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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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Lo que me <strong>de</strong>cidiría por este lado es que aquí se encuentra, verticalmente <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la piedra<br />

nueva <strong>de</strong> la balaustrada superior, una choza <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra construida por un soldado en su huerto y que<br />

el capitán <strong>de</strong> ingenieros <strong>de</strong> la fortaleza quiere obligarle a <strong>de</strong>rribar; tiene diecisiete pies <strong>de</strong> alto, un<br />

tejado <strong>de</strong> bálago, adosado al gran muro <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la. Este tejado es el que me tienta: en caso <strong>de</strong><br />

acci<strong>de</strong>nte, amortiguaría la caída. Una vez en él, ya estás en el recinto <strong>de</strong> los muros exteriores,<br />

bastante mal vigilados; si te dieran el alto allí, haz uso <strong>de</strong> las pistolas y <strong>de</strong>fién<strong>de</strong>te unos minutos. Tu<br />

amigo <strong>de</strong> Ferrara y otro hombre valiente, al que llamo el ladrón <strong>de</strong> caminos, esperarán con escaleras<br />

y no vacilarán en escalar ese muro bastante bajo y en volar en socorro tuyo.<br />

El muro tiene sólo veintitrés pies <strong>de</strong> altura y un gran talud. Yo estaré al pie <strong>de</strong> ese gran muro con<br />

numerosos hombres armados.<br />

Tengo la esperanza <strong>de</strong> hacerte llegar cinco o seis cartas por la misma vía que ésta. Repetiré<br />

constantemente las mismas cosas en otros términos para ponernos bien <strong>de</strong> acuerdo. Pue<strong>de</strong>s adivinar<br />

con qué corazón te digo que el hombre <strong>de</strong>l pistoletazo al criado <strong>de</strong>l caballo un poco flaco, que al fin y<br />

al cabo es el mejor <strong>de</strong> los seres y se muere <strong>de</strong> arrepentimiento, piensa que saldrás <strong>de</strong>l paso con sólo<br />

un brazo roto. El ladrón <strong>de</strong> caminos, que tiene más experiencia en esta clase <strong>de</strong> operaciones, piensa<br />

que, si bajas muy <strong>de</strong>spacio y con mucho cuidado, tu libertad te costará sólo algunas <strong>de</strong>solladuras. <strong>La</strong><br />

gran dificultad consiste en disponer <strong>de</strong> cuerdas; por eso es esto lo único que ocupa mi pensamiento<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace quince días.<br />

No contesto a esa locura, la única estupi<strong>de</strong>z que has dicho en tu vida: ¡No quiero evadirme! El<br />

hombre <strong>de</strong>l pistoletazo al criado opinó que el tedio te había hecho per<strong>de</strong>r el juicio. No te ocultaré que<br />

tememos un peligro muy inminente que acaso nos obligará a a<strong>de</strong>lantar el día <strong>de</strong> la evasión. Para<br />

anunciarte este peligro, la luz dirá varias veces seguidas:<br />

«¡Se ha incendiado el palacio!». Tú contestarás: «¿Se han quemado mis libros?».<br />

Esta carta contenía cinco o seis páginas más <strong>de</strong> <strong>de</strong>talles; estaba escrita en caracteres microscópicos<br />

en papel muy fino.<br />

«Todo esto es muy bonito y muy bien inventado —se dijo Fabricio—; <strong>de</strong>bo gratitud eterna al con<strong>de</strong> y<br />

a la duquesa; creerán acaso que he tenido miedo, pero no me fugaré. ¿Quién es el que huye <strong>de</strong> un lugar<br />

don<strong>de</strong> es plenamente feliz para ir a hundirse en un <strong>de</strong>stierro horrible don<strong>de</strong> le faltará todo, hasta el aire<br />

para respirar? ¿Qué haría al cabo <strong>de</strong> un mes en Florencia?; disfrazarme para venir a rondar junto a la<br />

puerta <strong>de</strong> esta fortaleza al acecho <strong>de</strong> una mirada.»<br />

Al día siguiente Fabricio tuvo miedo; a eso <strong>de</strong> las once estaba en la ventana contemplando el<br />

magnífico paisaje y esperando el instante feliz en que podría ver a Clelia, cuando Grillo irrumpió sin<br />

aliento en su celda.<br />

—¡Pronto, pronto, monseñor!: échese en la cama, hágase el enfermo; ahí suben tres jueces. Vienen a<br />

interrogarle: reflexione bien antes <strong>de</strong> hablar, pues tratarán <strong>de</strong> enredarle.<br />

Y diciendo estas palabras, Grillo se apresuró a cerrar el ventanillo <strong>de</strong> la mampara, empujó a<br />

Fabricio hacia la cama y le echó encima dos o tres abrigos.<br />

—Diga que sufre mucho y hable poco; sobre todo, hágase repetir las preguntas, para reflexionar.<br />

Entraron los tres jueces. «Tres evadidos <strong>de</strong> galeras —se dijo Fabricio al ver aquellas viles<br />

fisonomías—, y no tres jueces.»

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