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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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El príncipe estaba fuera <strong>de</strong> sí, pero <strong>de</strong>bía al hábito <strong>de</strong> su oficio <strong>de</strong> soberano absoluto la fuerza <strong>de</strong><br />

resistir al primer impulso. «Hay que conseguir a esta mujer —se dijo—; me <strong>de</strong>bo esto a mí mismo, y<br />

luego matarla a fuerza <strong>de</strong> <strong>de</strong>sprecio… Si sale <strong>de</strong> este gabinete, no la volveré a ver jamás.» Pero, ebrio <strong>de</strong><br />

ira y <strong>de</strong> odio como estaba en aquel momento, ¿cómo hallar las palabras que pudieran a la vez satisfacer a<br />

lo que se <strong>de</strong>bía a sí mismo e inclinar a la duquesa a no abandonar inmediatamente su corte? «No se pue<strong>de</strong><br />

—se dijo— ni repetir, ni hacer ridículo un gesto.» Y fue a colocarse entre la duquesa y la puerta <strong>de</strong> su<br />

gabinete. Al cabo <strong>de</strong> un momento, oyó arañar en esta puerta.<br />

—¿Quién es el importuno —gritó jurando con toda la fuerza <strong>de</strong> sus pulmones—, quién es el<br />

importuno que viene a traerme su necia presencia?<br />

El pobre general Fontana asomó su rostro pálido y enteramente perturbado, pronunciando en tono<br />

agónico estas palabras mal articuladas:<br />

—Su Excelencia el con<strong>de</strong> Mosca solicita el honor <strong>de</strong> ser recibido.<br />

—¡Que pase! —gritó el príncipe. Y cuando Mosca saludaba:<br />

—Y bien —le dijo, aquí está la señora duquesa Sanseverina que preten<strong>de</strong> abandonar <strong>Parma</strong><br />

inmediatamente para ir a residir en Nápoles, y que, encima, me dice impertinencias.<br />

—¡Cómo es eso! —exclamó Mosca pali<strong>de</strong>ciendo.<br />

—Pero, ¿no conocía usted este proyecto <strong>de</strong> partida?<br />

—Ni una palabra. A las seis <strong>de</strong>jé a la duquesa feliz y contenta.<br />

Estas palabras produjeron en el príncipe un efecto increíble. Miró a Mosca; su pali<strong>de</strong>z creciente le<br />

<strong>de</strong>mostró que <strong>de</strong>cía la verdad y no era cómplice <strong>de</strong>l arrebato <strong>de</strong> la duquesa. «Entonces —se dijo—, la<br />

pierdo para siempre; placer y venganza, todo se esfuma al mismo tiempo. En Nápoles hará epigramas con<br />

su sobrino Fabricio sobre la tremenda ira <strong>de</strong>l principillo <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>.» Miró a la duquesa; el <strong>de</strong>sdén más<br />

violento y la más viva cólera se disputaban su corazón; en aquel momento tenía los ojos fijos en el con<strong>de</strong><br />

Mosca, y los finísimos contornos <strong>de</strong> su hermosa boca expresaban <strong>de</strong>sprecio muy amargo. Todo en aquel<br />

semblante <strong>de</strong>cía: ¡vil cortesano! «Resulta, pues —pensó el príncipe <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> observarla—, que pierdo<br />

también el medio <strong>de</strong> atraerla a este país. Si sale <strong>de</strong> mi gabinete en este momento, se acabó para mí. ¡Y<br />

Dios sabe lo que dirá <strong>de</strong> mis jueces en Nápoles!… Y con ese talento y esa divina fuerza <strong>de</strong> persuasión<br />

que el cielo le ha dado, conseguirá que todo el mundo la crea. Le <strong>de</strong>beré la fama <strong>de</strong> un tirano ridículo que<br />

se levanta por la noche a mirar <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la cama… »<br />

Mediante una maniobra diestra y como si se paseara tratando <strong>de</strong> calmar su agitación, el príncipe se<br />

colocó <strong>de</strong> nuevo ante la puerta <strong>de</strong>l gabinete; el con<strong>de</strong> estaba a su <strong>de</strong>recha, a tres pasos <strong>de</strong> distancia,<br />

pálido, <strong>de</strong>rrumbado y tan trémulo que tuvo que apoyarse en el respaldo <strong>de</strong>l sillón que había ocupado la<br />

duquesa al comenzar la audiencia, y que el príncipe, en un momento <strong>de</strong> cólera, había empujado lejos. El<br />

con<strong>de</strong> estaba enamorado. «Si la duquesa se marcha, la sigo —se <strong>de</strong>cía—; pero ¿me admitirá en su<br />

compañía?: ésta es la cuestión.»<br />

A la izquierda <strong>de</strong>l príncipe, la duquesa, <strong>de</strong> pie, con los brazos cruzados y apretados contra el pecho,<br />

le miraba con una impertinencia admirable. Una pali<strong>de</strong>z total y profunda reemplazaba ahora los vivos<br />

colores que antes animaran aquel semblante sublime.<br />

El príncipe, al contrario <strong>de</strong> los otros dos personajes, tenía el rostro encarnado y el gesto inquieto. Su<br />

mano izquierda jugaba convulsa con la cruz pendiente <strong>de</strong>l cordón que llevaba al cuello; con la <strong>de</strong>recha se<br />

acariciaba la barbilla.

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