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Reflexiones

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conÉl<br />

2018<br />

Una meditación<br />

para orar cada día<br />

con el evangelio de la Misa<br />

ENERO<br />

Antonio Fernández<br />

Fulgencio Espa (coord.)<br />

PALABRA


Coordinador: Fulgencio Espa<br />

© Antonio Fernández Velasco, 2017<br />

© Ediciones Palabra, S.A., 2017<br />

Paseo de la Castellana, 210 – 28046 MADRID (España)<br />

Telf.: (34) 91 350 77 20 – (34) 91 350 77 39<br />

www.palabra.es<br />

palabra@palabra.es<br />

Diseño de portada: Antonio Larrad<br />

Diseño de ePub: Rodrigo Pérez Fernández<br />

ISBN: 978-84-9061-672-7<br />

Todos los derechos reservados.<br />

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por<br />

cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del<br />

editor.


ÍNDICE<br />

1 de enero. Lunes. Santa María Madre de Dios<br />

2 de enero. Martes. Segunda semana de Navidad<br />

3 de enero. Miércoles<br />

4 de enero. Jueves<br />

5 de enero. Viernes<br />

6 de enero. Sábado. Epifanía del Señor<br />

7 de enero. Domingo. Bautismo del Señor<br />

8 de enero. Lunes. Primera semana del Tiempo ordinario<br />

9 de enero. Martes<br />

10 de enero. Miércoles<br />

11 de enero. Jueves<br />

12 de enero. Viernes<br />

13 de enero. Sábado<br />

14 de enero. Segunda semana del Tiempo ordinario<br />

15 de enero. Lunes<br />

16 de enero. Martes<br />

17 de enero. Miércoles<br />

18 de enero. Jueves<br />

19 de enero. Viernes<br />

20 de enero. Sábado<br />

21 de enero. Domingo. Tercera semana del Tiempo ordinario<br />

22 de enero. Lunes<br />

23 de enero. Martes<br />

24 de enero. Miércoles<br />

25 de enero. Jueves. Conversión de san Pablo<br />

26 de enero. Viernes<br />

27 de enero. Sábado<br />

28 de enero. Domingo. Cuarta semana del Tiempo ordinario<br />

29 de enero. Lunes<br />

30 de enero. Martes<br />

31 de enero. Miércoles<br />

Notas<br />

Santoral de Enero


LUNES 1 DE ENERO<br />

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS<br />

1. Clásicos de comienzo de año. 2. El primer día del año mira a María. 3. El secreto de María.<br />

1. Hay clásicos que vienen a nuestra existencia periódicamente y atraen nuestra atención hacia sí con<br />

su llegada. Así, por ejemplo, para los amantes del fútbol, el clásico es un partido, más bien varios al año,<br />

que esperan con emoción y da para largas tertulias y algún que otro sofoco. La Navidad es también un<br />

clásico en nuestras vidas que todos los años viene para dirigir nuestra mirada al portal de Belén y<br />

llenarnos el corazón de buenos propósitos. Hoy, primer día del año, es un clásico hacer propósitos para<br />

el nuevo tiempo que comenzamos. No te será extraño escuchar cosas como: «Este año dejo de fumar» o<br />

«Esta vez sí que voy a empezar a correr todas las noches después del trabajo». Empezar a hacer deporte,<br />

adelgazar unos kilitos, dejar de fumar son algunos de los clásicos de principio de año. ¿No te parece<br />

poca cosa? No digo que esté mal proponerse cosas de esta naturaleza, pero ¿de verdad apuntamos alto<br />

con ellas? Dicho de otro modo, si al final del año hicieras un repaso de lo que ha sido para ti y<br />

comprobaras que has cumplido ese propósito de inicio de año, ¿bastaría eso para hacer de ese año un año<br />

memorable? ¿Quedaría indeleble en tu memoria como «el año que empecé a correr»? Parece que no. Es<br />

bueno hacer propósitos, proyectar cosas para el año que comienza, pero apunta alto. No te quedes en<br />

cosas superficiales y secundarias. Ponte delante de Dios con sinceridad y piensa aquellos aspectos de tu<br />

vida, empezando por tu trato con Jesús, en los que durante este año que empiezas puedes mejorar. «El año<br />

en que tomé en serio la vocación a la santidad» ese sí es un buen título, mucho mejor que el de dejar de<br />

fumar o adelgazar. Un año así, en el que te decidieras a ir por caminos de amor de Dios, ese sí sería<br />

memorable. Piensa, proyecta, sueña qué va a ser este año que comienza; y apunta alto, muy alto, al cielo.<br />

2. Una fuente de inspiración para tus propósitos de comienzo de año la puedes encontrar sin duda en<br />

Santa María. No en vano la Iglesia cada primero de enero nos presenta a la Virgen María para que la<br />

contemplemos y la celebremos. Lo hace con el título principal del que vienen todos los demás: Santa<br />

María Madre de Dios. Porque en María contemplas el proyecto de Dios para la humanidad: en ella se ha<br />

encarnado el Hijo de Dios, que viene para salvarnos, para darnos vida verdadera y dárnosla con<br />

abundancia. El gran proyecto de Dios pasa por una joven de Nazaret, una mujer sin nada que la distinga<br />

de las demás pero que a los ojos de Dios ha alcanzado gracia para siempre. Así hace las cosas Dios: ha<br />

elegido el camino de la sencillez, de la humildad. No hace grandes anuncios ni ofrece actuaciones<br />

espectaculares. Fíjate en el evangelio de hoy, una familia de Nazaret, un pesebre con el niño acostado en<br />

él y los pastores que van a ver al niño que les han anunciado unos ángeles. ¿Quién se atrevería a decir<br />

que allí está el soberano del universo, el deseado de las naciones? Para aceptarlo hay que entrar en esa


manera de hacer las cosas de Dios que es la dinámica de la encarnación. Si quieres que tus propósitos<br />

agraden al Señor y sean verdaderamente eficaces para hacerte avanzar en tu vida interior, no puedes<br />

olvidar el modo en que Dios realiza sus proyectos.<br />

Por eso mira a María. Fíjate que ella se define por entero en relación con Dios. Ella es la hija del<br />

Padre, la madre del Hijo y la esposa del Espíritu Santo. Ella es para Dios y para sus hijos los hombres.<br />

Es madre para dar vida, para darnos al que es la vida. No te extrañe entonces que, de todas aquellas<br />

cosas que puedas proponerte, las que te asemejen más a ella serán las que agraden más a Dios. Piensa<br />

entonces qué puedes hacer para servir más y mejor a quienes te rodean. Aquellos propósitos que piensan<br />

en los demás y no solo en ti mismo son los que mira Dios con mejores ojos, y los que te harán avanzar<br />

más en tu vida interior.<br />

3. Pensar en los demás, servirles mejor, hacer como nuestra madre que se da sin reservas, como<br />

cuando fue a visitar a Isabel, y más todavía cuando junto a la cruz compartió con el Hijo su entrega para<br />

nuestra salvación, ahí tienes un plan magnífico para este año. Pero necesita de algo fundamental que lo<br />

complemente y lo sostenga: el secreto que permitió a María llegar hasta el final y estar en pie al lado de<br />

la cruz. Un secreto que se te revela, casi como de pasada, en el evangelio de hoy: María, por su parte,<br />

conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón (Lc 2, 19). La contemplación y la meditación<br />

de las cosas de Dios es lo único que sostiene en el tiempo la entrega a los demás. Sin eso, al final te<br />

cansarás, lo dejarás, igual que nos pasa con tantos otros propósitos cuando pasa un poco de tiempo. Tus<br />

buenas intenciones, tus planes de mejora y de servicio a los demás solo resistirán el paso del tiempo y<br />

las desilusiones que trae la vida si tienes en tu mente y en tu corazón a Dios. Ese es el secreto de María<br />

para no desfallecer nunca y perseverar como madre de Cristo y madre nuestra. Imítala en esto, en buscar<br />

momentos para la interioridad, para guardar en el corazón aquello que Dios hace en tu vida y en la de<br />

quienes te rodean, para guardar y meditar sus palabras. Medita y guarda en tu corazón y vuelve luego a<br />

meditar eso que guardaste, así tendrás una intimidad profunda con el Señor, como la tuvo su madre. Ese<br />

era el secreto de la Virgen, un secreto pregonado por san Lucas para que nos aprovechemos bien de él,<br />

¿lo harás?<br />

EVANGELIO<br />

San Lucas 2, 16-21<br />

En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el<br />

pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban<br />

de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los<br />

pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les<br />

habían dicho. Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús,


como lo había llamado el ángel antes de su concepción.


MARTES 2 DE ENERO<br />

SEGUNDA SEMANA DE NAVIDAD<br />

1. Dos santos que pelearon por la verdadera fe en la divinidad de Jesús. 2.… y por la verdadera<br />

humanidad de Cristo. 3. La tiranía de lo políticamente correcto.<br />

1. Se celebra hoy la memoria de san Basilio y de san Gregorio Nacianceno, ambos padres de la<br />

Iglesia de extraordinaria relevancia. Ambos nos pueden ayudar muy particularmente a profundizar en el<br />

misterio de la encarnación que venimos contemplando y meditando en este tiempo de Navidad. Pues los<br />

dos tuvieron que defender la verdadera fe en Jesucristo frente a quienes negaban su divinidad. Basilio en<br />

particular se destacó por su insistencia en afirmar que Jesús es Dios como el Padre, verdadero Dios que<br />

ha venido a nosotros. Basilio se oponía con vigor a quienes negaban que Jesús fuera verdadero Dios.<br />

Arrio, un presbítero de Alejandría, y sus seguidores, que llegaron a ser mayoritarios en todo el imperio,<br />

trataban de imponer una manera de entender a Jesucristo que se amoldase sin dificultades al modo del<br />

pensamiento filosófico del momento. Un pensamiento para el cual era del todo inconcebible que Dios se<br />

mezclara con las realidades materiales, motivo por el cual la encarnación les resultaba muy difícil de<br />

aceptar. Por eso el arrianismo sostenía que Jesucristo no era Dios de verdad, que era algo así como un<br />

dios creado, una criatura excelsa, pero criatura. Basilio defendió, frente a esto, la fe que proclamamos en<br />

el credo y por la que afirmamos que Jesucristo es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios<br />

verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre.<br />

No pienses que son discusiones de academia, no se trata de una disputa de eruditos, lo que está en<br />

juego es fundamental en nuestra fe. Porque, si Jesús no fuera verdadero Dios, no podríamos decir que<br />

Dios ha entrado en nuestra historia. Jesucristo nos había traído cosas muy buenas, pero no a Dios mismo.<br />

Y precisamente el núcleo fundamental de lo que celebramos en Navidad es que Dios ha visitado a su<br />

pueblo. Mensajeros y enviados ya había muchos, piensa en los profetas o los jueces de Israel, Cristo no<br />

es uno más, ni siquiera el mejor y más importante de ellos, Cristo es Dios mismo viniendo al mundo en<br />

una carne frágil como la nuestra.<br />

2. Si, como antes meditábamos, algunos, llevados por el modo de pensar de la época, negaban que<br />

Cristo fuera verdaderamente Dios, otros –y a veces los mismos– negaban que Jesucristo fuera verdadero<br />

hombre. Gozó de amplia aceptación, por ejemplo, la herejía de Apolinar que afirmaba que el Verbo de<br />

Dios en la encarnación no había asumido un alma racional, sino solo un cuerpo. Pero el hombre es cuerpo<br />

y alma; si Cristo no tenía alma humana, no era hombre verdadero. De esta manera Apolinar creía estar<br />

explicando de una manera más simple y accesible la encarnación y la unión de humanidad y divinidad en<br />

Jesús. Y de nuevo la cuestión a la que se enfrentaban los dos amigos capadocios, Basilio y Gregorio, no


es un mero ejercicio intelectual, sino que implica nuestra salvación. Pues, como afirmaba con rotundidad<br />

san Gregorio de Nacianzo: «lo que no fue asumido no fue curado». Si Jesucristo no ha hecho suyo todo lo<br />

humano, entonces algo quedó fuera de la salvación que nos alcanzó con su entrega en la cruz.<br />

«Lo que no fue asumido no fue curado», piénsalo en positivo: todo lo asumido por Cristo es redimido<br />

por Él. Jesús por la encarnación se ha unido íntimamente a ti, ha hecho todo lo tuyo suyo, nada se escapa,<br />

nada queda fuera. No hay ninguna situación, ninguna experiencia, nada que no puedas encontrar en Jesús.<br />

Por eso Él te comprende como nadie puede hacerlo y por eso puedes acudir siempre a Él con la<br />

confianza de saber que te va a acoger amorosamente. Ve siempre a Jesús, ve al niño nacido en Belén.<br />

Nunca es un extraño para ti, ni tú para Él.<br />

3. Antes te decía de pasada que tanto Arrio como Apolinar buscaban, con su manera de entender la<br />

encarnación, sintonizar mejor con el pensamiento dominante en su época, de modo que la fe cristiana<br />

fuera más fácil de aceptar por los hombres de su tiempo. Por eso no es de extrañar que, sobre todo Arrio,<br />

gozara de gran popularidad este intento. Si a esto añadimos que el emperador vio en las tesis arrianas una<br />

manera de fortalecer la unidad del imperio, se entiende la dificultad tan enorme que suponía enfrentarse a<br />

ellas. Además de más fácilmente asumibles por la gente, eran lo políticamente correcto.<br />

También hoy es difícil enfrentarse a lo políticamente correcto y la tentación de amoldarse al<br />

pensamiento dominante está tan presente entre nosotros como lo estaba en tiempos de Arrio y de los<br />

capadocios. No es quizá hoy la divinidad de Jesús lo que centra la discusión, sino otras cuestiones más<br />

relacionadas con el hombre, su dignidad y naturaleza, el matrimonio, la sexualidad… La presión por<br />

acomodar lo que nos dice la fe sobre estas cuestiones a lo políticamente correcto es ciertamente grande.<br />

Es posible que la hayas experimentado en primera persona y que interiormente te veas a veces en la<br />

tentación de ceder diciéndote que en el fondo tampoco es ta importante, que da igual. Mira entonces el<br />

ejemplo de estos dos amigos, Basilio y Gregorio, y pídele a Dios que te dé esa fortaleza que tuvieron<br />

ellos. Y te conceda entender también, como lo hicieron ellos, que, cuando se trata de la verdad de Dios y<br />

de la verdad del hombre, nada es pequeño, todo es importante. No permitas que la tiranía de lo<br />

políticamente correcto te amedrente, tienes de tu lado la verdad y, sobre todo, a Jesucristo mismo.<br />

EVANGELIO<br />

San Juan 1, 19-28<br />

Este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan<br />

a que le preguntaran: –«¿Tú quién eres?». Él confesó sin reservas: –«Yo no soy el Mesías». Le<br />

preguntaron: –«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: –«No lo soy». –«¿Eres tú el Profeta?».<br />

Respondió: –«No». Y le dijeron: –«¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han<br />

enviado, ¿qué dices de ti mismo?». Él contestó: –«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el


camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:<br />

–«Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías ni Elías ni el Profeta?». Juan les respondió: –«Yo<br />

bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no<br />

soy digno de desatar la correa de la sandalia». Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde<br />

estaba Juan bautizando.


MIÉRCOLES 3 DE ENERO<br />

1. El nombre nos dice la identidad. 2. El cordero de Dios. 3. Cristo es Sacerdote y Ofrenda.<br />

1. Es algo común en muchas culturas que los nombres de las personas expresan aquello que las define<br />

ante los demás. En nuestra tradición sucede con la mayoría de los apellidos: Sánchez, por ejemplo, que<br />

significa hijo de Sancho. Pero también sucede de modo análogo en casi todos los lugares, así Erikson,<br />

que quiere decir «hijo de Erik» en los países escandinavos. Lo mismo ocurre con los nombres derivados<br />

de oficios, Herrero, Zapatero; también en otras lenguas: Taylor, que es sastre, y así infinidad de<br />

ejemplos. La lengua hebrea no es una excepción, sus nombres expresan un significado que apunta al rasgo<br />

principal de una persona; dicho de otro modo, el nombre para los hebreos define bien lo que una persona<br />

es, o al menos debe ser. Hoy, que se celebra la memoria del Santísimo Nombre de Jesús, es una buena<br />

ocasión para que nos preguntemos: ¿qué significa este nombre y qué me dice acerca del Señor?<br />

El nombre Jesús viene, a través del latino «Iesus» y del griego «Iesous», del hebreo «Jeshua»,<br />

«Joshua» o «Jehoshua» que significan todos ellos «Yahveh es salvación». Aunque el nombre en una<br />

forma u otra aparece frecuentemente en el Antiguo Testamento, no lo llevó ninguna persona destacada<br />

entre el tiempo de Josué, hijo de Nun, y Josué, sumo sacerdote en tiempos de Zorobabel. Fue el nombre<br />

del autor del Eclesiástico, también aparece en la genealogía de Cristo que ofrece san Lucas y es el<br />

nombre de uno de los compañeros de san Pablo (cfr. Col 4, 11). No se trata, por tanto, de un nombre<br />

inédito en la andadura del pueblo de Israel, pero podemos decir que solo cuando lo recibió Cristo de sus<br />

padres alcanza pleno y verdadero significado. Porque Jesucristo es en verdad la salvación de Dios, no<br />

solo un anuncio de la misma, sino su pleno cumplimiento. En Jesús, Dios salva de verdad a todo el que<br />

quiera acogerle, ¿serás tú uno de los que lo hagan?<br />

2. La salvación de Dios para nosotros tiene nombre personal: Jesús. Y es precisamente lo que en el<br />

evangelio de la misa de hoy declara Juan el bautista acerca de Cristo cuando le ve pasar delante de él.<br />

Así nos lo refiere san Juan: Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el cordero de<br />

Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29). Pero detengámonos en la frase del Bautista, para<br />

entender mejor por qué con ella afirma que Cristo es la salvación de Dios. Una frase que además es<br />

repetida por el sacerdote en la misa cuando elevando la sagrada forma muestra a la asamblea el cuerpo<br />

de Cristo justo antes de la comunión. Por esta razón dirigir nuestra meditación a comprenderla mejor<br />

puede ayudarnos a vivir con más hondura ese momento de la celebración eucarística.<br />

El cordero de Dios es una expresión que de primeras a nosotros no nos diría gran cosa, más aún<br />

cuando no se trata de un animal –el cordero– que destaque por su nobleza, belleza, fortaleza o elegancia,<br />

pero es una expresión cargada de significado para un judío. Es precisamente en el contexto de tradición


eligiosa de Israel consignada en el Antiguo Testamento donde encontramos las claves para interpretar<br />

esta imagen del cordero. Un carnero, que es un cordero adulto, es lo que halló Abraham entre espinos<br />

para ofrecerlo a Dios en sacrificio en lugar de su hijo Isaac. La sangre de un cordero fue también la señal<br />

que salvó los hogares judíos de la última plaga contra Egipto que diezmó a sus primogénitos y doblegó al<br />

faraón, que permitió entonces la salida del pueblo elegido. Un carnero era enviado al desierto cargado<br />

con los pecados de todo el pueblo para ser devorado y así expiar las culpas. Todos ellos son figuras,<br />

imágenes que apuntan al auténtico cordero que es Cristo. Él toma el lugar de todos los hombres –el tuyo y<br />

el mío– que están condenados a la muerte por sus culpas. Él carga con nuestros pecados y los quita, los<br />

expía ofreciéndose a Dios. Todo esto es lo que encierra la frase de Juan que repite el sacerdote en cada<br />

Misa, tenlo en tu memoria y en tu corazón cada vez que la escuches.<br />

3. Jesús es el cordero de Dios, es la ofrenda que obtiene el perdón de los pecados. Si nos quedamos<br />

solo en las consideraciones que venimos realizando, parecería que su papel en la salvación es meramente<br />

pasivo: ser ofrecido a Dios como víctima expiatoria. Más todavía si ponemos en relación, como hace el<br />

Nuevo Testamento, a este cordero de Dios con las profecías de Isaías acerca del siervo de Yahvé: Como<br />

cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca (Is 53, 7).<br />

Por eso en tu meditación sobre Jesús, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, no debes perder<br />

de vista lo que dice el mismo Cristo sobre su muerte: Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie<br />

me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para<br />

recuperarla (Jn 10, 17-18). Jesús es el cordero que se ofrece como víctima, pero es también el Sumo<br />

Sacerdote que la ofrece porque se ofrece a sí mismo en la cruz.<br />

No pases por alto lo que dice Jesús sobre el poder que ha de tener para entregar la vida y para<br />

recuperarla. Quizá te es fácil entender el poder para recuperarla, pues es algo solo al alcance del poder<br />

divino, pero hace falta también un poder para entregarla. Un poder que es un auténtico dominio de uno<br />

mismo y un amor a Dios sincero y abierto a los demás. En el poder para recuperarla no puedes imitarle,<br />

solo Dios puede vencer a la muerte y en ese sentido solo puedes confiar en Él para vencerla tú también.<br />

Pero en el poder para entregarla sí puedes parecerte a Jesús. Pídele sin desfallecer que te conceda vivir<br />

cada día una entrega generosa en tu trabajo, tus relaciones personales, tu apostolado… Ahí tienes ocasión<br />

de seguir al cordero inmaculado que se ofrece a sí mismo a Dios. Únete a Él y ofrece lo mejor de ti<br />

mismo.<br />

EVANGELIO<br />

San Juan 1, 29-34<br />

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: –«Este es el Cordero de Dios, que<br />

quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por


delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para<br />

que sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: –«He contemplado al Espíritu que bajaba<br />

del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con<br />

agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar<br />

con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».


JUEVES 4 DE ENERO<br />

1. ¿Un Déjà vu? 2. Maestro, ¿dónde vives? 3. Momentos estelares de tu vida.<br />

1. Al leer el evangelio de la Misa de hoy, o al escucharlo antes si has asistido hoy a la celebración de<br />

la eucaristía, es posible que se te haya pasado por la cabeza si no habría un error, si no se habrían<br />

equivocado y han vuelto a poner el evangelio de ayer. Y es que el comienzo es casi calcado: Al día<br />

siguiente, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el<br />

Cordero de Dios» (Jn 1, 35-36). La diferencia es que, si ayer Juan exclamaba en alto para todos los que<br />

tenía cerca quién era Jesús, hoy parece que es una declaración especialmente dirigida a esos dos<br />

discípulos que le acompañan: Juan les señala quién es el Salvador para que puedan reconocerlo.<br />

Es importante que repares en que, si no fuera por la indicación del Bautista, aquellos dos no se<br />

habrían fijado en Jesús aquel día ni habrían llegado a conocer que es el Mesías de Dios. Y todo ello a<br />

pesar de que pasa delante de ellos, como lo hizo por delante de Juan. Pero es necesario una señal, una<br />

indicación, algo que ponga en la pista para poder seguirle, como hicieron aquellos dos.<br />

Jesús pasa también hoy por delante de nosotros, pasa a tu lado esperando que le reconozcas. Lo hace<br />

a través de personas, acontecimientos, situaciones que vives. Se presenta con la cruz en una<br />

contradicción que padeces o en un sufrimiento, lo hace con la alegría que nos hace pregustar el cielo<br />

cuando gozas en la tierra de los bienes que anuncian los definitivos, cuando gozas de la amistad, del amor<br />

de verdad, de la belleza de la creación. Pasa a tu lado y ¡ojalá lo reconozcas! Porque también hoy tienes<br />

quien te lo señale en tu vida, si le dejas hacerlo y te acercas lo suficiente a él como hicieron los dos<br />

discípulos con Juan el Bautista. Me refiero a la Iglesia con su Magisterio y su predicación, pero también<br />

me refiero a tu sacerdote, o la persona de tu confianza a la que abres el alma en confidencia –¡y ojalá<br />

cuentes con esa persona en tu vida!–. Son para ti como el Bautista, te enseñan a reconocer a Cristo<br />

cuando este pasa a tu lado.<br />

2. Continúa Juan con su relato: Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se<br />

volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que<br />

significa Maestro), ¿dónde vives?» (Jn 1, 37-38). El diálogo entre Jesús y los dos discípulos de Juan es<br />

breve, directo, pero cargado de significado. A la pregunta de Jesús sobre qué es lo que buscan responde<br />

ya la misma manera en que se dirigen a Él usando el término «Rabí». Rabí significa, como dice el propio<br />

evangelio, maestro. ¿Pero maestro en qué? No en cualquier cosa, sino maestro en lo que se refiere a<br />

Dios. El rabí es quien interpreta la Escritura, el que muestra el camino hacia Dios, el que enseña cómo<br />

dirigirse a Él en la oración. Al llamarle rabí está ya manifestando por qué le han seguido: han aceptado la<br />

palabra de Juan y han reconocido en Jesús a aquel que les puede llevar por los caminos de Dios en la


tierra.<br />

La continuación de la respuesta de los dos discípulos expresa bien una intuición verdadera sobre<br />

cómo debe ser la relación con este Maestro tan especial. La pregunta «¿dónde vives?» es toda una<br />

autoinvitación a compartir la vida. Y solo así se puede aprender la lección de este Maestro. Porque lo<br />

que Jesús les quiere enseñar –y quiere también enseñártelo a ti– no es una teoría, ni un mero<br />

conocimiento intelectual, sino cómo vivir en la tierra cara a Dios edificando ya el reino de los cielos.<br />

Jesús es el Maestro que enseña a vivir, a vivir de un modo nuevo, a vivir como hijo de Dios. Y a vivir<br />

solo se puede aprender viviendo, viviendo con aquel que posee esta vida nueva y quiere compartirla<br />

contigo. Aquellos dos ya no se separaron de Cristo, pídele a Dios que tú tampoco lo hagas.<br />

3. Recuerdo un libro magnífico, quizá el mejor de Stefan Zweig, titulado «Momentos estelares de la<br />

humanidad», en el cual el autor presenta catorce relatos breves –miniaturas históricas los denomina– de<br />

los acontecimientos que por razones diversas considera especialmente significativos para la historia.<br />

Pues bien, aquel encuentro con Jesús, el posterior diálogo con Él y la tarde pasada a su lado son, sin<br />

duda, uno de esos momentos estelares en la vida de los dos discípulos. De ello da fe el hecho de que no<br />

se olvidaran ni tan siquiera de la hora que era cuando Cristo les aceptó en su compañía. Aquella hora<br />

décima se grabó para siempre en su memoria. Y a ella volverían muchas veces con el pensamiento llenos<br />

de gratitud y admiración.<br />

Al contrario que sucede en la historia humana, donde los momentos estelares son siempre brillantes,<br />

grandiosos, propiedad de héroes y genios, en la historia de tu alma los momentos estelares pertenecen a<br />

tu intimidad con Dios y a la obra maravillosa que Él realiza en tu alma. Guárdalos bien en tu memoria,<br />

custódialos y no los olvides. Tener siempre en tu mente y un tu corazón aquellos momentos en que Dios<br />

se te ha mostrado especialmente cercano y ha tocado tu alma con su gracia, es lo que te permitirá no<br />

desfallecer en las dificultades. Memoria agradecida para que puedas vivir el presente con pasión y con<br />

una fe fuertemente enraizada en tu alma. Pídele esto a Dios y búscalo haciendo frecuentes acciones de<br />

gracias, por ejemplo, cada noche antes de dormir repasa con Dios cómo te ha ido el día y comienza<br />

siempre agradeciéndole lo que Él te ha ofrecido en esa jornada que termina. De esta forma tu mirada<br />

sobre el día será una mirada agradecida que te llene de paz y confianza en Dios.<br />

EVANGELIO<br />

San Juan 1, 35-42<br />

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: –«Este<br />

es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al<br />

ver que lo seguían, les pregunta: –«¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: –«Rabí (que significa Maestro),<br />

¿dónde vives?». Él les dijo: –«Venid y lo veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con


él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que<br />

oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: –«Hemos encontrado<br />

al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: –«Tú eres<br />

Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)».


VIERNES 5 DE ENERO<br />

1. Vencer prejuicios. 2. Ven y verás: guía para el apostolado. 3. Un requisito indispensable para<br />

vencer los prejuicios.<br />

1. «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1, 46). Así de tajante responde Natanael a su amigo<br />

Felipe cuando este le dice que ha encontrado al Mesías de Dios, de quien había profetizado la Escritura,<br />

y que es Jesús de Nazaret. La mala fama de Nazaret entre los judíos es algo que en el evangelio de san<br />

Juan no solo queda de manifiesto en el pasaje de la misa de hoy, sino que también aparece reflejada con<br />

ocasión de la intervención de Nicodemo: cuando varios fariseos discuten sobre la identidad de Jesús,<br />

entonces le dirán con palabras semejantes a las de Natanael: «¿También tú eres galileo? Estudia y verás<br />

que de Galilea no salen profetas» (Jn 7, 52). Sin entrar en las causas de esta opinión general sobre<br />

Nazaret, lo cierto es que se daba de manera muy extendida en tiempos de Jesús.<br />

También hoy tenemos nuestros prejuicios sobre lugares y personas. No pocos son los que hoy<br />

manifiestan un prejuicio negativo hacia la fe y el evangelio, quizá te hayas topado con ellos en tus<br />

relaciones de amistad, trabajo o estudio. Muchas veces esa toma de postura previa sobre Cristo y su<br />

Iglesia es solo consecuencia de la falta de conocimiento veraz de las cosas, otras –me atrevo a decir que<br />

las menos– sí responde a una postura de rechazo frontal y consciente del evangelio. Y la pregunta que<br />

probablemente te hagas cuando te encuentras con estas personas es: ¿Cómo vencer estos prejuicios? ¿De<br />

qué manera convencerles de que no son verdad? Y muchas veces lo intentamos, sin éxito, con<br />

razonamientos y largas conversaciones, que incluso pueden llegar a terminar en una discusión. Fíjate en<br />

lo que hace Felipe en el evangelio. No discute, no replica con argumentos, tan solo le dice: «Ven y<br />

verás» (Jn 1, 46). Solo la experiencia del encuentro con Jesús mueve el corazón y vence los prejuicios,<br />

no lo olvides.<br />

2. El papa Benedicto XVI lo expresó de manera brillante y clara en su encíclica sobre la caridad:<br />

«No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un<br />

acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación<br />

decisiva»1. Por eso el «ven y verás» es lo único que funciona para derribar prejuicios y para acercar a<br />

alguien a Dios. No quiere decir esto que no tengas que dialogar, refutar argumentos falaces o defender la<br />

verdad de las cosas, sino que tengas claro que con todo ello no moverás a nadie de su posición frente a<br />

Jesús para que, de ese modo, no te frustre ni te irrite el aparente fracaso de tus esfuerzos. Dialoga, habla,<br />

discute los argumentos, pero hazlo siempre con respeto y recordando que la forma es importante. Y<br />

recuerda que todo ello es solo un pie para algo más, para una amistad, una confidencia, un aprecio<br />

mutuo… Eso sí puede ser camino para mover corazones.


Por eso piensa si practicas el «ven y verás», es decir, si con tu manera de tratar a los demás, a tus<br />

amigos, compañeros de estudios o de trabajo, a tus familiares también, das ocasión de que puedan tener<br />

noticia del amor de Dios. Porque más que con tus argumentos será con tu trato, tu amistad, tu<br />

preocupación sincera por sus cosas, con lo que te convertirás en ocasión de que puedan encontrarse con<br />

el amor de Jesús que llevas en tu corazón. En el modo de proceder de Felipe tienes una auténtica guía<br />

para el apostolado, más exigente que la del que se queda en palabras y discusiones porque te reclama una<br />

implicación personal, poniendo no solo mente, sino también corazón. Es un camino de apostolado –el de<br />

la auténtica amistad con los demás– más difícil y necesitado de paciencia y perseverancia, pero más<br />

humano y apasionante. Ojalá Dios te conceda practicarlo con entusiasmo.<br />

3. Es verdad que solo con argumentos y discusiones no se hace a nadie salir de sus prejuicios, sobre<br />

todo cuando son de temas personales o religiosos, y que solo la experiencia de algo que no se espera<br />

mueve de verdad a las personas. Pero no es menos cierto que se requiere por parte de quien tiene<br />

oportunidad de esa experiencia de una disposición interior adecuada. Es precisamente lo que Jesús en el<br />

evangelio de hoy, con las palabras que dirige a Natanael, pone al descubierto para que podamos caer en<br />

la cuenta de ello: «Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay engaño» (Jn 1, 47).<br />

No es Jesús de elogio fácil; si en esta ocasión se prodiga, es en beneficio nuestro, para que nos<br />

demos cuenta de qué hay en Natanael que permita su conversión tan extraordinaria que le hace pasar del<br />

«¿de Nazaret puede salir algo bueno?» a la confesión de fe: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el<br />

Rey de Israel» (Jn 1, 49). Y eso es la sencillez, la ausencia de doblez. Natanael es un Israelita sin<br />

engaño, es auténtico, no cede a la hipocresía, como hacen muchos fariseos y escribas. Sin esto, sin esa<br />

sencillez de corazón, es imposible la conversión. Los fariseos y sacerdotes también tuvieron a Jesús<br />

delante y también Cristo les dirigió su palabra y les habló de cosas admirables, sin embargo no se<br />

movieron un ápice de su postura, al contrario, se radicalizaron y terminaron por buscar matarle. Por eso<br />

pídele a Dios, para ti y para quienes tienes cerca, esa sencillez de corazón, que es también amor a la<br />

verdad.<br />

EVANGELIO<br />

San Juan 1, 43-51<br />

En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: –«Sígueme». Felipe<br />

era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: –«Aquel de quien<br />

escribieron Moisés, en la Ley, y los profetas lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret».<br />

Natanael le replicó: –«¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe le contestó: –«Ven y verás». Vio<br />

Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: –«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay<br />

engaño». Natanael le contesta: –«¿De qué me conoces?». Jesús le responde: –«Antes de que Felipe te


llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Natanael respondió: –«Rabí, tú eres el Hijo de<br />

Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: –«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera,<br />

crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: –«Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles<br />

de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».


SÁBADO 6 DE ENERO<br />

EPIFANÍA DEL SEÑOR<br />

1. ¿Qué tenían de especial los magos para saber interpretar la estrella? 2. Un GPS en el corazón.<br />

3. Volver por otro camino.<br />

1. La fiesta de hoy pone en primer plano a unos misteriosos personajes, magos de Oriente, dice san<br />

Mateo en su evangelio, tal como se lee en la misa de hoy. Tradicionalmente cifrados en tres, los magos,<br />

llegan a Jerusalén desde muy lejos. Allí preguntan: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?<br />

Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2, 2). En ellos puedes ver reflejada a<br />

cada hombre, a cada mujer, que a lo largo de la historia han buscado a Dios para hacer lo único que la<br />

criatura puede obrar ante Él: adorarlo. Pero ¿por qué se pusieron en marcha? ¿Y por qué solo ellos y no<br />

otros también? ¿Acaso la estrella solo fue una señal exclusiva para ellos? El Papa Francisco nos ayuda a<br />

tratar de buscar respuesta a estos interrogantes: «Estos hombres vieron una estrella que los puso en<br />

movimiento. El descubrimiento de algo inusual que sucedió en el cielo logró desencadenar un sinfín de<br />

acontecimientos. No era una estrella que brilló de manera exclusiva para ellos, ni tampoco tenían un<br />

ADN especial para descubrirla. Como bien supo decir un padre de la Iglesia, “los magos no se pusieron<br />

en camino porque hubieran visto la estrella, sino que vieron la estrella porque se habían puesto en<br />

camino” (cfr. San Juan Crisóstomo). Tenían el corazón abierto al horizonte y lograron ver lo que el cielo<br />

les mostraba porque había en ellos una inquietud que los empujaba: estaban abiertos a una novedad»2.<br />

Apertura de mente y de corazón es algo indispensable en la búsqueda de Dios. Puedes verlo en los<br />

magos. Este es su secreto, lo que hizo que ellos se pusieran en marcha y dieran con los signos que Dios<br />

puso en el camino para guiarlos. Pídele a Dios que no te falte a ti esa misma apertura del corazón, ese<br />

deseo de encontrarle. Pregúntate si eres capaz de fiarte de Dios cuando no ves o no entiendes y seguir<br />

adelante confiando en su promesa, porque en esto se manifiesta especialmente el secreto de los magos. Y<br />

no olvides que a ellos les sirvió para encontrar a Cristo, ojalá te sirva a ti también.<br />

2. El deseo de Dios, la nostalgia de Él que dice el Papa Francisco, es lo que impulsa a buscarle, a<br />

salir de uno mismo, de la propia comodidad. Es lo que hizo salir a los magos y también lo que les guía.<br />

Aunque decimos nostalgia, no es algo del pasado, ni mira al pasado, como dice el Papa: «La nostalgia de<br />

Dios es la actitud que rompe aburridos conformismos e impulsa a comprometerse por ese cambio que<br />

anhelamos y necesitamos. La nostalgia de Dios tiene su raíz en el pasado pero no se queda allí: va en<br />

busca del futuro». Es un auténtico GPS interior que marca siempre la ruta hacia Dios y que reconoce los<br />

signos que llevan a Él. Un GPS que, como sucede con los instrumentos de navegación que usamos<br />

cotidianamente, necesita estar actualizado. Y se actualiza con su propio ejercicio, con el uso, si no se


queda anquilosado, incapaz de marcar la ruta. Es lo que le sucede a Herodes. Él tiene todo a favor para<br />

reconocer al Mesías, lo tiene mucho más fácil que los magos. Está familiarizado con las promesas del<br />

Antiguo Testamento, forma parte del pueblo elegido, incluso físicamente está apenas a unos pocos<br />

kilómetros del niño. Pero nada de eso le sirve porque en su corazón el deseo de Dios, la nostalgia de Él<br />

ha sido sofocada por su egoísmo. El GPS de Herodes está estropeado y solo apunta hacia sí mismo.<br />

Pero no demonicemos a Herodes, no es distinto de ti y de mí. Si ha perdido esa capacidad de salir de<br />

sí, de abrirse a la acción de Dios, es por la vida que ha llevado, por el camino que ha elegido. Un camino<br />

que ha consistido no en buscar a Dios, sino en ponerse él en su lugar. Guárdate de no tomar tú esa senda.<br />

A ella suele llevar el mirar solo por uno mismo, es el camino del egoísmo, de perseguir únicamente el<br />

propio bienestar, el tener más. Por eso el Mesías salvador, aunque sea solo un niño, se le antoja a<br />

Herodes como una amenaza a su bienestar. Él no quiere que suceda nada, no quiere salvación, está bien<br />

como está, no hay nostalgia ni deseo de Dios en su corazón. Está adormilado, mortecino, y por eso el<br />

anuncio de la llegada de un salvador le descoloca y sobresalta. Pídele a Dios que el letargo que invadió<br />

a Herodes como una infección del alma nunca se apodere de la tuya.<br />

3. Hay un detalle del evangelio que no debemos pasar por alto. Los magos, después de encontrar al<br />

Niño y adorarlo y entregarle sus presentes, nos dice san Mateo que se retiraron a su tierra por otro<br />

camino (Mt 2, 12). El encuentro con Dios nos cambia, cambia el modo que tenemos de ver las cosas, de<br />

conducirnos por la vida. Ese volver por otro camino de los magos te indica cómo, en tu búsqueda de<br />

Dios, no solo sales de ti y te pones en marcha, sino que se da un proceso de cambio. La nostalgia de<br />

Dios, tu deseo de encontrarlo, si lo secundas, te cambia. Cambia tus planes, tus caminos, tu modo de<br />

mirar a las cosas y a las personas. No tengas miedo de que esto pueda suceder, no temas cambiar el<br />

camino. Los magos vuelven muy contentos, ya no necesitan la estrella porque llevan consigo el encuentro<br />

maravilloso con Cristo, el Niño Dios. Así el camino nuevo se hace más llevadero, más hermoso.<br />

Volver por otro camino, y hacerlo cada día porque volvemos cambiados del encuentro con Jesucristo<br />

en la eucaristía o en la oración. ¡Qué cosa tan fantástica para pedirle a Dios con todo el corazón!<br />

Atrévete a hacerlo cada día.<br />

EVANGELIO<br />

San Mateo 2, 1-12<br />

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se<br />

presentaron en Jerusalén preguntando: –¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos<br />

visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén<br />

con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el<br />

Mesías. Ellos le contestaron: –En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: «Y tú, Belén, tierra


de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el<br />

pastor de mi pueblo Israel». Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el<br />

tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: –Id y averiguad<br />

cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo. Ellos,<br />

después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a<br />

guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de<br />

inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo<br />

adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido<br />

en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.


DOMINGO 7 DE ENERO<br />

BAUTISMO DEL SEÑOR<br />

1. ¿Dónde fueron los años entre la Epifanía y el Bautismo del Señor? 2. Un puente entre Dios y<br />

nosotros. 3. Dios se complace en sus hijos.<br />

1. Con la fiesta del Bautismo del Señor, que celebramos hoy, termina el tiempo de Navidad. Es un<br />

final un tanto abrupto y singular. Porque estos días hemos estado en torno a Belén y Nazaret,<br />

contemplando al Niño Dios junto con José y María. Ayer, sin ir más lejos, poníamos la mirada en la visita<br />

de los Magos de oriente para adorar al Niño. Y hoy, de improviso, el evangelio pone ante nuestros ojos a<br />

Jesús ya adulto, hecho un hombre, dispuesto a comenzar su misión entre los hombres. ¿Qué ha pasado<br />

entre medias? Si buscas en los evangelios, no encontrarás apenas noticia alguna de esos años, ni acerca<br />

de Jesús ni tampoco de José o María. ¿Por qué no se nos da información alguna de aquellos años?<br />

Hipótesis rebuscadas y extravagantes las ha habido siempre y las habrá. Quizá alguna te ha llegado a<br />

través de algún amigo o amiga que ha leído algún best seller de esos que circulan de vez en cuando. Lo<br />

cierto es que los años de vida oculta de Jesús son los años de su crecimiento humano, de la vida<br />

cotidiana de Dios que hecho hombre se acostumbra a vivir como hombre con sus semejantes. Años que<br />

nos enseñan el valor de lo ordinario. El valor del trabajo, pues fueron los años que Jesús dedicó<br />

fundamentalmente a aprender un oficio y trabajar, a estudiar las escrituras, a colaborar en las cosas de la<br />

casa. Los años en que Cristo hizo lo mismo que tú y yo hacemos. Los años más numerosos de su vida en<br />

la tierra, lo cual te habla de la importancia de este tiempo. Pídele a Dios que, llevando tu pensamiento a<br />

los años de la vida de Jesús en Nazaret con María y José, te haga descubrir el valor de lo ordinario, el<br />

valor de las cosas que haces de manera cotidiana y en las que, si pones amor de Dios, puedes encontrarte<br />

con Jesucristo que ha querido enseñarte con su ejemplo la importancia de esas cosas de cada día.<br />

2. Los años de vida oculta de Jesús en Nazaret nos hablan de lo ordinario, de su importancia y de su<br />

valor a los ojos de Dios. También lo cotidiano se anuncia en esta fiesta que celebramos hoy. Así lo<br />

explica al menos Benedicto XVI: «Si la Navidad y la Epifanía sirven sobre todo para hacernos capaces<br />

de ver, para abrirnos los ojos y el corazón al misterio de un Dios que viene a estar con nosotros, la fiesta<br />

del Bautismo de Jesús nos introduce, podríamos decir, en la cotidianidad de una relación personal con él.<br />

En efecto, Jesús se ha unido a nosotros, mediante la inmersión en las aguas del Jordán. El Bautismo es,<br />

por decirlo así, el puente que Jesús ha construido entre él y nosotros, el camino por el que se hace<br />

accesible a nosotros; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la promesa del gran sí de Dios, la puerta<br />

de la esperanza y, al mismo tiempo, la señal que nos indica el camino por recorrer de modo activo y<br />

gozoso para encontrarlo y sentirnos amados por él»3. Detente entonces en considerar lo que sucede en


este puente de doble dirección que es el Bautismo del Señor y el tuyo propio.<br />

El Bautismo de Jesús respecto de nuestro bautismo es algo semejante al negativo de las fotos que<br />

sacaban las antiguas cámaras fotográficas en que se veían las cosas justo al revés de como aparecían<br />

luego en la fotografía. Si por nuestro bautismo somos sumergidos en agua para que por el agua y el<br />

Espíritu seamos hechos hijos de Dios, en el Bautismo de Cristo Él se sumerge para que su vida de Hijo<br />

pueda comunicarse a los que no son hijos. Si en el bautismo nosotros recibimos gracia del agua, en el<br />

suyo es Él quien da la gracia al agua para que nosotros podamos ser bautizados. Contemplando la escena<br />

que te propone el evangelio de hoy, pídele al Señor que se reavive en ti lo que te concedió por el<br />

sacramento con que fuiste hecho hijo o hija de Dios.<br />

3. Cómo nos pesan a veces las opiniones negativas que tienen otras personas de nosotros, o al revés,<br />

cómo nos anima saber que tienen buen concepto de nosotros. La cosa puede llegar a ser una tortura<br />

cuando estamos constantemente pendientes de lo que dicen de nosotros, más aún en esta era de las redes<br />

sociales. Un like en una foto, un retuit, se convierten en objeto de deseo y en necesidad de sentir la<br />

aprobación de los demás sobre nuestras cosas. ¡Qué berrinches en el fondo tan tontos nos podemos llegar<br />

a llevar!<br />

En realidad solo debe importarnos qué piensan los que nos quieren, los que nos conocen, porque eso<br />

sí puede ayudarnos en la vida. En particular, ojalá te interese lo que piensa Dios de ti. Hoy en el<br />

evangelio tienes las palabras que el Padre pronuncia sobre Cristo: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me<br />

complazco» (Mc 1, 11). Unas palabras que por el Bautismo Él ha compartido contigo haciéndolas<br />

extensibles a todos los hijos de Dios. Cuando tengas la tentación de ceder al qué dirán, de dejarte en<br />

brazos de la tristeza por un juicio de otra persona, trae a tu memoria las palabras del evangelio de hoy y<br />

recuérdate que el Señor se complace en ti cuando te portas como buen hijo o hija de Dios. Eres muy<br />

amado o amada de Dios. Y, si eso es así, ¿qué importan los desprecios humanos? Tú busca agradar a<br />

Dios, busca que siempre pueda complacerse en tu modo de obrar porque vea en Él las maneras de su<br />

Hijo querido. Recuerda con frecuencia tu filiación divina, es la mejor inyección de moral para la vida.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 1, 6b-11<br />

En aquel tiempo proclamaba Juan: –Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni<br />

agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu<br />

Santo. Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas<br />

salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del<br />

cielo: –Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.


LUNES 8 DE ENERO<br />

PRIMERA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO<br />

1. Bienaventurados los que se entregan a Dios en su juventud. 2. Las cuatro de la tarde. 3.<br />

Corazones grandes.<br />

1. A veces hay tesoros escondidos que pasan inadvertidos a los ojos de muchos. El Evangelio no es<br />

una excepción. Lo hemos leído tantas veces que los detalles más finos se nos pueden pasar. Tenemos una<br />

imagen, por así decirlo, predeterminada de cómo eran los apóstoles: Pedro, fuerte, pelo negro, barba,<br />

algo rudo; Judas, con mirada un poco turbia, retraído, delgado, etc. Y ¿san Juan? San Juan era un<br />

muchacho joven, de unos quince años, posiblemente el pequeño de los hijos del Zebedeo, iniciado en el<br />

arte de la pesca ayudado por su hermano Andrés. ¿Te has fijado en el detalle? San Juan era joven, muy<br />

joven. ¡Nos saltamos tantas veces ese detalle!<br />

San Juan Bosco decía a los chicos pobres de su Oratorio de Turín: ¡Bienaventurados los que se<br />

entregan a Dios en la juventud! ¡Sí! Bienaventurados, como aquellos del Sermón de la Montaña, es decir,<br />

elegidos con amor de predilección por Jesús para ser solo del Cielo. La juventud es, o debería ser, el<br />

tiempo de los deseos grandes. «Que tu vida no sea una vida estéril. –Sé útil. –Deja poso. –Ilumina, con la<br />

luminaria de tu fe y de tu amor»4. San Juan no se lo pensó dos veces. Encontró en Jesús a aquella persona<br />

que le encendía su corazón, encontró su vocación: acompañarle. Estar donde Él estuviera, estar siempre<br />

con Él. Si me separo de ti, Jesús, mi vida no tendría sentido, pensaría al poco tiempo de estar con Jesús.<br />

Por eso, deja que Jesús entre en tu alma de par en par, gusta de pasar tiempo con Él, acompáñale. San<br />

Juan experimentó, desde primera hora de su vida, que una vida lejos de Jesús sería pequeñísima. Jesús le<br />

abrió horizontes de grandeza. El mar de Galilea se le quedaba pequeño. ¡Hay tanta gente necesitada de<br />

una palabra de esperanza! ¡Despierta! El mundo se muere sin conocer el nombre de Jesús. Qué bonito es<br />

ser llamado desde primera hora. Chicos y chicas que con dieciocho o diecinueve años le dicen a Jesús:<br />

«sí, yo quiero ser tu luz donde Tú me quieras porque lo único que quiero es estar contigo, acompañarte».<br />

2. El evangelio de san Marcos lo omite pero en su texto paralelo narrado por el mismo san Juan hay<br />

otro detalle de esos que valen oro. Dice san Juan, al final de este mismo relato, casi como si no quisiera<br />

que se supiera: «era como la hora décima» (Jn 1, 39). Cuando san Juan escribe su evangelio habían<br />

pasado más de cincuenta años y aún se acordaba de la hora en la que vio a Jesús por primera vez.<br />

Vuela con tu imaginación a aquel lugar. Imagínate a san Juan ya con treinta años o así. ¿Cómo serían<br />

sus paseos con la Virgen por la orilla donde por primera vez vio a Jesús? «¡Aquí, Madre! Aquí fue donde<br />

le conocí por primera vez. Eran las cuatro de la tarde». Y miraría al Cielo, y sonreiría y desearía volver<br />

a ver a Jesús. Hay horas y horas, como hay lugares y lugares. Quién sabe si algún día, ojalá no muy


lejano, puedas pasar por un sitio concreto y decir: «aquí fue donde conocí a Jesús por primera vez. Aquí<br />

fue donde le dije que sí». Y nunca me he separado de Él. Volver con el corazón al lugar donde le dijimos<br />

que sí a Jesús es necesario porque la vocación duele, y mucho. Decir que sí a Jesús no es sencillo y duele<br />

porque supone ser pobre y renunciar a tu criterio pero el premio es el ciento por uno y la vida eterna.<br />

Toda la eternidad con Jesús. Quien le ama lo entiende muy bien, porque en la tierra solo quiso<br />

acompañarle, anticipando así su gloria del Cielo. Por eso, si Jesús te quisiera solo para Él, vuelve, como<br />

san Juan, con tu memoria y tu corazón al lugar donde le descubriste por primera vez, recuerda que nada<br />

fue obra tuya, todo era del Cielo y no dudes. Recuérdalo siempre, donde quiera que Jesús te lleve, diez<br />

mil dificultades no constituyen una duda.<br />

3. Unos mil cuatrocientos años los separan y los dos tenían fuego en el corazón. Tal vez uno de estos<br />

santos te suene porque hayas ido de peregrinación a su castillo. El otro, difícilmente habrás oído hablar<br />

de él. El primero es san Francisco Javier, el gran misionero al que el mundo se le quedó pequeño; el<br />

segundo es un mártir del siglo segundo que murió en el Coliseo de Roma triturado por los dientes de las<br />

fieras. Era san Ignacio de Antioquía.<br />

San Francisco Javier conoció a san Ignacio de Loyola y siendo un joven rico, apuesto y brillante en<br />

los estudios, resonó en lo profundo de su corazón aquella frase del evangelio que san Ignacio le dijo: ¿de<br />

qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma? En efecto, el joven Francisco Javier no pudo<br />

quitarse de encima aquella frase. Era Jesús por medio de san Ignacio que se lo decía. Entonces<br />

comprendió lo que tú lees en el evangelio de hoy: sígueme y te haré pescador de hombres. Le quemaba<br />

tanto su corazón por amor a Jesús que se fue a Japón pasando por el sur de África y de la India. Solo<br />

quería ganar almas para Cristo. Ese amor incondicional fue el que le llevó a pedirle a sus amigos que le<br />

escribieran sus nombres en un papel que llevaba siempre al cuello porque cuando se despidió de ellos,<br />

sabiendo que no les vería más, les dijo: «amigos, nos vemos en el Cielo».<br />

San Ignacio de Antioquía es menos conocido. Estando preso por ser cristiano para ser usado como<br />

recreo del pueblo de Roma, escribió cartas a diferentes iglesias. En una de ellas, san Ignacio se refiere a<br />

Jesús como su «inseparable vivir». Tan grande era el amor de Ignacio por Jesús que, estando encadenado<br />

y sabiendo que iba al martirio, habla de Jesús como Aquel del cual no podría separarse jamás. ¡Jesús, mi<br />

inseparable vivir!<br />

Esto es lo que Dios obra en los corazones que se fían de él: un deseo de almas enorme y un amor<br />

inquebrantable como el mundo no puede ofrecer. Y los dos, como tú, no vieron a Jesús cara a cara y lo<br />

experimentaron tan real como los primeros apóstoles. Basta con desear escuchar a Jesús.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 1, 14-20


Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha<br />

cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia. Pasando junto al<br />

lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en<br />

el lago. Jesús les dijo: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las<br />

redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo del Zebedeo, y a su hermano Juan, que<br />

estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los<br />

jornaleros y se marcharon con él.


MARTES 9 DE ENERO<br />

1. El evangelio de san Pedro escrito por san Marcos. 2. Ir más allá de lo que se ve. 3. ¿Curandero<br />

o Hijo de Dios?<br />

1. Conocer al autor de una obra puede ayudarte a comprender algunos aspectos de esa obra y a<br />

descubrir detalles que tal vez de otro modo podrían pasarte desapercibidos. Por ejemplo, san Lucas era<br />

médico. Debido a esa sensibilidad y a sus conocimientos de medicina, es el único de los evangelistas<br />

que, cuando narran la agonía de Jesús en Getsemaní, dice que el Señor sudó gotas de sangre, dando<br />

muestra del increíble dolor que padeció Jesús.<br />

¿Quién era san Marcos? No se sabe con certeza pero los estudiosos dicen que pudo acompañar a san<br />

Pedro en los viajes que nos narran los Hechos de los Apóstoles. Se podría decir, por tanto, que el<br />

evangelio de san Marcos son las memorias de san Pedro. Imagina la escena, al caer la noche, después de<br />

un día agotador, san Pedro y sus compañeros se sentarían a la luz del fuego y contarían historias de Jesús.<br />

Pedro sería, cómo no, el gran protagonista. Todos los que estaban con él no habían visto a Jesús y<br />

querrían saberlo todo de Él. Después de contarles brevemente cómo conoció a Jesús por primera vez,<br />

alguno le preguntaría: Pedro, ¿te acuerdas del primer milagro de Jesús? En ese momento Pedro se<br />

detendría y les narraría el evangelio que tienes entre manos. ¿Qué pensaría Pedro en aquel momento?<br />

¿Cómo miraría a Jesús? Pedro se quedaría más que sorprendido y empezaría a preguntarse en su interior:<br />

¿pero quién eres tú, Jesús? Pregunta preciosa que un tiempo más adelante, camino de Cesarea de Filipo,<br />

será Jesús quien se la haga: ¿Vosotros, quién decís que soy yo?<br />

Por eso, en este rato de oración, pregúntate sin miedo: ¿quién es Jesús para ti? Y tú, ¿quién dices que<br />

soy Yo? Ojalá tu respuesta sea, como leíste ayer en labios de san Ignacio: Jesús, tú eres mi inseparable<br />

vivir.<br />

2. Una tentación muy sutil pero muy extendida es quedarnos en los signos externos. En muchas<br />

personas, incluso personas buenísimas y muy de Iglesia, parece que se cumple aquello del profeta Isaías:<br />

para que viendo no vean y oyendo no oigan. Se quedan, desgraciadamente, en la capa más superficial.<br />

Cuántas veces, sin darnos cuentas, en el fondo deseamos un milagro de Jesús, un signo externo fuera de lo<br />

común, o buscamos hacer cosas buenas y ayudar olvidándonos de quien es verdaderamente importante.<br />

Me gusta imaginar esta escena de un modo peculiar. Jesús había hecho su primera curación, muchas<br />

personas de la sinagoga se quedarían estupefactas admirando al ahora no-endemoniado, ruido, sorpresa,<br />

admiración, empujones… muchos querrían tocarlo y, en medio de todo el barullo, Jesús, sereno, y san<br />

Pedro con la mirada clavada en Jesús. Mientras muchos se quedaban en el signo externo, Pedro miró más<br />

allá, miró a Jesús. Solo desde esa perspectiva se entienden las cosas porque, ¿qué es más importante, el


anillo o la persona que te pide matrimonio? ¿Las cosas son valiosas por sí mismas o las hacen valiosas<br />

las personas que nos las regalan? De poco sirve hacer muchas cosas buenas si nos olvidamos de por<br />

quién estamos llamados a hacerlas.<br />

Hoy en día se han multiplicado los planes de voluntariado. ¡Es fantástico! Revelan el enorme deseo<br />

de ayudar a los demás pero… no te quedes solo en lo externo. No seas como aquellos de la sinagoga que<br />

se perdieron en un milagro y se olvidaron del autor del milagro. Piensa que vale mucho más a los ojos de<br />

Jesús un rato de estar con Él en el sagrario todos los días, que quince días de verano lejos de tu ciudad.<br />

No te olvides, de los que se fijaron en la curación ninguno cambió su vida ni siguió a Jesús hasta el final;<br />

los que se quedaron mirando a Jesús estuvieron dispuestos a dar su vida por amor a Él y, por Él, a todos<br />

los hombres. ¿Quieres ayudar de verdad a los pobres? Dales lo que nadie les puede dar, llévales a Jesús,<br />

hazles experimentar el amor del Cielo aquí en la tierra, da esperanza a quien la ha perdido, ama a los que<br />

Jesús ama solo porque Él los quiere. Mira primero a Jesús y, por Él, lleva el Cielo a todos los hombres.<br />

3. La fama de Jesús se extendió por toda Galilea, pero ¿qué fama? El Evangelio se mueve en varios<br />

niveles. Uno de ellos es el nivel más superficial, el otro es el nivel del corazón de los que aman a Jesús.<br />

Recuerda que es Pedro quien le está contando a Marcos este primer milagro de Jesús. Pedro sabía muy<br />

bien que había dos niveles y les diría a sus compañeros a la luz del fuego: «se extendió el hecho de la<br />

curación de un hombre. Sí, amigos, nadie de los que estaban allí reparó en las palabras dichas por los<br />

demonios, las más verdaderas de todas, que Jesús era el Santo de Dios. Todos proclamaron la llegada de<br />

un curandero, ninguno habló de que el Cielo había bajado a la Tierra».<br />

Lo superficial, lo que no es de Dios, hace mucho ruido, se difunde rápidamente y rápidamente se<br />

olvida. Ayudamos mucho, hicimos muchas cosas buenas, lo pasamos genial… y después a la playa y a<br />

mis fotos, fiestas y demás donde enseñar las fotos del mes anterior. Sentirme bien ayudando… y ya está.<br />

¿Y Jesús? Si el Cielo se ha hecho presente, ¿por qué lo olvidamos tan pronto? ¿Por qué a veces Jesús nos<br />

aburre tanto hasta el punto de que nos cuesta muchísimo pasar tiempo con Él delante del sagrario? No fue<br />

así con los apóstoles. Ellos entendieron que lo importante era no separarse de Jesús, estar con Él. Ellos<br />

fueron generosos hasta el extremo de dar su vida. Ojalá tú y yo no nos quedemos cortos en nuestra<br />

entrega. El amor no entiende de entregas parciales. Mira a Jesús y ama a los hombres como Jesús los<br />

ama, entonces los demás también dirán que el Cielo ha llegado a la tierra.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 1, 21-28<br />

Llegó Jesús a Cafarnaún, y, cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron<br />

asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba<br />

precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: ¿Qué quieres de


nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios. Jesús lo<br />

increpó: Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se<br />

preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus<br />

inmundos les manda y le obedecen. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la<br />

comarca entera de Galilea.


MIÉRCOLES 10 DE ENERO<br />

1. Morir a cada instante. 2. La intimidad de la noche. 3. El cuento de Disney… al revés.<br />

1. Tal vez no te acuerdes del evangelio de ayer pero, si lees el de ayer y el de hoy seguidos, te darás<br />

cuenta de una cosa: Jesús no tenía un minuto de descanso. Llegar a Cafarnaún, predicar, curar, atender a<br />

la gente, ponerse de nuevo en camino y cuando podía descansar…la suegra de Pedro está enferma y no<br />

solo eso, todos los enfermos de la comarca se agolparon a su puerta. Y así un día, y otro, y otro. ¿Jesús<br />

no se cansaba? ¡Claro que sí! Estaría exhausto pero no es el cansancio físico el más importante, sino el<br />

cansancio del alma y, ahí, Jesús no sentía jamás hastío. Su alma estaba descansada porque amaba desde<br />

la creación del mundo a todos los necesitados que se acercaban a Él. Es más, Jesús tenía sed de cada uno<br />

de ellos y los llama primero pidiendo que se acerquen a Él los cansados y agobiados para que Él los<br />

alivie y, finalmente, diciendo «Tengo Sed» desde la Cruz del Calvario.<br />

Amar mi entrega, descansar sirviendo, morir a mí mismo. He aquí el secreto de Jesús y el secreto de<br />

tantos santos que se dieron a los necesitados. No mirar atrás, no reservarse nada porque lo que no<br />

entregamos a Jesús se pierde. Amar mi entrega es algo muy concreto que requiere de mucho sacrificio.<br />

No basta con el deseo de ser solo de Jesús, has de morir en cada instante a ti mismo, a ti misma. Cada<br />

acontecimiento, cada persona puede ser el instrumento del que se sirve Jesús para que tú te entregues. Por<br />

eso, ama tu trabajo cotidiano, abrázalo. No es solo una cuestión de estudiar o no, de trabajar o no; es el<br />

termómetro con el que se verifica tu amor a Jesús. ¿Cómo le dirás que le amas sobre todo si no eres fiel<br />

en lo poco? Acostúmbrate a amar tu rutina para hacer de la prosa diaria una bellísima poesía. Jesús,<br />

siendo Dios verdadero, amó la tarea sencilla de un hombre cualquiera en sus treinta años de silencio y en<br />

su vida pública. Para llegar a amar la cruz del Calvario, Jesús tuvo que aprender, poco a poco, a morir a<br />

sí mismo, a hacer solo lo que el Padre le había encomendado. No es el discípulo más que el Maestro.<br />

Haz tú lo mismo.<br />

2. Si Jesús amaba todo lo que el Padre le había encomendado, era porque necesitaba acudir siempre<br />

al diálogo con Él. Al acabar el día, de madrugada, se retiró solo a rezar. La noche, el silencio, es el<br />

tiempo de la intimidad. ¡Cuántas confidencias hechas a Jesús en la custodia a mitad de la noche! ¡Cuántos<br />

deseos de intimidad y de entrega en esas horas donde el mundo duerme y los enamorados se hablan!<br />

Posiblemente nunca imaginaste lo bien que se está con Jesús por la noche, e incluso llegaste a pensar que<br />

tu director espiritual estaba un poco loco cuando te lo propuso y, de repente, descubriste una intimidad<br />

con Jesús que jamás podrías haber soñado. ¡Qué bien!<br />

Jesús descansaba en el Padre como nosotros descansamos en Jesús eucaristía. Aprender a descansar<br />

en Jesús, hablarle en la intimidad del silencio, contarle tus dificultades, tus cansancios, tus infinitas


alegrías, darle gracias y renovar el amor cada día delante del sagrario es el alimento necesario para la<br />

santidad. Cuántos santos olvidados de sí encontraron en la paz del sagrario todo lo que necesitaban para<br />

seguir sirviendo. Por eso, acude todos los días a estar con Jesús, busca el silencio y esas horas en las que<br />

las iglesias están vacías. Jesús te espera porque tiene sed de ti. Allí, en el sagrario, descansarás siempre<br />

y encontrarás siempre motivos para olvidarte cada vez más de ti y ser más de Jesús. En el sagrario<br />

recordarás siempre por quién haces todo lo que haces, por quién sirves a los que nadie quiere y por quién<br />

mueres a ti mismo. Contempla a Jesús y permite que Él te moldee a su imagen y semejanza. A Él también<br />

le costó, no tengas miedo.<br />

3. Nos hemos acostumbrado desde pequeñitos a los cuentos y a las historias de las películas de<br />

Disney. Quién no conoce Blancanieves, la Sirenita, Cenicienta, etc. Muchas de esas películas tienen un<br />

factor común con el que el cine ha facturado millones de dólares: es la historia de una persona pobre que<br />

llega a ser princesa –o príncipe como Shrek–. A todo el mundo le gusta esta historia, es entrañable y nos<br />

deja buen sabor de boca porque acaba bien, muy bien y comiendo perdices. Piensa un momento, ¿Cuánto<br />

dinero crees que se habría ganado si la historia fuese al contrario? ¿Irías a ver la historia de la princesa<br />

que lo dejó todo, se puso a barrer y servir a sus malvadas hermanastras? ¡Los pobres críos saldrían del<br />

cine traumatizados! Y es que esa historia no gusta, no vende, no le interesa a nadie porque todos<br />

queremos ser príncipes o princesas pero no queremos ser los últimos.<br />

El evangelio «pica» tanto porque es justo la historia de Disney al revés. Es la historia de Dios<br />

Todopoderoso que se hace pobre y esclavo de todos para consolarlos a todos. Sí, Jesús no retuvo como<br />

propia su condición divina, dice san Pablo en la Carta a los Filipenses, y se hizo esclavo porque le<br />

importaban todos, principalmente los que no importaban a nadie. Después de curar a muchos se fue a<br />

aldeas cercanas a buscar a los que le necesitaban. Salió del Padre, se hizo hombre y se mezcló entre los<br />

que nadie quería para dar gloria a su Padre del Cielo. Por eso, permíteme esta confidencia:<br />

bienaventurados, bienaventuradas aquellas que, pudiendo ser princesas, decidieron ser servidoras de los<br />

no deseados. Servir por amor a Jesús, imitarle poniéndote el último, la última. No tener más gloria que su<br />

gloria. Aquí tienes el secreto de la felicidad y tu camino de santidad.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 1, 29-39<br />

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La<br />

suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la<br />

levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos<br />

los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de<br />

diversos males y expulsó muchos demonios; y, como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se


levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y,<br />

al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. Él les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas<br />

cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda Galilea, predicando en<br />

las sinagogas y expulsando los demonios.


JUEVES 11 DE ENERO<br />

1. Que el sufrimiento de los hombres no te sea indiferente. 2. El amor más sublime: el amor de<br />

compasión. 3. La caridad que salva.<br />

1. La lepra es una enfermedad muy sencilla de curar. Hoy en día no supone ningún problema para<br />

quien tiene acceso a los medicamentos adecuados. El problema viene cuando no tienes acceso a ellos y<br />

pasa el tiempo. Entonces es cuando la lepra se come la carne y el cuerpo se cubre de llagas. En tiempos<br />

de Jesús no había cura para la lepra y, como era contagiosa, si alguien enfermaba lo echaban afuera del<br />

pueblo, lo abandonaban a su suerte y nadie podía ni tocarlos ni acercarse a ellos. ¿Imaginas una vida sin<br />

sentir a nadie, viendo cómo todo el mundo huye de ti? Por eso es conmovedor que un leproso quisiera<br />

acercarse a Jesús y que Jesús le esperara.<br />

¿Te has fijado en el corazón de este pobre? ¡A saber cuántos años llevaba enfermo, humillado y<br />

olvidado de todos! Y, sin embargo, qué delicadeza: «Si quieres, puedes limpiarme». ¡Si quieres! Parece<br />

que pide perdón por acercarse a Jesús. No tiene nada, es radicalmente pobre. Tan pobre que considera de<br />

sí mismo que no tiene derecho ni siquiera a acercarse a Jesús.<br />

No tengas prisa por sacar conclusiones del evangelio. Simplemente conmuévete. Deja que el corazón<br />

del leproso gane tu corazón. Entra en su corazón para poder experimentar con él la infinita ternura de<br />

Jesús. No seas indiferente ante el sufrimiento de los necesitados. La gran herida del corazón de este<br />

leproso no era su enfermedad, sino el olvido y el desamor de todo el mundo. Tantos años torturándose<br />

porque no le importaba a nadie y no sabía que Dios le observaba y le reservaba poder sentir la caricia y<br />

la ternura de Jesús. Donde el mundo no miraba, Dios Padre no quitaba su vista de él, lo reservaba para el<br />

Cielo y se lo anticipó yendo a encontrarse cara a cara con él. Aprende bien los gestos de Jesús, el<br />

lenguaje de Dios, las preferencias del corazón del Padre para que tú también puedas encontrarte cara a<br />

cara con su Hijo Jesucristo.<br />

2. Jesús se compadeció de él. La compasión no es, como muchos creen, sentir lástima por alguien.<br />

Eso, perdón, es una caricatura grotesca de la compasión. El amor de compasión es el amor que siente con<br />

el corazón del otro hasta el punto de amarlo tanto que estarías dispuesto a sufrir por él para aliviarle su<br />

dolor. Es uno de los muchos detalles de este precioso evangelio. Jesús, Verbo de Dios, que pensó y creó<br />

a este hombre, sufre en su corazón las penas y las emociones del leproso. El corazón de Jesús, al verlo,<br />

se estremeció hasta el punto de querer sufrir por él para salvarle. Es un paso más en el camino al<br />

Calvario donde Jesús consumará su deseo de salvarnos compadecido de cada uno de nosotros.<br />

Me imagino a Jesús conmovido casi hasta el llanto al ver los estragos que el demonio, por medio de<br />

la enfermedad, había causado en la carne del leproso. «Hijo mío, “¿qué te ha hecho Satanás? ¡Cómo no


voy a querer limpiarte! Tus llagas son mis llagas, tu abandono es mi abandono, tu dolor es mi dolor”».<br />

Meditar, despacio, los diferentes perfiles del corazón de Jesús nos permite asomarnos a ese abismo de<br />

infinita ternura de Dios. No contemples el corazón de Jesús como quien mira un objeto bonito en una<br />

vitrina. Contémplalo para desear que el Espíritu Santo moldee tu corazón a la medida del corazón de<br />

Jesús. Conmuévete ante quien Jesús se conmueve para que tu corazón sea parecido al suyo. ¿Existe algo<br />

más grande que esto? ¿Encontrarás un amor mayor en otro sitio? Solo quien se conmueve ante el corazón<br />

de Jesús es capaz de entregar su vida, porque la vida santa no es otra cosa más que corresponder desde<br />

nuestra debilidad a la infinita compasión que Jesús ha tenido con cada uno de nosotros.<br />

3. El leproso volvió a sentir el contacto de una carne sana. Años sin sentir nada y la mano de Jesús<br />

acarició su carne y curó sus heridas. Jesús, Verbo de Dios encarnado, obra sus milagros por medio del<br />

poder del Espíritu Santo, Caridad de Dios Padre, que habita en él. Perdona si esto te parece muy elevado<br />

o demasiado teológico pero encierra algo precioso para nosotros. ¿Qué significa todo eso? Cuando Dios<br />

creó al hombre, lo hizo a su imagen y semejanza por medio del Verbo y del Espíritu Santo. Creados a<br />

imagen de Dios, el Espíritu Santo era el «encargado» de otorgarle al hombre semejanza divina. Cuando<br />

se produjo el pecado original, dice san Ireneo de Lyon, el hombre perdió la semejanza divina pero<br />

conservó su imagen. Toda la historia del hombre es devolverle a la imagen de Dios, que es su semejanza<br />

por obra del Espíritu Santo, es decir, por medio de la Caridad de Dios.<br />

Ejercer la caridad con un leproso, en este caso, o con un necesitado es reproducir el mismo gesto de<br />

Dios. Al vivir la caridad devolvemos a los hombres la semejanza que el pecado les ha arrebatado. Por<br />

eso, en el ejercicio de la caridad podemos descubrir a Jesús. Cuentan de Madre Teresa que recogió en<br />

las calles de Calcuta a un leproso. Lo lavó, le curó las heridas y lo vistió. El leproso murió al día<br />

siguiente pero justo antes de morir dijo: «toda mi vida he vivido como un animal, ahora muero como un<br />

hijo de Dios». La caridad de Jesús por medio de una humilde mujer le devolvió su verdadera identidad,<br />

le hizo saberse hijo de Dios. Ser la luz de Jesús para que Él, por medio de nosotros, pueda devolver a los<br />

menos amados su verdadera identidad es una vocación preciosa. Por eso, el sacramento de la confesión,<br />

la caridad vivida hasta el extremo son tan necesarias en el mundo. Ojalá que tu corazón sienta deseos de<br />

ser instrumento de la infinita caridad de Jesús con los hombres.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 1, 40-45<br />

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes<br />

limpiarme. Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: quiero: queda limpio. La lepra se le<br />

quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: No se lo digas a nadie;<br />

pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.


Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no<br />

podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de<br />

todas partes.


VIERNES 12 DE ENERO<br />

1. La fe mueve montañas… y abre huecos en el techo si es preciso. 2. La tentación de ver y juzgar<br />

todo desde la barrera. 3. En el riesgo está la esperanza.<br />

1. El éxito inicial de Jesús con su predicación entre la gente es innegable. San Marcos nos da noticia<br />

del mismo en el evangelio de la misa de hoy: Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se<br />

supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni en la puerta. Y les proponía la<br />

palabra (Mc 2, 1-2). Sin necesidad de que los convoque o salga a la plaza, la gente acude en masa a<br />

Jesús; lo hacen para escuchar su enseñanza. Vendrán después los momentos en que esa misma multitud le<br />

rechace y prefiera a Barrabás. Pero aquello no significa que la admiración del inicio y la aceptación de<br />

sus palabras al comienzo de su misión no fueran verdaderas. Hay en Cristo, en su vida y en su palabra, un<br />

atractivo detrás del cual se nos va el corazón. No puede ser de otro modo, en Él se muestra quién es de<br />

verdad el hombre y cuál es su destino. Otra cosa es que después, en un segundo momento, la exigencia<br />

del camino que Jesús propone eche para atrás a los mismos que hoy se maravillan ante lo que les dice.<br />

Pero lo uno no quita veracidad a lo otro. Jesús atrae, su palabra cautiva, ojalá cautive tu corazón también.<br />

Es el atractivo de Cristo, la confianza que suscitan sus palabras y la admiración por los prodigios que<br />

hace ante sus ojos, lo que hace prender la llama de la fe en el corazón de algunos de sus oyentes. Y la fe<br />

se manifiesta en obras, en la acción. Mira a aquellos cuatro que llevan a su amigo paralítico ante Jesús.<br />

Lo hacen porque tienen una confianza total en que Jesús podrá curarlo. Y, si para ello han de abrir un<br />

boquete en el techo, lo hacen. La fe mueve montañas, se dice inspirándose en unas palabras de Jesús, y es<br />

verdad. Pero quizá mover montañas nos queda un poco lejos todavía, abrir un boquete en el techo parece<br />

más asequible. Empieza por abrir esos huecos en tu techo que te permitan ver el cielo y terminarás<br />

moviendo las montañas que limitan tu horizonte.<br />

2. El contrapunto de los cuatro que, poniéndose el mundo por montera, sin importarles qué dirán o<br />

pensarán de ellos, abren el boquete en el techo para que su amigo pueda llegar hasta Jesús lo<br />

encontramos en los escribas que aparecen en el relato de Marcos. De ellos dice el evangelista que<br />

estaban allí sentados (cfr. Mc 2, 6). Podemos imaginarlos entre la gente, observando lo que sucede,<br />

pendientes de todo, juzgando en su interior todo lo que ven y oyen. Y ese es su problema: todo lo juzgan<br />

sin moverse un ápice de su posición. Por eso te digo que son el contrapunto de los cuatro que llevaban al<br />

paralítico en la camilla. Si la fe de estos se manifiesta en lo que hacen, en que se mueven para que su<br />

amigo llegue a Jesús, la falta de fe de los escribas se hace patente con su inmovilismo y su dureza de<br />

juicio.<br />

Sin embargo, no pienses que lo que les sucede a los escribas del evangelio es patrimonio exclusivo


de los malos de película, una caracterización que sin darnos cuenta podemos terminar dando a escribas y<br />

fariseos a tenor de la descripción que se hace de ellos en el evangelio. Lo que les sucede a ellos puede<br />

pasarnos también a nosotros. La tentación de quedarse quieto viendo pasar las cosas y juzgarlas desde el<br />

sillón está muy presente entre nosotros. Socialmente la tienes a golpe de clic o de pantalla táctil, ¡cuánta<br />

gente pendiente de juzgar lo que otros hacen, dicen o muestran en sus redes sociales! ¡Y cuántos<br />

pendientes de ese juicio de los demás! Pero también puede alcanzar a tu vida interior y al trato con Dios.<br />

Es inevitable que de una cosa pase a la otra. Si vives pendiente de los demás y de lo que los demás dicen<br />

de ti, además de la más que probable superficialidad en que se instalen tus pensamientos y<br />

conversaciones, difícilmente no te sucederá igual en lo tocante a tu vida cristiana. Por eso piensa si no te<br />

dejas llevar por esta tendencia actual a ver las cosas desde la barrera y juzgarlas, a opinar de todo, a<br />

juzgarlo todo. Porque es claro que a Jesús no le gusta, pídele su ayuda para cambiar.<br />

3. El canalla de Harry Lime, personaje principal de «El tercer hombre», en una conversación con su<br />

amigo Holly Martins pronuncia una frases memorable: «Recuerda lo que dijo no sé quién: en Italia, en<br />

treinta años de dominación de los Borgia, hubo guerras, matanzas, asesinatos… Pero también Miguel<br />

Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron quinientos años de amor,<br />

democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!». Sin entrar en la moralidad de los Borgia<br />

ni en cuestiones históricas, la frase me ha venido a la cabeza porque pone de manifiesto una paradoja: en<br />

el riesgo está la esperanza. Si solo se hace lo previsible, si todo está tasado, medido, estipulado, no hay<br />

posibilidad de que suceda algo nuevo. No hace mucho me lo decía un amigo arquitecto: a este paso con<br />

tanta normativa será imposible hacer cosas diferentes, todo será igual. Y esto que se busca, en definitiva,<br />

por tener seguridad termina matando de aburrimiento, como el reloj de cuco. Solo quien arriesga puede<br />

dar con algo nuevo.<br />

Lo mismo sucede en la vida cristiana, solo quien arriesga, quien se lanza, puede esperar algo nuevo.<br />

Los cuatro del evangelio te muestran lo que significa arriesgar. En el mejor de los casos podían haber<br />

hecho un ridículo espantoso, en el peor, hasta haberse herido o matado, pero asumir ese riesgo fue la<br />

llave para obtener de Cristo el perdón y la curación para su amigo y un fortalecimiento grande de su fe<br />

para ellos. Arriesgar, moverse, ¿lo haces por Jesús o te atenaza el miedo a meter la pata o al qué dirán?<br />

Pídele a Jesús que te dé la misma desvergüenza de los cuatro del evangelio para vencer todo respeto<br />

humano, muchas cosas buenas dependen de ello.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 2, 1-12<br />

Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos, que<br />

no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la Palabra. Llegaron cuatro llevando un paralítico, y,


como no podían meterlo por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un<br />

boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico:<br />

Hijo, tus pecados quedan perdonados. Unos letrados, que estaban allí sentados, pensaban para sus<br />

adentros: ¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios? Jesús se dio<br />

cuenta de lo que pensaban y les dijo: ¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico «tus<br />

pecados quedan perdonados» o decirle «levántate, coge la camilla y echa a andar»? Pues, para que veáis<br />

que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados… entonces le dijo al<br />

paralítico: Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa. Se levantó inmediatamente, cogió la<br />

camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos<br />

visto una cosa igual.


SÁBADO 13 DE ENERO<br />

1. Seguir a Jesús no es tanto un movimiento de los pies cuanto del corazón. 2. Se levantó y lo<br />

siguió. 3. Se escandalizan porque anda con pecadores.<br />

1. Comienza el evangelio de la misa de hoy con la vocación de Leví, más conocido como Mateo, el<br />

autor del primer evangelio; san Marcos nos la refiere de un modo escueto y directo: Al pasar vio a Leví,<br />

el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice: «Sígueme». Se levantó y lo siguió (Mc 2,<br />

14). La llamada a seguirle que hace Jesús es extensiva a todos sus discípulos; hoy tienes para tu<br />

meditación la de Mateo, pero también llama de manera semejante a cada uno de los suyos, también a ti.<br />

Como explica Beda el Venerable: «Dijo “sígueme” en el sentido de imitarlo. Dijo “sigue” no tanto<br />

adelantando los pies cuanto con el modo de vivir. Así, el que afirma que está junto a Cristo debe vivir<br />

como vivió Cristo; es decir, sin ambicionar las cosas de la tierra, sin buscar las ganancias caducas,<br />

huyendo de los honores más insignificantes, despreciando de buena gana el mundo entero por la gloria<br />

del cielo, ayudando a todos, no devolviendo injurias a nadie y soportando con paciencia las que a su vez<br />

nos dirijan, llevar el perdón del Señor a quienes le ofenden, buscar siempre la propia gloria en el<br />

Creador y enaltecerse en la medida de lo posible con el amor a las cosas celestes. Actuar así significa<br />

seguir la huellas de Cristo»5.<br />

Seguir a Cristo implica toda la vida, lo que piensas, lo que deseas, lo que amas, lo que sientes, lo que<br />

sufres, nada queda fuera, nada es ajeno al Señor. Seguir a Jesús –y es a lo que Él mismo te llama– es un<br />

movimiento de toda tu alma, de todo tu ser, de mente a corazón. Repasa el texto de Beda y piensa bien en<br />

todas y cada una de las dimensiones del seguimiento de Jesús que se mencionan. Mira a ver si en alguna<br />

apenas te has movido para ir tras el Señor, considera en qué andas todavía algo lejos del maestro y<br />

apresúrate, Él quiere que le sigas de cerca, muy de cerca.<br />

2. Y no pases por alto que lo primero que hace Leví para responder a la llamada de Jesús es<br />

levantarse de la mesa de los impuestos, es decir, dejar lo que está haciendo y ponerse en camino. Seguir<br />

a Cristo significa dejar de lado otras cosas, dejar de seguir a otros, para únicamente fijarse en las huellas<br />

del Señor. De nuevo Beda el Venerable puede ayudarte a profundizar en esta cuestión: «No debemos<br />

admirarnos de que, a la primera orden del Señor, el publicano abandonara las tareas terrenas que le<br />

ocupaban y, sin preocuparse más de las riquezas, se uniera al grupo de los discípulos de aquel que veía<br />

que no tenía riqueza alguna. El Señor, que lo había llamado externamente con la palabra, interiormente lo<br />

empuja con una fuerza invisible a seguirlo, infundiendo en su interior la luz de la gracia espiritual,<br />

mediante la que comprendió que el que le separaba en la tierra de los bienes temporales era capaz de<br />

darle en el cielo tesoros imperecederos».


Como Leví, tú también tienes que dejar atrás aquello que te separa o dificulta seguir de cerca a Jesús.<br />

Puede ser algo de tu forma de divertirte o de pasar el tiempo de ocio, quizá sea el modo de portarte en tu<br />

trabajo con compañeros o subordinados, a lo mejor tiene que ver con tu situación familiar o personal.<br />

Piensa qué es esa riqueza que sabes en el fondo de tu corazón que te está impidiendo seguir de cerca al<br />

maestro. Y piensa en cómo Leví dejó atrás la suya. No es que de repente perdiera el valor que tenía su<br />

dinero y su oficio, sino que descubrió una riqueza mayor y tuvo el auxilio de la gracia de Dios para<br />

abrazar ese nuevo tesoro que es Jesús. Pídele al Señor entonces que te haga a ti descubrir lo mismo y que<br />

te ofrezca también su ayuda para saber elegir como hizo Mateo.<br />

3. A propósito del banquete en casa de Leví, que muy contento celebra con sus amigos –y no debían<br />

de ser la gente bien del lugar que digamos– haber encontrado a Jesús o, más bien, haber sido él<br />

encontrado por Cristo, nos refiere Marcos el escándalo de los fariseos y su reproche a los discípulos de<br />

Jesús. La respuesta del Señor es de sentido común: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.<br />

No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2, 17). Porque es tan absurdo lo que reprochan a<br />

Jesús como reprochar a un médico que se acerque a un enfermo, al que ha de sanar. Si el médico está<br />

para curar al enfermo, es obvio que se ha de acercar a él, examinarlo, preguntarle, hacer un diagnóstico y<br />

por fin aplicar un remedio. Pues Jesús es el médico de nuestras almas que ha venido a curarnos del<br />

pecado, ¿cómo no va a acercarse a los pecadores para ofrecerles el remedio para sus pecados?<br />

Pero, si es del todo absurdo escandalizarse porque Jesús se acerque a los pecadores, también lo sería<br />

pensar que ese acercamiento es para amoldarse a su situación sin más, como si el médico se acercase al<br />

enfermo para dejarle como está. El médico se aproxima al paciente para curarlo, lo mismo Jesús se<br />

acerca al pecador para que salga de su pecado, para cambiar su situación. Lo mismo que el médico en su<br />

acercamiento al paciente se atiene a lo que dicta la medicina y no a lo que el paciente desea, y a veces al<br />

paciente no le gusta nada lo que le hace el médico, también Jesús se acerca a los pecadores según la ley<br />

de la misericordia divina. Una ley que absuelve al pecador que se arrepiente y condena el pecado, de<br />

manera que el que se acoge a ella pueda enmendarse y cambiar de vida. Si Jesús se ha acercado a ti y te<br />

ha llamado, es para esto, no lo olvides. Pídele siempre por ello un espíritu de conversión para rectificar<br />

y enmendarte de tus faltas.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 2, 13-17<br />

En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él y les enseñaba. Al<br />

pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. Se levantó y lo<br />

siguió. Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían, un grupo de recaudadores<br />

y otra gente de mala fama se sentaron con Jesús y sus discípulos. Algunos letrados fariseos, al ver que


comía con recaudadores y otra gente de mala fama, les dijeron a los discípulos: ¡De modo que come con<br />

recaudadores y pecadores! Jesús lo oyó y les dijo: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No<br />

he venido a llamar a justos, sino a pecadores.


DOMINGO 14 DE ENERO<br />

SEGUNDA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO<br />

1. Para llegar a puerto. 2. La fisonomía de un buen práctico para mi alma. 3. Cada palo ha de<br />

aguantar su vela.<br />

1. Recuerdo haber visto algunos episodios de un programa documental que se titulaba «Barcos<br />

poderosos», casi no hace falta decir cuál era el contenido del mismo, cada capítulo se dedicaba a un<br />

barco singular a causa de su tamaño, de sus especiales características o su función. En uno de ellos,<br />

buena parte del tiempo lo ocupaba la maniobra de atraque de un inmenso crucero en un diminuto puerto<br />

caribeño. La operación era especialmente delicada pues el buque debía hacer un giro de ciento ochenta<br />

grados en el que la popa pasaría a escasos cien metros del muelle de carga. A pesar de la experiencia de<br />

la tripulación, es una maniobra que solo está autorizado a realizar el práctico del puerto. Él conoce bien<br />

el fondo, las corrientes y todo pormenor que pueda influir en la operación. Y gracias a todo ello el<br />

atraque se efectuó sin incidentes y los pasajeros pudieron disfrutar de su escala en aquella isla. Aquello<br />

me hizo pensar en que en la vida espiritual sucede de manera semejante. Para llegar a puerto y lograr<br />

atracar bien en él es preciso del práctico, de alguien que conozca bien cómo aproximarse, cómo avanzar<br />

y a qué velocidad, qué peligros evitar o cuándo saber esperar. Es preciso para alcanzar el destino y<br />

responder a la llamada de Dios lo que la Iglesia siempre ha llamado dirección espiritual o, si lo<br />

prefieres, acompañamiento espiritual.<br />

Precisamente en las lecturas de la misa de hoy, al menos en la primera y en el evangelio, tienes dos<br />

ejemplos magníficos de acompañamiento espiritual. Tanto Elí en la lectura del Primer Libro de Samuel<br />

como Juan el Bautista en el evangelio ejercen de prácticos experimentados para sus discípulos al<br />

señalarles cómo responder adecuadamente al paso de Dios por su vida. Presta atención a ambos pasajes<br />

y medítalos con calma.<br />

2. Por eso es muy conveniente que busques tú también un Juan Bautista o un Elí que pueda señalarte<br />

por dónde pasa Cristo a tu lado para escuchar su llamada y poder responder con prontitud y generosidad.<br />

Claro que quizá pienses cómo elegir adecuadamente, o, dicho de otro modo, ¿qué requisitos debe tener un<br />

buen acompañante espiritual? Creo que lo más importante es que sea una persona de Dios, alguien en que<br />

percibas un deseo ardiente y una lucha cotidiana por vivir cerca de Cristo. Fíjate en los ejemplos que<br />

antes mencionábamos. Elí era un juez de Israel, al contrario que sus hijos, era justo y servía al Señor<br />

desde hacía años; Juan el Bautista había consagrado su vida a preparar un pueblo bien dispuesto al<br />

Mesías y buscaba cada día mover más corazones al arrepentimiento y a la conversión.<br />

Personas de Dios que te sepan escuchar, que atiendan a lo que les cuentas, que les interese lo que te


sucede. No con un interés particular porque quieran algo de ti, sino un interés por tu bien, un interés por<br />

la salvación de las almas, un interés por que te acerques a Dios. Ambas cosas van de la mano, si hay<br />

amor a Dios, deseo de que se cumpla su obra en el mundo y muchos le conozcan y le amen, entonces<br />

habrá también preocupación sincera e interés leal por todo aquello que concierne a los demás. Y esto se<br />

manifiesta, por ejemplo, en la paciencia con que se escucha, a veces cuando lo que se cuenta es una y otra<br />

vez lo mismo. Piensa en la primera lectura del libro de Samuel, por tres veces se acerca Samuel a decirle<br />

a Elí exactamente lo mismo: «Aquí estoy porque me has llamado» (1 S 3, 4 ss). Y la respuesta de Elí no<br />

es nunca un desaire, y eso a pesar de la inoportunidad de la hora o de la incomodidad de verse<br />

despertado. No lo olvides, quien te escucha con paciencia y atención es porque te quiere de veras y lleva<br />

el amor de Jesús en su corazón.<br />

3. El práctico del puerto no suplanta al capitán ni lleva al barco donde este no quiere, sino que pone<br />

su pericia al servicio de la nave para que llegue sin accidentarse al muelle. De manera semejante, un<br />

buen director espiritual nunca tomará por ti las decisiones ni te dirá haz esto o aquello, sino que pondrá<br />

ante ti para que las consideres las razones y los criterios para que puedas juzgar tú mismo. «Mira a<br />

ver…», «piensa quizá si no…», «si te parece, pregunta al Señor en la oración…», así serán la mayoría<br />

de indicaciones que recibas de él. Porque su misión es la de señalar dónde está Jesús, como hace Juan<br />

con sus discípulos cuando les dice: «Este es el cordero de Dios» (Jn 1, 36), y disponerte a escuchar su<br />

llamada, como hace Elí con Samuel al indicarle: «Ve a acostarte y, si te llama de nuevo, di: “Habla,<br />

Señor, que tu siervo escucha”» (1 S 3, 9).<br />

Pero, precisamente porque no toma por ti una decisión, sino que te señala a Jesús y su paso a tu lado,<br />

te interesa recibir con la máxima consideración y atención los consejos que recibes en el<br />

acompañamiento espiritual. Ya digo, no para seguir ciegamente lo que te digan, sino para en conciencia<br />

hacer lo que te parezca correcto. La decisión es tuya, no vale decir que lo haces porque te lo dice don<br />

fulano o don mengano. Lo haces porque quieres, es tu vida y es tu responsabilidad. La del acompañante<br />

espiritual es ayudarte a buscar con honestidad la luz de Cristo; el seguirla y responder a la llamada que<br />

Dios te hace ya es cosa tuya. Ojalá tengas deseos de responder y pongas los medios necesarios –y uno de<br />

los más eficaces es el acompañamiento espiritual– para que puedas escuchar la palabra que Dios siembra<br />

en tu corazón.<br />

EVANGELIO<br />

San Juan 1, 35-42<br />

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: –«Este<br />

es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al<br />

ver que lo seguían, les pregunta: –«¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: –«Rabí (que significa Maestro),


¿dónde vives?».<br />

Él les dijo: –«Venid y lo veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día;<br />

serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y<br />

siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: –«Hemos encontrado al Mesías (que<br />

significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: –«Tú eres Simón, el hijo de<br />

Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)».


LUNES 15 DE ENERO<br />

1. Expertos en retorcer las cosas buenas los hay en todas las épocas. 2. Para un buen uso de las<br />

cosas materiales. 3. Guardar los tiempos de penitencia.<br />

1. El evangelio de hoy, tomado de san Marcos, nos presenta una polémica de Jesús presumiblemente<br />

con los fariseos, con quienes acaba de chocar a propósito de la curación del paralítico y de su comida en<br />

casa de Leví. En esta ocasión es por cuenta del ayuno: Le preguntaron a Jesús: «Los discípulos de Juan<br />

y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?» (Mc 2, 18). El ayuno formaba parte de<br />

las prácticas habituales de los judíos y que aparentemente Jesús no hiciera que sus discípulos lo<br />

guardasen causa escándalo entre los fariseos. Su escándalo es más social que religioso, pues, como en<br />

tantas otras cosas, lo han desposeído de su raíz y alma religiosa para convertirlo en una práctica<br />

meramente externa. Lo que debía elevar su espíritu por medio del desprendimiento de las cosas<br />

materiales ha sido transformado en lo contrario, una práctica vacía que les ata a lo mundano.<br />

Esta cuestión del ayuno, si lo piensas bien, se nos plantea de nuevo a los discípulos de Jesús en el<br />

mundo de hoy, aunque con otros ropajes. Por ejemplo, con la preocupación excesiva y desordenada por<br />

lo saludable que llega a perder de vista la verdad de las cosas. Así parece que fumar se haya convertido<br />

en uno de los mayores pecados desde el punto de vista de la sociedad, que ha hecho de los fumadores los<br />

mayores proscritos. Si miras una cajetilla de tabaco, puedes encontrar un mensaje dirigido a las madres<br />

embarazadas: «Fumar perjudica seriamente el embarazo»; y que una embarazada fume es visto con<br />

verdadera desaprobación. Pero, si esa misma embarazada decide ir a una clínica abortista y acabar con<br />

la vida de su hijo, parece que eso perjudica menos que el tabaco, porque socialmente no está mal visto.<br />

¡Es de locos! Lo que en principio es algo bueno, preocuparse por la salud, puede terminar pasando por<br />

encima de la vida más inocente. Y, como Jesús y sus discípulos, te encontrarás en medio de estos<br />

sinsentidos recibiendo reproches de los políticamente correctos. Pídele a Jesús –y en este caso no lo digo<br />

literalmente– fumarte un puro con tales reproches, que es lo que parece hacer el Señor a tenor de su<br />

respuesta en el evangelio.<br />

2. Continuando con estas consideraciones a propósito de la polémica sobre el ayuno, pienso que<br />

puede ayudarnos un texto brillante escrito por Paladio de Galacia: «Es preferible beber vino con<br />

moderación que agua con exceso. Los hombres santos son los que beben vino con moderación y los<br />

hombres corruptos son los que beben agua irracionalmente; no se trata de reprender o alabar la materia,<br />

sino de exaltar o deplorar la intención de quienes hacen un buen o mal uso de la materia. En otro tiempo,<br />

José bebió vino en Egipto, pero su intención no estuvo dañada. En cambio, Pitágoras, Diógenes y Platón<br />

bebieron agua, lo mismo que algunos maniqueos y una muchedumbre de presuntos filósofos; mas en su


intemperancia llegaron hasta el punto de menospreciar a Dios y adorar a los ídolos»6.<br />

Paladio apunta a otro de los absolutos sociales de hoy, el alcohol. Y nos ayuda con su reflexión a<br />

dirigir la mirada hacia lo que está verdaderamente en juego: el sentido de las cosas y la finalidad para la<br />

que han sido creadas. Si hoy los espacios sin humos, la condena de las bebidas con alcohol, la<br />

entronización del deporte en la vida de muchas personas o el culto al cuerpo se han erigido en los objetos<br />

de adoración de buena parte de la sociedad, es porque se ha olvidado cuál es el sentido de cada una de<br />

estas cosas y cuál el fin al que se ordenan. Porque ninguna de las cosas materiales son malas en sí, no es<br />

mala ninguna planta o alimento, no lo son las bebidas con alcohol, lo que es bueno o malo es el uso que<br />

hacemos de ellas. Si las usamos de acuerdo al fin que se ordenan, haremos un uso recto; si lo hacemos<br />

desordenadamente, será un mal uso. Esta es la pregunta que has de hacerte en relación al uso de las cosas<br />

materiales, de la comida, la bebida y todo lo demás: ¿tengo templanza en ellas? Porque esta virtud es la<br />

que te ayuda a encontrar la moderación, el equilibrio en lo relativo a los deseos de cosas materiales.<br />

Piensa en ello y con la ayuda de Dios busca avanzar en su ejercicio.<br />

3. Pero volvamos al asunto concreto que nos ha dado pie para estas consideraciones: el ayuno. La<br />

respuesta de Cristo a quienes le reprochan que sus discípulos no lo guarden sitúa en el centro el criterio<br />

fundamental que lo rige: «Mientras el esposo está con ellos no pueden ayunar. Llegarán días en que les<br />

arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día» (Mc 2, 19-20). El ayuno no se define por<br />

abstenerse de esto o aquello, ni por el peso que se pierde, sino que se define por su orientación a Dios.<br />

El ayuno es una obra de penitencia que se ofrece a Dios para que, desprendiéndonos de cosas terrenas, se<br />

abra nuestro espíritu a la acción de la gracia. Por eso no podían ayunar estando con Jesús, porque<br />

teniendo consigo al mismo Señor no era momento de abstenerse de cosas temporales, sino de aprender<br />

con Él a usar de ellas según el designio del Creador. Ya tendrán momentos de penitencia y de unirse a la<br />

cruz del Señor, ahora lo que toca es otra cosa. Y es que los ayunos, las penitencias, las mortificaciones<br />

son actos que se dirigen a Dios. No pueden tener otra motivación que servirnos para acercarnos a él y<br />

por eso debemos usar de ellas no según nuestro criterio, sino conforme a lo que convenga. Es por eso que<br />

la Iglesia establece días penitenciales, lo es la cuaresma y todos los viernes del año, para unirnos a la<br />

pasión de Jesús. Ojalá los aproveches siempre.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 2, 18-22<br />

En aquel tiempo, los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno.<br />

Vinieron unos y le preguntaron a Jesús: Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos<br />

ayunan. ¿Por qué los tuyos no? Jesús les contestó: ¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras<br />

el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar. Llegará un día en que se


lleven al novio; aquel día sí que ayunarán. Nadie le echa un remiendo de paño sin remojar a un manto<br />

pasado; porque la pieza tira del manto –lo nuevo de lo viejo– y deja un roto peor. Nadie echa vino nuevo<br />

en odres viejos; porque revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos.


MARTES 16 DE ENERO<br />

1. Hacer estéril la misericordia de Dios bajo capa de piedad. 2. Dios no elige fijándose en<br />

apariencias. 3. El diálogo de la pequeñez del hombre y la grandeza de Dios.<br />

1. En las lecturas de la misa de hoy hay un personaje que hace de puente entre ambas pues aparece en<br />

las dos, se trata del rey David. En el evangelio, Jesús trae a colación un hecho de la vida de David para<br />

responder a los fariseos que critican a sus discípulos por hacer en sábado lo que según ellos no está<br />

permitido. Por su parte, la segunda lectura nos relata la elección de David como rey de Israel por parte<br />

de Dios. Detenernos hoy en la figura del gran rey de Israel puede ser de provecho.<br />

David fue elegido por Dios como rey de Israel después de que el Señor rechazase a Saúl, a quien<br />

había ungido y puesto en el trono. ¿Qué pecado es tan grande como para hacer que Dios retire su favor a<br />

su elegido? ¿Acaso no podía perdonarlo como sí hará con David cuando este peque gravemente? ¿O<br />

podía pero es que no quiso? A primera vista, el pecado de Saúl no parece mayor que los que David<br />

cometerá después, podemos pensar en el censo que mandará hacer, y que manifiesta la búsqueda de<br />

seguridad en sus propias fuerzas, o en el adulterio con Betsabé y el posterior asesinato de su marido. La<br />

falta de Saúl es no haber destinado al anatema, es decir, a la destrucción, todo el botín de su guerra contra<br />

los amalecitas, sino haberlo ofrecido en sacrificio a Dios, así lo refiere el Libro de Samuel (cfr. 1 S 15).<br />

Saúl, que sabía cuál era el mandato de Dios, lo ha sustituido por otro pensando que así obra con piedad.<br />

Su falta está en usurpar el lugar que es solo de Dios y atreverse a cambiar las disposiciones divinas. Su<br />

pecado no es la transgresión de un mandamiento de Dios, sino la pretensión de cambiar la voluntad de<br />

Dios expresada en sus mandatos.<br />

Dios puede perdonar cualquier pecado con tal que el pecador se acoja a su misericordia; el problema<br />

es que, si el pecador no hace tal cosa, sino que pretende plegar el querer de Dios al suyo haciendo pasar<br />

su falta por virtud, entonces hace estéril en él la misericordia de Dios. Eso le pasa a Saúl y por eso es<br />

rechazado. Y es también el pecado de los fariseos que han cambiado la ley de Dios, incluido el precepto<br />

del sábado, por sus preceptos humanos y, además, ¡pensando que dan gloria a Dios! La más peligrosa de<br />

las falsificaciones es la que se parece más al original, sucede también así en la vida espiritual, la falta<br />

peor es la que se esconde bajo capa de virtud.<br />

2. Ya sabemos por qué Dios rechaza a Saúl, pero ¿qué le hace elegir a David? En la primera lectura<br />

de la misa tienes la clave para responder a esta pregunta. Samuel, siguiendo las indicaciones de Dios, se<br />

dirige a la casa de Jesé en busca de uno de sus hijos. Pero uno tras otro los va descartando, y no por falta<br />

de aptitudes, es más, al ver al mayor, exclamó Samuel impresionado: «Seguro que está su ungido ante el<br />

Señor» (1 S 16, 6). Pero rápidamente Dios se encarga de corregir su apreciación y manifestar que su


criterio de elección no es el de los hombres al replicarle: «No te fijes en su apariencia ni en lo elevado<br />

de su estatura, porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a<br />

los ojos, más el Señor mira el corazón» (1 S 16, 7).<br />

Dios no se queda en la apariencia, no mira lo exterior, sino que se fija en el corazón, en lo que no se<br />

ve. Por eso, en contra del parecer de Jesé, que lo había descartado de antemano, el elegido del Señor es<br />

el menor de sus hijos, que estaba ausente pastoreando el rebaño. David no tiene la estatura ni la fuerza de<br />

sus hermanos, es, como dice el propio libro de Samuel: un muchacho rubio y de hermoso aspecto (1 S<br />

17, 42). Sin embargo Dios ve la grandeza de su corazón y por eso lo hace su ungido. Aprende tú también<br />

a fijarte y a dar importancia a las cosas que son relevantes para Dios y ponlas por delante de las cosas<br />

que el mundo considera importantes.<br />

3. Al elegir Dios al pequeño de los hijos de Jesé fijándose en su corazón ha comenzado con él un<br />

diálogo que se desarrolla entre su grandeza, la grandeza de Dios, y la pequeñez de David. No es un<br />

diálogo a pesar de la pequeñez, sino precisamente con la pequeñez de David. Igual que en la Virgen<br />

María su humildad y sencillez no son un obstáculo o una carga, sino, precisamente, aquello en lo que se<br />

fija Dios y por lo que establece su diálogo con ella, también con David sucede lo mismo: su humildad y<br />

pequeñez es ante Dios su baluarte.<br />

También en esta humildad y sencillez estará la diferencia con Saúl cuando David ofenda gravemente<br />

al Señor, cosa que, como mencionábamos antes, hará en al menos dos ocasiones. Entonces, y al contrario<br />

de lo que hizo Saúl, su reacción será postrarse ante Dios, hacerse de nuevo pequeño e implorar su perdón<br />

y su misericordia. Y en eso está el secreto de su fidelidad a Dios a pesar de sus caídas. Porque, como<br />

dice el Papa Francisco: «La fidelidad cristiana, nuestra fidelidad, es sencillamente custodiar nuestra<br />

pequeñez para que pueda dialogar con el Señor. He aquí por qué la humildad, la docilidad, la<br />

mansedumbre son tan importantes en la vida del cristiano: son una custodia de la pequeñez. Son las bases<br />

para llevar siempre adelante el diálogo entre nuestra pequeñez y la grandeza del Señor»7.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 2, 23-28<br />

Un sábado atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando<br />

espigas. Los fariseos le dijeron: Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido? Él les<br />

respondió: ¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con<br />

hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes<br />

presentados, que solo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros. Y añadió: El<br />

sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del Hombre es señor<br />

también del sábado.


MIÉRCOLES 17 DE ENERO<br />

1. Un ejemplo de escuchar y poner en práctica lo que Dios quiere de uno mismo. 2. ¿Puede Cristo<br />

enfadarse o mirar con ira? 3. Una ira que es santa.<br />

1. Hoy es la fiesta de san Antonio, abad, iniciador del monacato cristiano, uno de los grandes santos<br />

de la antigüedad. Un buen ejemplo de escucha de la palabra de Dios y búsqueda sincera del modo de<br />

ponerla en práctica, y, si no, atiende al relato de su vocación que nos ha transmitido san Atanasio:<br />

«Cuando murieron sus padres, Antonio tenía unos dieciocho o veinte años, y quedó él solo con su única<br />

hermana, pequeña aún, teniendo que encargarse de la casa y del cuidado de su hermana. Habían<br />

transcurrido apenas seis meses de la muerte de sus padres, cuando un día en que se dirigía, según<br />

costumbre, a la iglesia, iba pensando en su interior cómo los apóstoles lo habían dejado todo para seguir<br />

al Salvador, y cómo, según narran los Hechos de los Apóstoles, muchos vendían sus posesiones y ponían<br />

el precio de la venta a los pies de los apóstoles para que lo repartieran entre los pobres; pensaba también<br />

en la magnitud de la esperanza que para estos estaba reservada en el cielo; imbuido de esos<br />

pensamientos, entró en la iglesia, y dio la casualidad de que en aquel momento estaban leyendo aquellas<br />

palabras del Señor en el Evangelio: “Si quieres ser perfecto, ve a vender lo que tienes, dalo a los pobres,<br />

y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme”. Entonces Antonio, como si Dios le hubiese<br />

infundido el recuerdo de lo que habían hecho los santos y como si aquellas palabras hubiesen sido leídas<br />

especialmente para él, salió enseguida de la iglesia e hizo donación a los aldeanos de las posesiones<br />

heredadas de sus padres (tenía trescientas parcelas fértiles y muy hermosas), con el fin de evitar toda<br />

inquietud para sí y para su hermana. Vendió también todos sus bienes muebles, y repartió entre los pobres<br />

la considerable cantidad resultante de esta venta, reservando solo una pequeña parte para su hermana.<br />

Habiendo vuelto a entrar en la iglesia, oyó aquellas palabras del Señor en el Evangelio: “No os<br />

inquietéis por el día siguiente”. Saliendo otra vez, dio a los necesitados incluso lo poco que se había<br />

reservado, ya que no soportaba que quedase en su poder ni la más mínima cantidad. Encomendó su<br />

hermana a unas vírgenes que él sabía eran de confianza y cuidó de que recibiese una conveniente<br />

educación; en cuanto a él, a partir de entonces, libre ya de cuidados ajenos, emprendió en frente de su<br />

misma casa una vida de ascetismo y de intensa mortificación».<br />

2. En la escritura encontramos sin duda la mejor inspiración para preguntarnos qué quiere Dios de mí.<br />

Particularmente en el evangelio tenemos el mejor camino para conocer a Cristo, aprender de Él, seguirle<br />

e imitarle. Así hizo san Antonio, tal como meditábamos antes, a propósito de la llamada al<br />

desprendimiento de las cosas materiales que escuchó en el evangelio que se estaba predicando en su<br />

iglesia. Sin embargo hay veces que la cosa no es tan sencilla. Hoy sin ir más lejos Jesús en el evangelio


se enfada, dice san Marcos que dirigió a los que tenía alrededor una mirada de ira (Mc 3, 5), ¿se puede<br />

imitar a Cristo en esto, en enfadarse? Lo que nos lleva a una pregunta de más calado: ¿Es que podía<br />

Cristo enfadarse? ¿Acaso la ira no es uno de los pecados capitales, es decir, una de esas tendencias que<br />

nos llevan al pecado?<br />

Vayamos por partes. Que Cristo experimente pasiones humanas no es solo posible, sino más aún una<br />

exigencia de la verdad de la encarnación. ¿Cómo iba a ser verdaderamente hombre sin participar de los<br />

afectos y pasiones propias de la humanidad? Por eso vemos infinidad de veces en los evangelios cómo se<br />

retratan estos afectos de Jesús. Así le vemos llorar por la muerte de Lázaro, conmoverse por el llanto de<br />

la viuda que ha perdido a su único hijo o admirarse por la fe del centurión. Son cosas muy humanas… y<br />

muy buenas, nada hay de malo en ellas, al contrario, hablan de la grandeza del espíritu humano. Ojalá<br />

también tú tengas un corazón grande que se apasione con la verdad, el bien y la belleza que Dios ha<br />

puesto en su creación y muy particularmente en las personas, creadas a su imagen y semejanza.<br />

3. Pero queda en el aire la pregunta sobre la ira, ¿puede tener una consideración positiva bajo algún<br />

aspecto? Porque en cuanto pecado capital nos es bien conocida, ¿hay acaso una ira distinta?<br />

Efectivamente, sí la hay. Hay una ira que aparece en la escritura y que se llama incluso ira santa. Nace<br />

del amor a Dios y del dolor por el rechazo a Él. Es esta ira la que hay en los ojos de Jesús en el texto del<br />

evangelio de Marcos elegido para la misa de hoy. Una ira que brota del dolor por ver el corazón<br />

endurecido de los que tiene delante (cfr. Mc 3, 5).<br />

Esta ira de Cristo no le lleva a la violencia contra los fariseos, a los que, como a todo hombre,<br />

tenderá siempre la mano. Es una ira que se opone a la indiferencia, que tiene que ver con el amor y con<br />

que las cosas importan, con que no es lo mismo tener compasión con el paralítico que no tenerla, ser<br />

agradecido con Dios o no serlo. Y en esto también puedes imitar a Jesús, que es Dios y hombre<br />

verdadero. Un hombre que ama, que sufre, al que las cosas le importan. También en enfadarte le puedes<br />

imitar. Porque hay enfados, como el de Jesús en el evangelio, que son santos, como la ira santa. Que te<br />

importen las cosas, que te duelan las ofensas a Dios y las injusticias. Que no se pueda decir, como a<br />

veces parece en algunos cristianos, que no tienes sangre en las venas porque todo te da igual. Si a Jesús<br />

no le daba igual, a ti tampoco. Imítale también en esto y pon corazón a la vida.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 3, 1-6<br />

En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga y había allí un hombre con parálisis en un brazo.<br />

Estaban al acecho, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo.<br />

Jesús le dijo al que tenía la parálisis: Levántate y ponte ahí en medio. Y a ellos les preguntó: ¿Qué<br />

está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿Salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir? Se


quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira y dolido de su obstinación, le dijo al hombre:<br />

Extiende el brazo. Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se<br />

pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.


JUEVES 18 DE ENERO<br />

1. La envidia de los fariseos. 2. La envidia ciega nuestro juicio. 3.… y llena de tristeza.<br />

1. Nuevamente el evangelio de la misa de hoy, tomado de san Marcos, nos presenta a Jesús curando<br />

en sábado para desesperación de los fariseos que están cada vez más irritados por ello. Según relata<br />

Marcos: Entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo<br />

estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo (Mc 3, 1-2). ¿Qué les lleva a fijarse<br />

solo en la cuestión del sábado y no en lo prodigiosa que es la curación? Porque es como si estuvieran<br />

ciegos y no vieran lo asombroso de cuanto sucede, y también sordos, pues no atienden a las razones y<br />

explicaciones de Jesús. Solo parecen hervir de ira cada vez que Jesús cura en sábado. ¿Son<br />

verdaderamente razones de conciencia religiosa en relación al respeto del sábado o hay otros motivos?<br />

Quizá la respuesta esté en un pecado tan humano como la envidia. La envidia porque Jesús con su<br />

manera de actuar y de hablar está –permíteme la expresión– comiéndoles el terreno. Ellos son los<br />

expertos en religión, los que establecen la interpretación de la ley, los que dirigen y guían al pueblo en lo<br />

tocante a Dios y a sus costumbres. Y la irrupción de Cristo con su pretensión de ser Él mismo quien<br />

establece una nueva relación con el Padre a través de su persona, dejando de lado las objeciones de otra<br />

índole que pudieran tener, es para ellos un ataque a su posición y a su misión. Se han apropiado de<br />

aquello que se les confió y ahora no quieren perderlo. Son incapaces de poner su atención en el bien que<br />

hace Jesús y en lo maravilloso de su enseñanza porque su mirada está enturbiada por la envidia. Solo ven<br />

en Cristo a un rival, un adversario, alguien que amenaza sus seguridades y su cómoda posición. Les ciega<br />

la envidia y les llena de irritación. Y un síntoma de ello es que andan espiándole, pendientes de lo que<br />

hace, mirando siempre de reojo. Si te descubres así respecto de alguien, un amigo, un compañero o<br />

compañera de estudios o de trabajo, un familiar, piensa si no será que la envidia está instalándose en tu<br />

corazón.<br />

2. La envidia nubla el juicio, ciega a quien se deja llevar por ella. En la Sagrada Escritura aparece<br />

como causa de infinidad de males, desde Caín a Saúl. El caso de este último es paradigmático. David le<br />

ha servido con fidelidad, ha matado a Goliat y guiado a su ejército a la victoria. Sin embargo, nos relata<br />

el Libro de Samuel: A su regreso, cuando David volvía de matar al filisteo, salieron las mujeres de<br />

todas las ciudades de Israel al encuentro del rey Saúl para cantar danzando con tambores, gritos de<br />

alborozo y címbalos. Las mujeres cantaban y repetían al bailar: «Saúl mató a mil, David, a diez mil».<br />

A Saúl lo enojó mucho aquella copla y le pareció mal, pues pensaba: «Han asignado diez mil a David<br />

y mil a mí. No le falta más que la realeza» (1 S 18, 6-9). No importa que, como dice el relato, las<br />

mujeres de Israel salgan a recibir al rey Saúl y alabar su victoria, no ve que la victoria de David es la


suya y que todo lo ha hecho por su rey, solo retumba en sus oídos esa copla. Una frase que quizá solo<br />

responde a hacer que rime mejor, pero que se le hace insoportable a sus oídos. Llegaba feliz por la<br />

victoria, contento con su nuevo hombre de confianza, pero todo se ha truncado cuando al escuchar esa<br />

rima algo se ha torcido en su interior. Como dice el Papa Francisco: «Precisamente en ese momento<br />

concreto, gran victoria comienza a convertirse en una derrota en el corazón del rey. Comienza esa<br />

amargura que lleva a la mente lo que sucedía en el corazón de Caín: comienza ese gusano de los celos y<br />

de la envidia. Al rey Saúl le sucede aquello que le sucedió a Caín cuando el Señor le preguntó: “¿Por qué<br />

te enfureces y andas abatido?. En efecto, el gusano de los celos trae el resentimiento, envidia, amargura”<br />

y también decisiones instintivas, como la de matar. No por casualidad Saúl madura la misma<br />

determinación de Caín: matar. Y decide matar a David»8.<br />

Guárdate de los celos y de la envidia que son puerta a otros males aún peores, así lo demuestra la<br />

historia de Saúl y la de Caín.<br />

3. La envidia es una puerta a pecados peores, así lo considerábamos a propósito de Saúl y también de<br />

Caín. Es verdad que es una puerta que quizá no llegues a cruzar y la envidia quede solo en tu corazón y, a<br />

lo sumo, se manifieste a veces en una crítica y un comentario negativo hacia la persona que te la suscita.<br />

Pero lo que sí es seguro es que esa envidia llenará de tristeza y de amargura tu alma. Porque la envidia y<br />

los celos son una de las fuentes principales de tristeza, de modo que, cuando a veces andamos así, faltos<br />

de alegría, irritados o bajos de ánimo, no es una mala pregunta para hacernos si no llevaremos alguna<br />

envidia o algún celo en el corazón.<br />

Bien, la envidia es malísima, ciega y llena de tristeza, pero –me dirás– ¿cómo evitarla? ¿Cómo<br />

impedir que anide en el corazón? Quizá el mejor antídoto esté en aprender a alegrarse en el bien de los<br />

demás y agradecérselo a Dios. Ver lo bueno que hay en los otros, solo así nosotros seremos buenos.<br />

Alegrarnos con las alegrías de los demás, solo así tendrás tu alegría. Dejar de mirar de reojo lo que otros<br />

tienen o consiguen, como si eso te quitara a ti algo, y darle gracias a Dios por lo tuyo y por lo de los<br />

demás. A veces te costará, pero, si llevas a tu corazón a hacer esto, la envidia, aunque busque atacarte, se<br />

verá rechazada y arrinconada.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 3, 7-12<br />

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre<br />

de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea,<br />

de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada<br />

una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se<br />

le echaban encima para tocarlo. Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él,


gritando: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.


VIERNES 19 DE ENERO<br />

1. En un mundo «líquido» como es el nuestro, lo irrevocable y definitivo cuesta entenderse. 2. No<br />

hay más razón en la llamada que el amor de Dios. 3. Una llamada particular.<br />

1. No hace mucho tiempo me llamó la atención una noticia, de esas que no son tales en realidad y solo<br />

sirven para rellenar los periódicos o los telediarios cuando no hay nada que contar. La noticia en cuestión<br />

hablaba de cómo en la ciudad de Los Ángeles habían empezado en algunas joyerías a alquilar anillos de<br />

boda y de pedida ante la demanda de personas que no querían comprar uno a causa de la certeza más que<br />

fundada de que en realidad no duraría mucho su relación con quien debía recibir el presente. Refleja bien<br />

esta historia la mentalidad del mundo en que vivimos, alérgico a compromisos o decisiones definitivas e<br />

irrevocables. Un mundo que algunos filósofos han dado en llamar «líquido», porque todo fluye, todo<br />

cambia, todo se adapta a las circunstancias. No hay nada definitivo, nada permanente.<br />

Y con esa mentalidad choca la concepción cristiana de la vocación, porque la llamada de Dios en las<br />

cosas importantes implica irrevocabilidad y definitividad. Así sucede con el matrimonio y con el<br />

sacerdocio o la vida religiosa. La llamada de Dios no es para unos años ni tampoco a tiempo parcial,<br />

sino que es una llamada definitiva que reclama la totalidad de la vida de quien la recibe. Por eso es tan<br />

importante el pasaje del evangelio que se lee en la misa de hoy. Jesús no está eligiendo a unos cuantos<br />

para que le ayuden y sirvan a los demás por un tiempo, está eligiendo a quienes deben dedicar por entero<br />

su vida al evangelio. Por eso se produce esta llamada en el marco solemne de lo alto de un monte, que<br />

representa el lugar del encuentro con Dios –recuerda cómo subió Moisés al Sinaí para recibir del Señor<br />

la ley–. Dios elige de manera irrevocable, de momento a ti te ha elegido para ser hija o hijo suyo y eso es<br />

ya para siempre, definitivo, imborrable. Trae con frecuencia a tu mente esta consideración, es como una<br />

inyección de moral y optimismo.<br />

2. Llamó a los que quiso y se fueron con él (Mc 3, 13). La llamada del Señor es totalmente gratuita,<br />

no hay nada de parte del que la recibe que pueda explicar por qué se da. Por eso no tiene sentido dar<br />

vueltas a la pregunta de por qué te ha llamado a estar con Él. Solo hay una respuesta: porque Él ha<br />

querido. Ese llamó a los que quiso del texto de Marcos nos indica que no hay más razón en la llamada<br />

que la voluntad y el deseo de Cristo de llamar. Es su voluntad soberana la que se ha fijado en ti y te<br />

llama. Pero también apunta a la raíz de la llamada: llamó a los que quiso nos habla también de un amor<br />

del Corazón de Jesús que precede a la llamada y que la origina. ¿Qué quiere decir todo esto? Que Cristo<br />

te llama a estar con Él por el bautismo y a ser hijo de Dios porque te ha querido antes, porque ha deseado<br />

estar contigo. No hay más razón.<br />

Entonces, ¿no hay que preguntarse más el porqué de la elección divina? En absoluto, más bien al


contrario, pregúntatelo con frecuencia, no buscando una revelación nueva de la causa de la llamada, sino<br />

para traer a tu memoria que es fruto del amor de Dios y asombrarte por ello. De esta manera se<br />

alimentará tu espíritu de gratitud y te llenarás de deseos de corresponder a ese amor. Di muchas veces en<br />

tu interior: «¿por qué yo?, ¿por qué yo?» y deléitate en la consideración del amor divino.<br />

3. Venimos meditando principalmente en esta llamada universal que Dios hace por el bautismo a ser<br />

sus hijos, una llamada que hunde su raíz en el amor de Dios y que abarca a todos los hombres. Pero el<br />

evangelio nos habla de otra llamada, esta particular, que Dios hace a algunos para ser sus apóstoles, nos<br />

dice san Marcos: E instituyó a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar, y que<br />

tuvieran autoridad para expulsar a los demonios (Mc 3, 14-15).<br />

Quizá ya hayas escuchado de Cristo esa llamada a seguirle buscando la santidad en alguna vocación<br />

particular, el sacerdocio, la vida consagrada, el celibato apostólico o el matrimonio. Esta última es sin<br />

duda el camino más común para los discípulos de Cristo, el que entronca con el proyecto original de<br />

Dios revelado en el Génesis. Si ya has escuchado esta llamada, dale gracias a Dios y pídele el don de la<br />

fidelidad, y la gracia para corresponder a ese don con una lucha diaria por perseverar. Pero, si no tienes<br />

aún claridad en este punto y no sabes qué pide Dios de ti, entonces qué bueno sería que le pidas luces,<br />

que le ruegues ver, ver para poder responderle.<br />

Como te decía antes, el camino natural y más común es sin duda el matrimonio, pero también son<br />

necesarios los operarios del reino que sirvan a sus hermanos como Cristo quiere que sean servidos. Y no<br />

es malo, sino todo lo contrario, que te ofrezcas voluntario, que le preguntes abiertamente a Cristo si no te<br />

llamará a ese tipo de vida y de servicio, no por ambicionar nada más que hacer lo que Dios quiera. Ojalá<br />

tengas la generosidad y la valentía de decirle al Señor que sí antes de conocer lo que Él quiere para ti. Y<br />

decirle que sí al sacerdocio o a la vida religiosa o a cualquier otra forma de entrega a su Iglesia. Tu<br />

generoso ofrecimiento arrancará de Dios una sonrisa al ver a uno de sus pequeños manifestar un corazón<br />

de gigante, te mirará con agrado y no dudes que no te faltará su recompensa; luego será, nunca mejor<br />

dicho, lo que Dios quiera.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 3, 13-19<br />

En aquel tiempo, Jesús subió a la montaña, llamó a los que quiso, y se fueron con él. A doce los hizo<br />

sus compañeros, para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios: Simón, a quien dio el<br />

sobrenombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de<br />

Boanerges –Los Truenos–, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo,<br />

Simón el Cananeo y Judas Iscariote, que lo entregó.


SÁBADO 20 DE ENERO<br />

1. Soplar y respirar a la vez. 2. El agobio y el estrés: auténticas epidemias del siglo XXI. 3.<br />

Aprender a descansar.<br />

1. Un amigo que tocaba el oboe, un instrumento musical de la familia de viento madera, me decía en<br />

una ocasión que los grandes maestros de su instrumento lograban respirar mientras soplaban a la vez, de<br />

manera que eran capaces de mantener el caudal de aire en la boquilla de manera casi permanente. Yo le<br />

pregunté si él era capaz, y me contestó que no, que le parecía algo imposible todavía. Soplar y respirar a<br />

la vez parece imposible. Como imposible les parece a los familiares de Jesús su actividad frenética hasta<br />

el punto de temer por Él. Por eso hoy en el evangelio nos da noticia san Marcos de que fueron a su<br />

encuentro para que frenase su ritmo y descansase porque, como informa el evangelista: se junta tanta<br />

gente que no los dejaban ni comer (Mc 3, 20).<br />

Lo que no entienden los familiares de Jesús es que Él tiene su descanso en cumplir la voluntad del<br />

Padre. Él sí consigue ese soplar y respirar a la vez, porque en medio de su frenética actividad su alma<br />

descansa en el Padre. El mismo Jesús revelará este «secreto» suyo a propósito de su conversación con la<br />

samaritana. Cuando insisten en que coma, Él les responde: «Yo tengo un alimento que vosotros no<br />

conocéis» (Jn 4, 32). Y como no lo entendían añade todavía con más claridad: «Mi alimento es hacer la<br />

voluntad del que me envió y llevar a término su obra» (Jn 4, 34). Y es que hay un descanso que tiene<br />

que ver con hacer lo que se ha de hacer, con cumplir lo que Dios quiere. Es esa paz interior que nada ni<br />

nadie puede arrebatar. Busca tú también tu alimento y tu descanso en buscar lo que Dios quiere de ti y<br />

ponerlo por obra.<br />

2. El tema del descanso y del estrés me parece que merece ser considerado más extensamente, más<br />

aún cuando parece ser una auténtica plaga del siglo XXI. Probablemente no te faltan noticias de personas<br />

que sufren de estrés, conocerás seguramente a muchos que viven en un agobio constante, incluso es<br />

posible que a ti mismo te suceda en ocasiones. Y suele decirse que es cosa del ritmo que impone la<br />

sociedad en que vivimos, una sociedad de lo inmediato: todo a golpe de clic o pantalla táctil, todo en<br />

streaming, todo accesible a cada momento. Y es verdad que esto influye, sin duda. Si uno se deja llevar<br />

por esa vorágine de lo inmediato, acabar agobiado y estresado es casi seguro, pero ¿de verdad que eso es<br />

todo?<br />

Si piensas un momento en Jesús y cómo encontraba su descanso y su alimento en cumplir la voluntad<br />

de su Padre, te darás cuenta de que la raíz de ese descanso está en salir de sí para darse al Padre y darse<br />

a sus hermanos. Por eso no es descabellado concluir que lo contrario, cerrarse en sí mismo y buscar la<br />

autorrealización conduce a un agotamiento no solo físico, sino mental y anímico. Lo que cansa de verdad,


y lleva a ese cansancio del alma que es hastío por la vida, es cargar sobre la propia espalda el peso de<br />

alcanzar la realización de la propia vida o la de aquellos a quienes se ama. Quizá lo que más canse al<br />

mundo de hoy es haber quitado a Dios para poner al hombre en su lugar y cargarle con la responsabilidad<br />

de hacer un mundo mejor.<br />

Y ahora lleva las consideraciones anteriores a tu vida concreta. Y piensa si tu cansancio no viene<br />

principalmente cuando dejas de lado a Dios para hacer las cosas a tu manera, cuando le das la espalda o<br />

no cuentas con Él en tus planes. Y busca tu descanso, como Jesús, en hacer lo que Dios quiere de ti.<br />

3. Todavía puedes concretar más en esto del descanso. En primer lugar, volviendo al ejemplo del<br />

oboísta que es capaz de soplar y respirar a la vez. Porque con frecuencia se identifica descansar con no<br />

hacer nada, y a veces –tendrás la experiencia de ello– no hacer nada cansa todavía más y con frecuencia<br />

es ocasión para terminar ofendiendo a Dios. A descansar también hay que aprender. Porque no basta ni<br />

con no hacer nada ni con llenarse de actividades lúdicas, como hacen muchos padres con sus hijos hasta<br />

saturarlos de extraescolares y actividades de fin de semana. Ni en una cosa ni en la otra está el descanso.<br />

Aprender a descansar empieza por saber gustar y disfrutar de lo que se hace, sea trabajo o sea un rato<br />

de esparcimiento. Gozar con lo que se tiene entre manos, a ello ayuda también el ver las cosas con<br />

sentido sobrenatural, es decir, considerando su valor a los ojos de Dios. Un trabajo bien hecho, un<br />

deporte bien practicado, un rato de lectura o de trabajo manual, toda actividad noble cuando se ofrece a<br />

Dios tiene a sus ojos un valor incalculable. Pero aprender a disfrutar también desde el punto de vista<br />

humano lo que tienen de hermoso y de gozable todas esas cosas. Y para ello has de vencer a un enemigo<br />

doble: las prisas y la inmediatez. Porque, si se aplican esas dos cosas a lo que te descansa, entonces<br />

dejará de hacerlo. Un ejemplo de ello, me parece al menos, lo que sucede con el deporte y los gimnasios.<br />

Qué distinto es salir al campo a andar, correr por un parque, disfrutar de un partido de fútbol o de un<br />

pádel con unos amigos, de ir con prisa al gimnasio, estar cuarenta y cinco minutos pendiente de cumplir<br />

en las distintas máquinas el plan predeterminado para luego ducharse rápido y volver a lo que se estaba<br />

haciendo. Creo que me entiendes. Aprender a disfrutar de las pequeñas cosas, de las amistades. Jesús<br />

sabía hacerlo muy bien. Sabía retirarse a Betania, no para no hacer nada, sino para compartir con sus<br />

amigos íntimos ratos de tertulia, de conversación, de paseos por el lugar. Jesús sabía disfrutar de la vida,<br />

le llegan a acusar de comilón y bebedor. No está reñido seguirle y buscar la voluntad de Dios con<br />

disfrutar rectamente de las cosas creadas. Ojalá aprendas esto también de Jesús y hagas esa combinación<br />

perfecta de cumplir tus obligaciones y vivir tus momentos de ocio y de esparcimiento de manera que<br />

puedas de verdad descansarte en Él.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 3, 20-21


En aquel tiempo, volvió Jesús con sus discípulos a casa y se juntó tanta gente, que no los dejaban ni<br />

comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales.


DOMINGO 21 DE ENERO<br />

TERCERA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO<br />

1. ¿Es posible que cambien las personas? 2. El ejemplo de Nínive. 3. Ámbitos en mi vida para la<br />

conversión.<br />

1. El otro día veía un fragmento de una serie policíaca, de esas que tanto abundan hoy día, en que dos<br />

exconvictos conversaban. Uno había rehecho su vida, al menos aparentemente, dejando atrás el terrible<br />

crimen, dos asesinatos cometidos siendo apenas un adolescente, que le tuvo veinte años en la cárcel.<br />

Ahora, el otro que acaba de cumplir condena acude a ver al cómplice para saldar una deuda. En la<br />

conversación, a propósito de unas muertes que han sucedido recientemente en el pueblo en que habita, el<br />

segundo le dice que no se engañe, que no puede cambiar lo que es: un asesino. Con amargura le asegura<br />

que para hombres como ellos no hay redención posible, ni tampoco la gente estaría dispuesta a aceptarlo.<br />

Aquella escena me recordó alguna conversación con un amigo mío que no entendía que hubiera que rezar<br />

por los terroristas. Me decía que, además de que no le salía en absoluto rezar por ellos, es que pensaba<br />

que eran unos enfermos que debían estar al menos encerrados de por vida. ¿Tienen razón quienes piensan<br />

así? La cosa no es de poca importancia, hoy parece muy extendida la convicción de que cambiar no es<br />

posible. Cada vez más se examina, por ejemplo, para contratar a alguien para un trabajo, su pasado, sus<br />

redes sociales, y a veces, sin preguntar más o dar pie a una explicación, se descarta a una persona por un<br />

error pasado del que quizá esté muy avergonzado y arrepentido.<br />

Hoy Jesús en el evangelio hace una llamada a cambiar, a convertirse: «Se ha cumplido el tiempo y<br />

está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1, 15). ¿Piensas que puede ser<br />

compatible esta llamada de Jesús con la actitud, cada vez más extendida, que considerábamos antes? Si<br />

Jesús comienza su vida pública con esta llamada a cambiar, a rectificar lo torcido que hay en nuestra<br />

vida, solo puede ser porque este cambio es posible. Por eso pídele que aumente tu fe, no ya en Dios, sino<br />

en el ser humano que Él ha creado, y confía como hace el Señor en que es capaz de cambiar, de<br />

arrepentirse y de variar el rumbo de su vida.<br />

2. Es verdad que cambiar a veces es muy difícil. Quizá tengas experiencia propia de lo complicado<br />

que es vencer determinados vicios que se han ido adquiriendo con el tiempo y que por su honda<br />

raigambre en nosotros parecen ya inextirpables. Pero que algo sea difícil no quiere decir que resulte<br />

imposible o que haya que darse de antemano por vencido. Torres más altas cayeron. La primera lectura<br />

de la misa de hoy, tomada del libro del profeta Jonás, precisamente nos habla de una conversión<br />

prodigiosa, casi imposible, la de la gran ciudad de Nínive. El propio Jonás, estimando que era del todo<br />

inútil ir a predicar la conversión a aquella urbe, había huido tratando de escapar de semejante encargo de


Dios. Y sin embargo la reacción del pueblo ninivita resulta inmediata: Los ninivitas creyeron en Dios,<br />

proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor (Jn 3, 5). Que<br />

el ejemplo de la ciudad de Nínive te ayude a confiar en que, pese a la dificultad, la conversión es<br />

posible.<br />

Pero ¿será posible que esa conversión sea aceptada por ti? Porque la reacción de Jonás a la<br />

conversión de los ninivitas es de enfado, se disgustó e indignó, dice el propio libro de Jonás. Y es que<br />

aceptar que alguien haya cambiado no siempre es fácil. Porque supone romper nuestro juicio, que estaba<br />

basado en hechos anteriores y que ahora debe cambiar. La conversión y el cambio de una persona que<br />

antes ha hecho un daño o un mal, ya sea a ti personalmente o la sociedad, exige por tu parte otra<br />

conversión: la de tu juicio, ser capaz de dejarlo atrás y formular uno nuevo a tenor de las nuevas acciones<br />

de esa persona. No es lo que socialmente vivimos, pues lo frecuente es sacar siempre los trapos sucios,<br />

aunque sean ya muy pasados, de las personas en cuanto alcanzan notoriedad. Pero es lo que pide Dios de<br />

nosotros: orar por la conversión del pecador y generosidad para aceptar su cambio.<br />

3. Venimos hablando de conversión, de cambio, de sus dificultades y de los obstáculos para aceptarlo<br />

cuando se produce, pero no hemos concretado nada sobre qué cosas se pueden cambiar y cuáles son las<br />

más complicadas. Hay un primer nivel, el espiritual, el que tiene que ver con la fe y la relación con Dios.<br />

A pesar de lo que pueda parecer, este es el terreno en que el cambio exige menos de nosotros, solo hace<br />

falta la disposición de acoger la gracia de Dios, pues es la única que mueve el corazón hacia la fe. La<br />

conversión en este ámbito de realidad es ante todo un don de Dios, depende sobre todo de su gracia,<br />

nosotros solo podemos corresponder a ella y acogerla. Pero eso poco que hemos de poner de nuestra<br />

parte es imprescindible.<br />

Hay un segundo nivel que es el moral. La conversión de nuestros pecados y vicios es algo que ya<br />

requiere de nuestra parte una lucha activa y decidida. Es obra de la gracia y de nuestra voluntad. Y<br />

habrás experimentado, posiblemente, la dificultad que presenta en ocasiones cambiar vicios muy<br />

arraigados en uno mismo. Si en el ámbito anterior es posible un vuelco, el que da la gracia, y pasar de<br />

blanco a negro en un instante, en este de los actos morales es todo más lento y con frecuencia nos<br />

movemos en los grises. Ten paciencia, confía en la gracia, recuerda que cambiar es posible, y no cejes en<br />

tu empeño por ello; hacer esto es ya acoger y poner en práctica la llamada de Cristo a la conversión.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 1, 14-20<br />

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: –«Se<br />

ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio». Pasando junto al<br />

lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en


el lago. Jesús les dijo: –«Venid conmigo y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las<br />

redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que<br />

estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los<br />

jornaleros y se marcharon con él.


LUNES 22 DE ENERO<br />

1. El demonio, atado con las mismas cadenas que él oprimía al hombre. 2. Un discurso de Cristo<br />

que incomoda. 3. ¿Qué pecado es tan grave como para que no se pueda perdonar?<br />

1. San Marcos, en el comienzo del evangelio de la misa de hoy, nos da noticia de las calumnias que<br />

los escribas van diciendo sobre Jesús: «Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder<br />

del jefe de los demonios» (Mc 3, 22). La respuesta de Jesús es de una lógica aplastante: «¿Cómo va a<br />

echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no<br />

puede subsistir» (Mc 3, 23-24). Lo que sucede es que el que se había hecho fuerte en el mundo por el<br />

pecado, que era Satanás, ha sido atado y vencido por aquel que es verdaderamente fuerte, Dios nuestro<br />

Señor. Y lo ha hecho, como dice de manera muy hermosa san Ireneo, usando las mismas cadenas con que<br />

él tenía cautivos a los hombres. Dice el santo obispo de Lyon: «Pues así como al principio persuadió al<br />

hombre para que faltase al mandato del Creador, y por eso le tuvo en su poder –poder suyo es la<br />

transgresión y la apostasía, con la que le aprisionó–, convenía a su vez que, vencido por el mismo<br />

hombre, fuera él inversamente atado con las mismas cadenas con que había aprisionado al hombre. De<br />

esta suerte, el hombre libre ya vuelve a su Señor, abandonando a aquel los lazos con los que<br />

espontáneamente se había enredado, a saber, la transgresión. Así el prendimiento de aquel vino a ser la<br />

liberación del hombre»9.<br />

No puede ser vencido Satanás con el poder de Satanás, sino solo con el de Dios. Pero Dios ha<br />

querido que la victoria fuera alcanzada por la misma humanidad que había sido derrotada al pie del árbol<br />

del Paraíso. Y así lo mismo que había usado el enemigo para encadenar al hombre, su propia debilidad,<br />

es ahora causa de su ruina. El señor de toda injusticia vencido por el Justo que es injustamente<br />

condenado. La injusticia de la cruz que da frutos de justificación es lo que aplasta a Satanás.<br />

2. Pero Jesús no se detiene aquí en su respuesta a los escribas, sino que va más lejos y pronuncia una<br />

de las palabras más enigmáticas e inquietantes de todo el evangelio: «En verdad os digo, todo se les<br />

podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra<br />

el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre» (Mc 3, 28-29). La<br />

primera parte la entendemos bien, o al menos eso creemos, y desde luego nos resulta agradable y<br />

esperanzadora: Dios perdona todo y del todo, su misericordia es infinita, ¿quién no se apunta a algo así?<br />

El problema está en lo que sigue, si Dios perdona todo y del todo, ¿cómo puede ser que haya un pecado<br />

que no se perdona, sino que ha de ser cargado por toda la eternidad por quien lo comete?<br />

La tentación que tenemos, y así ha sido siempre a lo largo de la historia ante algo semejante, es<br />

seleccionar lo que más nos gusta y prescindir del resto. Como el discurso de la misericordia es hoy tan


ien acogido, aunque otra cosa bien distinta es que su significado cale e impregne a quien lo escucha,<br />

podemos caer en el error de tomar la tijera y recortar lo que es incómodo a este mensaje. El resultado es<br />

un evangelio a la carta, un seguimiento de Jesús descafeinado. Porque la palabra de Cristo ha de ser<br />

escuchada íntegra, su mensaje no puede parcelarse y aceptar unas partes y rechazar otras; es un pack<br />

indivisible. Aunque haya cosas que nos cueste entender, aunque haya palabras de Jesús que suenen duras<br />

y exigentes, no caigas en la tentación de silenciarlas, de echarlas a un lado y quedarte solo con las que te<br />

suenan bien. Ser capaz de vencer esta tentación es en buena medida síntoma de una fe madura y adulta.<br />

3. Pero no pienses que con las consideraciones precedentes pretendo desviar la atención de lo<br />

problemáticas que nos resultan las palabras de Jesús sobre ese pecado que no tiene perdón. ¿Qué hay tan<br />

grave que pueda escapar a la misericordia de Dios? Sencillamente, nada. No es por su gravedad por lo<br />

que la blasfemia contra el Espíritu Santo no puede ser perdonada. Ningún pecado es tan grande como<br />

para ser más fuerte que el amor de Dios. Entonces, si no es por la gravedad, ¿por qué no puede ser<br />

perdonado?<br />

Considera cuál es la misión del Espíritu Santo en el mundo. Una misión inseparable de la de Cristo y<br />

que el Catecismo resume del siguiente modo: «la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y<br />

hacerles vivir en Él» (CEC 690). El Espíritu es quien une a Jesús, de hecho, en palabras de san Pablo,<br />

nadie puede decir «¡Jesús es Señor!», sino por el Espíritu Santo (1 Co 12, 3). Es el Espíritu quien atrae<br />

hacia Cristo desde el interior de nuestra alma y quien nos comunica la vida que nace de su costado<br />

abierto en la cruz. A la luz de esta misión de la Tercera Persona de la Trinidad, ¿qué significa blasfemar<br />

contra el Espíritu? Pues parece que se trata de rechazar el auxilio divino, pensarse ya digno de la vida,<br />

considerar que no se necesita perdón ni salvación. La blasfemia contra el Espíritu aparta de la salvación<br />

no por su gravedad, sino porque significa la cerrazón en uno mismo y el rechazo de la mano tendida por<br />

Dios a todos los hombres. Es estremecedor pensar que pueda llegar la libertad del hombre a este extremo<br />

de rechazo a Dios. ¡Y no pienses que tú estás hecho de una pasta diferente! Tú y yo somos capaces del<br />

mayor de los horrores y de los peores errores, por eso pídele a Dios cada día que no se endurezca tu<br />

corazón, sino que siempre acudas a Él arrepentido rogando el don del Espíritu de santificación.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 3, 22-30<br />

En aquel tiempo, unos letrados de Jerusalén decían: Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios<br />

con el poder del jefe de los demonios. Él los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones: ¿Cómo<br />

va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede<br />

subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido.<br />

Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata;


entonces podrá arramblar con la casa. Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y<br />

cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás,<br />

cargará con su pecado para siempre. Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.


MARTES 23 DE ENERO<br />

1. Mejor que ganar todos los años la Champions. 2. Recrearse en Dios y solo en Dios. 3. La<br />

alabanza hace que tu oración sea fecunda.<br />

1. Hoy vemos con total normalidad que los aficionados a un equipo de fútbol festejen por todo lo alto<br />

un título importante que se acaba de conseguir. Es común y ampliamente aceptado que se pongan<br />

camisetas del equipo, lleven banderas con sus colores, que se pinten incluso la cara, y sobre todo que<br />

canten, griten, den saltos. Y lo mismo podemos decir de los fans de un grupo de música en un concierto.<br />

Salvando las distancias y los modos de festejar las cosas, ¿no tendríamos los cristianos mucho más que<br />

festejar? Y, sin embargo, muchas veces parece que vamos tristones, quejándonos siempre de todo, de lo<br />

mal que están las cosas… ¡Pero si Jesucristo ha vencido al pecado y a la muerte! Es como si tu equipo<br />

ganara cada año, qué digo cada año, cada día la Champions.<br />

Hoy en la primera lectura de la misa tienes un ejemplo de alguien que sí toma conciencia de la<br />

victoria de Dios y de su grandeza y por eso espontáneamente alaba a Dios y muestra su alegría y su<br />

júbilo. Me refiero al rey David con motivo del traslado del Arca de la Alianza. Como relata el Segundo<br />

Libro de Samuel: Cuando los portadores del Arca del Señor avanzaban seis pasos, se sacrificaba un<br />

toro y un animal cebado. David iba danzando ante el Señor con todas sus fuerzas, ceñido de un efod de<br />

lino. Él y toda la casa de Israel iban subiendo el Arca del Señor entre aclamaciones y al son de<br />

trompetas (2 S 6, 13-15). A propósito de este pasaje el Papa Francisco reflexiona acerca de la alabanza,<br />

de su sentido y de cómo la practicamos: «Alabar a Dios es totalmente gratuito. No pedimos, no damos<br />

gracias. Alabamos: tú eres grande. “Gloria al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo…”. Con todo el corazón<br />

decimos esto. Es incluso un acto de justicia, porque Él es grande, es nuestro Dios. Pensemos en una<br />

hermosa pregunta que podemos hacernos hoy: “¿cómo es mi oración de alabanza? ¿Sé alabar al Señor?<br />

¿O cuando rezo el Gloria o el Santo de la misa, lo hago solo con la boca y no con todo el corazón?”»10.<br />

2. La alabanza es una de las formas principales de la oración cristiana, por eso conviene que nos<br />

detengamos en nuestra meditación de hoy a considerar si está presente en tu vida interior, si la practicas<br />

con la frecuencia suficiente y si llena tu alma de alegría y de deseos de santidad.<br />

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica acerca de la oración de alabanza: «La alabanza es la forma<br />

de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no<br />

por lo que hace, sino por lo que Él es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le<br />

aman en la fe antes de verle en la gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar<br />

testimonio de que somos hijos de Dios (cfr. Rm 8, 16), da testimonio del Hijo único en quien somos<br />

adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva


hacia Aquel que es su fuente y su término: “un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y<br />

por el cual somos nosotros” (1 Co 8, 6)» (CEC 2639).<br />

Reconocer que Dios es Dios, que es el Dios de tu vida, y maravillarte con Él, con quien es. Es un<br />

anticipo del cielo, porque allí lo que cautivará por siempre tu alma y te dará la bienaventuranza eterna es<br />

la contemplación de Dios mismo, de su rostro, no el de ninguna obra o criatura suya, por bella y<br />

grandiosa que sea, sino la misma presencia de Dios. Por eso, si lo piensas, la alabanza es para ti ahora en<br />

la tierra una ventana que da al cielo y te anticipa, aunque lógicamente de manera imperfecta y limitada, lo<br />

que te aguarda en el cielo. No lo olvides y haz de esta forma de oración una de tus favoritas.<br />

3. Pero la alabanza de David y su entusiasmo en la danza no es del agrado de todos, sino que disgustó<br />

a su esposa Mical, que no dudó en reprochar al rey lo que ha hecho: «Cómo se ha cubierto hoy de gloria<br />

el rey de Israel, descubriéndose a los ojos de sus servidoras y servidores, como se descubre un<br />

cualquiera» (2 S 6, 20). La vergüenza de Mical, entremezclada con el resentimiento hacia David por la<br />

ruina de su padre Saúl, tendrá un castigo que el Segundo Libro de Samuel refiere lacónicamente: Mical,<br />

hija de Saúl, no tuvo ya hijos en toda la vida (2 S 6, 23).<br />

¿Por qué la actitud de Mical atrae hacia ella este castigo? ¿Qué sentido tiene? Esto mismo se pregunta<br />

el Papa Francisco al reflexionar sobre este texto cuando dice: «¿Qué quiere decir aquí la Palabra de<br />

Dios? Que la alegría, la oración de alabanza nos hace fecundos. Sara bailaba en el momento grande de su<br />

fecundidad, a los noventa años. La fecundidad alaba al Señor. El hombre o la mujer que alaba al Señor,<br />

que reza alabando al Señor –y cuando lo hace es feliz de decirlo–, y goza cuando canta el Santo en la<br />

misa, es un hombre o una mujer fecundo. En cambio, quienes se cierran en la formalidad de una oración<br />

fría, medida, así, tal vez terminan como Mical, en la esterilidad de su formalidad». Y es que, como<br />

meditábamos antes, la alabanza es la más gratuita de las formas de oración, porque no pide nada a Dios,<br />

no se fija tampoco en ninguna de sus obras para darle gracias por algo recibido, sino que le mira<br />

únicamente a Él y se deleita en que es Dios. Y de esta gratuidad nace la fecundidad de la oración. No lo<br />

olvides, si quieres que tu oración sea eficaz, olvídate de todo y alaba a Dios, todo lo demás vendrá por<br />

añadidura.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 3, 31-35<br />

En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús, y desde fuera lo mandaron llamar. La<br />

gente que tenía sentada alrededor le dijo: Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan. Les<br />

contestó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y, paseando la mirada por el corro, dijo: Estos son mi<br />

madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.


MIÉRCOLES 24 DE ENERO<br />

1. La sabiduría de un gran director de almas. 2. Buscar la santidad conforme al propio estado y<br />

circunstancias. 3. Más sobre cómo responder a la llamada a la santidad.<br />

1. Afirmó en una ocasión uno de los mejores directores de orquesta del siglo XX, Herbert von<br />

Karajan, que «el arte de dirigir consiste en saber cuándo hay que abandonar la batuta para no molestar a<br />

la orquesta». Lo decía a propósito del peor vicio que puede tener un director: pasar por encima de las<br />

obras que ha de interpretar sometiéndolas por completo a su idea, cuando lo que ha de buscar es que su<br />

talento saque a relucir la riqueza encerrada en la partitura con su lectura de la misma. Algo semejante se<br />

puede decir de la dirección de almas. Un buen director no toma decisiones por el alma que se le confía,<br />

ni busca imponer su idea sobre ella, tan solo busca que encuentre su camino y pueda sacar de sí lo mejor<br />

que Dios sembró en ella, algo que sucede siempre cuando se da con la respuesta adecuada a la llamada<br />

divina. Hoy celebramos a un gran director de almas, calificativo que le dio Benedicto XVI al dedicarle<br />

una de sus audiencias de los miércoles, se trata de san Francisco de Sales.<br />

Dirigir almas a Dios, esa fue la gran pasión de san Francisco de Sales. Hacer que muchos<br />

descubrieran el modo de responder en su vida a la llamada que Dios hace a cada corazón. Precisamente<br />

esta pasión le llevó a escribir la que quizá es su obra más famosa, y desde luego una de las más leídas<br />

desde el momento de su publicación hasta nuestros días por todos aquellos que buscan progresar en su<br />

vida de piedad, se trata de la «Introducción a la vida devota». Una obra dirigida a una tal Filotea,<br />

nombre que significa amiga de Dios, y que representa a toda alma que busca esta amistad. El presupuesto<br />

de toda la obra lo declara el santo obispo de Ginebra al comienzo de la misma: «Tú aspiras a la<br />

devoción, queridísima Filotea, porque eres cristiana y sabes que es una virtud sumamente agradable a la<br />

divina Majestad»11. Pero, como decía un sacerdote sabio con frecuencia: «No se puede dar nada por<br />

supuesto». Y, por eso, no está demás que te preguntes si, efectivamente, buscas la devoción, es decir, la<br />

intimidad con Dios, vivir según sus palabras y, en suma, la santidad. Porque de esto depende todo lo<br />

demás, el provecho de este rato de oración sin ir más lejos.<br />

2. El trato con Dios, la intimidad con Él, es algo a lo que estamos llamados todos sus hijos, sea cual<br />

sea nuestra situación personal y vocación particular. No es algo exclusivo de los sacerdotes o los<br />

religiosos. El Concilio Vaticano II ya se encargó de proclamarlo solemnemente: todos los bautizados<br />

están llamados a la santidad. Algo que no es nuevo, pero que se había olvidado con frecuencia, a pesar<br />

de los esfuerzos de santos como san Francisco de Sales a finales del siglo XVI y principios del siglo<br />

XVII o, más recientemente, de san Josemaría. La doctrina no es nueva, ni la dificultad para asumirla<br />

tampoco. Y un error muy común es buscar esa santidad fuera del propio camino. No hace mucho me decía


una persona, padre de familia, con cierto punto de decepción, que ojalá pudiera dedicar una semana a<br />

irse a un monasterio en el que estuvo hace unos años pasando unos días compartiendo la vida de los<br />

monjes. Me confesaba que hacía todo lo posible por que se pareciera su jornada a las que vivió con<br />

aquella comunidad religiosa, pero que le era imposible, lo cual le entristecía. Con delicadeza, intenté<br />

explicarle que lo raro sería que funcionara su plan, porque su buscar la santidad en su familia, trabajo y<br />

amigos, en buena lógica, no podía ser el de los monjes que viven en comunidad en el monasterio y sujetos<br />

a su regla de vida. La llamada a la santidad es la misma para todos, los caminos para responder a ella,<br />

muy variados. Según sea la vocación particular de cada uno, su estado personal, sus circunstancias, el<br />

camino de cada uno será diferente. Y en esto no valen las imitaciones, hay que ir al original, al tuyo.<br />

Piensa delante de Dios cuál debe ser.<br />

3. Parece evidente esto que meditábamos antes, pero ya se ve que siempre ha sido piedra de tropiezo<br />

para muchos, si no miran lo que escribió san Francisco de Sales al respecto: «En la creación, manda<br />

Dios a las plantas que lleven sus frutos, cada una según su especie; de la misma manera que a los<br />

cristianos, plantas vivas de la Iglesia, les manda que produzcan frutos de devoción, cada uno según su<br />

condición y estado. De diferente manera han de practicar la devoción el noble y el artesano, el criado y<br />

el príncipe, la viuda, la soltera y la casada; y no solamente esto, sino que es menester acomodar la<br />

práctica de la devoción a las fuerzas, a los quehaceres y a las obligaciones de cada persona en particular.<br />

Dime, Filotea, ¿sería cosa puesta en razón que el obispo quisiera vivir en la soledad, como los cartujos?<br />

Y si los casados nada quisieran allegar, como los capuchinos, y el artesano estuviese todo el día en la<br />

iglesia, como los religiosos, y el religioso tratase continuamente con toda clase de personas por el bien<br />

del prójimo, como lo hace el obispo, ¿no sería esta devoción ridícula, desordenada e insufrible? Sin<br />

embargo, este desorden es demasiado frecuente, y el mundo que no discierne o no quiere discernir, entre<br />

la devoción y la indiscreción de los que se imaginan ser devotos, murmura y censura la devoción, la cual<br />

es enteramente inocente de estos desórdenes»12.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 4, 1-20<br />

En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo<br />

que subirse a una barca; se sentó y el gentío se quedó en la orilla.<br />

Les enseñó mucho rato con parábolas, como Él solía enseñar: Escuchad: Salió el sembrador a<br />

sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco<br />

cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida;<br />

pero en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas<br />

crecieron, lo ahogaron y no dio grano. El resto cayó en tierra buena; nació, creció y dio grano; y la


cosecha fue del treinta, del sesenta o del ciento por uno. Y añadió: El que tenga oídos para oír que oiga.<br />

Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las<br />

parábolas.<br />

El les dijo: A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio a los de fuera<br />

todo se les presenta en parábolas, para que «por más que miren, no vean, por más que oigan, no<br />

entiendan, no sea que se conviertan y los perdone».<br />

Y añadió: ¿No entendéis esta parábola? ¿Pues cómo vais a entender las demás? El sembrador<br />

siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero en cuanto<br />

la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente<br />

como terreno pedregoso, al escucharla la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes, y<br />

cuando viene una dificultad o persecución por la Palabra, enseguida sucumben. Hay otros que reciben la<br />

simiente entre zarzas; éstos son los que escuchan la Palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de<br />

las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la Palabra, y se queda estéril. Los otros son<br />

los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la Palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta,<br />

del sesenta o del ciento por uno.


JUEVES 25 DE ENERO<br />

CONVERSIÓN DE SAN PABLO<br />

1. De perseguidor a apóstol pasando por Damasco. 2. Y, si lo piensas bien, una auténtica locura. 3.<br />

Jesús se identifica del todo con los suyos.<br />

1. Hoy se celebra la fiesta de la Conversión del apóstol san Pablo, haciendo memoria y agradeciendo<br />

a Dios aquel encuentro camino de Damasco en que tocó el corazón de Saulo para que de perseguidor<br />

pasara a discípulo y apóstol. Es un acontecimiento, aquel del camino de Damasco, de gran importancia<br />

para la historia de la Iglesia y, desde luego, para las primeras comunidades cristianas; te da fe de ello el<br />

hecho de que aparece narrado tres veces en el libro de los Hechos de los Apóstoles, la primera lectura<br />

de la misa te presenta una de estas narraciones, la que hace el mismo san Pablo cuando da testimonio ante<br />

los judíos en Jerusalén. En su alocución, después de reconocerse abiertamente como un feroz perseguidor<br />

de los discípulos de Jesús, resume lo sucedido entonces: Yendo de camino, cerca ya de Damasco, hacia<br />

mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió con su resplandor; caí por tierra y oí una voz<br />

que me decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?». Yo pregunté: «¿Quién eres, Señor?». Y me dijo:<br />

«Yo soy Jesús el Nazareno a quien tú persigues» (…). Yo le pregunté: «¿Qué debo hacer, Señor?». El<br />

Señor me respondió: «Levántate, continúa el camino hasta Damasco, y allí te dirán todo lo que está<br />

determinado que hagas» (Hch 22, 6-11). Después en Damasco le será devuelta la vista, que perdió en el<br />

encuentro con Jesús, recibirá el Bautismo y le será revelado que ha sido elegido por Dios para predicar a<br />

las gentes el mismo evangelio que antes perseguía.<br />

Date cuenta de que, como dice el Papa Francisco, lo sucedido a Pablo en el camino «no es<br />

principalmente un cambio moral, sino una experiencia transformadora de la gracia de Cristo, y al mismo<br />

tiempo la llamada a una nueva misión, la de anunciar a todos a aquel Jesús a quien antes perseguía,<br />

hostigando a sus discípulos»13. No es un cambio de hábitos malos a otros buenos, de dejar malas<br />

acciones para realizar otras buenas. Lo que hace el Señor con Pablo es un cambio radical, es decir, en la<br />

raíz más profunda de su ser. Una transformación que le da la vuelta –permíteme la expresión– como a un<br />

calcetín. El perseguidor tornado en apóstol, ¡qué locura!<br />

2. Sí, locura, de esas locuras de Dios que a los hombres nos cuesta tanto aceptar. Porque, si piensas<br />

detenidamente, lo que sucede en la conversión de san Pablo no sé si hay muchos más adjetivos para<br />

calificarlo. Ahora como vemos la historia desde su final, es decir, desde la enorme figura de san Pablo y<br />

su misión y enseñanzas al servicio de la Iglesia, pues nos cuesta entender lo difícil que debió de resultar<br />

al principio ese cambio para los primeros cristianos. Pero no olvides que Pablo se dedicaba a meter en<br />

la cárcel a los discípulos yendo de ciudad en ciudad con poderes de los sacerdotes para tal fin. Él estuvo


presente y aprobó, siendo todavía un muchacho, el asesinato de Esteban, el primero de los mártires. Este<br />

era Saulo, un auténtico terror para los cristianos. Y, de repente, convertido en discípulo y, todavía más, en<br />

apóstol; ¿te imaginas lo difícil de aceptar qué es esto para las primeras comunidades? Ya solo el recelo,<br />

la desconfianza y el miedo debían de ser tremendos. Y ponte en su lugar, ¿aceptarías tú sin más en tu<br />

familia a uno que se ha dedicado largo tiempo a hacer la vida imposible a cuantos quieres y a ti mismo?<br />

Y encima acogerle en un lugar prominente. Sí, ponte en su lugar, ¿no te volverías a Dios a pedirle<br />

cuentas? ¿Quizá no le dirías que vale que se haya convertido, pero que hacerle apóstol es demasiado?<br />

Como ves en la conversión de san Pablo, Dios pide también a su Iglesia una conversión que consiste<br />

en fiarse de Él en esto y tener generosidad para perdonar y acoger a Pablo. En realidad es lo que nos<br />

pide siempre a los suyos cuando alguno que andaba perdido vuelve a Él. ¿tendrás tú esta confianza y esta<br />

generosidad cuando Él te la pida?<br />

3. Hay un detalle que no querría dejar pasar sin que nos detuviéramos un poco en él al final de<br />

nuestra meditación de hoy. ¿Te has fijado en que Jesús por dos veces dice a Pablo que a quien persigue es<br />

a Él? Jesús se manifiesta a Pablo identificándose totalmente con sus discípulos a quienes él persigue.<br />

Date cuenta entonces, como le sucedió a san Pablo, de que el Señor se ha unido íntimamente con los<br />

suyos hasta el punto de una identificación personal. Entre Jesús y sus discípulos, y tú formas parte de<br />

ellos, hay una unión real y trascendente.<br />

Por eso conviene que caigas en la cuenta de que por el bautismo Cristo vive en ti, que en tu vida se<br />

cumplen las palabras del mismo Pablo en su Carta a los Gálatas: Vivo, pero no soy yo el que vive, es<br />

Cristo quien vive en mí (Ga 2, 20). Jesús se une de tal manera a ti que no se os puede separar. Y por eso<br />

nunca vas solo, ni sufres solo, ni te cansas solo, Jesús está en ti y está siempre contigo. Una presencia<br />

íntima de Cristo en ti que es también una responsabilidad y una llamada al apostolado. Porque «abrazar<br />

la fe cristiana es comprometerse a continuar entre las criaturas la misión de Jesús. Hemos de ser, cada<br />

uno de nosotros, alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el mismo Cristo. Solo así podremos<br />

emprender esa empresa grande, inmensa, interminable: santificar desde dentro todas las estructuras<br />

temporales, llevando allí el fermento de la Redención»14.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 16, 15-18<br />

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo:<br />

—«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se<br />

salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán<br />

demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno<br />

mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».


VIERNES 26 DE ENERO<br />

1. Los frutos del reino de Dios se producen sin que sepamos cómo. 2.… pero hay algo que sí está<br />

en tu mano: sembrar. 3. No despreciar lo pequeño.<br />

1. La grandeza de algunas personas despierta sin duda la admiración y también la curiosidad por<br />

saber cómo han llegado a realizar las obras tan extraordinarias que hacen de ellos una luz para todos los<br />

demás. Particularmente sucede esto con los santos. Pienso en el interés que suscitaba madre Teresa de<br />

Calcuta. Recuerdo, por ejemplo, el interés de una famosa periodista americana por saber de ella, de por<br />

qué hacía lo que hacía, de cuáles habían sido las causas de su recorrido vital, etc. Y, en el fondo, todas<br />

las respuestas que se formulan de por qué madre Teresa y no otra persona o de por qué se encendió en<br />

ella esa llama de amor por los más pobres resultan siempre insuficientes y no alcanzan a poner al<br />

descubierto lo que parece ser una sombra de misterio que escapa a nuestra capacidad de entender o<br />

conocer. Y de esto me parece que habla hoy Jesús en el evangelio de la misa cuando dice: «El reino de<br />

Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana;<br />

la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo» (Mc 4, 26-27).<br />

La santidad, el reino de Dios que se encarna en tu vida y en la vida, crece y fructifica sin que<br />

sepamos cómo; es algo que permanece en el misterio que es Dios y que también en buena medida somos<br />

nosotros mismos. Por qué vencemos a la quincuagésima vez en aquello que habíamos caído siempre<br />

antes, o por qué aquello que tanto te irritaba y te hacía perder la paz se torna de repente en algo que ya no<br />

nos pesa tanto, son cosas que no acabamos de comprender del todo. Sí hay algo que podemos tener por<br />

cierto: sabemos que no se debe a nuestra inteligencia, fuerza o virtud, es algo que aparece sin que<br />

sepamos cómo. Así actúa la gracia de Dios; que pensar en ello te haga crecer en humildad y te haga<br />

ponerte más aún en brazos de tu padre Dios.<br />

2. Pero, si te fijas, hay algo que sí hace el hombre que aparece en la parábola que cuenta hoy el<br />

Señor: echa semilla en el campo. ¿Qué significa esto? San Gregorio Magno puede ayudarnos a entenderlo<br />

adecuadamente, dice este gran papa santo: «El hombre echa la semilla en la tierra cuando forma en su<br />

corazón el buen propósito; y después de haber echado la semilla se duerme, porque ya descansa en la<br />

esperanza de haber obrado bien; pero se levanta de noche, porque marcha entre lo próspero y lo adverso;<br />

y la semilla germina y crece sin él darse cuenta, porque, aunque todavía no puede advertir su crecimiento,<br />

la virtud, una vez concebida, camina a la perfección, y de suyo la tierra fructifica, porque, con la gracia<br />

proveniente, el alma del hombre se levanta espontáneamente a la perfección del bien obrar»15.<br />

Si bien es cierto que no está en nuestra mano hacer crecer la semilla y obtener su fruto, sí lo está<br />

echarla en la tierra. La siembra sí depende de ti. Por eso es muy conveniente que en la presencia del


Señor, con sinceridad y sencillez, te preguntes: ¿qué siembro en mi corazón? ¿A qué propósitos y afectos<br />

doy cabida? ¿Se dirigen y orientan a Dios y lo que Él quiere de mí? Y, claro, la pregunta debe llegar aún<br />

más lejos, porque muchas veces no somos del todo conscientes de la siembra, sino que son otros los que<br />

siembran en nuestro corazón. Las personas a quienes más queremos, nuestros amigos, compañeros de<br />

trabajo o estudio, pero también las series que vemos, la música que escuchamos… todo eso es una fuente<br />

potencial de siembra en nuestro corazón. Por eso la pregunta es también: ¿qué dejo que se siembre en mi<br />

corazón? O, si lo prefieres, ¿qué o a quiénes permito influir en la semilla que echo en mi corazón? Ojalá<br />

que sea semilla de la mejor calidad, de las plantas más nobles, de los deseos más elevados, los que te<br />

llevan a Dios y a amar al prójimo.<br />

3. En todo esto que venimos considerando hay una tentación que es clave vencer: la de dejarse llevar<br />

por las apariencias. Porque aparentemente la semilla es muy poca cosa, ¿quién diría que da lugar, si la<br />

echas en tierra y le das agua y tiempo, a un árbol frondoso? Es justamente eso lo que pasa con la semilla<br />

del reino, es como la mostaza, la más pequeña de las semillas, pero que germina y hace crecer la mayor<br />

de las hortalizas. No debes juzgar en este terreno de los propósitos y deseos del corazón según la<br />

apariencia presente, sino que has de tener en cuenta el potencial que esos deseos encierran. Has de mirar<br />

no solo a lo que hay hoy en tu corazón, sino a lo que habrá si dejas que aniden en ti esos propósitos.<br />

Estas consideraciones valen para la siembra del reino y para la del enemigo. Si consideras ese mal<br />

deseo en tu corazón poca cosa porque parece que lo dominas y no luchas decididamente por extirparlo de<br />

ti, ten cuidado, no sea que termine creciendo, sin saber tú cómo, y termine convirtiéndose en un dragón de<br />

siete cabezas que no hay manera de someter. No desprecies la siembra del pecado que es la<br />

concupiscencia y los malos deseos y combátelos a muerte.<br />

Y, en lo referente a la siembra de la santidad, no te desanimes pensando que tus propósitos son poca<br />

cosa porque se circunscriben a tus cosas cotidianas: hacer bien la cama, ofrecer tu trabajo bien hecho y<br />

con amor de Dios, o ese detalle de servicio en casa con los que tienes más cerca; todo ello parece poca<br />

cosa, como el grano de mostaza, y sin embargo, sin que sepas cómo –por la gracia de Dios–, irán<br />

creciendo y harán que fructifique en tu vida el reino de Dios.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 4, 26-34<br />

En aquel tiempo, decía Jesús a las turbas: El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente<br />

en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él<br />

sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el<br />

grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega. Dijo también: ¿Con qué<br />

podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo


en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y<br />

echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas. Con muchas parábolas<br />

parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a<br />

sus discípulos se lo explicaba todo en privado.


SÁBADO 27 DE ENERO<br />

1. Una perspectiva de lectura que nos puede ayudar. 2. Cristo invita a ir a la otra orilla, la suya. 3.<br />

Cristo va siempre en su barca.<br />

1. Un buen amigo que es bastante experto en vino y que tiene como afición precisamente asistir a<br />

veces a catas y eventos relacionados me explicaba cómo se juzga la calidad de un buen vino. Para<br />

empezar me insistió mucho en que había que tener en cuenta varios aspectos, que no bastaba con probarlo<br />

y fijarse en su sabor, sino que para juzgar adecuadamente había que examinarlo desde diferentes<br />

perspectivas para tratar de abarcar toda la riqueza que encierra un buen vino. Por eso hay que fijarse en<br />

su color, en el buqué –el aroma que adquiere al envejecer–, cómo se mueve en la copa, el sabor en boca,<br />

pero también cómo luego este sabor permanece y evoluciona, su cuerpo, etc. Pues con la Sagrada<br />

Escritura sucede con más razón, es tal su riqueza que hay que abordarla de muy diferentes modos para<br />

tratar de percibir la mayor cantidad de sentidos y matices. Así, sin ir más lejos, te propongo que<br />

comencemos nuestra meditación sobre el evangelio de la misa con la ayuda de san Pedro Crisólogo y una<br />

interpretación alegórica que él realiza sobre este pasaje de la tempestad: «La tarde tiene lugar cuando se<br />

anuncia la confusión de todo lo que precede al final de los tiempos y la última hora a los sentidos<br />

humanos. “Crucemos al otro lado”: de las cosas terrenas a las celestiales, de las presentes a las futuras.<br />

Ahora bien, “al otro lado”, porque las cosas divinas siempre son contrarias a las humanas; mientras estas<br />

nos conducen sometidos a la fragilidad, aquellas otras levantan hacia la virtud que prosiguen»16. Jesús<br />

invita a cruzar a la otra orilla, y esto significa tanto un nuevo sentido para tu vida, ahora se entiende como<br />

un camino para llegar a la nueva orilla que es Dios mismo, cuanto una invitación a que levantes la mirada<br />

de las cosas terrenas y te detengas en las divinas, algo en lo que justamente consiste tu oración y, en<br />

suma, toda tu vida interior.<br />

2. Navegar a la otra orilla, la orilla de la vida divina, implica hacer frente con frecuencia a la<br />

tempestad que, como en el evangelio de hoy, se levanta en tu camino. Precisamente porque, según nos<br />

recordaba antes san Pedro Crisólogo, las cosas divinas suelen ser opuestas a las humanas y terrenas, se<br />

levanta esta tempestad de viento y de olas. Quizá sientes a veces esta tempestad interiormente en tu<br />

oración cuando, por ejemplo, diriges la mirada hacia la virtud de la humildad tan contraria al orgullo y la<br />

vanidad que brotan espontáneamente de nuestro corazón; o cuando en un ambiente tan dominado por la<br />

sensualidad y la falta de pudor piensas en la virtud de la santa pureza y de cómo Cristo llama<br />

bienaventurados a los limpios de corazón porque son los que verán a Dios. Y la tentación es dar media<br />

vuelta, volver a lo que nos es confortable y carente de riesgos. Si lo piensas con honestidad, seguro que<br />

eres capaz de enumerar una pequeña lista de temas sobre los que te gusta centrar la oración porque te son


«cómodos». No es malo ir a esos temas de vez en cuando, lo perjudicial es no salir de ellos, quedarse<br />

siempre en aquello que no escuece por el mero hecho de que no escueza. Cristo te invita a cruzar a la otra<br />

orilla, a salir de tu seguridad y buscar un horizonte nuevo. Medita con calma si no hay temas en tu oración<br />

que no quieres tratar con el Señor, piensa si no será la vocación, la santa pureza, la honestidad con que<br />

cumples tus obligaciones… Vence el miedo y embárcate a repensar todo esto desde la mirada de Dios.<br />

3. Pero ir a la otra orilla tiene también un significado vital, es decir, se refiere también al camino que<br />

Cristo te llama a realizar durante tu vida terrena: el camino al cielo. Un camino en el que la tempestad,<br />

por la misma razón que consideramos antes, está también presente. Y frente a la tempestad y las olas que<br />

se alzan con ferocidad tan solo tienes una barca. El viaje al cielo solo puedes hacerlo en esa barca que<br />

representa a la Iglesia. una barca que se mueve con el vaivén de las olas, como la Iglesia se mueve con la<br />

historia de los hombres y con el correr del tiempo. Una barca que amenaza con sucumbir al temporal cuya<br />

fuerza parece imposible de resistir para una embarcación tan pequeña y endeble. ¡Pídele a Dios no<br />

escandalizarte por la debilidad de la Iglesia! Porque es tu debilidad y la mía.<br />

Sin embargo no cedas al miedo, en la barca está Jesús. En Él reside la única fuerza de la Iglesia. A<br />

veces te puede parecer que duerme, que no le importa lo que pueda suceder con su pequeña embarcación<br />

y sus tripulantes. Y te lo parece porque tú piensas que debería actuar de tal o cual manera, poner fin a tal<br />

o cual maldad, y lo que sucede es que Él espera pacientemente para darnos tiempo. Tiempo para<br />

rectificar, tiempo para acrisolar nuestro amor en la tempestad. Porque Él, aun cuando te parece dormido,<br />

vela siempre por los suyos. Solo has de llamarle: «¡Señor!, ¡que nos hundimos, que me hundo!». Y su<br />

respuesta será inmediata. Hazlo cuando te veas acosado por una tentación, acude al Señor y él la mandará<br />

callar, como hizo con el viento y la tempestad.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 4, 35-40<br />

Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: Vamos a la otra orilla.<br />

Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó un<br />

fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido<br />

sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Se puso en<br />

pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:<br />

¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? Se quedaron espantados y se decían unos a otros: ¿Pero<br />

quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!


DOMINGO 28 DE ENERO<br />

CUARTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO<br />

1. La clave de la autoridad de Jesús que no tienen los fariseos. 2. El poder en la humildad. 3. Una<br />

autoridad que genera confianza.<br />

1. Recuerdo una película de animación estrenada ya hace unos cuantos años en los que una familia de<br />

superhéroes tenía que enfrentarse a un malvado que se hacía llamar Síndrome. La pretensión del malo era<br />

organizar un terrible caos por medio de un robot gigante que destruía todo a su paso para presentarse él<br />

como salvador y lograr el reconocimiento de todos. Por supuesto su plan le sale mal y al final son los<br />

auténticos héroes quienes han de salvar la situación. Me viene esto a la cabeza porque debe de ser muy<br />

frustrante intentar ganar el reconocimiento de todos, dedicando a ello grandes esfuerzos y urdiendo todo<br />

tipo de planes, sin lograr éxito alguno. Al final, ¡qué difícil debe de ser no odiar a quien sí lo consigue de<br />

manera natural y espontánea! Pienso que esto, en buena medida, les pasaba a los fariseos con Jesús. Ellos<br />

intentaban por todos los medios ganarse la confianza del pueblo y que estos reconocieran su autoridad.<br />

Para ello estudiaban con ahínco las Escrituras y buscaban la interpretación correcta que enseñar a la<br />

gente, pero no conseguían más que una fría respuesta de su parte. ¿Por qué sucede de esta manera? ¿Cuál<br />

es la diferencia entre el modo de los fariseos y el de Jesús de enseñar para que en Él sí reconozca la<br />

gente verdadera autoridad?<br />

En el evangelio de la misa de hoy tienes una buena muestra de dónde radica la diferencia. Jesús sabe<br />

alternar su enseñanza, las palabras, con las obras que apoyan e ilustran lo que dice. Lo que enseña a la<br />

gente va acompañado de signos que corroboran y confirman sus palabras, ahí radica la diferencia. Los<br />

fariseos enseñan pero no hacen, recuerda que el mismo Cristo advertirá a la gente sobre ellos<br />

diciéndoles: «Haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos<br />

dicen pero no hacen» (Mt 23, 3). Aquí tienes la clave de una auténtica autoridad reconocida por los<br />

demás: palabra y obras, decir y hacer. Por cierto, algo imprescindible para tu apostolado.<br />

2. Jesús no hace los milagros por afán de espectáculo o por capricho, sino que tales portentos son,<br />

por así decir, su credencial, su tarjeta de presentación que de modo inequívoco llevan a reconocerlo<br />

como Dios y Señor. Su dominio sobre los vientos y la tempestad, su capacidad para curar todo tipo de<br />

enfermedades y, sobre todo, tal como hoy queda patente en el evangelio, su poder para expulsar los<br />

demonios y vencer así a Satanás expresan el poder divino de Jesús. Un poder diferente al de todo cuanto<br />

conocían y que provoca la admiración porque no solo expresa grandeza y fuerza, sino que es capaz de<br />

delicadeza y ternura. Como ha dicho el papa Benedicto XVI: «La autoridad divina no es una fuerza de la<br />

naturaleza. Es el poder del amor de Dios que crea el universo y, encarnándose en el Hijo unigénito,


abajándose a nuestra humanidad, sana al mundo corrompido por el pecado. Romano Guardini escribe:<br />

“Toda la vida de Jesús es una traducción del poder en humildad…, es la soberanía que se abaja a la<br />

forma de siervo”»17.<br />

En Jesús, el poder divino sabe acercarse a los hombres sin aplastarlos ni apabullarlos, manifestando<br />

su grandeza, sí, pero a la vez mostrando condescendencia y compasión. No hay en Jesús ostentación, algo<br />

propio de horteras o nuevos ricos que sienten la necesidad de hacerse notar, al contrario, en Él toda<br />

manifestación de poder va acompañada de una sobriedad y una elegancia que la hacen todavía más<br />

atractiva y que no desvía en absoluto del fin que persigue: mostrar el reino de Dios ya en acción entre<br />

nosotros. Maravíllate con el poder divino de Cristo, con su elegancia y delicadeza, que lo hacen tan<br />

amable para nosotros.<br />

3. En Jesús puedes reconocer una nueva forma de autoridad. Una autoridad que genera confianza en<br />

lugar de miedo, que no somete ni se impone por la fuerza, sino por la vía del asombro y la delicadeza. Es<br />

una forma de autoridad nueva que causa fascinación entre los judíos del evangelio de hoy que se dicen<br />

asombrados: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los<br />

espíritus inmundos y le obedecen» (Mc 1, 27). Y es que, como ha señalado certeramente Benedicto XVI:<br />

«A menudo, para el hombre la autoridad significa posesión, poder, dominio, éxito. Para Dios, en cambio,<br />

la autoridad significa servicio, humildad, amor; significa entrar en la lógica de Jesús que se inclina para<br />

lavar los pies de los discípulos (cfr. Jn 13, 5), que busca el verdadero bien del hombre, que cura las<br />

heridas, que es capaz de un amor tan grande como para dar la vida, porque es Amor».<br />

¿Quieres ser importante y reconocido? Hazte servidor de los demás, obtendrás el reconocimiento que<br />

vale, el de Dios y el de aquellos que saben ver como Él. Antes te lo sugería, considéralo ahora de nuevo:<br />

para tu apostolado, imitar a Jesús en esto resulta decisivo. Solo acercarás a tus compañeros, amigos o<br />

familiares a Jesucristo si, como hacía Él, tus palabras van acompañadas de obras que las corroboren.<br />

Solo así tendrás autoridad, no la autoridad que tiene el que más grita o más ruido hace –que es además<br />

una autoridad falsa–, sino la autoridad de verdad, la de Jesús, la que se apoya en el servicio y la<br />

humildad.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 1, 21-28<br />

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y, cuando el sábado siguiente fue a la<br />

sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino<br />

con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a<br />

gritar: –«¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres:<br />

el Santo de Dios». Jesús lo increpó: –«Cállate y sal de él». El espíritu inmundo lo retorció y, dando un


grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: –«¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es<br />

nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen». Su fama se extendió enseguida por todas<br />

partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.


LUNES 29 DE ENERO<br />

1. El enemigo no tiene ningún lado amable. 2. Al demonio solo le derrota el poder de Dios. 3. La<br />

fuerza de la súplica.<br />

1. No hace demasiado tiempo me contaba un muchacho acerca de una serie que seguía por una de esas<br />

plataformas de televisión. La trama era de lo más singular: una serie policíaca donde el protagonista, que<br />

ayudaba a resolver los crímenes a una inspectora de policía –la otra protagonista de la serie–, no era otro<br />

que el mismísimo diablo. Ante mi atónita mirada me continuó explicando que Lucifer se había cansado de<br />

ser el malo siempre y que había ido al mundo a ayudar a la gente para demostrar que puede cambiar. No<br />

es la primera serie o película que trata de ofrecer una visión amable del demonio, pero no te dejes<br />

confundir, tal cosa sencillamente no es posible, es pura ficción, no sé si malintencionada, pero en el<br />

mejor de los casos bobamente ingenua. Y, si no, atiende al evangelio de hoy, ahí tienes un buen ejemplo<br />

de lo que quiere el demonio para un hombre que vive sometido bajo su poder. Dice el relato de san<br />

Marcos acerca de aquel hombre poseído por un espíritu inmundo que vivía entre los sepulcros, gritando,<br />

hiriéndose a sí mismo (cfr. Mc 5, 3 ss). Así es el reinado del enemigo, solo produce daño. Dice san<br />

Pedro Crisólogo a propósito de esto: «Este es el que prometía todos los honores del reino y de la gloria:<br />

se encuentra ahora viviendo en sepulcros fétidos por la corrupción de los cadáveres»18. Se refiere a la<br />

promesa del demonio cuando tienta a Jesús en el desierto de dar toda la gloria y el poder a quien le<br />

adore. ¿Qué te dará el enemigo? Solo dolor, sufrimiento, tristeza. El demonio es muy mal pagador –no lo<br />

olvides–, exige sumisión total y ofrece a cambio el frío y el hedor de la muerte. No tiene cara amable, no<br />

hay nada bondadoso ni afable en él. Solo persigue someter a los hombres y esclavizarlos en su reino de<br />

terror.<br />

2. No es para asustar, pero no está demás que consideres bien cuán grande es el poder del enemigo,<br />

dice el evangelio de san Marcos que a aquel hombre poseído ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo<br />

(Mc 5, 3). No hay fuerza humana capaz de someter o resistirse al poder del enemigo. Por eso, si alguna<br />

vez piensas que «controlas» –como dice el que está sometido a algún tipo de adicción, ya sea alcohol o<br />

drogas–, en relación con una falta, un pecado o un vicio que piensas menor, no tengas la menor duda de<br />

que el único que controla es el enemigo. Él sí te controla a través de esos cepos y cadenas que no puedes<br />

romper. No olvides nunca que él no pacta, solo somete, sojuzga, encadena.<br />

Pero, como te decía hace un momento, no se trata de ceder al miedo, sino de comprender que el poder<br />

del enemigo, que en nuestra vida se manifiesta en el pecado, es algo muy serio, muy real, que además<br />

excede nuestras solas fuerzas. Por eso llénate de alegría cuando escuchas decir a Jesús, con voz enérgica:<br />

«Espíritu inmundo, sal de este hombre» (Mc 5, 8). Solo la autoridad y el poder de Dios es capaz de


derrotar al enemigo, solo la palabra de Cristo libera de las cadenas con que fuertemente sujeta el<br />

enemigo por medio del pecado. Si el poder del enemigo te supera y no lo puedes vencer solo, cuando es<br />

Jesús quien lucha por ti y contigo, nada puede hacer entonces el poder del enemigo. Acude siempre a<br />

Jesús cuando te veas acechado por las insidias del demonio, cuando tus pecados te encadenan al reino de<br />

tinieblas que él quiere para ti. No te fíes de tus fuerzas ni de tus buenas intenciones, fíate solo del poder<br />

de Jesús y corre a pedirle ayuda. Él expulsará esos demonios de tu vida como hizo con el geraseno.<br />

Recuerda que cada vez que dice sobre ti –por medio de la voz del sacerdote– «yo te absuelvo de tus<br />

pecados» pronuncia la misma sentencia de libertad que dio a aquel hombre atormentado por sus<br />

demonios.<br />

3. Si bien es cierto que no te puedes fiar de tus fuerzas y que lo que puedes, cuando luchas solo,<br />

contra el enemigo es más bien poco, también lo es que hay algo a tu alcance que goza de un poder<br />

incalculable: la súplica. Y es que el Señor ha querido atender benévolamente a quien con angustia le<br />

suplica, incluso cuando lo hace la Legión en el evangelio, rogándole que le permita meterse en los<br />

cerdos, se lo concede. Esta muestra de clemencia de Cristo, que a muchos parecería carente de sentido o<br />

incluso de justicia, es sin embargo un gesto que, si lo piensas bien, debe llenarte de confianza y alegría,<br />

mira, si no, lo que dice san Efrén al respecto: «Me tranquilizó la palabra escuchada; con lágrimas y de<br />

rodillas, supliqué a mi Señor: “Sin recurrir a llanto alguno la Legión obtuvo de ti lo que te solicitó;<br />

permíteme, pues, a mí que te suplique con llanto dejarme entrar, no en la manada, sino en el Paraíso”»19.<br />

Solo no puedes nada, suplicándolo lo puedes todo. Mira a la Virgen María, ella es la omnipotencia<br />

suplicante, y convéncete de que pidiendo puedes alcanzar todo cuanto necesitas. Aprende de María a<br />

pedir, a rogar a Dios. Y pide, no cualquier cosa, sino lo que verdaderamente importa; como leías antes en<br />

las palabras de san Efrén, pide el Paraíso, el cielo. No te conformes con menos, no apuntes a nada más<br />

bajo. Pide el cielo, pídeselo a tu Padre Dios, que está deseando alcanzártelo.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 5, 1-20<br />

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del lago en la región de los Gerasenos.<br />

Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en las tumbas, un hombre<br />

poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado<br />

con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para<br />

domarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.<br />

Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: ¿Qué tienes que ver<br />

conmigo, Jesús Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes. Porque Jesús le estaba<br />

diciendo: Espíritu inmundo, sal de este hombre. Jesús le preguntó: ¿Cómo te llamas? Él respondió: Me


llamo Legión, porque somos muchos. Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella<br />

comarca. Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte. Los espíritus le rogaron:<br />

Déjanos ir y meternos en los cerdos. Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se<br />

metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el<br />

lago. Los porquerizos echaron a correr y dieron la noticia en el pueblo y en el campo. Y la gente fue a ver<br />

qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado,<br />

vestido y en su juicio. Se quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado<br />

al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su país. Mientras se embarcaba, el<br />

endemoniado le pidió que lo admitiese en su compañía. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a<br />

casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia. El hombre se<br />

marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.


MARTES 30 DE ENERO<br />

1. Mi Hijo se deja conmover. 2. Un padre no puede renegar de su hijo, pase lo que pase. 3. Jesús se<br />

fija en cada uno.<br />

1. A mediados de enero del 1871, en plena guerra franco-prusiana el ejército prusiano dominaba dos<br />

terceras partes de Francia y estaba a pocas millas de la villa de Pontmain, una pequeña población bretona<br />

de unos 500 habitantes. Además en la zona se desató una epidemia y tuvo lugar un pequeño terremoto.<br />

Todo iba mal. La gente escondía sus pertenencias para evitar que cayesen en manos de los prusianos. Y,<br />

para colmo, llamaron a filas a treinta y ocho muchachos del pueblo que, como tantos otros jóvenes de<br />

Francia, constituían un último intento desesperado por dar la vuelta a una contienda que parecía perdida.<br />

En medio de todo aquel desastre, muchos se decían desesperados: «¿Para qué rezar? Dios no nos oye».<br />

En cambio, el padre Guerin, que era el párroco de aquella villa desde hacía trinta y cinco años y había<br />

reconstruido la iglesia destruida por la Revolución Francesa, pidió a los niños del pueblo que rezasen a<br />

la Virgen pidiendo su protección para los muchachos de Pontmain que partían hacia el frente. Él por su<br />

parte confesó y dio la comunión a los nuevos reclutas que partieron así a la guerra llevando la paz de<br />

Cristo en su alma. Entre los niños del pueblo había dos hermanos muy piadosos que tomaron muy a pecho<br />

el encargo del párroco y se pusieron con ahínco a rezar el rosario y pedirle a la Virgen su protección<br />

para su hermano mayor, que era uno de los reclutas, y para el resto de jóvenes del pueblo. La respuesta<br />

de María no tardó en llegar. Se les apareció vestida de azul con unas estrellas doradas y una corona<br />

también dorada para decirles que continuaran rezando, que Dios les daría pronto lo que imploraban,<br />

porque –les dijo literalmente– «Mi Hijo se deja conmover». Y así fue, pocos días después se firmó el<br />

armisticio y los jóvenes de Pontmain que habían partido al frente regresaron sanos y salvos. Como<br />

agradecimiento a la Virgen se levantó un imponente santuario que hoy puede visitarse para pedir, a través<br />

de María nuestra madre, a aquel que se deja conmover.<br />

2. Jesús se deja conmover, ¡parece mentira que nos lo tenga que recordar su madre la Virgen! Porque<br />

en el evangelio es algo que queda patente en numerosas páginas, entre ellas, en la que hoy se lee en la<br />

misa. El Señor se deja conmover por aquel padre desesperado que ve cómo su hija se muere y corre a<br />

ver a Jesús. Él es jefe de la sinagoga, acudir de esa manera a Cristo puede acarrearle dificultades con los<br />

demás jefes del pueblo, pero eso ahora no le importa, por salvar a su hija haría lo que fuera sin<br />

importarle las consecuencias, porque él también se ha dejado conmover por el sufrimiento de su hija. El<br />

corazón de un padre se conmueve con el sufrimiento de sus hijos, nunca se desentiende de ellos, incluso<br />

cuando esos hijos se portan mal no puede renegar de ellos. Fíjate en lo que sucede con David y su hijo<br />

Absalón, la primera lectura de la misa te narra el desenlace de aquella dramática –más bien trágica–


historia traición de un hijo a su padre. Absalón quiso ocupar el trono de David y no dudó en volverse<br />

contra su padre haciendo estallar la guerra en el seno de Israel. Al final el ejército de David vence y<br />

Absalón resulta muerto en la batalla. Lo que todos los partidarios de David celebran como un gran triunfo<br />

es para el rey una espada que le atraviesa el alma, porque su hijo ha muerto. Da igual que fuera un<br />

traidor, no importa todo el mal que ha causado, es su hijo, lo ama, y su pérdida le llena de tristeza. Si así<br />

se conmueve el corazón de un padre humano con un hijo traidor y malvado, ¡cómo no se conmoverá el<br />

corazón de Dios con sus hijos! Que el ejemplo de David y de Jairo, que el modo de obrar de Jesús en el<br />

evangelio, que el recordatorio de la Virgen en Pontmain, que todo ello sirva para que se grabe en tu alma<br />

esta certeza tan consoladora: Dios se deja conmover por sus hijos, como un padre bueno, como el mejor<br />

de los padres.<br />

3. Una manifestación de la ternura del Corazón de Cristo que se deja conmover ante los más pequeños<br />

y los que sufren es la manera en que es capaz de mirar a cada uno personalmente a pesar de la multitud.<br />

Fíjate que en el relato de san Marcos que leemos hoy la multitud aparece varias veces, se ve cómo rodea<br />

a Jesús, incluso cómo le apretuja, según declaran los propios discípulos. Y sin embargo Él no se queda<br />

en el bulto, sino que es capaz de mirar a los ojos a aquella mujer que se había acercado llena de temor y<br />

temblor pero con la esperanza de la sanación y entablar con ella ese diálogo maravilloso. Es como si no<br />

hubiera nadie más en ese momento, como si el resto del universo no existiera, y es que en ese momento<br />

toda la atención de Cristo la tiene esa mujer, así es Él con nosotros. Él te mira –si le dejas– a los ojos y<br />

te dedicará el tiempo que sea preciso para que se curen tus heridas. No le importa que le apremien<br />

porque ha de ir con el jefe de la Sinagoga, Él sabe que tiene tiempo para todos.<br />

Otra manifestación de cómo le importamos a Jesús y cómo se conmueve con nosotros: está pendiente<br />

hasta de los detalles más nimios. Fíjate que, al devolver a sus padres a la niña una vez que la ha hecho<br />

recobrar la vida, les dice que la den de comer. Hasta de eso está pendiente Cristo, porque convendrás<br />

conmigo en que parece un asunto muy menor, y sin embargo también en Él repara Jesús. Por eso no<br />

pienses que hay nada tuyo que no le interese, nada que le sea ajeno. Todo lo tuyo, lo grande y lo pequeño,<br />

todo le importa a Jesús.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 5, 21-43<br />

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y<br />

se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus<br />

pies, rogándole con insistencia: Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se<br />

cure y viva. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que<br />

padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de


tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó<br />

hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que, con solo tocarle<br />

el vestido, curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba<br />

curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente,<br />

preguntando: ¿Quién me ha tocado el manto? Los discípulos le contestaron: Ves cómo te apretuja la gente<br />

y preguntas: «¿quién me ha tocado?». Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se<br />

acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.<br />

Él le dijo: Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud. Todavía estaba hablando, cuando llegaron de<br />

casa del jefe de la sinagoga para decirle: Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro? Jesús<br />

alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: No temas; basta que tengas fe. No permitió<br />

que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del<br />

jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo:<br />

¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida. Se reían de él. Pero él los<br />

echó afuera a todos, y con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña,<br />

la cogió de la mano y le dijo: Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate). La niña se puso<br />

en pie inmediatamente y echó a andar –tenía doce años–. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en<br />

que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.


MIÉRCOLES 31 DE ENERO<br />

1. Hoy la cosa va de sueños. 2. A su debido tiempo entenderás. 3. Tu mejor maestra y tu mayor<br />

auxilio.<br />

1. En la vida de san Juan Bosco, a quien celebramos el día de hoy, se cuentan más de cien sueños que<br />

tuvo desde los nueve años en adelante. Al principio él no les daba mayor importancia, pero luego se fue<br />

dando cuenta de que aquellos sueños traían de parte de Dios luces para su propia vida y la de los demás.<br />

Entonces empezó a contarlos a sus discípulos de mayor confianza. No había pensado escribirlos, pero el<br />

Sumo Pontífice Pío IX, al darse cuenta del mucho bien que estos sueños podrían hacer a la gente, le<br />

ordenó que los escribiera. No debe extrañarte que Dios hable a sus hijos sirviéndose de los sueños; en la<br />

Sagrada Escritura tienes un amplio testimonio de que el sueño es con frecuencia usado por Dios para<br />

revelar sus planes; así lo puedes constatar con Jacob y el sueño de la escalera al cielo, o con el mismo<br />

san José advertido en sueños de que reciba a María y luego de que ha de huir a Egipto con su esposa y<br />

con el niño. En la meditación de hoy te propongo que empecemos considerando el primer sueño de Don<br />

Bosco, y probablemente el más importante pues revelaba su vocación, que tuvo con nueve años.<br />

Escribe el mismo Don Bosco: «Tuve por entonces un sueño que me quedó profundamente grabado en<br />

la mente para toda la vida. En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso,<br />

donde había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros jugaban, muchos<br />

blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos e<br />

insultos. En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto, notablemente<br />

vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo; pero su rostro era luminoso, tanto que no se podía<br />

fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos muchachos,<br />

añadiendo estas palabras: “No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad deberás ganarte a estos<br />

tus amigos. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de la virtud”».<br />

¡Y vaya si alcanzó mansedumbre y caridad Don Bosco! Pero, aunque lo de los puñetazos no era el<br />

camino, lo cierto es que sin el ímpetu y la pasión que manifiestan tampoco hubiera sido posible la obra<br />

de san Juan Bosco. Si tienes carácter fuerte y temperamento, no pienses que es una desdicha, dale gracias<br />

a Dios y lucha por dominarlo porque puede ser instrumento de grandes cosas, como lo fue en Don Bosco.<br />

2. Pero el sueño de Don Bosco no termina ahí, a las palabras de aquel misterioso hombre contesta el<br />

niño, mostrando una vez más su carácter: «Le respondí –prosigue Don Bosco la narración–: “¿Quién sois<br />

vos para mandarme estos imposibles?”. Me contestó: “Precisamente porque esto te parece imposible,<br />

debes convertirlo en posible por la obediencia y la adquisición de la ciencia”. “¿En dónde?”, le repuse,<br />

“¿Cómo podré adquirir la ciencia?”. Me dijo entonces: “Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina


podrás llegar a ser sabio y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad”. Entonces le pregunté:<br />

“Pero ¿quién sois vos que me habláis de este modo?”. Me reveló entonces: “Yo soy el Hijo de aquella a<br />

quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al día”. Yo le insistí: “Mi madre me dice que no me<br />

junte con los que no conozco sin su permiso; decidme, por tanto, vuestro nombre”. Pero él añadió: “Mi<br />

nombre pregúntaselo a mi madre”. En aquel momento vi junto a él una Señora de aspecto majestuoso,<br />

vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada uno de sus puntos fuera una estrella<br />

refulgente. La cual, viéndome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, me indicó que<br />

me acercase a ella, y tomándome bondadosamente de la mano: “Mira”, me dijo. Al mirar me di cuenta de<br />

que aquellos muchachos habían escapado, y vi en su lugar una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y<br />

varios otros animales. Y me dijo: “He aquí tu campo, he aquí en donde debes trabajar. Hazte humilde,<br />

fuerte y robusto, y lo que veas que ocurre en estos momentos con estos animales, lo deberás tú hacer con<br />

mis hijos”. En aquel momento, siempre en sueños, me eché a llorar. Pedí que se me hablase de modo que<br />

pudiera comprender, pues no alcanzaba a entender qué quería representar todo aquello. Entonces ella me<br />

puso la mano sobre la cabeza y me dijo: “A su debido tiempo, todo lo comprenderás”».<br />

3. Tiempo y una buena maestra que le enseñase la ciencia y la mansedumbre, eso necesitaba Don<br />

Bosco, bueno el niño Bosco para llegar a ser el gran santo que llevaría a tantos jóvenes al cielo y que<br />

abriría caminos en la tierra para otros que vinieron tras él. Por otra parte, lo mismo que precisas tú para<br />

conocer lo que Dios quiere de ti y poder responderle adecuadamente. Por eso mira siempre a Santa<br />

María: ella es tu auxilio, tu guía, la sede de la sabiduría donde aprender la ciencia divina y humana<br />

porque ella es experta en divinidad y en humanidad. María auxiliadora, como le gustaba referirse a ella a<br />

Don Bosco, es para ti auxilio en toda dificultad y fuente de luz para el camino. En la duda, pregúntale a<br />

ella; en la dificultad, cógete fuerte de su mano y no te sueltes, ella no lo hará. Deja que Santa María<br />

custodie tus sueños –como custodió los de Don Bosco–, sueños de amor y de santidad que ojalá con su<br />

auxilio conviertas en realidad.<br />

EVANGELIO<br />

San Marcos 6, 1-6<br />

En aquel tiempo, fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos.<br />

Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba<br />

asombrada: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de<br />

sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y<br />

sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de él. Jesús les decía: No desprecian a un<br />

profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. No pudo hacer allí ningún milagro, solo<br />

curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de


alrededor enseñando.


NOTAS<br />

1 BENEDICTO XVI, Deus Caritas est, 1.<br />

2 PAPA FRANCISCO, Homilía de 6-1-2017. Y lo que sigue.<br />

3 BENEDICTO XVI, Homilía de 11-1-2009.<br />

4 SAN JOSEMARÍA, Camino, 1.<br />

5 BEDA EL VENERABLE, Homilías sobre los evangelios, 1, 21, 56-75. Y lo que sigue.<br />

6 PALADIO DE GALACIA, Historia Lausiaca, Prol. 10.<br />

7 PAPA FRANCISCO, Homilía de 21-1-2014.<br />

8 PAPA FRANCISCO, Homilía de 23-1-2014.<br />

9 SAN IRENEO, Contra las Herejías, 5, 21, 3.<br />

10 PAPA FRANCISCO, Homilía de 6-1-2017. Y lo que sigue.<br />

11 SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, 1, 1.<br />

12 Ibídem, 1, 3.<br />

13 PAPA FRANCISCO, Homilía de 25-1-2016.<br />

14 SAN JOSEMARÍA, Es Cristo que pasa, 183.<br />

15 SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre Ezequiel, 2, 3, 5.<br />

16 SAN PEDRO CRISÓLOGO, Homilías, 21, 1.<br />

17 BENEDICTO XVI, Ángelus de 29-1-2012. Y lo que sigue.<br />

18 SAN PEDRO CRISÓLOGO, Homilías, 17, 2.<br />

19 SAN EFRÉN DE NIBISI, Himno, 12, 8-9.


SANTORAL DE ENERO DE 2018<br />

Lunes 1<br />

Martes 2<br />

Miércoles 3 SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS<br />

Sábado 6 EPIFANÍA<br />

Domingo 7 SAN RAIMUNDO DE PEÑAFORT<br />

Lunes 8 BAUTISMO DEL SEÑOR<br />

Miércoles 17 SAN ANTONIO ABAD<br />

Martes 23 SAN ILDEFONSO<br />

Miércoles 24 SAN FRANCISCO DE SALES<br />

Jueves 25 CONVERSIÓN DE SAN PABLO<br />

Viernes 26 SANTOS TIMOTEO Y TITO<br />

Domingo 28 SANTO TOMÁS DE AQUINO<br />

Miércoles 31 SAN JUAN BOSCO<br />

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS<br />

SAN BASILIO Y SAN GREGORIO NACIANCENO

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