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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 - Elena G. de White

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espera que el hombre pobre dé limosnas como el<br />

rico. No espera <strong>de</strong> los débiles y sufrientes, <strong>la</strong><br />

actividad y <strong>la</strong> fuerza que tiene el hombre sano.<br />

Dios aceptará, “según lo que uno tiene, no según lo<br />

que no tiene”, el único talento, usado <strong>de</strong>l mejor<br />

modo.<br />

Dios nos l<strong>la</strong>ma siervos, lo que implica que<br />

somos empleados por él <strong>para</strong> hacer <strong>de</strong>terminada<br />

obra y llevar ciertas responsabilida<strong>de</strong>s. Nos ha<br />

prestado un capital <strong>para</strong> invertir. No es nuestra<br />

propiedad, y <strong>de</strong>sagradamos a Dios si aca<strong>para</strong>mos<br />

los bienes <strong>de</strong> nuestro Señor o los gastamos como<br />

nos p<strong>la</strong>zcan. Somos responsables por el uso o el<br />

abuso <strong>de</strong> lo que Dios nos ha prestado. Si este<br />

capital que el Señor ha colocado en nuestras manos<br />

permanece inactivo, o lo enterramos, aunque sea un<br />

solo talento, seremos l<strong>la</strong>mados por el Maestro a<br />

rendir cuenta. El requiere, no lo nuestro, sino lo<br />

suyo con intereses.<br />

Cada talento que regresa al Maestro será<br />

escudriñado. Las obras y los <strong>de</strong>pósitos recibidos<br />

por los siervos <strong>de</strong> Dios no se consi<strong>de</strong>rarán como un<br />

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