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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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le suplica que movilice a todos sus espías para comprobar, si, antes <strong>de</strong> salir para Suiza, tuvo Fabricio la<br />

menor entrevista con esos liberales a quienes vigila su amigo. Por poco bien servido que sea, el barón<br />

verá que aquí se trata únicamente <strong>de</strong> una verda<strong>de</strong>ra fantasía juvenil. Ya sabe que, en mis bonitas<br />

habitaciones <strong>de</strong>l palacio Dugnani, tenía yo las estampas <strong>de</strong> las batallas ganadas por Napoleón: mi<br />

sobrino aprendió a leer en los pies <strong>de</strong> estos grabados. Des<strong>de</strong> los cinco años, mi pobre marido le<br />

explicaba estas batallas; le poníamos en la cabeza el casco <strong>de</strong> mi esposo; el niño arrastraba su gran<br />

sable. Pues bien, un buen día se entera <strong>de</strong> que el dios <strong>de</strong> mi marido, <strong>de</strong> que el emperador está otra vez en<br />

Francia, y parte en pos <strong>de</strong> él como un loco, pero no vio cumplido su afán. Pregunte a su barón con qué<br />

pena quiere castigar este momento <strong>de</strong> ofuscación juvenil.<br />

—Olvidaba una cosa —exclamó el canónigo—, verá que no soy completamente indigno <strong>de</strong>l perdón<br />

que me otorga. Aquí está —prosiguió buscando en la mesa entre sus papeles—, aquí está la <strong>de</strong>nuncia <strong>de</strong><br />

ese infame coltorto (hipócrita); vea: está firmada por Ascanio Valserra <strong>de</strong>l Dongo, y es lo que ha dado<br />

lugar a todo este asunto. <strong>La</strong> tomé ayer tar<strong>de</strong> en las oficinas <strong>de</strong> la policía, y fui a <strong>La</strong> Scala con la esperanza<br />

<strong>de</strong> encontrar a alguien <strong>de</strong> los que van habitualmente a su palco, para, por medio suyo, hacerle conocer<br />

esta <strong>de</strong>nuncia. Una copia <strong>de</strong> la misma está en Viena hace tiempo. He aquí el enemigo con el que habremos<br />

<strong>de</strong> luchar.<br />

El canónigo leyó la <strong>de</strong>nuncia con la con<strong>de</strong>sa, y quedó convenido que aquel mismo día le enviaría una<br />

copia por una persona segura. <strong>La</strong> con<strong>de</strong>sa volvió al palacio <strong>de</strong>l Dongo con el corazón contento.<br />

—Imposible ser más caballero que ese antiguo sinvergüenza —dijo a la marquesa—. Esta noche en<br />

<strong>La</strong> Scala, a las once menos cuarto, por el reloj <strong>de</strong>l teatro, <strong>de</strong>spediremos a todo el mundo <strong>de</strong> nuestro<br />

palco, apagaremos las bujías, cerraremos la puerta, y a las once vendrá el canónigo en persona a<br />

<strong>de</strong>cirnos lo que ha podido hacer. Esto es lo menos comprometedor para él que hemos podido hallar.<br />

El canónigo era muy inteligente: no faltó a la cita, y se mostró <strong>de</strong> una bondad perfecta y <strong>de</strong> una<br />

franqueza que no se encuentra casi nunca más que en los países en que la vanidad no domina todos los<br />

<strong>de</strong>más sentimientos [3] . Su <strong>de</strong>nuncia <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa al general Pietranera, su marido, era uno <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s<br />

remordimientos <strong>de</strong> su vida, y ahora encontraba un medio <strong>de</strong> abolir este remordimiento.<br />

Cuando aquella mañana salió <strong>de</strong> su casa la con<strong>de</strong>sa: «Es amante <strong>de</strong> su sobrino», se dijo con<br />

amargura, pues no estaba curado. «¡Con lo orgullosa que es, venir a mi casa!… Cuando murió el pobre<br />

Pietranera, la con<strong>de</strong>sa rechazó con horror mis ofrecimientos, aunque muy correctos y muy bien<br />

presentados por el coronel Scotti, su antiguo amante. ¡<strong>La</strong> hermosa Pietranera vivir con mil quinientos<br />

francos! —añadía el canónigo paseando excitado por su habitación—. ¡Y luego ir a habitar en el castillo<br />

<strong>de</strong> Grianta con un abominable secatore, ese marqués <strong>de</strong>l Dongo!… ¡Ahora se explica todo! En realidad,<br />

ese mancebo Fabricio está colmado <strong>de</strong> atractivos: alto, apuesto, un semblante siempre alegre… y mejor<br />

aún: cierto mirar cargado <strong>de</strong> dulce voluptuosidad… una fisonomía estilo Correggio —añadía el canónigo<br />

con amargura.<br />

»<strong>La</strong> diferencia <strong>de</strong> edad… no excesiva… Fabricio nació <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la entrada <strong>de</strong> los franceses, creo<br />

que hacia el 98; la con<strong>de</strong>sa tendrá veintisiete o veintiocho años, no cabe ser más bella, más adorable. En<br />

este país fértil en bellezas, ella las vence a todas: a la Marini, a la Gherardi, a la Ruga, a la Aresi, a la<br />

Pietragrua [4] … <strong>La</strong>s gana a todas. Vivían los dos felices, escondidos a orillas <strong>de</strong> ese bellísimo lago <strong>de</strong><br />

Como, cuando al mancebo se le ocurrió partir en pos <strong>de</strong> Napoleón… ¡Todavía quedan almas en Italia,<br />

hagan lo que hagan! ¡Ah, patria querida! No —continuaba aquel corazón inflamado por los celos—,<br />

imposible explicar <strong>de</strong> otro modo esta resignación a vegetar en el campo con la <strong>de</strong>sazón <strong>de</strong> ver todos los

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