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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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otella (como se comprobó en el atestado que se abrió más tar<strong>de</strong>).<br />

El <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n se prolongó más tiempo <strong>de</strong> lo que Clelia había pensado, y Fabricio, que llevaba ocho<br />

días serrando dos barrotes <strong>de</strong> su ventana, la que no daba a la pajarera, no pudo comenzar hasta eso <strong>de</strong> la<br />

una a <strong>de</strong>smontar la mampara. Operaba casi sobre la cabeza <strong>de</strong> los centinelas que guardaban el palacio<br />

<strong>de</strong>l gobernador, pero nada oyeron. Había hecho algunos nudos más en la inmensa cuerda necesaria para<br />

bajar la terrible altura <strong>de</strong> ciento ochenta pies. Se puso en bandolera aquella cuerda alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l cuerpo;<br />

le estorbaba mucho, pues su volumen era enorme: los nudos le impedían formar masa compacta y<br />

sobresalía lo menos dieciocho pulgadas <strong>de</strong>l cuerpo. «Éste es el mayor obstáculo», se dijo Fabricio.<br />

Una vez dispuesta aquella cuerda lo mejor posible, Fabricio tomó la que había <strong>de</strong> servirle para bajar<br />

los treinta y cinco pies que separaban su ventana <strong>de</strong> la explanada en que se alzaba el palacio <strong>de</strong>l<br />

gobernador. Mas como, por muy borrachos que estuviesen los centinelas, no podía <strong>de</strong>scolgarse<br />

exactamente sobre sus cabezas, salió, como hemos dicho, por la segunda ventana <strong>de</strong> su celda, la que daba<br />

al tejadillo <strong>de</strong> una especie <strong>de</strong> amplio cuerpo <strong>de</strong> guardia. Por una rareza <strong>de</strong> enfermo, el general Fabio<br />

Conti, tan pronto como pudo hablar, había hecho subir doscientos soldados a aquel antiguo cuerpo <strong>de</strong><br />

guardia abandonado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía un siglo. Decía que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle envenenado, querían asesinarle<br />

en su lecho, y aquellos doscientos soldados tenían que protegerle. Fácil es imaginar el efecto que produjo<br />

en el corazón <strong>de</strong> Clelia esta medida imprevista; hija respetuosa, se daba perfecta cuenta <strong>de</strong> hasta qué<br />

punto traicionaba a su padre, y a un padre que acababa <strong>de</strong> ser casi envenenado en interés <strong>de</strong>l preso que<br />

ella amaba. En la llegada imprevista <strong>de</strong> aquellos doscientos hombres vio poco menos que un mandato <strong>de</strong><br />

la Provi<strong>de</strong>ncia que le prohibía seguir a<strong>de</strong>lante y <strong>de</strong>volver la libertad a Fabricio.<br />

Pero todo <strong>Parma</strong> hablaba <strong>de</strong> la muerte inminente <strong>de</strong>l cautivo. Incluso en la fiesta <strong>de</strong> bodas <strong>de</strong> la<br />

signora Giulia Crescenzi se había hablado <strong>de</strong> este triste asunto. Si por semejante minucia, una estocada<br />

<strong>de</strong>sgraciada a un cómico, no ponían en libertad a un hombre <strong>de</strong> la alcurnia <strong>de</strong> Fabricio, protegido a<strong>de</strong>más<br />

por el primer ministro, sin duda se mezclaba en el asunto la politica. Por tanto, habían dicho, era inútil<br />

ocuparse más <strong>de</strong> él; si no convenía al po<strong>de</strong>r hacerle morir en la plaza pública, moriría <strong>de</strong> enfermedad. Un<br />

cerrajero que fue llamado al palacio <strong>de</strong>l general Fabio Conti habló <strong>de</strong> Fabricio como <strong>de</strong> un preso<br />

sentenciado hacía mucho tiempo y cuya muerte se mantenía en silencio por política. <strong>La</strong>s palabras <strong>de</strong> este<br />

hombre acabaron <strong>de</strong> <strong>de</strong>cidir a Clelia.<br />

[1] Personaje tan importante en esta novela bien vale otra nota. Es evi<strong>de</strong>nte, por un lado, su parentesco<br />

externo con el típico y tópico «bandido generoso», que tanto le gustaba a <strong>Stendhal</strong>. Y más cerca <strong>de</strong><br />

nosotros, en tiempo y en motivaciones, no puedo menos <strong>de</strong> recordar a tantos luchadores «rojos» que el 39<br />

tuvieron que «irse al monte», a los montes <strong>de</strong> España. Por otra parte, Del Litto y Abravanel nos informan<br />

<strong>de</strong> que en Ferrante Palla puso <strong>Stendhal</strong> el nombre <strong>de</strong> un «panfletario» italiano <strong>de</strong>l siglo XVIII y ciertos<br />

caracteres <strong>de</strong> un médico liberal que él conoció en Milán. A mí, en su adoración, acechante, en los<br />

bosques por la Sanseverina (y sólo en esto, claro está) me recuerda siempre, ya lo he dicho, al<br />

Crisóstomo <strong>de</strong> nuestro Don Quijote.<br />

[2] Del Litto y Abravanel, en sus respectivas ediciones <strong>de</strong> <strong>La</strong> Cartuja, informan que la farmacia <strong>de</strong><br />

Sarasine (Soresina es su nombre italiano) existe todavía en <strong>Parma</strong>, cerca <strong>de</strong>l Batisterio, con una bella<br />

colección —aña<strong>de</strong> Abravanel— <strong>de</strong> botes <strong>de</strong>corados, el botamen <strong>de</strong> las antiguas farmacias.

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