La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde. HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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FIN [1] Una prueba explícita, no la única, del interés (a favor de los liberales) con que Stendhal seguía los episodios de las guerras carlistas españolas. [2] Muy probablemente esta «licencia» de cortar cae dentro de la imposición que el editor exigió a Stendhal de reducir en muchas páginas la extensión del manuscrito. Es evidente el contraste entre la morosidad sostenida casi hasta aquí y la precipitación de estos capítulos finales. [3] Stendhal repite aquí, casi idénticamente, un pasaje de Rojo y negro, cuando enferma un hijo de madame de Rénal y ésta reacciona lo mismo que Clelia en este momento.

Apéndice de Honoré de Balzac Es evidente que, en nuestra época, la literatura tiene tres caras; y esta triplicidad, expresión forjada por Cousin por odio a la palabra trinidad, lejos de ser un síntoma de decadencia me parece un efecto bastante natural de la abundancia de talentos literarios: es el elogio del siglo XIX, que no ofrece una sola y misma forma como el siglo XVII y el XVIII, que obedecieron más o menos a la tiranía de un hombre o un sistema. Estas tres formas, caras o sistemas, como queráis llamarles, están en la naturaleza y corresponden a unas simpatías generales que tenían que declararse en una época en que, con la difusión de las luces, las letras vieron crecer el número de apreciadores y progresar en medida inaudita la lectura. En todas las generaciones y en todos los pueblos, hay mentes elegíacas, meditativas, contempladoras, que se consagran más especialmente a las grandes imágenes, a los vastos espectáculos de la naturaleza y que los llevan en sí mismas. De aquí toda una escuela que yo llamaría de buen grado la Literatura de Imágenes, a la que pertenecen el lirismo, la epopeya y todo lo que depende de la manera de ver las cosas. Hay, en cambio, otras almas activas que gustan de la rapidez, del movimiento, de la concisión, de los choques, de la acción, del drama, que rehúyen la discusión, que son poco inclinadas a las abstracciones y mucho a los resultados. De aquí otro sistema muy distinto al que corresponden las obras que yo llamaría, por oposición al primero, Literatura de Ideas. Por último, ciertas gentes completas, ciertas inteligencias bifrontes, lo abarcan todo, quieren el lirismo y la acción, el drama y la oda, creyendo que la perfección exige una visión total de las cosas. Esta escuela que sería el Eclecticismo literario requiere una representación del mundo tal como es: las imágenes y las ideas, la idea en la imagen o la imagen en la idea, el movimiento y la meditación. Walter Scott ha satisfecho enteramente a estas naturalezas eclécticas. ¿Qué partido predomina? No lo sé. No quisiera que de esta distinción natural se sacaran consecuencias forzadas. No quiero, pues, decir que este o el otro poeta de la escuela de imágenes carece de ideas, y que este o el otro de la escuela de ideas no sabe inventar bellas imágenes. Estas tres fórmulas se aplican solamente a la impresión general que deja la obra de los poetas, al mundo en el que el escritor pone su pensamiento, a la tendencia de su mente. Toda imagen responde a una idea o, más exactamente, a un sentimiento que es una colección de ideas, y la idea no se traduce siempre en una imagen. La idea exige un trabajo de elaboración para el que no son aptas todas las mentes. Por eso la imagen es esencialmente popular, se comprende fácilmente. Supongamos que Notre-Dame de Paris, de Victor Hugo, aparece al mismo tiempo que Manon Lescaut; Notre-Dame ganará a las masas mucho antes que Manon, y parecería superior a quienes se prosternan ante la vox populi. Pero, cualquiera que sea el género del que procede una obra, sólo obedeciendo a las leyes del Ideal y a las de la Forma permanece en la Memoria humana. En literatura, la Imagen y la Idea corresponden bastante a lo que en pintura se llama el Dibujo y el Color. Rubens y Rafael son dos grandes pintores, pero gran error sería creer que Rafael no es colorista, y los que negaran a Rubens la calidad de dibujante podrían ir a arrodillarse ante el cuadro que el ilustre flamenco puso en la iglesia de los jesuitas de Génova, como un homenaje al dibujo.

FIN<br />

[1] Una prueba explícita, no la única, <strong>de</strong>l interés (a favor <strong>de</strong> los liberales) con que <strong>Stendhal</strong> seguía los<br />

episodios <strong>de</strong> las guerras carlistas españolas.<br />

[2] Muy probablemente esta «licencia» <strong>de</strong> cortar cae <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la imposición que el editor exigió a<br />

<strong>Stendhal</strong> <strong>de</strong> reducir en muchas páginas la extensión <strong>de</strong>l manuscrito. Es evi<strong>de</strong>nte el contraste entre la<br />

morosidad sostenida casi hasta aquí y la precipitación <strong>de</strong> estos capítulos finales.<br />

[3] <strong>Stendhal</strong> repite aquí, casi idénticamente, un pasaje <strong>de</strong> Rojo y negro, cuando enferma un hijo <strong>de</strong><br />

madame <strong>de</strong> Rénal y ésta reacciona lo mismo que Clelia en este momento.

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