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CUETLAXcoapan12

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presente la dicotomía antiguo/moderno plasmándose en alteraciones<br />

que en la mayoría de los casos no lograron ni siquiera<br />

igualar la calidad de aquello que destruyeron.<br />

Con el advenimiento de la etapa porfirista y la arquitectura<br />

ecléctica, la ciudad sufrió cambios que van desde lo urbano,<br />

como la remodelación de paseos como el Bravo o el de San<br />

Francisco, hasta lo arquitectónico, subdividiendo predios<br />

para erigir casas habitación para la burguesía o modificando<br />

estructuras de los siglos anteriores para “modernizarlas”.<br />

La integración de estas nuevas estructuras se logra a pesar<br />

de la inclusión de nuevas técnicas constructivas y materiales<br />

que logran establecer un diálogo formal y espacial con el<br />

contexto; hay diferencia de materiales sí, pero tanto en el<br />

período neoclásico como en de la arquitectura ecléctica, los<br />

códigos formales arquitectónicos son similares por lo que<br />

las edificaciones de estos dos períodos logran integrarse al<br />

paisaje urbano casi de manera natural.<br />

Al llegar el siglo XX, los nuevos materiales y sistemas<br />

constructivos, formas de vida y criterios de conservación van a<br />

generar el concepto de Arquitectura de integración, es decir<br />

aquella arquitectura construida en el contexto del casco histórico<br />

en sustitución de edificaciones perdidas por múltiples razones<br />

desde descuido hasta demoliciones totalmente intencionales<br />

para construir la modernidad del siglo XX.<br />

La etapa posrevolucionaria en la arquitectura se manifiesta<br />

fundamentalmente en dos estilos: el neocolonial o arquitectura<br />

nacionalista y las primeras construcciones funcionalistas. El<br />

primero también adquiere cierto carácter de integración<br />

por mimetizarse totalmente con el contexto pues, aunque<br />

con algunas alteraciones de proporción, los elementos<br />

arquitectónicos se integran a la arquitectura por lo menos<br />

formalmente, no así en el aspecto espacial, pues la forma de<br />

vida y cuadros de comportamiento de la época requieren de<br />

otras soluciones. Sin embargo, esta “fiebre neocolonial” va a<br />

derivar en un camuflaje de nuevas construcciones que si bien se<br />

diseñan con materiales modernos y programas arquitectónicos<br />

correspondientes a nuevas formas de vida, se les coloca una<br />

“máscara” colonial para no romper con el paisaje urbano o<br />

bien, se intervienen edificaciones novohispanas para volverlas<br />

ejemplo de construcciones que en pleno siglo XX se volvieron<br />

más barrocas de lo que eran.<br />

En cuanto al segundo, es el que más va a impactar el Centro<br />

Histórico, pues en aras de una malentendida modernidad,<br />

muchos edificios son demolidos para dejar lugar libre a<br />

las primeras expresiones de lo que posteriormente se<br />

convertiría en el estilo internacional, que en nada considera<br />

las características climatológicas, de asoleamiento, de<br />

materiales y técnicas constructivas, y mucho menos del<br />

carácter que durante siglos se fue decantando y generando<br />

una identidad entre los habitantes de la ciudad. Aunado a<br />

esto, encontramos que la preocupación por la salvaguarda<br />

del patrimonio arquitectónico era nula en ese momento<br />

y que, la imagen que dieron en su momento las nuevas<br />

construcciones, fue la de una ciudad que participa del cambio<br />

mundial y de la modernidad y avance tecnológico, por lo<br />

mismo, cualquier construcción, entre más diferente era,<br />

más se aplaudía pues era una demostración de una actitud<br />

creativa que cortaba el “cordón umbilical” de los atavismos<br />

históricos; no hay que olvidar que los planes de estudio de<br />

las escuelas de arquitectura de la época se preocupaban<br />

por eliminar de sus contenidos cualquier referencia<br />

histórica para no condicionar a las nuevas generaciones<br />

de egresados con datos inútiles que se convirtieran en<br />

barreras para la creatividad y la originalidad. Por otro lado,<br />

la no existencia de un reglamento de construcción para un<br />

contexto histórico en las primeras tres cuartas partes del<br />

siglo XX es comprensible, si entendemos que no existía la<br />

conciencia histórica suficientemente fuerte que asegurara la<br />

permanencia del mismo ante los embates de la modernidad<br />

y del vedetismo arquitectónico, donde lo importante es la<br />

presencia personal antes que la arquitectónica y es, de esta<br />

manera, que el Centro Histórico de Puebla se ve alterado<br />

por la presencia de “mini-ejemplos” de la arquitectura<br />

internacional: edificio Alles, edificio Vacas, edificio María<br />

que, aunque en estilo neocolonial, rebasó por mucho el perfil<br />

urbano conservado hasta entonces casi sin alteraciones. Es<br />

necesario mencionar la construcción en la primera mitad del<br />

siglo XX de edificaciones masivas que albergarían las salas<br />

cinematográficas que insertan una escala diferente en la<br />

traza: cines como el Puebla, Coliseo y Reforma.<br />

Al ser decretada una zona de monumentos el año de 1977<br />

y, posteriormente ser declarada patrimonio cultural de la<br />

humanidad (diez años después), se hizo necesario un reglamento<br />

que estableciera las condiciones de las nuevas construcciones<br />

en el contexto del casco antiguo de la ciudad.<br />

Esto generó que se multiplicaran los ejemplos de edificios<br />

que caricaturizaban la ciudad con copias de elementos arquitectónicos<br />

de la época colonial, como resultado de un<br />

reglamento limitante y restrictivo que se convirtió en la espada<br />

de Damocles sobre la cabeza de aquellos que intentaran<br />

construir en el centro histórico.<br />

En lo que va del siglo XXI, encontramos un fenómeno<br />

particular al hablar de edificios nuevos en el casco histórico,<br />

la fuerte promoción turística que ha recibido nuestra<br />

ciudad ha llevado a que los edificios se vean intervenidos<br />

en dos aspectos que lo afectan de una manera diferente,<br />

la creciente oferta de hoteles boutique que traen<br />

como consecuencia modificaciones no solo espaciales<br />

sino formales en las edificaciones, amén de la expulsión<br />

de grupos sociales, al haber un interés de particulares<br />

de convertir sus propiedades en espacios más rentables,<br />

iniciando así el proceso de gentrificación tan en boga en<br />

nuestros días en múltiples zonas de las ciudades históricas.<br />

Aunado a esto, la facilidad que se ha otorgado a<br />

empresarios particulares o grandes cadenas hoteleras<br />

para disponer de inmuebles patrimoniales a su favor, modificándolos<br />

irremediablemente o impidiendo el acceso<br />

a ellos para la población que no sea cliente de dichas<br />

cadenas, despojando así a la ciudad y a la comunidad<br />

del disfrute de dichas edificaciones. Baste mencionar el<br />

caso de la cadena Roswood Resort a cuyo vestíbulo de<br />

acceso se integraron los Lavaderos de Almoloya y parte<br />

del espacio que originalmente rodeaba la Capilla del Cirineo,<br />

5ª. estación del Viacrucis poblano que data de la<br />

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Año 3 / Núm. 12 / invierno 2017

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