La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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se hubiera abandonado, su rostro, regular y noble, habría podido pasar por bello, aunque un poco<br />
<strong>de</strong>slucido por unos ojos redondos que apenas veían. Recibió a la duquesa con una timi<strong>de</strong>z tan marcada,<br />
que algunos cortesanos enemigos <strong>de</strong>l con<strong>de</strong> Mosca tuvieron la osadía <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir que la princesa parecía la<br />
dama presentada, y la duquesa la soberana. <strong>La</strong> duquesa, sorprendida y casi <strong>de</strong>sconcertada, no sabía cómo<br />
dar con los términos a<strong>de</strong>cuados para colocarse en un plano inferior al que la princesa tomaba para sí<br />
misma. Para dar alguna tranquilidad a aquella pobre princesa, que en el fondo no carecía <strong>de</strong> inteligencia,<br />
la duquesa no halló nada mejor que entablar y prolongar una larga disertación sobre botánica. <strong>La</strong><br />
princesa era realmente muy docta en este ramo; poseía hermosos inverna<strong>de</strong>ros con muchas plantas<br />
tropicales. <strong>La</strong> duquesa, tratando, con toda sencillez, <strong>de</strong> salir <strong>de</strong>l paso, se ganó para siempre a la princesa<br />
Clara Paolina, que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberse mostrado tan tímida y azorada al comienzo <strong>de</strong> la audiencia, al<br />
final <strong>de</strong> la misma se sintió tan a sus anchas, que, contra todas las reglas <strong>de</strong> la etiqueta, aquella primera<br />
audiencia duró lo menos cinco cuartos <strong>de</strong> hora. Al día siguiente, la duquesa mandó comprar plantas<br />
exóticas y aparentó ser una gran aficionada a la botánica.<br />
<strong>La</strong> princesa se pasaba la vida con el venerable padre <strong>La</strong>ndriani, arzobispo <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>, hombre <strong>de</strong><br />
ciencia, incluso hombre inteligente, y sumamente honrado, pero que presentaba un cuadro singular,<br />
sentado en su silla <strong>de</strong> terciopelo carmesí (era un <strong>de</strong>recho privativo <strong>de</strong> su cargo), frente al sillón <strong>de</strong> la<br />
princesa, ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> sus damas <strong>de</strong> honor y <strong>de</strong> sus dos damas <strong>de</strong> compañía. El viejo prelado, con su largo<br />
pelo blanco, era todavía más tímido, si ello es posible, que la princesa; se veían todos los días, y todas<br />
las audiencias comenzaban por un silencio <strong>de</strong> un cuarto <strong>de</strong> hora largo. Esto fue lo que dio lugar a que la<br />
con<strong>de</strong>sa Alvizi, una <strong>de</strong> las damas <strong>de</strong> compañía, hubiera llegado a ser una especie <strong>de</strong> favorita, porque<br />
tenía el arte <strong>de</strong> animarlos a hablarse y <strong>de</strong> hacerlos romper el silencio.<br />
Para terminar las presentaciones, la duquesa fue recibida por S. A. S. el príncipe here<strong>de</strong>ro, personaje<br />
<strong>de</strong> más alta estatura que su padre y más tímido que su madre. Era muy fuerte en mineralogía y tenía<br />
dieciséis años. Enrojeció mucho al ver entrar a la duquesa y se quedó tan <strong>de</strong>sconcertado, que no se le<br />
ocurrió ni una palabra que <strong>de</strong>cir a aquella hermosa dama. Era muy guapo y se pasaba la vida en los<br />
montes, martillo en mano.<br />
Cuando la duquesa se levantó para poner fin a aquella silenciosa audiencia:<br />
—¡Dios mío, qué hermosa es usted, señora! —exclamó el príncipe here<strong>de</strong>ro. <strong>La</strong> dama presentada no<br />
encontró <strong>de</strong>masiado <strong>de</strong> mal gusto esta exclamación.<br />
Dos o tres años antes <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong> la duquesa Sanseverina a <strong>Parma</strong>, la marquesa Balbi, dama <strong>de</strong><br />
veinticinco años, podía pasar aún por el mo<strong>de</strong>lo más perfecto <strong>de</strong> lo bonito italiano. Ahora seguía<br />
teniendo los ojos más hermosos <strong>de</strong>l mundo y los gestos más graciosos; pero, vista <strong>de</strong> cerca, tenía la piel<br />
surcada <strong>de</strong> arruguitas finas que la hacían parecer una joven vieja. Des<strong>de</strong> cierta distancia, por ejemplo en<br />
el teatro, todavía resultaba una belleza, y los espectadores <strong>de</strong>l patio encontraban que el príncipe tenía<br />
muy buen gusto. Pasaba todas las noches en casa <strong>de</strong> la marquesa Balbi, pero muchas veces sin abrir la<br />
boca, y el ver al príncipe tan aburrido había hecho a<strong>de</strong>lgazar extraordinariamente a la pobre mujer.<br />
Presumía <strong>de</strong> gran sutileza y sonreía siempre con malicia; tenía los dientes más hermosos <strong>de</strong>l mundo, y<br />
como carecía <strong>de</strong> seso, quería suplir con una sonrisa pícara lo que no expresaban sus palabras. El con<strong>de</strong><br />
Mosca <strong>de</strong>cía que era este continuo sonreír, mientras bostezaba interiormente, lo que le producía tantas<br />
arrugas. <strong>La</strong> Balbi intervenía en todos los asuntos, y el Estado no hacía ni un negocio <strong>de</strong> mil francos sin<br />
que hubiera un recuerdo para la marquesa (tal era la honesta frase en <strong>Parma</strong>). Según el rumor público,<br />
había colocado seis millones <strong>de</strong> francos en Inglaterra, pero su fortuna, en verdad <strong>de</strong> origen reciente, no