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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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vengara?… No, jamás se le pasará por las mentes semejante i<strong>de</strong>a; no tiene el alma esencialmente baja <strong>de</strong>l<br />

príncipe. El con<strong>de</strong> pue<strong>de</strong>, aunque gimiendo, firmar un <strong>de</strong>creto infame, pero es hombre <strong>de</strong> honor. Y<br />

a<strong>de</strong>más, ¿<strong>de</strong> qué había <strong>de</strong> vengarse?; ¿<strong>de</strong> que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle amado cinco años sin inferir la menor<br />

ofensa a su amor, le diga: querido con<strong>de</strong>, yo tenía la fortuna <strong>de</strong> amarle, pero esa llama se ha extinguido;<br />

ya no le amo, mas conozco el fondo <strong>de</strong> su corazón; le guardo una profunda estimación y será siempre mi<br />

mejor amigo? ¿Qué pue<strong>de</strong> replicar un caballero a una <strong>de</strong>claración tan sincera?<br />

»Tomaré un nuevo amante, o al menos así lo parecerá en el mundo. Le diré a este amante: “En el<br />

fondo, el príncipe hace bien en castigar la ligereza <strong>de</strong> Fabricio; pero seguramente, el día <strong>de</strong> su santo<br />

nuestro magnánimo soberano le pondrá en libertad:” Así voy ganando seis meses. El nuevo amante<br />

elegido por la pru<strong>de</strong>ncia sería ese juez vendido, ese infame verdugo, ese Rassi… Se sentiría ennoblecido<br />

por esta elección y en realidad yo le daría acceso a la buena sociedad… ¡Perdóname Fabricio!:<br />

semejante esfuerzo está para mí fuera <strong>de</strong> lo posible. ¡Ese monstruo, todavía manchado con la sangre <strong>de</strong>l<br />

con<strong>de</strong> P***, y <strong>de</strong> D***! ¡Me <strong>de</strong>smayaría <strong>de</strong> asco si se acercara a mí, o más bien cogería un puñal y lo<br />

hundiría en su infame corazón! ¡Que no me pidan cosas imposibles!<br />

»¡Sí, ante todo, olvidar a Fabricio!, y ni una sombra <strong>de</strong> ira contra el príncipe; recobrar mi alegría<br />

ordinaria que será más grata a esas almas abyectas; primero, porque parecerá que me someto <strong>de</strong> buen<br />

grado a su soberano, y en segundo lugar porque, lejos <strong>de</strong> burlarme <strong>de</strong> ellos tendré mucho cuidado en<br />

poner <strong>de</strong> relieve sus lindos y pequeños méritos. Por ejemplo, felicitaré al con<strong>de</strong> Zurla por la belleza <strong>de</strong><br />

la pluma blanca <strong>de</strong> su sombrero, que acaba <strong>de</strong> mandar traer <strong>de</strong> Lyon por un correo y que le hace feliz.<br />

»Elegir un amante en el partido <strong>de</strong> la Raversi… Si el con<strong>de</strong> se va, será éste el partido ministerial, y<br />

ahí estará el po<strong>de</strong>r. Será un amigo <strong>de</strong> la Raversi el que reine en la ciuda<strong>de</strong>la, pues Fabio Conti ascen<strong>de</strong>rá<br />

a ministro. ¿Cómo es posible que el príncipe, hombre <strong>de</strong> buen trato, inteligente, acostumbrado a las<br />

maneras encantadoras <strong>de</strong>l con<strong>de</strong>, pueda tratar <strong>de</strong> negocios con ese buey, con ese rey <strong>de</strong> los maja<strong>de</strong>ros<br />

que ha consagrado toda su vida a este problema capital: “¿Deben los soldados <strong>de</strong> Su Alteza llevar en la<br />

guerrera siete botones, o nueve?”. ¡Son esos idiotas, muy envidiosos <strong>de</strong> mí, y ahí está tu mayor peligro,<br />

Fabricio querido, son esos idiotas enfurecidos los que van a <strong>de</strong>cidir mi suerte y la tuya! Por lo tanto, no<br />

hay que permitir que el con<strong>de</strong> presente la dimisión. ¡Que siga, aunque tenga que sufrir las mayores<br />

humillaciones! Él se figura siempre que presentar la dimisión es el mayor sacrificio que pue<strong>de</strong> hacer un<br />

primer ministro, y cada vez que el espejo le dice que va envejeciendo, me ofrece ese sacrificio. Conque<br />

rompimiento completo; sí, y reconciliación sólo en el caso <strong>de</strong> que no hubiera otro medio <strong>de</strong> impedirle<br />

que se marche. Seguramente pondré en el <strong>de</strong>spido toda la buena amistad posible; pero <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />

omisión cortesanesca <strong>de</strong> la frase procedimiento injusto en la carta <strong>de</strong>l príncipe, noto que, para no<br />

odiarle, tengo necesidad <strong>de</strong> no verle en unos meses. Aquella noche <strong>de</strong>cisiva, yo no necesitaba para nada<br />

su talento; bastaba con que escribiera al dictado mío sin omitir aquellas palabras que yo había ganado<br />

con mi carácter; pero se impusieron sus hábitos <strong>de</strong> bajo cortesano. Me <strong>de</strong>cía al día siguiente que no<br />

habría podido hacer firmar un absurdo a su príncipe, que hubieran sido necesarias cartas <strong>de</strong> gracia;<br />

pero, ¡Dios santo!, con gentes como éstas, con esos monstruos <strong>de</strong> vanidad y <strong>de</strong> rencor que se llaman<br />

Farnesio, se toma lo que se pue<strong>de</strong>.»<br />

Esta i<strong>de</strong>a reanimó toda la ira <strong>de</strong> la duquesa. «¡El príncipe me ha engañado —se <strong>de</strong>cía—, y con qué<br />

cobardía!… Ese hombre no tiene perdón: es inteligente, sagaz, reflexivo; no tiene <strong>de</strong> bajo más que las<br />

pasiones. El con<strong>de</strong> y yo lo hemos notado veinte veces: su inteligencia sólo es vulgar cuando se imagina<br />

que han querido ofen<strong>de</strong>rle. Pues bien, el <strong>de</strong>lito <strong>de</strong> Fabricio es ajeno a la política, es un pequeño

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