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La cartuja de Parma - Stendhal

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

HENRI BEYLE, STENDHAL (Grenoble, 1783 - París, 1842), fue uno de los escritores franceses más influyentes del siglo XIX. Abandonó su casa natal a los dieciséis años y poco después se alistó en el ejército de Napoleón, con el que recorrió Alemania, Austria y Rusia. Su actividad literaria más influyente comenzó tras la caída del imperio napoleónico: en 1830 publicó Rojo y negro, y en 1839 La Cartuja de Parma. Entre sus obras también destacan sus escritos autobiográficos, Vida de Henry Brulard y Recuerdos de egotismo. Tras ser cónsul en Trieste y Civitavecchia, en 1841 regresó a París, donde murió un año más tarde.

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—¡Ten cuidado: te va a matar! ¡Toma!<br />

Y Fabricio vio caer <strong>de</strong> la portezuela una especie <strong>de</strong> gran cuchillo <strong>de</strong> caza. Se bajó a recogerlo, pero<br />

en el mismo instante se sintió tocado en el hombro por una estocada <strong>de</strong> Giletti. Cuando se levantó, estaba<br />

a seis pulgadas <strong>de</strong> Giletti, que le asestó en la cara un golpe furioso con el pomo <strong>de</strong> su espada; tan fuerte<br />

fue, que le ofuscó por completo la razón. En aquel momento estuvo a punto <strong>de</strong> que Giletti le matara.<br />

Afortunadamente para Fabricio, Giletti estaba <strong>de</strong>masiado cerca para po<strong>de</strong>r tirarle una estocada. Fabricio,<br />

vuelto en sí, echó a correr con todas sus fuerzas; mientras corría, <strong>de</strong>senvainó el cuchillo <strong>de</strong> caza y,<br />

volviéndose súbitamente, se halló a tres pasos <strong>de</strong> Giletti, que le perseguía, Giletti iba lanzado en su<br />

carrera: Fabricio le clavó el cuchillo; Giletti tuvo tiempo <strong>de</strong> levantar un poco con su espada el cuchillo<br />

<strong>de</strong> caza, pero recibió la cuchillada <strong>de</strong> lleno en la mejilla izquierda. Pasó muy cerca <strong>de</strong> Fabricio, que al<br />

propio tiempo se sintió herido en el muslo: Giletti había tenido tiempo <strong>de</strong> abrir su navaja. Fabricio saltó<br />

hacia la <strong>de</strong>recha, se volvió y los dos contendientes se encontraron en fin a una justa distancia <strong>de</strong> combate.<br />

Giletti juraba como un con<strong>de</strong>nado: «¡Te voy a cortar el pescuezo, cura sinvergüenza!», repetía a cada<br />

momento. Fabricio estaba sin aliento y no podía hablar: el golpe en la cara le dolía mucho y la nariz le<br />

sangraba copiosamente. Paró varios golpes con el cuchillo <strong>de</strong> caza y lanzó otros sin saber casi lo que<br />

hacía; tenía la vaga sensación <strong>de</strong> hallarse en un torneo público. Esta i<strong>de</strong>a se la había sugerido la<br />

presencia <strong>de</strong> sus excavadores, que en número <strong>de</strong> veinticinco o treinta formaban círculo en torno a los<br />

contendientes, pero a una respetuosa distancia, pues éstos se <strong>de</strong>splazaban continuamente para lanzarse<br />

uno contra otro.<br />

<strong>La</strong> pelea parecía ce<strong>de</strong>r un poco; ya no se sucedían los golpes con tanta rapi<strong>de</strong>z, cuando Fabricio se<br />

dijo: «A juzgar por el dolor que siento en la cara, <strong>de</strong>be haberme <strong>de</strong>sfigurado». Iracundo ante esta i<strong>de</strong>a,<br />

saltó sobre su enemigo cuchillo en ristre. <strong>La</strong> punta le entró a Giletti por el lado <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>l pecho y le<br />

salió por el hombro izquierdo; simultáneamente, la espada <strong>de</strong> Giletti le atravesó el brazo a Fabricio, pero<br />

resbaló bajo la piel y la herida fue insignificante.<br />

Giletti había caído; cuando Fabricio avanzaba hacia él mirando su mano izquierda que empuñaba un<br />

cuchillo, la mano se abrió maquinalmente y <strong>de</strong>jó escapar el arma:<br />

«El bergante está muerto», se dijo Fabricio. Le miró al rostro. Giletti echaba mucha sangre por la<br />

boca. Fabricio corrió al coche.<br />

—¿Tienes un espejo? —preguntó a Marietta.<br />

Marietta le miraba muy pálida y no contestaba. <strong>La</strong> vieja abrió con mucha calma una gran bolsa ver<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> labor y presentó a Fabricio un espejito <strong>de</strong> mango <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> la mano. Fabricio se miró palpándose<br />

el rostro.<br />

«Los ojos están sanos —se dijo—, y esto ya es mucho.» Examinó los dientes, no estaban rotos. «Pero<br />

¿por qué me duele tanto?», se preguntaba a media voz.<br />

<strong>La</strong> vieja le contestó:<br />

—Es que el pomo <strong>de</strong> la espada <strong>de</strong> Giletti le ha machacado la carne <strong>de</strong>l pómulo contra el hueso. Tiene<br />

la mejilla horriblemente hinchada y azul, póngase en seguida unas sanguijuelas y no será nada.<br />

—¡Unas sanguijuelas en seguida! —rió Fabricio recuperando <strong>de</strong>l todo la tranquilidad.<br />

Vio que los excavadores ro<strong>de</strong>aban a Giletti y le miraban sin atreverse a tocarle.<br />

—¡Socorred a ese hombre! —les gritó—; quitadle la chaqueta.<br />

Iba a continuar, pero alzando los ojos vio cinco o seis hombres a trescientos pasos en la carretera,

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