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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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a aquella cara rasgos un poco marcados: por ejemplo, los labios, llenos <strong>de</strong> una gracia impresionante,<br />

eran ligeramente gruesos.<br />

<strong>La</strong> admirable singularidad <strong>de</strong> su rostro, en el que resplan<strong>de</strong>cían los encantos puros y el trasunto<br />

celestial <strong>de</strong> un alma nobilísima, consistía precisamente en que, a pesar <strong>de</strong> su rarísima belleza, no se<br />

parecía en nada a las cabezas <strong>de</strong> las estatuas griegas. En cambio, la duquesa poseía, un poco con exceso,<br />

la conocida belleza i<strong>de</strong>al, y su cabeza verda<strong>de</strong>ramente lombarda recordaba la sonrisa voluptuosa y la<br />

tierna melancolía <strong>de</strong> las hermosas Herodías <strong>de</strong> Leonardo <strong>de</strong> Vinci. Todo lo que la duquesa tenía <strong>de</strong><br />

vivacidad, <strong>de</strong> ingenio chispeante y <strong>de</strong> malicia, <strong>de</strong> apasionamiento para entregarse —si así pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse<br />

a todos los temas que la conversación le ponía ante los ojos <strong>de</strong>l alma, lo tenía Clelia <strong>de</strong> calmosa y lenta<br />

en conmoverse, fuera por menosprecio <strong>de</strong> lo que la ro<strong>de</strong>aba, fuera por añoranza <strong>de</strong> una quimera ausente.<br />

Durante mucho tiempo se había creído que acabaría por abrazar la vida religiosa. A los veinte años,<br />

mostraba repugnancia a ir al baile y si acompañaba a su padre a los salones, era sólo por obediencia y<br />

por no perjudicar los intereses <strong>de</strong> la paterna ambición.<br />

«Aunque el cielo me ha dado por hija —repetía el alma vulgar <strong>de</strong>l general— a la criatura más bella<br />

<strong>de</strong> los Estados <strong>de</strong> nuestro soberano, y la más virtuosa, parece que no me va a servir <strong>de</strong> nada para mejorar<br />

mi fortuna. Estoy <strong>de</strong>masiado aislado, no tengo en el mundo a nadie más que a ella y necesito<br />

absolutamente una familia que me levante y me dé cierto nombre en los salones, para que mi mérito y<br />

sobre todo mi aptitud para el ministerio sean <strong>de</strong>stacados como bases invulnerables a todo razonamiento<br />

político. Pues bien, mi hija, tan bella, tan juiciosa, tan piadosa, se pone <strong>de</strong> mal humor cada vez que a un<br />

joven bien establecido en la corte se le ocurre ofrecerle sus homenajes. Una vez <strong>de</strong>spachado el<br />

pretendiente, se vuelve menos sombría y la veo casi alegre hasta que otro aspirante a marido da un paso<br />

al frente. El hombre más apuesto <strong>de</strong> la corte, el con<strong>de</strong> Baldi, se presentó y no consiguió nada, el hombre<br />

más rico <strong>de</strong> los Estados <strong>de</strong> Su Alteza, el marqués Crescenzi, le reemplazó, y mi hija preten<strong>de</strong> que la haría<br />

<strong>de</strong>sgraciada.»<br />

«Decididamente —se <strong>de</strong>cía otra vez el general—, los ojos <strong>de</strong> mi hija son más bellos que los <strong>de</strong> la<br />

duquesa, sobre todo porque, en ciertas ocasiones, son capaces <strong>de</strong> una expresión más profunda; pero,<br />

¿cuándo se ve esta expresión magnífica? Jamás en un salón, don<strong>de</strong> podría hacerle honor, sino más bien<br />

cuando vamos los dos solos <strong>de</strong> paseo y se enternece, por ejemplo, ante la <strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> cualquier<br />

vagabundo <strong>de</strong>spreciable. “Guarda algún trasunto <strong>de</strong> esa mirada sublime —le digo algunas veces— para<br />

los salones a que asistiremos esta noche.” Pues nada <strong>de</strong> eso: en cuanto se digna acompañarme al gran<br />

mundo, su rostro noble y puro ofrece la expresión bastante altiva y poco alentadora <strong>de</strong> la obediencia<br />

pasiva.»<br />

Como se ve, el general no omitía diligencia alguna por encontrar un yerno conveniente, pero <strong>de</strong>cía<br />

verdad.<br />

Los cortesanos, que no tienen nada que contemplar en su propia alma, están atentos a todo. Habían<br />

observado que era especialmente en aquellos días en que Clelia no tenía suficiente dominio <strong>de</strong> sí misma<br />

para salir <strong>de</strong> sus propios ensueños y fingir interés por algo, cuando la duquesa gustaba <strong>de</strong> pararse junto a<br />

ella y procuraba hacerla hablar. El cabello <strong>de</strong> Clelia, <strong>de</strong> un rubio ceniciento, se <strong>de</strong>stacaba en un contraste<br />

muy suave, sobre las mejillas <strong>de</strong> colorido fino, pero en general un poco <strong>de</strong>masiado pálido. Sólo la forma<br />

<strong>de</strong> la frente habría podido revelar a un observador atento que aquel aire tan noble, aquel a<strong>de</strong>mán tan por<br />

encima <strong>de</strong> los atractivos corrientes, se <strong>de</strong>bían a una profunda indiferencia por todo lo vulgar. Era

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