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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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mi <strong>de</strong>recha, vi un águila, el pájaro <strong>de</strong> Napoleón: volaba majestuosa en dirección a Suiza y, por tanto, a<br />

París. También yo, me dije al instante, atravesaré Suiza con la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l águila e iré a ofrecer a ese<br />

gran hombre muy poca cosa, pero al fin y al cabo lo único que puedo ofrecerle: el concurso <strong>de</strong> mi débil<br />

brazo. Quiso darnos una patria y amó a mi tío. En seguida, cuando aún no había perdido <strong>de</strong> vista al<br />

águila, por un efecto singular se secaron mis lágrimas; y la prueba <strong>de</strong> que esta i<strong>de</strong>a viene <strong>de</strong> lo alto es que<br />

en el mismo instante, sin discutir, tomé mi <strong>de</strong>cisión y vi los medios <strong>de</strong> realizar este viaje. En un abrir y<br />

cerrar <strong>de</strong> ojos, todas las tristezas que, como sabes, me emponzoñan la vida, sobre todo los domingos,<br />

quedaron disipadas como por un soplo divino. Vi la gran imagen <strong>de</strong> Italia levantándose <strong>de</strong>l fango en que<br />

los alemanes la tienen sumida; extendía sus brazos, martirizados y todavía medio cargados <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>nas,<br />

hacia su libertador. Y yo, dije, hijo todavía <strong>de</strong>sconocido <strong>de</strong> esta madre <strong>de</strong>sventurada, partiré: iré a morir<br />

o a vencer junto a ese hombre señalado por el <strong>de</strong>stino y que quiso lavarnos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sprecio con que nos<br />

miran hasta los más esclavos y los más viles <strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong> Europa.<br />

»¿Sabes? —añadió en voz baja aproximándose más a la con<strong>de</strong>sa y echando llamas por los ojos—,<br />

¿recuerdas ese castaño joven que mi madre plantó con sus propias manos el invierno <strong>de</strong> mi nacimiento,<br />

junto a la fuente gran<strong>de</strong> en nuestro bosque, a dos leguas <strong>de</strong> aquí?: antes <strong>de</strong> hacer nada he querido ir a<br />

verle. <strong>La</strong> primavera no está aún muy a<strong>de</strong>lantada —me <strong>de</strong>cía—; pues bien: si mi árbol tiene hojas, será<br />

para mí una señal. Yo también <strong>de</strong>bo salir <strong>de</strong>l estado <strong>de</strong> modorra en que langui<strong>de</strong>zco en este triste y frío<br />

castillo. ¿No te parece que estos viejos muros ennegrecidos, hoy símbolos y antaño medios <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>spotismo, son una verda<strong>de</strong>ra imagen <strong>de</strong>l triste invierno? Para mí, son lo mismo que el invierno para el<br />

árbol.<br />

»¿Lo creerás, Gina?: ayer tar<strong>de</strong>, a las siete y media, llegaba yo a mi castaño; ¡tenía hojas, unas<br />

preciosas hojitas bastante gran<strong>de</strong>s ya! <strong>La</strong>s besé sin hacerles daño. Cavé la tierra con respeto en tomo al<br />

árbol querido. En seguida, transido <strong>de</strong> un arrebato nuevo, atravesé la montaña; llegué a Menagio;<br />

necesitaba un pasaporte para entrar en Suiza. El tiempo había volado. Era ya la una <strong>de</strong> la mañana cuando<br />

me encontré a la puerta <strong>de</strong> Vasi. Creía que tendría que llamar mucho tiempo para <strong>de</strong>spertarle; pero estaba<br />

levantado con tres amigos suyos. A la primera palabra mía, me interrumpió: “¡Vas a reunirte con<br />

Napoleón!” y se colgó a mi cuello. Los otros me abrazaron con entusiasmo. “¡Por qué estaré casado!”, se<br />

lamentaba uno <strong>de</strong> ellos.<br />

<strong>La</strong> con<strong>de</strong>sa Pietranera se había puesto pensativa: creyó que <strong>de</strong>bía oponer algunas objeciones. Si<br />

Fabricio hubiera tenido alguna experiencia <strong>de</strong> la vida, habría notado muy bien que la propia con<strong>de</strong>sa no<br />

creía en las buenas razones que se apresuraba a oponerle. Pero, a falta <strong>de</strong> experiencia, tenía <strong>de</strong>cisión. No<br />

se dignó siquiera escuchar las razones. <strong>La</strong> con<strong>de</strong>sa se limitó fácilmente a conseguir que al menos<br />

comunicara a su madre el proyecto.<br />

—¡Se lo dirá a mis hermanas, y esas mujeres me traicionarán sin querer!<br />

—exclamó Fabricio con una especie <strong>de</strong> orgullo heroico.<br />

—Hable usted con más respeto —dijo la con<strong>de</strong>sa sonriendo en medio <strong>de</strong> sus lágrimas— <strong>de</strong>l sexo que<br />

ha <strong>de</strong> hacer su fortuna: pues a los hombres les será siempre antipático; es <strong>de</strong>masiado fogoso para las<br />

almas prosaicas.<br />

<strong>La</strong> marquesa lloró mucho al enterarse <strong>de</strong>l extraño proyecto <strong>de</strong> su hijo; no era sensible a aquel<br />

heroísmo e hizo todo lo posible por retener al muchacho. Cuando se convenció <strong>de</strong> que nada en el mundo,<br />

excepto los muros <strong>de</strong> una cárcel, podrían impedirle partir, le dio el poco dinero que poseía; luego

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