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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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XXVI<br />

Los únicos momentos que ofrecían a Fabricio alguna posibilidad <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> su profunda tristeza eran<br />

los que pasaba escondido <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un cristal <strong>de</strong> verdad con que había sustituido el papel encerado en la<br />

ventana <strong>de</strong> su piso frente al palacio Contarini, don<strong>de</strong>, como sabemos, se había refugiado Clelia. <strong>La</strong>s<br />

pocas veces que lograra verla <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que salió <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la, le había afligido profundamente un<br />

cambio muy visible y que le pareció <strong>de</strong> mal augurio. Des<strong>de</strong> su falta, la fisonomía <strong>de</strong> Clelia había<br />

adquirido un carácter <strong>de</strong> nobleza y <strong>de</strong> gravedad verda<strong>de</strong>ramente notable; dijérase que tenía treinta años.<br />

En este cambio tan marcado, vio Fabricio el reflejo <strong>de</strong> alguna grave resolución. «A cada momento <strong>de</strong>l<br />

día —pensaba Fabricio—, se jura a sí misma ser fiel al voto que hizo a la Madona: no volver nunca a<br />

verme.»<br />

Fabricio no adivinaba sino en parte los tormentos <strong>de</strong> Clelia; sabía ella que su padre, caído en<br />

<strong>de</strong>sgracia, no podía tornar a <strong>Parma</strong> y reaparecer en la corte (cosa sin la cual la vida era imposible para<br />

él) hasta el día en que ella se casara con el marqués Crescenzi; en consecuencia, escribió a su padre<br />

diciéndole que <strong>de</strong>seaba la boda. El general estaba entonces refugiado en Turín y enfermo <strong>de</strong> pesadumbre.<br />

<strong>La</strong> consecuencia <strong>de</strong> tan gran resolución fue envejecer a Clelia en diez años.<br />

Había <strong>de</strong>scubierto que Fabricio tenía una ventana frente al palacio Contarini; pero sólo una vez había<br />

tenido la mala suerte <strong>de</strong> mirarle; en cuanto vislumbraba el perfil <strong>de</strong> una cabeza o la silueta <strong>de</strong> un hombre<br />

un poco parecida a la suya, cerraba los ojos al instante. Su profunda piedad y su confianza en la ayuda <strong>de</strong><br />

la Madona eran los únicos recursos que le quedaban. Tenía la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> no sentir ya ninguna<br />

estimación por su padre; el carácter <strong>de</strong> su futuro marido le parecía enteramente vulgar y a la altura <strong>de</strong> las<br />

maneras <strong>de</strong> sentir <strong>de</strong>l gran mundo; encima <strong>de</strong> todo esto, adoraba a un hombre al que no <strong>de</strong>bía volver a ver<br />

jamás y que, no obstante, tenía <strong>de</strong>rechos sobre ella. Este panorama <strong>de</strong> su <strong>de</strong>stino le parecía la <strong>de</strong>sventura<br />

perfecta, y hemos <strong>de</strong> confesar que tenía razón. Habría sido preciso ir a vivir, una vez casada, a<br />

doscientas leguas <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>.<br />

Fabricio conocía la profunda mo<strong>de</strong>stia <strong>de</strong> Clelia; sabía que toda empresa extraordinaria y susceptible<br />

<strong>de</strong> dar lugar a habladurías, si fuera <strong>de</strong>scubierta, le causaría con toda seguridad una profunda <strong>de</strong>sazón. No<br />

obstante, abrumado por su atroz tristeza y por aquellas miradas que Clelia apartaba constantemente <strong>de</strong> él,<br />

se arriesgó a sobornar a dos sirvientes <strong>de</strong> la señora Contarini, tía suya. Un día, a la caída <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>,<br />

Fabricio, vestido como un burgués <strong>de</strong> pueblo, se presentó a la puerta <strong>de</strong>l palacio, don<strong>de</strong> le esperaba uno<br />

<strong>de</strong> los criados sobornados por él; se hizo anunciar como un viajero <strong>de</strong> Turín que traía para Clelia cartas<br />

<strong>de</strong> su padre. El criado fue a llevar su mensaje y le hizo subir a una inmensa antesala en el primer piso <strong>de</strong>l<br />

palacio. Allí pasó Fabricio acaso el cuarto <strong>de</strong> hora <strong>de</strong> su vida más transido <strong>de</strong> ansiedad. Si Clelia le<br />

rechazaba, ya no quedaba para él esperanza alguna <strong>de</strong> sosiego. «Para librarme <strong>de</strong> las preocupaciones<br />

importunas con que me abruma mi nueva dignidad, eximiré a la Iglesia <strong>de</strong> un mal sacerdote y, con un<br />

nombre supuesto, iré a refugiarme en cualquier <strong>cartuja</strong>.» Por fin, el criado vino a anunciarle que la<br />

señorita Clelia Conti estaba dispuesta a recibirle. A nuestro héroe le faltó por completo el valor, y estuvo<br />

a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>rrumbarse <strong>de</strong> miedo al subir la escalera <strong>de</strong>l segundo piso.<br />

Clelia estaba sentada ante una mesita alumbrada por una sola bujía. Apenas reconoció a Fabricio<br />

bajo su disfraz, huyó a ocultarse al fondo <strong>de</strong>l salón.<br />

—¡Así se cuida <strong>de</strong> mi salvación! —le gritó, cubriéndose la cara con las manos—. Bien sabe que

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