La cartuja de Parma - Stendhal
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.
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Marietta se abrazó a su cuello y la vieja le besó las manos. El coche seguía avanzando al trote corto.<br />
Cuando vieron <strong>de</strong> lejos las barreras amarillas con franjas negras que anunciaban los dominios austríacos,<br />
la vieja dijo a Fabricio:<br />
—Sería mejor que entrase a pie con el pasaporte <strong>de</strong> Giletti en el bolsillo; nosotros vamos a parar un<br />
momento con el pretexto <strong>de</strong> arreglarnos un poco. A<strong>de</strong>más, la aduana nos va a registrar el equipaje. Usted,<br />
si quiere hacerme caso, atravesará Casal–Maggiore con paso <strong>de</strong>scuidado; hasta <strong>de</strong>be entrar en el café y<br />
beber una copa <strong>de</strong> aguardiente; en cuanto esté fuera <strong>de</strong>l pueblo, escape a toda prisa. <strong>La</strong> policía austríaca<br />
está endiabladamente alerta; pronto sabrá que han matado a un hombre, y usted viaja con un pasaporte<br />
que no es suyo; con esto sobra para pasar dos años en la cárcel. Llegue al Po, a la <strong>de</strong>recha al salir <strong>de</strong>l<br />
pueblo, alquile una barca y refúgiese en Rávena o en Ferrara; salga cuanto antes <strong>de</strong> los Estados<br />
austríacos. Con dos luises podrá comprar un pasaporte a algún aduanero, porque este que lleva le será<br />
fatal; recuer<strong>de</strong> que ha matado a un hombre.<br />
Mientras se acercaba a la cabeza <strong>de</strong>l puente <strong>de</strong> barcas <strong>de</strong> Casal–Maggiore, Fabricio iba leyendo<br />
atentamente el pasaporte <strong>de</strong> Giletti.<br />
Nuestro héroe tenía mucho miedo, pues se acordaba vivamente <strong>de</strong> todo lo que el con<strong>de</strong> Mosca le<br />
había dicho sobre lo peligroso que era para él entrar en los Estados austríacos; ahora bien, veía a<br />
doscientos pasos el puente terrible que iba a darle acceso a aquel país cuya capital era, para él,<br />
Spielberg [1] . ¿Pero qué otra cosa podía hacer? El ducado <strong>de</strong> Mó<strong>de</strong>na, que limita al sur con el Estado <strong>de</strong><br />
<strong>Parma</strong>, <strong>de</strong>volvía a éste los fugitivos, en virtud <strong>de</strong> un convenio especial; la frontera <strong>de</strong>l Estado que se<br />
extien<strong>de</strong> por las montañas hacia Génova estaba muy lejos, y su malaventura sería conocida en <strong>Parma</strong><br />
mucho antes <strong>de</strong> que pudiera llegar a aquellas montañas; sólo le quedaban, pues, los estados <strong>de</strong> Austria a<br />
la orilla izquierda <strong>de</strong>l Po. Antes <strong>de</strong> que pudieran escribir a las autorida<strong>de</strong>s austríacas para pedirles su<br />
<strong>de</strong>tención, transcurrirían acaso treinta y seis horas o dos días. Hechas todas estas reflexiones, Fabricio<br />
quemó con la lumbre <strong>de</strong> su cigarro su propio pasaporte; en terreno austríaco, más le valía ser un<br />
vagabundo que ser Fabricio <strong>de</strong>l Dongo, y era posible que le registraran.<br />
Aparte la repugnancia, muy natural, que le producía confiar su vida al pasaporte <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sventurado<br />
Giletti, este documento ofrecía inconvenientes materiales: la talla <strong>de</strong> Fabricio apenas si llegaba a cinco<br />
pies y cinco pulgadas, y no a cinco pies y diez pulgadas como indicaba el pasaporte; tenía apenas<br />
veinticuatro años y parecía más joven. Giletti tenía treinta y nueve. Confesaremos que nuestro héroe<br />
estuvo paseándose media hora larga por un muelle <strong>de</strong>l Po, cercano al puente <strong>de</strong> barcas, antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>cidirse<br />
a llegar a él. «¿Qué aconsejaría yo a otro que se hallara en mi caso? —se preguntó al fin—; sin duda<br />
alguna, pasar: es peligroso quedarse en el Estado <strong>de</strong> <strong>Parma</strong>; pue<strong>de</strong>n enviar un gendarme en persecución<br />
<strong>de</strong>l hombre que ha matado a otro, aunque haya sido en propia <strong>de</strong>fensa.» Fabricio revisó sus bolsillos,<br />
rompió todos los papeles y se quedó sólo con el pañuelo y la cigarrera; le interesaba abreviar el registro<br />
que iba a sufrir. Pensó en una terrible objeción que podían hacerle y a la que no hallaría respuesta<br />
satisfactoria: iba a <strong>de</strong>cir que se llamaba Giletti, y toda su ropa llevaba la marca F. D.<br />
Como se ve, Fabricio era uno <strong>de</strong> esos <strong>de</strong>sventurados a quienes atormenta la imaginación; <strong>de</strong>fecto es<br />
éste muy propio <strong>de</strong> las mentes italianas. Un soldado francés <strong>de</strong> un valor igual o incluso inferior se<br />
hubiera presentado para pasar el puente en seguida y sin pensar <strong>de</strong> antemano en ninguna dificultad, pero<br />
en cambio tendría a su favor una gran sangre fría, y Fabricio estaba muy lejos <strong>de</strong> poseer esa sangre fría<br />
cuando, al extremo <strong>de</strong>l puente, un hombrecillo vestido <strong>de</strong> gris le dijo: