseras, todo imprescindible, porque entre aquel día y el siguiente, el viejo Chevrolet tendría que llevar a cabo una verdadera hazaña. -Mi padre andaba por allí -le dijo Dick a Perry que quería saber por qué había llegado tarde a la cita que tenían en el Joyita-. No quería que me viera sacar la escopeta de casa. Cristo, se hubiera dao cuenta de que le estaba explicando un cuento. -Dado. ¿Y qué le has dicho al final? -Lo que acordamos. Que esta noche nos íbamos a ver a tu hermana a Fort Scott. Porque ella tiene dinero tuyo. Mil quinientos dólares. Perry tenía una hermana y había tenido dos, pero la que sobrevivía no vivía en Fort Scott, pequeña ciudad de Kansas a ciento cuarenta kilómetros de Olathe. La verdad es que no sabía con certeza dónde vivía ahora. -¿Se lo tomó mal? -¿Por qué iba a tomárselo mal? -Porque a mí no me puede ver -contestó Perry, cuya voz era suave y afectada al mismo tiempo, una voz dulce pero que formaba cada palabra con exactitud y la emitía como un aro de humo salido de la boca de un clérigo-. Ni tu madre tampoco. Lo comprendí por su modo de mirarme. Dick se encogió de hombros. -No tiene que ver contigo. No es porque seas tú. Es que no les gusta verme con uno que haya estado allá dentro. Casado dos veces, dos veces divorciado, de veintiocho años, y padre de tres chicos, Dick había conseguido la libertad bajo palabra a condición de vivir con sus padres; la familia, que incluía a un hermano menor, vivía en una pequeña granja cerca de Olathe. -Con nadie que lleve la marca de la cofradía -añadió tocándose un puntito azul tatuado bajo el ojo izquierdo, distintivo y santo y seña visible, por el que ciertos ex presidiarios podían identificarlo. -Lo comprendo -dijo Perry-. No puedo dejar de comprenderlo. Son buena gente. Tu madre, de verdad, es muy simpática. Dick asintió con la cabeza. El también lo creía. A mediodía dejaron las herramientas y Dick aceleró el motor y se quedó escuchando su zumbido regular, satisfecho de haber hecho un buen trabajo. Nancy y su protegida Jolene también estaban satisfechas con su trabajo de aquella mañana; es más, esta última, una delgada muchacha de trece años, rebosaba orgullo. Durante un buen rato se quedó contemplando aquella obra digna de un premio: las cerezas, recién salidas del horno, hervían aún debajo del crujiente enrejado de pasta, hasta que Jolene, sin poder contenerse más, abrazó a Nancy y le dijo: -En serio, ¿de veras lo he hecho yo? Nancy se echó a reír, le devolvió el abrazo y le aseguró que sí, que lo había hecho ella sola... con un poquitín de ayuda. 17

mañana, pero el señor Sands, que los sábados le confiaba el establecimiento, no sabría nunca<br />

que aquella mañana le estaba pagando para que, en vez de trabajar, revisara su propio coche.<br />

Con la ayuda de Perry, puso manos a la obra. Cambiaron el aceite, regularon el embrague,<br />

cargaron la batería, cambiaron un cojinete estropeado y pusieron neumáticos nuevos en las<br />

ruedas traseras, todo imprescindible, porque entre aquel día y el siguiente, el viejo Chevrolet<br />

tendría que llevar a cabo una verdadera hazaña.<br />

-Mi padre andaba por allí -le dijo Dick a Perry que quería saber por qué había llegado<br />

tarde a la cita que tenían en el Joyita-. No quería que me viera sacar la escopeta de casa.<br />

Cristo, se hubiera dao cuenta de que le estaba explicando un cuento.<br />

-Dado. ¿Y qué le has dicho al final?<br />

-Lo que acordamos. Que esta noche nos íbamos a ver a tu hermana a Fort Scott. Porque<br />

ella tiene dinero tuyo. Mil quinientos dólares.<br />

Perry tenía una hermana y había tenido dos, pero la que sobrevivía no vivía en Fort<br />

Scott, pequeña ciudad de Kansas a ciento cuarenta kilómetros de Olathe. La verdad es que no<br />

sabía con certeza dónde vivía ahora.<br />

-¿Se lo tomó mal?<br />

-¿Por qué iba a tomárselo mal?<br />

-Porque a mí no me puede ver -contestó Perry, cuya voz era suave y afectada al mismo<br />

tiempo, una voz dulce pero que formaba cada palabra con exactitud y la emitía como un aro<br />

de humo salido de la boca de un clérigo-. Ni tu madre tampoco. Lo comprendí por su modo de<br />

mirarme.<br />

Dick se encogió de hombros.<br />

-No tiene que ver contigo. No es porque seas tú. Es que no les gusta verme con uno que<br />

haya estado allá dentro.<br />

Casado dos veces, dos veces divorciado, de veintiocho años, y padre de tres chicos,<br />

Dick había conseguido la libertad bajo palabra a condición de vivir con sus padres; la familia,<br />

que incluía a un hermano menor, vivía en una pequeña granja cerca de Olathe.<br />

-Con nadie que lleve la marca de la cofradía -añadió tocándose un puntito azul tatuado<br />

bajo el ojo izquierdo, distintivo y santo y seña visible, por el que ciertos ex presidiarios<br />

podían identificarlo.<br />

-Lo comprendo -dijo Perry-. No puedo dejar de comprenderlo. Son buena gente. Tu<br />

madre, de verdad, es muy simpática.<br />

Dick asintió con la cabeza. El también lo creía.<br />

A mediodía dejaron las herramientas y Dick aceleró el motor y se quedó escuchando su<br />

zumbido regular, satisfecho de haber hecho un buen trabajo.<br />

Nancy y su protegida Jolene también estaban satisfechas con su trabajo de aquella<br />

mañana; es más, esta última, una delgada muchacha de trece años, rebosaba orgullo. Durante<br />

un buen rato se quedó contemplando aquella obra digna de un premio: las cerezas, recién<br />

salidas del horno, hervían aún debajo del crujiente enrejado de pasta, hasta que Jolene, sin<br />

poder contenerse más, abrazó a Nancy y le dijo:<br />

-En serio, ¿de veras lo he hecho yo?<br />

Nancy se echó a reír, le devolvió el abrazo y le aseguró que sí, que lo había hecho ella<br />

sola... con un poquitín de ayuda.<br />

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