18.04.2018 Views

La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

como <strong>de</strong> alguien que siente que le miran. Aunque hubiera querido, la pobre muchacha no habría podido<br />

olvidar la sonrisa tan fina que había visto errar en los labios <strong>de</strong>l preso cuando, la víspera, le conducían<br />

los gendarmes <strong>de</strong>l cuerpo <strong>de</strong> guardia.<br />

Aunque, según todas las señas, vigilaba sus actos con el mayor cuidado, en el momento <strong>de</strong> asomar a<br />

la ventana <strong>de</strong> la pajarera se sonrojó muy visiblemente. <strong>La</strong> primera i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Fabricio, pegado a los<br />

barrotes <strong>de</strong> hierro <strong>de</strong> su ventana, fue entregarse a la niñería <strong>de</strong> golpear un poco con la mano aquellos<br />

barrotes para producir un ligero ruido. Pero retrocedió en seguida ante la sola i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> semejante<br />

in<strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za. «Merecería que durante ocho días encargara <strong>de</strong> cuidar los pájaros a su doncella.» Esta i<strong>de</strong>a<br />

<strong>de</strong>licada no se le hubiera ocurrido en Nápoles o en Novara.<br />

<strong>La</strong> siguió fogosamente con los ojos. «Seguramente —<strong>de</strong>cía— se alejará sin dignarse echar una<br />

mirada a esta pobre ventana, y eso que está justamente enfrente <strong>de</strong> la suya.» Pero al volver <strong>de</strong> la estancia<br />

que Fabricio, gracias a su posición más elevada, veía muy bien, Clelia no pudo menos <strong>de</strong> mirarle alzando<br />

levemente los ojos y sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> andar; esto bastó para que Fabricio se creyera autorizado a saludarla.<br />

«¿No estamos aquí solos en el mundo?», se dijo para darse valor. Ante aquel saludo, la joven se quedó<br />

inmóvil y bajó los ojos; luego, Fabricio vio que los alzaba muy <strong>de</strong>spacio, y, haciendo un visible esfuerzo<br />

sobre sí misma, saludó al preso con un gesto muy grave y muy distante; pero a los ojos no pudo<br />

imponerles silencio: probablemente sin que ella lo supiera, trasuntaron un instante la más viva piedad.<br />

Fabricio observó que se sonrojaba hasta tal punto, que el arrebol se fue extendiendo rápidamente hasta el<br />

nacimiento <strong>de</strong> los hombros, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> el calor acababa <strong>de</strong> apartar, al aproximarse Clelia al balcón <strong>de</strong> los<br />

pájaros, un chal <strong>de</strong> encaje negro. <strong>La</strong> mirada involuntaria con que Fabricio respondió a su saludo aumentó<br />

la turbación <strong>de</strong> la muchacha. «¡Cuán dichosa sería esa pobre mujer —se dijo Clelia pensando en la<br />

duquesa— si pudiera verle tan sólo un momento como yo le estoy viendo!»<br />

Fabricio había tenido una leve esperanza <strong>de</strong> saludarla <strong>de</strong> nuevo al alejarse; mas, para evitar esta<br />

nueva cortesía, Clelia realizó una sabia retirada por etapas, <strong>de</strong> jaula en jaula, como si, al terminar,<br />

<strong>de</strong>biera aten<strong>de</strong>r a los pájaros más cercanos a la puerta. Por fin salió; Fabricio permaneció inmóvil<br />

mirando a la puerta por la cual acababa <strong>de</strong> <strong>de</strong>saparecer Clelia: era otro hombre.<br />

Des<strong>de</strong> aquel momento, el único objeto <strong>de</strong> su pensamiento fue saber cómo podría arreglárselas para<br />

continuar viéndola, incluso cuando estuviera colocada aquella horrible mampara ante la ventana que daba<br />

al palacio <strong>de</strong>l gobernador.<br />

<strong>La</strong> víspera por la noche, antes <strong>de</strong> acostarse, se había impuesto el larguísimo fastidio <strong>de</strong> escon<strong>de</strong>r la<br />

mayor parte <strong>de</strong>l oro que tenía, en varios agujeros <strong>de</strong> ratas que <strong>de</strong>coraban su celda <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. «Esta noche<br />

tengo que escon<strong>de</strong>r el reloj —se dijo—. He oído <strong>de</strong>cir que con paciencia y una cuerda <strong>de</strong> reloj <strong>de</strong>ntada<br />

se pue<strong>de</strong> cortar la ma<strong>de</strong>ra y hasta el hierro. Podré, pues, serrar esa mampara.» Este trabajo <strong>de</strong> escon<strong>de</strong>r<br />

el reloj, que duró dos horas largas, no le pareció nada largo; mientras lo realizaba, pensaba en los<br />

diversos medios <strong>de</strong> conseguir su objetivo y en sus conocimientos <strong>de</strong> carpintero. «Si sé arreglármelas —<br />

se <strong>de</strong>cía—, podré cortar netamente un cuadrado <strong>de</strong> la tabla <strong>de</strong> roble <strong>de</strong> la mampara, en la parte que irá<br />

apoyada en el alféizar <strong>de</strong> la ventana. Luego quitaré y repondré ese trozo según las circunstancias; daré a<br />

Grillo cuanto poseo para que tenga a bien no darse cuenta <strong>de</strong> este pequeño manejo.» Toda la felicidad <strong>de</strong><br />

Fabricio se circunscribía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahora a la posibilidad <strong>de</strong> ejecutar aquel trabajo, y no pensaba en ninguna<br />

otra cosa. «Con tal <strong>de</strong> que consiga verla, soy feliz… Pero no —añadió—, es preciso a<strong>de</strong>más que ella vea<br />

que la veo.» Toda la noche tuvo la cabeza llena <strong>de</strong> inventos <strong>de</strong> carpintería, y acaso no pensó ni una sola<br />

vez en la corte <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>, en la cólera <strong>de</strong>l príncipe, etc. Confesaremos que no pensó tampoco en el dolor

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!