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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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XXII<br />

Durante el día, asaltaron a Fabricio diversas reflexiones serias y <strong>de</strong>sagradables; mas a medida que<br />

iba oyendo dar las horas que le acercaban al momento <strong>de</strong> la acción, se iba sintiendo animado y resuelto.<br />

<strong>La</strong> duquesa le había advertido en una carta que el aire libre habría <strong>de</strong> producirle una fuerte impresión y<br />

que en el primer momento <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> su celda, acaso le sería imposible andar. En este caso, valdría más<br />

exponerse a ser capturado <strong>de</strong> nuevo que precipitarse <strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> una muralla <strong>de</strong> ciento ochenta pies <strong>de</strong><br />

altura. «Si me ocurriera tal <strong>de</strong>sgracia —se <strong>de</strong>cía Fabricio—, me ten<strong>de</strong>ría en el parapeto, dormiría una<br />

hora y luego seguiría. Puesto que se lo he jurado a Clelia, prefiero caer <strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> una muralla, por<br />

elevada que sea, a pasarme la vida haciendo reflexiones sobre el gusto <strong>de</strong>l pan que como. ¡Qué horribles<br />

dolores se <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> sentir en los últimos momentos cuando se muere envenenado! ¡Fabio Conti no se<br />

andará con <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>zas: me <strong>de</strong>spachará con arsénico <strong>de</strong>l que usa para matar las ratas <strong>de</strong> su ciuda<strong>de</strong>la!»<br />

A eso <strong>de</strong> medianoche se extendió sobre la ciudad una <strong>de</strong> esas neblinas <strong>de</strong>nsas y blancas que el Po<br />

suele expandir sobre sus riberas, hasta ganar al poco rato la explanada y los bastiones en medio <strong>de</strong> los<br />

cuales se levanta la torre gran<strong>de</strong> <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la. Fabricio creyó ver que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el parapeto <strong>de</strong> la<br />

plataforma no se divisaban ya las pequeñas acacias que circundaban los jardines cultivados por los<br />

soldados al pie <strong>de</strong> la muralla <strong>de</strong> ciento ochenta pies. «Esto es una gran ventaja», pensó.<br />

Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> dar las doce, apareció en la ventana <strong>de</strong> los pájaros la señal <strong>de</strong> la lamparita. Fabricio<br />

estaba ya dispuesto; se santiguó y ató a su cama la cuerda pequeña que había <strong>de</strong> servirle para bajar los<br />

treinta y cinco pies que le separaban <strong>de</strong> la plataforma don<strong>de</strong> se alzaba el palacio. Llegó sin inconveniente<br />

al tejado <strong>de</strong>l cuerpo <strong>de</strong> guardia ocupado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la víspera por los doscientos hombres <strong>de</strong> refuerzo a que<br />

hemos aludido. Desgraciadamente, a la una menos cuarto que era ya, los soldados no dormían aún;<br />

mientras avanzaba a paso <strong>de</strong> lobo por el tejado <strong>de</strong> gruesas tejas huecas, Fabricio les oía <strong>de</strong>cir que el<br />

diablo andaba por el tejado y que habría que matarle <strong>de</strong> un tiro. Algunas voces opinaban que semejante<br />

proposición era terriblemente impía; otras afirmaban que si llegaba a disparar sin matar nada, el<br />

gobernador los encarcelaría a todos por alarmar a la guarnición inútilmente. Esta divertida discusión<br />

impulsaba a Fabricio a apresurarse todo lo posible, y ello daba lugar a que el ruido fuese mucho mayor.<br />

El resultado fue que cuando, colgado <strong>de</strong> su cuerda, pasó ante las ventanas, afortunadamente a cuatro o<br />

cinco pies <strong>de</strong> distancia a causa <strong>de</strong>l saliente <strong>de</strong>l alero, estaban erizadas <strong>de</strong> bayonetas. Algunos han<br />

pretendido que a Fabricio, siempre loco, se le ocurrió la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> hacer el papel <strong>de</strong> diablo y que arrojó a<br />

los soldados un puñado <strong>de</strong> cequíes. Lo seguro es que había sembrado <strong>de</strong> cequíes el suelo <strong>de</strong> su celda y<br />

que esparció no pocos asimismo sobre la plataforma <strong>de</strong> su trayecto <strong>de</strong> la torre Farnesio al parapeto,<br />

esperando distraer con ello a los soldados que pudieran lanzarse en su persecución.<br />

Llegado a la plataforma y ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> centinelas que habitualmente gritaban cada cuarto <strong>de</strong> hora una<br />

frase completa —¡Sin novedad en torno a mi puesto!—, encaminó sus pasos hacia el parapeto <strong>de</strong><br />

Poniente y buscó la piedra nueva.<br />

Lo que parece increíble y podría hacer dudar <strong>de</strong>l hecho si el resultado no hubiera tenido por testigo a<br />

toda la ciudad, es que los centinelas colocados a lo largo <strong>de</strong>l parapeto no vieran y <strong>de</strong>tuvieran a Fabricio;<br />

verdad es que la neblina a que hemos aludido comenzaba a ascen<strong>de</strong>r, y Fabricio explicó que cuando<br />

estaba sobre la plataforma, le pareció que la bruma llegaba ya a la mitad <strong>de</strong> la torre Farnesio. Pero no<br />

era espesa, y él distinguía muy bien a los centinelas, algunos <strong>de</strong> los cuales se paseaban. Añadía Fabricio

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