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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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aquellas gentes repetían tres o cuatro veces las circunstancias <strong>de</strong> su historia: las sospechas <strong>de</strong> los<br />

soldados, el gendarme que le vendió una hoja <strong>de</strong> ruta y un uniforme, la manera como la víspera había ido<br />

a formar parte <strong>de</strong> la escolta <strong>de</strong>l mariscal, el emperador visto al galope, el caballo birlado, etc.<br />

Con una curiosidad <strong>de</strong> mujer, la cantinera insistía una y otra vez en el modo como fue <strong>de</strong>sposeído <strong>de</strong>l<br />

hermoso caballo que ella le había hecho comprar.<br />

—Sentiste que te cogían por los pies, te sacaron suavemente por la cola <strong>de</strong>l caballo, te sentaron en el<br />

suelo…<br />

«¿Para qué repetir tantas veces —se <strong>de</strong>cía Fabricio— lo que ya nos sabemos <strong>de</strong> memoria los tres?»<br />

Ignoraba todavía que en Francia es así como la gente <strong>de</strong> pueblo trata <strong>de</strong> captar las i<strong>de</strong>as.<br />

—¿Cuánto dinero tienes? —le preguntó <strong>de</strong> pronto la cantinera.<br />

Fabricio no vaciló en contestar; estaba seguro <strong>de</strong> la nobleza <strong>de</strong> alma <strong>de</strong> aquella mujer: éste es el lado<br />

bueno <strong>de</strong> Francia.<br />

—Deben <strong>de</strong> quedarme treinta napoleones <strong>de</strong> oro y ocho o diez escudos <strong>de</strong> cinco francos.<br />

—¡Entonces tienes el campo libre! —exclamó la cantinera—; sal <strong>de</strong> este ejército en <strong>de</strong>rrota; apártate<br />

hacia un lado, toma la primera carretera un poco <strong>de</strong>spejada que encuentres a la <strong>de</strong>recha; arrea duro a tu<br />

caballo, siempre alejándote <strong>de</strong>l ejército. Cuando estés a ocho o diez leguas y ya no veas soldados, toma<br />

la posta y vete a <strong>de</strong>scansar ocho días y a comer chuletas en alguna buena ciudad. No se te ocurra <strong>de</strong>cir a<br />

nadie que has estado en el ejército: los gendarmes te echarían mano como <strong>de</strong>sertor, y aunque seas un<br />

mocito muy simpático, hijo mío, no eres todavía lo bastante astuto para contestar a los gendarmes. En<br />

cuanto estés vestido <strong>de</strong> paisano, rompe tu hoja <strong>de</strong> ruta en mil pedazos y vuelve a tomar tu verda<strong>de</strong>ro<br />

nombre: di que eres Vasi. ¿Y <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> <strong>de</strong>be <strong>de</strong>cir que viene? —preguntó al cabo.<br />

—De Cambrai <strong>de</strong>l Escalda: es una buena ciudad pequeñita, ¿sabes?, en la que hay una catedral y<br />

Fénelon.<br />

—Eso es —asintió la cantinera—; no digas que has estado en la batalla, no nombres para nada B***<br />

ni al gendarme que te vendió la hoja <strong>de</strong> ruta. Cuando quieras volver a París, ve primero a Versalles, y<br />

pasa la barrera <strong>de</strong> París por aquella parte, a pie y como quien va <strong>de</strong> paseo. Cose tus napoleones en el<br />

pantalón; y, sobre todo, cuando tengas que pagar algo, no enseñes más dinero que el que hace falta. Lo<br />

que me da pena es que te van a enredar, te van a timar todo lo que tienes. ¿Y qué vas a hacer luego sin<br />

dinero, tú que no sabes manejarte?<br />

<strong>La</strong> buena <strong>de</strong> la cantinera habló así mucho tiempo; el cabo apoyaba sus consejos con signos <strong>de</strong> cabeza,<br />

ya que no hallaba modo <strong>de</strong> meter baza. De pronto, aquella multitud que cubría la carretera avivó,<br />

primero, el paso; luego, en un abrir <strong>de</strong> ojos, atravesó la cuneta que bor<strong>de</strong>a la carretera a la izquierda y<br />

echó a correr a la mayor velocidad posible.<br />

—¡Los cosacos, los cosacos! —fue el grito general.<br />

—¡Toma tu caballo! —exclamó la cantinera.<br />

—¡Dios me libre! —protestó Fabricio—; ¡galope!, ¡escape!, se lo regalo. ¿Quiere que le dé para<br />

comprar otro cochecillo? <strong>La</strong> mitad <strong>de</strong> lo que tengo es suyo.<br />

—¡Toma tu caballo, te digo! —gritó la cantinera impaciente y haciendo a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> apearse.<br />

Fabricio tiró <strong>de</strong>l sable.<br />

—¡Téngase bien! —le gritó, y dio dos o tres sablazos <strong>de</strong> plano al caballo, que salió al galope <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> los fugitivos.

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