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Testimonios para la Iglesia, Tomo 2 - Elena G. de White

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acepta nuestro oro y p<strong>la</strong>ta como una evi<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong><br />

que todo lo que tenemos y somos pertenece a él. El<br />

requiere y acepta el buen aprovechamiento <strong>de</strong><br />

nuestro tiempo y nuestros talentos como el fruto <strong>de</strong><br />

su amor que existe en nuestro corazón. Obe<strong>de</strong>cer es<br />

mejor que el sacrificio. Sin amor puro <strong>la</strong> más cara<br />

ofrenda es <strong>de</strong>masiado pobre <strong>para</strong> que Dios <strong>la</strong><br />

acepte.<br />

Muchos están tan entregados a sus tesoros<br />

terrenales que no disciernen <strong>la</strong> ventaja <strong>de</strong> formar<br />

tesoros en el cielo. No se dan cuenta <strong>de</strong> que sus<br />

ofrendas voluntarias a Dios, no lo están<br />

enriqueciendo a él, sino a ellos mismos. Cristo nos<br />

aconseja que hagamos tesoros en el cielo. ¿Para<br />

quién? ¿Para Dios, <strong>para</strong> que él pueda enriquecerse?<br />

¡Oh, no! Los tesoros <strong>de</strong>l mundo entero son suyos, y<br />

<strong>la</strong> in<strong>de</strong>scriptible gloria y los tesoros inapreciables<br />

<strong>de</strong>l cielo son todos suyos, <strong>para</strong> darlos a quien él<br />

<strong>de</strong>see. “Haceos tesoros en el cielo”. Los hombres a<br />

quienes Dios ha hecho sus mayordomos están tan<br />

embobados con <strong>la</strong>s riquezas <strong>de</strong> este mundo, que no<br />

se dan cuenta <strong>de</strong> que con su egoísmo y codicia<br />

están no sólo robando al Señor los diezmos y<br />

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