A sangre fría - Truman Capote
A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este. A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.
-¿Y cuándo los amordazasteis? -En ese momento. Empezamos por la señora Clutter. Le dije a Dick que me ayudara... porque no quería dejarlo solo con la muchacha. Corté la cinta a tiras y Dick las pegó alrededor de la cabeza de la señora Clutter como si fuera una momia. Le preguntó: «¿Por qué sigue llorando? Nadie le hace daño.» Y apagando la lamparita de noche dijo: «Buenas noches, señora Clutter. Duérmase.» Entonces me dice mientras íbamos por el pasillo hacia la habitación de Nancy: «Voy a tirarme a esa chiquita.» Puse una cara como si no creyera haber oído bien. Y dice: «¿Y a ti qué te importa? Carajo, hazlo tú también.» Bueno, eso es algo que desprecio. A los que no se pueden dominar sexualmente. Cristo, me dan asco esas cosas. Le dije sin rodeos: «Déjala en paz. Si no te las tendrás que ver conmigo.» Aquello lo irritó de veras pero se dio cuenta de que no era el momento de pelear y dijo: «Muy bien, rico. Si tú lo quieres.» El resultado fue que no la amordazamos. Apagamos la luz del pasillo y fuimos al sótano. Perry vacila. Quiere hacer una pregunta pero hace una afirmación: -Apuesto a que nunca dijo que quería violar a la chiquilla. Dewey lo admite pero añade que, salvo por la versión expurgada de su propia conducta, la historia de Hickock coincide con la de Smith. Varían algunos detalles, el diálogo no es idéntico, pero, en sustancia, los dos relatos, por lo menos hasta entonces, se corresponden. -Puede. Pero ya sabía que no había contado lo de la chica. Hubiera apostado la camisa. Duntz dice: -Perry, he venido prestando atención a las luces. Si no me equivoco, cuando apagasteis la luz de arriba, la casa se quedó completamente a oscuras. -En efecto y no las volvimos a encender. Sólo la linterna. Cuando fuimos a amordazar al señor Clutter y al chico, la linterna la llevaba él. Antes de que lo amordazara, el señor Clutter me preguntó, y ésas fueron sus últimas palabras, quiso saber cómo estaba su mujer, si estaba bien. Y yo le dije que sí, que muy bien, que estaba a punto de dormirse y le dije también que no faltaba mucho para la mañana, que entonces alguien los encontraría y que entonces todo, yo y Dick y todo aquello, les parecería un sueño. Y no es que le estuviera tomando el pelo. Yo no quería hacerle daño a aquel hombre. A mí me parecía un señor muy bueno. Muy cortés. Lo pensé así hasta el momento en que le corté el cuello. -Aguarde. He perdido el hilo -Perry tuerce el gesto, se frota las rodillas, las esposas tintinean-. Después ¿sabe?, después de amordazarles, Dick y yo nos fuimos a un rincón. Para hablar. Recuerden que Dick y yo habíamos tenido diferencias. Se me revolvía el estómago al pensar que había sentido admiración por él, que me había tragado todas sus fanfarronadas. Le dije: "Bueno, Dick. ¿No sientes escrúpulos?" No me contestó. Le dije: "Déjalos vivos y no será poco lo que nos echen. Diez años como mínimo." Tenía el cuchillo en la mano. Se lo pedí y me lo entregó. Le dije: "Muy bien, Dick. Vamos allá." Pero yo no quería decir esto. Yo sólo quería fingir que le tomaba la palabra, obligarlo a disuadirme, forzarlo a admitir que era un farsante y un cobarde. ¿Sabe? Era algo entre Dick y yo. Me arrodillé junto al señor Clutter y el daño que me hizo me recordó aquel maldito dólar. El dólar de plata. Vergüenza. Asco. Y ellos me habían dicho que no volviera nunca a Kansas. Pero no me di cuenta de lo que había hecho hasta que oí aquel sonido. Como de alguien que se ahoga. Que grita bajo el agua. Le di la navaja a Dick y le dije: "Acaba con él. Te sentirás mejor." Dick probó o fingió que lo hacía. Pero el hombre aquel tenía la fuerza de diez hombres, se había soltado, y tenía las manos libres. A Dick le entró pánico. Quería largarse de allí. Pero yo no lo dejé. El hombre iba a morir de todos modos, ya lo sé, pero no podía dejarlo así. Le dije a Dick que cogiera la linterna y lo enfocara. Cogí la escopeta y apunté. La habitación explotó. Se puso azul. Se 156
incendió. Jesús, nunca comprenderé cómo no oyeron el ruido a treinta kilómetros a la redonda. Los oídos de Dewey resuenan tanto que su ruido lo ensordece y deja de oír el cuchicheo de la empalagosa voz de Smith. Pero la voz sigue oyéndose, expulsando una andanada de sonidos e imágenes: Hickock a la caza del cartucho, deprisa, deprisa, la cabeza de Kenyon en un círculo de luz, el murmullo de súplicas amortiguadas, luego otra vez Hickock buscando a toda prisa el cartucho vacío, la habitación de Nancy, Nancy oyendo las botas en la escalera de madera, el crujir de los peldaños mientras suben por ella, los ojos de Nancy, Nancy viendo cómo la luz de la linterna busca el blanco. (Gritaba: «¡Oh, no! No, por favor. ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No lo haga! ¡Oh, se lo suplico, no lo haga! ¡Por favor!» Le di la escopeta a Dick y le dije que ya había hecho todo lo que podía hacer. Apuntó y ella se volvió hacia la pared»), el pasillo a oscuras, los asesinos corriendo hacia la última puerta. Quizá, después de oír cuanto había oído, Bonnie se alegró de oír los pasos que se acercaban rápidos. -Pescar el último cartucho fue un lío. Dick tuvo que meterse debajo de la cama para cogerlo. Luego cerramos la puerta de la habitación de la señora Clutter y bajamos al despacho. Aguardamos allí, lo mismo que al llegar. Miramos por las venecianas para ver si el aparcero andaba por allí o cualquiera que hubiera podido oír los tiros. Pero todo estaba como antes, ni un rumor. El viento únicamente y Dick resoplando como si lo persiguieran los lobos. Fue entonces, en aquellos escasos segundos antes de que corriéramos hacia el coche y nos marcháramos, entonces fue cuando decidí que lo mejor que podía hacer era cargarme a Dick. Me había repetido una y otra vez, me había machacado aquello de: Nada de testigos. Y pensé: El es un testigo. No sé qué me detuvo. Sabe Dios que debí hacerlo. Matarlo de un balazo. Meterme luego en el coche y no parar hasta perderme en México. Silencio. Durante más de quince kilómetros, los tres hombres guardaron silencio. Tristeza y profunda fatiga en el centro del silencio de Dewey. Había sido su ambición saber «exactamente qué había sucedido en la casa aquella noche». Dos veces se lo habían contado, dos versiones muy parecidas. La única discrepancia importante era que Hickock atribuía las cuatro muertes a Smith mientras Smith sostenía que Hickock había dado muerte a las dos mujeres. Pero las confesiones, a pesar de que respondían al cómo y al porqué, no satisfacían sus exigencias de un motivo comprensible. El crimen era un accidente psicológico, un acto virtualmente impersonal; las víctimas podían haber sido muertas por un rayo. Salvo por una cosa: las habían sometido a un prolongado terror, habían sufrido. Y Dewey no podía olvidar su sufrimiento. A pesar de ello, pudo mirar sin ira al hombre que llevaba al lado, más bien con cierta comprensión, porque la vida de Perry Smith no había sido ningún lecho de rosas, sino algo patético, una horrible y solitaria carrera de un espejismo a otro. Sin embargo, la comprensión de Dewey no era suficientemente profunda como para dar lugar al perdón o a la clemencia. Deseaba ver a Perry y a su cómplice ahorcados, ahorcados espalda contra espalda. Duntz le preguntó a Smith: -En total, ¿cuánto dinero encontrasteis en casa de Clutter? -Unos cuarenta o cincuenta dólares. Entre los animales de Garden City hay dos gatos grises que siempre están juntos. Sucios y escuálidos, carecen de amo y tienen extrañas e inteligentes costumbres. La ceremonia principal de su día, tiene lugar al ocaso. Primero recorren la calle Mayor al trote, deteniéndose a escudriñar las rejas de los motores de los coches aparcados, especialmente los aparcados frente a los dos hoteles, el Windsor y el Warren, porque esos coches, generalmente propiedad 157
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incendió. Jesús, nunca comprenderé cómo no oyeron el ruido a treinta kilómetros a la<br />
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Los oídos de Dewey resuenan tanto que su ruido lo ensordece y deja de oír el cuchicheo<br />
de la empalagosa voz de Smith. Pero la voz sigue oyéndose, expulsando una andanada de<br />
sonidos e imágenes: Hickock a la caza del cartucho, deprisa, deprisa, la cabeza de Kenyon en<br />
un círculo de luz, el murmullo de súplicas amortiguadas, luego otra vez Hickock buscando a<br />
toda prisa el cartucho vacío, la habitación de Nancy, Nancy oyendo las botas en la escalera de<br />
madera, el crujir de los peldaños mientras suben por ella, los ojos de Nancy, Nancy viendo<br />
cómo la luz de la linterna busca el blanco. (Gritaba: «¡Oh, no! No, por favor. ¡No! ¡No! ¡No!<br />
¡No! ¡No lo haga! ¡Oh, se lo suplico, no lo haga! ¡Por favor!» Le di la escopeta a Dick y le<br />
dije que ya había hecho todo lo que podía hacer. Apuntó y ella se volvió hacia la pared»), el<br />
pasillo a oscuras, los asesinos corriendo hacia la última puerta. Quizá, después de oír cuanto<br />
había oído, Bonnie se alegró de oír los pasos que se acercaban rápidos.<br />
-Pescar el último cartucho fue un lío. Dick tuvo que meterse debajo de la cama para<br />
cogerlo. Luego cerramos la puerta de la habitación de la señora Clutter y bajamos al<br />
despacho. Aguardamos allí, lo mismo que al llegar. Miramos por las venecianas para ver si el<br />
aparcero andaba por allí o cualquiera que hubiera podido oír los tiros. Pero todo estaba como<br />
antes, ni un rumor. El viento únicamente y Dick resoplando como si lo persiguieran los lobos.<br />
Fue entonces, en aquellos escasos segundos antes de que corriéramos hacia el coche y nos<br />
marcháramos, entonces fue cuando decidí que lo mejor que podía hacer era cargarme a Dick.<br />
Me había repetido una y otra vez, me había machacado aquello de: Nada de testigos. Y pensé:<br />
El es un testigo. No sé qué me detuvo. Sabe Dios que debí hacerlo. Matarlo de un balazo.<br />
Meterme luego en el coche y no parar hasta perderme en México.<br />
Silencio. Durante más de quince kilómetros, los tres hombres guardaron silencio.<br />
Tristeza y profunda fatiga en el centro del silencio de Dewey. Había sido su ambición<br />
saber «exactamente qué había sucedido en la casa aquella noche». Dos veces se lo habían<br />
contado, dos versiones muy parecidas. La única discrepancia importante era que Hickock<br />
atribuía las cuatro muertes a Smith mientras Smith sostenía que Hickock había dado muerte a<br />
las dos mujeres. Pero las confesiones, a pesar de que respondían al cómo y al porqué, no<br />
satisfacían sus exigencias de un motivo comprensible. El crimen era un accidente psicológico,<br />
un acto virtualmente impersonal; las víctimas podían haber sido muertas por un rayo. Salvo<br />
por una cosa: las habían sometido a un prolongado terror, habían sufrido. Y Dewey no podía<br />
olvidar su sufrimiento. A pesar de ello, pudo mirar sin ira al hombre que llevaba al lado, más<br />
bien con cierta comprensión, porque la vida de Perry Smith no había sido ningún lecho de<br />
rosas, sino algo patético, una horrible y solitaria carrera de un espejismo a otro. Sin embargo,<br />
la comprensión de Dewey no era suficientemente profunda como para dar lugar al perdón o a<br />
la clemencia. Deseaba ver a Perry y a su cómplice ahorcados, ahorcados espalda contra<br />
espalda.<br />
Duntz le preguntó a Smith:<br />
-En total, ¿cuánto dinero encontrasteis en casa de Clutter?<br />
-Unos cuarenta o cincuenta dólares.<br />
Entre los animales de Garden City hay dos gatos grises que siempre están juntos. Sucios<br />
y escuálidos, carecen de amo y tienen extrañas e inteligentes costumbres. La ceremonia<br />
principal de su día, tiene lugar al ocaso. Primero recorren la calle Mayor al trote, deteniéndose<br />
a escudriñar las rejas de los motores de los coches aparcados, especialmente los aparcados<br />
frente a los dos hoteles, el Windsor y el Warren, porque esos coches, generalmente propiedad<br />
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