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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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—¡Ahí está el regimiento!<br />

Llegaron en un vuelo a la carretera, pero, ¡ay!, en torno al águila no había más <strong>de</strong> doscientos hombres.<br />

Fabricio <strong>de</strong>scubrió a la cantinera. Iba a pie, tenía los ojos enrojecidos y lloraba a intervalos. Fabricio<br />

buscó en vano la pequeña tartana y a Cocotte.<br />

—¡Pillados, perdidos, robados! —exclamó la cantinera respondiendo a las miradas <strong>de</strong> nuestro héroe.<br />

Éste, sin <strong>de</strong>cir palabra, se apeó <strong>de</strong>l caballo, le tomó <strong>de</strong> la brida y dijo a la cantinera:<br />

—¡Monte!<br />

<strong>La</strong> cantinera no se hizo <strong>de</strong> rogar.<br />

—Acórtame los estribos —dijo.<br />

Una vez bien acomodada en el caballo, se puso a contar a Fabricio todos los <strong>de</strong>sastres <strong>de</strong> la noche.<br />

Después <strong>de</strong> un relato infinitamente largo, pero ávidamente escuchado por nuestro héroe, que, a <strong>de</strong>cir<br />

verdad, no comprendía nada <strong>de</strong> nada, pero sentía un tierno afecto por la cantinera, ésta añadió:<br />

—¡Y <strong>de</strong>cir que son los franceses los que me han pillado, maltratado, arruinado!…<br />

—¡Cómo!, ¿no han sido los enemigos? —exclamó Fabricio con un aire ingenuo, que hacía encantador<br />

su hermoso rostro grave y pálido.<br />

—¡Qué tonto eres, pobrecito mío! —dijo la cantinera sonriendo en medio <strong>de</strong> sus lágrimas—; pero a<br />

pesar <strong>de</strong> eso, eres muy simpático.<br />

—Y ahí don<strong>de</strong> le veis, se ha cargado a su prusiano —añadió el cabo, que en medio <strong>de</strong> la baraúnda<br />

general estaba por casualidad al otro lado <strong>de</strong>l caballo montado por la cantinera—. Pero es orgulloso —<br />

añadió el cabo…<br />

Fabricio hizo un gesto.<br />

—¿Y cómo te llamas? —continuó el cabo—. Pues, en fin, si hay informe, quiero nombrarte.<br />

—Me llamo Vasi —contestó Fabricio con una cara muy rara—; digo Boulot —añadió rectificando<br />

vivamente.<br />

Boulot era el nombre <strong>de</strong>l titular <strong>de</strong> la hoja <strong>de</strong> ruta que le había dado la carcelera <strong>de</strong> B***; la<br />

antevíspera había examinado con atención el documento sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> caminar, pues comenzaba a<br />

reflexionar un poco y ya no se asombraba tanto <strong>de</strong> las cosas. A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la hoja <strong>de</strong> ruta <strong>de</strong>l húsar Boulot,<br />

conservaba como oro en paño el pasaporte italiano mediante el cual podía recabar el noble nombre <strong>de</strong><br />

Vasi, ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> barómetros. Cuando el cabo le tildó <strong>de</strong> orgulloso, estuvo a punto <strong>de</strong> contestar: «¡Yo<br />

orgulloso!; ¡yo, Fabricio Valserra, marchesino <strong>de</strong>l Dongo, que consiente en llevar el nombre <strong>de</strong> un Vasi,<br />

ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> barómetros!».<br />

Mientras se hacía estas reflexiones y se <strong>de</strong>cía: «Tengo que recordar que me llamo Boulot, o cuidado<br />

con la cárcel con que la suerte me amenaza», el cabo y la cantinera habían cruzado unas palabras sobre<br />

él.<br />

—No me llaméis curiosa —le dijo la cantinera, ya sin tutearle—; si le pregunto es por su bien.<br />

¿Quién es usted <strong>de</strong> verdad?<br />

Fabricio no contestó al principio; meditaba en que nunca encontraría amigos más leales para pedirles<br />

consejo, y tenía una apremiante necesidad <strong>de</strong> ser aconsejado. «Vamos a entrar en una plaza militar; el<br />

gobernador querrá saber quién soy, y la cárcel será conmigo si mis respuestas <strong>de</strong>scubren que no conozco<br />

a nadie en el cuarto regimiento <strong>de</strong> húsares cuyo uniforme llevo.» En su calidad <strong>de</strong> súbdito <strong>de</strong> Austria,<br />

Fabricio conocía toda la importancia que hay que dar a un pasaporte. Los miembros <strong>de</strong> su familia, aunque

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