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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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—Entre en el <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> policía para examinar su pasaporte.<br />

En las sucias pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l tal <strong>de</strong>spacho, pendían <strong>de</strong> unos clavos los sombreros grasientos <strong>de</strong> los<br />

empleados. <strong>La</strong> gran mesa <strong>de</strong> pino <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la cual se atrincheraban aquéllos estaba toda manchada <strong>de</strong><br />

tinta y <strong>de</strong> vino; dos o tres voluminosos registros encua<strong>de</strong>rnados en piel ver<strong>de</strong> ostentaban también manchas<br />

<strong>de</strong> todos los colores, y el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> las páginas estaba ennegrecido por las manos. Sobre los registros<br />

apilados uno sobre otro, tres magníficas coronas <strong>de</strong> laurel que habían servido la víspera en una <strong>de</strong> las<br />

fiestas <strong>de</strong>l emperador.<br />

A Fabricio le impresionaron todos estos <strong>de</strong>talles y le oprimieron el corazón; pagaba así el lujo<br />

espléndido y pulcro que resplan<strong>de</strong>cía en su lindo <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong>l palacio Sanseverina. Se veía<br />

obligado a entrar en aquella sucia oficina y aparecer en ella como un inferior; iba a sufrir un<br />

interrogatorio.<br />

El empleado que alargó una mano amarilla para tomar el pasaporte era pequeño y muy moreno;<br />

llevaba un alfiler <strong>de</strong> latón en la corbata.<br />

«Éste es un pueblerino <strong>de</strong> mal genio», se dijo Fabricio. El personaje en cuestión se mostró<br />

excesivamente sorprendido al leer el pasaporte, y esta lectura duró lo menos cinco minutos.<br />

—Ha sufrido un acci<strong>de</strong>nte —dijo al extranjero mirándole a la mejilla.<br />

—El veturino nos ha <strong>de</strong>speñado por el dique <strong>de</strong>l Po.<br />

Se hizo otra vez el silencio, mientras el empleado lanzaba miradas feroces al viajero.<br />

«Ya estoy cogido —se dijo Fabricio—; va a <strong>de</strong>cirme que lamenta tener que darme una mala noticia y<br />

que quedo <strong>de</strong>tenido.» Toda suerte <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as locas se atropellaron en la mente <strong>de</strong> nuestro héroe, que en<br />

aquel momento no era muy lógica que digamos. Pensó en huir por la puerta <strong>de</strong> la oficina que había<br />

quedado abierta. «Me <strong>de</strong>snudo, me arrojo al Po y seguramente podré atravesarlo a nado. Todo es<br />

preferible a Spielberg.» El empleado <strong>de</strong> policía le miraba fijamente mientras él calculaba las<br />

probabilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> éxito <strong>de</strong> aquella aventura; ofrecían dos curiosos semblantes. <strong>La</strong> presencia <strong>de</strong>l peligro<br />

estimula las faculta<strong>de</strong>s mentales <strong>de</strong>l hombre <strong>de</strong> razón, le pone, por <strong>de</strong>cirlo así, por encima <strong>de</strong> sí mismo;<br />

al hombre <strong>de</strong> imaginación le inspira novelas, intrépidas sin duda, pero a menudo absurdas.<br />

Era <strong>de</strong> ver el gesto indignado <strong>de</strong> nuestro héroe, bajo la mirada escrutadora <strong>de</strong> aquel funcionario <strong>de</strong><br />

policía adornado con sus joyas <strong>de</strong> cobre. «Si le mato —se <strong>de</strong>cía Fabricio—, me con<strong>de</strong>narán por<br />

homicidio a veinte años <strong>de</strong> galeras o a muerte, lo que sería menos horrible que Spielberg con una ca<strong>de</strong>na<br />

<strong>de</strong> ciento veinte libras en cada pie y ocho onzas <strong>de</strong> pan por todo alimento, y eso durante veinte años; es<br />

<strong>de</strong>cir, que saldría a los cuarenta y cuatro.» <strong>La</strong> lógica <strong>de</strong> Fabricio olvidaba que, habiendo quemado su<br />

pasaporte, nada indicaba al empleado <strong>de</strong> policía que él fuese el rebel<strong>de</strong> Fabricio <strong>de</strong>l Dongo.<br />

El miedo <strong>de</strong> nuestro héroe era, como se ve, bastante consi<strong>de</strong>rable; mucho mayor lo fuera <strong>de</strong> haber<br />

podido adivinar los pensamientos que agitaban al policía. Este hombre era amigo <strong>de</strong> Giletti; imagínese,<br />

pues, su sorpresa cuando vio el pasaporte <strong>de</strong>l cómico en manos <strong>de</strong> otro, lo primero que se le ocurrió fue<br />

mandar <strong>de</strong>tener al que lo <strong>de</strong>tentaba, pero en seguida pensó que Giletti podía muy bien haber vendido su<br />

pasaporte a aquel lindo mancebo que, según todas las trazas, acababa <strong>de</strong> hacer una fechoría en <strong>Parma</strong>.<br />

«Si le <strong>de</strong>tengo —se dijo—, Giletti se verá comprometido; se <strong>de</strong>scubrirá fácilmente que ha vendido su<br />

pasaporte; por otra parte, ¿qué dirán mis jefes si se llega a comprobar que yo, amigo <strong>de</strong> Giletti, he visado<br />

su pasaporte en manos <strong>de</strong> otro?» El empleado se levantó bostezando y dijo a Fabricio: «Espere, señor».<br />

Luego, por un hábito policial, añadió: «Surge una dificultad». Fabricio se dijo para sí: «Lo que va a

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