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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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por la noche volvió, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ayer tengo motivos para creer que trata <strong>de</strong> envenenarle. Anda rondando por<br />

la cocina particular <strong>de</strong> palacio que prepara sus comidas. No sé nada a ciencia cierta, pero mi doncella<br />

cree que ese hombre atroz viene a las cocinas <strong>de</strong>l palacio sólo con el <strong>de</strong>signio <strong>de</strong> quitarle la vida. Yo<br />

estaba loca <strong>de</strong> inquietud al no verle aparecer: le creía muerto. Absténgase <strong>de</strong> todo alimento hasta nuevo<br />

aviso; haré lo imposible por hacerle llegar un poco <strong>de</strong> chocolate. De todos modos, esta noche a las<br />

nueve, si la bondad <strong>de</strong>l cielo quiere que tenga un hilo, o que pueda hacer una cinta con su ropa interior,<br />

déjela caer <strong>de</strong> su ventana sobre los naranjos; ataré una cuerda, la retirará y con ayuda <strong>de</strong> esta cuerda le<br />

proporcionaré pan y chocolate.<br />

Fabricio había conservado como un tesoro el trozo <strong>de</strong> carbón que encontrara en la estufa <strong>de</strong> su celda;<br />

apresuróse a aprovechar la emoción <strong>de</strong> Clelia y escribió en su mano una serie <strong>de</strong> letras cuya aparición<br />

sucesiva formaba estas palabras:<br />

«<strong>La</strong> amo, y la vida sólo me es preciada porque la veo a usted; envíeme sobre todo papel y un lápiz».<br />

Como Fabricio esperaba, el extremado terror que leía en los ojos <strong>de</strong> Clelia impidió a la joven cortar<br />

el diálogo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> aquellas palabras tan atrevidas: «<strong>La</strong> amo». Se limitó a <strong>de</strong>mostrar un gran enojo.<br />

Fabricio tuvo la ingeniosa ocurrencia <strong>de</strong> añadir:<br />

—Con el viento tan fuerte que hace, no entiendo sino muy imperfectamente los avisos que se digna<br />

darme cantando, pues el sonido <strong>de</strong>l piano apaga la voz. ¿Qué es, por ejemplo, eso <strong>de</strong>l veneno <strong>de</strong> que me<br />

habla?<br />

A estas palabras, el terror <strong>de</strong> Clelia resurgió por entero; se puso a toda prisa a trazar gran<strong>de</strong>s letras<br />

con tinta en las páginas <strong>de</strong> un libro que <strong>de</strong>shizo, y Fabricio enloqueció <strong>de</strong> alegría al ver por fin<br />

establecido, al cabo <strong>de</strong> tres meses <strong>de</strong> intentos <strong>de</strong>nodados, aquel medio <strong>de</strong> correspon<strong>de</strong>ncia que tan<br />

vanamente había solicitado. Tuvo buen cuidado <strong>de</strong> no abandonar la pequeña treta que tan buen resultado<br />

le diera; aspiraba a escribir cartas y fingía a cada momento no enten<strong>de</strong>r bien las palabras cuyas letras<br />

exponía Clelia sucesivamente a sus ojos.<br />

Se vio obligada a alejarse <strong>de</strong> la pajarera para ir a reunirse con su padre; temía más que nada en el<br />

mundo que viniera a buscarla allí; su carácter <strong>de</strong>sconfiado no habría visto con satisfacción la proximidad<br />

<strong>de</strong> la pajarera a la mampara que cubría la ventana <strong>de</strong>l preso. <strong>La</strong> propia Clelia había pensado momentos<br />

antes, cuando la no aparición <strong>de</strong> Fabricio la sumía en tal mortal <strong>de</strong>sazón, que se podría muy bien arrojar<br />

una piedra envuelta en un papel a la parte superior <strong>de</strong> la mampara; si la casualidad quería que en aquel<br />

instante no estuviera en la celda el carcelero <strong>de</strong> Fabricio, era aquél un buen medio <strong>de</strong> comunicación.<br />

Nuestro cautivo se apresuró a construir una especie <strong>de</strong> cinta con tiras <strong>de</strong> su ropa interior; a la noche,<br />

poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las nueve, oyó muy bien unos golpecitos dados sobre los cajones <strong>de</strong> los naranjos que<br />

estaban bajo su ventana; <strong>de</strong>jó caer la cinta y volvió a subirla con una cuer<strong>de</strong>cita muy larga; mediante ésta,<br />

retiró primero una provisión <strong>de</strong> chocolate y luego, con in<strong>de</strong>cible alegría, un rollo <strong>de</strong> papel y un lápiz.<br />

Tornó a echar la cinta, pero en vano: no recibió nada más. Al parecer, los centinelas se habían acercado<br />

a los naranjos. Pero estaba loco <strong>de</strong> alegría. Se apresuró a escribir a Clelia una carta interminable, y,<br />

apenas terminada, la ató a la cuerda y la <strong>de</strong>jó caer. Durante más <strong>de</strong> tres horas esperó en vano que<br />

vinieran a cogerla, y varias veces la retiró para cambiar y añadir alguna cosa. «Si Clelia no ve la carta<br />

esta noche —se <strong>de</strong>cía—, mientras se encuentra aún impresionada por eso <strong>de</strong>l veneno, mañana por la<br />

mañana rechazará lejos <strong>de</strong> sí la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> recibir otra.»<br />

Lo ocurrido fue que Clelia no había podido evitar ir a la ciudad con su padre; Fabricio se lo figuró

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