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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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Traspasada por los más vivos remordimientos por lo que se ha hecho, no, gracias a Dios, con mi<br />

consentimiento, pero con ocasión <strong>de</strong> una i<strong>de</strong>a concebida por mí, he hecho voto a la Santísima Virgen<br />

<strong>de</strong> que, si por su santa intersección, se salva mi padre, no opondré jamás una negativa a sus ór<strong>de</strong>nes;<br />

me casaré con el marqués tan pronto como mi padre me lo pida, y no volveré a ver a usted jamás. No<br />

obstante, creo <strong>de</strong>ber mío acabar lo comenzado. El domingo próximo, al volver <strong>de</strong> misa, a la que le<br />

conducirán a instancia mía (piense en preparar su alma: pue<strong>de</strong> matarse en la difícil empresa); al<br />

volver <strong>de</strong> misa, repito, retar<strong>de</strong> lo más posible su entrada en la celda; hallará en ella lo que necesita<br />

para la meditada empresa. Si perece, ¡qué <strong>de</strong>sesperación para mi alma! ¿Podrá acusarme <strong>de</strong> haber<br />

contribuido a su muerte? ¿No me ha repetido la propia duquesa, en diversas ocasiones, que la facción<br />

Raversi se sale con la suya?; quieren atar al príncipe por una crueldad que le separe para siempre <strong>de</strong>l<br />

con<strong>de</strong> Mosca. <strong>La</strong> duquesa, <strong>de</strong>shecha en lágrimas, me ha jurado que no queda más que este recurso:<br />

usted perecerá si no intenta nada. Ya no puedo mirarle: he hecho voto; pero si el domingo, al<br />

atar<strong>de</strong>cer, me ve enteramente vestida <strong>de</strong> negro, a la ventana acostumbrada, será señal <strong>de</strong> que a la<br />

noche siguiente estará todo dispuesto hasta don<strong>de</strong> lo permiten mis pobres medios. Después <strong>de</strong> las<br />

once, acaso entre doce y una, aparecerá en mi ventana una lamparita: será el momento <strong>de</strong>cisivo;<br />

encomién<strong>de</strong>se a su santo patrono, póngase en seguida los hábitos sacerdotales <strong>de</strong> que está provisto, y<br />

a<strong>de</strong>lante.<br />

Adiós, Fabricio, yo rezaré, <strong>de</strong>rramando amarguísimas lágrimas, pue<strong>de</strong> creerlo, mientras usted<br />

corre tan gran<strong>de</strong>s peligros. Si perece, no le sobreviviré… ¡Dios mío, qué digo!, pero si sale con bien,<br />

no volveré a verle jamás. El domingo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> misa, encontrará en su celda el dinero, los venenos,<br />

las cuerdas enviadas por esa mujer terrible que le ama con pasión, y que me ha repetido hasta tres<br />

veces que no había más remedio que tomar este partido. ¡Dios y la santa Madona le salven!<br />

Fabio Conti era un carcelero siempre intranquilo, siempre <strong>de</strong>sgraciado, pues veía continuamente en<br />

sueños la evasión <strong>de</strong> algún preso. Era aborrecido <strong>de</strong> todos cuantos estaban en la ciuda<strong>de</strong>la, pero como la<br />

<strong>de</strong>sgracia inspira las mismas resoluciones a todos los hombres, los pobres presos, incluso los que<br />

estaban enca<strong>de</strong>nados en calabozos <strong>de</strong> tres pies <strong>de</strong> altura, tres <strong>de</strong> anchura y ocho <strong>de</strong> longitud, y don<strong>de</strong> no<br />

podían mantenerse <strong>de</strong> pie ni sentados, todos los presos, incluso aquéllos, digo, tuvieron la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

mandar cantar a sus expensas un Te Deum cuando supieron que el gobernador estaba fuera <strong>de</strong> peligro.<br />

Dos o tres <strong>de</strong> tales <strong>de</strong>sgraciados compusieron sonetos en honor <strong>de</strong> Fabio Conti. ¡Oh, efecto <strong>de</strong> la<br />

<strong>de</strong>sventura sobre aquellos hombres! ¡Que a quien los censure le lleve su <strong>de</strong>stino a pasar un año en un<br />

calabozo <strong>de</strong> tres pies <strong>de</strong> alto, con ocho onzas <strong>de</strong> pan diarias y ayuno los viernes!<br />

Clelia, que sólo abandonaba el cuarto <strong>de</strong> su padre para ir a rezar a la capilla, hizo saber que, por<br />

<strong>de</strong>cisión <strong>de</strong>l gobernador, su restablecimiento no sería festejado hasta el domingo. <strong>La</strong> mañana <strong>de</strong> este<br />

domingo, Fabricio asistió a misa y al Te Deum. Por la noche hubo fuegos artificiales, y en las salas bajas<br />

<strong>de</strong>l castillo se distribuyó a los soldados una cantidad <strong>de</strong> vino cuádruple <strong>de</strong> la que el gobernador<br />

autorizara; una mano <strong>de</strong>sconocida había enviado a<strong>de</strong>más varios toneles <strong>de</strong> aguardiente que los soldados<br />

vaciaron. <strong>La</strong> generosidad <strong>de</strong> los soldados que se estaban emborrachando alegremente no permitió que los<br />

soldados <strong>de</strong> centinela en torno al palacio quedasen excluidos <strong>de</strong> la fiesta; a medida que iban llegando a<br />

sus garitas, un doméstico leal les ofrecía vino, y, no se sabe <strong>de</strong> qué mano, los que llegaron a hacer su<br />

guardia a medianoche recibieron también un vaso <strong>de</strong> aguardiente, y en cada garita quedó olvidada una

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