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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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torturaba su <strong>de</strong>sdichado corazón. Su perturbado cerebro no veía ninguna otra probabilidad en el futuro.<br />

Pasó diez minutos <strong>de</strong> furiosa agitación, hasta que un sueño <strong>de</strong> puro agotamiento vino a amainar por unos<br />

momentos aquel horrible estado; se le acababa la vida. Al cabo <strong>de</strong> unos minutos, se <strong>de</strong>spertó<br />

sobresaltada y se encontró sentada en el lecho; le parecía ver al príncipe cortándole la cabeza a Fabricio<br />

en presencia suya. ¡Con qué ojos extraviados miró en torno! Cuando por fin se convenció <strong>de</strong> que no tenía<br />

ante la vista ni al príncipe ni a Fabricio, volvió a caer sobre el lecho y estuvo a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>smayarse. Era<br />

tal su <strong>de</strong>bilidad fisica, que no se sentía con fuerzas para cambiar <strong>de</strong> postura.<br />

«¡Dios mío, si pudiera morir!… —se dijo—. Pero, ¡qué cobardía!: ¡abandonar yo a Fabricio en el<br />

infortunio! Estoy <strong>de</strong>lirando… En fin, volvamos a la realidad; examinemos con calma la horrible situación<br />

en que me he metido como por gusto. ¡Qué funesto disparate venir a vivir a la corte <strong>de</strong> un príncipe<br />

absoluto!, a un tirano que conoce a todas sus víctimas, cada mirada <strong>de</strong> las mismas le parece un <strong>de</strong>safío a<br />

su po<strong>de</strong>r. Esto fue lo que, por <strong>de</strong>sgracia, no vimos ni el con<strong>de</strong> ni yo cuando <strong>de</strong>jé Milán; yo creía en los<br />

atractivos <strong>de</strong> una corte agradable; algo inferior, es cierto, pero algo al fin parecido a los hermosos<br />

tiempos <strong>de</strong>l príncipe Eugenio.<br />

»De lejos, no nos imaginamos lo que es la autoridad <strong>de</strong> un déspota que conoce <strong>de</strong> vista a todos sus<br />

súbditos. <strong>La</strong> forma exterior <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spotismo es la misma que la <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más gobiernos: hay jueces, por<br />

ejemplo, pero son jueces como Rassi; ¡ah, monstruo!; no sería para él nada extraordinario hacer ahorcar a<br />

su propio padre si el príncipe se lo or<strong>de</strong>nara: le llamaría a esto cumplir con su <strong>de</strong>ber… ¡Seducir a<br />

Rassi!, <strong>de</strong>sdichada <strong>de</strong> mí, no poseo ningún medio para ello. ¿Qué puedo ofrecerle?: acaso cien mil<br />

francos; pero se dice que con ocasión <strong>de</strong> la última puñalada <strong>de</strong> que le hizo escapar la ira <strong>de</strong>l cielo contra<br />

este <strong>de</strong>sdichado país, el príncipe le mandó diez mil cequíes <strong>de</strong> oro en un cofre. Por otra parte, ¿se podría<br />

seducirle con dinero? Esa alma vil, que nunca ha visto sino <strong>de</strong>sprecio en las miradas <strong>de</strong> los hombres,<br />

ahora tiene el placer <strong>de</strong> ver el temor y hasta el respeto pue<strong>de</strong> llegar a ministro <strong>de</strong> Policía, ¿por qué no?<br />

Entonces, las tres cuartas partes <strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong>l país serán sus bajos cortesanos, y temblarán ante él<br />

tan servilmente como él tiembla ante el soberano.<br />

»Ya que no puedo huir <strong>de</strong> este lugar aborrecido, es preciso que sea útil a Fabricio: viviendo sola,<br />

aislada, <strong>de</strong>sesperada, ¿qué podría hacer por él? Vamos pues, a<strong>de</strong>lante, <strong>de</strong>sdichada mujer: cumple con tu<br />

<strong>de</strong>ber; preséntate en el mundo, finge que ya no piensas en Fabricio… ¡Fingir, olvidarte, ángel amado!»<br />

Al modular estas palabras, la duquesa se <strong>de</strong>shizo en lágrimas; por fin podía llorar. Transcurrida una<br />

hora concedida a la <strong>de</strong>bilidad humana, vio, un poco aliviada, que sus i<strong>de</strong>as comenzaban a ser más claras.<br />

«¡Si yo tuviera la alfombra mágica —se dijo— para sacar a Fabricio <strong>de</strong> la ciuda<strong>de</strong>la y refugiarme con él<br />

en algún país afortunado don<strong>de</strong> no pudieran perseguirnos! Por ejemplo, París. Viviríamos por lo pronto<br />

con los mil doscientos francos que el administrador <strong>de</strong> su padre me pasa con una puntualidad tan ridícula.<br />

Yo podría reunir cien mil francos con los restos <strong>de</strong> mi fortuna.» Y la imaginación <strong>de</strong> la duquesa se<br />

recreaba, con momentos <strong>de</strong> inefables <strong>de</strong>licias, en todos los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la vida que llevaría a trescientas<br />

leguas <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>. «Allí —se <strong>de</strong>cía—, Fabricio podría entrar en el servicio con un nombre supuesto… No<br />

tardaría el joven Valserra en hacerse una reputación en un regimiento <strong>de</strong> esos bravos franceses; por fin<br />

sería dichoso.»<br />

Estas imágenes venturosas provocaron <strong>de</strong> nuevo las lágrimas, pero ahora eran lágrimas dulces. ¡<strong>La</strong><br />

felicidad existía, pues, en alguna parte! Permaneció así bastante tiempo; a la pobre mujer la horrorizaba<br />

volver a la contemplación <strong>de</strong> la espantosa realidad. Por fin, cuando ya el alba comenzaba a dibujar con<br />

una línea blanca las copas <strong>de</strong> los árboles <strong>de</strong> su jardín, la duquesa hizo un esfuerzo por volver a la

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