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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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Dos o tres veces al año, Fabricio, intrépido y apasionado en sus placeres, estaba a punto <strong>de</strong> ahogarse<br />

en el lago. Era el jefe <strong>de</strong> todas las gran<strong>de</strong>s expediciones <strong>de</strong> los chiquillos al<strong>de</strong>anos <strong>de</strong> Grianta y <strong>de</strong> la<br />

Ca<strong>de</strong>nabia. Estos niños se habían agenciado unas cuantas llavecitas, y cuando la noche era muy oscura<br />

intentaban abrir los candados <strong>de</strong> las ca<strong>de</strong>nas que atan las barcas a alguna piedra gran<strong>de</strong> o a algún árbol<br />

cercano a la ribera. Conviene saber que en el lago <strong>de</strong> Como la industria <strong>de</strong> los pescadores se las arregla<br />

para <strong>de</strong>jar aparejos <strong>de</strong> pesca solos a gran distancia <strong>de</strong> la orilla. El extremo superior <strong>de</strong> la cuerda va<br />

sujeto a una tablilla <strong>de</strong> corcho, y una rama <strong>de</strong> avellano muy flexible clavada en esta tablilla sostiene una<br />

campanillita que suena cuando el pez, cogido en el anzuelo, sacu<strong>de</strong> la cuerda.<br />

El gran objetivo <strong>de</strong> estas expediciones nocturnas, que Fabricio mandaba en jefe, era ir a revisar<br />

aquellos aparejos antes <strong>de</strong> que los pescadores oyeran el aviso <strong>de</strong> las campanillas. Elegían los días <strong>de</strong><br />

temporal, y, para estas excursiones arriesgadas, se embarcaban una hora antes <strong>de</strong> amanecer. Al subir a la<br />

barca, aquellos niños creían lanzarse a los mayores peligros; era éste el lado bello <strong>de</strong> su acción;<br />

siguiendo el ejemplo <strong>de</strong> sus padres, rezaban <strong>de</strong>votamente el Ave María. Ahora bien; ocurría muchas<br />

veces que en el momento <strong>de</strong> zarpar y en el siguiente al Ave María, a Fabricio le acometía un presagio.<br />

Éste era el fruto que había sacado <strong>de</strong> los estudios astrológicos <strong>de</strong> su amigo el abate Blanès, en cuyas<br />

predicciones no creía. Según su juvenil imaginación, aquel presagio le anunciaba con certeza el bueno o<br />

el mal resultado; y como era más <strong>de</strong>cidido que ninguno <strong>de</strong> sus compañeros, poco a poco toda la pandilla<br />

se habituó <strong>de</strong> tal modo a los presagios, que si en el momento <strong>de</strong> embarcar aparecía en la costa un cura o<br />

si Tom veía volar un cuervo a mano izquierda, se apresuraban a echar <strong>de</strong> nuevo el candado a la ca<strong>de</strong>na<br />

<strong>de</strong>l bote, y todos tornaban a meterse en la cama. Así, pues, el abate Blanès no transmitió a Fabricio su<br />

ciencia, bastante difícil; pero, sin proponérselo, le inoculó una fe ilimitada en las señales que pue<strong>de</strong>n<br />

pre<strong>de</strong>cir el porvenir.<br />

El marqués sabía que cualquier acci<strong>de</strong>nte que pudiera sobrevenir en su correspon<strong>de</strong>ncia cifrada<br />

podía ponerle a merced <strong>de</strong> su hermana; por eso, todos los años, por Santa Angela, santo <strong>de</strong> la con<strong>de</strong>sa<br />

Pietranera, Fabricio obtenía permiso para ir a pasar ocho días a Milán. Vivía todo el año a la espera o en<br />

la añoranza <strong>de</strong> aquellos ocho días. En tan gran ocasión, para realizar este viaje diplomático, el marqués<br />

entregaba a su hijo cuatro escudos y, como <strong>de</strong> costumbre, no daba nada a su mujer, que iba a<br />

acompañarle. Pero la víspera <strong>de</strong>l viaje, salían para Como uno <strong>de</strong> los cocineros, seis lacayos y un<br />

cochero, y, todos los días <strong>de</strong> su estancia en Milán, la marquesa tenía un coche a sus ór<strong>de</strong>nes y una comida<br />

<strong>de</strong> doce cubiertos.<br />

El huraño género <strong>de</strong> vida que hacía el marqués <strong>de</strong>l Dongo era indudablemente muy poco divertido;<br />

tenía la ventaja <strong>de</strong> que enriquecía para siempre a las familias que tenían la bondad <strong>de</strong> reducirse a él. El<br />

marqués, que poseía más <strong>de</strong> doscientas mil libras <strong>de</strong> renta, no gastaba ni la cuarta parte, vivía <strong>de</strong><br />

esperanzas. Durante los trece años, <strong>de</strong> 1800 a 1813, creyó constante y firmemente que Napoleón sería<br />

<strong>de</strong>rribado antes <strong>de</strong> seis meses. ¡Imagínese su entusiasmo cuando, a principios <strong>de</strong> 1813, supo los <strong>de</strong>sastres<br />

<strong>de</strong> Beresina! <strong>La</strong> toma <strong>de</strong> París y la caída <strong>de</strong> Napoleón estuvieron a punto <strong>de</strong> hacerle per<strong>de</strong>r la cabeza; se<br />

permitió las palabras más ultrajantes para su mujer y para su hermana. Por fin al cabo <strong>de</strong> catorce años <strong>de</strong><br />

espera, tuvo la in<strong>de</strong>cible alegría <strong>de</strong> ver entrar en Milán las tropas austríacas. Siguiendo ór<strong>de</strong>nes<br />

recibidas <strong>de</strong> Viena, el general austríaco recibió al marqués <strong>de</strong>l Dongo con una consi<strong>de</strong>ración rayana en<br />

respeto; se apresuraron a ofrecerle uno <strong>de</strong> los primeros puestos en el gobierno, y él lo aceptó como pago<br />

<strong>de</strong> una <strong>de</strong>uda. Su primogénito obtuvo un puesto <strong>de</strong> teniente en uno <strong>de</strong> los más lucidos regimientos <strong>de</strong> la

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