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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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la credulidad <strong>de</strong> Fabricio le prive <strong>de</strong> la simpatía <strong>de</strong>l lector; pero en fin, así era: ¿por qué favorecerle a él<br />

más bien que a cualquier otro? No he favorecido ni al con<strong>de</strong> Mosca ni al príncipe [1] .<br />

En fin, Fabricio —pues todo hay que <strong>de</strong>cirlo—, acompañó a su madre hasta el puerto <strong>de</strong> <strong>La</strong>veno,<br />

ribera izquierda <strong>de</strong>l lago Mayor, ribera austríaca, a don<strong>de</strong> llegó a eso <strong>de</strong> las ocho <strong>de</strong> la noche. (El lago se<br />

consi<strong>de</strong>ra país neutral, y no se exigen pasaportes a los que <strong>de</strong>sembarcan en tierra.) Pero apenas llegada la<br />

noche, Fabricio <strong>de</strong>sembarcó en aquella misma orilla austríaca, en medio <strong>de</strong> un bosquecillo que avanza<br />

entre las ondas. Había alquilado una sediola, una especie <strong>de</strong> tílburi campestre y rápido, con ayuda <strong>de</strong>l<br />

cual pudo seguir, a quinientos pasos <strong>de</strong> distancia, el coche <strong>de</strong> su madre; iba disfrazado <strong>de</strong> criado <strong>de</strong> la<br />

casa Del Dongo, y a ninguno <strong>de</strong> los numerosos empleados <strong>de</strong> la policía o <strong>de</strong> la aduana se le ocurrió<br />

pedirle el pasaporte. A un cuarto <strong>de</strong> legua <strong>de</strong> Como, don<strong>de</strong> la marquesa y su hija tenían que <strong>de</strong>tenerse<br />

para pasar la noche, tomó un sen<strong>de</strong>ro a la izquierda que bor<strong>de</strong>ando la al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Vico, <strong>de</strong>sembocaba en<br />

seguida en una pequeña carretera recientemente construida en el límite extremo <strong>de</strong>l lago. Era ya<br />

medianoche, y Fabricio podía confiar en no encontrarse con ningún gendarme. Los árboles <strong>de</strong> los<br />

bosquecillos que el camino atravesaba a cada paso dibujaban el negro contorno <strong>de</strong> sus copas sobre un<br />

cielo estrellado, pero velado por una ligera bruma. Una profunda calma trascendía <strong>de</strong> las aguas y <strong>de</strong>l<br />

cielo. A Fabricio le ganó el alma aquella belleza sublime; se <strong>de</strong>tuvo y se sentó sobre una roca que se<br />

internaba en el lago, formando como un pequeño promontorio. El silencio universal sólo era turbado, a<br />

intervalos iguales, por la suave onda <strong>de</strong>l lago que venía a morir sobre la playa. Fabricio tenía un alma<br />

italiana; pido perdón por él: este <strong>de</strong>fecto, que le hará menos simpático, consistió principalmente en esto:<br />

la vanidad era en él acci<strong>de</strong>ntal y pasajera, y la sola presencia <strong>de</strong> la belleza sublime le producía una tierna<br />

emoción y limaba la arista áspera y dura <strong>de</strong> sus penas. Sentado sobre la roca aislada, sin tener ya que<br />

mantenerse en guardia contra los agentes <strong>de</strong> la policía, cobijado por la noche profunda y el ancho<br />

silencio, dulces lágrimas le hume<strong>de</strong>cieron los ojos, y gozó allí la más fácil y completa felicidad que<br />

gustara <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía mucho tiempo.<br />

Resolvió no mentir nunca a la duquesa, y precisamente porque la quería hasta la adoración en aquel<br />

momento, se juró no <strong>de</strong>cirle jamás que la amaba. Nunca pronunciaría a su lado la palabra amor, puesto<br />

que la pasión que así se llama era ajena a su corazón. En el entusiasmo <strong>de</strong> generosidad y <strong>de</strong> virtud que le<br />

hacía feliz en aquel momento, <strong>de</strong>cidió <strong>de</strong>círselo todo en la primera ocasión: jamás había conocido el<br />

amor. Una vez bien tomada esta valerosa resolución, se sintió como liberado <strong>de</strong> un enorme peso. «Me<br />

dirá quizá algo sobre Marietta; pues bien, no veré nunca más a Marietta», se respondía a sí mismo con<br />

alegría.<br />

El calor asfixiante que había reinado durante el día comenzaba a ce<strong>de</strong>r ante la brisa matinal. Ya el<br />

alba dibujaba con tenue resplandor los picos <strong>de</strong> los Alpes que se alzaban al norte y al oriente <strong>de</strong>l lago <strong>de</strong><br />

Como. Sus moles, blancas <strong>de</strong> nieve, incluso en junio, se <strong>de</strong>stacaban sobre el claro azul <strong>de</strong> un cielo<br />

siempre puro en aquellas gran<strong>de</strong>s alturas. Una estribación <strong>de</strong> los Alpes que se a<strong>de</strong>lanta al sur hacia Italia<br />

feliz separa las vertientes <strong>de</strong>l lago <strong>de</strong> Como <strong>de</strong> las <strong>de</strong>l lago <strong>de</strong> Garda. Fabricio seguía con los ojos todas<br />

las estribaciones <strong>de</strong> aquellas montañas sublimes; la luz creciente <strong>de</strong> la aurora, disolviendo la ligera<br />

bruma que se elevaba <strong>de</strong>l fondo <strong>de</strong> las gargantas, iba dibujando los valles que separan las alturas.<br />

Fabricio había reanudado su camino; rebasó la colina que forma la península <strong>de</strong> Durini, y por fin<br />

apareció a su vista el campanario <strong>de</strong>l pueblo <strong>de</strong> Grianta don<strong>de</strong> tantas veces observara las estrellas con el<br />

abate Blanès.<br />

«¡Cuán gran<strong>de</strong> era mi ignorancia en aquel tiempo! —se <strong>de</strong>cía—. No comprendía ni siquiera el latín

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