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Otoño 2017-<strong>nº</strong> 7<br />
Destacado:<br />
*Poesía visual de<br />
Pablo del Barco<br />
*Carpeta artística de<br />
Gerardo Ibáñez<br />
Además:<br />
*Artículos, ensayos,<br />
relatos, poemas...
A enemic que fuig, pont de plata<br />
Refrán español muy utilizado por Gonzalo Fernández de Córdoba,<br />
más conocido como el Gran Capitán. También utilizado por<br />
Cervante en el Quijote. Hoy en día parece haber caído en desuso.<br />
Portada y contraportada: a partir de un cuadro de Gerardo Ibáñez, a quien damos las gracias.<br />
Nuestro más sincero agradecimiento a Pablo del Barco, por cedernos algunos de los poemas visuales que conforman<br />
su producción artística para iluminar estas páginas.<br />
En las bibliotecas municipales y pública de Burgos hay a disposición del lector ejemplares impresos de esta revista.<br />
No podemos sino expresar nuestra gratitud por ello.<br />
Reciban nuestro más sentido pésame los familiares y amigos de Tino Barriuso, Alejandro Yagüe y Rai Ferrer, recientemente<br />
fallecidos.<br />
Página 2<br />
Cul ura es un empeño de: Fernando Ortega, Fernando Arnaiz, José Mª Izarra, Alfonso Hernando, Jesús Borro, Jesús<br />
Pérez, Luis Carlos Blanco y Félix J. Alonso, entre otros.<br />
©de los textos (faltas de ortografía incluidas), ilustraciones y fotos, los respectivos autores.<br />
©del logo, grafismo y maquetación: el maquetista, JMI.<br />
Contacto: culdbura@gmail.com
SUMARIO<br />
Europa: el rapto del relato, Violeta Arnaiz Medina.................................................Pág. 5<br />
Ante el estreno de la ópera El mozo de mulas,Enrique García Revilla..............................9<br />
Antonio José, las palabras de un soñador, Alfonso Hernando....................................... 13<br />
Cuando los grandes músicos mueren, Soledad Medina............................................... 21<br />
Vallé Inclán, conferenciante en Burgos (1925), Leonardo Romero Tobar....................... 25<br />
Un laborista británico en el Círculo Católico, Antonio de Miguel Pliego...........................29<br />
Poe: el cuervo y la memoria, Carlos de la Sierra........................................................31<br />
Una callada por respuesta (relato de una acción artística), Luis González Santamaría.....35<br />
La venta de Miguelote (una historia del barrio Preservación), Félix J. Alonso Camarero... 39<br />
Ocho días, siete noches, Jerónimo Rodríguez............................................................ 45<br />
Zafiro: el paraíso de las almas perdidas, J. A. Martínez Gutiérrez “Guti”........................57<br />
Plagas, José María Izarra....................................................................................... 61<br />
Carpeta artística de Gerardo Ibáñez, Eliseo González................................................. 65<br />
Poesía y vals en poetas de la Generación del 27, Fernando Arnaiz................................83<br />
Mundo digital, la nueva canción de Entertainiment ....................................................91<br />
Tres poemas de Ricardo Albillos.............................................................................. 93<br />
Punto de fuga: Retratos de interior, Montserrat Díaz Miguel........................................ 95<br />
El gran hermano, Lino Varela..................................................................................97<br />
Ellos alzan banderas como pájaros, JMI................................................................... 99<br />
Página 3<br />
Poesía visual, Pablo del Barco<br />
Nacido en Burgos, 1943, ha sido profesor en la Universidad de Sevilla, donde ha cultivado<br />
la crítica y la investigación literarias, en especial de los hermanos Machado y de los principales<br />
autores del Modernismo portugués y brasileño, a quienes ha traducido y editado en<br />
una veintena de libros. Además, ha desempeñado una importante labor como artista plástico<br />
(pintura, edición y diseño gráfico, performance, comisario de exposiciones...) y creador literario,<br />
en géneros como el ensayo, la narrativa breve y, sobre todo, la poesia, tanto discursiva<br />
como visual. Entre sus títulos destacan Piedra quejida, Versounverso, Catorce x 14<br />
sonetos, Castilla bría y umbría, Poemas a lápiz, la antologia Itinamario y Presencia indefinida.<br />
Su producción artística, tanto con la palabra como con la imagen, y sus relaciones, son fruto<br />
de una personalidad artística compleja, que escapa a toda frontera disciplinar o territorial.
Página 4
Europa: el rapto del relato<br />
El "relato" como concepto está de<br />
moda. Hoy en día, cualquier producto,<br />
equipo de fútbol, o incluso nación se nos presenta<br />
envuelta en una narrativa épica y cautivadora.<br />
A veces existe un relato natural,<br />
legible a través de las huellas que el hombre<br />
y los acontecimientos han ido dejando sobre<br />
la piel de un ser o sobre un pedazo de tierra.<br />
Como el agua que lame, redondeándolas, las<br />
piedras que duermen en el cauce de los ríos,<br />
el tiempo va esculpiendo lentamente cada<br />
historia, en una especie de braille planetario<br />
y universal. Cuando el relato no existe (o no<br />
resulta conveniente), se inventa a medida o<br />
se altera, buscando a través de su materia<br />
pegajosa adhesiones a una u otra causa.<br />
Quizá los motivos que explican el éxito del<br />
relato en este mundo globalizado y veloz que<br />
los humanos habitamos algo atónitos, se encuentren<br />
precisamente ahí, en nuestra búsqueda<br />
desesperada de un centro de gravedad<br />
—ese al que ya cantaba Battiato—. El hombre<br />
postmoderno, falto de referentes convincentes<br />
(se nos ha desvanecido Dios, la<br />
libertad es un aire cada vez más irrespirable,<br />
y los ideales democráticos resultan muchas<br />
veces decepcionantes ante las amenazas del<br />
s. XXI, de contornos imprecisos y evanescentes)<br />
necesita saciar su apetito existencial sumergiéndose<br />
en una cultura que de sentido<br />
a su vida, que la vertebre. Una historia de la<br />
que pueda sentirse parte.<br />
Los hilos con los que se teje el relato son<br />
muchos y muy variados. Se puede recurrir a<br />
un pasado idealizado, y rescatar de él, tras<br />
quitarles bien el polvo, símbolos y héroes<br />
atractivos. Se puede bucear en la cultura<br />
pop, rock, heavy-motera o flamenca hasta<br />
encontrar elementos suficientes para recrear<br />
un universo seductor y de fácil acceso. Incluso<br />
es posible contar una historia de éxito<br />
y construir con ella una marca que evoque<br />
un mundo de lujo y sofisticación, o de tradición,<br />
ética y elevados valores. Dependiendo<br />
de la calidad de los tejidos elegidos y de sus<br />
estampados más o menos perecederos, el relato,<br />
ese abrigo frente al desamparo existencial,<br />
será sólo de temporada, o quizá un<br />
"fondo de armario" capaz de seguir generando<br />
interés generación tras generación.<br />
Hace unos días, al hilo de un reportaje que<br />
leí en la prensa sobre la simbología del águila<br />
en la cultura estadounidense (y, curiosamente,<br />
los problemas que, en una realidad<br />
más prosaica, este animal está ocasionando<br />
en algunos de sus Estados), pensé en la<br />
densa y poderosa narrativa nacional que<br />
este país ha creado y exportado en sus<br />
relativamente pocos años de historia.<br />
Ello me hizo pensar en Europa y en la crisis<br />
identitaria que parece estar viviendo<br />
nuestro continente en los últimos tiempos.<br />
Y caí en la cuenta de que Europa, por<br />
no tener, no tiene ni ave ni animal que la simbolice.<br />
Para tratar de paliar este sentimiento<br />
de orfandad, he intentado prestar atención a<br />
los paisajes cotidianos de la Europa que conozco,<br />
a lo que veo desde los cristales de los<br />
coches, o a través de la ventanilla del tren<br />
cada vez que viajo. Mi objetivo: buscar un<br />
animal (un ave, preferiblemente) que se repitiera<br />
desde las catedrales góticas del norte,<br />
de piedras grisáceas sobre cielo brumoso, a<br />
los barrios enteros pintados de blanco y albero<br />
del Puerto de Santa María. Y, si he encontrado<br />
un elemento vertebrador, han sido<br />
las cigüeñas. He visto cigüeñas en cruceros<br />
de iglesias, en campanarios, en estructuras<br />
fabriles. Cigüeñas en la heráldica alsaciana,<br />
en pueblos polacos y extremeños, y hasta en<br />
un cuartel militar abandonado de Sevilla.<br />
Página 5
Las cigüeñas nos traen a los bebés de<br />
París (parece que, curiosamente, a los parisinos<br />
les llegan de Estrasburgo), y predicen<br />
el inicio de las estaciones y hasta la climatología<br />
("por San Blas..."). Además, estas aves<br />
se parecen a nosotros en algunas cosas... les<br />
gusta la vida en pareja, son bastante paritarias<br />
(macho y hembra se ocupan ambos del<br />
cuidado de los polluelos), y se organizan en<br />
grupos grandes junto a los que emprenden<br />
su particular trashumancia anual. Tenemos<br />
también en común nuestra conexión con<br />
África, donde las cigüeñas se refugian de los<br />
rigores del invierno. De África llegamos también<br />
nosotros como especie, y de África siguen<br />
llegando muchos de los nuevos<br />
moradores europeos.<br />
Bien -me dije-, tenemos el ave. Pájaro<br />
elegante, de vuelo majestuoso. Hábitat africano-europeo.<br />
Mirada de perspectiva privilegiada.<br />
Carácter pacífico y familiar. Pero... ¿y<br />
ahora? ¡Nos falta aún tanto relato!<br />
Justo en los días en los que andaba dando<br />
vueltas a esta idea, llegó a mis oídos, a través<br />
de una emisora de radio francesa, un<br />
discurso de Jean-Pierre Vernant que, al<br />
parecer fue escrito para el 50º aniversario<br />
del Consejo de Europa. El texto, entre<br />
la metáfora y el mito, nos ofrece una<br />
idea muy sugerente de Europa, como un<br />
hogar sólido y protector, de profundas<br />
raíces, pero también hospitalario con el<br />
visitante y abierto al exterior. Aquí podéis<br />
leer un extracto del texto en francés y, a<br />
continuación, para quien prefiera leerlo en<br />
castellano, mi humilde (y muy libre) traducción:<br />
"Atravesar un puente, cruzar el río,<br />
franquear una frontera, es alejarse del espacio<br />
íntimo y familiar en el que uno encuentra<br />
su sitio para penetrar en un<br />
horizonte diferente, un espacio extranjero,<br />
desconocido, no exento de riesgos, donde<br />
enfrentarnos al otro y descubrirnos sin un<br />
lugar propio, sin identidad. Tal es la polaridad<br />
a través de la que el espacio humano<br />
se construye: con un dentro y un fuera. La<br />
antigua civilización griega expresó este<br />
dentro seguro, cercado, estable, y ese<br />
fuera inquietante, abierto, cambiante,<br />
bajo la forma de una pareja de divinidades<br />
unidas y opuestas: Hestia y Hermes.<br />
Hestia es la diosa del hogar, el corazón<br />
de la casa. Ella crea el espacio doméstico,<br />
al que dota de profundas raíces, un dentro<br />
fijo, delimitado, inmóvil, un centro que<br />
congrega al grupo familiar, asegurando su<br />
asentamiento espacial y confiriéndole permanencia<br />
en el tiempo, seguridad frente<br />
al exterior.<br />
Mientras que Hestia es sedentaria, y se<br />
encuentra apegada a los humanos y a las<br />
riquezas que ellos cobijan, Hermes es vagabundo,<br />
nómada, trotamundos; viaja sin<br />
descanso de un lado a otro, se ríe de las<br />
fronteras, de los cerrojos, de las puertas,<br />
que atraviesa a su antojo, como si se tratara<br />
de un juego. Maestro de los intercambios,<br />
de los contactos, de los puntos de<br />
encuentro, él es el dios de los senderos<br />
que guían al viajero, el dios también de las<br />
extensiones salvajes y vírgenes, de las tierras<br />
en barbecho donde pastan los rebaños,<br />
riquezas de las que Hermes es<br />
responsable, al igual que Hestia vigila los<br />
tesoros escondidos en las casas.<br />
Divinidades que se contraponen, pero<br />
que son también indisociables. Un fragmento<br />
de Hestia pertenece a Hermes, una<br />
parte de Hermes vuelve siempre a Hestia.<br />
Porque es sobre el altar de la diosa, en el<br />
centro de las moradas privadas y los edificios<br />
públicos, donde, según los ritos, se<br />
acoge, alimenta y da cobijo al extranjero<br />
venido de lejos; el altar de Hestia como<br />
anfitrión o embajador del dentro. Y es que<br />
para que haya verdaderamente un dentro,<br />
hace falta que éste se abra sobre el fuera<br />
para acogerlo en su seno.<br />
Cada ser humano debe asumir su<br />
parte de Hestia y su parte de Hermes.<br />
Para ser uno mismo hay que proyectarse<br />
sobre el que es extranjero, prolongarse<br />
dentro de él. Permanecer encerrados en<br />
nuestra identidad nos conduce a perdernos,<br />
a dejar de ser. Nos conocemos, nos<br />
construimos por el contacto, por el intercambio,<br />
por el comercio con los otros.<br />
Entre las orillas de uno mismo y del<br />
otro, el Hombre es un puente"<br />
Qué afortunada y plagada de simbolismo<br />
esta idea del hombre como puente (bridge<br />
over troubled water). Qué apropiada justo<br />
en este momento, en el que Europa (y<br />
no sólo Europa) se escora a posiciones<br />
radicales de dentro o fuera, ante los problemas<br />
y amenazas que está obligada a enfrentar.<br />
Qué inspiradora esta historia de<br />
divinidades contrapuestas que, sin embargo,<br />
se necesitan mutuamente...<br />
Hestia, la única deidad que no habitaba en<br />
el Olimpo con los demás dioses, y que prefería<br />
vivir con los pies en la misma tierra que pisaban<br />
los humanos, junto a ellos, tal era el amor<br />
que les profesaba. Sin ella, la divinidad del<br />
fuego civilizado, el corazón del espacio, Her-<br />
Página 6
mes perdería toda raíz, todo pie a tierra. Sin<br />
ella, Hermes no sería sino un nómada desnortado.<br />
Hermes, el explorador, el viajero, el comerciante,<br />
el que trae de un lado para llevar<br />
a otro. El movimiento, el plus-ultra, el camino,<br />
el cambio. Sin él, la morada languidecería<br />
a falta de colores y sonidos nuevos, de<br />
objetos e ideas que intercambiar. Sin él, el<br />
dulce hogar se convertiría en una jaula, en<br />
un lago hediondo de agua estancada.<br />
Así, con esa unión tan antagónica y a la<br />
vez tan perfecta como referente, es como<br />
imagino que tenemos que seguir construyéndonos.<br />
Y, volviendo al relato... tenemos el de<br />
Jean-Pierre Vernant, tenemos a nuestras cigüeñas,<br />
que últimamente incluso se quedan<br />
a pasar el invierno con nosotros... Tenemos<br />
la mitología clásica, de la que bebe toda la<br />
cultura posterior. Tenemos la ópera, el cuattrocento<br />
y el cinquecento italianos. Fuimos<br />
los inventores de esa perfecta imperfección<br />
que es la democracia, que, pese a algún<br />
tropiezo, tratamos de mantener sana y con<br />
vida. Tenemos la dieta mediterránea, la<br />
seguridad social, la educación pública,<br />
trenes y autopistas de calidad. Tenemos<br />
Roma, Atenas, París, Berlín, Lisboa, Granada,<br />
Viena, Pompeya... Tenemos templos, catedrales<br />
y mezquitas en pie desde hace siglos.<br />
Tenemos la socialdemocracia, ese invento<br />
tan tristemente eclipsado por los ultra liberalismos<br />
y los populismos en boga. Tenemos<br />
ciudades paseables, donde uno puede permitirse<br />
el lujo de vivir sin coche. Tenemos<br />
hasta un nombre precioso, consecuencia,<br />
dicen, de la búsqueda desesperada que, tras<br />
enterarse de su rapto, inició el padre de Europa<br />
por todos los confines de la tierra conocida.<br />
"¡Europa, Europa!", gritaba. No<br />
encontró a su hija pero, sin saberlo,<br />
bautizó a todo un continente.<br />
Igual sí tenemos un relato. Igual lo<br />
que sucede, simplemente, es que no nos<br />
lo estamos contando.<br />
Página 7<br />
Violeta Arnaiz Medina
PB<br />
Página 8
Ante el estreno de la ópera<br />
El mozo de mulas, de Antonio José<br />
Si bien no hay duda de que todos los lectores<br />
de <strong>Culdbura</strong> conocen la existencia de la<br />
generación literaria española del 27, es muy<br />
posible que no todos tengamos constancia<br />
del grupo paralelo que, tomando la misma<br />
fecha como referencia, se configuró en España<br />
en el arte musical. Así pues, es algo<br />
perfectamente natural el que tan solo una<br />
parte exigua de la población relativamente<br />
culta conozca algunos de los nombres de<br />
aquellos músicos. Tal vez uno de los motivos<br />
lo constituya el hecho de que no hay, en<br />
dicha generación, una figura sobresaliente<br />
que despierte la admiración unánime entre<br />
todos los sectores de aficionados. Tratemos<br />
de imaginar cuál sería el tratamiento que recibiría<br />
el grupo literario del 27 si no hubiese<br />
existido la figura de García Lorca. Evidentemente<br />
seguiríamos hablando de grandísimos<br />
poetas, pero que como bloque no habrían podido<br />
alcanzar las cimas que hoy cuentan en<br />
su haber gracias al enorme genio personal<br />
del poeta de Fuente Vaqueros.<br />
Tiendo a pensar que a la generación musical<br />
del 27 le falta una figura equivalente a<br />
la de Lorca. Y tiendo a opinar que el compositor<br />
Antonio José podía haber sido dicha figura.<br />
Antonio José, cuatro años más joven que<br />
Lorca, fue el único de sus compañeros de generación<br />
que murió joven. Todos los demás<br />
alcanzaron, al menos, las cinco décadas de<br />
vida. Con todo, tal como se está pudiendo<br />
comprobar en los últimos años, el talento del<br />
compositor burgalés se encontraba muy por<br />
encima del de sus compañeros. Esta última<br />
aseveración, tan aparentemente revestida de<br />
opinión subjetiva y romántica, puede ser sometida<br />
a un juicio imparcial si se estudian las<br />
partituras que cada compositor tenía finalizadas<br />
antes de alcanzar la edad en que falleció<br />
Antonio José. Del mismo modo en que<br />
Lorca dominó tanto la poesía como el teatro,<br />
Antonio José tenía una aptitud natural abrumadora<br />
para la composición de música para<br />
orquesta, para piano (instrumento del que<br />
era un virtuoso), para guitarra (instrumento<br />
que no conocía en profundidad), para coro...<br />
y para la ópera.<br />
La composición de su ópera El mozo de<br />
mulas le mantuvo ocupado desde 1927 hasta<br />
mediados de 1929. La posibilidad de presentar<br />
la partitura a concurso le animó a completar<br />
gran parte de la orquestación en 1930,<br />
pero por algún motivo, sin haber culminado<br />
el trabajo, los años posteriores no vieron<br />
avance significativo en el toque final. Cuando<br />
Antonio José fue fusilado en 1936, a El mozo<br />
de mulas aún le faltaban siete escenas por<br />
orquestar. Medio siglo después, en 1986, el<br />
compositor Alejandro Yagüe finalizó la orquestación<br />
con un resultado brillante, fruto<br />
de un estudio exhaustivo del autor y de una<br />
intuición tímbrica admirable. Esta Turandot<br />
española tuvo al menos la suerte de encontrar<br />
a un Franco Alfano adecuado. No obstante,<br />
la ópera póstuma de Puccini fue<br />
interpretada al poco de haberla completado<br />
Alfano, mientras que El mozo de mulas aún<br />
no ha visto la luz. Afortunadamente, esta pesarosa<br />
expresión será historia a partir del 12<br />
de noviembre de 2017, la fecha que la Orquesta<br />
Sinfónica de Burgos ha fijado para su<br />
estreno en versión de concierto.<br />
Será entonces cuando podrá escucharse<br />
por vez primera esta obra que, no olvidemos,<br />
es una obra de juventud, como todas las partituras<br />
del autor. Podrá entonces admirarse<br />
una de las características de todos los jóvenes<br />
genios, como es la capacidad para aprender<br />
mucho de los maestros en muy poco<br />
tiempo, así como de aprehender de ellos ras-<br />
Página 9
gos de estilo que, a lo largo de la vida del artista,<br />
habrán de madurar en una estética propia<br />
y personal. La partitura de El mozo de<br />
mulas muestra, en este sentido, un estilo que<br />
toma elementos del lenguaje orquestal wagneriano<br />
y de su dramaturgia, como el empleo<br />
del leitmotiv en la caracterización musical de<br />
los personajes dentro del hilo argumental. El<br />
mismo preludio parece surgir de la brumosa<br />
expectación cromática del Tristán. El tratamiento<br />
de las voces dentro del timbre sinfónico<br />
se manifiesta, por momentos, muy<br />
dentro de la escuela germánica heredada del<br />
Romanticismo, pero se encuentra casi siempre<br />
impregnado de un toque de sofisticación<br />
debido a las pinceladas francesas de corte<br />
debussyano y raveliano. Podría decirse que<br />
el estilo compositivo de Antonio José previo<br />
a una época adulta que nunca llegó a vivir<br />
consiste en el sincretismo de ambas estéticas,<br />
germánica y francesa, sobre el que<br />
vierte el componente melódico de la canción<br />
popular burgalesa, pues, según aquello que<br />
defendía de “la canción popular es el germen<br />
de toda belleza”, reserva momentos privilegiados<br />
para la exposición, armonización y variación<br />
de varias tonadas de su propia tierra.<br />
Con todo, no son sólo estas las influencias<br />
que pueden verse en El mozo de mulas. Hay<br />
en la partitura continuos guiños, referencias<br />
y manieras de la dramaturgia operística del<br />
cambio de siglo. No es descabellado entrever<br />
influencias veristas, de Puccini, de los operistas<br />
rusos o incluso del último Verdi. Multitud<br />
de elementos hacen pensar en un joven compositor<br />
extremadamente culto, con una capacidad<br />
extraordinaria para recordar texturas<br />
y música que pudo haber escuchado en alguna<br />
ocasión o cuya partitura estudió a conciencia.<br />
No son pocos los elementos que<br />
podrían relacionar esta ópera con las wagnerianas<br />
Tannhäusser, Lohengrin, La Valkiria o<br />
Los maestros cantores de Nuremberg, incluida<br />
la algazara final del primer acto o la<br />
entrada magnífica de Don Luis en la venta<br />
imponiendo silencio, por no hablar de la brillante<br />
fuga sobre la canción burgalesa Dónde<br />
vas a dar agua, mozo de mulas, con que finaliza<br />
la obra.<br />
Wagner, Debussy, Ravel, Chaikovski, Puccini<br />
o incluso el Manuel de Falla de El retablo<br />
aportan su influencia en esta obra que corona<br />
la etapa de juventud de Antonio José y<br />
que Alejandro Yagüe completó en su orquestación<br />
con suma prudencia, el mayor de los<br />
respetos y la más admirable sabiduría. Desconocemos<br />
de qué modo habría hecho evolucionar<br />
Antonio José su estilo, tal vez<br />
despojándose de tantas influencias en busca<br />
de una textura personal, pero podemos asegurar<br />
que, si le hubieran sido concedidas tan<br />
solo dos décadas más de vida y cierta solvencia<br />
para vivir y trabajar, sus logros habrían<br />
recibido la consideración que merecía su talento<br />
y la generación musical del 27 sería<br />
más y mejor estudiada, pues poseería su<br />
propio Lorca.<br />
POSTSCRIPTUM<br />
Unos días después de la redacción del<br />
anterior artículo falleció Alejandro Yagüe.<br />
Que descanse en paz el bueno de Yagüe. El<br />
sentimiento tras su inesperada muerte es de<br />
tristeza. Somos humanos y así nos sentimos<br />
cuando alguien cercano deja de vivir. No obstante,<br />
otro sentimiento asoma a nuestros corazones,<br />
pues también somos humanos para<br />
esto. Si las líneas escritas más arriba trataban<br />
sobre el estreno de El mozo de mulas, es<br />
evidente que el concierto, muy a nuestro<br />
pesar, será un homenaje póstumo a Alejandro<br />
Yagüe. El sentimiento que también se<br />
hace notar ahora es el de rabia. Rabia por no<br />
haber llegado a tiempo. Rabia porque tuvimos<br />
treinta años para estrenar la ópera<br />
desde que Yagüe finalizara la orquestación y,<br />
sólo por tres meses, Yagüe no lo verá. Uno<br />
de los objetivos de este estreno era, ni más<br />
ni menos, que el de rendir a todo el Fórum<br />
Evolución y a toda la ciudad ante el talento<br />
de Yagüe, con el compositor presente. Un homenaje<br />
póstumo es un sucedáneo necesario,<br />
pero que nunca hubiéramos deseado. Él solía<br />
decir que su trabajo en El mozo de mulas<br />
equivalía a la finalización de las obras de una<br />
catedral a la que sólo faltaba la cúpula. Pudo<br />
contemplar su cúpula en la inauguración del<br />
Fórum en 2012, pero no le fue dado el disfrutar<br />
de la vista de la catedral completa.<br />
Quisimos organizar un homenaje a Yagüe,<br />
pero muy a nuestro pesar, el 12 de noviembre,<br />
el homenaje a Yagüe será póstumo.<br />
Enrique García Revilla<br />
Homenaje a la música<br />
Página 10
Antonio José: El mozo de mulas¸<br />
ópera en tres actos sobre un episodio del Quijote<br />
Estreno absoluto<br />
Libreto de Manuel F. Fernández-Núñez y Lope Mateo<br />
Orquestación: Antonio José y Alejandro Yagüe<br />
Fórum Evolución Burgos. Auditorio "Rafael Frühbeck de Burgos"<br />
12 de noviembre de 2017<br />
Reparto:<br />
Alicia Amo (soprano): Dña. Clara<br />
Francisco Corujo (tenor): Don Luis<br />
Raquel Rodríguez (mezzo): Chacona<br />
Thomas Le Colleter (Barítono): Oidor, Antón Pintado<br />
Sandra Redondo (soprano): Mari Blanca, Dueña.<br />
Adolfo Muñoz (tenor): Estudiante<br />
Javier Hortigüela (barítono): Don Álvaro<br />
Rondalla de profesores de Burgos<br />
Coro de la Federación Coral de Burgos. Dir: Juan Gabriel Martínez<br />
Orquesta Sinfónica de Burgos. Dir: Javier Castro.<br />
Página 11<br />
Homenaje a la música<br />
PB
PB<br />
Página 12
Antonio José,<br />
las palabras de un soñador<br />
El estreno de El mozo de mulas, en su versión orquestal, nos da pie para volver sobre la<br />
vida y la obra de Antonio José (1902-1936). Durante muchos años cayó sobre su vida y su<br />
obra un silencio forzado, dándose la circunstancia de que el mismo Orfeón Burgalés, que<br />
había dirigido hasta su muerte, tenía prohibido expresamente interpretar sus obras 1 . Por<br />
fortuna, hace tiempo que eso ya no es cierto, y su nombre aparece con, cada vez más frecuencia,<br />
en los programas de coros y orquestas. Coincidiendo con el centenario de su nacimiento<br />
se publicó el libro En tinta roja, de Miguel Ángel Palacios, que, además de incluir<br />
una biografía del músico burgalés, recoge todas sus cartas conservadas, así como una selección<br />
de sus escritos. Su lectura nos conduce de inmediato a su época, su ciudad y su<br />
vida. No se puede imaginar mejor guía que la prosa de Antonio José. Dejémosle la palabra.<br />
ALGUNOS TEXTOS DE ANTONIO JOSÉ<br />
UNA ESCUELA 2<br />
Maravillosa fue la maña y el talento de aquellos dignísimos maestros … para evitar que la<br />
escuela nos fuera desde un principio odiosa por su lobreguez e incomodidad; antes por el<br />
contrario, hicieron de modo que acudiéramos siempre a ella como atraídos y con gozo pleno.<br />
En la clase cada vez que nos movíamos se levantaba un polvo molestísimo y si se regaba<br />
para evitarlo era sacrificando el agua que teníamos para beber. Esto pudiera entenderse<br />
como una exageración pero es ciertísimo que cada clase de unos 60 niño disponía de un<br />
solo botijo que se llenaba únicamente cuando pedían agua crecido número de ellos. …En invierno<br />
había un braserito; luego pusieron una estufa; y allí permanecíamos llenos de frío<br />
tres horas por la mañana y tres por la tarde. …<br />
Muchas veces estudiábamos geografía con una pelota o una manzana, faltándonos una<br />
esfera… Bien es verdad que nuestra joven imaginación se desarrollaba muy notablemente<br />
al esfuerzo realizado para apreciar en una manzana círculos máximos y mínimos. …<br />
Página 13<br />
Los retretes eran (y serán aún) de lo más inmundo y grosero, y de tal manera dispuestos<br />
que los niños que realizaban sus necesidades mayores y los que cumplían las menores es-<br />
1 Así se recoge en el catálogo de la exposición Antonio José y su época. Burgos 1902-1936, su comisario fue Juan Carlos<br />
Pérez Manrique. Y se celebró entre el 11 de diciembre de 2002 y el 23 de febrero de 2003. En la página 168, se reproduce<br />
una instrucción que prohibía expresamente la interpretación de una obra de Antonio José programada en un concierto<br />
que iba a tener lugar el 25 de mayo de 1938. En este catálogo se incluyen también numerosas referencias bibliográficas.<br />
2 Todos los textos de Antonio José que hemos incluido están recogidos con más amplitud en el libro ya citado, En tinta<br />
Roja, que, además de otras virtudes, cuenta con un trabajo de documentación muy amplio y riguroso. Las escuelas a las<br />
que acudió Antonio José estaban situadas en el edificio que ahora ocupa el Orfeón Burgalés. Estos recuerdos fueron publicados<br />
en 1925.
taban frente a frente, a medio metro separado un bando de otro, y sin nada que ocultara<br />
sus cuerpos. Un sumidero general para niños de seis hasta quince años, todos juntos…<br />
APUNTE INÚTIL 3<br />
[Antonio José, un día, paseando por Málaga, escuchó el sonido de una guitarra. Un viejo<br />
solitario era quien la tañía]<br />
Muy claramente dice Ortega y Gasset en uno de sus interesantísimos ensayos que “el<br />
hombre externo es el actor que representa al hombre interno”. El hombre externo puede,<br />
en ocasiones, cuando habla a los demás hombres, ser apócrifo, valga la palabra; pero cuando<br />
se expansiona con su hombre interno ¿cómo va a mentir engañándose a sí mismo?<br />
Indudablemente, el viejo tocaba para sí, puesto que solo estaba y en sitio retirado. Yo,<br />
para enterarme de sus secretos íntimos, me senté muy cerca, pero sin ser por él visto. Lo<br />
que tañía no era cosa definida; más bien parecía una improvisación intensamente sentida,<br />
algo así como un soliloquio nacido de pertinaz obsesión.<br />
El sabor de aquellos sonidos fue para mí de lo más paradójico que he oído. Málaga, como<br />
todo el mundo sabe, es bella, sonriente, desbordante y plena de luz y optimismo; todo es<br />
allí alegre, sus tipos, su innumerable flora, su delicioso clima, y, sobre todo, su espléndido<br />
y tranquilo mar, cuyo color siempre es ingenuo, tanto en los tonos intensos como en los suaves,<br />
y que en sus fantásticos crepúsculos semeja un colosal lago de nácar líquido.<br />
Sin embargo, la guitarra del viejo lloraba a solas en aquellos momentos sinceros y místicos.<br />
Aquella amargura no estaba conseguida melódicamente, de ese modo sensiblero que<br />
sólo afecta a los temperamentos cursis; era un sentido profundo, aunque inconsciente, del<br />
poder armónico expresivo quien la hacía sollozar en aquellos rasgueos enérgicos, y en aquellas<br />
súbitas gradaciones de fuerza, similares a los suspiros hondos, rotos, por su vehemencia,<br />
antes de salir del pecho. El desesperado e impotente esfuerzo del cautivo rebelde allí se oía<br />
junto con sus dolores y sus recuerdos, y sus tristezas inconsolables y sus fatigas. Era la congoja<br />
medular del esclavo. Yo creo que aún ejerce sañuda influencia en el alma del pueblo<br />
andaluz aquel ancestral fatalismo musulmán. Si no, dime, lector amigo: todas las circunstancias<br />
naturales hacen de Málaga, como sabes, un ensoñador oasis donde la alegría colgó<br />
su nido. Sus moradores siempre ríen con informalidad encantadora y jovial retozo. Entonces<br />
¿por qué íntimamente gemía solitaria la guitarra del viejo?<br />
REFLEXIONES SOBRE LA VIDA, LA CULTURA, ESPAÑA (1929) 4<br />
La vida es buena y es bella para el hombre sencillo y sensato. El optimismo lo suaviza<br />
todo y a este optimismo se llega con la voluntad que es la palanca suprema en la vida. Todo<br />
está en saber y querer gozar de un ambiente preparado y conseguido por nosotros mismos.<br />
…<br />
Me interesa el presente porque es el momento que vivo; pero pienso en el porvenir imaginándomelo<br />
como un bello ideal de superación depurada. …<br />
Sin duda es nuestro tiempo mejor que el pasado. Su característica es una bizarrísima y<br />
pujante plenitud en todo: en lo económico, en técnica, en maquinaria, en ciencia, arte, deporte,<br />
velocidad, muchedumbres, democracia y en una difusión de cultura completa y prometedora.<br />
… … …<br />
Concibo la religión como un anhelo de pureza, sin mixtificaciones. Aquel “amaos los unos<br />
a los otros” y aquellas “Bienaventuranzas” fueron y serán siempre las palabras más inefables<br />
3 Este texto fue publicado en Diario de Burgos en octubre de 1925. Se observa que Antonio José quedó enamorado de<br />
la alegría de Málaga que contrastaba con el frío y la seriedad de Burgos, y, sin embargo, también Andalucía tenía su lado<br />
oscuro.<br />
4 En esta sección recogemos fragmentos de un manuscrito, fechado en 1929, que permaneció inédito hasta que fue publicado<br />
por Miguel Ángel Palacios en la obra citada, pp. 318-327. Para desgracia nuestra, algunos de sus sensatos comentarios<br />
siguen siendo pertinentes… y demasiado actuales.<br />
Página 14
que ha oído el mundo. Esta es la mejor ley, el más hermoso y recto camino de perfección,<br />
la religión más bella.<br />
En cambio, nada más absurdo ni más odioso que esa fe de carbonero, semillero de fanáticos<br />
cretinos.<br />
… … …<br />
Creo que la mujer debe aspirar a su independencia económica. Esa es su mejor misión y<br />
su verdadero feminismo. Y luego, con su discreción, su belleza y su sensibilidad exquisita,<br />
ser el complemento del hombre. Una mujer económicamente independiente puede mandar<br />
en su vida, sin necesidad de angustiosa espera matrimonial, sin necesidad de sacrificios<br />
afectuosos o fisiológicos, sin temor al imperativo de su naturaleza. …<br />
Muchas veces creo favorable la coeducación.<br />
… … …<br />
Las generaciones anteriores e inmediatas a la mía (y en eso disiento de ellas) se han<br />
creído muy patriotas sólo por decir que nuestro cielo, nuestras mujeres, nuestras flores,<br />
nuestras costumbres, nuestra valentía, nuestra nobleza y todo lo nuestro, en fin, es mejor<br />
y más bonito que lo del vecino: es lo más interesante del mundo. Naturalmente este chauvinisme<br />
es ingenuo y hasta ridículo en ocasiones. La cultura y la moderna y expansiva actividad<br />
hacen conocer más y mejor a los hombres todos; y si bien es cierto que el clima y las<br />
costumbres forman los caracteres, no es menos verdad que la diferencia no equivale a superación<br />
ejemplar. La Geografía crea las variantes de raza y cultura, de paisajes y cantos,<br />
de leyendas y costumbres, de deberes cívicos y de comunidad de derechos. Alterar este<br />
orden natural, en la creencia de ser cada punto del planeta ombligo del mundo, es idea equivocada.<br />
Si una región da hierro, otra da trigo, y otra carbón, y otra buenas carnes; en una<br />
habrá también un médico eminente, y en otra un ingeniero ilustre, un químico, un filósofo<br />
o un artista genial. No insisto.<br />
… …<br />
Las variedades regionales me las explico y las deseo como la amenidad y el desarrollo de<br />
un todo exuberante. Mantenerlas y hasta acentuarlas es hacer más agradable el sentido de<br />
lo estético. Pero sin desequilibrar el todo, cuyo fin es la tendencia unánime a robustecer el<br />
carácter unitario de la nación y del Estado. …<br />
Las nuevas corrientes nacionalistas, seguidas por una parte de la juventud actual (como<br />
la “Acción Francesa”, “Casco de acero” alemana y “Giovenezza fascista” italiana), marcan<br />
una tendencia nada tranquilizadora hacia la enemistad dentro y fuera del país donde tales<br />
corrientes de separación unitaria se efectúan. En cambio la expansión y cultivo del bien<br />
orientado internacionalismo y del cosmopolitismo comprensivo y franco será siempre una<br />
mano fraterna y jovial tendida al deseado acercamiento universal. ¿Qué mejor Patria que<br />
una humanidad sin fronteras de amenaza, y con un mundo entero para alegría, enseñanza<br />
y propiedad suya?<br />
DEL SUEÑO A LA REALIDAD<br />
EL HUMOR EN LA OBRA DE ANTONIO JOSÉ<br />
Una de las características de la prosa de Antonio José es el abundante recurso al humor,<br />
muy a menudo para dulcificar las circunstancias de lo que relata. Así, por ejemplo, para<br />
quejarse de que en nuestra ciudad se recuerde mucho más a los hombres de uniforme y espadón<br />
que a los artistas, dice lo siguiente: “Y por si ese nombre ilustre [se refiere a Francisco<br />
de Salinas] se encontrara algo cohibido entre tantos guerreros impetuosos, voy a darle yo<br />
otro, ni un punto menos insigne, también burgalés y también ciego: Antonio de Cabezón”.<br />
Sin embargo es en sus cartas, sobre todo en las que escribe desde el penal a su entrañable<br />
amiga Consuelo Mediavilla, donde se aprecia mejor esa función lenitiva del humor. A pesar<br />
de que, como relata en otras cartas, las condiciones de vida en la cárcel eran muy duras, el<br />
23 de septiembre todavía tiene el valor de escribir: “Estamos perfectamente, y desde ahora<br />
con el tenedor de palo ya no nos falta una sola comodidad”. Solo faltaban quince días para<br />
su asesinato.<br />
Página 15
MUERTE DE UN SUEÑO<br />
Su muerte no fue sino una de entre las miles que provocaron el fanatismo y la intolerancia<br />
en la Guerra Civil. Aun así, qué contraste con el talante de Antonio José, qué paradoja que<br />
ese hombre joven, que pocos años atrás aventuraba confiado que la humanidad caminaría<br />
hacia una sociedad más cosmopolita, civilizada y pacífica, acabara asesinado miserablemente<br />
en un triste lugar cercano a Estépar la madrugada del 9 de octubre de 1936 5 .<br />
Caricatura de Antonio José realizada<br />
en 1934 por su amigo<br />
Saturnino Calvo, más conocido<br />
como Maese Calvo. Los dos coincidieron<br />
en el penal de Burgos<br />
en 1936. Maese Calvo tuvo más<br />
suerte y fue liberado en 1938.<br />
Solía referirse a sí mismo como<br />
“Burgalés de contra”. Los dos<br />
amigos tenían similar retranca.<br />
Página 16<br />
En su muerte se aliaron el fanatismo y la violencia más incontrolada con otros elementos<br />
igualmente repugnantes. Luis Belzunegui, que fue organista y maestro de capilla de la catedral<br />
y tuvo amistad con Antonio José, decía muchos años después: “Era un músico estupendo<br />
y vivía para la música. Quizá su actitud de estar con la gente sencilla y de no querer<br />
destacar, lo que se reflejaba, por ejemplo, en no dirigir con levita, sino con una sencilla chaqueta,<br />
le fueron granjeando enemistades y envidias que terminaron en su trágica muerte.<br />
Su fusilamiento fue un error, como tantos otros en esa época” 6 . En otras palabras, se reconoce<br />
que la envidia anduvo también en su muerte prematura. En varias oportunidades, Antonio<br />
José se refiere a la falta de agradecimiento de la ciudad: “Sobre todo me duele más el<br />
pago que se ha dado a mi conducta intachable y a mis trabajos de toda la vida por Burgos” 7 .<br />
5 Los últimos meses de la vida de Antonio José, desde su detención hasta su fusilamiento, aparecen relatados en el libro<br />
En tinta Roja, pp. 76-87. En la parte documental se reproducen varios documentos muy valiosos sobre las circunstancias<br />
que condujeron a su asesinato, entre ellos la carta que aquí recogemos. También se recuerda su trágico final en muchas<br />
otras obras, por ejemplo, en el famoso libro Doy Fe, de Antonio Ruiz Vilaplana (1937), y en el de Isaac Rilova, Guerra Civil<br />
y Violencia política en Burgos (2001). En la novela de Óscar Esquivias, Inquietud en el paraíso (2005), se alude a su trágica<br />
muerte. En la página web que difunde el proyecto de documental sobre su vida y obra se incluyen muchos datos y documentos,<br />
entre ellos, la carta que reproducimos. También aparece en la exposición que organizó el IMC a la que ya nos<br />
hemos referido. Sobre la represión en Burgos se puede consultar el libro de Luis Castro: Capital de la cruzada (2006).<br />
6 Este testimonio está en el libro de entrevistas La ciudad vivida, de Carlos de la Sierra y Fernando Ortega (1997). Rilova<br />
en su obra citada incluye este testimonio, cuando se refiere a la ejecución de Antonio José.<br />
7 Carta de 8 de septiembre de 1936 a Consuelo Mediavilla.
Antonio José no tuvo mucho interés en asuntos propiamente políticos 8 , aunque (ya lo<br />
hemos comprobado) era un hombre bastante afín a las corrientes de izquierdas, como<br />
también lo eran muchos de sus amigos. Sin embargo, como Palacios tiene el tino de recordar,<br />
en una tertulia (llamada el Ciprés) de la que formaba parte muy destacada, coincidían<br />
gentes de todas las ideologías y entre sus amigos también se contaban personas muy conservadoras<br />
9 .<br />
La mejor forma de terminar este breve recorrido por la vida y la obra de Antonio José es<br />
recordar, una vez más, un estremecedor documento: su última carta conservada. La escribió<br />
desde el penal de Burgos, la víspera de su fusilamiento, a Consuelo Mediavilla:<br />
Miércoles, 7 octubre 1936.<br />
Hace un frío tremendo; pero<br />
así y todo es preferible a la lluvia<br />
y al barro de ayer. Cuando<br />
vaya a casa me tendré que<br />
meter en lejía con ropa y todo.<br />
Ya ni siquiera intento limpiarme<br />
porque es imposible:<br />
no sé por dónde empezar. Ayer<br />
recibí una rueda de tabaco<br />
tuyo. Me vino como anillo al<br />
dedo. ¡Cuántas cosas y cuántas<br />
atenciones te debo! Te las<br />
he de pagar con creces, cara<br />
de pito. Y ya no me queda más<br />
que decirte que estamos muy<br />
bien. Recuerdos a todos y<br />
todas. Tengo muchas ganas de<br />
ir a darte mil abrazos.<br />
Página 17<br />
LA VIDA Y LA MUERTE EN UNA PEQUEÑA CIUDAD<br />
En pocos días, Burgos, una pequeña ciudad provinciana, tranquila y muy tradicional, atiborrada<br />
por lo demás de curas y militares, se convirtió en espantoso escenario de numerosísimos<br />
y arbitrarios asesinatos. Además de eso, se detenía sin ninguna garantía a<br />
cualquier persona sospechosa de no ser “afecta” al nuevo Régimen; posteriormente, se<br />
elaboraban listas (firmadas por el gobernador civil) en las que se especificaba una serie de<br />
presos a los que se daba la “libertad”, forma extraña de decir que iban a ser ejecutados sin<br />
juicio por piquetes de falangistas más o menos “extraoficiales”. Por si fuera poco, nadie se<br />
atrevía a reconocer los cadáveres una vez que aparecían al poco tiempo por “casualidad”<br />
8 Dice literalmente en 1929: “Confieso sinceramente que de política no entiendo una palabra”. Se refiere sobre todo a<br />
la actividad política más o menos cotidiana de la época.<br />
9 En su libro En tinta roja, p. 64, se lee: “La tertulia del Ciprés fue un espacio de tolerancia y pluralismo en aquel Burgos<br />
de la República, en el que compartían mesa y conversación personas de ideologías tan diferentes como, por ejemplo,<br />
el falangista Florentino Martínez Mata y el albiñanista Gonzalo Díez de Lastra, junto a futuras víctimas de la guerra civil<br />
como Antonio José, Luis Saiz Barrón o Ignacio Álvarez Arroyo y futuros exiliados como Moisés Barrio Duque o Eduardo<br />
de Ontañon”. Qué pena que todo ese espíritu de tolerancia fuera tan pronto al garete.
en los lugares “habituales”. Eso sí, no contentos con eso, las nuevas y flamantes autoridades,<br />
requisaban impunemente todos los bienes de los infortunados “desaparecidos”.<br />
La abundancia de comillas en el párrafo anterior deja bien clara la surrealista, además de<br />
trágica, situación en la que se vio envuelta la ciudad (y toda España). A pesar del silencio y<br />
el miedo que llenaba sus calles, las noticias volaban. La muerte de Antonio José, que era,<br />
después de todo, el Director del Orfeón Burgalés, fue en seguida conocida por todo el mundo.<br />
El Orfeón se financiaba en parte gracias a los Socios Protectores, que eran personas e instituciones<br />
que daban una pequeña cantidad para ayudar a sufragar sus gastos. Entre esos<br />
socios estaba mi abuelo materno, Victoriano González 10 , que sentía una sincera admiración<br />
por Antonio José. No he podido averiguar si tuvieron mucho o poco trato personal, pero en<br />
mi familia siempre se decía que su muerte le causó una profunda impresión. Tanta fue su<br />
rabia que no tuvo mejor idea que darse de baja como socio protector. Hoy eso parece menos<br />
que nada, pero entonces era suficiente para desatar la caja de los truenos. A los pocos días<br />
apareció una señal inequívoca en el portal de la casa familiar. Ese fatídico aviso indicaba que<br />
en aquella casa vivía algún “rojo”. Lo siguiente solía ser una detención arbitraria, que podía<br />
incluir el inmediato fusilamiento. La familia, aterrorizada, recurrió a un vecino, Enrique Temiño,<br />
que, a lo que se ve, tenía alguna relación con las nuevas autoridades y era una persona<br />
buena y cabal. De ese hombre solo sé que debía tener un puesto de cierta importancia. Hace<br />
unos días, hablando una vez más de aquellos tiempos terribles, recordaba mi madre que<br />
era un señor muy elegante: “Siempre llevaba sombrero… y tu abuelo, gorra” 11 .<br />
Afortunadamente su gestión llegó a buen término, quizá dijo que había sido un malentendido,<br />
que solo era una coincidencia, que esa era una buena familia, que llevaba las hijas<br />
al colegio de las monjas de Saldaña, lo que fuera. Lo cierto es que la cosa quedó en nada y<br />
mi abuelo pudo seguir con su bendito oficio de vender vino al por mayor y al por menor.<br />
Gracias, Don Enrique.<br />
Otros muchos, como Antonio José, no tuvieron tanta suerte.<br />
ANTONIO JOSÉ EN LA WEB<br />
En la página http://antoniojose.org se puede encontrar mucha información sobre Antonio<br />
José, incluyendo algunos de sus textos, así como sobre el proyecto para realizar un<br />
documental sobre su obra.<br />
Además se puede consultar un artículo en burgospedia, cuyo autor es Francisco Blanco:<br />
https://burgospedia1.wordpress.com/2015/01/07/9942/<br />
Si se entra en la revista Triunfo (en versión online) se puede leer un artículo que publicó<br />
Santiago Rodríguez Santerbás sobre Antonio José el 25 de diciembre de 1971, seguramente<br />
la primera referencia aparecida en una revista española de tirada nacional:<br />
http://www.triunfodigital.com/mostradorn.php?a%F1o=XXVI&num=482&imagen=24&f<br />
echa=1971-12-25<br />
En este sentido se puede indicar que el libro: Antonio José, músico de Castilla, de Jesús<br />
Barriuso, Fernando García Romero y Miguel Ángel Palacios Garoz, editado por la Unión Musical<br />
Española en 1980 fue uno de los primeros que se dedicó a su figura. Para otras referencias<br />
bibliográficas se pueden consultar las notas de este artículo.0<br />
También se pueden encontrar varios artículos en la web del Diario de Burgos y en la de<br />
El Correo de Burgos sobre Antonio José.<br />
Página 18<br />
10 Miguel Ángel Palacios tuvo la amabilidad de facilitarme una fotocopia de los archivos del Orfeón Burgalés donde pude<br />
comprobar que mi abuelo, Victoriano González, figuraba en 1929 como socio protector del Orfeón con el número 13 de<br />
un total de 323.<br />
11 Queda claro por las numerosas imprecisiones del relato que no voy para cronista ni mucho menos historiador.
Algunos miembros de la tertulia de El Ciprés. 6 de agosto de 1934<br />
UNA FOTOGRAFÍA DE LOS TIEMPOS DE PAZ Y ALEGRÍA<br />
De entre los presentes, Antonio José (tercero por la izquierda) y Luis Saiz Barrón (el situado<br />
más a la derecha) murieron asesinados en 1936. La muerte de Luis Saiz fue, si cabe,<br />
todavía más terrible que la de Antonio José. Otros dos, Jaime Santamaría, el primero por la<br />
izquierda y Eduardo de Ontañón, el segundo por la derecha, se exiliaron al acabar la guerra.<br />
En cambio, Gonzalo Díez de Lastra, el segundo por la izquierda, era un hombre de ideas derechistas,<br />
albiñanista para más señas. La foto fue tomada con motivo de la boda del escultor<br />
Félix Alonso y Mª del Pilar Herrero (situados en el centro, sujetando la escultura del Ciprés,<br />
símbolo de la tertulia). Independientemente de sus ideas, todos eran buenos amigos unidos<br />
por sus vínculos con el mundo del arte y de la cultura.<br />
Nota: Todos los datos proceden del libro En tinta roja; de hecho, esta fotografía se incluye<br />
en su portada. En esta obra se dan más detalles acerca de cada uno de los presentes. La<br />
muerte de Luis Saiz, rodeada de circunstancias espantosas, se documenta y detalla utilizando<br />
el testimonio de su hijo. Solo transcribimos el párrafo final del relato: “[Después de<br />
ser detenido] Fue golpeado y arrastrado a lo largo del paseo del Espolón, justamente a la<br />
hora del concurrido paseo del día festivo de Santiago. Herido, fue conducido a Estépar, donde<br />
murió fusilado aquella misma tarde del 25 de julio”.<br />
Página 19<br />
Alfonso Hernando
Página 20
Cuando los grandes músicos mueren<br />
A veces ocurre que dos músicos confluyen en nuestra vida como dos planetas en conjunción<br />
en la noche infinita del firmamento.<br />
El 25 de agosto asistí en Burgos al funeral de Alejandro Yagüe, uno de los grandes compositores<br />
contemporáneos españoles, arreglista, apasionado de la música coral, rescatador<br />
del folclore castellano, maestro de músicos.<br />
El 9 de octubre de 1936 cayó asesinado en tierras de Estepar el gran compositor, arreglista,<br />
amante de la música coral, e igualmente rescatador del folclore castellano y maestro<br />
de músicos, Antonio José.<br />
Ambos fueron, como todos los genios, inalcanzables en su altura intelectual y artística,<br />
pero humanísimos en sus afectos y tristemente incomprendidos por las instituciones de su<br />
tierra.<br />
Alejandro Yagüe, orgulloso heredero del legado musical de Antonio José, terminó la orquestación<br />
de las escenas del segundo acto de la ópera “El mozo de mulas” que al autor su<br />
muerte temprana le impidió acabar.<br />
Página 21<br />
Alejandro Yagüe retratado con la partitura del Mozo de Mulas. Foto DB
En otro fortuito alineamiento astral, el 12 de noviembre se estrenará en el Auditorio de<br />
Burgos esa partitura empolvada desde 1936 y sonará, en formato de concierto, con la Orquesta<br />
Sinfónica de Burgos (OSBU) bajo la batuta de Javier Castro, y junto con más de un<br />
centenar de voces de coros burgaleses. La solista Alicia Amo, el tenor Gerardo López, la<br />
mezzo Raquel Rodríguez, el barítono Thomas Le Colleter, la soprano Sandra Redondo, el<br />
tenor Adolfo Muñoz y el barítono Javier Hortigüela, burgaleses de nacimiento o de corazón,<br />
pondrán en pie las notas dormidas de los pentagramas, que, si no despiertan y se interpretan,<br />
no son sino fugaces manchas de tinta sobre un papel mudo. De tinta roja en este caso.<br />
Página 22<br />
Partitura original de Antonio José escrita en tinta roja<br />
Archivo Municipal de Burgos.<br />
El estreno de la ópera completa se dará en otra conjunción milagrosa que esperamos<br />
en el futuro.<br />
Ninguno de los dos músicos ha sido profeta en su tierra, a pesar de que ahora se intente<br />
paliar el daño y el dolor personal irreversible.<br />
La noche del jueves 8 de octubre de 1936, en la prisión de Burgos se produce una saca<br />
de los falangistas como en noches anteriores. El nombre de Antonio José figura en la lista<br />
que “dispone su libertad”. Poco más tarde, ya en el patio, al arrojar los carceleros todas las<br />
pertenencias de Antonio José a unas mantas colocadas en el suelo, esta expresión engañosa<br />
descubría toda su crueldad, revelando su condena a muerte sin juicio previo.<br />
El maestro, al escuchar su nombre, con dignidad adecenta su cabello y su ropa, y, presintiendo<br />
su próxima muerte, pronuncia las palabras que años después podría haber ratificado<br />
también Alejandro Yagüe en algún momento de su vida: “Así me paga Castilla lo que<br />
he hecho por ella”. “¿Es posible que mi vida consagrada al estudio y a la exaltación de Burgos<br />
merezca ahora este odio, este desprecio y este espantoso trato?”
Atrapado también entre las redes temporales,<br />
Cervantes aparece iluminando la ópera de Antonio<br />
José, cuyo libreto está basado en el capítulo<br />
XLIII de El Quijote donde el tema eterno del<br />
amor se despliega ante nuestros ojos: Don Luis,<br />
hijo de nobles, apasionadamente enamorado de<br />
Doña Clara, de origen humilde quien le corresponde.<br />
Don Luis se hace pasar por un mozo de<br />
mulas para seguir a su amada hasta el mundo<br />
complejo y rico en caracteres de la venta cervantina.<br />
Como Manuel de Falla, que toma la esencia<br />
del flamenco y la presenta, genuina pero transmutada,<br />
a través de una orquestación clásica,<br />
Antonio José en su genialidad rescata las raíces<br />
más profundas del folclore burgalés y las orquesta<br />
y armoniza, otorgándoles el brillo de la<br />
música culta sin perder el tesoro de la esencia<br />
popular, del sustrato musical más antiguo.<br />
En el interior de la iglesia de San Lesmes, el<br />
“Ave verum” de Mozart y el “Padrenuestro” que<br />
compuso el propio Alejandro Yagüe sonaron en<br />
su postrer concierto de despedida. Un aplauso<br />
interminable caía como la lluvia entre las piedras<br />
de la iglesia del siglo XV. Era el homenaje del<br />
pueblo a sus muertos, era el llanto por sus hijos<br />
maltratados pero también el consuelo de aquellas<br />
palabras que Antonio José pronunció antes<br />
Fotografía de Antonio José<br />
de morir, desafiando a sus verdugos, y que están en el pensamiento y en la voz de todos los<br />
músicos del mundo: ¡Viva la música!<br />
Soledad Medina<br />
Página 23
PB<br />
Página 24
Valle Inclán,<br />
conferenciante en Burgos (1925)<br />
La situación geográfica de la ciudad en<br />
las vías de comunicación de la Península, el<br />
papel que había representado en la Edad<br />
Media y la belleza conmovedora de algunos<br />
de sus edificios atrajeron a muchos viajeros<br />
que fueron dejando por escrito la noticia de<br />
las impresiones y vivencias que habían experimentado<br />
en la cabeza de Castilla, singularmente<br />
en el caso de los escritores. La<br />
presencia en la ciudad de viajeros invitados<br />
a visitarla ha sido mucho menos abundante<br />
excepto en las extraordinarias circunstancias<br />
que rodearon a los años de la guerra civil y,<br />
en menor medida, cuando eran invitados por<br />
instituciones como los veraniegos cursos Merimée-de<br />
Sebastián o el Ateneo burgalés.<br />
Precisamente el Ateneo de la ciudad había<br />
invitado el año 1925 a Valle-Ínclán para que<br />
interviniese en sus actividades con una conferencia.<br />
El escritor que, en aquellas fechas,<br />
estaba moviéndose entre Puebla de Caramiñal<br />
y Madrid, aceptó la invitación y se acercó<br />
a Burgos en octubre de ese año. Como sintetizó<br />
Melchor Fernández Almagro en su monografía<br />
valleinclanesca de 1943, la<br />
conferencia inauguraba las actividades del<br />
centro cultural burgalés en acto público celebrado<br />
en el teatro Principal de la ciudad, el<br />
título de la intervención era “La literatura nacional<br />
española” y el acto estuvo revestido<br />
de todos los requilorios exigidos en estas solemnidades:<br />
don Ramón se presentó vestido<br />
de frac y fue presentado solemnemente por<br />
el director del Ateneo, el señor Cadiñanos.<br />
Según Fernández Almagro, Valle-Inclán<br />
estuvo varios días en Burgos y visitó Covarrubias<br />
y Santo Domingo de Silos cuyos frailes<br />
“le vieron hacer al entrar la señal de la<br />
Cruz”. Es de lamentar que no lo acercaran a<br />
la ermita de San Amaro, personaje hagiográfico<br />
cuya devoción en la Galicia natal del escritor<br />
era muy fuerte y que él mismo había<br />
desarrollado en el cuento “un ejemplo” que<br />
había incorporado en su libro Jardín umbrío<br />
(1903). Las palabras de la presentación y las<br />
del escritor fueron recogidas de oído por periodistas<br />
locales que las reprodujeron en los<br />
dos diarios de la ciudad: El Diario de Burgos<br />
del 23 de octubre de 1925 y El Castellano de<br />
la misma fecha. En 1990 yo edité el texto<br />
aparecido en el segundo periódico y cuatro<br />
años más tarde fue recogido en el volumen<br />
Entrevistas, conferencias y cartas editado por<br />
Joaquín y Javier del Valle-Inclán.<br />
El periodista de El Castellano resume su<br />
impresión personal sobre el aspecto del escritor<br />
—“su personalidad física se pierde tras<br />
su luenga barba de gnomo o de profeta”—,<br />
el ambiente de expectación que reinaba en el<br />
teatro y las palabras del presentador que terminó<br />
“recordando el antiguo estribillo de los<br />
pregoneros de Burgos: Oíd, oíd, oíd”.<br />
Las palabras que improvisó el gran escritor<br />
—que no llevaba escritas— tienen gran interés<br />
no sólo por ser suyas sino por la relación<br />
que tienen con las preocupaciones literarias<br />
que bullían entonces en su telar artístico, ya<br />
que en estas fechas estaba cogitando su teoría<br />
del esperpento mientras escribía Tirano<br />
Banderas y dos de las piezas que se incorporarían<br />
a *Martes de carnaval: “El terno del<br />
difunto y La hija del capitán.<br />
A pesar de que se había anunciado su conferencia<br />
como referida a la “literatura nacional”,<br />
el resumen que leemos en los periódicos<br />
se refiere exclusivamente a una serie de consideraciones<br />
sobre la novela, salvo una alusión<br />
a El alcalde de Zalamea . Don Ramón,<br />
después del preámbulo general, se centró en<br />
un repaso sobre los grandes textos de la narrativa<br />
española comenzando con La Celestina,<br />
obra que ya Menéndez Pelayo había<br />
Página 25
1<br />
.-Juan Rodríguez “Valle-Inclán en 1925: una entrevista<br />
olvidada”, *Anales de Literatura Española Contemporánea,<br />
1999, 2 1-2, pp. 193-211.4<br />
situado en el punto culminante de su monografía<br />
Orígenes de la novela publicado años<br />
antes de la conferencia burgalesa.<br />
De la novela picaresca saltó el conferenciante<br />
a evocar el Romancero, pero no el tradicional<br />
en el que tantas huellas había dejado<br />
la ciudad de Burgos sino en el romancero popular<br />
que le sirvió para aludir al éxito que en<br />
el imaginario colectivo cobraba la marginalidad<br />
social de bandidos como el Vivillo y el<br />
Pernales. Y dando un salto desde la literatura<br />
del Siglo de Oro hacia lo que había sido la novela<br />
moderna española en la que había predominado<br />
el individualismo de la “novela<br />
regional” (cita a Fernán Caballero, Trueba,<br />
Pereda, Pardo Bazán y Blasco Ibáñez) frente<br />
al centralismo parisino de la novela francesa<br />
con su penetración en los del análisis psicológicos<br />
(cita expresamente a Stendhal y<br />
Proust. Otra alternativa, según Valle-Inclán,<br />
era desinteresarse por el individuo e interesarse<br />
por las colectividades, una función que<br />
había ejercido Tolstoi en la literatura rusa y<br />
el Facundo de Sarmiento en la escrita en español.<br />
.<br />
Después de su breve repaso diacrónico a<br />
la evolución del género Valle apuntó algunos<br />
rasgos constructivos del género literario que<br />
en los años veinte estaba suscitando muchas<br />
reflexiones teóricas, de las que trae a cuento<br />
la idea del “tempo lento” apuntada por Ortega<br />
y Gasset y la de “reducción del tiempo”<br />
en instantes de intensa concentración, como<br />
había acertado a hacer Dostoiewski, para<br />
comparar seguidamente el agrupamiento de<br />
hechos en el texto narrativo con el de los<br />
personajes del “Enterramiento del conde de<br />
Orgaz”. Concluye la conferencia con observaciones<br />
referidas a su idea del esperpento,<br />
concepción para la que confiesa que él se<br />
había fundado “en la inadaptación de los<br />
temas trágicos a los personajes que resultan<br />
ridículos ante la misma (…pues) el esprpento<br />
creo que es la manera de representar la España<br />
de nuestras horas”.<br />
El interés por la novela y su idea del esperpento<br />
manifestados por Valle-Inclán en<br />
su conferencia burgalesa corresponde, claro<br />
está, a los textos que estaba escribiendo por<br />
aquellas fechas, preocupaciones que también<br />
quedan recogida en una entrevista que<br />
se le hizo el año 1925 aunque no se publicó<br />
hasta el año 1940 en la revista barcelonesa<br />
Destino. El autor del rescate de este texto 1<br />
da noticia sobre las circunstancias que explican<br />
la redacción de la entrevista y de su retraso<br />
en aparecer públicamente. La entrevista<br />
reproduce el texto de las preguntas del<br />
periodista (quizás Victoriano García Martí) y<br />
las réplicas del escritor. En la entrevista de<br />
1925 Valle habla de la evolución de la novela<br />
—desde la novela indovidualista hasta la novela<br />
de masas—, los modelos ejemplares de<br />
esta última modalidad —Tolstoi, Dostoiesky,<br />
el Facundo— y sus ideas sobre la técnica novelesca<br />
apoyándose en este caso en afirmaciones<br />
de Pío Baroja. Concluye la entrevista<br />
con una afirmación optimista: “Creo en un<br />
grandioso porvenir para la novela y en un<br />
grandiosos porvenir para la vida”.<br />
Leonardo Romero Tobar<br />
PB<br />
Página 26
Página 27
PB<br />
Página 28
Un laborista británico en el Círculo C.<br />
Ya he escrito antes sobre Michael Foot, el<br />
viejo laborista británico. Lo de viejo va más<br />
allá de que, cuando sufrió la tremenda derrota<br />
frente a Margaret Thatcher siendo líder<br />
del partido Laborista, ya tuviera el pelo cano<br />
–largo, media melena de Rafael Alberti–, y se<br />
acompañara de un icónico bastón en los largos<br />
paseos con su perro; Michael Foot era un<br />
viejo laborista porque su materia prima, o su<br />
motor en la política, eran las ideas, frente a<br />
los “nuevos laboristas” de Tony Blair, que<br />
sustituyeron las ideas por el negocio. Idealista<br />
en los días de política-negocio, estaba<br />
condenado a que propios y extraños lo llamaran<br />
el último romántico, un hombre de otra<br />
época, aquella que conoció parlamentarios<br />
capaces, como grandísimos narradores de<br />
historias, de dejar boquiabierta a la audiencia<br />
con sus intervenciones.<br />
Un discurso de este tipo fue el primero que<br />
escuché de Michael Foot. Se trataba en el<br />
Parlamento de analizar el estado del gobierno<br />
conservador. Pero, sobreponiéndose a la mediocridad<br />
general, no hizo una típica lista con<br />
todos los errores y abusos del Ejecutivo, sino<br />
que contó una historia.<br />
Comenzó diciendo que, cuando era niño<br />
en Plymouth —“sí, sí, hace algún tiempo de<br />
eso, ya lo sé”— llegó a la ciudad un mago<br />
prometiendo trucos prodigiosos de ver. El<br />
que generaba más expectación entre los<br />
asistentes al Palace Theatre, se abrió con una<br />
pregunta: “¿Alguien del público podría prestarme<br />
un reloj?”. Aunque no faltaría quien se<br />
lo ofreciera, por tener, aparte un buen reloj,<br />
ganas de su pequeño protagonismo, ya había<br />
entre el público un tipo muy bien vestido y<br />
conchabado con el mago, preparado para entregarle<br />
un brillante relojito de oro. Entonces,<br />
el mago colocó el reloj en una pequeña mesa<br />
circular, lo cubrió con un pañuelo, sacó por<br />
sorpresa un martillo de entre los faldones de<br />
su disfraz…y golpeó sobre la mesa una, dos,<br />
tres veces con toda contundencia, hasta que<br />
llegó a la última fila de espectadores enmudecidos<br />
el ruido de los engranajes desgüazados.<br />
El mago levantó la vista al público y dijo:<br />
“Lo siento mucho…he olvidado el resto del<br />
truco”.<br />
Y el palacio de Westminster rompió en la<br />
carcajada más gozosa que recuerdan sus archivos.<br />
Foot el mago concluyó: “¡Esa es la situación<br />
del Gobierno…han olvidado el resto del<br />
truco!”.<br />
***<br />
Además, Michael Foot era un político que<br />
escribía. “Es imposible separar en Foot la política<br />
de la literatura”, en palabras del historiador<br />
Brian Brivati. “Su credo se preocupaba<br />
por cómo vivir, por cómo enseñar a los niños<br />
a leer, motivado por un profundo amor al<br />
lenguaje”. Esto le llevó a enfrentar su visión<br />
de la sociedad, antagónica a la de Mrs. Thatcher,<br />
con un verso de John Keats, demostrando<br />
que suyos eran: “Another heart and<br />
other pulses”. (“Otro corazón y otros pulsos”.)<br />
Alguien dirá, ¿y este tío por qué se pone<br />
aquí a echar un párrafo tan largo sobre un<br />
socialista del Reino Unido?<br />
Porque el otro día lo vi frente al Círculo Católico<br />
de Obreros de Burgos.<br />
O, quitando ese efecto literario medio<br />
torpe, vi a un hombre idéntido a Foot frente<br />
a la fachada del Círculo: grandes gafas de<br />
montura negra, desgarbado al andar, sujetando<br />
un paraguas en lugar de aquel bastón<br />
como de personaje de “El hombre tranquilo”.<br />
Página 29
Quise ver en ese hombre lo que nunca podría<br />
ver, en directo, del Foot genuino, como la<br />
fuerza apasionada de su oratoria; la firmeza<br />
con que hacía golpear el bastón contra el<br />
suelo (y cómo lo levantaba por encima de su<br />
cabeza para saludar en la distancia); su silueta<br />
en los paisajes siempre verdes de la<br />
“nueva Jersualén” que intentaron hacer de<br />
Gran Bretaña los laboristas de 1945.<br />
Al Foot que vi frente al Círculo Católico lo<br />
acompañaba su mujer. Jill Craigie, la primera<br />
inglesa directora de cine, formó con el político<br />
una de esas parejas cómplices de las que<br />
nos hablaba nuestro viejo profesor. Al terminar<br />
la Segunda Guerra Mundial, ella dirigió<br />
una película para la campaña electoral de los<br />
laboristas, en la que un joven Michael Foot<br />
defendía la reconstrucción de los barrios y la<br />
iglesia de Plymouth, arrasados por los bombardeos.<br />
Más de cincuenta años después, durante<br />
el gobierno de Blair, grabaron al<br />
matrimonio en el interior de la iglesia restaurada.<br />
“Fíjate en las diferencias entre entonces<br />
y ahora. Lord Ashton, un conservador,<br />
también llegó a decir, como nosotros: “¡Tenemos<br />
que nacionalizar las tierras!”; dijo<br />
Craigie, a lo que Foot respondió: “Eso suena<br />
demasiado rojo para los laboristas de hoy en<br />
día”. Y los dos sonrieron con sensación de<br />
pérdida.<br />
Me quedé mirando a la pareja, espero que<br />
con cierto disimulo, mientras avanzaban por<br />
la calle. Y pensé que acaso también admire a<br />
Foot porque tuviera el coraje para defender<br />
las causas supuestamente perdidas. O porque<br />
a su retiro de la política se dedicara a escribir<br />
sendas biografías de sus referentes<br />
literarios. ¡Nada de actitud cínica o de intelectual<br />
engreído! Como Jonathan Swift, uno<br />
de sus biografiados, siempre tenía la ironía a<br />
mano y la disposición para reírse de sí<br />
mismo. La experiencia de su derrota electoral<br />
es una cura de humildad para que a nadie se<br />
le suba el talento que tiene o que cree tener<br />
a la cabeza.<br />
De sus errores —que no quiero hacer hagiografía—,<br />
solo traigo uno al caso, pues ya<br />
los han recogido estudiosos de la historia de<br />
su partido, y es haberse enemistado con el<br />
otro coloso de la izquierda laborista, Tony<br />
Benn, (al que por admiración también dedicaría<br />
un artículo completo, pero, si no lo he<br />
escrito es porque, de momento, no me he<br />
cruzado con su doble por la calle). Si ambos<br />
talentos hubieran cooperado, en lugar de<br />
cruzarse críticas en titulares de periódico, la<br />
conocida década thatcherista podría haber<br />
tenido mucho más corta duración.<br />
Y ya está. No hay aquí más moraleja o<br />
truco del reloj que las impresiones sobre un<br />
viejo político después de encontrarme a un<br />
hombre idéntico, frente a un edificio burgalés<br />
por el que no ha pasado el tiempo, que conserva<br />
un halo como de fotografía de primeros<br />
de siglo. Sólo en lugares así pueden darse<br />
estos encuentros.<br />
Alberto de Miguel Pliego<br />
PB<br />
Página 30
Poe: El cuervo y la memoria<br />
Adormecido, sentado en mi sillón, contemplo el crepúsculo de este día prodigioso. Siento<br />
la tentación de soñar con Poe, con su cuervo y su tragedia. Nunca más… Nunca más… Hace<br />
dos siglos el genio magnífico, protagonista de borracheras sublimes y narrador de verdades<br />
aterradoras, veía la luz macilenta de su infancia.<br />
*<br />
Cuando me enfrento a los cientos de años que aprisionan mi condena, me cuesta comprender<br />
si avanzo o retrocedo al anotar los pensamientos.<br />
I<br />
Una vez, en triste medianoche,<br />
cuando, cansado y mustio, examinaba<br />
infolios raros de olvidada ciencia,<br />
mientras cabeceaba adormecido,<br />
oí de pronto, que alguien golpeaba<br />
en mi puerta, llamando suavemente.<br />
Mi mente se sintió transportada a un mundo desconocido, tenebroso, de apacible y memorable<br />
presencia.<br />
Solo esto, y nada más.<br />
II<br />
Recuerdo el mes helado de diciembre;<br />
una a una, las ascuas moribundas<br />
forjaban su fantasma sobre el suelo.<br />
Junto al lindero del bosque hay una casona de madera agrisada. Las tinieblas suicidan su<br />
inclemencia contra el feo espanto de la madera crujiente…<br />
III<br />
En mi puerta golpea un visitante;<br />
es esto y nada más.<br />
Estoy con el habitante de la casona, en el interior de su mundo polvoriento y lúcido. Tiene<br />
el pelo encrespado, los ojos escrutadores; el alma desganada.<br />
IV<br />
Reanimada mi alma y sin más dudas,<br />
“Señor -dije-, o señora, si no,<br />
vuestro perdón sinceramente imploro.<br />
Abrí entonces la puerta por completo;<br />
tinieblas, nada más.<br />
Página 31
La figura apesadumbrada de Poe me acompaña. Ha querido el azar que unos trocitos de<br />
la viruta de mi lápiz, fragmentos de la carne que alimenta el fuego inclemente, desprendan<br />
los aromas del material inmolado. Mi casa huele a roble, a encina, a enebro… a campos efímeros.<br />
El año ha comenzado su reinado con una extraña bonanza; se respira la maldita serenidad<br />
del presagio, siempre presente en el alma. No tiemblo, todavía.<br />
V<br />
Una sola palabra murmuraba,<br />
y el eco, aquel “¡Leonora!” murmuraba.<br />
Solo esto, y nada más.<br />
VI<br />
Volví a mi estancia; ardía mi alma entera.<br />
Llueven millones de gotitas de ácido, de veneno corrosivo; son miríadas de pensamientos<br />
que me invaden, me arrollan y se despeñan por las paredes desgastadas de mi interior. La<br />
pluma es más pesada que el pensamiento. ¡Qué lejos estoy de aquellos experimentos iniciales<br />
con los colores, en las calmas felices de las primeras investigaciones! Entonces parecía<br />
posible todo. Otra oleada de notas, de sueños, de miedos, de emociones, de recuerdos, me<br />
salpica. ¡Que se detengan!, grito. Mejor el olvido. Un silencio profundo, sordo, detiene mis<br />
lamentos… un instante. Con ánimo redoblado, inmisericordes y fieros, los pensamientos se<br />
arrojan sobre mis últimas defensas. Mi mano es lenta. La letra en el papel queda desgarbada,<br />
deforme.<br />
VII<br />
Abrí el postigo, y con gentil revuelo,<br />
entró entonces un cuervo majestuoso,<br />
como en los santos días del pasado.<br />
Allí quedó posado, y nada más.<br />
VIII<br />
“A pesar de tu cresta desollada,<br />
cobarde no eres, ciertamente, cuervo<br />
torvo, espectral, errando por el margen<br />
de la Noche Plutónica. Revélame tu nombre”.<br />
El cuervo dijo: “Nunca más”.<br />
Nunca más. La inmensidad, la condena infinita; la evocación interminable de estas palabras<br />
me hace palidecer. Es un cuervo, pero habla como un dios. Nunca más, repito una y<br />
otra vez; y a mi lado habita el desconcierto, el dolor. Dolor y rabia. Desaparecerá la esperanza,<br />
y su lugar será ocupado por un engendro maligno, lúcido y permanente, agobiante,<br />
que repetirá por siempre: nunca más.<br />
IX<br />
Yo apenas susurré: “Otros amigos<br />
volaron ya. Cuando despunte el alba,<br />
éste me dejará sin esperanza…”.<br />
El ave dijo entonces: “Nunca más”.<br />
Página 32<br />
Nota: Julio Gómez de la Serna, por la traducción de los fragmentos de El Cuervo.<br />
Carlos de la Sierra
PB<br />
Página 33
PB<br />
Página 34
Una callada por respuesta<br />
(relato de una acción artística)<br />
Dramatis personae<br />
Performante sonora (Mayte Santamaría)<br />
Náufragos que ignoran su naufragio<br />
(Mujer muda de blanco, ingeniero, hombre ciego, niños, público, cualquiera...)<br />
Espíritus Ancestrales encarnados en callos con salsa picante<br />
Coro de espíritus que comenta mil voces de ultratumba<br />
Espacio arquitectónico: CAB (5 de mayo de 2017)<br />
Texto: Luis González Santamaría<br />
ENCALLAR:<br />
INTROITO<br />
1. Intr. Dicho de una embarcación. Dar en<br />
arena o piedra y quedar en ellas sin<br />
movimiento.<br />
2. Intr. No poder salir adelante en un<br />
negocio o empresa.<br />
Página 35<br />
Es esta una historia en la que la callada es la respuesta. En ella el protagonista es un<br />
barco que, no podía ser de otro modo, queda encallado entre las rocas. Puede que esa nave<br />
nos tenga a nosotros como pasajeros o que, en el despliegue de las redes del destino, otros<br />
ocupen agazapados los camarotes de paredes invisibles. El caso es que la nave llega a la<br />
costa y encalla sin ser consciente de su naufragio. Una mano oculta desgarra la frágil<br />
estructura de las seguridades con su cuchillo mineral pero, como el barco no gira ni se<br />
invierte, no da tumbos y se deja mecer suave por las olas, todo simula navegación y<br />
normalidad. Y los pasajeros están como si nada pasara. La travesía sigue como si nada en<br />
la (en)callada tuviera lugar.<br />
En esta ambigua inquietud sonora ahora se escucha y piensa porque toca. Toca la acción<br />
o el arte. Calla hoy, viajero, en la quietud del barco encallado, en esa parálisis que se<br />
contempla a sí misma en el centro de algo que parece calma. A ningún lado va el barco<br />
aunque los perros del mar ladren y hagan creer que hay travesía y sigue la historia.
Escucha. Toca callar. Callar por respuesta. Porque hay que estar a la espera de que todo<br />
sea silencio y cese el sonido. Callar como el que se sienta al piano y mira el bullicio y escucha<br />
el gesto previo a la percusión. Callar porque no se quieren moscas en la boca. Callar para<br />
diferenciarse de los muertos, que en ellos sí zumban las moscas en la oquedad de su rostro<br />
aunque no seamos capaces de soportar ya más su imagen y su música, esa sinfonía de<br />
colores insectívoros navegando en el bajo continuo de la putrefacción.<br />
Escucha, amigo, cómo callan los fantasmas de las olas. Sus silencios son también palabras<br />
provisionales, soldados de la reserva venidos de un tiempo en el que los signos vociferaban<br />
los sentidos. Del mar surge una partitura con forma de patera y abre la boca<br />
desmesuradamente para mostrar su hueco sin dientes. Un cuadro blanco y liso que ahora<br />
reposa cerca de la cuchilla. Escucha ese gesto paralizado que aún no rasga. Ausencia de<br />
notas y grafía. La siempre excitante carencia. Silencio. Calla....<br />
acto I<br />
—¿Lo oyes?<br />
—¡ Chiss! ¡Calla! Y no vuelvas a decir que hemos encallado porque no hay pruebas ni<br />
razones. No seamos necios. Ahí está el sonido de las olas golpeando el casco, luego en el<br />
mar estamos.<br />
Seguimos en el barco encallado que no sabe de su naufragio. El rumor de mil palabras<br />
grabadas llega como ecos de la deformación de un signo. Pecios de los viejos sentidos que<br />
nos aliviaban de niños (en la niñez de nuestro mundo) cuando los encontrábamos en la playa<br />
y hacíamos colecciones de palabras. Apenas queda ya un grumo o un tropiezo en la sopa.<br />
Un tirante de tripa en el caldo nos recuerda los viejos signos y la ola que llega en un bucle<br />
salado al barco que no sabe de su naufragio es ola muda que calla signos.<br />
—Arma, enemigo, tropa, misil, gas sarín, matanza, baño de sangre, bala, catástrofe, ISIS<br />
refugiado, mártir....<br />
—¿Qué era sangre? ‒pregunta el hombre.<br />
—En otra época era sonido que decía –responde la mujer muda en blanco roto‒: mira,<br />
escucha, calla, huele la ola que vuelve.<br />
—... arma en tropa, sarín gástrico, sangre de baño... tromatamil silBAño rín-sa- rínrínsa<br />
quimitás, silmisis, ...<br />
—¿Son olas o son sueño? ‒piensa y calla el hombre con los ojos cerrados<br />
—¡Qué extraño oír tantas olas! ‒piensa y calla la mujer sentada y muda. No, no hay<br />
naufragio, sigue la ruta hacia el futuro.<br />
— mar debe de estar en calma porque el barco no avanza –reflexiona y calla el ingeniero<br />
siempre atento a la máquina–, pero esas olas...<br />
—Serán ecos. Fantasmas de olas ‒calla el cocinero y encalla soñando un baño de espuma<br />
con tripas de cordero para los días azules en los que se come y se calla.<br />
Página 36<br />
Callan los fantasmas de las olas. Su silencio son también palabras. Abre la boca un hueco<br />
sin dientes y el cuadro blanco y liso reposa calmo cerca de una cuchilla que, en gesto<br />
paralizado, aún no rasga. Radical ausencia de notas y grafismos. La siempre excitante<br />
carencia. Silencio. Calla....
Calla y come...<br />
acto II<br />
Callar y comer. El silencio no es el grado cero de la experiencia. Demasiado musical aún.<br />
Y ético. Por eso hacemos un minuto de silencio. Hay otro espacio previo y allí se sirve la<br />
callada por respuesta. La callada es la faz vulgar que se enmascara de silencio, como se<br />
oculta la suciedad genital con perfumes prostibularios. Calla y come. Mientras comemos<br />
encallamos la boca y la lengua en la comida, unas humildes tripas que pican con gracia. La<br />
comida, a su vez, se encalla en el ronroneo gatuno de las palabras no dichas por reiteradas<br />
(matanza, sangre, baño, cuchillo). Calla y come para concentrar la atención en nada. Come<br />
y calla y contempla el espacio que se abre en el sonido anterior al silencio, un lado feo del<br />
silencio en el que arqueobacterias danzan los signos de la callada por respuesta<br />
—No tenemos tripas. Ni se nos encogen. Somos mujeres y niños en la cubierta de un<br />
barco, sorbiendo una sopa muy caliente en la que navegan tropezones irreconocibles, pecios<br />
de la matanza.<br />
—Se me encalla un trozo de estómago en la garganta. ¡Pásame el té o la tisana! Hay<br />
peligro de que se me vaya por otro lado.<br />
—Irse por otro lado. Qué espanto. ¿Cómo es el otro lado?<br />
— que nos une es el espanto. Solo nos uniremos si esta carne se va por otro lado.<br />
—Qué espanto.<br />
—No te atragantes y come y calla.<br />
acto III<br />
La artista sentada mira de blanco como novia o monja o alta ejecutiva a la espera. Ahí<br />
está ella. Tacet comunitario 4´33´´. Cage. John, a la espera, en silencio de come y calla.<br />
Encallados en el barco que no sabe de su naufragio. Nadie sabe si en algún momento del<br />
4´33´´ algo romperá el hechizo de la callada. El pasajero en nuestro barco encallado sigue<br />
oyendo las olas en un ritmo monótono de telediario. Qué silencioso es el telediario. El ruido<br />
se despierta, transmutado, con el rostro del silencio y la vergüenza de la callada. El cobre<br />
se hizo clarín. El camello mutó en niño y el dragón perdió sus escamas. Silencio ahora.<br />
Dignos. Golpes de imágenes que son olas en metamorfosis de mariposas.<br />
Página 37<br />
Ordenanzas en el toque de queda para transformar<br />
la callada en silencio<br />
Calla.<br />
Piensa en el hueco de la imagen rasgada.<br />
Anticipa un rasgado sonoro en la más absoluta quietud de las cuerdas.<br />
Paraliza todos tus músculos en la anticipación tu atragantamiento. Para evitarlo, come y<br />
calla.<br />
Calla el silencio de la percusión sostenida en el aire como el hacha de un verdugo frenada<br />
en lo alto del cadalso<br />
Calla el silencio. Respeta el dolor que aún no supura en este barco naufragado que no<br />
sabe de su naufragio.
Traga sin masticar los tropiezos de la sopa y sus nombres:<br />
explosión bayoneta baño sangre<br />
Repite flatus vocis protegido por una tanqueta:<br />
sionsarín yonetaba gresan grexplosión<br />
Coda<br />
El arte convierte la callada en silencio de homenaje. ¿Cuándo el silencio del que contempla<br />
y come y calla se resquebrajará en rebeldía? ¿Cuándo el silencio se despierta música y la<br />
cuchilla rasga el lienzo de la matanza? Come y calla. Come y calla. La callada por respuesta...<br />
callas y otorgas... ¿qué otorgas?, ¿acaso dignidad en el silencio?, ¿acaso respeto a los<br />
muertos?<br />
Callar y comer hasta atragantarnos y en el ahogo abrir la boca para recoger el aire de<br />
todos los perseguidos. Atragantarse al callar y ahí retumbar la vida entre cuerdas y<br />
oquedades.<br />
Calla. Piensa en una canción para la travesía. Percute el arpa que perdió su última cuerda.<br />
Canta el pentagrama que se desangra en vacíos como una boca de encías blancas sin<br />
dientes. Deja que el eco de todo que sucede haga callar toda tu alma y que esta se atragante<br />
en el que come y calla.<br />
Calla y encalla. La callada por respuesta hasta el ahogamiento del silencio.<br />
Luis González Santamaría<br />
Página 38<br />
PB
La venta de Miguelote<br />
(una historia del Barrio Preservación)<br />
Desde que fuera levantada, quién sabe<br />
cuándo, y abierta a toda clase de transeúntes,<br />
mayormente arrieros y peregrinos, la<br />
venta de Miguelote siempre estuvo allí, a<br />
pocos kilómetros de la ciudad, en campo<br />
abierto y a mano del cruce de la ruta de Santiago<br />
y de la nacional llamada de los Desfiladeros,<br />
que lleva a las provincias del norte.<br />
Don Juan Crisóstomo de la Parte, tan dado<br />
a dar sentido y contenido a todo nuestro pasado,<br />
atribuye a la venta de Miguelote una<br />
primera anécdota, y así dice en su libro “Memoria<br />
e Historia” que durante sus frecuentes<br />
estadías en estas tierras, a la venta de Miguelote<br />
acudía de incógnito nuestro rey Enrique,<br />
llamado el Impotente. Descendía de su<br />
fortaleza del cerro de San Miguel, cruzaba la<br />
llanada y, en la intimidad de la mejor habitación<br />
de la venta se dedicaba a contemplar los<br />
sedosos y virginales cuerpos de las doncellas<br />
que sus enviados habían conseguido localizar<br />
en las villas y aldeas de la comarca,<br />
De las reiteradas lecturas del Quijote,<br />
nuestro más insigne historiador y catedrático<br />
deduce, asimismo, que el Caballero de la<br />
Triste Figura y su escudero pernoctaron en la<br />
venta de Miguelote cuando se dirigían a Zaragoza<br />
a afrontar la ignominiosa aventura de<br />
los duques. Aporta como razones la leyenda<br />
del rebuzno que relata en el capítulo XXVII.<br />
A propósito de ella, cuenta nuestro profesor<br />
que siendo él muy niño, y por consiguiente,<br />
mucho antes de acceder a la lectura de la novela,<br />
ya había oído hablar de cómo dos amigos,<br />
vecinos de un pueblo colindante al suyo,<br />
se habían hecho famosos rebuznando mientras<br />
buscaban el asno que se le había perdido<br />
a uno de ellos en el monte. Al parecer,<br />
adquirieron tal destreza en el rebuzno que<br />
acudían a las fiestas mayores de la comarca<br />
para hacer demostraciones con las que ganaban<br />
celebridad y amigos.<br />
Otra razón para situar a don Quijote y a<br />
Sancho cerca de la venta de Miguelote,<br />
cuando transitaban todavía por tierras manchegas,<br />
la fía don Juan Crisóstomo a detalles<br />
del paisaje, pues en el capítulo XXVIII, su<br />
creador relata que el caballero y su escudero<br />
se acomodan para pasar la noche en una alameda<br />
de olmos y hayas, y que al día siguiente<br />
ya buscan la ribera del río Ebro.<br />
“¿Dónde encontrar en la Mancha meridional<br />
un rincón así?, pregunto, que es lo que preguntaría<br />
un experto botánico al respecto.<br />
¿Dónde identificaría el lector una geografía<br />
tan aproximada a la descrita como en estas<br />
nuestras tierras?”, se preguntaban los bebedores<br />
más inquietos e ilustrados de los Siete<br />
Bares, mientras leían trago a trago El Correo,<br />
en cuya tercera venía el artículo que De la<br />
Parte había escrito para conmemorar el Día<br />
del Libro.<br />
En el transcurso de los largos y oscuros<br />
años de la posguerra, que fueron también los<br />
del estraperlo, esta construcción solitaria de<br />
dos plantas, de sólidos muros de caliza y<br />
mortero, gozó de fama como merendero de<br />
día mientras por la noche se constituía en el<br />
mercado clandestino más floreciente de alimentos<br />
exclusivos. De aquí salían sin pasar<br />
por los fielatos los mejores lechazos y los pollos<br />
más hermosos, las piezas de caza exclusivas,<br />
y las frutas y verduras más frescas,<br />
olorosas y exquisitas que abastecían las<br />
mesas de los pudientes de la vecina capital.<br />
Finalmente, la realidad mutante, que en<br />
su legítimo derecho de gobierno, va dando y<br />
quitando sentido y razón de ser a las cosas,<br />
quiso que a principios de los sesenta, este<br />
caserón pasara a ser propiedad de Ovi el<br />
Duque, y una nueva actividad comenzara a<br />
desarrollarse entre sus históricos muros.<br />
Página 39
En aquel entonces, si nos atenemos a la<br />
memoria de las alcantarillas, Ovidio Belloso<br />
no daba todavía la imagen de poder y de decencia<br />
que daría años más tarde, cuando alcaldes<br />
y diputados salían elegidos por<br />
exclusiva voluntad suya, aunque ya empezaba<br />
a despuntar como empresario pues ocasionalmente<br />
podía vérsele bien trajeado en<br />
compañía de personajes relevantes e influyentes<br />
de los negocios y de la política. Poco<br />
después la reiteración pública de este estereotipo<br />
le haría acreedor entre sus conciudadanos<br />
al sarcástico título de “Prócer”.<br />
Es decir que en el momento en que accede<br />
a la propiedad de la venta, Ovi el Duque se<br />
dedica todavía a protagonizar oscuras historias<br />
de abyección. O lo que viene a ser lo<br />
mismo, permanece aún en el hediondo agujero<br />
donde no pocos individuos se aventuran<br />
a buscar la fortuna con que cimentar el logro<br />
de ambiciones y sueños, agujero del que el<br />
propio dinero, una vez situado ya de su<br />
parte, los rescata para darles lustre y encumbramiento.<br />
Es justamente en este punto donde reaparece<br />
en escena la estrafalaria figura del Culiparla.<br />
Éste habría entrado a formar parte del<br />
círculo de confianza de Ovi el Duque mediante<br />
el mérito de acompañarlo en su inicial<br />
itinerario de vilezas. Lo cierto es que, en el<br />
punto en que los anales de lo sórdido relacionan<br />
la figura del Prócer con las actividades<br />
que ejerce Paca la Tuerta en la venta de Miguelote,<br />
el Culiparla desempeña tareas de<br />
garitero en una sala de la segunda planta,<br />
abierta hasta el amanecer. Dos carniceros y<br />
un ferretero de los de mayor relieve en el panorama<br />
económico capitalino podrían haber<br />
dado fe de que allí, en la mesa de bacará, dejaron<br />
toda su fortuna.<br />
En estos años, la pujanza y la prosperidad<br />
del negocio de la venta de Miguelote fueron<br />
cosa, sin lugar a dudas, de Paca la Tuerta,<br />
cuya iniciativa y tenaz dedicación quedaban<br />
patentes ante cualquiera que visitara el tugurio.<br />
La mujer iba y venía, subía y bajaba,<br />
atendía y mandaba, es decir, que se la podía<br />
ver a todas horas y por todas partes. Y no<br />
sólo esto, que a su calidad de eficiente posadera<br />
debía añadirse su condición de médium,<br />
cosa asombrosa en la que había<br />
llegado a prestigiarse nadie sabía dónde,<br />
cuándo ni cómo.<br />
Justamente entonces la venta de Miguelote<br />
empieza a ganar fama de gazapera.<br />
Aprovechando la impunidad de la noche y<br />
una tolerancia más que generosa y manifiesta<br />
por parte de las autoridades, al lugar<br />
acuden granujas, ventajistas, alcahuetes,<br />
echadizos, aprendices de extorsionista, proxenetas<br />
sin destino y putas en paro a la caza<br />
de borrachos a los que engatusar. Allí se refugian<br />
también los insomnes y bohemios, bujarrones<br />
de culo estrecho y obsesos de<br />
caderas en jarras, sin contar los desorientados<br />
y reprimidos, que visitan el antro en<br />
busca de una oportunidad para pecar, intención<br />
que denota clara rebeldía frente al ambiente<br />
reinante y al poder establecido. Es<br />
decir, una parte notable de aquel excedente<br />
de basura que, a juzgar de las mentes más<br />
severas y moralizantes, estaba destinado a<br />
arder en los infiernos, escapaba cada noche<br />
desde la ciudad a la venta de Miguelote en<br />
busca de luz con que iluminar su vida.<br />
Muy de tarde en tarde y en actitud muy<br />
poco diligente, irrumpían los grises, porra en<br />
mano, a hacer el paripé de una liviana colecta<br />
de marginales, supuesta clientela con<br />
que cubrir estadísticas y nutrir la voracidad<br />
de la ley de vagos y maleantes, conmoción<br />
que en unos días quedaba en el olvido, y el<br />
transcurrir de la venta de Miguelote tornaba<br />
a la rutina de su deleznable funcionalidad.<br />
A este ganado o contingente, venían a sumarse<br />
de manera tan sorprendente como esporádica<br />
familiares de muertos que sentían<br />
la imperiosa necesidad de ponerse en contacto<br />
con ellos, como otros acudían al locutorio<br />
de la plaza del Ensanche para hablar<br />
con sus parientes emigrados a Francia, Suiza<br />
o Alemania.<br />
Y es que se había corrido la voz de que<br />
Paca la Tuerta tenía mucho poder en el tétrico<br />
universo de las almas en pena; tanta influencia,<br />
que a la llamada de la suripanta<br />
acudía sin demora cualquiera de los espectros<br />
que invocara, por muy muertos y lejanos<br />
que se encontraran y por muy pocas ganas<br />
de relacionarse que tuvieran.<br />
Esta clientela, tan especial y tan diferente,<br />
llegaba ya orquesta de cámara de la filarmónica<br />
de coloniaada de que no debía entrar por<br />
donde lo hacía la purriela habitual sino por la<br />
cancela que daba al arroyo, justo donde el<br />
edificio de dos plantas proyectaba más intensamente<br />
su sombra. Allí los aguardaba Martín,<br />
entre dos mastines inquietos y<br />
husmeadores; el marido de la Tuerta era un<br />
hombre corpulento y silencioso que, siguiendo<br />
al pie de la letra las instrucciones de<br />
su compañera, se ofrecía servicial a los recién<br />
llegados, como pudiera hacerlo un efi-<br />
Página 40
ciente relaciones públicas de cualquier servicio<br />
fúnebre.<br />
Los parroquianos que se dirigían a la cancela<br />
–no habría que decirlo-, eran parroquianos<br />
dignos de mayor respeto que los otros;<br />
gentes sentidas que echaban de menos a sus<br />
difuntos, que se preocupaban por su suerte<br />
y que, en consecuencia, pagarían la cantidad<br />
que se les pidiese a cambio de poderse comunicar<br />
con ellos.<br />
Ya en el interior, les daba la bienvenida la<br />
propia Tuerta, disfrazada de personaje trascendente.<br />
Vestida de riguroso largo en tonos<br />
más respetables que su conciencia y cubierta<br />
de velos, recibía a los recién llegados blanda,<br />
jeremiaca y entre reverencias para conferir<br />
al escenario de los milagros -mechinal bañado<br />
en luz tenue y rojiza- la respetabilidad<br />
adecuada. Olía la estancia a ambientador sintético<br />
que los entendidos de nariz solían<br />
identificar con un sucedáneo de olíbano, aromática<br />
variante que predisponía a la concentración,<br />
y a ir dejando al albur de la voluntad<br />
de la Tuerta el control de la personal iniciativa.<br />
Para insonorizarla, la Tuerta había mandado<br />
acolchar sus paredes, pues no era cosa,<br />
como sucediera en las primeras sesiones, de<br />
que a los diálogos entre vivos entristecidos y<br />
muertos torturados se sumara la música de<br />
los pasodobles, especialmente los trompetazos<br />
de “España cañí” o “En er mundo” que<br />
sonaban al otro lado durante el espectáculo<br />
cabaretero. Su profesionalidad no podía permitir<br />
que estas personas tan especiales y tan<br />
susceptibles, llegaran a pensar que aquel<br />
negocio no era serio y respetable.<br />
Apenas acomodaba ante la mesa camilla<br />
al cliente, mandaba que sirvieran a este un<br />
café o un licor, o lo que deseara tomar, mientras<br />
ella desaparecía por la puerta del fondo.<br />
No tardaba en volver, majestuosa, con el turbante<br />
encasquetado y el ojo izquierdo de<br />
cristal corriente sustituido por el bueno, redondeada<br />
piedra semipreciosa adquirida a un<br />
mangón que se hizo pasar por comerciante<br />
recién llegado de la India, que era como decir<br />
revestida de sus poderes y dispuesta a entrar<br />
en trance.<br />
La médium tomaba asiento frente al pagano,<br />
y en un susurro dulzón y pegajoso, que<br />
aquél percibía como agria mezcla de sudor y<br />
ensalada de tomate y cebolla, le iba preguntando<br />
sobre su parentesco con el difunto, le<br />
iba sonsacando detalles acerca de su personalidad<br />
y sobre las circunstancias de su desaparición.<br />
La intermediaria justificaba esta<br />
curiosidad con la explicación de que la información<br />
le era imprescindible para individualizar<br />
el espectro en su consciencia, para<br />
localizarlo en el etéreo firmamento, para despertarlo<br />
y, al fin, irlo convenciendo de que<br />
debía acudir a la cita.<br />
De aquí que fuese bajando los párpados,<br />
rematados en largas, artificiosas y empastadas<br />
pestañas, a medida que completaba el<br />
conocimiento del alma en pena; y de aquí<br />
que fuera elevando abiertas las cuidadas<br />
manos como en una invocación a los más<br />
altos poderes.<br />
De esta manera pasaba al ensimismamiento,<br />
estado catatónico en que su respiración<br />
in crescendo acababa en profundísimos<br />
suspiros y en tenues sonidos que su agitada<br />
garganta liberaba, como mujer a punto de<br />
orgasmo súbito y gratuito; cuerpo y alma de<br />
Paca la Tuerta empeñados, a tenor de un rostro<br />
hinchado y enrojecido, en que los presentes<br />
comprobaran lo que costaba traer y<br />
acercar –como en doloroso parto mayeúticoel<br />
alma en pena a la que se pretendía consolar<br />
o preguntar sobre su estado de salud y<br />
sobre sus necesidades perentorias.<br />
Hasta que gruesas gotas empezaban a<br />
perlar la frente de la Tuerta, y su ojo izquierdo<br />
lanzaba un particular destello, finísimo<br />
rayo láser, que pasando sobre la cabeza<br />
de quien tuviera enfrente, traspasaba la<br />
pared y corría a herir el lado oscuro de la estrella<br />
elegida en la inmensidad del firmamento,<br />
allí donde vegetaba el ánima<br />
solicitada.<br />
En este punto leves chasquidos de origen<br />
desconocido empezaban a llamar la atención<br />
del pariente, ruidos que la médium consideraba,<br />
en riguroso criterio empresarial, imprescindibles<br />
para sobrecoger el ánimo y<br />
domeñar la fe del cliente. Hasta que el temor<br />
creciente sometía la voluntad del julai a visión<br />
de un más allá descorazonador.<br />
Un poco más de tensión, de ruido, de misterio,<br />
y el primo de turno acababa viendo y<br />
oyendo, por efecto de la fuerte sugestión<br />
obrada por el ojo de la Tuerta y por los ruidos<br />
misteriosos, el ectoplasma del ser querido<br />
impreso en la pared frontera.<br />
Tras el serio incidente del fútbol en el Bar<br />
El Encuentro, a raíz del cual Secundino Riaño<br />
quedó fichado por la brigada político-social<br />
como rojillo y “persona desafecta al régimen”,<br />
únicamente el Prócer habría podido<br />
alejar sus miedos y convencerlo para que pusiera<br />
sus extraordinarias facultades al servi-<br />
Página 41
cio de la Tuerta, mediante garantía cierta de<br />
impunidad, caso de que las cosas vinieran<br />
mal dadas.<br />
De manera que tan pronto como el Culiparla<br />
recibía aviso de la médium, prestamente<br />
se echaba al coleto un par de copas<br />
de Fundador y desaparecía del puesto que<br />
estuviera ocupando, versión obtenida de<br />
cierto informador que en aquel entonces trabajaba<br />
de camarero en la venta de Miguelote.<br />
Lo de las dos copas de coñac debía de<br />
ser para concentrarse y para echarle valor a<br />
la cosa.<br />
En la oscuridad del cuartucho aledaño del<br />
que ocupaba la Tuerta y su cliente, el Culiparla<br />
repetía unos cuantos ejercicios abdominales<br />
mientras se iba acercando al<br />
tabique, y a un extraño gritito de la jefa, con<br />
habilidad inaudita, se apresuraba a imitar las<br />
estropeadas gargantas de los muertos.<br />
Pocos hubieran podido creer que la voz de<br />
aquellas invisibles criaturas en forma de<br />
gangueos que denotaban lejanía y conformidad<br />
a dejarse sentir en el mundo de la materia<br />
que un día fuera también el suyo, tuviese<br />
procedencia escatológica. Una voz que impresionaba<br />
al escucharla y muy aparente<br />
para que los asustados clientes la tomaran<br />
por la verdadera de sus deudos de ultratumba,<br />
extraños ecos ascendiendo desde<br />
simas tenebrosas 1 .<br />
Félix J. Alonso Camarero<br />
Página 42<br />
1<br />
El Culiparla estuvo solamente unos meses al servicio<br />
de la Tuerta, tras cuyo tiempo probablemente solicitó el relevo<br />
a su jefe. Aquel trabajo no debía de entusiasmarle precisamente.<br />
Más de una vez experimentaría en su cogote el<br />
aliento del grave peligro que corría cada vez que se prestaba<br />
a tan deleznable impostura, si los engañados le descubrían.<br />
De otra parte, se da cuenta de que las extraordinarias facultades<br />
le van abandonando. Su otra garganta farfulla y tartamudea<br />
a causa del miedo, como si el músculo constrictor<br />
que debía abrir y cerrar con eficiencia la cavidad anal se le<br />
tornara laxo, sin fuerza ni tensión para emitir los preceptivos<br />
sonidos. Hasta el punto que, en cada intervención, el Culiparla<br />
ha de contorsionarse y masajearse el abdomen para reactivar<br />
sus tripas, ejercicios que acababan dejándolo<br />
agotado.<br />
PB
PB<br />
Página 43
PB<br />
Página 44
Ocho días, siete noches<br />
Digan lo que digan desde los distintos púlpitos,<br />
el Cielo no es ni mucho menos como<br />
siempre se ha dicho. En realidad, yo no tenía<br />
malditas las ganas de ir antes de que se encargue<br />
de llevarme por su propio pie la próstata<br />
o —a los setenta nunca faltan<br />
achaques— cualquier otro cantar que se le<br />
tercie (un suponer) al bazo. De hecho, me<br />
parecía meterme a lo tonto en gastos y en<br />
esos menudos desbarajustes que, lo quieras<br />
o no, siempre acarrean los viajes. Pero se<br />
emperraron las chicas, y la mujer no se decidía<br />
a decir (como ella sabe) que no, y allá<br />
que nos fuimos en mayo, premiados por La<br />
Caja: ocho días y siete noches en régimen de<br />
media pensión.<br />
*<br />
Lo primero que (metidos ya en la harina<br />
de los preparativos) me sorprendió, fue el<br />
hecho de constatar en mi propia persona<br />
que, en estos volanderos tiempos que vivimos,<br />
alcanzar el Cielo está tirado. A estas alturas<br />
aún no sé si la mujer y yo nos<br />
merecíamos este premio (que dicho sea<br />
entre paréntesis, la propia Caja concede a<br />
todo aquel que haya cumplido sus bodas de<br />
plata como cliente de la Entidad Crediticia y<br />
tenga en ella domiciliada su pensión), pero<br />
para mí tengo que Teodosio el de Las Alhóndigas<br />
(que se ha pasado la vida de farra en<br />
farra sin que en su casa tuvieran ni qué<br />
echarse al coleto las liendres que le devoraban<br />
a la mujer y a los chicos) no se merecía<br />
el Cielo ni de rebote; y sin embargo allí estaba,<br />
dentro del autocar que nos llevaría<br />
desde el pueblo al aeropuerto, dándole desde<br />
primera fila a la bandurria, celebrando con<br />
una jota pamplonica su reciente viudez.<br />
—¡Coño, Teodosio! —me asombré al verlo<br />
allí—. ¿Cómo tú también por aquí?<br />
—Pues ya ves, Teófilo —me replicó muy<br />
farruco—. Voy a ver cómo se las va apañando<br />
Allá Arriba la difunta —aseguró.<br />
*<br />
Con todo, lo peor que tenía (y seguirá por<br />
mucho tiempo teniendo, supongo) el Cielo<br />
para mí, es que, mientras no ingenien otro<br />
aparato más aparente, sólo se puede alcanzar<br />
la Corte Celestial en avión. Durante semanas<br />
se lo estuve machacando a la mujer<br />
por activa y por pasiva, a ver si (contra el criterio<br />
de las chicas) le conseguía meter en su<br />
natural asustadizo mi canguelo cerval y la<br />
acababa inclinando así hacia el nones definitivo;<br />
pero ya que con la parienta no me había<br />
resultado, en cuanto nos acomodamos en el<br />
autobús, lo intenté con la asistente social.<br />
—Pero si no es nada, don Teófilo —me recriminó<br />
la muchacha—. Ya lo comprobará en<br />
cuanto se monte.<br />
¡Jodó nada, dice! Pueden creerme que se<br />
le ponen a uno de gargantilla en cuanto empieza<br />
la azafata con todo ese repertorio de<br />
apretarse el cinturón, inflar el chaleco salvavidas<br />
y localizar de reojo las puertas de<br />
emergencia por si toca salir pitando; y, por<br />
las caras pálidas y visajes que yo veía en mis<br />
vecinos de asiento, sobre poco más o menos<br />
cavilaba cada quien. Menos Teodosio el de<br />
Las Alhóndigas (¡cómo no!) que, por lo visto,<br />
ya había estado hasta tres veces en Cancún<br />
y allí se encontraba tan tranquilo, al pie de la<br />
vistosa azafata como un perrillo zalamero,<br />
derritiéndole con los ojos las prietas sisas del<br />
traje.<br />
*<br />
Siempre se ha oído decir que lo mejor del<br />
Cielo son sus playas, pero para mí tengo<br />
(acaso por ser de secano; de páramo, para<br />
más pistones, y en esto coincido con Teodo-<br />
Página 45
sio) que el agua es para las ranas. De modo<br />
y manera que, en cuanto por fin aterrizamos<br />
con el resuello en la nuez, lo primero que del<br />
dichoso Cielo me chocó fue ver con mis propios<br />
ojos que el bendito san Pedro es en realidad<br />
un chiquito joven, con corbatas<br />
reschiqueantes de flores y colorines que<br />
(como los curas se cambian cada día la casulla<br />
para decir la misa), cada día de la semana<br />
san Pedro va cambiándose las corbatas<br />
de tono. Pero, en efecto, sí, allí estaba, a la<br />
puerta de LLEGADAS, con los nombres de<br />
todo quisque apuntados en un imponente<br />
cartapacio.<br />
Ni uno solo le falló, aunque no lo crean. Ni<br />
siquiera (lo que tiene su mérito, con tanto<br />
personal de todas partes como le acorralamos<br />
de repente) se le escapó un apellido trabucado.<br />
Así que, cuando llegó a la pe, san<br />
Pedro leyó bien clarito:<br />
—Pérez García, Teófilo.<br />
—¡Presente! —me identifiqué sin rechistar.<br />
¡Imponía su respeto la dichosa lista, jodó,<br />
ya lo creo! ¿Y del tamaño del Cielo, qué decirles?<br />
¡Es enorme todo aquello, no se crean!<br />
Y es que, en cuanto por el grosor de la carpeta,<br />
reparé en el bendito san Pedro, le había<br />
dicho a la mujer:<br />
—Ya está. Ahora nos irá diciendo, tú para<br />
aquí, tú para allá, y adiós muy buenas.<br />
Pero ¡quiá! Con decirles que, en cuanto<br />
nos acabó de pasar lista, ¡tuvimos que subir<br />
todos a otro tranvía!<br />
*<br />
La casualidad quiso que, de camino hacia<br />
nuestras definitivas dependencias celestiales,<br />
Teodosio el de Las Alhóndigas, se sentara en<br />
el asiento de atrás del nuestro.<br />
—¿Qué te ha parecido san Pedro, Teófilo?<br />
—me chistó en la oreja derecha.<br />
—La verdad —revolviéndome en el<br />
asiento, reconocí—, no me lo esperaba tan<br />
muchacho.<br />
—¡Ya, ya! —me corroboró la mujer—. ¡Menudo<br />
bien conservado que está! ¡Pero si está<br />
hecho un chaval!<br />
—¿Y esa corbata de margaritas y tulipanes<br />
lila, no les chocó”? —insistió Teodosio por lo<br />
bajines.<br />
—A mí, sí, la verdad —convino la mía—. Yo<br />
desde siempre le había imaginado con una<br />
túnica de sarga zurcida y echada a perder de<br />
color —explicó—. Con la de gente de cualquier<br />
ralea que a diario ha de pasar por sus<br />
manos, supuse que, de tanto lavarla y relavarla,<br />
haría siglos que se le había echado a<br />
perder.<br />
—Tomen buena nota —sin más ni más, y<br />
demasiado alto para mi gusto, nos chistó de<br />
nuevo Teodosio—: ese san Pedro es marica.<br />
Se lo digo yo, que no se me escapa ni uno —<br />
insistió—. Y si no, al tiempo —dijo—. Con<br />
corbatitas de tulipanes lila y margaritas —<br />
sentenció—, maricón seguro.<br />
*<br />
Nada más llegar al Hotel Paradiso del<br />
Cielo, en cambio, el bendito san Pedro volvió<br />
a tirar de lista y, en un plisplás, asignó habitación<br />
a todo quisque. También nos advirtió<br />
que, para lo que les pudiéramos necesitar, se<br />
encontraban a nuestra disposición dos ángeles<br />
de la guarda (chico y chica) por planta.<br />
—Aquí algo falla, Teódula —espeté a la mía<br />
en cuanto nos encerramos con llave en el esmirriado<br />
cuartucho que nos había correspondido,<br />
en el primer piso y con una vista<br />
panorámica preciosa (según el buen conformar<br />
de la mía) al enjambre de tubos de ventilación<br />
y chimeneas que brotaban del sótano<br />
y de las cocinas. —¿No teníamos hasta ayer<br />
nuestro personal ángel de la guarda cada hijo<br />
de vecino? —la pregunté—. ¿No estábamos<br />
convencidos de que los ángeles, precisamente<br />
por ser ángeles, no eran ni hembras<br />
ni varones?<br />
—A lo mejor aquí en el Cielo esas cosas ya<br />
no rigen —sugirió la mujer—. ¡Es tanto el<br />
personal que, con ángel de la guarda y toda<br />
pesca, se echa a perder tan remataditamente<br />
la Tierra. Que acaso tengan que reforzar, con<br />
los ángeles de aquí arriba, las custodias de<br />
los de allá abajo…<br />
Era una explicación, sí; pero sólo me convencía<br />
a medias, e insistí:<br />
—Y del sexo, ¿qué me dices?<br />
Pero como en tantas otras ocasiones terrenas,<br />
no le dio lugar a la mía a una respuesta<br />
al respecto, porque en ese mismo<br />
instante escuchamos un chiflido y nos asomamos<br />
corriendo al ventanuco que nos había<br />
tocado en suerte. Allá arriba, en la empinada<br />
torre de pisos de la izquierda, tocando casi<br />
con los dedos las estrellas, se encontraba<br />
Teodosio en camiseta de tirantes, tan ricamente<br />
encaramado en la lustrosa balaustrada<br />
de una terraza descomunal.<br />
—¡La suite nupcial! —clamó triunfante.<br />
Página 46
—Jódete, Teódula! —espeté a la mía—. Por<br />
tachar a san Pedro de marica, mira lo que le<br />
toca.<br />
—Será cosa de su difunta, hombre de Dios<br />
—restando hierro a tan flagrante injusticia,<br />
argumentó—. Como hace ya tres semanas<br />
por lo menos que la enterramos, la buena de<br />
la Teótima habrá movido sus influencias para<br />
que les proporcionen el cuarto más aparente<br />
para tan feliz reencuentro.<br />
*<br />
Aunque aquel día del viaje al Cielo, en el<br />
pueblo, nos habíamos levantado de la cama<br />
bastante antes de maitines, de que quisimos<br />
deshacer la maleta y darnos un atusón de<br />
gato ya se había hecho la hora de la cena.<br />
Fue Liliana —la chica, muy mona embutida<br />
en su mini azulcielo, y no Gabriel, el otro<br />
ángel de la guarda de la planta, también muy<br />
apuesto en su traje azulmarino de entretiempo—<br />
la encargada de anunciarnos tan<br />
buena nueva.<br />
—Nos darán ahora alguna cosa de sustancia<br />
—sugerí con mi mejor sonrisa a nuestro<br />
ángel custodio de planta cuando volvimos a<br />
tropezarnos con ella frente al ascensor,<br />
donde la angelical muchacha se devanaba los<br />
sesos de pie con un libro de sudokus—. No<br />
me negará que dar el nombre de comida de<br />
cristianos a ese piscolabis que nos sirvieron<br />
en el avión —expliqué— parece cuando<br />
menos una herejía anglosajona…<br />
—Seguro —confirmó Liliana, inmersa en<br />
sus numéricas operaciones—. Planta cero,<br />
por esta escalera. Selfservice, caballero —y<br />
como debió comprender que yo me había<br />
quedado con su explicación a dos velas,<br />
agregó con ese sonsonete que siempre identifico<br />
con el de las máquinas expendedoras<br />
de tabaco: —Que pueden comer y beber<br />
cuanto quieran de lo que más les peta.<br />
No —musité a la mía lo más discretamente<br />
que pude—, si a lo mejor, hasta nos ponen<br />
vino…<br />
—Ecológico, sí señor —replicó al punto Liliana<br />
con su vocecita enlatada.<br />
*<br />
La cena, para ser cena, pase (siempre le<br />
oí decir a mi difunto padre que hay que cenar<br />
ligero, que de grandes cenas están las sepulturas<br />
llenas); pero que en el mismísimo bar<br />
del Cielo, pagando, sirvan Soberano de garrafa,<br />
ni siquiera a mi Teódula (que en tantos<br />
asuntos es una santa y a cualquier puntapié<br />
que reciba le encuentra atenuante) le pareció<br />
propio de un establecimiento que ostenta<br />
desde su mismo rótulo el título de paradisíaco.<br />
—Verdaderamente, no hay derecho, Teófilo<br />
—refunfuñó con el terrestre rictus de sus<br />
más íntimos ultrajes—. ¿Puedes creer que<br />
también mi Anís del Mono es de a granel,<br />
exactamente del mismo garrafón con que te<br />
suelo hacer en casa el pacharán?<br />
Teodosio, en cambio, ya estaba en un reservado,<br />
con una buena botella de Chivas legítimo<br />
sobre la mesa, la cubitera del hielo a<br />
un lado y un ángel de la guarda de planta (de<br />
sexo bien patente desde su mismo escote)<br />
sentada enfrente.<br />
—Apunta, Teódula —con un codazo discreto<br />
y señalando al de Las Alhóndigas con<br />
los ojos, sugerí a la mía, para que luego no<br />
me venga con que siempre ando inventando<br />
infundios.<br />
—Pobre difunta —murmuró condolida a la<br />
vista de lo evidente—: ¡que ni siquiera en el<br />
Cielo la guarde este pasmarote el luto ni el<br />
respeto!<br />
*<br />
Total, que con unas cosas y con otras,<br />
nuestra primera nochecita en el Cielo no tuvo<br />
nada que reprochar a las noches comunes y<br />
corrientes de nuestros cuarenta y siete años<br />
de discreto y pedestre matrimonio. Al contrario;<br />
se conoce que como extrañábamos todo<br />
menos el demasiado terrenal cuerpo del otro,<br />
nos pasamos la noche en vela con el único<br />
aliciente de la tele.<br />
Mi Teódula sabe de sobra que a mí, aparte<br />
de La mujer del tiempo, la televisión suele<br />
sobre todo depararme una reconfortante soñarrera,<br />
y por probar si así lograba pegar ojo,<br />
la pobre tiró de mando. Pero, ¡en qué hora!<br />
En vez de los espacios piadosos o las telenovelas<br />
basadas en las ejemplares vidas de los<br />
santos (que la mujer esperaba sin duda encontrar<br />
en pantalla), aquella tele de sesenta<br />
y cuatro pulgadas no daba otra cosa que películas<br />
de destape. ¡Y qué destape, válgame<br />
Dios! Con decirles que hasta a un servidor<br />
(que, de recién casados, me emperré en que<br />
la novia o se quitaba el camisón o la repudiaba<br />
por melindres) ¡me causaba sonrojo<br />
ver tan a lo vivo hacerse de todo aquellos<br />
maromos que aparecían en porreta cruda!<br />
—Debe depender del satélite —sugerí por<br />
disculpar de algún modo aquel inaudito despelote.<br />
Y me apoderé del mando. A sabiendas<br />
que, de no hacerlo así, mi mujer acabaría<br />
estampándolo contra la pantalla y haciéndola<br />
trizas (y tampoco era el caso de arrimar otro<br />
gasto estúpido más al bolso).<br />
Página 47
Así que, con este imprevisto percance, ya<br />
tuve servido el tostón para el resto de la<br />
noche<br />
—¡Tengo un disgusto tan grande, Teófilo!<br />
—se pasó las horas rezongando la mujer—.<br />
¿A esto tenían las chicas tanto interés en<br />
traernos? ¿A estas cochinadas es a lo que<br />
ellas se aplican cuando dicen que se vienen<br />
de puente?...<br />
*<br />
En el comedor, a la hora de nuestro primer<br />
desayuno en el Cielo, las caras estragadas y<br />
de circunstancias me pareció que predominaban.<br />
Quien más, quien menos, supuse, la<br />
mayoría se habría pasado las horas mano<br />
sobre mano, como habíamos pasado la noche<br />
la mía y yo, esperando que sonara en nuestro<br />
auxilio el toque redentor de diana.<br />
—¿Ustedes creen que nos llevarán hoy<br />
mismo ante la presencia de Señor? —se interesó<br />
una señora que viajaba sola y que se<br />
había sentado a nuestra mesa a remojar su<br />
escueta bolsita de té—. El bizarro ángel de la<br />
guarda de mi planta no me había sabido decir<br />
ni que sí ni que no —explicó.<br />
—Por la mañana —argumentó otro comensal<br />
que también desayunaba solo en la mesa<br />
de al lado y que era evidente que mostraba<br />
más interés por la señora del té que por ver<br />
a Dios—, tengo entendido que toca playa…<br />
—¡Jesús, María y José! —se escandalizó<br />
muy coqueta la del té—. ¡Playa, a nuestras<br />
edades!<br />
—Yo setenta cumplí en marzo —alardeó mi<br />
Teódula por darle coba.<br />
—Quién los tuviera, querida —se decepcionó<br />
como en broma nuestra comensala—.<br />
Yo —agregó—, por educación, hasta los<br />
ochenta no confesé a nadie la edad; pero<br />
desde aquella lejana fecha aprovecho la<br />
menor ocasión que se me brinda para proclamar<br />
los años que tengo —y la mujer se detuvo<br />
en su alocución, se atusó la permanente<br />
con resabiados toquecitos de pizpireta, y preguntó<br />
al señor de la mesa de al lado que, en<br />
mi opinión, de buena gana renunciaría por<br />
ella a Dios: —¿Cuántos me echa usted?<br />
—Treinta y siete —como un rayo, calculó<br />
el galán.<br />
—¡Bingo! —celebró, atorándose de risa la<br />
del té—. Le aseguro, caballero, que es lo más<br />
bonito que me dicen, cuando menos, desde<br />
la caída de Primo —y, como si ya ni la mía ni<br />
yo compartiéramos con ella mantel, añadió—<br />
: —Lo crea usted o no, para el próximo sábado<br />
su segura servidora coronará el siglo.<br />
*<br />
Puesto que por la mañana, en efecto, tocó<br />
playa, en la playa de los Santos Padres estuvimos,<br />
sentaditos la mujer y yo en un banco<br />
del paseo marítimo con la ropa de lso domingos,<br />
a la sombra de un árbol del cielo que<br />
hacía meses que había perdido las flores y<br />
comenzaba a cambiar la hoja.<br />
Como por lo visto en el Cielo mayo es temporada<br />
baja (la temporada alta, según Liliana,<br />
va de noviembre a febrero, que es<br />
cuando, se conoce que por culpa del frío, más<br />
viejos del Primer Mundo la palman), la playa<br />
de los Santos Padres estaba copada por cuatro<br />
gatos; pero se estaba bien de veras allí<br />
sentados, con la brisa del mar levantando las<br />
faldas a las escasas muchachas que recorrían<br />
muy formalitas la costa, oteando el ir y venir<br />
de los barcos que surcan el horizonte y recalan<br />
en el recoleto puerto de al lado, trasladando<br />
al personal del Cielo al Infierno o al<br />
Purgatorio, trayéndolo hasta aquí desde los<br />
distintos destinos eternos.<br />
—Ya que nos hemos metido en gastos —<br />
propuse a la mujer ante aquel colorista ir y<br />
venir de embarcaciones de tantos rumbos,<br />
formatos y calados—, no estaría de más<br />
coger un día el ferry del Infierno y dar por allí<br />
un garbeo a ver aquello…<br />
Como era de esperar en ella, ante mi inocente<br />
sugerencia la Teódula se hizo de cruces.<br />
—¡Tienes cada ocurrencia, desde luego,<br />
majo! —se quejó—. Todavía que me digas<br />
tomar el catamarán del Purgatorio, bueno y<br />
pase; pero, ¡hala, de buenas a primeras al<br />
Infierno nada menos!<br />
—Teodosio el de Las Alhóndigas —argüí—,<br />
dicen que se ha ido esta misma mañana en<br />
el primero del día.<br />
—¡Bonito ejemplo, sí señor! —me reprobó.<br />
Y con cristiana resignación, añadió—: —Teodosio,<br />
el hombre, se ha tenido que marchar<br />
en busca de su difunta, por lo visto. Se rumoreaba<br />
que nadie le ha sabido dar aquí<br />
razón de la pobre Teótima.<br />
*<br />
Según Gabriel —el otro ángel de la guarda<br />
de nuestra planta—, por no sé qué enredos<br />
de fechas del Señor, se nos garantizó que<br />
tampoco aquella primera tarde nos llevaría a<br />
ver a Dios. Y yo ya me escamé, la verdad.<br />
Subía de malaúva del comedor al cuarto,<br />
Página 48
donde acababa de comprobar que la comida<br />
de mediodía del Hotel Paradiso se parecía<br />
como un hijo a un padre al tentempié del<br />
avión, cuando Gabriel nos anunció la nueva.<br />
Así que, sumando a la noticia el hecho de<br />
que a la noche tendríamos que pagar la esmirriada<br />
cena que el régimen de media pensión<br />
no incluía, en cuanto nos encerramos en<br />
el cuartucho a intentar echar la siesta, dije a<br />
la mujer:<br />
—Si el Infierno te parece demasiado<br />
riesgo, al Purgatorio, Teódula; pero yo me<br />
marcho de aquí en esto en el primer ferry.<br />
—¡Pero qué mal conformar tienes siempre,<br />
Teófilo, hijo! —regurgitó.<br />
—Tú me contarás —me embalé—: sin<br />
cenar, sin dormir y ahora sin comer en<br />
forma…<br />
—Pero si siempre se ha oído decir que la<br />
comida ligera es la mejor para los viajes —<br />
se empeñó, y se me quedó mirando con esa<br />
sorna tan suya que siempre usa cuando pretende<br />
agregar algo atrevido—. ¿Ya hiciste de<br />
vientre, Teófilo? —preguntó.<br />
—¡No! —exploté—. ¡Como para hacer de<br />
vientre está uno con este régimen!<br />
—¡Qué tendrá que ver el régimen, mequetrefe?<br />
—comenzó a ponerse quirúrgica—. No<br />
haces de vientre por el trastorno del esfínter.<br />
En los viajes se contraen los esfínteres y…<br />
—Bueno, vale —la corté—. Para ti la perra<br />
gorda. ¿Pero qué me dices de viajar al Purgatorio<br />
a pasar la noche? —insistí. Y por arrimar<br />
otro poco el ascua a mi sardina,<br />
agregué—: Es imposible que allí nos toque<br />
peor cuarto y que pasen por la televisión películas<br />
menos edificantes…<br />
—Pero una noche solamente —accedió—.<br />
Por probar y poder contárselo a las chicas a<br />
la vuelta.<br />
—Una noche de momento, sí señora; trato<br />
hecho —concedí—. Si viene a mano —me ilusioné—,<br />
hasta en el Purgatorio nos entra la<br />
cena en el precio.<br />
*<br />
En el catamarán del Purgatorio de las<br />
17:03, el viaje fue visto y no visto. Ni siquiera<br />
sufrimos una vasca de esas que<br />
(siempre se ha dicho) suelen padecer los de<br />
secano cuando se hacen a la mar. La mujer<br />
se pasó el viaje de cháchara con la centenaria<br />
del té y su reciente don Juan (que también<br />
habían decidido trasladarse al Purgatorio<br />
con la esperanza de que, aun fuera del matrimonio,<br />
les concediera la misma habitación).<br />
—Tengo entendido —decía la mujer— que<br />
en el Purgatorio no son estrictos con los documentos<br />
legales y que suelen admitir sin<br />
demasiados remilgos esa figura jurídica tan<br />
moderna que ahora llaman parejas de hecho.<br />
Pero la diferencia primera que uno aprecia<br />
al llegar desde el Cielo al Purgatorio es de ornamento.<br />
Así como en los alrededores del<br />
Hotel Paradiso predominaba el árbol del cielo<br />
como planta de jardín, en el Purgatorio es el<br />
geranio el tiesto piloto.<br />
—No son geranios, señora —aclaró la centenaria<br />
con esa confianza en sí misma que<br />
comenzaba a exasperarme—. Se les parecen,<br />
no le voy a decir que no, pero en realidad son<br />
pelangonios; unas matitas mucho más finas<br />
de color y variados de matiz que el geranio<br />
común, tan simplón.<br />
—¡Ah! —boquiabiertos, aceptamos la<br />
mujer y yo tan docta explicación.<br />
Geranios o pelangonios, lo cierto es que,<br />
nada más desembarcar, yo me encontré en<br />
familia; a lo que pronto se sumó, para redondear<br />
esta impresión, el hospedaje. En el Purgatorio<br />
no se estilan todavía los ostentosos<br />
hoteles modernos; allá quien aún manda es<br />
la tradicional fonda. El representante de san<br />
Pedro (un tal Fructuoso) lleva el control del<br />
personal en una escrupulosa libreta común y<br />
corriente y —al parecer ignorante del uso y<br />
abuso de las corbatas— viste de calle; ni<br />
bien, ni mal; ni de colorines, ni fúnebre.<br />
—Pérez García, Teófilo —como san Pedro<br />
en el aeropuerto, repitió Fructuoso en el<br />
puerto, al pie del catamarán.<br />
—Presente —dije.<br />
—Fonda Facundo —sentenció.<br />
—A mandar —obedecí.<br />
*<br />
El primer alivio que encontró en la fonda<br />
mi mujer fue comprobar que en el cuarto que<br />
nos asignaron no había televisión. En su<br />
lugar campaba un Sagrado Corazón de Jesús<br />
como Dios manda en la puerta de entrada; y<br />
—en vez de los cuadros de rayitas y borratajos<br />
que aturdían las paredes del Hotel Paradiso—<br />
el único adorno que permitían las altas<br />
y recién encaladas paredes de la Fonda Facundo,<br />
era un buen crucifijo de alpaca maciza<br />
sobre la cabecera de la cama de matrimonio.<br />
Además, un trabajado balcón de forja a reventar<br />
de geranios (o de pelangonios), se<br />
abría a una plaza con un quiosco de música<br />
Página 49
en el centro, desde el que en ese momento<br />
interpretaba un pasodoble torero una orquestina<br />
de ángeles, todos sin alas, pero<br />
aderezados con una pajarita a juego.<br />
—Fíjate bien en el de la bandurria —me<br />
susurró la mujer—. ¿No te parece calcadito a<br />
Teodosio el de Las Alhóndigas?<br />
—Quita, quita —me negué a aceptar de<br />
buenas a primeras lo que a todas luces era<br />
patente—. ¿Pero no dijiste que se había ido<br />
esta madrugada al Infierno?<br />
—Eso dijeron en el Cielo, sí —concedió—.<br />
Pero puede haberse dado la vuelta si allá<br />
tampoco localizó a la difunta —razonó—. Ya<br />
sabes que, por lo visto, del Infierno al Purgatorio<br />
gay transbordador a todas las horas en<br />
punto.<br />
*<br />
Por salir de dudas y comprobarlo, dejamos<br />
en la fonda el equipaje y bajamos al baile.<br />
Estaba bastante animado el cotarro, pero<br />
quedaba holgura de sobra para marcarse un<br />
chotis madrileño, una ranchera mariachi y<br />
hasta una jota serranita con su pertinente<br />
voltereta.<br />
—¡Quién te ha visto y quién te ve, Teófilo,<br />
hijo! —se escandalizó encantada la mujer<br />
cuando vio que la llevaba en volandas sobre<br />
los puntiagudos guijarros del piso—. Creo<br />
que no te había vuelto a ver bailar desde el<br />
día en que nos casamos.<br />
—¿Y tú, Teódula? —repuse. Puestos a destapar<br />
el arcón de los ultrajes, tampoco yo<br />
quería quedarme manco—. ¿A que aquí no te<br />
alborotan los juanetes los adoquines?<br />
Debía ser tan evidente para todo el mundo<br />
que en el Purgatorio la mujer y yo habíamos<br />
dado con la horma de nuestro zapato, que<br />
hasta Teodosio el de Las Alhóndigas (que evidentemente<br />
era el rechoncho ángel de la<br />
bandurria) nos dedicó un pupurri. Luego,<br />
cuando acabó la verbena, se sentó con nosotros<br />
a tomar una naranjada en el chiringuito<br />
de la pérgola, bajo los farolillos chinos.<br />
—Al fin he dado con la Teótima —nos confió<br />
entonces—. En el Cielo me dijeron que se<br />
había enredado con un solista, que los habían<br />
sorprendido dándose el lote en el ofice de la<br />
ropa sucia y que, por eso, los habían arrojado<br />
fulminantemente al Infierno en el primer<br />
ferry. Pero en el Infierno —continuó—,<br />
cuando llegué esta mañana, tampoco estaban<br />
ya. Se conoce que, por buena conducta,<br />
a los cuatro días los habían mandado para<br />
acá, y ahora viven amancebados en la Fonda<br />
Floren. El amante de mi difunta es el que<br />
canta que ustedes han visto —declaró—, y él<br />
ha sido el que ha tenido la deferencia de meterme<br />
de cabeza en la orquesta.<br />
*<br />
La que al parecer no estaba para canciones<br />
era la centenaria del té, con la que volvimos<br />
a coincidir en la cena. A ella y a su<br />
reciente conquista, Fructuoso les había asignado<br />
un cuarto conjunto (como querían),<br />
también en la Fonda Facundo; pero aunque<br />
(con tantos adelantos como hay hoy en día)<br />
la señora reconoció que su don Juan le había<br />
respondido en la cama como corresponde, la<br />
tía finolis ya estaba hartita —según dijo— de<br />
tanto pelangonio, de tanto Sagrado Corazón<br />
y tanto crucifijo oteantes por todas partes,<br />
de tanta orquesta pueblerina dando la murga<br />
a todas horas, y hasta del rancho de reclutas<br />
con horrores de sebo como daban —según<br />
ella con modales absolutamente rústicos—<br />
en el comedor de aquella fonducha.<br />
—En cuanto me sorba este consomé, me<br />
pienso devolver al Hotel Pardiso en el ferry—<br />
búho de medianoche —aseguró envalentonada<br />
y rabiosa—. Ya se lo he advertido a ese<br />
pasmarote que se quedó derrengado allá<br />
arriba, en el cuarto —y, cuando comenzaban<br />
a servir los segundos, se marchó como una<br />
airada princesa a hacer la maleta.<br />
—¡Trucha de río frita con jamón serrano!<br />
—proclamó Filomena, la cocinera, camarera<br />
y esposa de Facundo—. ¿Para quién?<br />
—Servidor —declaré frotándome las<br />
manos.<br />
—El congrio en salsa verde entonces es<br />
para usted —dijo a mi Teódula por una sencilla<br />
regla de tres.<br />
—Así es.<br />
—¿Y la perendengues del consomé, qué ha<br />
sido de ella? —nos preguntó—. A lo mejor se<br />
cree la tía marquesona esa que se va a ir de<br />
mi fonda sin pagar.<br />
—Entonces —insinué— ¿la cena no entra<br />
en el precio?<br />
No señor —resolvió muy flamenca mi duda<br />
capital—. ¡Aquí hay control y coordinación,<br />
no como en su Tierra, amigo mío!—proclamó—.<br />
Ustedes viajan en régimen de<br />
media pensión, señores —comenzó a explicarnos<br />
acaso un poco alto—, y en el Cielo,<br />
según consta bien clarito en la libreta de<br />
Fructuoso, ya tomaron su desayuno y su almuerzo<br />
—y salió arreando hacia la cocina con<br />
los platos vacíos de la excelente sopa de cocido<br />
que habíamos tomado de primero la<br />
Página 50
mujer y yo, anunciando a todo el mundo: —<br />
¡Y la perifuelles del consomé, aunque no<br />
tome no postre, me debe el menú completo!¡Nos<br />
ha merengado! —bufó—. ¡Si esa<br />
tía perejiles se gasta humos, a la Filomena lo<br />
que le sobran son ínfulas!<br />
*<br />
Aunque tuvimos que pagar la cena a tocateja,<br />
aunque tuve que invitar a Teodosio (que<br />
se acercó a la hora del café) a un par de<br />
copas de Veterano, y aunque la carcoma de<br />
la cómoda de la habitación me obligó a pasar<br />
en vela buena parte de la noche, la mujer y<br />
yo coincidimos en la opinión de que en el<br />
Purgatorio nos encontrábamos mucho más a<br />
nuestras anchas que en el dichoso Cielo. La<br />
comida era de sustancia y abundante. El hospedaje<br />
—aun descontando el ronchar de la<br />
carcoma— resultaba espacioso y de fuste. Y<br />
el ambiente —a pesar de Filomenas con ínfulas<br />
y centenarias con humos— de lo más<br />
recomendable, concluimos de vuelta en el<br />
cuarto. Hasta se puso melosa la Teódula en<br />
cuanto nos desnudamos —yo creo que por<br />
culpa del anisete casero a que nos invitó Facundo<br />
cuando le cancelamos la cena.<br />
—¿Y qué hacemos mañana? —pregunté<br />
cuando, rematada la faena, volvió la mujer<br />
del baño de hacer sus abluciones—. De mi<br />
voto —opiné—, me quedaba a pasar aquí los<br />
siete días que aún nos faltan.<br />
—¡¿Sin regresar al Cielo ni a ver a Dios siquiera?!<br />
—se escandalizó medio en broma,<br />
bien acurrucadita contra mí.<br />
—Sin pasar por el Cielo, sí señora —confirmé—.<br />
¿Para qué? Ya conocemos de sobra<br />
el programa que allí nos aguarda —argumenté—:<br />
comida ligera y pornotele en el<br />
hotel, y en la calle, sol y playa…<br />
—Y la visión de Nuestro Señor, si encuentra<br />
un rato libre en sus ocupaciones —apuntó<br />
la mujer.<br />
—Ahí lo has dicho —señalé—, si encuentra<br />
un rato. Yo creo que no merece la pena<br />
arriesgarnos a pasar una semana de pornografía<br />
y comistrajos con la sola esperanza a<br />
alcanzar a ver un instante a Dios —confesé.<br />
La Teódula se lo quedó pensando mientras<br />
me retorcía los cuatro vellos que todavía conservo<br />
sobre el esternón (que es como ella,<br />
cuando está de buenas, medita). Yo creo que<br />
le sonaba a cosa de herejes mahometanos lo<br />
que le acababa de decir, que se preguntaba<br />
si mi sincera y espontánea opinión del Cielo<br />
no traería cola, y acabara teniendo nefastas<br />
repercusiones de cara a nuestras respectivas<br />
y eternas salvaciones; y, sobre todo, se devanaba<br />
los sesos inquiriendo la opinión que<br />
les merecería a las chicas nuestro cambio de<br />
planes. Al fin, después de un buen rato de<br />
cavilaciones suyas a cuenta de mis cuatro<br />
pelos, declaró:<br />
—Bueno: mañana por la mañana, purgatorio<br />
otra vez; y durante la comida de mediodía<br />
en la fonda, decidimos si seguimos o nos<br />
vamos. ¿Te parece?<br />
—Es un programa —concedí.<br />
*<br />
A pesar de este acuerdo de última hora,<br />
durante el insomnio de la carcoma repasé la<br />
sobremesa de la cena que habíamos compartido<br />
con Teodosio. Según él, el infierno era<br />
tan digno de verse como el Purgatorio y el<br />
Cielo, y estaba en sus planes no regresar a<br />
la Tierra sin darse antes un voltio por el<br />
Limbo recóndito.<br />
Hasta donde pueda resultar fiable el criterio<br />
de Teodosio y su inseparable bandurria,<br />
así como la planta más ornamental más señera<br />
del Cielo es el árbol de su nombre, y la<br />
del Purgatorio el pelangonio; la planta del<br />
jardín del Infierno —aunque, según él, abunden<br />
las zarzas, los abrojos y los cactus— es<br />
el cardo.<br />
—¿Borriquero? —quise cerciorarme.<br />
—Principalmente, sí señor —confirmó—:<br />
borriquero.<br />
La comida, en su opinión, no está mal,<br />
aunque abunde el bote de precocinado, listo<br />
para calentar. Las playas, tan buenas como<br />
las del Cielo, aunque la arena negra las dota<br />
de un agorero no sé qué. Y el hospedaje, sin<br />
lujos, resulta de lo más pintoresco —adujo.<br />
—A mí me asignaron un cuarto para hombre<br />
solo —confesó—en el Hostal Galerna, al<br />
borde de un acantilado que quitaba el hipo al<br />
más pintado, sobre todo al ver desde la terraza<br />
el oleaje bramando abajo. Acojonaba<br />
un poco, sí —reconoció—, pero probablemente<br />
esa sea la mejor panorámica que la<br />
eternidad pueda algún día depararme.<br />
—¿Y tienen tele en las habitaciones? —<br />
quiso saber la mujer.<br />
—¡Ya lo creo! —confirmó—: ¡Pantalla gigante,<br />
con el mejor fútbol de todos los tiempos<br />
a cualquier hora y en cada canal!<br />
*<br />
Si las cosas eran como Teodosio nos las<br />
había pintado, pues tampoco parecía el Infierno<br />
el lugar imposible que ha gozado<br />
desde siempre de tan mala prensa —pensaba<br />
Página 51
entre mí durante el insomnio de la carcoma—<br />
. Ver una y otra vez, en pantalla gigante y<br />
hasta el fin de los tiempos, el golazo que<br />
Marcelino le endiñó a Rusia hace cincuenta<br />
años, me pareció penitencia mucho más soportable<br />
que el quebranto de huesos y el rechinar<br />
de dientes que siempre se nos ha<br />
dicho —concluí. Y en cuanto al encanto del<br />
cardo como planta ornamental, ¿qué decirles?<br />
Sin ir más lejos, en Escocia tengo entendido<br />
que el cardo es la enseña nacional y no<br />
por ello dejan de fabricar el mejor güisqui…<br />
—¿No duermes? —en un susurro, como<br />
entre sueños, me preguntó la mujer.<br />
—Ahí ando —confesé—, a salto de mata,<br />
como siempre.<br />
—A mí me ocurre otro tanto —bostezó—.<br />
¿Puedes creer que no se me quita del pensamiento<br />
Teodosio? —declaró—. En cuanto cierro<br />
los ojos, ahí lo tengo, entre ceja y ceja,<br />
tocándome la bandurria hasta el incordio.<br />
—¿Y dónde te la toca en concreto? —me<br />
preocupé.<br />
—En la pérgola. Él, entre los guijarros, haciendo<br />
esas cabriolas y gansadas que suelen<br />
hacer los tunos; y en el quiosco de la música,<br />
como asomada a un balcón enrejado, servidora.<br />
—Pues ándate con ojo —socarrón, me intenté<br />
sin embargo curar en salud—. Ya sabes<br />
que el amigo tiene una fama de vivalavirgen<br />
que para qué. A ver si después de cuarenta<br />
y siete años de fidelidad en la Tierra, la<br />
vamos a tener a estas alturas tú y yo —agregué<br />
amoscado.<br />
*<br />
Efectivamente: en cuanto bajamos a desayunar<br />
a primera hora, allí estaba Teodosio<br />
el de Las Alhóndigas, esperando como un<br />
pasmarote en el comedor, con su instrumento<br />
enfundado y, envuelto en papel de estraza,<br />
un manojito de nomeolvides para mi<br />
Teódula.<br />
—Toma —le dijo—, para que te sirvan de<br />
recuerdo de tu paso por el Purgatorio —y sin<br />
sentarse a tomar un cortado ni dar señales<br />
de haberme visto, anunció: —Yo parto ahora<br />
mismo al Limbo en gira relámpago con la orquesta.<br />
Para mí tengo que fue entonces, mientras<br />
desayunábamos sin hambre platos de contundente<br />
enjundia, cuando comenzaron a<br />
torcerse las cosas entre la mujer y yo. En la<br />
mesa, con aquel ramillete de florecillas ultrajantes,<br />
parecía no haber espacio ni para acomodar<br />
la comanda.<br />
—A ver, señores, elijan —nos urgió Filomena<br />
personándose con una bandeja de turmas<br />
y riñones a la brasa en una mano y el<br />
porrón de morapio en la otra—. O las flores,<br />
o el condumio.<br />
Aunque yo me agarré al porrón y la Teódula<br />
depositó los nomeolvides sobre el<br />
asiento libre del ausente, sentí la presencia<br />
de Teodosio no sólo en el comedor de la<br />
fonda, sino también en cada rincón del Purgatorio<br />
adonde nos condujo la guía a lo largo<br />
de aquella interminable mañana. De modo y<br />
manera que cuando, como habíamos acordado,<br />
se presentó la hora de decidir qué<br />
hacer, si irnos o quedarnos, yo anuncié,<br />
acaso con excesiva convicción:<br />
—Visto lo visto, yo me iría ahora misma al<br />
Infierno tan ricamente.<br />
Y la mujer, con lo mucho que me hubiera<br />
gustado en esta oportunidad, por primera<br />
vez en su vida no me contradijo el antojo.<br />
*<br />
Nos despedimos para siempre en el<br />
puerto, a las 15:15 de aquella misma tarde.<br />
Su ferry para el Cielo y el Hotel Paradiso —<br />
donde aseguró que regresaba— salía diez<br />
minutos después que mi Barca de Caronte.<br />
Pero tengo para mí que ella en ningún momento<br />
abordó su ferry, y que siguió hacia el<br />
Limbo de Teodosio en el crucero de lujo de<br />
las 17:40. Digo esto porque, en cuanto arribé<br />
al Infierno —repentinamente convencido durante<br />
el bamboleante trayecto de que mi intempestivo<br />
pronto había sido una soberana<br />
metedura de pata hasta el zancajo— y, sin<br />
salir del puerto, abordé el primer ferry que<br />
me devolvía al Cielo; ni en el Hotel Paradiso,<br />
ni en ninguna otra parte del Empíreo, supieron<br />
darme razón de mi volatilizada Teódula.<br />
—Tranquilo, hombre —se acercó Liliana, la<br />
Ángela de la guarda de mi planta, a intentar<br />
consolarme con una tisana—. En el Cielo,<br />
este tipo de reveses ocurre cada dos por tres<br />
hasta en las parejas más fieles y afines. ¿Se<br />
imagina el muermo insufrible que sería —me<br />
increpó— atravesar toda la eternidad a piñón<br />
fijo con la misma pareja?<br />
Así que intenté sacarles todo el jugo posible<br />
a los horrorosos vídeos de la tele, procuré<br />
descifrar el encanto escondido de los borratajos<br />
y falsos mondrianes de las paredes,<br />
hice cuanto pude por no menospreciar la<br />
dieta ligera del autoservicio, y hasta me esparcí,<br />
asomado al balcón, con el espectáculo<br />
de los tubos y chimeneas que brotaban del<br />
Página 52
sótano. Pero al segundo, tercer o cuarto día<br />
de prodigarme en este programa de irremediable<br />
cafre, a la hora de la siesta, tocaron a<br />
mi puerta.<br />
—Soy Beatriz, abra —oí.<br />
¿Beatriz?, me extrañé. Yo no conocía a<br />
Beatriz ninguna ni en el Cielo ni en la Tierra.<br />
—Sí, hombre, sí —volví a escuchar—.<br />
¡Beatriz! ¡La del Dante!<br />
¿El Dante?, me asombré. ¿Quién diantres<br />
sería ese Dante?<br />
—¡El Dante Alighieri, don Teófilo! —volví a<br />
oír—. ¡El de la Divina Comedia, el libro! ¿No<br />
cae todavía en la cuenta de quién le digo?<br />
Preciosa en sus eternas veinticuatro primaveras,<br />
vestida de rojo de pies a cabeza,<br />
Beatriz de Folco Portinari, señora de Bardi, se<br />
presentó anunciando que llevaba en el Cielo<br />
siete siglos largos.<br />
—Como veterana —prosiguió cuando le<br />
abrí la puerta y le ofrecí la silla de plástico<br />
que había en la minúscula terraza, acaso<br />
para que tomara asiento una visita, como la<br />
suya, de todo punto inesperada—, soy especialista<br />
del Cielo en los casos perdidos de mal<br />
de amores. ¿No me diga que no había oído<br />
nunca hablar de mí? —se extrañó.<br />
—Pues si le soy sincero —confesé, amarrándome<br />
a la cintura con doble nudo el batín<br />
de guata de andar por casa—, no, la verdad.<br />
Yo soy de campo, ¿sabe usted?; y en el pueblo,<br />
las comedias, los libros, y el mal de amores<br />
se los dejamos para los tíos finolis de las<br />
capitales —le expliqué.<br />
—¡Quién lo diría, don Teófilo! (y dispense<br />
la confianza) —rio un poco a lo zorreras—. No<br />
se necesita ser ninguna especialista en los<br />
desarreglos del corazón para darse cuenta de<br />
que usted sufre una depresión de libro y de<br />
caballo precisamente porque se le ha fugado<br />
la parienta, según mis noticias, con un rechoncho<br />
tañedor de bandurrias…<br />
—Bueno —comencé a ablandarme—, si es<br />
de caballo lo mío, la cosa parece que compete<br />
al campo…<br />
—Celebro que lo tome así —dijo, y se incorporó<br />
de la silla de plástico con una agilidad<br />
propia de su juventud eterna, pese al<br />
pesado traje rojo, recargado de joyas y atiborrado<br />
de sobresayas y refulgentes refajos,<br />
en que estaba embutida—. Para comenzar<br />
con mi terapia —propuso—, le propongo un<br />
paseíto reparador por el Casco Viejo, ¿qué le<br />
parece? Es sabido que salir de uno mismo y<br />
de sus privadas dependencias, es la primera<br />
medida a tomar en un caso de mal de amores<br />
galopante como el suyo —ya estaba con<br />
una mano en el picaporte cuando agregó: —<br />
¿Me acompaña?<br />
Y la seguí con lo puesto como un cordero.<br />
¡A ver: ¿quién es el valiente que le niega a la<br />
Beatriz del Dante una propuesta?!<br />
*<br />
Sin andarse con jeribeques ni rodeos,<br />
desde la misma puerta del hotel, Beatriz, la<br />
señora de Bardi, me enfiló derechito hacia la<br />
cumbre del Jardín del Edén. Por el empinado<br />
camino, sin embargo, quizá para acomodar<br />
su resuelto paso a mi asfixiado resuello, me<br />
fue dando la tabarra con la opinión que le<br />
merecían las novísimas inmobiliarias celestiales<br />
(“esa casta de patanes que están<br />
echando a perder el Paraíso a punta de cementazo”,<br />
según dijo); recordándome que<br />
cuando ella llegó allí, todas las laderas infestadas<br />
de adosados que íbamos viendo al<br />
subir, eran pintorescas terrazitas de pizara<br />
donde crecían, mimados a cuidados de expertos,<br />
las floridas y perfumadas virtudes y<br />
los retorcidos pecados capitales. Que en su<br />
época, el río Leteo (“ahora entubado y subterráneo<br />
para que no se le vea ni apeste”,<br />
aseguró) estaba limpio como un manantial y<br />
aleteante de libélulas de mil colores.<br />
—Incluso tenía muchos tramos navegables<br />
—rememoró—, y había tardes en que los íntimos<br />
nos llegábamos en góndola a merendar<br />
cabello de ángel a una chopera del Purgatorio,<br />
o a recorrer despeñaderos y derruidas<br />
mezquitas sarracenas por los círculos más<br />
abruptos del Infierno. Pero ahora, ya lo ve<br />
usted —y Beatriz me cedió el paso ante la<br />
puerta de un corral malamente cerrado, con<br />
la piedra carcomida por el salitre y el repello<br />
echado a perder—, estos cuatro frutales que<br />
le presento quedan como recuerdo de lo que<br />
en mis tiempos fue el fragante Jardín del<br />
Edén.<br />
—Si no le importa —me atreví a proponerle<br />
cuando traspasamos la puerta—, ¿me<br />
puede mostrar el famoso manzano del Bien<br />
y del Mal?<br />
—Por supuesto —dijo, y agregó mientras<br />
me conducía a él—: —Le advierto que ahora<br />
cría, yo creo que a punta de injertos heréticos,<br />
todas las variedades del fruto que hasta<br />
en su Tierra, y en el peor supermercado,<br />
puede encontrar. ¿Lo ve?<br />
Era cierto. En un arbolucho retorcido, con<br />
la corteza descascarillándose en lonchas, que<br />
apenas contaba con hojas y con cuatro<br />
ramas raquíticas, podían verse desde tenta-<br />
Página 53
doras Grant Smith hasta Bellas de Roma o<br />
postineras Verdes Doncellas.<br />
—Puede dar un mordisco a la que quiera<br />
—me confió Beatriz con voz muy aparente y<br />
tentadora—. Comprobará que todas saben<br />
igual —me advirtió—. A nada. Son más sosas<br />
que en lo que en mis tiempos era la insípida<br />
calabaza de Siena.<br />
Pero yo no me atreví a picar, por si las<br />
moscas. ¿Para qué? ¿Para que en el mejor de<br />
los casos llevara razón la señora de Bardi y<br />
la manzana del Bien y el Mal me acabara sabiendo<br />
a troncho de berza?<br />
Con todo, a la Beatriz del Dante todavía le<br />
gustaba el Cielo, reconoció.<br />
—No por el impostado Jardín del Edén que<br />
usted está viendo —continuó precediéndome<br />
por un empinado sendero—, ni por la variedad<br />
de parras que, como puede leer en los<br />
carteles que cada una tiene al pie, todas ellas<br />
se atribuyen el mérito de haber cubierto por<br />
primera vez a Adán las partes; sino porque<br />
si no te acomodas en el Cielo, ¿a dónde vas?<br />
—y me quedó la duda si la cuestión era pregunta<br />
para ella misma o esperaba de mí una<br />
respuesta, porque agregó—: Sígame y verá<br />
lo que desde la cumbre se columbra.<br />
Y cuando alcanzamos la cúspide y aparecieron<br />
en una escueta explanada dos tumbonas<br />
tejidas con unos mimbres semejantes a<br />
los que usan en el pueblo las gitanas para forrar<br />
los garrafones, Beatriz me instó:<br />
—Recuéstese en cualquiera de estos dos<br />
triclinium. Desde el otro le iré mostrando, esfera<br />
por esfera, la inconmensurable grandeza<br />
celeste.<br />
*<br />
Perfectas en su redondez, en efecto, sobre<br />
nuestras cabezas giraban nueve esferas concéntricas:<br />
los siete cielos planetarios —me<br />
iba Beatriz señalando—: —La Luna, Mercurio,<br />
Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno, el octavo<br />
cielo de las estrellas fijas y el noveno y<br />
último, al que la señora de Bardi llamó “El<br />
Primer Móvil”.<br />
—Y ahora concentre su atención en este<br />
último cielo cristalino, don Teófilo —me<br />
pidió—. ¿Observa esa mancha como lechosa<br />
que lo envuelve?<br />
—Sí, sí —musité, atento al Cielo pero también<br />
pendiente de la lazada del batín.<br />
—Eso que se ve es el Empíreo —dijo— y<br />
en él, si sigue mirando fijamente con atención,<br />
verá pronto cómo se abre y se cierra la<br />
Rosa de los Justos. ¿La ve?<br />
—Yo creo que sí —balbucí.<br />
—Pues siga ahí —ordenó—. ¿Ve ahora que<br />
los nueve coros que componen esa Rosa<br />
nacen de un punto central, a cuyo alrededor<br />
giran?<br />
—¿Eso blanco que relumbra? —me entusiasmé.<br />
—Eso mismo, sí —aseguró Beatriz—. Pues<br />
ese punto inusitado de luz sutilísima, eso es<br />
el propio Dios. ¿Qué le parece?<br />
—¡Ya! —me decepcioné un poco—. Bueno,<br />
no está mal —confesé mientras me sentaba<br />
a horcajadas en la mimbrada tumbona y me<br />
refrotaba el cuello, temeroso de una incipiente<br />
tortícolis—, pero yo desde siempre<br />
tenía entendido que Dios Padre era un señor<br />
mayor con barbas y…<br />
—Ya —me interrumpió de malos modos la<br />
Bardi—, y con un triangulito muy coco con un<br />
ojo dentro sobre su cana cabellera, ¿a que sí?<br />
—Algo así, sí —confirmé.<br />
—¡Cuentos chinos, don Teófilo! —me reprochó—.<br />
¡Figuraciones de los malos teólogos<br />
que nunca han visto ni verán a Dios y de<br />
los camáldulas del diseño gráfico! —rezongó—.<br />
El Dios genuino es éste que usted<br />
acaba de ver —aseguró—. Todos los demás<br />
que se le presenten como tales por ahí son<br />
impostados, pura y barata imitación —y se<br />
me quedó mirando mientras se incorporaba<br />
de la tumbona ella también—. ¿No me irá a<br />
decir que no le ha gustado? —inquirió.<br />
—No, no —me apresuré a protestar. Parecía<br />
que la Beatriz del Dante estaba acostumbrada<br />
a sacar demasiado pronto las uñas<br />
como para que la contradijera precisamente<br />
yo, al fin y al cabo un abuelete recién cornamentado—.<br />
Me ha encantado el espectáculo<br />
de luz, de verdad —reconocí—, y yo creo que<br />
el paseíto me ha disipado bastante la murria.<br />
—¿Lo ve usted? —replicó muy segura de<br />
sí, iniciando el descenso—. Ya le dije que,<br />
desde hace más de siete siglos, aquí todos<br />
me tienen por ser la especialista más fiable<br />
en los trastornos del corazón —se ufanó.<br />
*<br />
A nuestro regreso al hotel, sin embargo,<br />
ignoro por qué conducto, ya había corrido la<br />
voz de que Teófilo Pérez García había visto a<br />
Dios con la Beatriz del Dante, ¡y no vean la<br />
que se armó ya desde el mismo vestíbulo!<br />
—¡Cuente, cuente! —me apuraban todos,<br />
desde el gerente hasta los conserjes; cuánto<br />
más, como pueden comprender, las Teodo-<br />
Página 54
as, Teodomiros, Teobaldas, Teofrastos o Teócritas<br />
que pululan por allí. Así que me pasé<br />
las tres o cuatro últimas noches, lo crean o<br />
no, sin dar abasto.<br />
Lo malo empezó cuando, al amanecer de<br />
la séptima y última noche en el Hotel Paradiso,<br />
el jovial y siempre de punta en blanco<br />
san Pedro apareció con su cartapacio y, para<br />
disponer el regreso a casa, comenzó a tirar<br />
de lista. Es verdad que la ausencia de Álvarez<br />
Sanz, Teodosio (el de Las Alhóndigas) no pareció<br />
importarle a nadie, pero cuando el bendito<br />
san Pedro llegó a la eme y nombró a<br />
Martínez Fernández, Teódula, todos se me<br />
quedaron mirando con la peor cara del<br />
mundo. ¿Me creerán si les digo que en ese<br />
momento no supe dónde esconderme?<br />
Y del mal trago, ya en casa, con las chicas,<br />
¿qué decirles? Nos estaban esperando las<br />
tres en el aeropuerto muy sonrientes, con un<br />
ramo de flores y los brazos abiertos de cariño<br />
filial y euforia, y se quedaron de piedra las<br />
pobres en cuanto me vieron llegar, sin su<br />
madre, con una camisola hawaiana muy pinturera<br />
que me había regalado la centenaria<br />
del té, y con el pecho abochornado de tantas<br />
guirnaldas de colorines como había dado de<br />
sí el viagra gratuito que me recetó Beatriz.<br />
—¿Y mamá? —blancas como la cera, me<br />
preguntaron las tres a la vez.<br />
—Creo que se quedó en el Limbo —logré<br />
pronunciar—, amancebada con Teodosio el<br />
de Las Alhóndigas.<br />
Todavía (y mucho me temo que la cuarentena<br />
en que me tienen irá para largo) no se<br />
dignan dirigirme la palabra cuando, un mes<br />
después del regreso, doy por concluidas<br />
estas líneas.<br />
Página 55<br />
Jerónimo Rodríguez<br />
PB
PB<br />
Página 56
Zafiro: el paraíso<br />
de las almas perdidas<br />
A Tinín y a Richi<br />
Lo que me atraía del abuelo era su manera<br />
de ser: cómoda, desenvuelta, jovial;<br />
su perfecta ligereza, su manera de expresar<br />
afecto, cariño, la franca aceptación de<br />
todo lo que se le ofrecía. Gozó de humores<br />
apacibles, ánimo suave, sosegado y de una<br />
ironía envidiable. Humilde en sus obras,<br />
conforme en las adversidades, tenía un<br />
don especial que practicaba de una manera<br />
natural: pensaba en los demás más que en<br />
sí mismo.<br />
Si la muerte olvidara su finalidad y excluyera<br />
por sus méritos a algún mortal, el<br />
abuelo merecía seguir viviendo. Pero no<br />
hubo excepción, e inició su silencio que no<br />
terminará.<br />
Un año antes de que un tumor maligno,<br />
voraz e incansable, lo sacase de este<br />
mundo, cuando era invierno y la noche caía<br />
de bruces, el abuelo se pasaba el día metido<br />
en casa, con el sombrero puesto, como<br />
si fuera a salir, pero luego no salía nunca.<br />
Le daba por exhumar el pasado: cerraba<br />
los ojos y sacaba a pasear los recuerdos<br />
que habían sobrevivido a la lucha encarnizada<br />
del tiempo. En todos ellos había mujeres,<br />
y en muchos rameras; como era<br />
pensador, tenía rarezas, y así le daba por<br />
distinguir a la puta de la ramera. “Aquella<br />
es mujer que fornica, decía, y ésta es la<br />
que fornica por interés”, y metido en el bálsamo<br />
de las nostalgias, mentaba a la Sagrario,<br />
a la Peque, a la Edelina y a la Luisa,<br />
mujeres libidinosas y deseables de la<br />
noche, con las que se había regalado placeres<br />
y devaneos de cálido y sabroso deleite.<br />
Después dábale por recitar de<br />
memoria los sinónimos que sabía de las<br />
palabras puta y ramera, y las cuarenta y<br />
una clase de mujeres fácilmente conquistables<br />
de que hablan los Kama-Sutra, con<br />
doce de las cuales debe tomar el hombre<br />
la precaución de lavables preventivos. De<br />
aquellos sinónimos me han quedado como<br />
tenaces recuerdos: buscona, baldonada,<br />
contonera, cortesana, cotorrera, daifa,<br />
descosida y meretriz.<br />
Un poco de cada una de ellas existe en<br />
un “palacete” lujurioso de esta ciudad, tan<br />
cobijada en formas y apariencias, engaños<br />
y recatos y misterios que no envejecen con<br />
los años. Es el lugar elegido por hombres<br />
que sueñan solos y que viven con la razonable<br />
creencia de que más vale pájaro en<br />
mano que cien volando, y más noche encamado<br />
con mujer frescachona y rompedora,<br />
que diez, con hembra inexperta y<br />
remilgada.<br />
Se llama Zafiro, piedra preciosa, de color<br />
azulado, muy apreciada en joyería, mas en<br />
nuestro caso Zafiro es el oasis adecuado<br />
para el hombre que se siente solo en la<br />
noche, y la mujer, pese a la compañía,<br />
también; y que en la noche se ama no más<br />
que para huir del yermo despierto de las<br />
horas que el corazón pinta de negro, y de<br />
penetrar en dicho “palacete”, a buen seguro,<br />
satisfecho ha de quedar con los juegos<br />
y amorosos devaneos de estas<br />
jornaleras de cópulas, abrevaderos de deleite,<br />
ninfas de toma y daca, con estos vínculos<br />
de lujuria, como gusta de referir el<br />
mismísimo Quevedo, y con sus dulces, insistentes<br />
, enloquecidos trotecillos…<br />
En Zafiro, no hay pregonero que recite<br />
el apoteosis del pergamanato y del aceite<br />
inglés, ni el triunfo de las gomas higiénicas<br />
y el blenocal; pero cierto es que hay cuartos<br />
higienizados, y duchas donde brota generosa<br />
el agua, y jabones aromáticos y<br />
desinfectantes espumosos que disuelven la<br />
miseria y dejan el cuerpo flácido y oloroso<br />
para entrar aseado en el fragor y en la ter-<br />
Página 57
nura del combate. Pero de todo se cultiva<br />
en la viña de estos cuartos, y así como hay<br />
clientes refinados que antes y después de<br />
la batalla, gustan de mimar el cuerpo con<br />
sutiles lavativas y abluciones, los hay que<br />
entran a destajo en el “lago de los cisnes”<br />
de la hembra, sin forraje ni miramientos,<br />
sin mimos ni cuidados. Son los guarros. A<br />
Marcia, que tiene nombre de mártir, y es<br />
de Río, le gustan los primeros y le dan arcadas<br />
y mal aliento los segundos. Marcia<br />
tiene los ojos color de almendra, y la tez<br />
morena, pechos esbeltos, y un andar sinuoso<br />
como el de un felino esperando a la<br />
presa. Algunas mañanas da un paseo hasta<br />
el pueblo cercano, o se llega a la ciudad<br />
para recordar en el banco esa cuenta corriente,<br />
que tal vez la redime de esta vida<br />
que la revienta. Que si llegó hasta esta lejana<br />
ribera no fue por su culpa, que allá en<br />
Brasil se moría de hambre, y la sociedad la<br />
cerraba las puertas. Marcia es de un barrio<br />
muy pobre, que todo es pobre en la vida<br />
de estas sufridas, y tiene una hija que la<br />
escribe cartas muy dulces y tiernas. Marcia<br />
lee muchas veces al día las cartas, y<br />
cuando nadie la ve, se la llenan los ojos de<br />
lágrimas de amor.<br />
¡Pasen señores, pasen, olviden el móvil,<br />
estiren la lengua y líbrense de todo lo que<br />
fomenta dentro de nosotros las ideas y los<br />
sentimientos! ¡Aquí podrán ver auténticas<br />
venus y majas desnudas y cortesanas rebosantes<br />
de carne y ternura, con las tetas<br />
al aire y el trasero esculpido por un extranjero!<br />
¡Pasen y revienten! ¡Para el joven o<br />
maduro, rubias, morenas, sabrosas y marchosas!<br />
¡A elegir que de todo tenemos! No<br />
te prives. ¡Arráncate, jodido, que la vida es<br />
corta, todo pasa, y polvo eres, y polvo terminarás<br />
por ser!<br />
Desde el mirador de la barra, salpicada<br />
de chorros de luz, de senderos de luces y<br />
sombras que desvelan u oscurecen su rostro,<br />
el cliente observa, mira, tasa. Si es primerizo,<br />
se demora o no pica. Mas si es<br />
asiduo, y el capricho le retuerce por dentro,<br />
elige presto, cierra el trato y por la escalera<br />
del desolladero se sube con la elegida de<br />
turno sin dilación. ¡Buen provecho, sí<br />
señor, que a las putas y barberos en la<br />
vejez os espero; que gañanes somos y más<br />
tarde o más temprano, por la hora postrera<br />
todos pasaremos!<br />
Fátima es rubia, de formas delicadas y<br />
finas. Sus ojos son claros como su piel y su<br />
voz, y sus dos tetitas, juguetes parlanchines,<br />
que cantan y bailan si se les da cuerda<br />
con amorosa fricción. Fátima es cubana,<br />
tusona agradable y cultiva el arte de la<br />
conversación. Tiene cinco hermanos y un<br />
padre a quien apenas recuerda, que todo<br />
es melodrama si se remueve el fondo de<br />
estas aguas. Ella es muy cumplida, no faltaría<br />
más, que a la postre ejerce el oficio<br />
más viejo del mundo, y como el mejor carpintero<br />
hace sillas, ella hace dignísimos<br />
polvos, que el cliente agradece desde la<br />
mortuoria desnudez de su alma.<br />
Fátima, se consuela pensando que algo<br />
se pega siempre, y que el amor es como el<br />
buen tiempo que a todos toca con su tersa<br />
piel, que a todos acaricia con su suave<br />
aliento. Y así, todavía espera que cierto día<br />
se cruce en su vida el hombre que de verdad<br />
la quiera, el hombre que sea capaz de<br />
hacerla olvidar su pasado, para dejarla en<br />
esos rincones comunes donde todavía es<br />
posible llegar a soñar.<br />
Ahora Fátima se ha encariñado de un<br />
cliente de buen pelaje, regularmente apacible,<br />
dócil y manejable, parco en palabras<br />
y de hablar de difícil comprensión; humilde<br />
con los superiores, afable con los pequeños<br />
y no creo que tenga valor para meterse en<br />
gracioso, cuya conducta, ni por buena ni<br />
por mala, ni por justa ni por ancha, puede<br />
servir a las imitaciones, los odios, los cariños,<br />
ni las utilidades.<br />
Es cabezón, grueso, ancho de espaldas,<br />
de rostro redondo como olorosa hogaza de<br />
pan, y de un mirar sosegado y triste, de<br />
una tristeza que debe llegarle de un pasado<br />
lluvioso, enturbiado de matices y torpezas<br />
inconfesables, pero también, pienso ahora,<br />
de la paciencia y humilde resignación con<br />
que cuida y ha cuidado a viejos ricos que<br />
parecían jóvenes recosidos, hombres vueltos<br />
del revés, como los abrigos que arreglaba<br />
mi madre para hacerlos durar un<br />
invierno más. Hombres que al final eran<br />
sólo el forro de sí mismos, porque lo que<br />
fueron va por dentro en la memoria y el<br />
sueño. Lo que va por fuera, lo que se veía,<br />
era un revés de costurones y telas colgantes,<br />
un forro de arrugas y viejos despuntes.<br />
Una ruina.<br />
Dice que es peruano, de oficio panadero,<br />
que llegó a este país, cuando el barco en<br />
que servía de polizón hizo escala en Bilbao,<br />
y el capitán sin dudarlo, lo dejó en tierra<br />
para aligerar la carga.<br />
En tanto fornica poco a poco, o se acelera<br />
mordiéndose los labios y se afana en<br />
sacar el máximo provecho del jugoso placer<br />
que Fátima le entrega, ésta siente que<br />
más que un hombre tiene una estatua en-<br />
Página 58
cima: no gime, no suspira, no grita, ni<br />
murmura, no se siente morir por cada pelo<br />
de gusto; y ello a Fátima le desconcierta y<br />
preocupa, pues si es así de soso y poco enrabietado,<br />
metido hasta el fondo, en el sabroso<br />
enredo del placer, cómo será, piensa<br />
Fátima, cuando la vida le contraríe hasta el<br />
punto de hacerle padecer.<br />
Más el pensar así, Fátima es injusta con<br />
el peruano. Él hace su trabajo con fidelidad<br />
y apasionado fervor, y suele dejar a la<br />
hembra, no “llena” pero sí muy satisfecha<br />
y agradecida. Es un jornalero singular en<br />
lecciones de sensualidad, y ésta no es repugnante<br />
en sí misma. Seamos indulgentes<br />
y hablemos más bien de esa especie de<br />
incapacidad congénita que le impide ver en<br />
el amor más allá de lo que se hace en él.<br />
Y ahora “justo” es decir que terminado<br />
el ayuntamiento, no el de esta ciudad sino<br />
el carnal, deshojado el orgasmo, lánguido<br />
como la hoja de un árbol moribundo, el peruano<br />
gusta de ver a Fátima metida lenta,<br />
suavemente, mejor lujuriosamente en la<br />
bañera, con mucho lujo de geles y levísima<br />
armonía de sus piernas largas, de sus muslos<br />
apretados y blancos donde la raíz negra<br />
y despeinada de su sexo pone un poso de<br />
luto entre la espuma y el aire. “¿Me enjabonas<br />
un poco la espalda, cariño?”.<br />
Y no sigo, pues de continuar por este<br />
azaroso sendero otras Fátimas y Marcias,<br />
habríamos de encontrar en el camino. Criaturas<br />
zarandeadas por el cruel destino,<br />
todas de buen ver y aún de mejor imaginar.<br />
Pero para muestra vale un botón, en<br />
este caso, dos. Y no culpemos a nadie, que<br />
el pecado es de todos. Quien esté a salvo<br />
de miseria y de corrupción que arroje la<br />
primera piedra. Vayámonos en silencio con<br />
el rabo entre las piernas, llevando como<br />
una sombra nuestra maltrecha conciencia.<br />
Y antes de bajar el telón, seamos indulgentes<br />
con estas almas, que los que se creen<br />
libres de pecado, llaman perdidas, más los<br />
que dudamos de todo, las acogemos, y<br />
mejor que juzgarlas, las comprendemos.<br />
¡Pasen, señores, pasen, no se impacienten<br />
que hay para todos, y si entre ustedes,<br />
hay algún Pigmalión que esculpir quisiera<br />
a su antojo a alguna de estas damas, para<br />
luego pedir a Afrodita su amor, no se demore<br />
y el tajo sin dilación…!<br />
PB<br />
Página 59<br />
J. A. Martínez Gutiérrez
PB<br />
Página 60
Plagas<br />
No tengo interés, ni mucho ni poco, por<br />
elevar a la categoría de ciencia las observaciones<br />
que, sin orden alguno, o con un orden<br />
muy particular, se irán desgranando a lo<br />
largo de este relato acerca de cierta araña,<br />
huésped, hasta no hace tanto, del cuarto de<br />
baño de mi domicilio; observaciones denotativas,<br />
con toda seguridad, de una absoluta<br />
falta de conocimientos sobre la materia, por<br />
más que me haya preocupado de consultar<br />
algunos detalles en la gran enciclopedia que<br />
es Internet, más que otra cosa para convencerme<br />
a mí mismo de que no me encontraba<br />
ante una nueva especie.<br />
La susodicha pupila hacía aproximadamente<br />
mes y medio que desarrollaba su existencia<br />
en el techo del cuarto de aseo de mi<br />
casa (más exactamente, en el tramo de la<br />
moldura de escayola que recorre el perímetro<br />
visible del pilar adosado en el ángulo izquierdo<br />
de la pared que da al patio), era de<br />
las denominadas “patas largas”, “vibratoria”,<br />
“bailarina”, “calavera” o “de los techos” (creo<br />
poder certificarlo tras cotejar su estampa con<br />
una serie de imágenes proporcionadas por<br />
Google): cuerpo diminuto y ocho patas larguísimas<br />
y delgadas, filamentosas (hubiera<br />
podio bailar el rock con tanta soltura como la<br />
famosa Popotitos de la canción del mismo<br />
nombre, si no más). Digo cuerpo diminuto<br />
ahora, porque, cuando la conocí, presentaba<br />
un abdomen considerable, sobre todo en<br />
comparación con su cefalotórax.<br />
El caso es que comencé a observarla cada<br />
vez que mis obligaciones mingitorias me obligaban<br />
a acudir al inodoro, especialmente por<br />
la noche, debido a mi acusada nicturia. Siempre,<br />
agarrada a su red, bocarriba (así me lo<br />
parecía a mí; solo a mí, porque los entendidos<br />
dicen que, se coloca, indefectiblemente,<br />
bocabajo; en cualquier caso, patas arriba, y<br />
eso no me lo puede discutir nadie). A lo que<br />
iba, en mis frecuentes visitas, siempre la encontraba<br />
en la misma postura y en el mismo<br />
sitio, o con variaciones mínimas, inapreciables<br />
para un ojo más de tuerto que de lince.<br />
Eso me mosqueaba, y continuó mosqueándome<br />
hasta que descubrí lo que más adelante<br />
se dirá, porque de qué se alimentaba<br />
(yo no veía que en su tela más inmediata<br />
existiesen restos de piezas de<br />
caza —reconocibles— de ningún tipo, y tampoco<br />
había podido verificar la actividad de<br />
ningún proveedor que la abasteciera), cuál<br />
era el motivo que la mantenía allí, inmóvil,<br />
más o menos; qué esperaba (¿un correo urgente?)<br />
o a quién aguardaba (¿a su principresa<br />
azul?). Tengo que apuntar que por mi<br />
cuarto de baño seguían corriendo y volando<br />
lepismas y polillas respectivamente, pero<br />
ningún ejemplar de las dos variedades de insectos<br />
citadas caían en sus redes Lo de las<br />
lepismas es comprensible, ya que únicamente<br />
zangolotean por el suelo, en los aledaños<br />
de los desagües; pero lo de las polillas,<br />
revoloteadoras ellas por todas partes y en<br />
todas las esferas (altas, medias y bajas), no<br />
tenía más explicación que o la poca sutileza<br />
y mala situación de la tela fabricada por la<br />
araña o la mucha perspicacia de las polillas.<br />
Total, que el único depredador de esos bichejos<br />
era yo, cuando acertaba a plantarles la<br />
zapatilla encima o a salpicarles el golpe de<br />
gracia con una toalla o similar que tuviera a<br />
mano. Eso sí, los cadáveres iban por la taza<br />
del váter. Hubiera podido ponerlos a disposición<br />
de la “patilarga”, a ver qué pasaba; pero<br />
no, que se buscara la vida, que se moviera<br />
un poco por lo menos, ¡coño!<br />
Tardé como ocho días en registrar en mis<br />
sentidos el primer avatar relevante por lo que<br />
respecta a la araña de marras. Que conste<br />
que, cuando me levanto de la cama, me levanto<br />
despierto, aunque por la misma razón<br />
Página 61
hubiera podido decir dormido; pero, en esa<br />
ocasión, me aseguré, frotándome los ojos<br />
con los puños delante del espejo del armario<br />
tocador, de que, efectivamente, me hallaba,<br />
si no clarividente, por lo menos despejado.<br />
No me lo podía creer: la araña se había desprendido<br />
de su voluminoso abdomen, de lo<br />
que yo había juzgado hasta entonces que era<br />
su abdomen, y se había distanciado de él<br />
como unos cinco centímetros. Pero ¿y si no<br />
era su abdomen, qué era? ¿La despensa de<br />
la que había estado aprovisionándose durante<br />
días, la nave nodriza a la que había estado<br />
enchufada por mandato genético hasta<br />
recibir la orden de la superioridad para desprenderse<br />
e iniciar la misión encomendada?<br />
Como no supe responderme, mi cerebro decidió<br />
enristrar por otros caminos, paralelos<br />
pero de sentido contrario a los que me habían<br />
llevado a formularme aquellas preguntas,<br />
planteándome otras nuevas: ¿qué es lo<br />
que me nublaba la chola para dejar campar<br />
a sus anchas a aquella zancuda, en vez de<br />
obrar como lo hubiera hecho cualquier ama<br />
o amo de casa, cogiendo la escoba, coronándola<br />
con un trapo, y dando matarile a tan insolente<br />
visitante? ¿Acaso me habían entrado<br />
ínfulas repentinas de emular al Sr. Darwin en<br />
su larga expedición de cinco años con el Beagle?<br />
No, tampoco tenía intención de domesticar<br />
a la “calavera”, como había hecho el<br />
presidiario Del con el señor Jingles, o como<br />
el hombre de Alcatraz con la cría de gorrión<br />
que le trajo la tormenta, ni siquiera como el<br />
venezolano Papillon (este lo tuvo infinitamente<br />
más fácil) con la mariposa que se<br />
había tatuado en el pecho; no, me temo que<br />
no hubiera sido capaz de concluir felizmente<br />
tal empresa; meramente se me había despertado<br />
la curiosidad, y no por mi afán de conocimientos,<br />
sino porque tenía leído, y<br />
además lo había comprobado de niño<br />
echando moscas vivas en los mallados de las<br />
arañas, que estas eran beneficiosas para el<br />
hombre porque se comían a determinados insectos<br />
no tan beneficiosos, y yo quería ver<br />
cómo se las tenía aquella okupa de mi cuarto<br />
de baño con las polillas, y por qué no, con las<br />
sardinetas, que llevaban paseándose por mi<br />
casa desde siete u ocho años atrás, sin que<br />
ningún spray, preparado de alcanfor o sahumerio<br />
insecticida lograran erradicarlas.<br />
En mi siguiente viaje al servicio (habrían<br />
transcurrido como dos horas), percibí, para<br />
mi asombro, que la araña había vuelto a enchufarse<br />
a su abdomen o lo que fuera aquello.<br />
Pero, en fin, relativicé el asunto. Llevaba<br />
bastantes días de observación y todo lo que<br />
me había ofrecido la zancona era eso. De regreso<br />
a la cama, me vino a la cabeza la frase<br />
de un expresidente de Gobierno, español: “El<br />
mejor puesto es el de supervisor de nubes<br />
acostado en una hamaca.” La “vibratoria” o<br />
“bailarina”, así llamada también porque,<br />
según información recogida en la web, hace<br />
vibrar con violencia su tela cuando se siente<br />
hostigada (yo no me había molestado en<br />
comprobarlo, no fuera a ser que me cazase),<br />
no es que estuviera acostada en una hamaca<br />
mirando el cielo, pero sí que se encontraba<br />
panza arriba, colgada de sus finas patas trabadas<br />
en la red, mirando el techo blanco de<br />
mi aseo, así que, mutatis mutandis, la comparación<br />
no estaba tan mal traída.<br />
Durante los diez días siguientes, jornada<br />
arriba o abajo (ya he avisado en estas líneas<br />
que no tengo ningún interés científico, ni siquiera<br />
analítico, y mucho menos una formación<br />
de la misma naturaleza; de ahí que mis<br />
referencias al momento de observación o al<br />
tiempo transcurrido entre dos de esas vicisitudes<br />
sean la mar de imprecisas); como iba<br />
diciendo, en los aproximadamente diez días<br />
posteriores a tan memorable hazaña, la patuda<br />
no modificó, aparentemente, su estatismo.<br />
Me preguntaba cuánto tiempo habría<br />
de esperar para que sucediera algo, un algo<br />
cifrado en que empezara a colaborar conmigo<br />
en la labor de extinción de polillas y pececillos<br />
de plata. Cuánto tiempo, porque ya estaba<br />
empezando a hartarme. Si no actuaba,<br />
si no me resolvía nada, si no era agradable<br />
de ver y si, por añadidura, su presencia iba a<br />
ir en menoscabo de mi persona a los ojos de<br />
cualquier visita inopinada (sobre todo si era<br />
del sexo femenino), para qué la quería de<br />
compañera de piso. Un escobazo, y ¡hala!<br />
Ni que me hubiese escuchado. Fue al día<br />
siguiente (¿el día onceno desde el término<br />
señalado anteriormente?), en mi primera visita<br />
nocturna al excusado, cuando, mientras<br />
hacía aguas menores mirando al techo, pude<br />
contemplar lo que, a simple vista, parecían<br />
las consecuencias de un cataclismo. No es<br />
que la “patas largas” y la estructura creada<br />
por ella, que permanecían incólumes, hubiesen<br />
saltado por los aires, ¡qué va!; lo que parecía<br />
haber estallado era el vientre, nave<br />
nodriza, cámara de reserva o lo que fuera,<br />
quedando continente y contenido desparramados<br />
en decenas de diminutos retales negros.<br />
Pero ¿qué había pasado, y qué eran<br />
aquellas pizcas renegridas? ¿Había eclosionado<br />
por su cuenta, o había sido la zancuda<br />
la que, en un ataque de rabia, había destrozado<br />
el envoltorio? Y aquellos retazos… ¿podían<br />
ser huevos? No, no tenían ninguna<br />
pinta. ¿Arañitas? No, no se meneaban en absoluto.<br />
Yo me inclinaba por que fuera material<br />
de desecho, simplemente: los múltiples<br />
Página 62
trozos en que queda dividida una hoja de<br />
papel cuando se la entregas a un infante<br />
añojo para que se distraiga. También consideré<br />
que pudieran ser los cadáveres de sus<br />
presas. ¿Acaso, habiéndome observado ella<br />
a mí cómo yo la observaba y profería comentarios<br />
despectivos acerca de su escasa actividad<br />
cazadora, había pretendido<br />
demostrarme que estaba equivocado, que<br />
cazaba y comía, y mucho? A este respecto,<br />
después de numerosos intentos, porque,<br />
dada su dispersión, al acabar de contarlos,<br />
siempre me cabía la duda de si me había dejado<br />
uno, dos elementos de la banda, o uno<br />
lo había contado dos veces, a la sazón la<br />
suma, tras concienzudo repaso, me salió<br />
treinta y uno.<br />
Pero no eran los despojos individualizados<br />
de las piezas objeto de sus festines; eran,<br />
según todos los indicios e imágenes corroborados<br />
a posteriori en la WWW, sus crías. O<br />
sea, que, contabilizando a la madre, en la esquina<br />
superior izquierda de mi cuarto de<br />
baño, en la perpendicular con el trono, pastaban<br />
nada menos que 32 arañas. A los alevines<br />
aún no se les veían las patas, aunque,<br />
en ocho o diez fechas, de prestar credulidad<br />
a la literatura del género, comenzarían a ser<br />
apreciables por el ojo humano. Y sí, habría<br />
transcurrido más o menos ese lapso, cuando<br />
su figura, aunque con un tamaño no menos<br />
de siete veces inferior a la de su progenitora,<br />
empezó a ser reconocible para mí. Por lo<br />
demás, su actitud y maneras eran exactas a<br />
las de la madre. No se habían desplazado un<br />
ápice de donde las habían puesto, o al menos<br />
yo tenía esa sensación.<br />
Y continuaron con su habitual quietud durante<br />
bastantes datas. Mi vagancia y falta de<br />
decisión las había librado de la escoba, herramienta<br />
que estaba en mi mente utilizar<br />
para acabar con aquel rebaño que, lejos de<br />
colaborar en la limpieza y desinfección de la<br />
casa, estaba contribuyendo a emponzoñarla<br />
más.<br />
No voy a negar que me servían de distracción<br />
en mis frecuentes visitas al lavabo, pero<br />
eso no disculpaba su innecesaria presencia.<br />
Hablo de distracción por decir algo, porque<br />
tal no consistía sino en mirar al techo por ver<br />
qué hacían, que no hacían nada (voy a repetirlo<br />
de nuevo), mientras desaguaba la vejiga.<br />
Me sirvieron de solaz auténtico, o por lo<br />
menos diferente, la última noche de nuestra<br />
cohabitación, en la que, no sé muy bien por<br />
qué extraña asociación de ideas, me creí<br />
asistiendo a una asamblea de Podemos, en<br />
la que oficiaba la plana mayor de dicho partido:<br />
la araña madre, como Pablo Iglesias; la<br />
arañita más cercana a él, como Irene Montero;<br />
en planos progresivamente más alejados,<br />
las correspondientes en los papeles de<br />
Pablo Echenique, Juan Carlos Monedero, Rafael<br />
Mayoral, Ramón Espinar, Íñigo Errejón,<br />
etcétera, hasta veintidós. ¿Veintidós? ¡Me<br />
saltaron todas las alarmas! Procedí a hacer<br />
recuento. Indubitadamente, donde antes<br />
había treinta y una, ahora solo quedaban<br />
veintidós. ¿Habían huido? Recorrí visualmente<br />
el techo en toda su extensión, con absoluta<br />
minuciosidad. Ni rastro. ¿Se habrían<br />
escapado por la ventana? ¿Habían traspasado<br />
el dintel de la puerta para colonizar otro<br />
habitáculo? No parecía muy probable, si teníamos<br />
en cuenta su archidemostrado sedentarismo.<br />
¿Qué había pasado entonces? Entre<br />
los hábitos de la Pholcus phalangioides, su<br />
nombre científico de acuerdo con la Vikipedia,<br />
está el de practicar el canibalismo<br />
cuando escasea el alimento. O sea, que ya<br />
había dado cuenta de nueve de sus hijas. Y<br />
luego dicen de Saturno. ¡Joder con la falangistoide!<br />
A partir de ese instante, empecé a mirar<br />
con infinito recelo a la madre; al grupo, en<br />
general, máxime porque la inquietante constatación<br />
de su canibalismo venía a unirse a<br />
cierta noticia (a propósito, contraria a la opinión<br />
de que son inofensivas, más extendida;<br />
opinión a la que, por otra parte, hasta esa coyuntura<br />
no había hecho demasiado caso) que<br />
hablaba de la peligrosidad de su veneno, el<br />
cual, en una primera inoculación, al parecer,<br />
no provoca sino una ligera quemazón en la<br />
piel, pero que, al no eliminarse y potenciarse<br />
con picaduras posteriores, se sospecha pudiera<br />
ser el desencadenante de bastantes<br />
muertes por fallo cardiaco inexplicable por<br />
otra causa.<br />
Lo había estado pensado durante toda la<br />
noche. Apenas amanecido, y de regreso de<br />
mi última visita al WC, me vestí, enfilé hasta<br />
la cocina, cogí el soplete de flambear y una<br />
banqueta, y desanduve el pasillo hasta el<br />
cuarto de baño, donde me conduje como si<br />
hubiera sido un marine en pie sobre la torreta<br />
de un tanque y armado con un lanzallamas.<br />
¡A tomar por el culo toda la<br />
nomenklatura!<br />
José María Izarra<br />
Página 63
Página 64
[Carpeta artística de<br />
Gerardo Ibáñez]<br />
Texto: Eliseo González<br />
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GERARDO IBAÑEZ IÑIGO<br />
Nace en Burgos en 1952<br />
Sus estudios de dibujo y pintura los realiza en la Universidad<br />
Popular de Alcobendas (Madrid). Años 1979-<br />
1983.<br />
A unos inicios o etapa figurativa siguieron, como es habitual<br />
en otros artistas plásticos, una etapa de abstracción<br />
en la que hace más de 20 años milita con absoluta y total<br />
dedicación. Todo lo hace girar alrededor de la pintura, aunque<br />
su interés por la escultura, fotografía y otras manifestaciones<br />
artísticas es verdaderamente notable. Se<br />
considera deudor de los expresionistas abstractos americanos<br />
y, cómo no, de los informalistas españoles. Para este<br />
autor, nombres como Pollock, De Kooning, Mark Rothko,<br />
Robert Motherwell, Clifford Still, Antoni Tápies, Chillida,<br />
Lucio Muñoz, Manuel Millares y tantos y tantos otros, han<br />
sido decisivos en su formación y en su vida.<br />
El ejercicio de esta actividad a lo largo de 38 años le<br />
han llevado a la realización de 21 exposiciones individuales:<br />
Galería Fresneda de Miguel (Madrid). 1991. Ateneo de<br />
Madrid. 2004. Galería Mainel (Burgos). 2008. “Silencios”.<br />
Sala de Exposiciones Caja Círculo Central (Burgos). 2011.<br />
“Sinergias Plásticas”. Centro de Arte de Caja Burgos (CAB).<br />
2014. 59 exposiciones colectivas: Artistas Plásticos de<br />
Castilla y León. Medinacelli. 2008, Pessac (Burdeos). 2005.<br />
“100 x 100 acuarelas”. Sala de Exposiciones de Caja Círculo<br />
Central. Burgos. 2010. “Ánima Cathedralis. Sala Valentín<br />
Palencia de la Catedral de Burgos. 2015. “Diversum”.<br />
Homenaje a los poetas Bernardo Cuesta Beltrán y Jorge<br />
Villalmanzo. CAB. Burgos. 2015. y ser acreedor de 89 Selecciones,<br />
galardones y premios nacionales: Segundo Premio<br />
del XXIX Concurso de Pintura “Francisco Pradilla”.<br />
Villanueva de Gállego. Zaragoza. 2016. Seleccionado en el<br />
Premio de Pintura BMW (Madrid). 2008. Primer Premio<br />
“Manzana de Plata”. Villaviciosa (Asturias). 2013. Primer<br />
Premio en el Concurso Nacional de Daimiel (Ciudad Real).<br />
2006. Primer Premio Nacional en Mora (Toledo) 2006. Fundación<br />
Wellington (Madrid). Premio Adquisición. 2007. Primer<br />
Accésit de la Fundación Villalar de Castilla y León.<br />
2009.<br />
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La habitación azul<br />
el lápiz el papel la papelera las luces que atraviesan la ventana junio julio un día más aquella<br />
noche en que nació el alma de un sueño el sillón donde se cuece la tormenta la araña en<br />
una esquina del estudio la mesa el monótono ronquido del motor de la nevera el verano que<br />
no acaba de arrancar la papelera de nuevo otro boceto otro papel mirando a octubre los<br />
Página 68<br />
fantasmas que pululan en el lienzo los frascos los pinceles las espátulas las pinturas que recorren<br />
las paredes verde azul un sol de rojos un rectángulo amarillo cicatrices y las viejas<br />
alegrías del recuerdo otra vez ahora sí un lienzo en blanco un negro gris una presencia
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Página 70
a la habitación del mar<br />
un sábado de nubes los restos encendidos de un naufragio llama voy coge el teléfono los<br />
trapos el punzón los carboncillos la bruma que parecen escupir los tapones de los tubos de<br />
pintura carcajadas ojos ciegos sol espuma la presencia sutil de un escultor tras un regalo de<br />
Página 71<br />
madera la nostalgia el candor de los amigos el peso de la ilusión el calor indefinible de su<br />
eterna compañera el eco de los veranos el tamiz particular de los olvidos la sal energizante<br />
del presente las sombras del pasado<br />
la habitación del mar la habitación del cielo
Parece haber pasado la tormenta, y en la tranquilidad que se respira en el estudio, el pintor,<br />
una vez más, repasa su proyecto. Como los viejos lobos de mar, sabe que la tempestad solo<br />
le ha dado una tregua, un pequeño respiro. Pronto, antes de lo que espera, bajo la alarma<br />
hiriente de un exceso o bajo la vaga forma de una ausencia, volverá a sentir el agua alrededor<br />
del cuello: la cristalina soga de la duda, el lazo de la incertidumbre.<br />
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No en vano, como en la mayoría de los grandes pintores, para su propio bien, para su<br />
propio mal, dormita en lo más hondo de Gerardo el dragón de la exigencia, esa mirada íntima<br />
y severa que, al concluir un cuadro, destaca los errores despreciando los hallazgos.<br />
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Por ello, tal vez, no hay doblez en Gerardo, ni disfraz. Es un pintor desnudo, auténtico, a<br />
quien solo alimenta una pasión: La búsqueda sin fin de la armonía y la belleza. No necesita<br />
flores. No necesita aplausos. Con la elegancia alegre de los grandes admira y elogia a los<br />
demás. Comparte su ilusión con los amigos. Es sincero. Es generoso. Es afable.<br />
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Puede que un espectador poco avisado, ajeno a los senderos que en el arte propone la abstracción,<br />
eche de menos en sus cuadros el reflejo de la figura humana, la realidad copiosa<br />
de un árbol, la perspectiva sobria de un paisaje o la impronta implacable del mar. Gerardo,<br />
a lo largo de los años, ha venido recorriendo diferentes estilos, hasta encontrar su sello, la<br />
esencia que en el arte desemboza el interior, creciendo hacia la huella natural de uno mismo.<br />
Página 76<br />
Un viaje no exento de riesgos y saltos, cuajado de apuestas y dudas, en el que uno asume<br />
en soledad su destino como artista, con rumbo hacia la luz de su propia identidad.
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Es eso, más allá de las comparaciones e influencias, –no en balde “cabalgamos a hombros<br />
de gigantes”- lo que veo al contemplar las obras de Gerardo: Un píxel de sí mismo. Como si<br />
en cada uno de sus cuadros hubiese perseguido reducir a la mínima expresión la vastedad<br />
de un mundo, la contención visual de un espacio, el nudo de un mensaje, la yema de su<br />
don. Podemos ver un mar agitado en un borrón de negros y grises, o la tensión oscura de<br />
Página 79<br />
un beso o el manto de la noche tras el humo de un cigarro. No importa lo que miras, sino lo<br />
que tú veas. Si observas confiado las obras de Gerardo, tienes la sensación de que te hablan.<br />
Es en su ejecución, en la delicadeza de sus gestos y trazos, donde Gerardo brilla con un primor<br />
extraño, una intuición insólita que imprime a sus obras la pátina visible de la sensibilidad,<br />
el brillo que en sus cuadros deposita la emoción, la magia que nos habla cuando<br />
Gerardo sueña.
Parece que se esfuma ya la calma, como si en el sereno santuario del estudio, alguien hubiera<br />
abierto una puerta a traición. Un aire enrarecido presagia de pronto la furia del mar.<br />
De nuevo volverán los pensamientos, los recelos, las tensiones, como ballenas sordas, como<br />
delfines ciegos<br />
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peces imaginarios tras la placidez del mar un borbotón acrílico en la noche un baile de espuma<br />
desgarras y separas las espinas barnizas las escamas el gajo de las dudas la rosa de<br />
los miedos cuando zumba la chicharra inoportuna de un teléfono sí dime está bien ahora<br />
mismo nos vemos<br />
Página 81<br />
Se pone una camisa, se limpia el pantalón y abre de par en par la puerta del estudio. Sonríe<br />
dulcemente a su mujer y ella entra. Como quien entra al mar, un día de verano, nadando<br />
hacia la habitación azul del Paraíso.
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Poesía y vals en poetas de la<br />
generación del 27<br />
Quiero presentar varios poemas de poetas españoles de la generación del 27 que tienen<br />
al vals como tema. Estos poetas son Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Federico García<br />
Lorca y Miguel Hernández.<br />
Lo que podríamos llamar “el vals poético” tiene su antecedente en un poema de Baudelaire<br />
“Armonía del atardecer” de su libro “Las flores del mal”:<br />
Es ya época en que vibrando en su tallo<br />
las flores se evaporen como un incensario;<br />
los sones y aromas giran en el aire de la tarde<br />
¡Vals melancólico y vértigo lánguido!<br />
Cada flor se evapora como un incensario<br />
el violín vibra como un corazón afligido;<br />
¡Vals melancólico y vértigo lánguido!<br />
El cielo está triste y bello como un gran altar.<br />
El violín vibra como un corazón afligido.<br />
El sol se ha ahogado en su sangre coagulada<br />
¡Un corazón tierno que odia la nada vasta y negra!<br />
¡Del pasado luminoso recobra todo vértigo!<br />
el sol se ha ahogado en su sangre coagulada<br />
¡Tu recuerdo en mí luce como una custodia.<br />
Los poemas valsísticos no son una simple alusión poética a la música envolvente y giratoria<br />
del vals, ni serán el escenario de fondo de los salones de la burguesía del XIX; el vals<br />
poético y el vértigo del vals aparece íntimamente unido al tema amoroso, son una invitación<br />
al amor o al recuerdo del amor. Formalmente el poeta buscará en el compás del vals, en su<br />
movimiento, una cierta mímesis utilizando repetición de versos o utilizando un ritmo que<br />
evoque el ritmo del vals. Los poemas que reproducimos están escritos en el primera mitad<br />
del s. XX, en una época en que este baile ya ha perdido presencia y son otras músicas,<br />
tango, jazz, boleros, etc. los que marcan la actualidad musical del momento. Sin embargo<br />
el recuerdo de la música de Strauss, Chopin, Listz, Granados y otros inspirarán la melancolía<br />
envolvente, el vértigo lánguido, los corazones desgarrados de los valses de nuestros autores.<br />
El primer poema que aquí recogemos es el de Gerardo Diego con el título de “Vals” aparece<br />
en su libro “Cometa errante” (1985), aunque un fragmento del mismo con otro título<br />
había aparecido ya en su libro “Imagen” (1922). Se trata de un poema de una imaginación<br />
extremadamente delicada, leve y musical. Lo podemos adscribir a la corriente del creacionismo,<br />
que busca un mundo de belleza sin contaminar. Hay algo de influencia cubista en la<br />
ausencia de puntuación, sangrados, escalonamientos y otros movimientos tipográficos a los<br />
que se unen la yuxtaposición de imágenes dispersas y una clara vocación de modernidad. El<br />
ritmo del poema se asemeja al ritmo musical del vals.<br />
Página 83
VALS<br />
de Gerardo Diego<br />
Las alas de los ritmos<br />
han volado a través de mis brazos<br />
El violín en punta<br />
y una flor patinando por el arco<br />
La noche perfumada de pausas y sollozos<br />
Ella decía<br />
Cierra los ojos<br />
Entre mis dedos<br />
un abanico vibra en oleajes<br />
Tu cuello en flor ondea<br />
en el estanque sembrado de besos<br />
El vals llora en mi ojal<br />
Silencio<br />
En mi hombro se ha posado el sueño<br />
Y es del mismo temblor que sus cabellos<br />
Los valses de Federico García Lorca y el de Vicente Aleixandre están escritos entre 1930<br />
y 1932 y van a condicionar mucho el “tempo” de los futuros valses poéticos. En estos años<br />
ya ha triunfado en la poesía española la corriente surrealista, que dará sus frutos en el libro<br />
de Vicente Aleixandre “Espadas como labios” (1932), en el que aparece el poema “El vals”<br />
y en el póstumo de Lorca “Poeta en Nueva York” (1940), en el que aparecen los valses lorquianos<br />
que aquí recogemos.<br />
Estos valses de Lorca , escritos en su viaje a Nueva York, son, para algunos autores, de<br />
los mejores poemas de Lorca. El “Pequeño vals vienés”, también llamado vals del “Te quiero<br />
siempre” está escrito en su primera versión el 13 de febrero de 1930, durante la estancia de<br />
Lorca en Nueva York. Este poema ha alcanzado en la actualidad gran popularidad a través<br />
de la personalísima voz del cantante Leonard Cohen, ya fallecido, y de otras voces y versiones<br />
como las de Silvia Pérez Cruz, Enrique Morente, Ana Belén y otros.<br />
El “Pequeño vals vienés” representa una intensa forma de amor con implicación directa<br />
del yo del poeta. Lorca habla desde dentro del baile imaginado cuya cadencia viene marcada<br />
por el estribillo cambiante. El ritmo del poema no es cadencioso sino que se quiebra, como<br />
el contenido trágico del poema, con el tetrasílabo cantado con lamento en “¡ay, ay, ay, ay!”.<br />
PEQUEÑO VALS VIENÉS<br />
de Federico García Lorca<br />
En Viena hay diez muchachas,<br />
un hombro donde solloza la Muerte<br />
y un bosque de palomas disecadas.<br />
Hay un fragmento de la mañana<br />
Página 84
en el museo de la escarcha.<br />
Hay un salón con mil ventanas.<br />
¡Ay, ay, ay, ay!<br />
Toma este vals con la boca cerrada.<br />
Este vals, este vals este vals<br />
de sí de muerte y de coñac,<br />
que moja su cola en el mar.<br />
Te quiero, te quiero, te quiero,<br />
con la batuta y el libro muerto,<br />
con el melancólico pasillo,<br />
en el oscuro desván del lirio,<br />
en nuestra cama de la luna<br />
y en la danza que sueña la tortuga.<br />
¡Ay, ay, ay, ay!<br />
Toma este vals de quebrada cintura.<br />
En Viena hay cuatro espejos<br />
donde juegan tu boca y los ecos.<br />
Hay una muerte para piano<br />
que pinta de azul a los muchachos.<br />
Hay mendigos por los tejados.<br />
Hay frescas guirnaldas de llanto.<br />
¡Ay, ay, ay, ay!<br />
Toma este vals que se muere en mis brazos.<br />
Porque te quiero, te quiero, amor mío,<br />
en el desván donde juegan los niños,<br />
soñando viejas luces de Hungría<br />
por los susurros de la tarde tibia,<br />
viendo ovejas y lirios de nieve<br />
por el silencio oscuro de tu frente.<br />
Página 85<br />
¡Ay, ay, ay, ay!<br />
Toma este vals del “Te quiero siempre”.<br />
En Viena bailaré contigo<br />
con un disfraz que tenga<br />
cabeza de río.<br />
¡Mira qué orillas tengo de jacintos!<br />
Dejaré mi boca entre tus piernas,<br />
mi alma en fotografías y azucenas,<br />
y en las ondas oscuras de tu andar<br />
quiero, amor mío, amor mío, dejar,<br />
violín y sepulcro, las cintas del vals.<br />
Aleixandre, por el contrario, crea el poema desde fuera del vals, su mirada es crítica y satírica.<br />
La decadencia de una sociedad atada a los convencionalismos y a la esencia del amor,
y sin querer mirar la realidad que les rodea, es una denuncia a la hipocresía social, por eso<br />
para el poeta “Es el instante, el momento de decir la palabra que estalla”.<br />
VALS<br />
de Vicente Aleixandre<br />
Eres hermosa como la piedra,<br />
oh difunta;<br />
oh viva, oh viva, eres dichosa como la nave.<br />
Esta orquesta que agita<br />
mis cuidados como una negligencia,<br />
como un elegante bendecir de buen tono,<br />
ignora el vello de los pubis,<br />
ignora la risa que sale del esternón como una gran batuta.<br />
Unas olas de afrecho,<br />
un poco de serrín en los ojos,<br />
o si acaso en las sienes,<br />
o acaso adornando las cabelleras;<br />
unas faldas largas hechas de colas de cocodrilos;<br />
unas lenguas o unas sonrisas hechas con caparazones de cangrejos.<br />
Todo lo que está suficientemente visto<br />
no puede sorprender a nadie.<br />
disimulando la humedad a fuerza de abanico insistente.<br />
Y los caballeros abandonados de sus traseros<br />
quieren atraer las miradas a la fuerza hacia sus bigotes.<br />
Pero el vals ha llegado<br />
Es una playa sin ondas,<br />
es un entrechocar de conchas, de tacones, de espumas o de dentaduras postizas.<br />
Es todo lo revuelto que arriba.<br />
Pechos exuberantes en bandeja en los brazos,<br />
dulces tartas caídas sobre los hombros llorosos,<br />
una languidez que revierte,<br />
un beso sorprendido en el instante que se hacía “cabello de ángel”,<br />
un dulce “si” de cristal pintado de verde.<br />
Página 86<br />
Un polvillo de azúcar sobre las frentes<br />
da una blancura cándida a las palabras limadas<br />
y las manos se acortan más redondeadas que nunca,<br />
mientras fruncen los vestidos hechos de esparto querido.<br />
Las cabezas son nubes, la música una larga goma,<br />
las colas de plomo casi vuelan, y el estrépito<br />
se ha convertido en los corazones en oleadas de sangre,<br />
en un licor, si blanco, que sabe a memoria o a cita.<br />
Adiós, adiós, esmeralda, amatista o misterio;<br />
adiós, como una bola enorme ha llegado el instante,<br />
el preciso momento de la desnudez cabeza abajo,<br />
cuando los vellos van a pinchar los labios obscenos que saben.<br />
Es el instante, el momento de decir la palabra que estalla,<br />
el momento en que los vestidos se convierten en aves,
las ventanas en gritos,<br />
las luces en ¡socorro!<br />
y ese beso que estaba (en el rincón) entre dos bocas<br />
se convertirá en una espina<br />
que dispensará la muerte diciendo:<br />
Yo os amo.<br />
El “Vals en las ramas” aparece fechado en la huerta de San Vicente (Granada)el 21 de<br />
agosto de 1931 y fue publicado por Manuel Altolaguirre en la revista “Héroe”en 1932 con la<br />
siguiente dedicatoria: “Homenaje a Vicente Aleixandre por su poema El Vals”, lo que nos indica<br />
su fuerte amistad. Esta amistad le llevaba a Lorca a las concurridas veladas que se hacían<br />
en la casa de Vicente Aleixandre en la calle Velintonia, junto a la Ciudad Universitaria.<br />
Concha Méndez evoca en sus memorias estas veladas: “Cuando acudía Federico, las reuniones<br />
eran divertidísimas: se sentaba al piano y cantaba (me acuerdo que una vez compuso<br />
una letra para el Vals de las Olas); luego bailaba con una servilleta atada como si fuera un<br />
traje, simulando ser una cupletista. Iba tanta gente a la casa de Vicente que no alcanzaban<br />
las sillas y teníamos que sentarnos en el suelo. Recuerdo que nos retorcíamos de risa al oír<br />
a Federico.”<br />
VALS DE LAS RAMAS<br />
de Federico García Lorca<br />
(Homenaje a Vicente Aleixandre por su poema “El Vals”)<br />
Cayó una hoja<br />
y dos<br />
y tres.<br />
Por la luna nadaba un pez.<br />
El agua duerme una hora<br />
y el mar blanco duerme cien.<br />
La dama<br />
estaba muerta en la rama.<br />
La monja<br />
cantaba dentro de la toronja.<br />
La niña<br />
iba por el pino a la piña.<br />
Y el pino<br />
buscaba la plumilla del trino.<br />
Pero el ruiseñor<br />
lloraba sus heridas alrededor.<br />
Y yo también<br />
porque cayó una hoja<br />
y dos<br />
y tres.<br />
Y una cabeza de cristal<br />
y un violín de papel.<br />
Y la nieve podría con el mundo<br />
si la nieve durmiera un mes.<br />
Y las ramas luchaban con el mundo<br />
una a una<br />
dos a dos<br />
y tres a tres.<br />
¡Oh duro marfil de carnes invisibles!<br />
¡Oh golfo sin hormigas del amanecer!<br />
Con el muuu de las ramas,<br />
Página 87
con el ay de las damas<br />
con el croo de las ranas<br />
y el gloo amarillo de la miel.<br />
Llegará un torso de sombra<br />
coronado de laurel.<br />
Será el cielo para el viento<br />
duro como una pared<br />
y las ramas desgajadas<br />
se irán bailando con él.<br />
Una a una<br />
alrededor de la luna,<br />
dos a dos<br />
alrededor del sol,<br />
y tres a tres<br />
Para que los marfiles se duerman bien.<br />
El “Vals de los enamorados y unidos hasta siempre” de Miguel Hernández pertenece a su<br />
libro “Cancionero y romancero de ausencias” , libro escrito entre 1938 y 1941. El poema posiblemente<br />
fue escrito por Miguel Hernández en la cárcel; es un gran poema de amor donde<br />
el ritmo y la musicalidad del vals están ausentes, sin embargo el poema está lleno de intensidad,<br />
de fuerza y fatalidad. El poema es una defensa de la intimidad del poeta y de su<br />
amada Josefina, en medio de la desolación de la Guerra Civil española. Los últimos cuatro<br />
versos del poema nos recuerdan al último verso del soneto “Amor más allá de la muerte” de<br />
Quevedo: “polvo serán, mas polvo enamorado”.<br />
VALS DE LOS ENAMORADOS UNIDOS PARA SIEMPRE<br />
de Miguel Hernández<br />
No salieron jamás<br />
del vergel del abrazo.<br />
Y ante el rojo rosal<br />
de los besos rodaron.<br />
Huracanes quisieron<br />
con rencor separarlos.<br />
Y las hachas tajantes<br />
y los rígidos rayos.<br />
Aumentaron la tierra<br />
de las pálidas manos.<br />
Precipicios midieron,<br />
por el viento impulsados<br />
entre bocas deshechas<br />
Recorrieron naufragios,<br />
cada vez más profundos<br />
en sus cuerpos sus brazos.<br />
Perseguidos , hundidos<br />
por un gran desamparo<br />
de recuerdos y lunas,<br />
de noviembres y marzos,<br />
aventados se vieron<br />
como polvo liviano:<br />
Página 88
aventados se vieron<br />
pero siempre abrazados.<br />
Otros poetas han creado poemas que tienen al vals como tema, recordar los poemas<br />
“Tanda de valses”de Salvador Rueda; ”Vals” y “Oda al vals sobre las olas” de Pablo Neruda;<br />
“Los valses a bordo” de Juan Gil-Albert; “O vals da nena probe” del poeta gallego Luis Pimentel.<br />
Vicente Aleixandre (“El último vals”ballet”) y Gerardo Diego (“En busca de mis valses”)<br />
tienen , aparte de los antes reseñados, otros poemas con esta temática.<br />
El vals poético llegó a una alta calidad literaria con estos poetas, posteriormente muchos<br />
poetas han tomado este baile, su movimiento, su ritmo, como inspiración para la creación<br />
de poemas. No es otra mi intención que recordarlos e invitar a su lectura, se trata de algunos<br />
de los mejores poemas valsísticos de nuestra literatura, varios de ellos se encuentran ya en<br />
la memoria de la colectividad gracias a las versiones musicales que de ellos han hecho y llevado<br />
a otros idiomas; sin duda el más popular y versionado el “Pequeño vals vienés” de Federico<br />
García Lorca.<br />
Fernando Arnaiz<br />
Página 89<br />
PB
PB<br />
Página 90
Mundo digital<br />
La nueva canción de Entertainiment<br />
La amplitud del término “Mundo digital” nos ha animado a encajar aspectos tan<br />
diversos como la espiritualidad, la política abstracta y la vida cotidiana. Hemos compuesto<br />
la letra de esta canción con estrofas etéreas y estribillos poéticamente activos.<br />
Nuestro mundo virtual alberga mucho de lo que fuimos, también de lo que somos<br />
y, en gran medida, de lo que seremos. Disfrazado de oráculo, el entorno digital alberga<br />
un espacio sin salida física que nos atrapa como seres interdependientes. Es<br />
un lugar sencillo, una calculadora para todo.!<br />
Lo que nos preocupa del ecosistema digital es el sistema de control que requiere<br />
su funcionamiento. Esta apreciación es el germen de la canción. Hemos querido reflexionar<br />
sobre ilusión y realidad. Diferenciar la materia de su imagen capturada.<br />
Distinguir los hechos de las palabras. Preguntarnos si el individualismo digital se<br />
transfiere al entorno físico.<br />
Como metáfora para plantear estas ideas hemos hecho referencia a la historia<br />
entre Eros, Dafne y Apolo. Un mito cruel en el que el amor se convierte en herramienta<br />
de venganza y catalizador de injusticias y perversiones.<br />
Letra:<br />
Estáis consiguiendo que nada tenga sentido<br />
Sólo lo vuestro es importante.<br />
Nos peleamos por vuestra propuesta.<br />
Ayer no era tan difícil.<br />
Tampoco había regalos.<br />
Pero teníamos puertas abiertas.<br />
¿Dónde está la resistencia?<br />
Mundo digital, computarizado.<br />
Con transacciones espirituales.<br />
Con los amigos ocupados<br />
siempre en casa.<br />
Mundo digital, monitorizado.<br />
Con oficinas permanentes.<br />
Con los despachos<br />
bien cerrados para tu suerte.<br />
Eros nos respeta en el mundo digital.<br />
Nos da mucho amor, el que a Dafne le negó.<br />
Por un problema con el cuerpo a cuerpo.<br />
Apolo se rindió.<br />
Una mañana sin sintonía.<br />
Como un artista pesimista.<br />
Página 91
PB<br />
Página 92
Tres poemas de Ricardo Albillos<br />
UN LARGO POEMA<br />
Detente frente al jardín tranquilo,<br />
mira el milagro de la rosa.<br />
Dictados por su aroma vigila los recuerdos,<br />
la tarde detenida, la vida con sus cosas.<br />
Más allá de las piedras, coge aliento<br />
y dirige hacia el cielo la mirada,<br />
hacia los días que se fueron.<br />
Cuando notes que has recorrido un trecho grande,<br />
deja que tu voz más íntima grite a tu oído<br />
un rumor de palabras que consuela.<br />
Entre las esquilas huecas de tus sentimientos,<br />
hallarás un largo poema<br />
que has ido escribiendo desde muy lejos.<br />
APRESÚRATE<br />
Ya que has sido convocado a vivir,<br />
persiste en los sueños, vive, apresúrate.<br />
Habita cada pliegue de la risa,<br />
saborea con dulzura el corazón del tiempo.<br />
Cuando te pierdas, recuerda qué fue de tu vida.<br />
Desde el fondo de tu cuerpo, ten el alma alerta.<br />
Es el vivir la profesión más difícil que existe,<br />
los instantes avanzan muy deprisa, aunque ofrezcan<br />
su cálido fulgor a la mirada.<br />
Con una remota melodía, sentirás<br />
el renacer de una pasión dormida:<br />
refúgiate en la herencia de su luz.<br />
No esperes, es el tiempo de vivir.<br />
Más allá de la súbita frontera del miedo,<br />
se halla el mundo y la urgencia del deseo.<br />
CARTA<br />
Te puedo besar por instinto y hacerte el amor,<br />
aunque te haya perdido ya,<br />
y el otoño me arrastre a los brazos de nadie.<br />
Es tarde para el gran amor,<br />
a pesar de la urgencia de ti.<br />
Te echaría mi piel encima<br />
únicamente por un momento de ternura,<br />
como cuando mi mano era tu mano<br />
y mi cuerpo se moría en tu cuerpo.<br />
Tarde lo he aprendido, porque ya es tarde.<br />
Siempre te sonaré en el pasado,<br />
pero algo de mí todavía habitará<br />
tu carne sin fin, mientras morimos más y más<br />
y te recorro trozo a trozo, ya sin cansancio.<br />
El amor siempre es una fuga, un grito pequeño<br />
tras un último abrazo, pero persigo aún<br />
salir de mi cuerpo para ser en el tuyo,<br />
como un beso que eternamente se complicara<br />
dentro de un corazón, otra vez.<br />
He recibido el libro de poemas “Entre dos silencios”. Ricardo Albillos,<br />
su autor, no busca halagos de su obra. Es más sencillo: le urge escribir<br />
poesía, ser poeta, y toma sobre sí esta suerte y la lleva con su<br />
pesadumbre y su grandeza, sin pensar jamás en la recompensa que<br />
le pudiera llegar de fuera. É ejerce la tarea de cambiar en palabras<br />
su vida; en dejar el poema próximo al silencio y a la contención. Si<br />
te acercas a ella, encontrarás el misterio del tiempo en que suceden<br />
tantas cosas reales, imaginarias o dudosas, el amor tan mudable y<br />
complejo como la propia vida que puede, entre tantas cosas, ser<br />
muy bella, los muertos que conserva en la memoria o el fugaz atardecer<br />
que él ignora el resplandor de su belleza. Tres poemas te entrego<br />
del libro, lector. Juzga tú mismo y ojalá seas el que yo busco<br />
y deseo.<br />
J.A.M.G.<br />
Página 93
PB<br />
Página 94
Punto de fuga<br />
(Tú, como todos, eres lo que ocultas…<br />
CARACOL. CIUDAD DE LA MEMORIA. JOSÉ EMILIO PACHECO)<br />
RETRATOS DE INTERIOR<br />
PRIMERO<br />
Destapado el brocal del pozo de las miserias,<br />
removido su interior infecto,<br />
ya no hay quien pare el incesante fluir de sus miasmas.<br />
¿Qué otras cosas esconde su intestino,<br />
ignoradas incluso por su dueño?<br />
¿De qué cadáveres, carroñas, derrumbes<br />
y mezquindades se alimenta?<br />
Se ha removido su alma bajo el espeso cieno<br />
y ya no se podrá tapar sino a la fuerza.<br />
SEGUNDO<br />
Esgrimen sus razones como en un juego de cartas:<br />
“Este es mi triunfo”, arguyen insolentes,<br />
pretendiendo amedrentar a quien ni siquiera<br />
participa en la partida. Jugadores de póquer,<br />
sus derechos son todos ases. En el lance,<br />
mezclan estulticia y tiranía, se envalentonan,<br />
repiten las jugadas, y es bien triste<br />
que a menudo sean ellos los que ganan.<br />
Página 95<br />
TERCERO<br />
En fin, nunca se conformaba.<br />
Pensó que merecía algo mejor,<br />
y no nos quiso.<br />
Sin embargo, no creo que debamos<br />
quejarnos. Cada cual es libre<br />
de aceptar o no aceptar cariño,<br />
de elegir el camino que le guste.<br />
Se es libre para ofrecer amor.<br />
Se es libre para rechazarlo.<br />
Lo demás (la tristeza y otras cosas)<br />
importa menos, a mi modo de ver,<br />
que el gran derecho a equivocarse.<br />
Montserrat Díaz Miguel
PB<br />
Página 96
El gran hermano<br />
En una ocasión al director Luis García Berlanga<br />
le preguntaron que prueba haría él<br />
para admitir a los alumnos en la escuela de<br />
cine. Corría el año 1994 y por entonces se<br />
abría de nuevo la ECAM, una escuela de cine.<br />
Desde el año 1976 cuando se cerró la anterior<br />
escuela de cine (la EOC) por motivos políticos,<br />
había habido un vacío en la formación<br />
de cineastas por lo que la demanda para entrar<br />
en la ECAM desbordó rápidamente el número<br />
limitado de ingresos para entrar en la<br />
escuela. Lo lógico era que quizás el maestro<br />
Berlanga hubiese contestado algo parecido a<br />
que lo mejor fuese preguntarles cuestiones<br />
sobre la historia del cine, o que escribiesen<br />
algún guión, o que rodasen un par de planos…<br />
Pero Don Luis (único en su género)<br />
contestó: “Les diría que fuesen caminando<br />
por la Gran Vía de Madrid, desde Callao a la<br />
Plaza de España y que al final me contasen<br />
lo que habían visto”. Sin duda Berlanga daba<br />
mucha importancia a la capacidad de observación<br />
y análisis de la realidad circundante<br />
de los futuros directores de cine. Medio en<br />
broma, medio en serio yo les digo a mis<br />
alumnos que ninguno hubiese podido entrar<br />
en la Escuela de Cine. A buen seguro hubiesen<br />
hecho el trayecto mirando la pantalla del<br />
móvil sin atender a todo el cúmulo de estímulos<br />
que les rodeaba.<br />
Yo estudié cine en una escuela privada (el<br />
Taller de Artes Imaginarias TAI) antes de que<br />
se abriese de nuevo una escuela oficial de<br />
cine. De aquella época (una época llena de<br />
tertulias y pantallas de cine, cuando aún no<br />
existían los teléfonos móviles) guardo un<br />
grato recuerdo sobre todo de mis profesores.<br />
Me dio clases el bueno de Paco Lucio, director<br />
burgalés de Melgar, autor de una estupenda<br />
película, Teo el Pelirrojo, sobre un terrible suceso<br />
acontecido en el año 1957 en Villamayor<br />
de Treviño. También recuerdo las instructivas<br />
clases de Miguel Picazo, director de otra gran<br />
película, La Tía Tula y a Antonio Drove. Antonio<br />
Drove, quijote del cine y autor de La<br />
verdad sobre el caso Savolta y de El Túnel,<br />
alternaba clases magistrales con otras donde<br />
nos llegaba borracho, se dormía en clase y<br />
teníamos que llamar a la directora. Un día<br />
llegó a clase y comenzó a contarnos: “Imaginaros<br />
que el Arcángel San Gabriel lanza<br />
una flecha y que Dios tiene que rodar el<br />
plano. Dios, que está en todas partes, colocará<br />
la cámara en todos los puntos posibles.<br />
Como consecuencia de ello, se producirá un<br />
plano inmóvil donde no hay movimiento. Po-<br />
Página 97
demos afirmar entonces que Dios… es el anticine”<br />
Volvamos de nuevo al tema de los teléfonos<br />
móviles. En 1949 se publica la novela de<br />
George Orwell 1984. En 1984, el llamado<br />
Gran Hermano manipula a su antojo la información<br />
y lleva a cabo una vigilancia masiva<br />
de toda la población controlando todos sus<br />
movimientos. Puede que Orwell no atinase<br />
con la fecha, pero su visión futurista concuerda<br />
(y mucho) con la sociedad actual. La<br />
diferencia es que el Gran Hermano no actúa<br />
de forma totalitaria. Somos los propios individuos<br />
los que aportamos de forma voluntaria<br />
datos e información para ser controlados.<br />
Dejamos continuamente huellas de lo que<br />
pensamos, de nuestros gustos, de lo que<br />
compramos, de los lugares donde viajamos,<br />
de quienes son nuestras amistades… Nuestro<br />
ordenador, nuestro teléfono móvil está directamente<br />
conectado al Gran Hermano y en él<br />
está la ficha de nuestra identidad, de nuestra<br />
vida. No hay secretos, no hay intimidad, estamos<br />
voluntariamente controlados. George<br />
Orwell se quedó corto. No hay rebelión posible.<br />
Nadie nos subyuga. Somos nosotros<br />
mismos. No quisiera parecer carca, no estoy<br />
desde luego en contra de las nuevas tecnologías,<br />
pero me produce un gran estupor ver<br />
a un grupo de gente o a una pareja en torno<br />
a una mesa, en flagrante incomunicación mirando<br />
el teléfono móvil. La realidad está<br />
junto a nosotros gritando que la prestemos<br />
atención. En ella está el germen de la ficción<br />
que llenará nuestros guiones, nuestras novelas…<br />
En la realidad están los otros, los que<br />
nos demandan atención, cariño, solidaridad.<br />
Si no miramos a nuestro alrededor nos retratamos<br />
como burros con orejeras. Y con ello<br />
suspendemos el examen de ingreso a la Escuela<br />
de Cine o lo que es peor, a la Escuela<br />
de la vida. Puede que mis prejuicios sean<br />
como “los árboles que no te dejan ver el bosque”,<br />
pero también puede que estemos ante<br />
una generación de sumos gilipollas. Ojo que<br />
no digo tontos, sino seres que aún teniendo<br />
grandes capacidades y habilidades no lleguen<br />
a desarrollarlas nunca por culpa del Gran<br />
Hermano. Lo decía hace unas semanas Lucía<br />
Jiménez en Twitter: “Cuando veo a la gente<br />
en el tren jugando a Candy Crush pienso...<br />
¿no se podrían leer una novela? ¡Cómo perdemos<br />
el tiempo!” Eso digo yo.<br />
Sr. Berlanga, estamos todos suspendidos.<br />
Página 98<br />
Lino Varela
Página 99<br />
Ellos alzan banderas como pájaros<br />
Alfredo Taján (Nueva usura, 2014)<br />
JMI