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A sangre fría - Truman Capote

A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.

A sangre fría (título original en inglés: In Cold Blood) es una novela del periodista y escritor estadounidense Truman Capote. Fue comenzada en 1959 y finalmente publicada en 1966. Para hallar la documentación necesaria para el libro el autor realizó un exhaustivo trabajo de campo. A sangre fría explica cómo una familia de un pueblo rural de Estados Unidos es asesinada sin ningún sentido y cómo los asesinos son capturados y sentenciados a pena de muerte. En la novela se quieren mostrar las dos caras del sistema judicial, la humanidad que está detrás de un crimen y, especialmente, el motivo de este.

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dedicados «al tirón» de bolsos de señora. A Perry le divertía, le subía la moral, recordar<br />

algunas andanzas de entonces.<br />

-Como aquella vez que disimuladamente le dimos «el tirón» al bolso de una vieja, una<br />

vieja de las viejas. Tommy le agarró el bolso, pero ella no lo quería soltar, era un verdadero<br />

tigre aquel vejestorio. Cuanto más tiraba él por un lado, más tiraba ella por el otro. Al final,<br />

ella me vio y me gritó: «¡Socorro, socorro!» Y yo le contesté: «¡Al cuerno, señora, que al que<br />

socorro es a él!» Y le soplé una que la dejé tendida en la acera tan larga como era. Todo lo<br />

que obtuvimos fueron noventa centavos, lo recuerdo exactamente. Nos fuimos a un<br />

restaurante chino y comimos hasta caer bajo la mesa.<br />

Las cosas no habían cambiado mucho. Perry tenía veinte años y pico más y también<br />

unos cuantos kilos más, pero sin embargo, su situación material no había mejorado en nada.<br />

Seguía siendo (¿y no era increíble en una persona de su inteligencia y su talento?) un golfillo<br />

que vivía y dependía, por así decirlo, de monedas robadas. Tenía los ojos pendientes del reloj<br />

de la pared. A las diez y media, empezó a preocuparse. A las once las piernas le latían de<br />

dolor, lo que en él siempre quería decir pánico: «el canguelo». Se tomó una aspirina y trató de<br />

borrar, por lo menos de empañar, la vivida y reluciente cabalgata que cruzaba por su cerebro,<br />

una procesión de horrendas visiones: Dick en manos de la ley, arrestado tal vez cuando<br />

firmaba un cheque falso o por cometer una insignificante infracción de tráfico<br />

(descubriéndose entonces que conducía un coche «birlado»). Muy posiblemente en aquel<br />

preciso instante Dick se hallaba dentro de un círculo de detectives de cuello colorado. Y no<br />

discutían trivialidades, ni hablaban de cheques sin fondos, ni de coches robados. Sino de<br />

asesinato, porque la conexión que Dick estaba seguro que nadie podría establecer, la habían<br />

establecido. Y en aquel momento, un coche lleno de policías de Kansas City, se dirigía a la<br />

Washateria.<br />

Pero no, su imaginación iba demasiado lejos. Dick nunca haría aquello de «cantar de<br />

plano». No había más que recordar las veces que le había oído decir: «Pueden pegarme hasta<br />

dejarme ciego, que yo nunca diré nada.» Desde luego, Dick era un «bravucón». Su «dureza»,<br />

como Perry había llegado a descubrir, existía únicamente en situaciones en que<br />

indiscutiblemente él llevaba ventaja. De pronto, con alivio, pensó en otra posible razón menos<br />

desesperada de la prolongada ausencia de Dick: habría ido a hacerles una visita a sus padres.<br />

Cosa arriesgada; pero Dick sentía «veneración» por sus padres, o eso pretendía, pues la<br />

noche anterior, durante el largo viaje en coche bajo la lluvia, le había dicho a Perry:<br />

-Claro, me gustaría ver a mis padres. Ellos no dirían nada. Quiero decir que no irían a<br />

decírselo al de la Oficina de Libertad bajo Palabra, que no harían nada que pudiera<br />

perjudicarnos. Sólo que me da vergüenza. Que tengo miedo de lo que mi madre me pueda<br />

decir. Por lo de los cheques. Y de que nos largáramos como hicimos. Pero me gustaría poder<br />

llamarles por teléfono, ver cómo andan.<br />

Pero eso no era posible, porque la casa de los Hickock no tenía teléfono. Si no, Perry<br />

hubiera llamado entonces para ver si Dick estaba allí.<br />

Pocos minutos después, volvía a estar convencido de que a Dick lo habían arrestado. El<br />

dolor de sus piernas era como una llamarada que le subía por el cuerpo y, los olores de la<br />

lavandería, el hedor a vapor de agua, de pronto le dio náuseas, le obligó a levantarse y a salir<br />

por la puerta. Se quedó allí, en el borde de la acera como «un borracho que no puede<br />

vomitar». ¡Kansas City! ¿No sabía él acaso que Kansas City traía mala suerte, no había<br />

suplicado a Dick que no volviera? Ahora sí, quizás ahora Dick lamentaba no haberle hecho<br />

caso. Y se preguntó: «¿Y yo qué? ¡Con un par de monedas y un montón de fichas de plomo<br />

en el bolsillo!» ¿Adonde podía ir? ¿Quién podría ayudarle? ¿Bobo? ¡Ni hablar! Aunque su<br />

marido sí. Si Fred Johnson hubiera podido seguir su inclinación y no la de su esposa, le<br />

hubiera garantizado un empleo a Perry al salir de la cárcel, para ayudarle a obtener la libertad<br />

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