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Culdbura nº 7

Revista cultural online de Burgos (ES)

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Otoño 2017-<strong>nº</strong> 7<br />

Destacado:<br />

*Poesía visual de<br />

Pablo del Barco<br />

*Carpeta artística de<br />

Gerardo Ibáñez<br />

Además:<br />

*Artículos, ensayos,<br />

relatos, poemas...


A enemic que fuig, pont de plata<br />

Refrán español muy utilizado por Gonzalo Fernández de Córdoba,<br />

más conocido como el Gran Capitán. También utilizado por<br />

Cervante en el Quijote. Hoy en día parece haber caído en desuso.<br />

Portada y contraportada: a partir de un cuadro de Gerardo Ibáñez, a quien damos las gracias.<br />

Nuestro más sincero agradecimiento a Pablo del Barco, por cedernos algunos de los poemas visuales que conforman<br />

su producción artística para iluminar estas páginas.<br />

En las bibliotecas municipales y pública de Burgos hay a disposición del lector ejemplares impresos de esta revista.<br />

No podemos sino expresar nuestra gratitud por ello.<br />

Reciban nuestro más sentido pésame los familiares y amigos de Tino Barriuso, Alejandro Yagüe y Rai Ferrer, recientemente<br />

fallecidos.<br />

Página 2<br />

Cul ura es un empeño de: Fernando Ortega, Fernando Arnaiz, José Mª Izarra, Alfonso Hernando, Jesús Borro, Jesús<br />

Pérez, Luis Carlos Blanco y Félix J. Alonso, entre otros.<br />

©de los textos (faltas de ortografía incluidas), ilustraciones y fotos, los respectivos autores.<br />

©del logo, grafismo y maquetación: el maquetista, JMI.<br />

Contacto: culdbura@gmail.com


SUMARIO<br />

Europa: el rapto del relato, Violeta Arnaiz Medina.................................................Pág. 5<br />

Ante el estreno de la ópera El mozo de mulas,Enrique García Revilla..............................9<br />

Antonio José, las palabras de un soñador, Alfonso Hernando....................................... 13<br />

Cuando los grandes músicos mueren, Soledad Medina............................................... 21<br />

Vallé Inclán, conferenciante en Burgos (1925), Leonardo Romero Tobar....................... 25<br />

Un laborista británico en el Círculo Católico, Antonio de Miguel Pliego...........................29<br />

Poe: el cuervo y la memoria, Carlos de la Sierra........................................................31<br />

Una callada por respuesta (relato de una acción artística), Luis González Santamaría.....35<br />

La venta de Miguelote (una historia del barrio Preservación), Félix J. Alonso Camarero... 39<br />

Ocho días, siete noches, Jerónimo Rodríguez............................................................ 45<br />

Zafiro: el paraíso de las almas perdidas, J. A. Martínez Gutiérrez “Guti”........................57<br />

Plagas, José María Izarra....................................................................................... 61<br />

Carpeta artística de Gerardo Ibáñez, Eliseo González................................................. 65<br />

Poesía y vals en poetas de la Generación del 27, Fernando Arnaiz................................83<br />

Mundo digital, la nueva canción de Entertainiment ....................................................91<br />

Tres poemas de Ricardo Albillos.............................................................................. 93<br />

Punto de fuga: Retratos de interior, Montserrat Díaz Miguel........................................ 95<br />

El gran hermano, Lino Varela..................................................................................97<br />

Ellos alzan banderas como pájaros, JMI................................................................... 99<br />

Página 3<br />

Poesía visual, Pablo del Barco<br />

Nacido en Burgos, 1943, ha sido profesor en la Universidad de Sevilla, donde ha cultivado<br />

la crítica y la investigación literarias, en especial de los hermanos Machado y de los principales<br />

autores del Modernismo portugués y brasileño, a quienes ha traducido y editado en<br />

una veintena de libros. Además, ha desempeñado una importante labor como artista plástico<br />

(pintura, edición y diseño gráfico, performance, comisario de exposiciones...) y creador literario,<br />

en géneros como el ensayo, la narrativa breve y, sobre todo, la poesia, tanto discursiva<br />

como visual. Entre sus títulos destacan Piedra quejida, Versounverso, Catorce x 14<br />

sonetos, Castilla bría y umbría, Poemas a lápiz, la antologia Itinamario y Presencia indefinida.<br />

Su producción artística, tanto con la palabra como con la imagen, y sus relaciones, son fruto<br />

de una personalidad artística compleja, que escapa a toda frontera disciplinar o territorial.


Página 4


Europa: el rapto del relato<br />

El "relato" como concepto está de<br />

moda. Hoy en día, cualquier producto,<br />

equipo de fútbol, o incluso nación se nos presenta<br />

envuelta en una narrativa épica y cautivadora.<br />

A veces existe un relato natural,<br />

legible a través de las huellas que el hombre<br />

y los acontecimientos han ido dejando sobre<br />

la piel de un ser o sobre un pedazo de tierra.<br />

Como el agua que lame, redondeándolas, las<br />

piedras que duermen en el cauce de los ríos,<br />

el tiempo va esculpiendo lentamente cada<br />

historia, en una especie de braille planetario<br />

y universal. Cuando el relato no existe (o no<br />

resulta conveniente), se inventa a medida o<br />

se altera, buscando a través de su materia<br />

pegajosa adhesiones a una u otra causa.<br />

Quizá los motivos que explican el éxito del<br />

relato en este mundo globalizado y veloz que<br />

los humanos habitamos algo atónitos, se encuentren<br />

precisamente ahí, en nuestra búsqueda<br />

desesperada de un centro de gravedad<br />

—ese al que ya cantaba Battiato—. El hombre<br />

postmoderno, falto de referentes convincentes<br />

(se nos ha desvanecido Dios, la<br />

libertad es un aire cada vez más irrespirable,<br />

y los ideales democráticos resultan muchas<br />

veces decepcionantes ante las amenazas del<br />

s. XXI, de contornos imprecisos y evanescentes)<br />

necesita saciar su apetito existencial sumergiéndose<br />

en una cultura que de sentido<br />

a su vida, que la vertebre. Una historia de la<br />

que pueda sentirse parte.<br />

Los hilos con los que se teje el relato son<br />

muchos y muy variados. Se puede recurrir a<br />

un pasado idealizado, y rescatar de él, tras<br />

quitarles bien el polvo, símbolos y héroes<br />

atractivos. Se puede bucear en la cultura<br />

pop, rock, heavy-motera o flamenca hasta<br />

encontrar elementos suficientes para recrear<br />

un universo seductor y de fácil acceso. Incluso<br />

es posible contar una historia de éxito<br />

y construir con ella una marca que evoque<br />

un mundo de lujo y sofisticación, o de tradición,<br />

ética y elevados valores. Dependiendo<br />

de la calidad de los tejidos elegidos y de sus<br />

estampados más o menos perecederos, el relato,<br />

ese abrigo frente al desamparo existencial,<br />

será sólo de temporada, o quizá un<br />

"fondo de armario" capaz de seguir generando<br />

interés generación tras generación.<br />

Hace unos días, al hilo de un reportaje que<br />

leí en la prensa sobre la simbología del águila<br />

en la cultura estadounidense (y, curiosamente,<br />

los problemas que, en una realidad<br />

más prosaica, este animal está ocasionando<br />

en algunos de sus Estados), pensé en la<br />

densa y poderosa narrativa nacional que<br />

este país ha creado y exportado en sus<br />

relativamente pocos años de historia.<br />

Ello me hizo pensar en Europa y en la crisis<br />

identitaria que parece estar viviendo<br />

nuestro continente en los últimos tiempos.<br />

Y caí en la cuenta de que Europa, por<br />

no tener, no tiene ni ave ni animal que la simbolice.<br />

Para tratar de paliar este sentimiento<br />

de orfandad, he intentado prestar atención a<br />

los paisajes cotidianos de la Europa que conozco,<br />

a lo que veo desde los cristales de los<br />

coches, o a través de la ventanilla del tren<br />

cada vez que viajo. Mi objetivo: buscar un<br />

animal (un ave, preferiblemente) que se repitiera<br />

desde las catedrales góticas del norte,<br />

de piedras grisáceas sobre cielo brumoso, a<br />

los barrios enteros pintados de blanco y albero<br />

del Puerto de Santa María. Y, si he encontrado<br />

un elemento vertebrador, han sido<br />

las cigüeñas. He visto cigüeñas en cruceros<br />

de iglesias, en campanarios, en estructuras<br />

fabriles. Cigüeñas en la heráldica alsaciana,<br />

en pueblos polacos y extremeños, y hasta en<br />

un cuartel militar abandonado de Sevilla.<br />

Página 5


Las cigüeñas nos traen a los bebés de<br />

París (parece que, curiosamente, a los parisinos<br />

les llegan de Estrasburgo), y predicen<br />

el inicio de las estaciones y hasta la climatología<br />

("por San Blas..."). Además, estas aves<br />

se parecen a nosotros en algunas cosas... les<br />

gusta la vida en pareja, son bastante paritarias<br />

(macho y hembra se ocupan ambos del<br />

cuidado de los polluelos), y se organizan en<br />

grupos grandes junto a los que emprenden<br />

su particular trashumancia anual. Tenemos<br />

también en común nuestra conexión con<br />

África, donde las cigüeñas se refugian de los<br />

rigores del invierno. De África llegamos también<br />

nosotros como especie, y de África siguen<br />

llegando muchos de los nuevos<br />

moradores europeos.<br />

Bien -me dije-, tenemos el ave. Pájaro<br />

elegante, de vuelo majestuoso. Hábitat africano-europeo.<br />

Mirada de perspectiva privilegiada.<br />

Carácter pacífico y familiar. Pero... ¿y<br />

ahora? ¡Nos falta aún tanto relato!<br />

Justo en los días en los que andaba dando<br />

vueltas a esta idea, llegó a mis oídos, a través<br />

de una emisora de radio francesa, un<br />

discurso de Jean-Pierre Vernant que, al<br />

parecer fue escrito para el 50º aniversario<br />

del Consejo de Europa. El texto, entre<br />

la metáfora y el mito, nos ofrece una<br />

idea muy sugerente de Europa, como un<br />

hogar sólido y protector, de profundas<br />

raíces, pero también hospitalario con el<br />

visitante y abierto al exterior. Aquí podéis<br />

leer un extracto del texto en francés y, a<br />

continuación, para quien prefiera leerlo en<br />

castellano, mi humilde (y muy libre) traducción:<br />

"Atravesar un puente, cruzar el río,<br />

franquear una frontera, es alejarse del espacio<br />

íntimo y familiar en el que uno encuentra<br />

su sitio para penetrar en un<br />

horizonte diferente, un espacio extranjero,<br />

desconocido, no exento de riesgos, donde<br />

enfrentarnos al otro y descubrirnos sin un<br />

lugar propio, sin identidad. Tal es la polaridad<br />

a través de la que el espacio humano<br />

se construye: con un dentro y un fuera. La<br />

antigua civilización griega expresó este<br />

dentro seguro, cercado, estable, y ese<br />

fuera inquietante, abierto, cambiante,<br />

bajo la forma de una pareja de divinidades<br />

unidas y opuestas: Hestia y Hermes.<br />

Hestia es la diosa del hogar, el corazón<br />

de la casa. Ella crea el espacio doméstico,<br />

al que dota de profundas raíces, un dentro<br />

fijo, delimitado, inmóvil, un centro que<br />

congrega al grupo familiar, asegurando su<br />

asentamiento espacial y confiriéndole permanencia<br />

en el tiempo, seguridad frente<br />

al exterior.<br />

Mientras que Hestia es sedentaria, y se<br />

encuentra apegada a los humanos y a las<br />

riquezas que ellos cobijan, Hermes es vagabundo,<br />

nómada, trotamundos; viaja sin<br />

descanso de un lado a otro, se ríe de las<br />

fronteras, de los cerrojos, de las puertas,<br />

que atraviesa a su antojo, como si se tratara<br />

de un juego. Maestro de los intercambios,<br />

de los contactos, de los puntos de<br />

encuentro, él es el dios de los senderos<br />

que guían al viajero, el dios también de las<br />

extensiones salvajes y vírgenes, de las tierras<br />

en barbecho donde pastan los rebaños,<br />

riquezas de las que Hermes es<br />

responsable, al igual que Hestia vigila los<br />

tesoros escondidos en las casas.<br />

Divinidades que se contraponen, pero<br />

que son también indisociables. Un fragmento<br />

de Hestia pertenece a Hermes, una<br />

parte de Hermes vuelve siempre a Hestia.<br />

Porque es sobre el altar de la diosa, en el<br />

centro de las moradas privadas y los edificios<br />

públicos, donde, según los ritos, se<br />

acoge, alimenta y da cobijo al extranjero<br />

venido de lejos; el altar de Hestia como<br />

anfitrión o embajador del dentro. Y es que<br />

para que haya verdaderamente un dentro,<br />

hace falta que éste se abra sobre el fuera<br />

para acogerlo en su seno.<br />

Cada ser humano debe asumir su<br />

parte de Hestia y su parte de Hermes.<br />

Para ser uno mismo hay que proyectarse<br />

sobre el que es extranjero, prolongarse<br />

dentro de él. Permanecer encerrados en<br />

nuestra identidad nos conduce a perdernos,<br />

a dejar de ser. Nos conocemos, nos<br />

construimos por el contacto, por el intercambio,<br />

por el comercio con los otros.<br />

Entre las orillas de uno mismo y del<br />

otro, el Hombre es un puente"<br />

Qué afortunada y plagada de simbolismo<br />

esta idea del hombre como puente (bridge<br />

over troubled water). Qué apropiada justo<br />

en este momento, en el que Europa (y<br />

no sólo Europa) se escora a posiciones<br />

radicales de dentro o fuera, ante los problemas<br />

y amenazas que está obligada a enfrentar.<br />

Qué inspiradora esta historia de<br />

divinidades contrapuestas que, sin embargo,<br />

se necesitan mutuamente...<br />

Hestia, la única deidad que no habitaba en<br />

el Olimpo con los demás dioses, y que prefería<br />

vivir con los pies en la misma tierra que pisaban<br />

los humanos, junto a ellos, tal era el amor<br />

que les profesaba. Sin ella, la divinidad del<br />

fuego civilizado, el corazón del espacio, Her-<br />

Página 6


mes perdería toda raíz, todo pie a tierra. Sin<br />

ella, Hermes no sería sino un nómada desnortado.<br />

Hermes, el explorador, el viajero, el comerciante,<br />

el que trae de un lado para llevar<br />

a otro. El movimiento, el plus-ultra, el camino,<br />

el cambio. Sin él, la morada languidecería<br />

a falta de colores y sonidos nuevos, de<br />

objetos e ideas que intercambiar. Sin él, el<br />

dulce hogar se convertiría en una jaula, en<br />

un lago hediondo de agua estancada.<br />

Así, con esa unión tan antagónica y a la<br />

vez tan perfecta como referente, es como<br />

imagino que tenemos que seguir construyéndonos.<br />

Y, volviendo al relato... tenemos el de<br />

Jean-Pierre Vernant, tenemos a nuestras cigüeñas,<br />

que últimamente incluso se quedan<br />

a pasar el invierno con nosotros... Tenemos<br />

la mitología clásica, de la que bebe toda la<br />

cultura posterior. Tenemos la ópera, el cuattrocento<br />

y el cinquecento italianos. Fuimos<br />

los inventores de esa perfecta imperfección<br />

que es la democracia, que, pese a algún<br />

tropiezo, tratamos de mantener sana y con<br />

vida. Tenemos la dieta mediterránea, la<br />

seguridad social, la educación pública,<br />

trenes y autopistas de calidad. Tenemos<br />

Roma, Atenas, París, Berlín, Lisboa, Granada,<br />

Viena, Pompeya... Tenemos templos, catedrales<br />

y mezquitas en pie desde hace siglos.<br />

Tenemos la socialdemocracia, ese invento<br />

tan tristemente eclipsado por los ultra liberalismos<br />

y los populismos en boga. Tenemos<br />

ciudades paseables, donde uno puede permitirse<br />

el lujo de vivir sin coche. Tenemos<br />

hasta un nombre precioso, consecuencia,<br />

dicen, de la búsqueda desesperada que, tras<br />

enterarse de su rapto, inició el padre de Europa<br />

por todos los confines de la tierra conocida.<br />

"¡Europa, Europa!", gritaba. No<br />

encontró a su hija pero, sin saberlo,<br />

bautizó a todo un continente.<br />

Igual sí tenemos un relato. Igual lo<br />

que sucede, simplemente, es que no nos<br />

lo estamos contando.<br />

Página 7<br />

Violeta Arnaiz Medina


PB<br />

Página 8


Ante el estreno de la ópera<br />

El mozo de mulas, de Antonio José<br />

Si bien no hay duda de que todos los lectores<br />

de <strong>Culdbura</strong> conocen la existencia de la<br />

generación literaria española del 27, es muy<br />

posible que no todos tengamos constancia<br />

del grupo paralelo que, tomando la misma<br />

fecha como referencia, se configuró en España<br />

en el arte musical. Así pues, es algo<br />

perfectamente natural el que tan solo una<br />

parte exigua de la población relativamente<br />

culta conozca algunos de los nombres de<br />

aquellos músicos. Tal vez uno de los motivos<br />

lo constituya el hecho de que no hay, en<br />

dicha generación, una figura sobresaliente<br />

que despierte la admiración unánime entre<br />

todos los sectores de aficionados. Tratemos<br />

de imaginar cuál sería el tratamiento que recibiría<br />

el grupo literario del 27 si no hubiese<br />

existido la figura de García Lorca. Evidentemente<br />

seguiríamos hablando de grandísimos<br />

poetas, pero que como bloque no habrían podido<br />

alcanzar las cimas que hoy cuentan en<br />

su haber gracias al enorme genio personal<br />

del poeta de Fuente Vaqueros.<br />

Tiendo a pensar que a la generación musical<br />

del 27 le falta una figura equivalente a<br />

la de Lorca. Y tiendo a opinar que el compositor<br />

Antonio José podía haber sido dicha figura.<br />

Antonio José, cuatro años más joven que<br />

Lorca, fue el único de sus compañeros de generación<br />

que murió joven. Todos los demás<br />

alcanzaron, al menos, las cinco décadas de<br />

vida. Con todo, tal como se está pudiendo<br />

comprobar en los últimos años, el talento del<br />

compositor burgalés se encontraba muy por<br />

encima del de sus compañeros. Esta última<br />

aseveración, tan aparentemente revestida de<br />

opinión subjetiva y romántica, puede ser sometida<br />

a un juicio imparcial si se estudian las<br />

partituras que cada compositor tenía finalizadas<br />

antes de alcanzar la edad en que falleció<br />

Antonio José. Del mismo modo en que<br />

Lorca dominó tanto la poesía como el teatro,<br />

Antonio José tenía una aptitud natural abrumadora<br />

para la composición de música para<br />

orquesta, para piano (instrumento del que<br />

era un virtuoso), para guitarra (instrumento<br />

que no conocía en profundidad), para coro...<br />

y para la ópera.<br />

La composición de su ópera El mozo de<br />

mulas le mantuvo ocupado desde 1927 hasta<br />

mediados de 1929. La posibilidad de presentar<br />

la partitura a concurso le animó a completar<br />

gran parte de la orquestación en 1930,<br />

pero por algún motivo, sin haber culminado<br />

el trabajo, los años posteriores no vieron<br />

avance significativo en el toque final. Cuando<br />

Antonio José fue fusilado en 1936, a El mozo<br />

de mulas aún le faltaban siete escenas por<br />

orquestar. Medio siglo después, en 1986, el<br />

compositor Alejandro Yagüe finalizó la orquestación<br />

con un resultado brillante, fruto<br />

de un estudio exhaustivo del autor y de una<br />

intuición tímbrica admirable. Esta Turandot<br />

española tuvo al menos la suerte de encontrar<br />

a un Franco Alfano adecuado. No obstante,<br />

la ópera póstuma de Puccini fue<br />

interpretada al poco de haberla completado<br />

Alfano, mientras que El mozo de mulas aún<br />

no ha visto la luz. Afortunadamente, esta pesarosa<br />

expresión será historia a partir del 12<br />

de noviembre de 2017, la fecha que la Orquesta<br />

Sinfónica de Burgos ha fijado para su<br />

estreno en versión de concierto.<br />

Será entonces cuando podrá escucharse<br />

por vez primera esta obra que, no olvidemos,<br />

es una obra de juventud, como todas las partituras<br />

del autor. Podrá entonces admirarse<br />

una de las características de todos los jóvenes<br />

genios, como es la capacidad para aprender<br />

mucho de los maestros en muy poco<br />

tiempo, así como de aprehender de ellos ras-<br />

Página 9


gos de estilo que, a lo largo de la vida del artista,<br />

habrán de madurar en una estética propia<br />

y personal. La partitura de El mozo de<br />

mulas muestra, en este sentido, un estilo que<br />

toma elementos del lenguaje orquestal wagneriano<br />

y de su dramaturgia, como el empleo<br />

del leitmotiv en la caracterización musical de<br />

los personajes dentro del hilo argumental. El<br />

mismo preludio parece surgir de la brumosa<br />

expectación cromática del Tristán. El tratamiento<br />

de las voces dentro del timbre sinfónico<br />

se manifiesta, por momentos, muy<br />

dentro de la escuela germánica heredada del<br />

Romanticismo, pero se encuentra casi siempre<br />

impregnado de un toque de sofisticación<br />

debido a las pinceladas francesas de corte<br />

debussyano y raveliano. Podría decirse que<br />

el estilo compositivo de Antonio José previo<br />

a una época adulta que nunca llegó a vivir<br />

consiste en el sincretismo de ambas estéticas,<br />

germánica y francesa, sobre el que<br />

vierte el componente melódico de la canción<br />

popular burgalesa, pues, según aquello que<br />

defendía de “la canción popular es el germen<br />

de toda belleza”, reserva momentos privilegiados<br />

para la exposición, armonización y variación<br />

de varias tonadas de su propia tierra.<br />

Con todo, no son sólo estas las influencias<br />

que pueden verse en El mozo de mulas. Hay<br />

en la partitura continuos guiños, referencias<br />

y manieras de la dramaturgia operística del<br />

cambio de siglo. No es descabellado entrever<br />

influencias veristas, de Puccini, de los operistas<br />

rusos o incluso del último Verdi. Multitud<br />

de elementos hacen pensar en un joven compositor<br />

extremadamente culto, con una capacidad<br />

extraordinaria para recordar texturas<br />

y música que pudo haber escuchado en alguna<br />

ocasión o cuya partitura estudió a conciencia.<br />

No son pocos los elementos que<br />

podrían relacionar esta ópera con las wagnerianas<br />

Tannhäusser, Lohengrin, La Valkiria o<br />

Los maestros cantores de Nuremberg, incluida<br />

la algazara final del primer acto o la<br />

entrada magnífica de Don Luis en la venta<br />

imponiendo silencio, por no hablar de la brillante<br />

fuga sobre la canción burgalesa Dónde<br />

vas a dar agua, mozo de mulas, con que finaliza<br />

la obra.<br />

Wagner, Debussy, Ravel, Chaikovski, Puccini<br />

o incluso el Manuel de Falla de El retablo<br />

aportan su influencia en esta obra que corona<br />

la etapa de juventud de Antonio José y<br />

que Alejandro Yagüe completó en su orquestación<br />

con suma prudencia, el mayor de los<br />

respetos y la más admirable sabiduría. Desconocemos<br />

de qué modo habría hecho evolucionar<br />

Antonio José su estilo, tal vez<br />

despojándose de tantas influencias en busca<br />

de una textura personal, pero podemos asegurar<br />

que, si le hubieran sido concedidas tan<br />

solo dos décadas más de vida y cierta solvencia<br />

para vivir y trabajar, sus logros habrían<br />

recibido la consideración que merecía su talento<br />

y la generación musical del 27 sería<br />

más y mejor estudiada, pues poseería su<br />

propio Lorca.<br />

POSTSCRIPTUM<br />

Unos días después de la redacción del<br />

anterior artículo falleció Alejandro Yagüe.<br />

Que descanse en paz el bueno de Yagüe. El<br />

sentimiento tras su inesperada muerte es de<br />

tristeza. Somos humanos y así nos sentimos<br />

cuando alguien cercano deja de vivir. No obstante,<br />

otro sentimiento asoma a nuestros corazones,<br />

pues también somos humanos para<br />

esto. Si las líneas escritas más arriba trataban<br />

sobre el estreno de El mozo de mulas, es<br />

evidente que el concierto, muy a nuestro<br />

pesar, será un homenaje póstumo a Alejandro<br />

Yagüe. El sentimiento que también se<br />

hace notar ahora es el de rabia. Rabia por no<br />

haber llegado a tiempo. Rabia porque tuvimos<br />

treinta años para estrenar la ópera<br />

desde que Yagüe finalizara la orquestación y,<br />

sólo por tres meses, Yagüe no lo verá. Uno<br />

de los objetivos de este estreno era, ni más<br />

ni menos, que el de rendir a todo el Fórum<br />

Evolución y a toda la ciudad ante el talento<br />

de Yagüe, con el compositor presente. Un homenaje<br />

póstumo es un sucedáneo necesario,<br />

pero que nunca hubiéramos deseado. Él solía<br />

decir que su trabajo en El mozo de mulas<br />

equivalía a la finalización de las obras de una<br />

catedral a la que sólo faltaba la cúpula. Pudo<br />

contemplar su cúpula en la inauguración del<br />

Fórum en 2012, pero no le fue dado el disfrutar<br />

de la vista de la catedral completa.<br />

Quisimos organizar un homenaje a Yagüe,<br />

pero muy a nuestro pesar, el 12 de noviembre,<br />

el homenaje a Yagüe será póstumo.<br />

Enrique García Revilla<br />

Homenaje a la música<br />

Página 10


Antonio José: El mozo de mulas¸<br />

ópera en tres actos sobre un episodio del Quijote<br />

Estreno absoluto<br />

Libreto de Manuel F. Fernández-Núñez y Lope Mateo<br />

Orquestación: Antonio José y Alejandro Yagüe<br />

Fórum Evolución Burgos. Auditorio "Rafael Frühbeck de Burgos"<br />

12 de noviembre de 2017<br />

Reparto:<br />

Alicia Amo (soprano): Dña. Clara<br />

Francisco Corujo (tenor): Don Luis<br />

Raquel Rodríguez (mezzo): Chacona<br />

Thomas Le Colleter (Barítono): Oidor, Antón Pintado<br />

Sandra Redondo (soprano): Mari Blanca, Dueña.<br />

Adolfo Muñoz (tenor): Estudiante<br />

Javier Hortigüela (barítono): Don Álvaro<br />

Rondalla de profesores de Burgos<br />

Coro de la Federación Coral de Burgos. Dir: Juan Gabriel Martínez<br />

Orquesta Sinfónica de Burgos. Dir: Javier Castro.<br />

Página 11<br />

Homenaje a la música<br />

PB


PB<br />

Página 12


Antonio José,<br />

las palabras de un soñador<br />

El estreno de El mozo de mulas, en su versión orquestal, nos da pie para volver sobre la<br />

vida y la obra de Antonio José (1902-1936). Durante muchos años cayó sobre su vida y su<br />

obra un silencio forzado, dándose la circunstancia de que el mismo Orfeón Burgalés, que<br />

había dirigido hasta su muerte, tenía prohibido expresamente interpretar sus obras 1 . Por<br />

fortuna, hace tiempo que eso ya no es cierto, y su nombre aparece con, cada vez más frecuencia,<br />

en los programas de coros y orquestas. Coincidiendo con el centenario de su nacimiento<br />

se publicó el libro En tinta roja, de Miguel Ángel Palacios, que, además de incluir<br />

una biografía del músico burgalés, recoge todas sus cartas conservadas, así como una selección<br />

de sus escritos. Su lectura nos conduce de inmediato a su época, su ciudad y su<br />

vida. No se puede imaginar mejor guía que la prosa de Antonio José. Dejémosle la palabra.<br />

ALGUNOS TEXTOS DE ANTONIO JOSÉ<br />

UNA ESCUELA 2<br />

Maravillosa fue la maña y el talento de aquellos dignísimos maestros … para evitar que la<br />

escuela nos fuera desde un principio odiosa por su lobreguez e incomodidad; antes por el<br />

contrario, hicieron de modo que acudiéramos siempre a ella como atraídos y con gozo pleno.<br />

En la clase cada vez que nos movíamos se levantaba un polvo molestísimo y si se regaba<br />

para evitarlo era sacrificando el agua que teníamos para beber. Esto pudiera entenderse<br />

como una exageración pero es ciertísimo que cada clase de unos 60 niño disponía de un<br />

solo botijo que se llenaba únicamente cuando pedían agua crecido número de ellos. …En invierno<br />

había un braserito; luego pusieron una estufa; y allí permanecíamos llenos de frío<br />

tres horas por la mañana y tres por la tarde. …<br />

Muchas veces estudiábamos geografía con una pelota o una manzana, faltándonos una<br />

esfera… Bien es verdad que nuestra joven imaginación se desarrollaba muy notablemente<br />

al esfuerzo realizado para apreciar en una manzana círculos máximos y mínimos. …<br />

Página 13<br />

Los retretes eran (y serán aún) de lo más inmundo y grosero, y de tal manera dispuestos<br />

que los niños que realizaban sus necesidades mayores y los que cumplían las menores es-<br />

1 Así se recoge en el catálogo de la exposición Antonio José y su época. Burgos 1902-1936, su comisario fue Juan Carlos<br />

Pérez Manrique. Y se celebró entre el 11 de diciembre de 2002 y el 23 de febrero de 2003. En la página 168, se reproduce<br />

una instrucción que prohibía expresamente la interpretación de una obra de Antonio José programada en un concierto<br />

que iba a tener lugar el 25 de mayo de 1938. En este catálogo se incluyen también numerosas referencias bibliográficas.<br />

2 Todos los textos de Antonio José que hemos incluido están recogidos con más amplitud en el libro ya citado, En tinta<br />

Roja, que, además de otras virtudes, cuenta con un trabajo de documentación muy amplio y riguroso. Las escuelas a las<br />

que acudió Antonio José estaban situadas en el edificio que ahora ocupa el Orfeón Burgalés. Estos recuerdos fueron publicados<br />

en 1925.


taban frente a frente, a medio metro separado un bando de otro, y sin nada que ocultara<br />

sus cuerpos. Un sumidero general para niños de seis hasta quince años, todos juntos…<br />

APUNTE INÚTIL 3<br />

[Antonio José, un día, paseando por Málaga, escuchó el sonido de una guitarra. Un viejo<br />

solitario era quien la tañía]<br />

Muy claramente dice Ortega y Gasset en uno de sus interesantísimos ensayos que “el<br />

hombre externo es el actor que representa al hombre interno”. El hombre externo puede,<br />

en ocasiones, cuando habla a los demás hombres, ser apócrifo, valga la palabra; pero cuando<br />

se expansiona con su hombre interno ¿cómo va a mentir engañándose a sí mismo?<br />

Indudablemente, el viejo tocaba para sí, puesto que solo estaba y en sitio retirado. Yo,<br />

para enterarme de sus secretos íntimos, me senté muy cerca, pero sin ser por él visto. Lo<br />

que tañía no era cosa definida; más bien parecía una improvisación intensamente sentida,<br />

algo así como un soliloquio nacido de pertinaz obsesión.<br />

El sabor de aquellos sonidos fue para mí de lo más paradójico que he oído. Málaga, como<br />

todo el mundo sabe, es bella, sonriente, desbordante y plena de luz y optimismo; todo es<br />

allí alegre, sus tipos, su innumerable flora, su delicioso clima, y, sobre todo, su espléndido<br />

y tranquilo mar, cuyo color siempre es ingenuo, tanto en los tonos intensos como en los suaves,<br />

y que en sus fantásticos crepúsculos semeja un colosal lago de nácar líquido.<br />

Sin embargo, la guitarra del viejo lloraba a solas en aquellos momentos sinceros y místicos.<br />

Aquella amargura no estaba conseguida melódicamente, de ese modo sensiblero que<br />

sólo afecta a los temperamentos cursis; era un sentido profundo, aunque inconsciente, del<br />

poder armónico expresivo quien la hacía sollozar en aquellos rasgueos enérgicos, y en aquellas<br />

súbitas gradaciones de fuerza, similares a los suspiros hondos, rotos, por su vehemencia,<br />

antes de salir del pecho. El desesperado e impotente esfuerzo del cautivo rebelde allí se oía<br />

junto con sus dolores y sus recuerdos, y sus tristezas inconsolables y sus fatigas. Era la congoja<br />

medular del esclavo. Yo creo que aún ejerce sañuda influencia en el alma del pueblo<br />

andaluz aquel ancestral fatalismo musulmán. Si no, dime, lector amigo: todas las circunstancias<br />

naturales hacen de Málaga, como sabes, un ensoñador oasis donde la alegría colgó<br />

su nido. Sus moradores siempre ríen con informalidad encantadora y jovial retozo. Entonces<br />

¿por qué íntimamente gemía solitaria la guitarra del viejo?<br />

REFLEXIONES SOBRE LA VIDA, LA CULTURA, ESPAÑA (1929) 4<br />

La vida es buena y es bella para el hombre sencillo y sensato. El optimismo lo suaviza<br />

todo y a este optimismo se llega con la voluntad que es la palanca suprema en la vida. Todo<br />

está en saber y querer gozar de un ambiente preparado y conseguido por nosotros mismos.<br />

…<br />

Me interesa el presente porque es el momento que vivo; pero pienso en el porvenir imaginándomelo<br />

como un bello ideal de superación depurada. …<br />

Sin duda es nuestro tiempo mejor que el pasado. Su característica es una bizarrísima y<br />

pujante plenitud en todo: en lo económico, en técnica, en maquinaria, en ciencia, arte, deporte,<br />

velocidad, muchedumbres, democracia y en una difusión de cultura completa y prometedora.<br />

… … …<br />

Concibo la religión como un anhelo de pureza, sin mixtificaciones. Aquel “amaos los unos<br />

a los otros” y aquellas “Bienaventuranzas” fueron y serán siempre las palabras más inefables<br />

3 Este texto fue publicado en Diario de Burgos en octubre de 1925. Se observa que Antonio José quedó enamorado de<br />

la alegría de Málaga que contrastaba con el frío y la seriedad de Burgos, y, sin embargo, también Andalucía tenía su lado<br />

oscuro.<br />

4 En esta sección recogemos fragmentos de un manuscrito, fechado en 1929, que permaneció inédito hasta que fue publicado<br />

por Miguel Ángel Palacios en la obra citada, pp. 318-327. Para desgracia nuestra, algunos de sus sensatos comentarios<br />

siguen siendo pertinentes… y demasiado actuales.<br />

Página 14


que ha oído el mundo. Esta es la mejor ley, el más hermoso y recto camino de perfección,<br />

la religión más bella.<br />

En cambio, nada más absurdo ni más odioso que esa fe de carbonero, semillero de fanáticos<br />

cretinos.<br />

… … …<br />

Creo que la mujer debe aspirar a su independencia económica. Esa es su mejor misión y<br />

su verdadero feminismo. Y luego, con su discreción, su belleza y su sensibilidad exquisita,<br />

ser el complemento del hombre. Una mujer económicamente independiente puede mandar<br />

en su vida, sin necesidad de angustiosa espera matrimonial, sin necesidad de sacrificios<br />

afectuosos o fisiológicos, sin temor al imperativo de su naturaleza. …<br />

Muchas veces creo favorable la coeducación.<br />

… … …<br />

Las generaciones anteriores e inmediatas a la mía (y en eso disiento de ellas) se han<br />

creído muy patriotas sólo por decir que nuestro cielo, nuestras mujeres, nuestras flores,<br />

nuestras costumbres, nuestra valentía, nuestra nobleza y todo lo nuestro, en fin, es mejor<br />

y más bonito que lo del vecino: es lo más interesante del mundo. Naturalmente este chauvinisme<br />

es ingenuo y hasta ridículo en ocasiones. La cultura y la moderna y expansiva actividad<br />

hacen conocer más y mejor a los hombres todos; y si bien es cierto que el clima y las<br />

costumbres forman los caracteres, no es menos verdad que la diferencia no equivale a superación<br />

ejemplar. La Geografía crea las variantes de raza y cultura, de paisajes y cantos,<br />

de leyendas y costumbres, de deberes cívicos y de comunidad de derechos. Alterar este<br />

orden natural, en la creencia de ser cada punto del planeta ombligo del mundo, es idea equivocada.<br />

Si una región da hierro, otra da trigo, y otra carbón, y otra buenas carnes; en una<br />

habrá también un médico eminente, y en otra un ingeniero ilustre, un químico, un filósofo<br />

o un artista genial. No insisto.<br />

… …<br />

Las variedades regionales me las explico y las deseo como la amenidad y el desarrollo de<br />

un todo exuberante. Mantenerlas y hasta acentuarlas es hacer más agradable el sentido de<br />

lo estético. Pero sin desequilibrar el todo, cuyo fin es la tendencia unánime a robustecer el<br />

carácter unitario de la nación y del Estado. …<br />

Las nuevas corrientes nacionalistas, seguidas por una parte de la juventud actual (como<br />

la “Acción Francesa”, “Casco de acero” alemana y “Giovenezza fascista” italiana), marcan<br />

una tendencia nada tranquilizadora hacia la enemistad dentro y fuera del país donde tales<br />

corrientes de separación unitaria se efectúan. En cambio la expansión y cultivo del bien<br />

orientado internacionalismo y del cosmopolitismo comprensivo y franco será siempre una<br />

mano fraterna y jovial tendida al deseado acercamiento universal. ¿Qué mejor Patria que<br />

una humanidad sin fronteras de amenaza, y con un mundo entero para alegría, enseñanza<br />

y propiedad suya?<br />

DEL SUEÑO A LA REALIDAD<br />

EL HUMOR EN LA OBRA DE ANTONIO JOSÉ<br />

Una de las características de la prosa de Antonio José es el abundante recurso al humor,<br />

muy a menudo para dulcificar las circunstancias de lo que relata. Así, por ejemplo, para<br />

quejarse de que en nuestra ciudad se recuerde mucho más a los hombres de uniforme y espadón<br />

que a los artistas, dice lo siguiente: “Y por si ese nombre ilustre [se refiere a Francisco<br />

de Salinas] se encontrara algo cohibido entre tantos guerreros impetuosos, voy a darle yo<br />

otro, ni un punto menos insigne, también burgalés y también ciego: Antonio de Cabezón”.<br />

Sin embargo es en sus cartas, sobre todo en las que escribe desde el penal a su entrañable<br />

amiga Consuelo Mediavilla, donde se aprecia mejor esa función lenitiva del humor. A pesar<br />

de que, como relata en otras cartas, las condiciones de vida en la cárcel eran muy duras, el<br />

23 de septiembre todavía tiene el valor de escribir: “Estamos perfectamente, y desde ahora<br />

con el tenedor de palo ya no nos falta una sola comodidad”. Solo faltaban quince días para<br />

su asesinato.<br />

Página 15


MUERTE DE UN SUEÑO<br />

Su muerte no fue sino una de entre las miles que provocaron el fanatismo y la intolerancia<br />

en la Guerra Civil. Aun así, qué contraste con el talante de Antonio José, qué paradoja que<br />

ese hombre joven, que pocos años atrás aventuraba confiado que la humanidad caminaría<br />

hacia una sociedad más cosmopolita, civilizada y pacífica, acabara asesinado miserablemente<br />

en un triste lugar cercano a Estépar la madrugada del 9 de octubre de 1936 5 .<br />

Caricatura de Antonio José realizada<br />

en 1934 por su amigo<br />

Saturnino Calvo, más conocido<br />

como Maese Calvo. Los dos coincidieron<br />

en el penal de Burgos<br />

en 1936. Maese Calvo tuvo más<br />

suerte y fue liberado en 1938.<br />

Solía referirse a sí mismo como<br />

“Burgalés de contra”. Los dos<br />

amigos tenían similar retranca.<br />

Página 16<br />

En su muerte se aliaron el fanatismo y la violencia más incontrolada con otros elementos<br />

igualmente repugnantes. Luis Belzunegui, que fue organista y maestro de capilla de la catedral<br />

y tuvo amistad con Antonio José, decía muchos años después: “Era un músico estupendo<br />

y vivía para la música. Quizá su actitud de estar con la gente sencilla y de no querer<br />

destacar, lo que se reflejaba, por ejemplo, en no dirigir con levita, sino con una sencilla chaqueta,<br />

le fueron granjeando enemistades y envidias que terminaron en su trágica muerte.<br />

Su fusilamiento fue un error, como tantos otros en esa época” 6 . En otras palabras, se reconoce<br />

que la envidia anduvo también en su muerte prematura. En varias oportunidades, Antonio<br />

José se refiere a la falta de agradecimiento de la ciudad: “Sobre todo me duele más el<br />

pago que se ha dado a mi conducta intachable y a mis trabajos de toda la vida por Burgos” 7 .<br />

5 Los últimos meses de la vida de Antonio José, desde su detención hasta su fusilamiento, aparecen relatados en el libro<br />

En tinta Roja, pp. 76-87. En la parte documental se reproducen varios documentos muy valiosos sobre las circunstancias<br />

que condujeron a su asesinato, entre ellos la carta que aquí recogemos. También se recuerda su trágico final en muchas<br />

otras obras, por ejemplo, en el famoso libro Doy Fe, de Antonio Ruiz Vilaplana (1937), y en el de Isaac Rilova, Guerra Civil<br />

y Violencia política en Burgos (2001). En la novela de Óscar Esquivias, Inquietud en el paraíso (2005), se alude a su trágica<br />

muerte. En la página web que difunde el proyecto de documental sobre su vida y obra se incluyen muchos datos y documentos,<br />

entre ellos, la carta que reproducimos. También aparece en la exposición que organizó el IMC a la que ya nos<br />

hemos referido. Sobre la represión en Burgos se puede consultar el libro de Luis Castro: Capital de la cruzada (2006).<br />

6 Este testimonio está en el libro de entrevistas La ciudad vivida, de Carlos de la Sierra y Fernando Ortega (1997). Rilova<br />

en su obra citada incluye este testimonio, cuando se refiere a la ejecución de Antonio José.<br />

7 Carta de 8 de septiembre de 1936 a Consuelo Mediavilla.


Antonio José no tuvo mucho interés en asuntos propiamente políticos 8 , aunque (ya lo<br />

hemos comprobado) era un hombre bastante afín a las corrientes de izquierdas, como<br />

también lo eran muchos de sus amigos. Sin embargo, como Palacios tiene el tino de recordar,<br />

en una tertulia (llamada el Ciprés) de la que formaba parte muy destacada, coincidían<br />

gentes de todas las ideologías y entre sus amigos también se contaban personas muy conservadoras<br />

9 .<br />

La mejor forma de terminar este breve recorrido por la vida y la obra de Antonio José es<br />

recordar, una vez más, un estremecedor documento: su última carta conservada. La escribió<br />

desde el penal de Burgos, la víspera de su fusilamiento, a Consuelo Mediavilla:<br />

Miércoles, 7 octubre 1936.<br />

Hace un frío tremendo; pero<br />

así y todo es preferible a la lluvia<br />

y al barro de ayer. Cuando<br />

vaya a casa me tendré que<br />

meter en lejía con ropa y todo.<br />

Ya ni siquiera intento limpiarme<br />

porque es imposible:<br />

no sé por dónde empezar. Ayer<br />

recibí una rueda de tabaco<br />

tuyo. Me vino como anillo al<br />

dedo. ¡Cuántas cosas y cuántas<br />

atenciones te debo! Te las<br />

he de pagar con creces, cara<br />

de pito. Y ya no me queda más<br />

que decirte que estamos muy<br />

bien. Recuerdos a todos y<br />

todas. Tengo muchas ganas de<br />

ir a darte mil abrazos.<br />

Página 17<br />

LA VIDA Y LA MUERTE EN UNA PEQUEÑA CIUDAD<br />

En pocos días, Burgos, una pequeña ciudad provinciana, tranquila y muy tradicional, atiborrada<br />

por lo demás de curas y militares, se convirtió en espantoso escenario de numerosísimos<br />

y arbitrarios asesinatos. Además de eso, se detenía sin ninguna garantía a<br />

cualquier persona sospechosa de no ser “afecta” al nuevo Régimen; posteriormente, se<br />

elaboraban listas (firmadas por el gobernador civil) en las que se especificaba una serie de<br />

presos a los que se daba la “libertad”, forma extraña de decir que iban a ser ejecutados sin<br />

juicio por piquetes de falangistas más o menos “extraoficiales”. Por si fuera poco, nadie se<br />

atrevía a reconocer los cadáveres una vez que aparecían al poco tiempo por “casualidad”<br />

8 Dice literalmente en 1929: “Confieso sinceramente que de política no entiendo una palabra”. Se refiere sobre todo a<br />

la actividad política más o menos cotidiana de la época.<br />

9 En su libro En tinta roja, p. 64, se lee: “La tertulia del Ciprés fue un espacio de tolerancia y pluralismo en aquel Burgos<br />

de la República, en el que compartían mesa y conversación personas de ideologías tan diferentes como, por ejemplo,<br />

el falangista Florentino Martínez Mata y el albiñanista Gonzalo Díez de Lastra, junto a futuras víctimas de la guerra civil<br />

como Antonio José, Luis Saiz Barrón o Ignacio Álvarez Arroyo y futuros exiliados como Moisés Barrio Duque o Eduardo<br />

de Ontañon”. Qué pena que todo ese espíritu de tolerancia fuera tan pronto al garete.


en los lugares “habituales”. Eso sí, no contentos con eso, las nuevas y flamantes autoridades,<br />

requisaban impunemente todos los bienes de los infortunados “desaparecidos”.<br />

La abundancia de comillas en el párrafo anterior deja bien clara la surrealista, además de<br />

trágica, situación en la que se vio envuelta la ciudad (y toda España). A pesar del silencio y<br />

el miedo que llenaba sus calles, las noticias volaban. La muerte de Antonio José, que era,<br />

después de todo, el Director del Orfeón Burgalés, fue en seguida conocida por todo el mundo.<br />

El Orfeón se financiaba en parte gracias a los Socios Protectores, que eran personas e instituciones<br />

que daban una pequeña cantidad para ayudar a sufragar sus gastos. Entre esos<br />

socios estaba mi abuelo materno, Victoriano González 10 , que sentía una sincera admiración<br />

por Antonio José. No he podido averiguar si tuvieron mucho o poco trato personal, pero en<br />

mi familia siempre se decía que su muerte le causó una profunda impresión. Tanta fue su<br />

rabia que no tuvo mejor idea que darse de baja como socio protector. Hoy eso parece menos<br />

que nada, pero entonces era suficiente para desatar la caja de los truenos. A los pocos días<br />

apareció una señal inequívoca en el portal de la casa familiar. Ese fatídico aviso indicaba que<br />

en aquella casa vivía algún “rojo”. Lo siguiente solía ser una detención arbitraria, que podía<br />

incluir el inmediato fusilamiento. La familia, aterrorizada, recurrió a un vecino, Enrique Temiño,<br />

que, a lo que se ve, tenía alguna relación con las nuevas autoridades y era una persona<br />

buena y cabal. De ese hombre solo sé que debía tener un puesto de cierta importancia. Hace<br />

unos días, hablando una vez más de aquellos tiempos terribles, recordaba mi madre que<br />

era un señor muy elegante: “Siempre llevaba sombrero… y tu abuelo, gorra” 11 .<br />

Afortunadamente su gestión llegó a buen término, quizá dijo que había sido un malentendido,<br />

que solo era una coincidencia, que esa era una buena familia, que llevaba las hijas<br />

al colegio de las monjas de Saldaña, lo que fuera. Lo cierto es que la cosa quedó en nada y<br />

mi abuelo pudo seguir con su bendito oficio de vender vino al por mayor y al por menor.<br />

Gracias, Don Enrique.<br />

Otros muchos, como Antonio José, no tuvieron tanta suerte.<br />

ANTONIO JOSÉ EN LA WEB<br />

En la página http://antoniojose.org se puede encontrar mucha información sobre Antonio<br />

José, incluyendo algunos de sus textos, así como sobre el proyecto para realizar un<br />

documental sobre su obra.<br />

Además se puede consultar un artículo en burgospedia, cuyo autor es Francisco Blanco:<br />

https://burgospedia1.wordpress.com/2015/01/07/9942/<br />

Si se entra en la revista Triunfo (en versión online) se puede leer un artículo que publicó<br />

Santiago Rodríguez Santerbás sobre Antonio José el 25 de diciembre de 1971, seguramente<br />

la primera referencia aparecida en una revista española de tirada nacional:<br />

http://www.triunfodigital.com/mostradorn.php?a%F1o=XXVI&num=482&imagen=24&f<br />

echa=1971-12-25<br />

En este sentido se puede indicar que el libro: Antonio José, músico de Castilla, de Jesús<br />

Barriuso, Fernando García Romero y Miguel Ángel Palacios Garoz, editado por la Unión Musical<br />

Española en 1980 fue uno de los primeros que se dedicó a su figura. Para otras referencias<br />

bibliográficas se pueden consultar las notas de este artículo.0<br />

También se pueden encontrar varios artículos en la web del Diario de Burgos y en la de<br />

El Correo de Burgos sobre Antonio José.<br />

Página 18<br />

10 Miguel Ángel Palacios tuvo la amabilidad de facilitarme una fotocopia de los archivos del Orfeón Burgalés donde pude<br />

comprobar que mi abuelo, Victoriano González, figuraba en 1929 como socio protector del Orfeón con el número 13 de<br />

un total de 323.<br />

11 Queda claro por las numerosas imprecisiones del relato que no voy para cronista ni mucho menos historiador.


Algunos miembros de la tertulia de El Ciprés. 6 de agosto de 1934<br />

UNA FOTOGRAFÍA DE LOS TIEMPOS DE PAZ Y ALEGRÍA<br />

De entre los presentes, Antonio José (tercero por la izquierda) y Luis Saiz Barrón (el situado<br />

más a la derecha) murieron asesinados en 1936. La muerte de Luis Saiz fue, si cabe,<br />

todavía más terrible que la de Antonio José. Otros dos, Jaime Santamaría, el primero por la<br />

izquierda y Eduardo de Ontañón, el segundo por la derecha, se exiliaron al acabar la guerra.<br />

En cambio, Gonzalo Díez de Lastra, el segundo por la izquierda, era un hombre de ideas derechistas,<br />

albiñanista para más señas. La foto fue tomada con motivo de la boda del escultor<br />

Félix Alonso y Mª del Pilar Herrero (situados en el centro, sujetando la escultura del Ciprés,<br />

símbolo de la tertulia). Independientemente de sus ideas, todos eran buenos amigos unidos<br />

por sus vínculos con el mundo del arte y de la cultura.<br />

Nota: Todos los datos proceden del libro En tinta roja; de hecho, esta fotografía se incluye<br />

en su portada. En esta obra se dan más detalles acerca de cada uno de los presentes. La<br />

muerte de Luis Saiz, rodeada de circunstancias espantosas, se documenta y detalla utilizando<br />

el testimonio de su hijo. Solo transcribimos el párrafo final del relato: “[Después de<br />

ser detenido] Fue golpeado y arrastrado a lo largo del paseo del Espolón, justamente a la<br />

hora del concurrido paseo del día festivo de Santiago. Herido, fue conducido a Estépar, donde<br />

murió fusilado aquella misma tarde del 25 de julio”.<br />

Página 19<br />

Alfonso Hernando


Página 20


Cuando los grandes músicos mueren<br />

A veces ocurre que dos músicos confluyen en nuestra vida como dos planetas en conjunción<br />

en la noche infinita del firmamento.<br />

El 25 de agosto asistí en Burgos al funeral de Alejandro Yagüe, uno de los grandes compositores<br />

contemporáneos españoles, arreglista, apasionado de la música coral, rescatador<br />

del folclore castellano, maestro de músicos.<br />

El 9 de octubre de 1936 cayó asesinado en tierras de Estepar el gran compositor, arreglista,<br />

amante de la música coral, e igualmente rescatador del folclore castellano y maestro<br />

de músicos, Antonio José.<br />

Ambos fueron, como todos los genios, inalcanzables en su altura intelectual y artística,<br />

pero humanísimos en sus afectos y tristemente incomprendidos por las instituciones de su<br />

tierra.<br />

Alejandro Yagüe, orgulloso heredero del legado musical de Antonio José, terminó la orquestación<br />

de las escenas del segundo acto de la ópera “El mozo de mulas” que al autor su<br />

muerte temprana le impidió acabar.<br />

Página 21<br />

Alejandro Yagüe retratado con la partitura del Mozo de Mulas. Foto DB


En otro fortuito alineamiento astral, el 12 de noviembre se estrenará en el Auditorio de<br />

Burgos esa partitura empolvada desde 1936 y sonará, en formato de concierto, con la Orquesta<br />

Sinfónica de Burgos (OSBU) bajo la batuta de Javier Castro, y junto con más de un<br />

centenar de voces de coros burgaleses. La solista Alicia Amo, el tenor Gerardo López, la<br />

mezzo Raquel Rodríguez, el barítono Thomas Le Colleter, la soprano Sandra Redondo, el<br />

tenor Adolfo Muñoz y el barítono Javier Hortigüela, burgaleses de nacimiento o de corazón,<br />

pondrán en pie las notas dormidas de los pentagramas, que, si no despiertan y se interpretan,<br />

no son sino fugaces manchas de tinta sobre un papel mudo. De tinta roja en este caso.<br />

Página 22<br />

Partitura original de Antonio José escrita en tinta roja<br />

Archivo Municipal de Burgos.<br />

El estreno de la ópera completa se dará en otra conjunción milagrosa que esperamos<br />

en el futuro.<br />

Ninguno de los dos músicos ha sido profeta en su tierra, a pesar de que ahora se intente<br />

paliar el daño y el dolor personal irreversible.<br />

La noche del jueves 8 de octubre de 1936, en la prisión de Burgos se produce una saca<br />

de los falangistas como en noches anteriores. El nombre de Antonio José figura en la lista<br />

que “dispone su libertad”. Poco más tarde, ya en el patio, al arrojar los carceleros todas las<br />

pertenencias de Antonio José a unas mantas colocadas en el suelo, esta expresión engañosa<br />

descubría toda su crueldad, revelando su condena a muerte sin juicio previo.<br />

El maestro, al escuchar su nombre, con dignidad adecenta su cabello y su ropa, y, presintiendo<br />

su próxima muerte, pronuncia las palabras que años después podría haber ratificado<br />

también Alejandro Yagüe en algún momento de su vida: “Así me paga Castilla lo que<br />

he hecho por ella”. “¿Es posible que mi vida consagrada al estudio y a la exaltación de Burgos<br />

merezca ahora este odio, este desprecio y este espantoso trato?”


Atrapado también entre las redes temporales,<br />

Cervantes aparece iluminando la ópera de Antonio<br />

José, cuyo libreto está basado en el capítulo<br />

XLIII de El Quijote donde el tema eterno del<br />

amor se despliega ante nuestros ojos: Don Luis,<br />

hijo de nobles, apasionadamente enamorado de<br />

Doña Clara, de origen humilde quien le corresponde.<br />

Don Luis se hace pasar por un mozo de<br />

mulas para seguir a su amada hasta el mundo<br />

complejo y rico en caracteres de la venta cervantina.<br />

Como Manuel de Falla, que toma la esencia<br />

del flamenco y la presenta, genuina pero transmutada,<br />

a través de una orquestación clásica,<br />

Antonio José en su genialidad rescata las raíces<br />

más profundas del folclore burgalés y las orquesta<br />

y armoniza, otorgándoles el brillo de la<br />

música culta sin perder el tesoro de la esencia<br />

popular, del sustrato musical más antiguo.<br />

En el interior de la iglesia de San Lesmes, el<br />

“Ave verum” de Mozart y el “Padrenuestro” que<br />

compuso el propio Alejandro Yagüe sonaron en<br />

su postrer concierto de despedida. Un aplauso<br />

interminable caía como la lluvia entre las piedras<br />

de la iglesia del siglo XV. Era el homenaje del<br />

pueblo a sus muertos, era el llanto por sus hijos<br />

maltratados pero también el consuelo de aquellas<br />

palabras que Antonio José pronunció antes<br />

Fotografía de Antonio José<br />

de morir, desafiando a sus verdugos, y que están en el pensamiento y en la voz de todos los<br />

músicos del mundo: ¡Viva la música!<br />

Soledad Medina<br />

Página 23


PB<br />

Página 24


Valle Inclán,<br />

conferenciante en Burgos (1925)<br />

La situación geográfica de la ciudad en<br />

las vías de comunicación de la Península, el<br />

papel que había representado en la Edad<br />

Media y la belleza conmovedora de algunos<br />

de sus edificios atrajeron a muchos viajeros<br />

que fueron dejando por escrito la noticia de<br />

las impresiones y vivencias que habían experimentado<br />

en la cabeza de Castilla, singularmente<br />

en el caso de los escritores. La<br />

presencia en la ciudad de viajeros invitados<br />

a visitarla ha sido mucho menos abundante<br />

excepto en las extraordinarias circunstancias<br />

que rodearon a los años de la guerra civil y,<br />

en menor medida, cuando eran invitados por<br />

instituciones como los veraniegos cursos Merimée-de<br />

Sebastián o el Ateneo burgalés.<br />

Precisamente el Ateneo de la ciudad había<br />

invitado el año 1925 a Valle-Ínclán para que<br />

interviniese en sus actividades con una conferencia.<br />

El escritor que, en aquellas fechas,<br />

estaba moviéndose entre Puebla de Caramiñal<br />

y Madrid, aceptó la invitación y se acercó<br />

a Burgos en octubre de ese año. Como sintetizó<br />

Melchor Fernández Almagro en su monografía<br />

valleinclanesca de 1943, la<br />

conferencia inauguraba las actividades del<br />

centro cultural burgalés en acto público celebrado<br />

en el teatro Principal de la ciudad, el<br />

título de la intervención era “La literatura nacional<br />

española” y el acto estuvo revestido<br />

de todos los requilorios exigidos en estas solemnidades:<br />

don Ramón se presentó vestido<br />

de frac y fue presentado solemnemente por<br />

el director del Ateneo, el señor Cadiñanos.<br />

Según Fernández Almagro, Valle-Inclán<br />

estuvo varios días en Burgos y visitó Covarrubias<br />

y Santo Domingo de Silos cuyos frailes<br />

“le vieron hacer al entrar la señal de la<br />

Cruz”. Es de lamentar que no lo acercaran a<br />

la ermita de San Amaro, personaje hagiográfico<br />

cuya devoción en la Galicia natal del escritor<br />

era muy fuerte y que él mismo había<br />

desarrollado en el cuento “un ejemplo” que<br />

había incorporado en su libro Jardín umbrío<br />

(1903). Las palabras de la presentación y las<br />

del escritor fueron recogidas de oído por periodistas<br />

locales que las reprodujeron en los<br />

dos diarios de la ciudad: El Diario de Burgos<br />

del 23 de octubre de 1925 y El Castellano de<br />

la misma fecha. En 1990 yo edité el texto<br />

aparecido en el segundo periódico y cuatro<br />

años más tarde fue recogido en el volumen<br />

Entrevistas, conferencias y cartas editado por<br />

Joaquín y Javier del Valle-Inclán.<br />

El periodista de El Castellano resume su<br />

impresión personal sobre el aspecto del escritor<br />

—“su personalidad física se pierde tras<br />

su luenga barba de gnomo o de profeta”—,<br />

el ambiente de expectación que reinaba en el<br />

teatro y las palabras del presentador que terminó<br />

“recordando el antiguo estribillo de los<br />

pregoneros de Burgos: Oíd, oíd, oíd”.<br />

Las palabras que improvisó el gran escritor<br />

—que no llevaba escritas— tienen gran interés<br />

no sólo por ser suyas sino por la relación<br />

que tienen con las preocupaciones literarias<br />

que bullían entonces en su telar artístico, ya<br />

que en estas fechas estaba cogitando su teoría<br />

del esperpento mientras escribía Tirano<br />

Banderas y dos de las piezas que se incorporarían<br />

a *Martes de carnaval: “El terno del<br />

difunto y La hija del capitán.<br />

A pesar de que se había anunciado su conferencia<br />

como referida a la “literatura nacional”,<br />

el resumen que leemos en los periódicos<br />

se refiere exclusivamente a una serie de consideraciones<br />

sobre la novela, salvo una alusión<br />

a El alcalde de Zalamea . Don Ramón,<br />

después del preámbulo general, se centró en<br />

un repaso sobre los grandes textos de la narrativa<br />

española comenzando con La Celestina,<br />

obra que ya Menéndez Pelayo había<br />

Página 25


1<br />

.-Juan Rodríguez “Valle-Inclán en 1925: una entrevista<br />

olvidada”, *Anales de Literatura Española Contemporánea,<br />

1999, 2 1-2, pp. 193-211.4<br />

situado en el punto culminante de su monografía<br />

Orígenes de la novela publicado años<br />

antes de la conferencia burgalesa.<br />

De la novela picaresca saltó el conferenciante<br />

a evocar el Romancero, pero no el tradicional<br />

en el que tantas huellas había dejado<br />

la ciudad de Burgos sino en el romancero popular<br />

que le sirvió para aludir al éxito que en<br />

el imaginario colectivo cobraba la marginalidad<br />

social de bandidos como el Vivillo y el<br />

Pernales. Y dando un salto desde la literatura<br />

del Siglo de Oro hacia lo que había sido la novela<br />

moderna española en la que había predominado<br />

el individualismo de la “novela<br />

regional” (cita a Fernán Caballero, Trueba,<br />

Pereda, Pardo Bazán y Blasco Ibáñez) frente<br />

al centralismo parisino de la novela francesa<br />

con su penetración en los del análisis psicológicos<br />

(cita expresamente a Stendhal y<br />

Proust. Otra alternativa, según Valle-Inclán,<br />

era desinteresarse por el individuo e interesarse<br />

por las colectividades, una función que<br />

había ejercido Tolstoi en la literatura rusa y<br />

el Facundo de Sarmiento en la escrita en español.<br />

.<br />

Después de su breve repaso diacrónico a<br />

la evolución del género Valle apuntó algunos<br />

rasgos constructivos del género literario que<br />

en los años veinte estaba suscitando muchas<br />

reflexiones teóricas, de las que trae a cuento<br />

la idea del “tempo lento” apuntada por Ortega<br />

y Gasset y la de “reducción del tiempo”<br />

en instantes de intensa concentración, como<br />

había acertado a hacer Dostoiewski, para<br />

comparar seguidamente el agrupamiento de<br />

hechos en el texto narrativo con el de los<br />

personajes del “Enterramiento del conde de<br />

Orgaz”. Concluye la conferencia con observaciones<br />

referidas a su idea del esperpento,<br />

concepción para la que confiesa que él se<br />

había fundado “en la inadaptación de los<br />

temas trágicos a los personajes que resultan<br />

ridículos ante la misma (…pues) el esprpento<br />

creo que es la manera de representar la España<br />

de nuestras horas”.<br />

El interés por la novela y su idea del esperpento<br />

manifestados por Valle-Inclán en<br />

su conferencia burgalesa corresponde, claro<br />

está, a los textos que estaba escribiendo por<br />

aquellas fechas, preocupaciones que también<br />

quedan recogida en una entrevista que<br />

se le hizo el año 1925 aunque no se publicó<br />

hasta el año 1940 en la revista barcelonesa<br />

Destino. El autor del rescate de este texto 1<br />

da noticia sobre las circunstancias que explican<br />

la redacción de la entrevista y de su retraso<br />

en aparecer públicamente. La entrevista<br />

reproduce el texto de las preguntas del<br />

periodista (quizás Victoriano García Martí) y<br />

las réplicas del escritor. En la entrevista de<br />

1925 Valle habla de la evolución de la novela<br />

—desde la novela indovidualista hasta la novela<br />

de masas—, los modelos ejemplares de<br />

esta última modalidad —Tolstoi, Dostoiesky,<br />

el Facundo— y sus ideas sobre la técnica novelesca<br />

apoyándose en este caso en afirmaciones<br />

de Pío Baroja. Concluye la entrevista<br />

con una afirmación optimista: “Creo en un<br />

grandioso porvenir para la novela y en un<br />

grandiosos porvenir para la vida”.<br />

Leonardo Romero Tobar<br />

PB<br />

Página 26


Página 27


PB<br />

Página 28


Un laborista británico en el Círculo C.<br />

Ya he escrito antes sobre Michael Foot, el<br />

viejo laborista británico. Lo de viejo va más<br />

allá de que, cuando sufrió la tremenda derrota<br />

frente a Margaret Thatcher siendo líder<br />

del partido Laborista, ya tuviera el pelo cano<br />

–largo, media melena de Rafael Alberti–, y se<br />

acompañara de un icónico bastón en los largos<br />

paseos con su perro; Michael Foot era un<br />

viejo laborista porque su materia prima, o su<br />

motor en la política, eran las ideas, frente a<br />

los “nuevos laboristas” de Tony Blair, que<br />

sustituyeron las ideas por el negocio. Idealista<br />

en los días de política-negocio, estaba<br />

condenado a que propios y extraños lo llamaran<br />

el último romántico, un hombre de otra<br />

época, aquella que conoció parlamentarios<br />

capaces, como grandísimos narradores de<br />

historias, de dejar boquiabierta a la audiencia<br />

con sus intervenciones.<br />

Un discurso de este tipo fue el primero que<br />

escuché de Michael Foot. Se trataba en el<br />

Parlamento de analizar el estado del gobierno<br />

conservador. Pero, sobreponiéndose a la mediocridad<br />

general, no hizo una típica lista con<br />

todos los errores y abusos del Ejecutivo, sino<br />

que contó una historia.<br />

Comenzó diciendo que, cuando era niño<br />

en Plymouth —“sí, sí, hace algún tiempo de<br />

eso, ya lo sé”— llegó a la ciudad un mago<br />

prometiendo trucos prodigiosos de ver. El<br />

que generaba más expectación entre los<br />

asistentes al Palace Theatre, se abrió con una<br />

pregunta: “¿Alguien del público podría prestarme<br />

un reloj?”. Aunque no faltaría quien se<br />

lo ofreciera, por tener, aparte un buen reloj,<br />

ganas de su pequeño protagonismo, ya había<br />

entre el público un tipo muy bien vestido y<br />

conchabado con el mago, preparado para entregarle<br />

un brillante relojito de oro. Entonces,<br />

el mago colocó el reloj en una pequeña mesa<br />

circular, lo cubrió con un pañuelo, sacó por<br />

sorpresa un martillo de entre los faldones de<br />

su disfraz…y golpeó sobre la mesa una, dos,<br />

tres veces con toda contundencia, hasta que<br />

llegó a la última fila de espectadores enmudecidos<br />

el ruido de los engranajes desgüazados.<br />

El mago levantó la vista al público y dijo:<br />

“Lo siento mucho…he olvidado el resto del<br />

truco”.<br />

Y el palacio de Westminster rompió en la<br />

carcajada más gozosa que recuerdan sus archivos.<br />

Foot el mago concluyó: “¡Esa es la situación<br />

del Gobierno…han olvidado el resto del<br />

truco!”.<br />

***<br />

Además, Michael Foot era un político que<br />

escribía. “Es imposible separar en Foot la política<br />

de la literatura”, en palabras del historiador<br />

Brian Brivati. “Su credo se preocupaba<br />

por cómo vivir, por cómo enseñar a los niños<br />

a leer, motivado por un profundo amor al<br />

lenguaje”. Esto le llevó a enfrentar su visión<br />

de la sociedad, antagónica a la de Mrs. Thatcher,<br />

con un verso de John Keats, demostrando<br />

que suyos eran: “Another heart and<br />

other pulses”. (“Otro corazón y otros pulsos”.)<br />

Alguien dirá, ¿y este tío por qué se pone<br />

aquí a echar un párrafo tan largo sobre un<br />

socialista del Reino Unido?<br />

Porque el otro día lo vi frente al Círculo Católico<br />

de Obreros de Burgos.<br />

O, quitando ese efecto literario medio<br />

torpe, vi a un hombre idéntido a Foot frente<br />

a la fachada del Círculo: grandes gafas de<br />

montura negra, desgarbado al andar, sujetando<br />

un paraguas en lugar de aquel bastón<br />

como de personaje de “El hombre tranquilo”.<br />

Página 29


Quise ver en ese hombre lo que nunca podría<br />

ver, en directo, del Foot genuino, como la<br />

fuerza apasionada de su oratoria; la firmeza<br />

con que hacía golpear el bastón contra el<br />

suelo (y cómo lo levantaba por encima de su<br />

cabeza para saludar en la distancia); su silueta<br />

en los paisajes siempre verdes de la<br />

“nueva Jersualén” que intentaron hacer de<br />

Gran Bretaña los laboristas de 1945.<br />

Al Foot que vi frente al Círculo Católico lo<br />

acompañaba su mujer. Jill Craigie, la primera<br />

inglesa directora de cine, formó con el político<br />

una de esas parejas cómplices de las que<br />

nos hablaba nuestro viejo profesor. Al terminar<br />

la Segunda Guerra Mundial, ella dirigió<br />

una película para la campaña electoral de los<br />

laboristas, en la que un joven Michael Foot<br />

defendía la reconstrucción de los barrios y la<br />

iglesia de Plymouth, arrasados por los bombardeos.<br />

Más de cincuenta años después, durante<br />

el gobierno de Blair, grabaron al<br />

matrimonio en el interior de la iglesia restaurada.<br />

“Fíjate en las diferencias entre entonces<br />

y ahora. Lord Ashton, un conservador,<br />

también llegó a decir, como nosotros: “¡Tenemos<br />

que nacionalizar las tierras!”; dijo<br />

Craigie, a lo que Foot respondió: “Eso suena<br />

demasiado rojo para los laboristas de hoy en<br />

día”. Y los dos sonrieron con sensación de<br />

pérdida.<br />

Me quedé mirando a la pareja, espero que<br />

con cierto disimulo, mientras avanzaban por<br />

la calle. Y pensé que acaso también admire a<br />

Foot porque tuviera el coraje para defender<br />

las causas supuestamente perdidas. O porque<br />

a su retiro de la política se dedicara a escribir<br />

sendas biografías de sus referentes<br />

literarios. ¡Nada de actitud cínica o de intelectual<br />

engreído! Como Jonathan Swift, uno<br />

de sus biografiados, siempre tenía la ironía a<br />

mano y la disposición para reírse de sí<br />

mismo. La experiencia de su derrota electoral<br />

es una cura de humildad para que a nadie se<br />

le suba el talento que tiene o que cree tener<br />

a la cabeza.<br />

De sus errores —que no quiero hacer hagiografía—,<br />

solo traigo uno al caso, pues ya<br />

los han recogido estudiosos de la historia de<br />

su partido, y es haberse enemistado con el<br />

otro coloso de la izquierda laborista, Tony<br />

Benn, (al que por admiración también dedicaría<br />

un artículo completo, pero, si no lo he<br />

escrito es porque, de momento, no me he<br />

cruzado con su doble por la calle). Si ambos<br />

talentos hubieran cooperado, en lugar de<br />

cruzarse críticas en titulares de periódico, la<br />

conocida década thatcherista podría haber<br />

tenido mucho más corta duración.<br />

Y ya está. No hay aquí más moraleja o<br />

truco del reloj que las impresiones sobre un<br />

viejo político después de encontrarme a un<br />

hombre idéntico, frente a un edificio burgalés<br />

por el que no ha pasado el tiempo, que conserva<br />

un halo como de fotografía de primeros<br />

de siglo. Sólo en lugares así pueden darse<br />

estos encuentros.<br />

Alberto de Miguel Pliego<br />

PB<br />

Página 30


Poe: El cuervo y la memoria<br />

Adormecido, sentado en mi sillón, contemplo el crepúsculo de este día prodigioso. Siento<br />

la tentación de soñar con Poe, con su cuervo y su tragedia. Nunca más… Nunca más… Hace<br />

dos siglos el genio magnífico, protagonista de borracheras sublimes y narrador de verdades<br />

aterradoras, veía la luz macilenta de su infancia.<br />

*<br />

Cuando me enfrento a los cientos de años que aprisionan mi condena, me cuesta comprender<br />

si avanzo o retrocedo al anotar los pensamientos.<br />

I<br />

Una vez, en triste medianoche,<br />

cuando, cansado y mustio, examinaba<br />

infolios raros de olvidada ciencia,<br />

mientras cabeceaba adormecido,<br />

oí de pronto, que alguien golpeaba<br />

en mi puerta, llamando suavemente.<br />

Mi mente se sintió transportada a un mundo desconocido, tenebroso, de apacible y memorable<br />

presencia.<br />

Solo esto, y nada más.<br />

II<br />

Recuerdo el mes helado de diciembre;<br />

una a una, las ascuas moribundas<br />

forjaban su fantasma sobre el suelo.<br />

Junto al lindero del bosque hay una casona de madera agrisada. Las tinieblas suicidan su<br />

inclemencia contra el feo espanto de la madera crujiente…<br />

III<br />

En mi puerta golpea un visitante;<br />

es esto y nada más.<br />

Estoy con el habitante de la casona, en el interior de su mundo polvoriento y lúcido. Tiene<br />

el pelo encrespado, los ojos escrutadores; el alma desganada.<br />

IV<br />

Reanimada mi alma y sin más dudas,<br />

“Señor -dije-, o señora, si no,<br />

vuestro perdón sinceramente imploro.<br />

Abrí entonces la puerta por completo;<br />

tinieblas, nada más.<br />

Página 31


La figura apesadumbrada de Poe me acompaña. Ha querido el azar que unos trocitos de<br />

la viruta de mi lápiz, fragmentos de la carne que alimenta el fuego inclemente, desprendan<br />

los aromas del material inmolado. Mi casa huele a roble, a encina, a enebro… a campos efímeros.<br />

El año ha comenzado su reinado con una extraña bonanza; se respira la maldita serenidad<br />

del presagio, siempre presente en el alma. No tiemblo, todavía.<br />

V<br />

Una sola palabra murmuraba,<br />

y el eco, aquel “¡Leonora!” murmuraba.<br />

Solo esto, y nada más.<br />

VI<br />

Volví a mi estancia; ardía mi alma entera.<br />

Llueven millones de gotitas de ácido, de veneno corrosivo; son miríadas de pensamientos<br />

que me invaden, me arrollan y se despeñan por las paredes desgastadas de mi interior. La<br />

pluma es más pesada que el pensamiento. ¡Qué lejos estoy de aquellos experimentos iniciales<br />

con los colores, en las calmas felices de las primeras investigaciones! Entonces parecía<br />

posible todo. Otra oleada de notas, de sueños, de miedos, de emociones, de recuerdos, me<br />

salpica. ¡Que se detengan!, grito. Mejor el olvido. Un silencio profundo, sordo, detiene mis<br />

lamentos… un instante. Con ánimo redoblado, inmisericordes y fieros, los pensamientos se<br />

arrojan sobre mis últimas defensas. Mi mano es lenta. La letra en el papel queda desgarbada,<br />

deforme.<br />

VII<br />

Abrí el postigo, y con gentil revuelo,<br />

entró entonces un cuervo majestuoso,<br />

como en los santos días del pasado.<br />

Allí quedó posado, y nada más.<br />

VIII<br />

“A pesar de tu cresta desollada,<br />

cobarde no eres, ciertamente, cuervo<br />

torvo, espectral, errando por el margen<br />

de la Noche Plutónica. Revélame tu nombre”.<br />

El cuervo dijo: “Nunca más”.<br />

Nunca más. La inmensidad, la condena infinita; la evocación interminable de estas palabras<br />

me hace palidecer. Es un cuervo, pero habla como un dios. Nunca más, repito una y<br />

otra vez; y a mi lado habita el desconcierto, el dolor. Dolor y rabia. Desaparecerá la esperanza,<br />

y su lugar será ocupado por un engendro maligno, lúcido y permanente, agobiante,<br />

que repetirá por siempre: nunca más.<br />

IX<br />

Yo apenas susurré: “Otros amigos<br />

volaron ya. Cuando despunte el alba,<br />

éste me dejará sin esperanza…”.<br />

El ave dijo entonces: “Nunca más”.<br />

Página 32<br />

Nota: Julio Gómez de la Serna, por la traducción de los fragmentos de El Cuervo.<br />

Carlos de la Sierra


PB<br />

Página 33


PB<br />

Página 34


Una callada por respuesta<br />

(relato de una acción artística)<br />

Dramatis personae<br />

Performante sonora (Mayte Santamaría)<br />

Náufragos que ignoran su naufragio<br />

(Mujer muda de blanco, ingeniero, hombre ciego, niños, público, cualquiera...)<br />

Espíritus Ancestrales encarnados en callos con salsa picante<br />

Coro de espíritus que comenta mil voces de ultratumba<br />

Espacio arquitectónico: CAB (5 de mayo de 2017)<br />

Texto: Luis González Santamaría<br />

ENCALLAR:<br />

INTROITO<br />

1. Intr. Dicho de una embarcación. Dar en<br />

arena o piedra y quedar en ellas sin<br />

movimiento.<br />

2. Intr. No poder salir adelante en un<br />

negocio o empresa.<br />

Página 35<br />

Es esta una historia en la que la callada es la respuesta. En ella el protagonista es un<br />

barco que, no podía ser de otro modo, queda encallado entre las rocas. Puede que esa nave<br />

nos tenga a nosotros como pasajeros o que, en el despliegue de las redes del destino, otros<br />

ocupen agazapados los camarotes de paredes invisibles. El caso es que la nave llega a la<br />

costa y encalla sin ser consciente de su naufragio. Una mano oculta desgarra la frágil<br />

estructura de las seguridades con su cuchillo mineral pero, como el barco no gira ni se<br />

invierte, no da tumbos y se deja mecer suave por las olas, todo simula navegación y<br />

normalidad. Y los pasajeros están como si nada pasara. La travesía sigue como si nada en<br />

la (en)callada tuviera lugar.<br />

En esta ambigua inquietud sonora ahora se escucha y piensa porque toca. Toca la acción<br />

o el arte. Calla hoy, viajero, en la quietud del barco encallado, en esa parálisis que se<br />

contempla a sí misma en el centro de algo que parece calma. A ningún lado va el barco<br />

aunque los perros del mar ladren y hagan creer que hay travesía y sigue la historia.


Escucha. Toca callar. Callar por respuesta. Porque hay que estar a la espera de que todo<br />

sea silencio y cese el sonido. Callar como el que se sienta al piano y mira el bullicio y escucha<br />

el gesto previo a la percusión. Callar porque no se quieren moscas en la boca. Callar para<br />

diferenciarse de los muertos, que en ellos sí zumban las moscas en la oquedad de su rostro<br />

aunque no seamos capaces de soportar ya más su imagen y su música, esa sinfonía de<br />

colores insectívoros navegando en el bajo continuo de la putrefacción.<br />

Escucha, amigo, cómo callan los fantasmas de las olas. Sus silencios son también palabras<br />

provisionales, soldados de la reserva venidos de un tiempo en el que los signos vociferaban<br />

los sentidos. Del mar surge una partitura con forma de patera y abre la boca<br />

desmesuradamente para mostrar su hueco sin dientes. Un cuadro blanco y liso que ahora<br />

reposa cerca de la cuchilla. Escucha ese gesto paralizado que aún no rasga. Ausencia de<br />

notas y grafía. La siempre excitante carencia. Silencio. Calla....<br />

acto I<br />

—¿Lo oyes?<br />

—¡ Chiss! ¡Calla! Y no vuelvas a decir que hemos encallado porque no hay pruebas ni<br />

razones. No seamos necios. Ahí está el sonido de las olas golpeando el casco, luego en el<br />

mar estamos.<br />

Seguimos en el barco encallado que no sabe de su naufragio. El rumor de mil palabras<br />

grabadas llega como ecos de la deformación de un signo. Pecios de los viejos sentidos que<br />

nos aliviaban de niños (en la niñez de nuestro mundo) cuando los encontrábamos en la playa<br />

y hacíamos colecciones de palabras. Apenas queda ya un grumo o un tropiezo en la sopa.<br />

Un tirante de tripa en el caldo nos recuerda los viejos signos y la ola que llega en un bucle<br />

salado al barco que no sabe de su naufragio es ola muda que calla signos.<br />

—Arma, enemigo, tropa, misil, gas sarín, matanza, baño de sangre, bala, catástrofe, ISIS<br />

refugiado, mártir....<br />

—¿Qué era sangre? ‒pregunta el hombre.<br />

—En otra época era sonido que decía –responde la mujer muda en blanco roto‒: mira,<br />

escucha, calla, huele la ola que vuelve.<br />

—... arma en tropa, sarín gástrico, sangre de baño... tromatamil silBAño rín-sa- rínrínsa<br />

quimitás, silmisis, ...<br />

—¿Son olas o son sueño? ‒piensa y calla el hombre con los ojos cerrados<br />

—¡Qué extraño oír tantas olas! ‒piensa y calla la mujer sentada y muda. No, no hay<br />

naufragio, sigue la ruta hacia el futuro.<br />

— mar debe de estar en calma porque el barco no avanza –reflexiona y calla el ingeniero<br />

siempre atento a la máquina–, pero esas olas...<br />

—Serán ecos. Fantasmas de olas ‒calla el cocinero y encalla soñando un baño de espuma<br />

con tripas de cordero para los días azules en los que se come y se calla.<br />

Página 36<br />

Callan los fantasmas de las olas. Su silencio son también palabras. Abre la boca un hueco<br />

sin dientes y el cuadro blanco y liso reposa calmo cerca de una cuchilla que, en gesto<br />

paralizado, aún no rasga. Radical ausencia de notas y grafismos. La siempre excitante<br />

carencia. Silencio. Calla....


Calla y come...<br />

acto II<br />

Callar y comer. El silencio no es el grado cero de la experiencia. Demasiado musical aún.<br />

Y ético. Por eso hacemos un minuto de silencio. Hay otro espacio previo y allí se sirve la<br />

callada por respuesta. La callada es la faz vulgar que se enmascara de silencio, como se<br />

oculta la suciedad genital con perfumes prostibularios. Calla y come. Mientras comemos<br />

encallamos la boca y la lengua en la comida, unas humildes tripas que pican con gracia. La<br />

comida, a su vez, se encalla en el ronroneo gatuno de las palabras no dichas por reiteradas<br />

(matanza, sangre, baño, cuchillo). Calla y come para concentrar la atención en nada. Come<br />

y calla y contempla el espacio que se abre en el sonido anterior al silencio, un lado feo del<br />

silencio en el que arqueobacterias danzan los signos de la callada por respuesta<br />

—No tenemos tripas. Ni se nos encogen. Somos mujeres y niños en la cubierta de un<br />

barco, sorbiendo una sopa muy caliente en la que navegan tropezones irreconocibles, pecios<br />

de la matanza.<br />

—Se me encalla un trozo de estómago en la garganta. ¡Pásame el té o la tisana! Hay<br />

peligro de que se me vaya por otro lado.<br />

—Irse por otro lado. Qué espanto. ¿Cómo es el otro lado?<br />

— que nos une es el espanto. Solo nos uniremos si esta carne se va por otro lado.<br />

—Qué espanto.<br />

—No te atragantes y come y calla.<br />

acto III<br />

La artista sentada mira de blanco como novia o monja o alta ejecutiva a la espera. Ahí<br />

está ella. Tacet comunitario 4´33´´. Cage. John, a la espera, en silencio de come y calla.<br />

Encallados en el barco que no sabe de su naufragio. Nadie sabe si en algún momento del<br />

4´33´´ algo romperá el hechizo de la callada. El pasajero en nuestro barco encallado sigue<br />

oyendo las olas en un ritmo monótono de telediario. Qué silencioso es el telediario. El ruido<br />

se despierta, transmutado, con el rostro del silencio y la vergüenza de la callada. El cobre<br />

se hizo clarín. El camello mutó en niño y el dragón perdió sus escamas. Silencio ahora.<br />

Dignos. Golpes de imágenes que son olas en metamorfosis de mariposas.<br />

Página 37<br />

Ordenanzas en el toque de queda para transformar<br />

la callada en silencio<br />

Calla.<br />

Piensa en el hueco de la imagen rasgada.<br />

Anticipa un rasgado sonoro en la más absoluta quietud de las cuerdas.<br />

Paraliza todos tus músculos en la anticipación tu atragantamiento. Para evitarlo, come y<br />

calla.<br />

Calla el silencio de la percusión sostenida en el aire como el hacha de un verdugo frenada<br />

en lo alto del cadalso<br />

Calla el silencio. Respeta el dolor que aún no supura en este barco naufragado que no<br />

sabe de su naufragio.


Traga sin masticar los tropiezos de la sopa y sus nombres:<br />

explosión bayoneta baño sangre<br />

Repite flatus vocis protegido por una tanqueta:<br />

sionsarín yonetaba gresan grexplosión<br />

Coda<br />

El arte convierte la callada en silencio de homenaje. ¿Cuándo el silencio del que contempla<br />

y come y calla se resquebrajará en rebeldía? ¿Cuándo el silencio se despierta música y la<br />

cuchilla rasga el lienzo de la matanza? Come y calla. Come y calla. La callada por respuesta...<br />

callas y otorgas... ¿qué otorgas?, ¿acaso dignidad en el silencio?, ¿acaso respeto a los<br />

muertos?<br />

Callar y comer hasta atragantarnos y en el ahogo abrir la boca para recoger el aire de<br />

todos los perseguidos. Atragantarse al callar y ahí retumbar la vida entre cuerdas y<br />

oquedades.<br />

Calla. Piensa en una canción para la travesía. Percute el arpa que perdió su última cuerda.<br />

Canta el pentagrama que se desangra en vacíos como una boca de encías blancas sin<br />

dientes. Deja que el eco de todo que sucede haga callar toda tu alma y que esta se atragante<br />

en el que come y calla.<br />

Calla y encalla. La callada por respuesta hasta el ahogamiento del silencio.<br />

Luis González Santamaría<br />

Página 38<br />

PB


La venta de Miguelote<br />

(una historia del Barrio Preservación)<br />

Desde que fuera levantada, quién sabe<br />

cuándo, y abierta a toda clase de transeúntes,<br />

mayormente arrieros y peregrinos, la<br />

venta de Miguelote siempre estuvo allí, a<br />

pocos kilómetros de la ciudad, en campo<br />

abierto y a mano del cruce de la ruta de Santiago<br />

y de la nacional llamada de los Desfiladeros,<br />

que lleva a las provincias del norte.<br />

Don Juan Crisóstomo de la Parte, tan dado<br />

a dar sentido y contenido a todo nuestro pasado,<br />

atribuye a la venta de Miguelote una<br />

primera anécdota, y así dice en su libro “Memoria<br />

e Historia” que durante sus frecuentes<br />

estadías en estas tierras, a la venta de Miguelote<br />

acudía de incógnito nuestro rey Enrique,<br />

llamado el Impotente. Descendía de su<br />

fortaleza del cerro de San Miguel, cruzaba la<br />

llanada y, en la intimidad de la mejor habitación<br />

de la venta se dedicaba a contemplar los<br />

sedosos y virginales cuerpos de las doncellas<br />

que sus enviados habían conseguido localizar<br />

en las villas y aldeas de la comarca,<br />

De las reiteradas lecturas del Quijote,<br />

nuestro más insigne historiador y catedrático<br />

deduce, asimismo, que el Caballero de la<br />

Triste Figura y su escudero pernoctaron en la<br />

venta de Miguelote cuando se dirigían a Zaragoza<br />

a afrontar la ignominiosa aventura de<br />

los duques. Aporta como razones la leyenda<br />

del rebuzno que relata en el capítulo XXVII.<br />

A propósito de ella, cuenta nuestro profesor<br />

que siendo él muy niño, y por consiguiente,<br />

mucho antes de acceder a la lectura de la novela,<br />

ya había oído hablar de cómo dos amigos,<br />

vecinos de un pueblo colindante al suyo,<br />

se habían hecho famosos rebuznando mientras<br />

buscaban el asno que se le había perdido<br />

a uno de ellos en el monte. Al parecer,<br />

adquirieron tal destreza en el rebuzno que<br />

acudían a las fiestas mayores de la comarca<br />

para hacer demostraciones con las que ganaban<br />

celebridad y amigos.<br />

Otra razón para situar a don Quijote y a<br />

Sancho cerca de la venta de Miguelote,<br />

cuando transitaban todavía por tierras manchegas,<br />

la fía don Juan Crisóstomo a detalles<br />

del paisaje, pues en el capítulo XXVIII, su<br />

creador relata que el caballero y su escudero<br />

se acomodan para pasar la noche en una alameda<br />

de olmos y hayas, y que al día siguiente<br />

ya buscan la ribera del río Ebro.<br />

“¿Dónde encontrar en la Mancha meridional<br />

un rincón así?, pregunto, que es lo que preguntaría<br />

un experto botánico al respecto.<br />

¿Dónde identificaría el lector una geografía<br />

tan aproximada a la descrita como en estas<br />

nuestras tierras?”, se preguntaban los bebedores<br />

más inquietos e ilustrados de los Siete<br />

Bares, mientras leían trago a trago El Correo,<br />

en cuya tercera venía el artículo que De la<br />

Parte había escrito para conmemorar el Día<br />

del Libro.<br />

En el transcurso de los largos y oscuros<br />

años de la posguerra, que fueron también los<br />

del estraperlo, esta construcción solitaria de<br />

dos plantas, de sólidos muros de caliza y<br />

mortero, gozó de fama como merendero de<br />

día mientras por la noche se constituía en el<br />

mercado clandestino más floreciente de alimentos<br />

exclusivos. De aquí salían sin pasar<br />

por los fielatos los mejores lechazos y los pollos<br />

más hermosos, las piezas de caza exclusivas,<br />

y las frutas y verduras más frescas,<br />

olorosas y exquisitas que abastecían las<br />

mesas de los pudientes de la vecina capital.<br />

Finalmente, la realidad mutante, que en<br />

su legítimo derecho de gobierno, va dando y<br />

quitando sentido y razón de ser a las cosas,<br />

quiso que a principios de los sesenta, este<br />

caserón pasara a ser propiedad de Ovi el<br />

Duque, y una nueva actividad comenzara a<br />

desarrollarse entre sus históricos muros.<br />

Página 39


En aquel entonces, si nos atenemos a la<br />

memoria de las alcantarillas, Ovidio Belloso<br />

no daba todavía la imagen de poder y de decencia<br />

que daría años más tarde, cuando alcaldes<br />

y diputados salían elegidos por<br />

exclusiva voluntad suya, aunque ya empezaba<br />

a despuntar como empresario pues ocasionalmente<br />

podía vérsele bien trajeado en<br />

compañía de personajes relevantes e influyentes<br />

de los negocios y de la política. Poco<br />

después la reiteración pública de este estereotipo<br />

le haría acreedor entre sus conciudadanos<br />

al sarcástico título de “Prócer”.<br />

Es decir que en el momento en que accede<br />

a la propiedad de la venta, Ovi el Duque se<br />

dedica todavía a protagonizar oscuras historias<br />

de abyección. O lo que viene a ser lo<br />

mismo, permanece aún en el hediondo agujero<br />

donde no pocos individuos se aventuran<br />

a buscar la fortuna con que cimentar el logro<br />

de ambiciones y sueños, agujero del que el<br />

propio dinero, una vez situado ya de su<br />

parte, los rescata para darles lustre y encumbramiento.<br />

Es justamente en este punto donde reaparece<br />

en escena la estrafalaria figura del Culiparla.<br />

Éste habría entrado a formar parte del<br />

círculo de confianza de Ovi el Duque mediante<br />

el mérito de acompañarlo en su inicial<br />

itinerario de vilezas. Lo cierto es que, en el<br />

punto en que los anales de lo sórdido relacionan<br />

la figura del Prócer con las actividades<br />

que ejerce Paca la Tuerta en la venta de Miguelote,<br />

el Culiparla desempeña tareas de<br />

garitero en una sala de la segunda planta,<br />

abierta hasta el amanecer. Dos carniceros y<br />

un ferretero de los de mayor relieve en el panorama<br />

económico capitalino podrían haber<br />

dado fe de que allí, en la mesa de bacará, dejaron<br />

toda su fortuna.<br />

En estos años, la pujanza y la prosperidad<br />

del negocio de la venta de Miguelote fueron<br />

cosa, sin lugar a dudas, de Paca la Tuerta,<br />

cuya iniciativa y tenaz dedicación quedaban<br />

patentes ante cualquiera que visitara el tugurio.<br />

La mujer iba y venía, subía y bajaba,<br />

atendía y mandaba, es decir, que se la podía<br />

ver a todas horas y por todas partes. Y no<br />

sólo esto, que a su calidad de eficiente posadera<br />

debía añadirse su condición de médium,<br />

cosa asombrosa en la que había<br />

llegado a prestigiarse nadie sabía dónde,<br />

cuándo ni cómo.<br />

Justamente entonces la venta de Miguelote<br />

empieza a ganar fama de gazapera.<br />

Aprovechando la impunidad de la noche y<br />

una tolerancia más que generosa y manifiesta<br />

por parte de las autoridades, al lugar<br />

acuden granujas, ventajistas, alcahuetes,<br />

echadizos, aprendices de extorsionista, proxenetas<br />

sin destino y putas en paro a la caza<br />

de borrachos a los que engatusar. Allí se refugian<br />

también los insomnes y bohemios, bujarrones<br />

de culo estrecho y obsesos de<br />

caderas en jarras, sin contar los desorientados<br />

y reprimidos, que visitan el antro en<br />

busca de una oportunidad para pecar, intención<br />

que denota clara rebeldía frente al ambiente<br />

reinante y al poder establecido. Es<br />

decir, una parte notable de aquel excedente<br />

de basura que, a juzgar de las mentes más<br />

severas y moralizantes, estaba destinado a<br />

arder en los infiernos, escapaba cada noche<br />

desde la ciudad a la venta de Miguelote en<br />

busca de luz con que iluminar su vida.<br />

Muy de tarde en tarde y en actitud muy<br />

poco diligente, irrumpían los grises, porra en<br />

mano, a hacer el paripé de una liviana colecta<br />

de marginales, supuesta clientela con<br />

que cubrir estadísticas y nutrir la voracidad<br />

de la ley de vagos y maleantes, conmoción<br />

que en unos días quedaba en el olvido, y el<br />

transcurrir de la venta de Miguelote tornaba<br />

a la rutina de su deleznable funcionalidad.<br />

A este ganado o contingente, venían a sumarse<br />

de manera tan sorprendente como esporádica<br />

familiares de muertos que sentían<br />

la imperiosa necesidad de ponerse en contacto<br />

con ellos, como otros acudían al locutorio<br />

de la plaza del Ensanche para hablar<br />

con sus parientes emigrados a Francia, Suiza<br />

o Alemania.<br />

Y es que se había corrido la voz de que<br />

Paca la Tuerta tenía mucho poder en el tétrico<br />

universo de las almas en pena; tanta influencia,<br />

que a la llamada de la suripanta<br />

acudía sin demora cualquiera de los espectros<br />

que invocara, por muy muertos y lejanos<br />

que se encontraran y por muy pocas ganas<br />

de relacionarse que tuvieran.<br />

Esta clientela, tan especial y tan diferente,<br />

llegaba ya orquesta de cámara de la filarmónica<br />

de coloniaada de que no debía entrar por<br />

donde lo hacía la purriela habitual sino por la<br />

cancela que daba al arroyo, justo donde el<br />

edificio de dos plantas proyectaba más intensamente<br />

su sombra. Allí los aguardaba Martín,<br />

entre dos mastines inquietos y<br />

husmeadores; el marido de la Tuerta era un<br />

hombre corpulento y silencioso que, siguiendo<br />

al pie de la letra las instrucciones de<br />

su compañera, se ofrecía servicial a los recién<br />

llegados, como pudiera hacerlo un efi-<br />

Página 40


ciente relaciones públicas de cualquier servicio<br />

fúnebre.<br />

Los parroquianos que se dirigían a la cancela<br />

–no habría que decirlo-, eran parroquianos<br />

dignos de mayor respeto que los otros;<br />

gentes sentidas que echaban de menos a sus<br />

difuntos, que se preocupaban por su suerte<br />

y que, en consecuencia, pagarían la cantidad<br />

que se les pidiese a cambio de poderse comunicar<br />

con ellos.<br />

Ya en el interior, les daba la bienvenida la<br />

propia Tuerta, disfrazada de personaje trascendente.<br />

Vestida de riguroso largo en tonos<br />

más respetables que su conciencia y cubierta<br />

de velos, recibía a los recién llegados blanda,<br />

jeremiaca y entre reverencias para conferir<br />

al escenario de los milagros -mechinal bañado<br />

en luz tenue y rojiza- la respetabilidad<br />

adecuada. Olía la estancia a ambientador sintético<br />

que los entendidos de nariz solían<br />

identificar con un sucedáneo de olíbano, aromática<br />

variante que predisponía a la concentración,<br />

y a ir dejando al albur de la voluntad<br />

de la Tuerta el control de la personal iniciativa.<br />

Para insonorizarla, la Tuerta había mandado<br />

acolchar sus paredes, pues no era cosa,<br />

como sucediera en las primeras sesiones, de<br />

que a los diálogos entre vivos entristecidos y<br />

muertos torturados se sumara la música de<br />

los pasodobles, especialmente los trompetazos<br />

de “España cañí” o “En er mundo” que<br />

sonaban al otro lado durante el espectáculo<br />

cabaretero. Su profesionalidad no podía permitir<br />

que estas personas tan especiales y tan<br />

susceptibles, llegaran a pensar que aquel<br />

negocio no era serio y respetable.<br />

Apenas acomodaba ante la mesa camilla<br />

al cliente, mandaba que sirvieran a este un<br />

café o un licor, o lo que deseara tomar, mientras<br />

ella desaparecía por la puerta del fondo.<br />

No tardaba en volver, majestuosa, con el turbante<br />

encasquetado y el ojo izquierdo de<br />

cristal corriente sustituido por el bueno, redondeada<br />

piedra semipreciosa adquirida a un<br />

mangón que se hizo pasar por comerciante<br />

recién llegado de la India, que era como decir<br />

revestida de sus poderes y dispuesta a entrar<br />

en trance.<br />

La médium tomaba asiento frente al pagano,<br />

y en un susurro dulzón y pegajoso, que<br />

aquél percibía como agria mezcla de sudor y<br />

ensalada de tomate y cebolla, le iba preguntando<br />

sobre su parentesco con el difunto, le<br />

iba sonsacando detalles acerca de su personalidad<br />

y sobre las circunstancias de su desaparición.<br />

La intermediaria justificaba esta<br />

curiosidad con la explicación de que la información<br />

le era imprescindible para individualizar<br />

el espectro en su consciencia, para<br />

localizarlo en el etéreo firmamento, para despertarlo<br />

y, al fin, irlo convenciendo de que<br />

debía acudir a la cita.<br />

De aquí que fuese bajando los párpados,<br />

rematados en largas, artificiosas y empastadas<br />

pestañas, a medida que completaba el<br />

conocimiento del alma en pena; y de aquí<br />

que fuera elevando abiertas las cuidadas<br />

manos como en una invocación a los más<br />

altos poderes.<br />

De esta manera pasaba al ensimismamiento,<br />

estado catatónico en que su respiración<br />

in crescendo acababa en profundísimos<br />

suspiros y en tenues sonidos que su agitada<br />

garganta liberaba, como mujer a punto de<br />

orgasmo súbito y gratuito; cuerpo y alma de<br />

Paca la Tuerta empeñados, a tenor de un rostro<br />

hinchado y enrojecido, en que los presentes<br />

comprobaran lo que costaba traer y<br />

acercar –como en doloroso parto mayeúticoel<br />

alma en pena a la que se pretendía consolar<br />

o preguntar sobre su estado de salud y<br />

sobre sus necesidades perentorias.<br />

Hasta que gruesas gotas empezaban a<br />

perlar la frente de la Tuerta, y su ojo izquierdo<br />

lanzaba un particular destello, finísimo<br />

rayo láser, que pasando sobre la cabeza<br />

de quien tuviera enfrente, traspasaba la<br />

pared y corría a herir el lado oscuro de la estrella<br />

elegida en la inmensidad del firmamento,<br />

allí donde vegetaba el ánima<br />

solicitada.<br />

En este punto leves chasquidos de origen<br />

desconocido empezaban a llamar la atención<br />

del pariente, ruidos que la médium consideraba,<br />

en riguroso criterio empresarial, imprescindibles<br />

para sobrecoger el ánimo y<br />

domeñar la fe del cliente. Hasta que el temor<br />

creciente sometía la voluntad del julai a visión<br />

de un más allá descorazonador.<br />

Un poco más de tensión, de ruido, de misterio,<br />

y el primo de turno acababa viendo y<br />

oyendo, por efecto de la fuerte sugestión<br />

obrada por el ojo de la Tuerta y por los ruidos<br />

misteriosos, el ectoplasma del ser querido<br />

impreso en la pared frontera.<br />

Tras el serio incidente del fútbol en el Bar<br />

El Encuentro, a raíz del cual Secundino Riaño<br />

quedó fichado por la brigada político-social<br />

como rojillo y “persona desafecta al régimen”,<br />

únicamente el Prócer habría podido<br />

alejar sus miedos y convencerlo para que pusiera<br />

sus extraordinarias facultades al servi-<br />

Página 41


cio de la Tuerta, mediante garantía cierta de<br />

impunidad, caso de que las cosas vinieran<br />

mal dadas.<br />

De manera que tan pronto como el Culiparla<br />

recibía aviso de la médium, prestamente<br />

se echaba al coleto un par de copas<br />

de Fundador y desaparecía del puesto que<br />

estuviera ocupando, versión obtenida de<br />

cierto informador que en aquel entonces trabajaba<br />

de camarero en la venta de Miguelote.<br />

Lo de las dos copas de coñac debía de<br />

ser para concentrarse y para echarle valor a<br />

la cosa.<br />

En la oscuridad del cuartucho aledaño del<br />

que ocupaba la Tuerta y su cliente, el Culiparla<br />

repetía unos cuantos ejercicios abdominales<br />

mientras se iba acercando al<br />

tabique, y a un extraño gritito de la jefa, con<br />

habilidad inaudita, se apresuraba a imitar las<br />

estropeadas gargantas de los muertos.<br />

Pocos hubieran podido creer que la voz de<br />

aquellas invisibles criaturas en forma de<br />

gangueos que denotaban lejanía y conformidad<br />

a dejarse sentir en el mundo de la materia<br />

que un día fuera también el suyo, tuviese<br />

procedencia escatológica. Una voz que impresionaba<br />

al escucharla y muy aparente<br />

para que los asustados clientes la tomaran<br />

por la verdadera de sus deudos de ultratumba,<br />

extraños ecos ascendiendo desde<br />

simas tenebrosas 1 .<br />

Félix J. Alonso Camarero<br />

Página 42<br />

1<br />

El Culiparla estuvo solamente unos meses al servicio<br />

de la Tuerta, tras cuyo tiempo probablemente solicitó el relevo<br />

a su jefe. Aquel trabajo no debía de entusiasmarle precisamente.<br />

Más de una vez experimentaría en su cogote el<br />

aliento del grave peligro que corría cada vez que se prestaba<br />

a tan deleznable impostura, si los engañados le descubrían.<br />

De otra parte, se da cuenta de que las extraordinarias facultades<br />

le van abandonando. Su otra garganta farfulla y tartamudea<br />

a causa del miedo, como si el músculo constrictor<br />

que debía abrir y cerrar con eficiencia la cavidad anal se le<br />

tornara laxo, sin fuerza ni tensión para emitir los preceptivos<br />

sonidos. Hasta el punto que, en cada intervención, el Culiparla<br />

ha de contorsionarse y masajearse el abdomen para reactivar<br />

sus tripas, ejercicios que acababan dejándolo<br />

agotado.<br />

PB


PB<br />

Página 43


PB<br />

Página 44


Ocho días, siete noches<br />

Digan lo que digan desde los distintos púlpitos,<br />

el Cielo no es ni mucho menos como<br />

siempre se ha dicho. En realidad, yo no tenía<br />

malditas las ganas de ir antes de que se encargue<br />

de llevarme por su propio pie la próstata<br />

o —a los setenta nunca faltan<br />

achaques— cualquier otro cantar que se le<br />

tercie (un suponer) al bazo. De hecho, me<br />

parecía meterme a lo tonto en gastos y en<br />

esos menudos desbarajustes que, lo quieras<br />

o no, siempre acarrean los viajes. Pero se<br />

emperraron las chicas, y la mujer no se decidía<br />

a decir (como ella sabe) que no, y allá<br />

que nos fuimos en mayo, premiados por La<br />

Caja: ocho días y siete noches en régimen de<br />

media pensión.<br />

*<br />

Lo primero que (metidos ya en la harina<br />

de los preparativos) me sorprendió, fue el<br />

hecho de constatar en mi propia persona<br />

que, en estos volanderos tiempos que vivimos,<br />

alcanzar el Cielo está tirado. A estas alturas<br />

aún no sé si la mujer y yo nos<br />

merecíamos este premio (que dicho sea<br />

entre paréntesis, la propia Caja concede a<br />

todo aquel que haya cumplido sus bodas de<br />

plata como cliente de la Entidad Crediticia y<br />

tenga en ella domiciliada su pensión), pero<br />

para mí tengo que Teodosio el de Las Alhóndigas<br />

(que se ha pasado la vida de farra en<br />

farra sin que en su casa tuvieran ni qué<br />

echarse al coleto las liendres que le devoraban<br />

a la mujer y a los chicos) no se merecía<br />

el Cielo ni de rebote; y sin embargo allí estaba,<br />

dentro del autocar que nos llevaría<br />

desde el pueblo al aeropuerto, dándole desde<br />

primera fila a la bandurria, celebrando con<br />

una jota pamplonica su reciente viudez.<br />

—¡Coño, Teodosio! —me asombré al verlo<br />

allí—. ¿Cómo tú también por aquí?<br />

—Pues ya ves, Teófilo —me replicó muy<br />

farruco—. Voy a ver cómo se las va apañando<br />

Allá Arriba la difunta —aseguró.<br />

*<br />

Con todo, lo peor que tenía (y seguirá por<br />

mucho tiempo teniendo, supongo) el Cielo<br />

para mí, es que, mientras no ingenien otro<br />

aparato más aparente, sólo se puede alcanzar<br />

la Corte Celestial en avión. Durante semanas<br />

se lo estuve machacando a la mujer<br />

por activa y por pasiva, a ver si (contra el criterio<br />

de las chicas) le conseguía meter en su<br />

natural asustadizo mi canguelo cerval y la<br />

acababa inclinando así hacia el nones definitivo;<br />

pero ya que con la parienta no me había<br />

resultado, en cuanto nos acomodamos en el<br />

autobús, lo intenté con la asistente social.<br />

—Pero si no es nada, don Teófilo —me recriminó<br />

la muchacha—. Ya lo comprobará en<br />

cuanto se monte.<br />

¡Jodó nada, dice! Pueden creerme que se<br />

le ponen a uno de gargantilla en cuanto empieza<br />

la azafata con todo ese repertorio de<br />

apretarse el cinturón, inflar el chaleco salvavidas<br />

y localizar de reojo las puertas de<br />

emergencia por si toca salir pitando; y, por<br />

las caras pálidas y visajes que yo veía en mis<br />

vecinos de asiento, sobre poco más o menos<br />

cavilaba cada quien. Menos Teodosio el de<br />

Las Alhóndigas (¡cómo no!) que, por lo visto,<br />

ya había estado hasta tres veces en Cancún<br />

y allí se encontraba tan tranquilo, al pie de la<br />

vistosa azafata como un perrillo zalamero,<br />

derritiéndole con los ojos las prietas sisas del<br />

traje.<br />

*<br />

Siempre se ha oído decir que lo mejor del<br />

Cielo son sus playas, pero para mí tengo<br />

(acaso por ser de secano; de páramo, para<br />

más pistones, y en esto coincido con Teodo-<br />

Página 45


sio) que el agua es para las ranas. De modo<br />

y manera que, en cuanto por fin aterrizamos<br />

con el resuello en la nuez, lo primero que del<br />

dichoso Cielo me chocó fue ver con mis propios<br />

ojos que el bendito san Pedro es en realidad<br />

un chiquito joven, con corbatas<br />

reschiqueantes de flores y colorines que<br />

(como los curas se cambian cada día la casulla<br />

para decir la misa), cada día de la semana<br />

san Pedro va cambiándose las corbatas<br />

de tono. Pero, en efecto, sí, allí estaba, a la<br />

puerta de LLEGADAS, con los nombres de<br />

todo quisque apuntados en un imponente<br />

cartapacio.<br />

Ni uno solo le falló, aunque no lo crean. Ni<br />

siquiera (lo que tiene su mérito, con tanto<br />

personal de todas partes como le acorralamos<br />

de repente) se le escapó un apellido trabucado.<br />

Así que, cuando llegó a la pe, san<br />

Pedro leyó bien clarito:<br />

—Pérez García, Teófilo.<br />

—¡Presente! —me identifiqué sin rechistar.<br />

¡Imponía su respeto la dichosa lista, jodó,<br />

ya lo creo! ¿Y del tamaño del Cielo, qué decirles?<br />

¡Es enorme todo aquello, no se crean!<br />

Y es que, en cuanto por el grosor de la carpeta,<br />

reparé en el bendito san Pedro, le había<br />

dicho a la mujer:<br />

—Ya está. Ahora nos irá diciendo, tú para<br />

aquí, tú para allá, y adiós muy buenas.<br />

Pero ¡quiá! Con decirles que, en cuanto<br />

nos acabó de pasar lista, ¡tuvimos que subir<br />

todos a otro tranvía!<br />

*<br />

La casualidad quiso que, de camino hacia<br />

nuestras definitivas dependencias celestiales,<br />

Teodosio el de Las Alhóndigas, se sentara en<br />

el asiento de atrás del nuestro.<br />

—¿Qué te ha parecido san Pedro, Teófilo?<br />

—me chistó en la oreja derecha.<br />

—La verdad —revolviéndome en el<br />

asiento, reconocí—, no me lo esperaba tan<br />

muchacho.<br />

—¡Ya, ya! —me corroboró la mujer—. ¡Menudo<br />

bien conservado que está! ¡Pero si está<br />

hecho un chaval!<br />

—¿Y esa corbata de margaritas y tulipanes<br />

lila, no les chocó”? —insistió Teodosio por lo<br />

bajines.<br />

—A mí, sí, la verdad —convino la mía—. Yo<br />

desde siempre le había imaginado con una<br />

túnica de sarga zurcida y echada a perder de<br />

color —explicó—. Con la de gente de cualquier<br />

ralea que a diario ha de pasar por sus<br />

manos, supuse que, de tanto lavarla y relavarla,<br />

haría siglos que se le había echado a<br />

perder.<br />

—Tomen buena nota —sin más ni más, y<br />

demasiado alto para mi gusto, nos chistó de<br />

nuevo Teodosio—: ese san Pedro es marica.<br />

Se lo digo yo, que no se me escapa ni uno —<br />

insistió—. Y si no, al tiempo —dijo—. Con<br />

corbatitas de tulipanes lila y margaritas —<br />

sentenció—, maricón seguro.<br />

*<br />

Nada más llegar al Hotel Paradiso del<br />

Cielo, en cambio, el bendito san Pedro volvió<br />

a tirar de lista y, en un plisplás, asignó habitación<br />

a todo quisque. También nos advirtió<br />

que, para lo que les pudiéramos necesitar, se<br />

encontraban a nuestra disposición dos ángeles<br />

de la guarda (chico y chica) por planta.<br />

—Aquí algo falla, Teódula —espeté a la mía<br />

en cuanto nos encerramos con llave en el esmirriado<br />

cuartucho que nos había correspondido,<br />

en el primer piso y con una vista<br />

panorámica preciosa (según el buen conformar<br />

de la mía) al enjambre de tubos de ventilación<br />

y chimeneas que brotaban del sótano<br />

y de las cocinas. —¿No teníamos hasta ayer<br />

nuestro personal ángel de la guarda cada hijo<br />

de vecino? —la pregunté—. ¿No estábamos<br />

convencidos de que los ángeles, precisamente<br />

por ser ángeles, no eran ni hembras<br />

ni varones?<br />

—A lo mejor aquí en el Cielo esas cosas ya<br />

no rigen —sugirió la mujer—. ¡Es tanto el<br />

personal que, con ángel de la guarda y toda<br />

pesca, se echa a perder tan remataditamente<br />

la Tierra. Que acaso tengan que reforzar, con<br />

los ángeles de aquí arriba, las custodias de<br />

los de allá abajo…<br />

Era una explicación, sí; pero sólo me convencía<br />

a medias, e insistí:<br />

—Y del sexo, ¿qué me dices?<br />

Pero como en tantas otras ocasiones terrenas,<br />

no le dio lugar a la mía a una respuesta<br />

al respecto, porque en ese mismo<br />

instante escuchamos un chiflido y nos asomamos<br />

corriendo al ventanuco que nos había<br />

tocado en suerte. Allá arriba, en la empinada<br />

torre de pisos de la izquierda, tocando casi<br />

con los dedos las estrellas, se encontraba<br />

Teodosio en camiseta de tirantes, tan ricamente<br />

encaramado en la lustrosa balaustrada<br />

de una terraza descomunal.<br />

—¡La suite nupcial! —clamó triunfante.<br />

Página 46


—Jódete, Teódula! —espeté a la mía—. Por<br />

tachar a san Pedro de marica, mira lo que le<br />

toca.<br />

—Será cosa de su difunta, hombre de Dios<br />

—restando hierro a tan flagrante injusticia,<br />

argumentó—. Como hace ya tres semanas<br />

por lo menos que la enterramos, la buena de<br />

la Teótima habrá movido sus influencias para<br />

que les proporcionen el cuarto más aparente<br />

para tan feliz reencuentro.<br />

*<br />

Aunque aquel día del viaje al Cielo, en el<br />

pueblo, nos habíamos levantado de la cama<br />

bastante antes de maitines, de que quisimos<br />

deshacer la maleta y darnos un atusón de<br />

gato ya se había hecho la hora de la cena.<br />

Fue Liliana —la chica, muy mona embutida<br />

en su mini azulcielo, y no Gabriel, el otro<br />

ángel de la guarda de la planta, también muy<br />

apuesto en su traje azulmarino de entretiempo—<br />

la encargada de anunciarnos tan<br />

buena nueva.<br />

—Nos darán ahora alguna cosa de sustancia<br />

—sugerí con mi mejor sonrisa a nuestro<br />

ángel custodio de planta cuando volvimos a<br />

tropezarnos con ella frente al ascensor,<br />

donde la angelical muchacha se devanaba los<br />

sesos de pie con un libro de sudokus—. No<br />

me negará que dar el nombre de comida de<br />

cristianos a ese piscolabis que nos sirvieron<br />

en el avión —expliqué— parece cuando<br />

menos una herejía anglosajona…<br />

—Seguro —confirmó Liliana, inmersa en<br />

sus numéricas operaciones—. Planta cero,<br />

por esta escalera. Selfservice, caballero —y<br />

como debió comprender que yo me había<br />

quedado con su explicación a dos velas,<br />

agregó con ese sonsonete que siempre identifico<br />

con el de las máquinas expendedoras<br />

de tabaco: —Que pueden comer y beber<br />

cuanto quieran de lo que más les peta.<br />

No —musité a la mía lo más discretamente<br />

que pude—, si a lo mejor, hasta nos ponen<br />

vino…<br />

—Ecológico, sí señor —replicó al punto Liliana<br />

con su vocecita enlatada.<br />

*<br />

La cena, para ser cena, pase (siempre le<br />

oí decir a mi difunto padre que hay que cenar<br />

ligero, que de grandes cenas están las sepulturas<br />

llenas); pero que en el mismísimo bar<br />

del Cielo, pagando, sirvan Soberano de garrafa,<br />

ni siquiera a mi Teódula (que en tantos<br />

asuntos es una santa y a cualquier puntapié<br />

que reciba le encuentra atenuante) le pareció<br />

propio de un establecimiento que ostenta<br />

desde su mismo rótulo el título de paradisíaco.<br />

—Verdaderamente, no hay derecho, Teófilo<br />

—refunfuñó con el terrestre rictus de sus<br />

más íntimos ultrajes—. ¿Puedes creer que<br />

también mi Anís del Mono es de a granel,<br />

exactamente del mismo garrafón con que te<br />

suelo hacer en casa el pacharán?<br />

Teodosio, en cambio, ya estaba en un reservado,<br />

con una buena botella de Chivas legítimo<br />

sobre la mesa, la cubitera del hielo a<br />

un lado y un ángel de la guarda de planta (de<br />

sexo bien patente desde su mismo escote)<br />

sentada enfrente.<br />

—Apunta, Teódula —con un codazo discreto<br />

y señalando al de Las Alhóndigas con<br />

los ojos, sugerí a la mía, para que luego no<br />

me venga con que siempre ando inventando<br />

infundios.<br />

—Pobre difunta —murmuró condolida a la<br />

vista de lo evidente—: ¡que ni siquiera en el<br />

Cielo la guarde este pasmarote el luto ni el<br />

respeto!<br />

*<br />

Total, que con unas cosas y con otras,<br />

nuestra primera nochecita en el Cielo no tuvo<br />

nada que reprochar a las noches comunes y<br />

corrientes de nuestros cuarenta y siete años<br />

de discreto y pedestre matrimonio. Al contrario;<br />

se conoce que como extrañábamos todo<br />

menos el demasiado terrenal cuerpo del otro,<br />

nos pasamos la noche en vela con el único<br />

aliciente de la tele.<br />

Mi Teódula sabe de sobra que a mí, aparte<br />

de La mujer del tiempo, la televisión suele<br />

sobre todo depararme una reconfortante soñarrera,<br />

y por probar si así lograba pegar ojo,<br />

la pobre tiró de mando. Pero, ¡en qué hora!<br />

En vez de los espacios piadosos o las telenovelas<br />

basadas en las ejemplares vidas de los<br />

santos (que la mujer esperaba sin duda encontrar<br />

en pantalla), aquella tele de sesenta<br />

y cuatro pulgadas no daba otra cosa que películas<br />

de destape. ¡Y qué destape, válgame<br />

Dios! Con decirles que hasta a un servidor<br />

(que, de recién casados, me emperré en que<br />

la novia o se quitaba el camisón o la repudiaba<br />

por melindres) ¡me causaba sonrojo<br />

ver tan a lo vivo hacerse de todo aquellos<br />

maromos que aparecían en porreta cruda!<br />

—Debe depender del satélite —sugerí por<br />

disculpar de algún modo aquel inaudito despelote.<br />

Y me apoderé del mando. A sabiendas<br />

que, de no hacerlo así, mi mujer acabaría<br />

estampándolo contra la pantalla y haciéndola<br />

trizas (y tampoco era el caso de arrimar otro<br />

gasto estúpido más al bolso).<br />

Página 47


Así que, con este imprevisto percance, ya<br />

tuve servido el tostón para el resto de la<br />

noche<br />

—¡Tengo un disgusto tan grande, Teófilo!<br />

—se pasó las horas rezongando la mujer—.<br />

¿A esto tenían las chicas tanto interés en<br />

traernos? ¿A estas cochinadas es a lo que<br />

ellas se aplican cuando dicen que se vienen<br />

de puente?...<br />

*<br />

En el comedor, a la hora de nuestro primer<br />

desayuno en el Cielo, las caras estragadas y<br />

de circunstancias me pareció que predominaban.<br />

Quien más, quien menos, supuse, la<br />

mayoría se habría pasado las horas mano<br />

sobre mano, como habíamos pasado la noche<br />

la mía y yo, esperando que sonara en nuestro<br />

auxilio el toque redentor de diana.<br />

—¿Ustedes creen que nos llevarán hoy<br />

mismo ante la presencia de Señor? —se interesó<br />

una señora que viajaba sola y que se<br />

había sentado a nuestra mesa a remojar su<br />

escueta bolsita de té—. El bizarro ángel de la<br />

guarda de mi planta no me había sabido decir<br />

ni que sí ni que no —explicó.<br />

—Por la mañana —argumentó otro comensal<br />

que también desayunaba solo en la mesa<br />

de al lado y que era evidente que mostraba<br />

más interés por la señora del té que por ver<br />

a Dios—, tengo entendido que toca playa…<br />

—¡Jesús, María y José! —se escandalizó<br />

muy coqueta la del té—. ¡Playa, a nuestras<br />

edades!<br />

—Yo setenta cumplí en marzo —alardeó mi<br />

Teódula por darle coba.<br />

—Quién los tuviera, querida —se decepcionó<br />

como en broma nuestra comensala—.<br />

Yo —agregó—, por educación, hasta los<br />

ochenta no confesé a nadie la edad; pero<br />

desde aquella lejana fecha aprovecho la<br />

menor ocasión que se me brinda para proclamar<br />

los años que tengo —y la mujer se detuvo<br />

en su alocución, se atusó la permanente<br />

con resabiados toquecitos de pizpireta, y preguntó<br />

al señor de la mesa de al lado que, en<br />

mi opinión, de buena gana renunciaría por<br />

ella a Dios: —¿Cuántos me echa usted?<br />

—Treinta y siete —como un rayo, calculó<br />

el galán.<br />

—¡Bingo! —celebró, atorándose de risa la<br />

del té—. Le aseguro, caballero, que es lo más<br />

bonito que me dicen, cuando menos, desde<br />

la caída de Primo —y, como si ya ni la mía ni<br />

yo compartiéramos con ella mantel, añadió—<br />

: —Lo crea usted o no, para el próximo sábado<br />

su segura servidora coronará el siglo.<br />

*<br />

Puesto que por la mañana, en efecto, tocó<br />

playa, en la playa de los Santos Padres estuvimos,<br />

sentaditos la mujer y yo en un banco<br />

del paseo marítimo con la ropa de lso domingos,<br />

a la sombra de un árbol del cielo que<br />

hacía meses que había perdido las flores y<br />

comenzaba a cambiar la hoja.<br />

Como por lo visto en el Cielo mayo es temporada<br />

baja (la temporada alta, según Liliana,<br />

va de noviembre a febrero, que es<br />

cuando, se conoce que por culpa del frío, más<br />

viejos del Primer Mundo la palman), la playa<br />

de los Santos Padres estaba copada por cuatro<br />

gatos; pero se estaba bien de veras allí<br />

sentados, con la brisa del mar levantando las<br />

faldas a las escasas muchachas que recorrían<br />

muy formalitas la costa, oteando el ir y venir<br />

de los barcos que surcan el horizonte y recalan<br />

en el recoleto puerto de al lado, trasladando<br />

al personal del Cielo al Infierno o al<br />

Purgatorio, trayéndolo hasta aquí desde los<br />

distintos destinos eternos.<br />

—Ya que nos hemos metido en gastos —<br />

propuse a la mujer ante aquel colorista ir y<br />

venir de embarcaciones de tantos rumbos,<br />

formatos y calados—, no estaría de más<br />

coger un día el ferry del Infierno y dar por allí<br />

un garbeo a ver aquello…<br />

Como era de esperar en ella, ante mi inocente<br />

sugerencia la Teódula se hizo de cruces.<br />

—¡Tienes cada ocurrencia, desde luego,<br />

majo! —se quejó—. Todavía que me digas<br />

tomar el catamarán del Purgatorio, bueno y<br />

pase; pero, ¡hala, de buenas a primeras al<br />

Infierno nada menos!<br />

—Teodosio el de Las Alhóndigas —argüí—,<br />

dicen que se ha ido esta misma mañana en<br />

el primero del día.<br />

—¡Bonito ejemplo, sí señor! —me reprobó.<br />

Y con cristiana resignación, añadió—: —Teodosio,<br />

el hombre, se ha tenido que marchar<br />

en busca de su difunta, por lo visto. Se rumoreaba<br />

que nadie le ha sabido dar aquí<br />

razón de la pobre Teótima.<br />

*<br />

Según Gabriel —el otro ángel de la guarda<br />

de nuestra planta—, por no sé qué enredos<br />

de fechas del Señor, se nos garantizó que<br />

tampoco aquella primera tarde nos llevaría a<br />

ver a Dios. Y yo ya me escamé, la verdad.<br />

Subía de malaúva del comedor al cuarto,<br />

Página 48


donde acababa de comprobar que la comida<br />

de mediodía del Hotel Paradiso se parecía<br />

como un hijo a un padre al tentempié del<br />

avión, cuando Gabriel nos anunció la nueva.<br />

Así que, sumando a la noticia el hecho de<br />

que a la noche tendríamos que pagar la esmirriada<br />

cena que el régimen de media pensión<br />

no incluía, en cuanto nos encerramos en<br />

el cuartucho a intentar echar la siesta, dije a<br />

la mujer:<br />

—Si el Infierno te parece demasiado<br />

riesgo, al Purgatorio, Teódula; pero yo me<br />

marcho de aquí en esto en el primer ferry.<br />

—¡Pero qué mal conformar tienes siempre,<br />

Teófilo, hijo! —regurgitó.<br />

—Tú me contarás —me embalé—: sin<br />

cenar, sin dormir y ahora sin comer en<br />

forma…<br />

—Pero si siempre se ha oído decir que la<br />

comida ligera es la mejor para los viajes —<br />

se empeñó, y se me quedó mirando con esa<br />

sorna tan suya que siempre usa cuando pretende<br />

agregar algo atrevido—. ¿Ya hiciste de<br />

vientre, Teófilo? —preguntó.<br />

—¡No! —exploté—. ¡Como para hacer de<br />

vientre está uno con este régimen!<br />

—¡Qué tendrá que ver el régimen, mequetrefe?<br />

—comenzó a ponerse quirúrgica—. No<br />

haces de vientre por el trastorno del esfínter.<br />

En los viajes se contraen los esfínteres y…<br />

—Bueno, vale —la corté—. Para ti la perra<br />

gorda. ¿Pero qué me dices de viajar al Purgatorio<br />

a pasar la noche? —insistí. Y por arrimar<br />

otro poco el ascua a mi sardina,<br />

agregué—: Es imposible que allí nos toque<br />

peor cuarto y que pasen por la televisión películas<br />

menos edificantes…<br />

—Pero una noche solamente —accedió—.<br />

Por probar y poder contárselo a las chicas a<br />

la vuelta.<br />

—Una noche de momento, sí señora; trato<br />

hecho —concedí—. Si viene a mano —me ilusioné—,<br />

hasta en el Purgatorio nos entra la<br />

cena en el precio.<br />

*<br />

En el catamarán del Purgatorio de las<br />

17:03, el viaje fue visto y no visto. Ni siquiera<br />

sufrimos una vasca de esas que<br />

(siempre se ha dicho) suelen padecer los de<br />

secano cuando se hacen a la mar. La mujer<br />

se pasó el viaje de cháchara con la centenaria<br />

del té y su reciente don Juan (que también<br />

habían decidido trasladarse al Purgatorio<br />

con la esperanza de que, aun fuera del matrimonio,<br />

les concediera la misma habitación).<br />

—Tengo entendido —decía la mujer— que<br />

en el Purgatorio no son estrictos con los documentos<br />

legales y que suelen admitir sin<br />

demasiados remilgos esa figura jurídica tan<br />

moderna que ahora llaman parejas de hecho.<br />

Pero la diferencia primera que uno aprecia<br />

al llegar desde el Cielo al Purgatorio es de ornamento.<br />

Así como en los alrededores del<br />

Hotel Paradiso predominaba el árbol del cielo<br />

como planta de jardín, en el Purgatorio es el<br />

geranio el tiesto piloto.<br />

—No son geranios, señora —aclaró la centenaria<br />

con esa confianza en sí misma que<br />

comenzaba a exasperarme—. Se les parecen,<br />

no le voy a decir que no, pero en realidad son<br />

pelangonios; unas matitas mucho más finas<br />

de color y variados de matiz que el geranio<br />

común, tan simplón.<br />

—¡Ah! —boquiabiertos, aceptamos la<br />

mujer y yo tan docta explicación.<br />

Geranios o pelangonios, lo cierto es que,<br />

nada más desembarcar, yo me encontré en<br />

familia; a lo que pronto se sumó, para redondear<br />

esta impresión, el hospedaje. En el Purgatorio<br />

no se estilan todavía los ostentosos<br />

hoteles modernos; allá quien aún manda es<br />

la tradicional fonda. El representante de san<br />

Pedro (un tal Fructuoso) lleva el control del<br />

personal en una escrupulosa libreta común y<br />

corriente y —al parecer ignorante del uso y<br />

abuso de las corbatas— viste de calle; ni<br />

bien, ni mal; ni de colorines, ni fúnebre.<br />

—Pérez García, Teófilo —como san Pedro<br />

en el aeropuerto, repitió Fructuoso en el<br />

puerto, al pie del catamarán.<br />

—Presente —dije.<br />

—Fonda Facundo —sentenció.<br />

—A mandar —obedecí.<br />

*<br />

El primer alivio que encontró en la fonda<br />

mi mujer fue comprobar que en el cuarto que<br />

nos asignaron no había televisión. En su<br />

lugar campaba un Sagrado Corazón de Jesús<br />

como Dios manda en la puerta de entrada; y<br />

—en vez de los cuadros de rayitas y borratajos<br />

que aturdían las paredes del Hotel Paradiso—<br />

el único adorno que permitían las altas<br />

y recién encaladas paredes de la Fonda Facundo,<br />

era un buen crucifijo de alpaca maciza<br />

sobre la cabecera de la cama de matrimonio.<br />

Además, un trabajado balcón de forja a reventar<br />

de geranios (o de pelangonios), se<br />

abría a una plaza con un quiosco de música<br />

Página 49


en el centro, desde el que en ese momento<br />

interpretaba un pasodoble torero una orquestina<br />

de ángeles, todos sin alas, pero<br />

aderezados con una pajarita a juego.<br />

—Fíjate bien en el de la bandurria —me<br />

susurró la mujer—. ¿No te parece calcadito a<br />

Teodosio el de Las Alhóndigas?<br />

—Quita, quita —me negué a aceptar de<br />

buenas a primeras lo que a todas luces era<br />

patente—. ¿Pero no dijiste que se había ido<br />

esta madrugada al Infierno?<br />

—Eso dijeron en el Cielo, sí —concedió—.<br />

Pero puede haberse dado la vuelta si allá<br />

tampoco localizó a la difunta —razonó—. Ya<br />

sabes que, por lo visto, del Infierno al Purgatorio<br />

gay transbordador a todas las horas en<br />

punto.<br />

*<br />

Por salir de dudas y comprobarlo, dejamos<br />

en la fonda el equipaje y bajamos al baile.<br />

Estaba bastante animado el cotarro, pero<br />

quedaba holgura de sobra para marcarse un<br />

chotis madrileño, una ranchera mariachi y<br />

hasta una jota serranita con su pertinente<br />

voltereta.<br />

—¡Quién te ha visto y quién te ve, Teófilo,<br />

hijo! —se escandalizó encantada la mujer<br />

cuando vio que la llevaba en volandas sobre<br />

los puntiagudos guijarros del piso—. Creo<br />

que no te había vuelto a ver bailar desde el<br />

día en que nos casamos.<br />

—¿Y tú, Teódula? —repuse. Puestos a destapar<br />

el arcón de los ultrajes, tampoco yo<br />

quería quedarme manco—. ¿A que aquí no te<br />

alborotan los juanetes los adoquines?<br />

Debía ser tan evidente para todo el mundo<br />

que en el Purgatorio la mujer y yo habíamos<br />

dado con la horma de nuestro zapato, que<br />

hasta Teodosio el de Las Alhóndigas (que evidentemente<br />

era el rechoncho ángel de la<br />

bandurria) nos dedicó un pupurri. Luego,<br />

cuando acabó la verbena, se sentó con nosotros<br />

a tomar una naranjada en el chiringuito<br />

de la pérgola, bajo los farolillos chinos.<br />

—Al fin he dado con la Teótima —nos confió<br />

entonces—. En el Cielo me dijeron que se<br />

había enredado con un solista, que los habían<br />

sorprendido dándose el lote en el ofice de la<br />

ropa sucia y que, por eso, los habían arrojado<br />

fulminantemente al Infierno en el primer<br />

ferry. Pero en el Infierno —continuó—,<br />

cuando llegué esta mañana, tampoco estaban<br />

ya. Se conoce que, por buena conducta,<br />

a los cuatro días los habían mandado para<br />

acá, y ahora viven amancebados en la Fonda<br />

Floren. El amante de mi difunta es el que<br />

canta que ustedes han visto —declaró—, y él<br />

ha sido el que ha tenido la deferencia de meterme<br />

de cabeza en la orquesta.<br />

*<br />

La que al parecer no estaba para canciones<br />

era la centenaria del té, con la que volvimos<br />

a coincidir en la cena. A ella y a su<br />

reciente conquista, Fructuoso les había asignado<br />

un cuarto conjunto (como querían),<br />

también en la Fonda Facundo; pero aunque<br />

(con tantos adelantos como hay hoy en día)<br />

la señora reconoció que su don Juan le había<br />

respondido en la cama como corresponde, la<br />

tía finolis ya estaba hartita —según dijo— de<br />

tanto pelangonio, de tanto Sagrado Corazón<br />

y tanto crucifijo oteantes por todas partes,<br />

de tanta orquesta pueblerina dando la murga<br />

a todas horas, y hasta del rancho de reclutas<br />

con horrores de sebo como daban —según<br />

ella con modales absolutamente rústicos—<br />

en el comedor de aquella fonducha.<br />

—En cuanto me sorba este consomé, me<br />

pienso devolver al Hotel Pardiso en el ferry—<br />

búho de medianoche —aseguró envalentonada<br />

y rabiosa—. Ya se lo he advertido a ese<br />

pasmarote que se quedó derrengado allá<br />

arriba, en el cuarto —y, cuando comenzaban<br />

a servir los segundos, se marchó como una<br />

airada princesa a hacer la maleta.<br />

—¡Trucha de río frita con jamón serrano!<br />

—proclamó Filomena, la cocinera, camarera<br />

y esposa de Facundo—. ¿Para quién?<br />

—Servidor —declaré frotándome las<br />

manos.<br />

—El congrio en salsa verde entonces es<br />

para usted —dijo a mi Teódula por una sencilla<br />

regla de tres.<br />

—Así es.<br />

—¿Y la perendengues del consomé, qué ha<br />

sido de ella? —nos preguntó—. A lo mejor se<br />

cree la tía marquesona esa que se va a ir de<br />

mi fonda sin pagar.<br />

—Entonces —insinué— ¿la cena no entra<br />

en el precio?<br />

No señor —resolvió muy flamenca mi duda<br />

capital—. ¡Aquí hay control y coordinación,<br />

no como en su Tierra, amigo mío!—proclamó—.<br />

Ustedes viajan en régimen de<br />

media pensión, señores —comenzó a explicarnos<br />

acaso un poco alto—, y en el Cielo,<br />

según consta bien clarito en la libreta de<br />

Fructuoso, ya tomaron su desayuno y su almuerzo<br />

—y salió arreando hacia la cocina con<br />

los platos vacíos de la excelente sopa de cocido<br />

que habíamos tomado de primero la<br />

Página 50


mujer y yo, anunciando a todo el mundo: —<br />

¡Y la perifuelles del consomé, aunque no<br />

tome no postre, me debe el menú completo!¡Nos<br />

ha merengado! —bufó—. ¡Si esa<br />

tía perejiles se gasta humos, a la Filomena lo<br />

que le sobran son ínfulas!<br />

*<br />

Aunque tuvimos que pagar la cena a tocateja,<br />

aunque tuve que invitar a Teodosio (que<br />

se acercó a la hora del café) a un par de<br />

copas de Veterano, y aunque la carcoma de<br />

la cómoda de la habitación me obligó a pasar<br />

en vela buena parte de la noche, la mujer y<br />

yo coincidimos en la opinión de que en el<br />

Purgatorio nos encontrábamos mucho más a<br />

nuestras anchas que en el dichoso Cielo. La<br />

comida era de sustancia y abundante. El hospedaje<br />

—aun descontando el ronchar de la<br />

carcoma— resultaba espacioso y de fuste. Y<br />

el ambiente —a pesar de Filomenas con ínfulas<br />

y centenarias con humos— de lo más<br />

recomendable, concluimos de vuelta en el<br />

cuarto. Hasta se puso melosa la Teódula en<br />

cuanto nos desnudamos —yo creo que por<br />

culpa del anisete casero a que nos invitó Facundo<br />

cuando le cancelamos la cena.<br />

—¿Y qué hacemos mañana? —pregunté<br />

cuando, rematada la faena, volvió la mujer<br />

del baño de hacer sus abluciones—. De mi<br />

voto —opiné—, me quedaba a pasar aquí los<br />

siete días que aún nos faltan.<br />

—¡¿Sin regresar al Cielo ni a ver a Dios siquiera?!<br />

—se escandalizó medio en broma,<br />

bien acurrucadita contra mí.<br />

—Sin pasar por el Cielo, sí señora —confirmé—.<br />

¿Para qué? Ya conocemos de sobra<br />

el programa que allí nos aguarda —argumenté—:<br />

comida ligera y pornotele en el<br />

hotel, y en la calle, sol y playa…<br />

—Y la visión de Nuestro Señor, si encuentra<br />

un rato libre en sus ocupaciones —apuntó<br />

la mujer.<br />

—Ahí lo has dicho —señalé—, si encuentra<br />

un rato. Yo creo que no merece la pena<br />

arriesgarnos a pasar una semana de pornografía<br />

y comistrajos con la sola esperanza a<br />

alcanzar a ver un instante a Dios —confesé.<br />

La Teódula se lo quedó pensando mientras<br />

me retorcía los cuatro vellos que todavía conservo<br />

sobre el esternón (que es como ella,<br />

cuando está de buenas, medita). Yo creo que<br />

le sonaba a cosa de herejes mahometanos lo<br />

que le acababa de decir, que se preguntaba<br />

si mi sincera y espontánea opinión del Cielo<br />

no traería cola, y acabara teniendo nefastas<br />

repercusiones de cara a nuestras respectivas<br />

y eternas salvaciones; y, sobre todo, se devanaba<br />

los sesos inquiriendo la opinión que<br />

les merecería a las chicas nuestro cambio de<br />

planes. Al fin, después de un buen rato de<br />

cavilaciones suyas a cuenta de mis cuatro<br />

pelos, declaró:<br />

—Bueno: mañana por la mañana, purgatorio<br />

otra vez; y durante la comida de mediodía<br />

en la fonda, decidimos si seguimos o nos<br />

vamos. ¿Te parece?<br />

—Es un programa —concedí.<br />

*<br />

A pesar de este acuerdo de última hora,<br />

durante el insomnio de la carcoma repasé la<br />

sobremesa de la cena que habíamos compartido<br />

con Teodosio. Según él, el infierno era<br />

tan digno de verse como el Purgatorio y el<br />

Cielo, y estaba en sus planes no regresar a<br />

la Tierra sin darse antes un voltio por el<br />

Limbo recóndito.<br />

Hasta donde pueda resultar fiable el criterio<br />

de Teodosio y su inseparable bandurria,<br />

así como la planta más ornamental más señera<br />

del Cielo es el árbol de su nombre, y la<br />

del Purgatorio el pelangonio; la planta del<br />

jardín del Infierno —aunque, según él, abunden<br />

las zarzas, los abrojos y los cactus— es<br />

el cardo.<br />

—¿Borriquero? —quise cerciorarme.<br />

—Principalmente, sí señor —confirmó—:<br />

borriquero.<br />

La comida, en su opinión, no está mal,<br />

aunque abunde el bote de precocinado, listo<br />

para calentar. Las playas, tan buenas como<br />

las del Cielo, aunque la arena negra las dota<br />

de un agorero no sé qué. Y el hospedaje, sin<br />

lujos, resulta de lo más pintoresco —adujo.<br />

—A mí me asignaron un cuarto para hombre<br />

solo —confesó—en el Hostal Galerna, al<br />

borde de un acantilado que quitaba el hipo al<br />

más pintado, sobre todo al ver desde la terraza<br />

el oleaje bramando abajo. Acojonaba<br />

un poco, sí —reconoció—, pero probablemente<br />

esa sea la mejor panorámica que la<br />

eternidad pueda algún día depararme.<br />

—¿Y tienen tele en las habitaciones? —<br />

quiso saber la mujer.<br />

—¡Ya lo creo! —confirmó—: ¡Pantalla gigante,<br />

con el mejor fútbol de todos los tiempos<br />

a cualquier hora y en cada canal!<br />

*<br />

Si las cosas eran como Teodosio nos las<br />

había pintado, pues tampoco parecía el Infierno<br />

el lugar imposible que ha gozado<br />

desde siempre de tan mala prensa —pensaba<br />

Página 51


entre mí durante el insomnio de la carcoma—<br />

. Ver una y otra vez, en pantalla gigante y<br />

hasta el fin de los tiempos, el golazo que<br />

Marcelino le endiñó a Rusia hace cincuenta<br />

años, me pareció penitencia mucho más soportable<br />

que el quebranto de huesos y el rechinar<br />

de dientes que siempre se nos ha<br />

dicho —concluí. Y en cuanto al encanto del<br />

cardo como planta ornamental, ¿qué decirles?<br />

Sin ir más lejos, en Escocia tengo entendido<br />

que el cardo es la enseña nacional y no<br />

por ello dejan de fabricar el mejor güisqui…<br />

—¿No duermes? —en un susurro, como<br />

entre sueños, me preguntó la mujer.<br />

—Ahí ando —confesé—, a salto de mata,<br />

como siempre.<br />

—A mí me ocurre otro tanto —bostezó—.<br />

¿Puedes creer que no se me quita del pensamiento<br />

Teodosio? —declaró—. En cuanto cierro<br />

los ojos, ahí lo tengo, entre ceja y ceja,<br />

tocándome la bandurria hasta el incordio.<br />

—¿Y dónde te la toca en concreto? —me<br />

preocupé.<br />

—En la pérgola. Él, entre los guijarros, haciendo<br />

esas cabriolas y gansadas que suelen<br />

hacer los tunos; y en el quiosco de la música,<br />

como asomada a un balcón enrejado, servidora.<br />

—Pues ándate con ojo —socarrón, me intenté<br />

sin embargo curar en salud—. Ya sabes<br />

que el amigo tiene una fama de vivalavirgen<br />

que para qué. A ver si después de cuarenta<br />

y siete años de fidelidad en la Tierra, la<br />

vamos a tener a estas alturas tú y yo —agregué<br />

amoscado.<br />

*<br />

Efectivamente: en cuanto bajamos a desayunar<br />

a primera hora, allí estaba Teodosio<br />

el de Las Alhóndigas, esperando como un<br />

pasmarote en el comedor, con su instrumento<br />

enfundado y, envuelto en papel de estraza,<br />

un manojito de nomeolvides para mi<br />

Teódula.<br />

—Toma —le dijo—, para que te sirvan de<br />

recuerdo de tu paso por el Purgatorio —y sin<br />

sentarse a tomar un cortado ni dar señales<br />

de haberme visto, anunció: —Yo parto ahora<br />

mismo al Limbo en gira relámpago con la orquesta.<br />

Para mí tengo que fue entonces, mientras<br />

desayunábamos sin hambre platos de contundente<br />

enjundia, cuando comenzaron a<br />

torcerse las cosas entre la mujer y yo. En la<br />

mesa, con aquel ramillete de florecillas ultrajantes,<br />

parecía no haber espacio ni para acomodar<br />

la comanda.<br />

—A ver, señores, elijan —nos urgió Filomena<br />

personándose con una bandeja de turmas<br />

y riñones a la brasa en una mano y el<br />

porrón de morapio en la otra—. O las flores,<br />

o el condumio.<br />

Aunque yo me agarré al porrón y la Teódula<br />

depositó los nomeolvides sobre el<br />

asiento libre del ausente, sentí la presencia<br />

de Teodosio no sólo en el comedor de la<br />

fonda, sino también en cada rincón del Purgatorio<br />

adonde nos condujo la guía a lo largo<br />

de aquella interminable mañana. De modo y<br />

manera que cuando, como habíamos acordado,<br />

se presentó la hora de decidir qué<br />

hacer, si irnos o quedarnos, yo anuncié,<br />

acaso con excesiva convicción:<br />

—Visto lo visto, yo me iría ahora misma al<br />

Infierno tan ricamente.<br />

Y la mujer, con lo mucho que me hubiera<br />

gustado en esta oportunidad, por primera<br />

vez en su vida no me contradijo el antojo.<br />

*<br />

Nos despedimos para siempre en el<br />

puerto, a las 15:15 de aquella misma tarde.<br />

Su ferry para el Cielo y el Hotel Paradiso —<br />

donde aseguró que regresaba— salía diez<br />

minutos después que mi Barca de Caronte.<br />

Pero tengo para mí que ella en ningún momento<br />

abordó su ferry, y que siguió hacia el<br />

Limbo de Teodosio en el crucero de lujo de<br />

las 17:40. Digo esto porque, en cuanto arribé<br />

al Infierno —repentinamente convencido durante<br />

el bamboleante trayecto de que mi intempestivo<br />

pronto había sido una soberana<br />

metedura de pata hasta el zancajo— y, sin<br />

salir del puerto, abordé el primer ferry que<br />

me devolvía al Cielo; ni en el Hotel Paradiso,<br />

ni en ninguna otra parte del Empíreo, supieron<br />

darme razón de mi volatilizada Teódula.<br />

—Tranquilo, hombre —se acercó Liliana, la<br />

Ángela de la guarda de mi planta, a intentar<br />

consolarme con una tisana—. En el Cielo,<br />

este tipo de reveses ocurre cada dos por tres<br />

hasta en las parejas más fieles y afines. ¿Se<br />

imagina el muermo insufrible que sería —me<br />

increpó— atravesar toda la eternidad a piñón<br />

fijo con la misma pareja?<br />

Así que intenté sacarles todo el jugo posible<br />

a los horrorosos vídeos de la tele, procuré<br />

descifrar el encanto escondido de los borratajos<br />

y falsos mondrianes de las paredes,<br />

hice cuanto pude por no menospreciar la<br />

dieta ligera del autoservicio, y hasta me esparcí,<br />

asomado al balcón, con el espectáculo<br />

de los tubos y chimeneas que brotaban del<br />

Página 52


sótano. Pero al segundo, tercer o cuarto día<br />

de prodigarme en este programa de irremediable<br />

cafre, a la hora de la siesta, tocaron a<br />

mi puerta.<br />

—Soy Beatriz, abra —oí.<br />

¿Beatriz?, me extrañé. Yo no conocía a<br />

Beatriz ninguna ni en el Cielo ni en la Tierra.<br />

—Sí, hombre, sí —volví a escuchar—.<br />

¡Beatriz! ¡La del Dante!<br />

¿El Dante?, me asombré. ¿Quién diantres<br />

sería ese Dante?<br />

—¡El Dante Alighieri, don Teófilo! —volví a<br />

oír—. ¡El de la Divina Comedia, el libro! ¿No<br />

cae todavía en la cuenta de quién le digo?<br />

Preciosa en sus eternas veinticuatro primaveras,<br />

vestida de rojo de pies a cabeza,<br />

Beatriz de Folco Portinari, señora de Bardi, se<br />

presentó anunciando que llevaba en el Cielo<br />

siete siglos largos.<br />

—Como veterana —prosiguió cuando le<br />

abrí la puerta y le ofrecí la silla de plástico<br />

que había en la minúscula terraza, acaso<br />

para que tomara asiento una visita, como la<br />

suya, de todo punto inesperada—, soy especialista<br />

del Cielo en los casos perdidos de mal<br />

de amores. ¿No me diga que no había oído<br />

nunca hablar de mí? —se extrañó.<br />

—Pues si le soy sincero —confesé, amarrándome<br />

a la cintura con doble nudo el batín<br />

de guata de andar por casa—, no, la verdad.<br />

Yo soy de campo, ¿sabe usted?; y en el pueblo,<br />

las comedias, los libros, y el mal de amores<br />

se los dejamos para los tíos finolis de las<br />

capitales —le expliqué.<br />

—¡Quién lo diría, don Teófilo! (y dispense<br />

la confianza) —rio un poco a lo zorreras—. No<br />

se necesita ser ninguna especialista en los<br />

desarreglos del corazón para darse cuenta de<br />

que usted sufre una depresión de libro y de<br />

caballo precisamente porque se le ha fugado<br />

la parienta, según mis noticias, con un rechoncho<br />

tañedor de bandurrias…<br />

—Bueno —comencé a ablandarme—, si es<br />

de caballo lo mío, la cosa parece que compete<br />

al campo…<br />

—Celebro que lo tome así —dijo, y se incorporó<br />

de la silla de plástico con una agilidad<br />

propia de su juventud eterna, pese al<br />

pesado traje rojo, recargado de joyas y atiborrado<br />

de sobresayas y refulgentes refajos,<br />

en que estaba embutida—. Para comenzar<br />

con mi terapia —propuso—, le propongo un<br />

paseíto reparador por el Casco Viejo, ¿qué le<br />

parece? Es sabido que salir de uno mismo y<br />

de sus privadas dependencias, es la primera<br />

medida a tomar en un caso de mal de amores<br />

galopante como el suyo —ya estaba con<br />

una mano en el picaporte cuando agregó: —<br />

¿Me acompaña?<br />

Y la seguí con lo puesto como un cordero.<br />

¡A ver: ¿quién es el valiente que le niega a la<br />

Beatriz del Dante una propuesta?!<br />

*<br />

Sin andarse con jeribeques ni rodeos,<br />

desde la misma puerta del hotel, Beatriz, la<br />

señora de Bardi, me enfiló derechito hacia la<br />

cumbre del Jardín del Edén. Por el empinado<br />

camino, sin embargo, quizá para acomodar<br />

su resuelto paso a mi asfixiado resuello, me<br />

fue dando la tabarra con la opinión que le<br />

merecían las novísimas inmobiliarias celestiales<br />

(“esa casta de patanes que están<br />

echando a perder el Paraíso a punta de cementazo”,<br />

según dijo); recordándome que<br />

cuando ella llegó allí, todas las laderas infestadas<br />

de adosados que íbamos viendo al<br />

subir, eran pintorescas terrazitas de pizara<br />

donde crecían, mimados a cuidados de expertos,<br />

las floridas y perfumadas virtudes y<br />

los retorcidos pecados capitales. Que en su<br />

época, el río Leteo (“ahora entubado y subterráneo<br />

para que no se le vea ni apeste”,<br />

aseguró) estaba limpio como un manantial y<br />

aleteante de libélulas de mil colores.<br />

—Incluso tenía muchos tramos navegables<br />

—rememoró—, y había tardes en que los íntimos<br />

nos llegábamos en góndola a merendar<br />

cabello de ángel a una chopera del Purgatorio,<br />

o a recorrer despeñaderos y derruidas<br />

mezquitas sarracenas por los círculos más<br />

abruptos del Infierno. Pero ahora, ya lo ve<br />

usted —y Beatriz me cedió el paso ante la<br />

puerta de un corral malamente cerrado, con<br />

la piedra carcomida por el salitre y el repello<br />

echado a perder—, estos cuatro frutales que<br />

le presento quedan como recuerdo de lo que<br />

en mis tiempos fue el fragante Jardín del<br />

Edén.<br />

—Si no le importa —me atreví a proponerle<br />

cuando traspasamos la puerta—, ¿me<br />

puede mostrar el famoso manzano del Bien<br />

y del Mal?<br />

—Por supuesto —dijo, y agregó mientras<br />

me conducía a él—: —Le advierto que ahora<br />

cría, yo creo que a punta de injertos heréticos,<br />

todas las variedades del fruto que hasta<br />

en su Tierra, y en el peor supermercado,<br />

puede encontrar. ¿Lo ve?<br />

Era cierto. En un arbolucho retorcido, con<br />

la corteza descascarillándose en lonchas, que<br />

apenas contaba con hojas y con cuatro<br />

ramas raquíticas, podían verse desde tenta-<br />

Página 53


doras Grant Smith hasta Bellas de Roma o<br />

postineras Verdes Doncellas.<br />

—Puede dar un mordisco a la que quiera<br />

—me confió Beatriz con voz muy aparente y<br />

tentadora—. Comprobará que todas saben<br />

igual —me advirtió—. A nada. Son más sosas<br />

que en lo que en mis tiempos era la insípida<br />

calabaza de Siena.<br />

Pero yo no me atreví a picar, por si las<br />

moscas. ¿Para qué? ¿Para que en el mejor de<br />

los casos llevara razón la señora de Bardi y<br />

la manzana del Bien y el Mal me acabara sabiendo<br />

a troncho de berza?<br />

Con todo, a la Beatriz del Dante todavía le<br />

gustaba el Cielo, reconoció.<br />

—No por el impostado Jardín del Edén que<br />

usted está viendo —continuó precediéndome<br />

por un empinado sendero—, ni por la variedad<br />

de parras que, como puede leer en los<br />

carteles que cada una tiene al pie, todas ellas<br />

se atribuyen el mérito de haber cubierto por<br />

primera vez a Adán las partes; sino porque<br />

si no te acomodas en el Cielo, ¿a dónde vas?<br />

—y me quedó la duda si la cuestión era pregunta<br />

para ella misma o esperaba de mí una<br />

respuesta, porque agregó—: Sígame y verá<br />

lo que desde la cumbre se columbra.<br />

Y cuando alcanzamos la cúspide y aparecieron<br />

en una escueta explanada dos tumbonas<br />

tejidas con unos mimbres semejantes a<br />

los que usan en el pueblo las gitanas para forrar<br />

los garrafones, Beatriz me instó:<br />

—Recuéstese en cualquiera de estos dos<br />

triclinium. Desde el otro le iré mostrando, esfera<br />

por esfera, la inconmensurable grandeza<br />

celeste.<br />

*<br />

Perfectas en su redondez, en efecto, sobre<br />

nuestras cabezas giraban nueve esferas concéntricas:<br />

los siete cielos planetarios —me<br />

iba Beatriz señalando—: —La Luna, Mercurio,<br />

Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno, el octavo<br />

cielo de las estrellas fijas y el noveno y<br />

último, al que la señora de Bardi llamó “El<br />

Primer Móvil”.<br />

—Y ahora concentre su atención en este<br />

último cielo cristalino, don Teófilo —me<br />

pidió—. ¿Observa esa mancha como lechosa<br />

que lo envuelve?<br />

—Sí, sí —musité, atento al Cielo pero también<br />

pendiente de la lazada del batín.<br />

—Eso que se ve es el Empíreo —dijo— y<br />

en él, si sigue mirando fijamente con atención,<br />

verá pronto cómo se abre y se cierra la<br />

Rosa de los Justos. ¿La ve?<br />

—Yo creo que sí —balbucí.<br />

—Pues siga ahí —ordenó—. ¿Ve ahora que<br />

los nueve coros que componen esa Rosa<br />

nacen de un punto central, a cuyo alrededor<br />

giran?<br />

—¿Eso blanco que relumbra? —me entusiasmé.<br />

—Eso mismo, sí —aseguró Beatriz—. Pues<br />

ese punto inusitado de luz sutilísima, eso es<br />

el propio Dios. ¿Qué le parece?<br />

—¡Ya! —me decepcioné un poco—. Bueno,<br />

no está mal —confesé mientras me sentaba<br />

a horcajadas en la mimbrada tumbona y me<br />

refrotaba el cuello, temeroso de una incipiente<br />

tortícolis—, pero yo desde siempre<br />

tenía entendido que Dios Padre era un señor<br />

mayor con barbas y…<br />

—Ya —me interrumpió de malos modos la<br />

Bardi—, y con un triangulito muy coco con un<br />

ojo dentro sobre su cana cabellera, ¿a que sí?<br />

—Algo así, sí —confirmé.<br />

—¡Cuentos chinos, don Teófilo! —me reprochó—.<br />

¡Figuraciones de los malos teólogos<br />

que nunca han visto ni verán a Dios y de<br />

los camáldulas del diseño gráfico! —rezongó—.<br />

El Dios genuino es éste que usted<br />

acaba de ver —aseguró—. Todos los demás<br />

que se le presenten como tales por ahí son<br />

impostados, pura y barata imitación —y se<br />

me quedó mirando mientras se incorporaba<br />

de la tumbona ella también—. ¿No me irá a<br />

decir que no le ha gustado? —inquirió.<br />

—No, no —me apresuré a protestar. Parecía<br />

que la Beatriz del Dante estaba acostumbrada<br />

a sacar demasiado pronto las uñas<br />

como para que la contradijera precisamente<br />

yo, al fin y al cabo un abuelete recién cornamentado—.<br />

Me ha encantado el espectáculo<br />

de luz, de verdad —reconocí—, y yo creo que<br />

el paseíto me ha disipado bastante la murria.<br />

—¿Lo ve usted? —replicó muy segura de<br />

sí, iniciando el descenso—. Ya le dije que,<br />

desde hace más de siete siglos, aquí todos<br />

me tienen por ser la especialista más fiable<br />

en los trastornos del corazón —se ufanó.<br />

*<br />

A nuestro regreso al hotel, sin embargo,<br />

ignoro por qué conducto, ya había corrido la<br />

voz de que Teófilo Pérez García había visto a<br />

Dios con la Beatriz del Dante, ¡y no vean la<br />

que se armó ya desde el mismo vestíbulo!<br />

—¡Cuente, cuente! —me apuraban todos,<br />

desde el gerente hasta los conserjes; cuánto<br />

más, como pueden comprender, las Teodo-<br />

Página 54


as, Teodomiros, Teobaldas, Teofrastos o Teócritas<br />

que pululan por allí. Así que me pasé<br />

las tres o cuatro últimas noches, lo crean o<br />

no, sin dar abasto.<br />

Lo malo empezó cuando, al amanecer de<br />

la séptima y última noche en el Hotel Paradiso,<br />

el jovial y siempre de punta en blanco<br />

san Pedro apareció con su cartapacio y, para<br />

disponer el regreso a casa, comenzó a tirar<br />

de lista. Es verdad que la ausencia de Álvarez<br />

Sanz, Teodosio (el de Las Alhóndigas) no pareció<br />

importarle a nadie, pero cuando el bendito<br />

san Pedro llegó a la eme y nombró a<br />

Martínez Fernández, Teódula, todos se me<br />

quedaron mirando con la peor cara del<br />

mundo. ¿Me creerán si les digo que en ese<br />

momento no supe dónde esconderme?<br />

Y del mal trago, ya en casa, con las chicas,<br />

¿qué decirles? Nos estaban esperando las<br />

tres en el aeropuerto muy sonrientes, con un<br />

ramo de flores y los brazos abiertos de cariño<br />

filial y euforia, y se quedaron de piedra las<br />

pobres en cuanto me vieron llegar, sin su<br />

madre, con una camisola hawaiana muy pinturera<br />

que me había regalado la centenaria<br />

del té, y con el pecho abochornado de tantas<br />

guirnaldas de colorines como había dado de<br />

sí el viagra gratuito que me recetó Beatriz.<br />

—¿Y mamá? —blancas como la cera, me<br />

preguntaron las tres a la vez.<br />

—Creo que se quedó en el Limbo —logré<br />

pronunciar—, amancebada con Teodosio el<br />

de Las Alhóndigas.<br />

Todavía (y mucho me temo que la cuarentena<br />

en que me tienen irá para largo) no se<br />

dignan dirigirme la palabra cuando, un mes<br />

después del regreso, doy por concluidas<br />

estas líneas.<br />

Página 55<br />

Jerónimo Rodríguez<br />

PB


PB<br />

Página 56


Zafiro: el paraíso<br />

de las almas perdidas<br />

A Tinín y a Richi<br />

Lo que me atraía del abuelo era su manera<br />

de ser: cómoda, desenvuelta, jovial;<br />

su perfecta ligereza, su manera de expresar<br />

afecto, cariño, la franca aceptación de<br />

todo lo que se le ofrecía. Gozó de humores<br />

apacibles, ánimo suave, sosegado y de una<br />

ironía envidiable. Humilde en sus obras,<br />

conforme en las adversidades, tenía un<br />

don especial que practicaba de una manera<br />

natural: pensaba en los demás más que en<br />

sí mismo.<br />

Si la muerte olvidara su finalidad y excluyera<br />

por sus méritos a algún mortal, el<br />

abuelo merecía seguir viviendo. Pero no<br />

hubo excepción, e inició su silencio que no<br />

terminará.<br />

Un año antes de que un tumor maligno,<br />

voraz e incansable, lo sacase de este<br />

mundo, cuando era invierno y la noche caía<br />

de bruces, el abuelo se pasaba el día metido<br />

en casa, con el sombrero puesto, como<br />

si fuera a salir, pero luego no salía nunca.<br />

Le daba por exhumar el pasado: cerraba<br />

los ojos y sacaba a pasear los recuerdos<br />

que habían sobrevivido a la lucha encarnizada<br />

del tiempo. En todos ellos había mujeres,<br />

y en muchos rameras; como era<br />

pensador, tenía rarezas, y así le daba por<br />

distinguir a la puta de la ramera. “Aquella<br />

es mujer que fornica, decía, y ésta es la<br />

que fornica por interés”, y metido en el bálsamo<br />

de las nostalgias, mentaba a la Sagrario,<br />

a la Peque, a la Edelina y a la Luisa,<br />

mujeres libidinosas y deseables de la<br />

noche, con las que se había regalado placeres<br />

y devaneos de cálido y sabroso deleite.<br />

Después dábale por recitar de<br />

memoria los sinónimos que sabía de las<br />

palabras puta y ramera, y las cuarenta y<br />

una clase de mujeres fácilmente conquistables<br />

de que hablan los Kama-Sutra, con<br />

doce de las cuales debe tomar el hombre<br />

la precaución de lavables preventivos. De<br />

aquellos sinónimos me han quedado como<br />

tenaces recuerdos: buscona, baldonada,<br />

contonera, cortesana, cotorrera, daifa,<br />

descosida y meretriz.<br />

Un poco de cada una de ellas existe en<br />

un “palacete” lujurioso de esta ciudad, tan<br />

cobijada en formas y apariencias, engaños<br />

y recatos y misterios que no envejecen con<br />

los años. Es el lugar elegido por hombres<br />

que sueñan solos y que viven con la razonable<br />

creencia de que más vale pájaro en<br />

mano que cien volando, y más noche encamado<br />

con mujer frescachona y rompedora,<br />

que diez, con hembra inexperta y<br />

remilgada.<br />

Se llama Zafiro, piedra preciosa, de color<br />

azulado, muy apreciada en joyería, mas en<br />

nuestro caso Zafiro es el oasis adecuado<br />

para el hombre que se siente solo en la<br />

noche, y la mujer, pese a la compañía,<br />

también; y que en la noche se ama no más<br />

que para huir del yermo despierto de las<br />

horas que el corazón pinta de negro, y de<br />

penetrar en dicho “palacete”, a buen seguro,<br />

satisfecho ha de quedar con los juegos<br />

y amorosos devaneos de estas<br />

jornaleras de cópulas, abrevaderos de deleite,<br />

ninfas de toma y daca, con estos vínculos<br />

de lujuria, como gusta de referir el<br />

mismísimo Quevedo, y con sus dulces, insistentes<br />

, enloquecidos trotecillos…<br />

En Zafiro, no hay pregonero que recite<br />

el apoteosis del pergamanato y del aceite<br />

inglés, ni el triunfo de las gomas higiénicas<br />

y el blenocal; pero cierto es que hay cuartos<br />

higienizados, y duchas donde brota generosa<br />

el agua, y jabones aromáticos y<br />

desinfectantes espumosos que disuelven la<br />

miseria y dejan el cuerpo flácido y oloroso<br />

para entrar aseado en el fragor y en la ter-<br />

Página 57


nura del combate. Pero de todo se cultiva<br />

en la viña de estos cuartos, y así como hay<br />

clientes refinados que antes y después de<br />

la batalla, gustan de mimar el cuerpo con<br />

sutiles lavativas y abluciones, los hay que<br />

entran a destajo en el “lago de los cisnes”<br />

de la hembra, sin forraje ni miramientos,<br />

sin mimos ni cuidados. Son los guarros. A<br />

Marcia, que tiene nombre de mártir, y es<br />

de Río, le gustan los primeros y le dan arcadas<br />

y mal aliento los segundos. Marcia<br />

tiene los ojos color de almendra, y la tez<br />

morena, pechos esbeltos, y un andar sinuoso<br />

como el de un felino esperando a la<br />

presa. Algunas mañanas da un paseo hasta<br />

el pueblo cercano, o se llega a la ciudad<br />

para recordar en el banco esa cuenta corriente,<br />

que tal vez la redime de esta vida<br />

que la revienta. Que si llegó hasta esta lejana<br />

ribera no fue por su culpa, que allá en<br />

Brasil se moría de hambre, y la sociedad la<br />

cerraba las puertas. Marcia es de un barrio<br />

muy pobre, que todo es pobre en la vida<br />

de estas sufridas, y tiene una hija que la<br />

escribe cartas muy dulces y tiernas. Marcia<br />

lee muchas veces al día las cartas, y<br />

cuando nadie la ve, se la llenan los ojos de<br />

lágrimas de amor.<br />

¡Pasen señores, pasen, olviden el móvil,<br />

estiren la lengua y líbrense de todo lo que<br />

fomenta dentro de nosotros las ideas y los<br />

sentimientos! ¡Aquí podrán ver auténticas<br />

venus y majas desnudas y cortesanas rebosantes<br />

de carne y ternura, con las tetas<br />

al aire y el trasero esculpido por un extranjero!<br />

¡Pasen y revienten! ¡Para el joven o<br />

maduro, rubias, morenas, sabrosas y marchosas!<br />

¡A elegir que de todo tenemos! No<br />

te prives. ¡Arráncate, jodido, que la vida es<br />

corta, todo pasa, y polvo eres, y polvo terminarás<br />

por ser!<br />

Desde el mirador de la barra, salpicada<br />

de chorros de luz, de senderos de luces y<br />

sombras que desvelan u oscurecen su rostro,<br />

el cliente observa, mira, tasa. Si es primerizo,<br />

se demora o no pica. Mas si es<br />

asiduo, y el capricho le retuerce por dentro,<br />

elige presto, cierra el trato y por la escalera<br />

del desolladero se sube con la elegida de<br />

turno sin dilación. ¡Buen provecho, sí<br />

señor, que a las putas y barberos en la<br />

vejez os espero; que gañanes somos y más<br />

tarde o más temprano, por la hora postrera<br />

todos pasaremos!<br />

Fátima es rubia, de formas delicadas y<br />

finas. Sus ojos son claros como su piel y su<br />

voz, y sus dos tetitas, juguetes parlanchines,<br />

que cantan y bailan si se les da cuerda<br />

con amorosa fricción. Fátima es cubana,<br />

tusona agradable y cultiva el arte de la<br />

conversación. Tiene cinco hermanos y un<br />

padre a quien apenas recuerda, que todo<br />

es melodrama si se remueve el fondo de<br />

estas aguas. Ella es muy cumplida, no faltaría<br />

más, que a la postre ejerce el oficio<br />

más viejo del mundo, y como el mejor carpintero<br />

hace sillas, ella hace dignísimos<br />

polvos, que el cliente agradece desde la<br />

mortuoria desnudez de su alma.<br />

Fátima, se consuela pensando que algo<br />

se pega siempre, y que el amor es como el<br />

buen tiempo que a todos toca con su tersa<br />

piel, que a todos acaricia con su suave<br />

aliento. Y así, todavía espera que cierto día<br />

se cruce en su vida el hombre que de verdad<br />

la quiera, el hombre que sea capaz de<br />

hacerla olvidar su pasado, para dejarla en<br />

esos rincones comunes donde todavía es<br />

posible llegar a soñar.<br />

Ahora Fátima se ha encariñado de un<br />

cliente de buen pelaje, regularmente apacible,<br />

dócil y manejable, parco en palabras<br />

y de hablar de difícil comprensión; humilde<br />

con los superiores, afable con los pequeños<br />

y no creo que tenga valor para meterse en<br />

gracioso, cuya conducta, ni por buena ni<br />

por mala, ni por justa ni por ancha, puede<br />

servir a las imitaciones, los odios, los cariños,<br />

ni las utilidades.<br />

Es cabezón, grueso, ancho de espaldas,<br />

de rostro redondo como olorosa hogaza de<br />

pan, y de un mirar sosegado y triste, de<br />

una tristeza que debe llegarle de un pasado<br />

lluvioso, enturbiado de matices y torpezas<br />

inconfesables, pero también, pienso ahora,<br />

de la paciencia y humilde resignación con<br />

que cuida y ha cuidado a viejos ricos que<br />

parecían jóvenes recosidos, hombres vueltos<br />

del revés, como los abrigos que arreglaba<br />

mi madre para hacerlos durar un<br />

invierno más. Hombres que al final eran<br />

sólo el forro de sí mismos, porque lo que<br />

fueron va por dentro en la memoria y el<br />

sueño. Lo que va por fuera, lo que se veía,<br />

era un revés de costurones y telas colgantes,<br />

un forro de arrugas y viejos despuntes.<br />

Una ruina.<br />

Dice que es peruano, de oficio panadero,<br />

que llegó a este país, cuando el barco en<br />

que servía de polizón hizo escala en Bilbao,<br />

y el capitán sin dudarlo, lo dejó en tierra<br />

para aligerar la carga.<br />

En tanto fornica poco a poco, o se acelera<br />

mordiéndose los labios y se afana en<br />

sacar el máximo provecho del jugoso placer<br />

que Fátima le entrega, ésta siente que<br />

más que un hombre tiene una estatua en-<br />

Página 58


cima: no gime, no suspira, no grita, ni<br />

murmura, no se siente morir por cada pelo<br />

de gusto; y ello a Fátima le desconcierta y<br />

preocupa, pues si es así de soso y poco enrabietado,<br />

metido hasta el fondo, en el sabroso<br />

enredo del placer, cómo será, piensa<br />

Fátima, cuando la vida le contraríe hasta el<br />

punto de hacerle padecer.<br />

Más el pensar así, Fátima es injusta con<br />

el peruano. Él hace su trabajo con fidelidad<br />

y apasionado fervor, y suele dejar a la<br />

hembra, no “llena” pero sí muy satisfecha<br />

y agradecida. Es un jornalero singular en<br />

lecciones de sensualidad, y ésta no es repugnante<br />

en sí misma. Seamos indulgentes<br />

y hablemos más bien de esa especie de<br />

incapacidad congénita que le impide ver en<br />

el amor más allá de lo que se hace en él.<br />

Y ahora “justo” es decir que terminado<br />

el ayuntamiento, no el de esta ciudad sino<br />

el carnal, deshojado el orgasmo, lánguido<br />

como la hoja de un árbol moribundo, el peruano<br />

gusta de ver a Fátima metida lenta,<br />

suavemente, mejor lujuriosamente en la<br />

bañera, con mucho lujo de geles y levísima<br />

armonía de sus piernas largas, de sus muslos<br />

apretados y blancos donde la raíz negra<br />

y despeinada de su sexo pone un poso de<br />

luto entre la espuma y el aire. “¿Me enjabonas<br />

un poco la espalda, cariño?”.<br />

Y no sigo, pues de continuar por este<br />

azaroso sendero otras Fátimas y Marcias,<br />

habríamos de encontrar en el camino. Criaturas<br />

zarandeadas por el cruel destino,<br />

todas de buen ver y aún de mejor imaginar.<br />

Pero para muestra vale un botón, en<br />

este caso, dos. Y no culpemos a nadie, que<br />

el pecado es de todos. Quien esté a salvo<br />

de miseria y de corrupción que arroje la<br />

primera piedra. Vayámonos en silencio con<br />

el rabo entre las piernas, llevando como<br />

una sombra nuestra maltrecha conciencia.<br />

Y antes de bajar el telón, seamos indulgentes<br />

con estas almas, que los que se creen<br />

libres de pecado, llaman perdidas, más los<br />

que dudamos de todo, las acogemos, y<br />

mejor que juzgarlas, las comprendemos.<br />

¡Pasen, señores, pasen, no se impacienten<br />

que hay para todos, y si entre ustedes,<br />

hay algún Pigmalión que esculpir quisiera<br />

a su antojo a alguna de estas damas, para<br />

luego pedir a Afrodita su amor, no se demore<br />

y el tajo sin dilación…!<br />

PB<br />

Página 59<br />

J. A. Martínez Gutiérrez


PB<br />

Página 60


Plagas<br />

No tengo interés, ni mucho ni poco, por<br />

elevar a la categoría de ciencia las observaciones<br />

que, sin orden alguno, o con un orden<br />

muy particular, se irán desgranando a lo<br />

largo de este relato acerca de cierta araña,<br />

huésped, hasta no hace tanto, del cuarto de<br />

baño de mi domicilio; observaciones denotativas,<br />

con toda seguridad, de una absoluta<br />

falta de conocimientos sobre la materia, por<br />

más que me haya preocupado de consultar<br />

algunos detalles en la gran enciclopedia que<br />

es Internet, más que otra cosa para convencerme<br />

a mí mismo de que no me encontraba<br />

ante una nueva especie.<br />

La susodicha pupila hacía aproximadamente<br />

mes y medio que desarrollaba su existencia<br />

en el techo del cuarto de aseo de mi<br />

casa (más exactamente, en el tramo de la<br />

moldura de escayola que recorre el perímetro<br />

visible del pilar adosado en el ángulo izquierdo<br />

de la pared que da al patio), era de<br />

las denominadas “patas largas”, “vibratoria”,<br />

“bailarina”, “calavera” o “de los techos” (creo<br />

poder certificarlo tras cotejar su estampa con<br />

una serie de imágenes proporcionadas por<br />

Google): cuerpo diminuto y ocho patas larguísimas<br />

y delgadas, filamentosas (hubiera<br />

podio bailar el rock con tanta soltura como la<br />

famosa Popotitos de la canción del mismo<br />

nombre, si no más). Digo cuerpo diminuto<br />

ahora, porque, cuando la conocí, presentaba<br />

un abdomen considerable, sobre todo en<br />

comparación con su cefalotórax.<br />

El caso es que comencé a observarla cada<br />

vez que mis obligaciones mingitorias me obligaban<br />

a acudir al inodoro, especialmente por<br />

la noche, debido a mi acusada nicturia. Siempre,<br />

agarrada a su red, bocarriba (así me lo<br />

parecía a mí; solo a mí, porque los entendidos<br />

dicen que, se coloca, indefectiblemente,<br />

bocabajo; en cualquier caso, patas arriba, y<br />

eso no me lo puede discutir nadie). A lo que<br />

iba, en mis frecuentes visitas, siempre la encontraba<br />

en la misma postura y en el mismo<br />

sitio, o con variaciones mínimas, inapreciables<br />

para un ojo más de tuerto que de lince.<br />

Eso me mosqueaba, y continuó mosqueándome<br />

hasta que descubrí lo que más adelante<br />

se dirá, porque de qué se alimentaba<br />

(yo no veía que en su tela más inmediata<br />

existiesen restos de piezas de<br />

caza —reconocibles— de ningún tipo, y tampoco<br />

había podido verificar la actividad de<br />

ningún proveedor que la abasteciera), cuál<br />

era el motivo que la mantenía allí, inmóvil,<br />

más o menos; qué esperaba (¿un correo urgente?)<br />

o a quién aguardaba (¿a su principresa<br />

azul?). Tengo que apuntar que por mi<br />

cuarto de baño seguían corriendo y volando<br />

lepismas y polillas respectivamente, pero<br />

ningún ejemplar de las dos variedades de insectos<br />

citadas caían en sus redes Lo de las<br />

lepismas es comprensible, ya que únicamente<br />

zangolotean por el suelo, en los aledaños<br />

de los desagües; pero lo de las polillas,<br />

revoloteadoras ellas por todas partes y en<br />

todas las esferas (altas, medias y bajas), no<br />

tenía más explicación que o la poca sutileza<br />

y mala situación de la tela fabricada por la<br />

araña o la mucha perspicacia de las polillas.<br />

Total, que el único depredador de esos bichejos<br />

era yo, cuando acertaba a plantarles la<br />

zapatilla encima o a salpicarles el golpe de<br />

gracia con una toalla o similar que tuviera a<br />

mano. Eso sí, los cadáveres iban por la taza<br />

del váter. Hubiera podido ponerlos a disposición<br />

de la “patilarga”, a ver qué pasaba; pero<br />

no, que se buscara la vida, que se moviera<br />

un poco por lo menos, ¡coño!<br />

Tardé como ocho días en registrar en mis<br />

sentidos el primer avatar relevante por lo que<br />

respecta a la araña de marras. Que conste<br />

que, cuando me levanto de la cama, me levanto<br />

despierto, aunque por la misma razón<br />

Página 61


hubiera podido decir dormido; pero, en esa<br />

ocasión, me aseguré, frotándome los ojos<br />

con los puños delante del espejo del armario<br />

tocador, de que, efectivamente, me hallaba,<br />

si no clarividente, por lo menos despejado.<br />

No me lo podía creer: la araña se había desprendido<br />

de su voluminoso abdomen, de lo<br />

que yo había juzgado hasta entonces que era<br />

su abdomen, y se había distanciado de él<br />

como unos cinco centímetros. Pero ¿y si no<br />

era su abdomen, qué era? ¿La despensa de<br />

la que había estado aprovisionándose durante<br />

días, la nave nodriza a la que había estado<br />

enchufada por mandato genético hasta<br />

recibir la orden de la superioridad para desprenderse<br />

e iniciar la misión encomendada?<br />

Como no supe responderme, mi cerebro decidió<br />

enristrar por otros caminos, paralelos<br />

pero de sentido contrario a los que me habían<br />

llevado a formularme aquellas preguntas,<br />

planteándome otras nuevas: ¿qué es lo<br />

que me nublaba la chola para dejar campar<br />

a sus anchas a aquella zancuda, en vez de<br />

obrar como lo hubiera hecho cualquier ama<br />

o amo de casa, cogiendo la escoba, coronándola<br />

con un trapo, y dando matarile a tan insolente<br />

visitante? ¿Acaso me habían entrado<br />

ínfulas repentinas de emular al Sr. Darwin en<br />

su larga expedición de cinco años con el Beagle?<br />

No, tampoco tenía intención de domesticar<br />

a la “calavera”, como había hecho el<br />

presidiario Del con el señor Jingles, o como<br />

el hombre de Alcatraz con la cría de gorrión<br />

que le trajo la tormenta, ni siquiera como el<br />

venezolano Papillon (este lo tuvo infinitamente<br />

más fácil) con la mariposa que se<br />

había tatuado en el pecho; no, me temo que<br />

no hubiera sido capaz de concluir felizmente<br />

tal empresa; meramente se me había despertado<br />

la curiosidad, y no por mi afán de conocimientos,<br />

sino porque tenía leído, y<br />

además lo había comprobado de niño<br />

echando moscas vivas en los mallados de las<br />

arañas, que estas eran beneficiosas para el<br />

hombre porque se comían a determinados insectos<br />

no tan beneficiosos, y yo quería ver<br />

cómo se las tenía aquella okupa de mi cuarto<br />

de baño con las polillas, y por qué no, con las<br />

sardinetas, que llevaban paseándose por mi<br />

casa desde siete u ocho años atrás, sin que<br />

ningún spray, preparado de alcanfor o sahumerio<br />

insecticida lograran erradicarlas.<br />

En mi siguiente viaje al servicio (habrían<br />

transcurrido como dos horas), percibí, para<br />

mi asombro, que la araña había vuelto a enchufarse<br />

a su abdomen o lo que fuera aquello.<br />

Pero, en fin, relativicé el asunto. Llevaba<br />

bastantes días de observación y todo lo que<br />

me había ofrecido la zancona era eso. De regreso<br />

a la cama, me vino a la cabeza la frase<br />

de un expresidente de Gobierno, español: “El<br />

mejor puesto es el de supervisor de nubes<br />

acostado en una hamaca.” La “vibratoria” o<br />

“bailarina”, así llamada también porque,<br />

según información recogida en la web, hace<br />

vibrar con violencia su tela cuando se siente<br />

hostigada (yo no me había molestado en<br />

comprobarlo, no fuera a ser que me cazase),<br />

no es que estuviera acostada en una hamaca<br />

mirando el cielo, pero sí que se encontraba<br />

panza arriba, colgada de sus finas patas trabadas<br />

en la red, mirando el techo blanco de<br />

mi aseo, así que, mutatis mutandis, la comparación<br />

no estaba tan mal traída.<br />

Durante los diez días siguientes, jornada<br />

arriba o abajo (ya he avisado en estas líneas<br />

que no tengo ningún interés científico, ni siquiera<br />

analítico, y mucho menos una formación<br />

de la misma naturaleza; de ahí que mis<br />

referencias al momento de observación o al<br />

tiempo transcurrido entre dos de esas vicisitudes<br />

sean la mar de imprecisas); como iba<br />

diciendo, en los aproximadamente diez días<br />

posteriores a tan memorable hazaña, la patuda<br />

no modificó, aparentemente, su estatismo.<br />

Me preguntaba cuánto tiempo habría<br />

de esperar para que sucediera algo, un algo<br />

cifrado en que empezara a colaborar conmigo<br />

en la labor de extinción de polillas y pececillos<br />

de plata. Cuánto tiempo, porque ya estaba<br />

empezando a hartarme. Si no actuaba,<br />

si no me resolvía nada, si no era agradable<br />

de ver y si, por añadidura, su presencia iba a<br />

ir en menoscabo de mi persona a los ojos de<br />

cualquier visita inopinada (sobre todo si era<br />

del sexo femenino), para qué la quería de<br />

compañera de piso. Un escobazo, y ¡hala!<br />

Ni que me hubiese escuchado. Fue al día<br />

siguiente (¿el día onceno desde el término<br />

señalado anteriormente?), en mi primera visita<br />

nocturna al excusado, cuando, mientras<br />

hacía aguas menores mirando al techo, pude<br />

contemplar lo que, a simple vista, parecían<br />

las consecuencias de un cataclismo. No es<br />

que la “patas largas” y la estructura creada<br />

por ella, que permanecían incólumes, hubiesen<br />

saltado por los aires, ¡qué va!; lo que parecía<br />

haber estallado era el vientre, nave<br />

nodriza, cámara de reserva o lo que fuera,<br />

quedando continente y contenido desparramados<br />

en decenas de diminutos retales negros.<br />

Pero ¿qué había pasado, y qué eran<br />

aquellas pizcas renegridas? ¿Había eclosionado<br />

por su cuenta, o había sido la zancuda<br />

la que, en un ataque de rabia, había destrozado<br />

el envoltorio? Y aquellos retazos… ¿podían<br />

ser huevos? No, no tenían ninguna<br />

pinta. ¿Arañitas? No, no se meneaban en absoluto.<br />

Yo me inclinaba por que fuera material<br />

de desecho, simplemente: los múltiples<br />

Página 62


trozos en que queda dividida una hoja de<br />

papel cuando se la entregas a un infante<br />

añojo para que se distraiga. También consideré<br />

que pudieran ser los cadáveres de sus<br />

presas. ¿Acaso, habiéndome observado ella<br />

a mí cómo yo la observaba y profería comentarios<br />

despectivos acerca de su escasa actividad<br />

cazadora, había pretendido<br />

demostrarme que estaba equivocado, que<br />

cazaba y comía, y mucho? A este respecto,<br />

después de numerosos intentos, porque,<br />

dada su dispersión, al acabar de contarlos,<br />

siempre me cabía la duda de si me había dejado<br />

uno, dos elementos de la banda, o uno<br />

lo había contado dos veces, a la sazón la<br />

suma, tras concienzudo repaso, me salió<br />

treinta y uno.<br />

Pero no eran los despojos individualizados<br />

de las piezas objeto de sus festines; eran,<br />

según todos los indicios e imágenes corroborados<br />

a posteriori en la WWW, sus crías. O<br />

sea, que, contabilizando a la madre, en la esquina<br />

superior izquierda de mi cuarto de<br />

baño, en la perpendicular con el trono, pastaban<br />

nada menos que 32 arañas. A los alevines<br />

aún no se les veían las patas, aunque,<br />

en ocho o diez fechas, de prestar credulidad<br />

a la literatura del género, comenzarían a ser<br />

apreciables por el ojo humano. Y sí, habría<br />

transcurrido más o menos ese lapso, cuando<br />

su figura, aunque con un tamaño no menos<br />

de siete veces inferior a la de su progenitora,<br />

empezó a ser reconocible para mí. Por lo<br />

demás, su actitud y maneras eran exactas a<br />

las de la madre. No se habían desplazado un<br />

ápice de donde las habían puesto, o al menos<br />

yo tenía esa sensación.<br />

Y continuaron con su habitual quietud durante<br />

bastantes datas. Mi vagancia y falta de<br />

decisión las había librado de la escoba, herramienta<br />

que estaba en mi mente utilizar<br />

para acabar con aquel rebaño que, lejos de<br />

colaborar en la limpieza y desinfección de la<br />

casa, estaba contribuyendo a emponzoñarla<br />

más.<br />

No voy a negar que me servían de distracción<br />

en mis frecuentes visitas al lavabo, pero<br />

eso no disculpaba su innecesaria presencia.<br />

Hablo de distracción por decir algo, porque<br />

tal no consistía sino en mirar al techo por ver<br />

qué hacían, que no hacían nada (voy a repetirlo<br />

de nuevo), mientras desaguaba la vejiga.<br />

Me sirvieron de solaz auténtico, o por lo<br />

menos diferente, la última noche de nuestra<br />

cohabitación, en la que, no sé muy bien por<br />

qué extraña asociación de ideas, me creí<br />

asistiendo a una asamblea de Podemos, en<br />

la que oficiaba la plana mayor de dicho partido:<br />

la araña madre, como Pablo Iglesias; la<br />

arañita más cercana a él, como Irene Montero;<br />

en planos progresivamente más alejados,<br />

las correspondientes en los papeles de<br />

Pablo Echenique, Juan Carlos Monedero, Rafael<br />

Mayoral, Ramón Espinar, Íñigo Errejón,<br />

etcétera, hasta veintidós. ¿Veintidós? ¡Me<br />

saltaron todas las alarmas! Procedí a hacer<br />

recuento. Indubitadamente, donde antes<br />

había treinta y una, ahora solo quedaban<br />

veintidós. ¿Habían huido? Recorrí visualmente<br />

el techo en toda su extensión, con absoluta<br />

minuciosidad. Ni rastro. ¿Se habrían<br />

escapado por la ventana? ¿Habían traspasado<br />

el dintel de la puerta para colonizar otro<br />

habitáculo? No parecía muy probable, si teníamos<br />

en cuenta su archidemostrado sedentarismo.<br />

¿Qué había pasado entonces? Entre<br />

los hábitos de la Pholcus phalangioides, su<br />

nombre científico de acuerdo con la Vikipedia,<br />

está el de practicar el canibalismo<br />

cuando escasea el alimento. O sea, que ya<br />

había dado cuenta de nueve de sus hijas. Y<br />

luego dicen de Saturno. ¡Joder con la falangistoide!<br />

A partir de ese instante, empecé a mirar<br />

con infinito recelo a la madre; al grupo, en<br />

general, máxime porque la inquietante constatación<br />

de su canibalismo venía a unirse a<br />

cierta noticia (a propósito, contraria a la opinión<br />

de que son inofensivas, más extendida;<br />

opinión a la que, por otra parte, hasta esa coyuntura<br />

no había hecho demasiado caso) que<br />

hablaba de la peligrosidad de su veneno, el<br />

cual, en una primera inoculación, al parecer,<br />

no provoca sino una ligera quemazón en la<br />

piel, pero que, al no eliminarse y potenciarse<br />

con picaduras posteriores, se sospecha pudiera<br />

ser el desencadenante de bastantes<br />

muertes por fallo cardiaco inexplicable por<br />

otra causa.<br />

Lo había estado pensado durante toda la<br />

noche. Apenas amanecido, y de regreso de<br />

mi última visita al WC, me vestí, enfilé hasta<br />

la cocina, cogí el soplete de flambear y una<br />

banqueta, y desanduve el pasillo hasta el<br />

cuarto de baño, donde me conduje como si<br />

hubiera sido un marine en pie sobre la torreta<br />

de un tanque y armado con un lanzallamas.<br />

¡A tomar por el culo toda la<br />

nomenklatura!<br />

José María Izarra<br />

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[Carpeta artística de<br />

Gerardo Ibáñez]<br />

Texto: Eliseo González<br />

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GERARDO IBAÑEZ IÑIGO<br />

Nace en Burgos en 1952<br />

Sus estudios de dibujo y pintura los realiza en la Universidad<br />

Popular de Alcobendas (Madrid). Años 1979-<br />

1983.<br />

A unos inicios o etapa figurativa siguieron, como es habitual<br />

en otros artistas plásticos, una etapa de abstracción<br />

en la que hace más de 20 años milita con absoluta y total<br />

dedicación. Todo lo hace girar alrededor de la pintura, aunque<br />

su interés por la escultura, fotografía y otras manifestaciones<br />

artísticas es verdaderamente notable. Se<br />

considera deudor de los expresionistas abstractos americanos<br />

y, cómo no, de los informalistas españoles. Para este<br />

autor, nombres como Pollock, De Kooning, Mark Rothko,<br />

Robert Motherwell, Clifford Still, Antoni Tápies, Chillida,<br />

Lucio Muñoz, Manuel Millares y tantos y tantos otros, han<br />

sido decisivos en su formación y en su vida.<br />

El ejercicio de esta actividad a lo largo de 38 años le<br />

han llevado a la realización de 21 exposiciones individuales:<br />

Galería Fresneda de Miguel (Madrid). 1991. Ateneo de<br />

Madrid. 2004. Galería Mainel (Burgos). 2008. “Silencios”.<br />

Sala de Exposiciones Caja Círculo Central (Burgos). 2011.<br />

“Sinergias Plásticas”. Centro de Arte de Caja Burgos (CAB).<br />

2014. 59 exposiciones colectivas: Artistas Plásticos de<br />

Castilla y León. Medinacelli. 2008, Pessac (Burdeos). 2005.<br />

“100 x 100 acuarelas”. Sala de Exposiciones de Caja Círculo<br />

Central. Burgos. 2010. “Ánima Cathedralis. Sala Valentín<br />

Palencia de la Catedral de Burgos. 2015. “Diversum”.<br />

Homenaje a los poetas Bernardo Cuesta Beltrán y Jorge<br />

Villalmanzo. CAB. Burgos. 2015. y ser acreedor de 89 Selecciones,<br />

galardones y premios nacionales: Segundo Premio<br />

del XXIX Concurso de Pintura “Francisco Pradilla”.<br />

Villanueva de Gállego. Zaragoza. 2016. Seleccionado en el<br />

Premio de Pintura BMW (Madrid). 2008. Primer Premio<br />

“Manzana de Plata”. Villaviciosa (Asturias). 2013. Primer<br />

Premio en el Concurso Nacional de Daimiel (Ciudad Real).<br />

2006. Primer Premio Nacional en Mora (Toledo) 2006. Fundación<br />

Wellington (Madrid). Premio Adquisición. 2007. Primer<br />

Accésit de la Fundación Villalar de Castilla y León.<br />

2009.<br />

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La habitación azul<br />

el lápiz el papel la papelera las luces que atraviesan la ventana junio julio un día más aquella<br />

noche en que nació el alma de un sueño el sillón donde se cuece la tormenta la araña en<br />

una esquina del estudio la mesa el monótono ronquido del motor de la nevera el verano que<br />

no acaba de arrancar la papelera de nuevo otro boceto otro papel mirando a octubre los<br />

Página 68<br />

fantasmas que pululan en el lienzo los frascos los pinceles las espátulas las pinturas que recorren<br />

las paredes verde azul un sol de rojos un rectángulo amarillo cicatrices y las viejas<br />

alegrías del recuerdo otra vez ahora sí un lienzo en blanco un negro gris una presencia


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a la habitación del mar<br />

un sábado de nubes los restos encendidos de un naufragio llama voy coge el teléfono los<br />

trapos el punzón los carboncillos la bruma que parecen escupir los tapones de los tubos de<br />

pintura carcajadas ojos ciegos sol espuma la presencia sutil de un escultor tras un regalo de<br />

Página 71<br />

madera la nostalgia el candor de los amigos el peso de la ilusión el calor indefinible de su<br />

eterna compañera el eco de los veranos el tamiz particular de los olvidos la sal energizante<br />

del presente las sombras del pasado<br />

la habitación del mar la habitación del cielo


Parece haber pasado la tormenta, y en la tranquilidad que se respira en el estudio, el pintor,<br />

una vez más, repasa su proyecto. Como los viejos lobos de mar, sabe que la tempestad solo<br />

le ha dado una tregua, un pequeño respiro. Pronto, antes de lo que espera, bajo la alarma<br />

hiriente de un exceso o bajo la vaga forma de una ausencia, volverá a sentir el agua alrededor<br />

del cuello: la cristalina soga de la duda, el lazo de la incertidumbre.<br />

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No en vano, como en la mayoría de los grandes pintores, para su propio bien, para su<br />

propio mal, dormita en lo más hondo de Gerardo el dragón de la exigencia, esa mirada íntima<br />

y severa que, al concluir un cuadro, destaca los errores despreciando los hallazgos.<br />

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Por ello, tal vez, no hay doblez en Gerardo, ni disfraz. Es un pintor desnudo, auténtico, a<br />

quien solo alimenta una pasión: La búsqueda sin fin de la armonía y la belleza. No necesita<br />

flores. No necesita aplausos. Con la elegancia alegre de los grandes admira y elogia a los<br />

demás. Comparte su ilusión con los amigos. Es sincero. Es generoso. Es afable.<br />

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Puede que un espectador poco avisado, ajeno a los senderos que en el arte propone la abstracción,<br />

eche de menos en sus cuadros el reflejo de la figura humana, la realidad copiosa<br />

de un árbol, la perspectiva sobria de un paisaje o la impronta implacable del mar. Gerardo,<br />

a lo largo de los años, ha venido recorriendo diferentes estilos, hasta encontrar su sello, la<br />

esencia que en el arte desemboza el interior, creciendo hacia la huella natural de uno mismo.<br />

Página 76<br />

Un viaje no exento de riesgos y saltos, cuajado de apuestas y dudas, en el que uno asume<br />

en soledad su destino como artista, con rumbo hacia la luz de su propia identidad.


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Es eso, más allá de las comparaciones e influencias, –no en balde “cabalgamos a hombros<br />

de gigantes”- lo que veo al contemplar las obras de Gerardo: Un píxel de sí mismo. Como si<br />

en cada uno de sus cuadros hubiese perseguido reducir a la mínima expresión la vastedad<br />

de un mundo, la contención visual de un espacio, el nudo de un mensaje, la yema de su<br />

don. Podemos ver un mar agitado en un borrón de negros y grises, o la tensión oscura de<br />

Página 79<br />

un beso o el manto de la noche tras el humo de un cigarro. No importa lo que miras, sino lo<br />

que tú veas. Si observas confiado las obras de Gerardo, tienes la sensación de que te hablan.<br />

Es en su ejecución, en la delicadeza de sus gestos y trazos, donde Gerardo brilla con un primor<br />

extraño, una intuición insólita que imprime a sus obras la pátina visible de la sensibilidad,<br />

el brillo que en sus cuadros deposita la emoción, la magia que nos habla cuando<br />

Gerardo sueña.


Parece que se esfuma ya la calma, como si en el sereno santuario del estudio, alguien hubiera<br />

abierto una puerta a traición. Un aire enrarecido presagia de pronto la furia del mar.<br />

De nuevo volverán los pensamientos, los recelos, las tensiones, como ballenas sordas, como<br />

delfines ciegos<br />

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peces imaginarios tras la placidez del mar un borbotón acrílico en la noche un baile de espuma<br />

desgarras y separas las espinas barnizas las escamas el gajo de las dudas la rosa de<br />

los miedos cuando zumba la chicharra inoportuna de un teléfono sí dime está bien ahora<br />

mismo nos vemos<br />

Página 81<br />

Se pone una camisa, se limpia el pantalón y abre de par en par la puerta del estudio. Sonríe<br />

dulcemente a su mujer y ella entra. Como quien entra al mar, un día de verano, nadando<br />

hacia la habitación azul del Paraíso.


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Poesía y vals en poetas de la<br />

generación del 27<br />

Quiero presentar varios poemas de poetas españoles de la generación del 27 que tienen<br />

al vals como tema. Estos poetas son Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Federico García<br />

Lorca y Miguel Hernández.<br />

Lo que podríamos llamar “el vals poético” tiene su antecedente en un poema de Baudelaire<br />

“Armonía del atardecer” de su libro “Las flores del mal”:<br />

Es ya época en que vibrando en su tallo<br />

las flores se evaporen como un incensario;<br />

los sones y aromas giran en el aire de la tarde<br />

¡Vals melancólico y vértigo lánguido!<br />

Cada flor se evapora como un incensario<br />

el violín vibra como un corazón afligido;<br />

¡Vals melancólico y vértigo lánguido!<br />

El cielo está triste y bello como un gran altar.<br />

El violín vibra como un corazón afligido.<br />

El sol se ha ahogado en su sangre coagulada<br />

¡Un corazón tierno que odia la nada vasta y negra!<br />

¡Del pasado luminoso recobra todo vértigo!<br />

el sol se ha ahogado en su sangre coagulada<br />

¡Tu recuerdo en mí luce como una custodia.<br />

Los poemas valsísticos no son una simple alusión poética a la música envolvente y giratoria<br />

del vals, ni serán el escenario de fondo de los salones de la burguesía del XIX; el vals<br />

poético y el vértigo del vals aparece íntimamente unido al tema amoroso, son una invitación<br />

al amor o al recuerdo del amor. Formalmente el poeta buscará en el compás del vals, en su<br />

movimiento, una cierta mímesis utilizando repetición de versos o utilizando un ritmo que<br />

evoque el ritmo del vals. Los poemas que reproducimos están escritos en el primera mitad<br />

del s. XX, en una época en que este baile ya ha perdido presencia y son otras músicas,<br />

tango, jazz, boleros, etc. los que marcan la actualidad musical del momento. Sin embargo<br />

el recuerdo de la música de Strauss, Chopin, Listz, Granados y otros inspirarán la melancolía<br />

envolvente, el vértigo lánguido, los corazones desgarrados de los valses de nuestros autores.<br />

El primer poema que aquí recogemos es el de Gerardo Diego con el título de “Vals” aparece<br />

en su libro “Cometa errante” (1985), aunque un fragmento del mismo con otro título<br />

había aparecido ya en su libro “Imagen” (1922). Se trata de un poema de una imaginación<br />

extremadamente delicada, leve y musical. Lo podemos adscribir a la corriente del creacionismo,<br />

que busca un mundo de belleza sin contaminar. Hay algo de influencia cubista en la<br />

ausencia de puntuación, sangrados, escalonamientos y otros movimientos tipográficos a los<br />

que se unen la yuxtaposición de imágenes dispersas y una clara vocación de modernidad. El<br />

ritmo del poema se asemeja al ritmo musical del vals.<br />

Página 83


VALS<br />

de Gerardo Diego<br />

Las alas de los ritmos<br />

han volado a través de mis brazos<br />

El violín en punta<br />

y una flor patinando por el arco<br />

La noche perfumada de pausas y sollozos<br />

Ella decía<br />

Cierra los ojos<br />

Entre mis dedos<br />

un abanico vibra en oleajes<br />

Tu cuello en flor ondea<br />

en el estanque sembrado de besos<br />

El vals llora en mi ojal<br />

Silencio<br />

En mi hombro se ha posado el sueño<br />

Y es del mismo temblor que sus cabellos<br />

Los valses de Federico García Lorca y el de Vicente Aleixandre están escritos entre 1930<br />

y 1932 y van a condicionar mucho el “tempo” de los futuros valses poéticos. En estos años<br />

ya ha triunfado en la poesía española la corriente surrealista, que dará sus frutos en el libro<br />

de Vicente Aleixandre “Espadas como labios” (1932), en el que aparece el poema “El vals”<br />

y en el póstumo de Lorca “Poeta en Nueva York” (1940), en el que aparecen los valses lorquianos<br />

que aquí recogemos.<br />

Estos valses de Lorca , escritos en su viaje a Nueva York, son, para algunos autores, de<br />

los mejores poemas de Lorca. El “Pequeño vals vienés”, también llamado vals del “Te quiero<br />

siempre” está escrito en su primera versión el 13 de febrero de 1930, durante la estancia de<br />

Lorca en Nueva York. Este poema ha alcanzado en la actualidad gran popularidad a través<br />

de la personalísima voz del cantante Leonard Cohen, ya fallecido, y de otras voces y versiones<br />

como las de Silvia Pérez Cruz, Enrique Morente, Ana Belén y otros.<br />

El “Pequeño vals vienés” representa una intensa forma de amor con implicación directa<br />

del yo del poeta. Lorca habla desde dentro del baile imaginado cuya cadencia viene marcada<br />

por el estribillo cambiante. El ritmo del poema no es cadencioso sino que se quiebra, como<br />

el contenido trágico del poema, con el tetrasílabo cantado con lamento en “¡ay, ay, ay, ay!”.<br />

PEQUEÑO VALS VIENÉS<br />

de Federico García Lorca<br />

En Viena hay diez muchachas,<br />

un hombro donde solloza la Muerte<br />

y un bosque de palomas disecadas.<br />

Hay un fragmento de la mañana<br />

Página 84


en el museo de la escarcha.<br />

Hay un salón con mil ventanas.<br />

¡Ay, ay, ay, ay!<br />

Toma este vals con la boca cerrada.<br />

Este vals, este vals este vals<br />

de sí de muerte y de coñac,<br />

que moja su cola en el mar.<br />

Te quiero, te quiero, te quiero,<br />

con la batuta y el libro muerto,<br />

con el melancólico pasillo,<br />

en el oscuro desván del lirio,<br />

en nuestra cama de la luna<br />

y en la danza que sueña la tortuga.<br />

¡Ay, ay, ay, ay!<br />

Toma este vals de quebrada cintura.<br />

En Viena hay cuatro espejos<br />

donde juegan tu boca y los ecos.<br />

Hay una muerte para piano<br />

que pinta de azul a los muchachos.<br />

Hay mendigos por los tejados.<br />

Hay frescas guirnaldas de llanto.<br />

¡Ay, ay, ay, ay!<br />

Toma este vals que se muere en mis brazos.<br />

Porque te quiero, te quiero, amor mío,<br />

en el desván donde juegan los niños,<br />

soñando viejas luces de Hungría<br />

por los susurros de la tarde tibia,<br />

viendo ovejas y lirios de nieve<br />

por el silencio oscuro de tu frente.<br />

Página 85<br />

¡Ay, ay, ay, ay!<br />

Toma este vals del “Te quiero siempre”.<br />

En Viena bailaré contigo<br />

con un disfraz que tenga<br />

cabeza de río.<br />

¡Mira qué orillas tengo de jacintos!<br />

Dejaré mi boca entre tus piernas,<br />

mi alma en fotografías y azucenas,<br />

y en las ondas oscuras de tu andar<br />

quiero, amor mío, amor mío, dejar,<br />

violín y sepulcro, las cintas del vals.<br />

Aleixandre, por el contrario, crea el poema desde fuera del vals, su mirada es crítica y satírica.<br />

La decadencia de una sociedad atada a los convencionalismos y a la esencia del amor,


y sin querer mirar la realidad que les rodea, es una denuncia a la hipocresía social, por eso<br />

para el poeta “Es el instante, el momento de decir la palabra que estalla”.<br />

VALS<br />

de Vicente Aleixandre<br />

Eres hermosa como la piedra,<br />

oh difunta;<br />

oh viva, oh viva, eres dichosa como la nave.<br />

Esta orquesta que agita<br />

mis cuidados como una negligencia,<br />

como un elegante bendecir de buen tono,<br />

ignora el vello de los pubis,<br />

ignora la risa que sale del esternón como una gran batuta.<br />

Unas olas de afrecho,<br />

un poco de serrín en los ojos,<br />

o si acaso en las sienes,<br />

o acaso adornando las cabelleras;<br />

unas faldas largas hechas de colas de cocodrilos;<br />

unas lenguas o unas sonrisas hechas con caparazones de cangrejos.<br />

Todo lo que está suficientemente visto<br />

no puede sorprender a nadie.<br />

disimulando la humedad a fuerza de abanico insistente.<br />

Y los caballeros abandonados de sus traseros<br />

quieren atraer las miradas a la fuerza hacia sus bigotes.<br />

Pero el vals ha llegado<br />

Es una playa sin ondas,<br />

es un entrechocar de conchas, de tacones, de espumas o de dentaduras postizas.<br />

Es todo lo revuelto que arriba.<br />

Pechos exuberantes en bandeja en los brazos,<br />

dulces tartas caídas sobre los hombros llorosos,<br />

una languidez que revierte,<br />

un beso sorprendido en el instante que se hacía “cabello de ángel”,<br />

un dulce “si” de cristal pintado de verde.<br />

Página 86<br />

Un polvillo de azúcar sobre las frentes<br />

da una blancura cándida a las palabras limadas<br />

y las manos se acortan más redondeadas que nunca,<br />

mientras fruncen los vestidos hechos de esparto querido.<br />

Las cabezas son nubes, la música una larga goma,<br />

las colas de plomo casi vuelan, y el estrépito<br />

se ha convertido en los corazones en oleadas de sangre,<br />

en un licor, si blanco, que sabe a memoria o a cita.<br />

Adiós, adiós, esmeralda, amatista o misterio;<br />

adiós, como una bola enorme ha llegado el instante,<br />

el preciso momento de la desnudez cabeza abajo,<br />

cuando los vellos van a pinchar los labios obscenos que saben.<br />

Es el instante, el momento de decir la palabra que estalla,<br />

el momento en que los vestidos se convierten en aves,


las ventanas en gritos,<br />

las luces en ¡socorro!<br />

y ese beso que estaba (en el rincón) entre dos bocas<br />

se convertirá en una espina<br />

que dispensará la muerte diciendo:<br />

Yo os amo.<br />

El “Vals en las ramas” aparece fechado en la huerta de San Vicente (Granada)el 21 de<br />

agosto de 1931 y fue publicado por Manuel Altolaguirre en la revista “Héroe”en 1932 con la<br />

siguiente dedicatoria: “Homenaje a Vicente Aleixandre por su poema El Vals”, lo que nos indica<br />

su fuerte amistad. Esta amistad le llevaba a Lorca a las concurridas veladas que se hacían<br />

en la casa de Vicente Aleixandre en la calle Velintonia, junto a la Ciudad Universitaria.<br />

Concha Méndez evoca en sus memorias estas veladas: “Cuando acudía Federico, las reuniones<br />

eran divertidísimas: se sentaba al piano y cantaba (me acuerdo que una vez compuso<br />

una letra para el Vals de las Olas); luego bailaba con una servilleta atada como si fuera un<br />

traje, simulando ser una cupletista. Iba tanta gente a la casa de Vicente que no alcanzaban<br />

las sillas y teníamos que sentarnos en el suelo. Recuerdo que nos retorcíamos de risa al oír<br />

a Federico.”<br />

VALS DE LAS RAMAS<br />

de Federico García Lorca<br />

(Homenaje a Vicente Aleixandre por su poema “El Vals”)<br />

Cayó una hoja<br />

y dos<br />

y tres.<br />

Por la luna nadaba un pez.<br />

El agua duerme una hora<br />

y el mar blanco duerme cien.<br />

La dama<br />

estaba muerta en la rama.<br />

La monja<br />

cantaba dentro de la toronja.<br />

La niña<br />

iba por el pino a la piña.<br />

Y el pino<br />

buscaba la plumilla del trino.<br />

Pero el ruiseñor<br />

lloraba sus heridas alrededor.<br />

Y yo también<br />

porque cayó una hoja<br />

y dos<br />

y tres.<br />

Y una cabeza de cristal<br />

y un violín de papel.<br />

Y la nieve podría con el mundo<br />

si la nieve durmiera un mes.<br />

Y las ramas luchaban con el mundo<br />

una a una<br />

dos a dos<br />

y tres a tres.<br />

¡Oh duro marfil de carnes invisibles!<br />

¡Oh golfo sin hormigas del amanecer!<br />

Con el muuu de las ramas,<br />

Página 87


con el ay de las damas<br />

con el croo de las ranas<br />

y el gloo amarillo de la miel.<br />

Llegará un torso de sombra<br />

coronado de laurel.<br />

Será el cielo para el viento<br />

duro como una pared<br />

y las ramas desgajadas<br />

se irán bailando con él.<br />

Una a una<br />

alrededor de la luna,<br />

dos a dos<br />

alrededor del sol,<br />

y tres a tres<br />

Para que los marfiles se duerman bien.<br />

El “Vals de los enamorados y unidos hasta siempre” de Miguel Hernández pertenece a su<br />

libro “Cancionero y romancero de ausencias” , libro escrito entre 1938 y 1941. El poema posiblemente<br />

fue escrito por Miguel Hernández en la cárcel; es un gran poema de amor donde<br />

el ritmo y la musicalidad del vals están ausentes, sin embargo el poema está lleno de intensidad,<br />

de fuerza y fatalidad. El poema es una defensa de la intimidad del poeta y de su<br />

amada Josefina, en medio de la desolación de la Guerra Civil española. Los últimos cuatro<br />

versos del poema nos recuerdan al último verso del soneto “Amor más allá de la muerte” de<br />

Quevedo: “polvo serán, mas polvo enamorado”.<br />

VALS DE LOS ENAMORADOS UNIDOS PARA SIEMPRE<br />

de Miguel Hernández<br />

No salieron jamás<br />

del vergel del abrazo.<br />

Y ante el rojo rosal<br />

de los besos rodaron.<br />

Huracanes quisieron<br />

con rencor separarlos.<br />

Y las hachas tajantes<br />

y los rígidos rayos.<br />

Aumentaron la tierra<br />

de las pálidas manos.<br />

Precipicios midieron,<br />

por el viento impulsados<br />

entre bocas deshechas<br />

Recorrieron naufragios,<br />

cada vez más profundos<br />

en sus cuerpos sus brazos.<br />

Perseguidos , hundidos<br />

por un gran desamparo<br />

de recuerdos y lunas,<br />

de noviembres y marzos,<br />

aventados se vieron<br />

como polvo liviano:<br />

Página 88


aventados se vieron<br />

pero siempre abrazados.<br />

Otros poetas han creado poemas que tienen al vals como tema, recordar los poemas<br />

“Tanda de valses”de Salvador Rueda; ”Vals” y “Oda al vals sobre las olas” de Pablo Neruda;<br />

“Los valses a bordo” de Juan Gil-Albert; “O vals da nena probe” del poeta gallego Luis Pimentel.<br />

Vicente Aleixandre (“El último vals”ballet”) y Gerardo Diego (“En busca de mis valses”)<br />

tienen , aparte de los antes reseñados, otros poemas con esta temática.<br />

El vals poético llegó a una alta calidad literaria con estos poetas, posteriormente muchos<br />

poetas han tomado este baile, su movimiento, su ritmo, como inspiración para la creación<br />

de poemas. No es otra mi intención que recordarlos e invitar a su lectura, se trata de algunos<br />

de los mejores poemas valsísticos de nuestra literatura, varios de ellos se encuentran ya en<br />

la memoria de la colectividad gracias a las versiones musicales que de ellos han hecho y llevado<br />

a otros idiomas; sin duda el más popular y versionado el “Pequeño vals vienés” de Federico<br />

García Lorca.<br />

Fernando Arnaiz<br />

Página 89<br />

PB


PB<br />

Página 90


Mundo digital<br />

La nueva canción de Entertainiment<br />

La amplitud del término “Mundo digital” nos ha animado a encajar aspectos tan<br />

diversos como la espiritualidad, la política abstracta y la vida cotidiana. Hemos compuesto<br />

la letra de esta canción con estrofas etéreas y estribillos poéticamente activos.<br />

Nuestro mundo virtual alberga mucho de lo que fuimos, también de lo que somos<br />

y, en gran medida, de lo que seremos. Disfrazado de oráculo, el entorno digital alberga<br />

un espacio sin salida física que nos atrapa como seres interdependientes. Es<br />

un lugar sencillo, una calculadora para todo.!<br />

Lo que nos preocupa del ecosistema digital es el sistema de control que requiere<br />

su funcionamiento. Esta apreciación es el germen de la canción. Hemos querido reflexionar<br />

sobre ilusión y realidad. Diferenciar la materia de su imagen capturada.<br />

Distinguir los hechos de las palabras. Preguntarnos si el individualismo digital se<br />

transfiere al entorno físico.<br />

Como metáfora para plantear estas ideas hemos hecho referencia a la historia<br />

entre Eros, Dafne y Apolo. Un mito cruel en el que el amor se convierte en herramienta<br />

de venganza y catalizador de injusticias y perversiones.<br />

Letra:<br />

Estáis consiguiendo que nada tenga sentido<br />

Sólo lo vuestro es importante.<br />

Nos peleamos por vuestra propuesta.<br />

Ayer no era tan difícil.<br />

Tampoco había regalos.<br />

Pero teníamos puertas abiertas.<br />

¿Dónde está la resistencia?<br />

Mundo digital, computarizado.<br />

Con transacciones espirituales.<br />

Con los amigos ocupados<br />

siempre en casa.<br />

Mundo digital, monitorizado.<br />

Con oficinas permanentes.<br />

Con los despachos<br />

bien cerrados para tu suerte.<br />

Eros nos respeta en el mundo digital.<br />

Nos da mucho amor, el que a Dafne le negó.<br />

Por un problema con el cuerpo a cuerpo.<br />

Apolo se rindió.<br />

Una mañana sin sintonía.<br />

Como un artista pesimista.<br />

Página 91


PB<br />

Página 92


Tres poemas de Ricardo Albillos<br />

UN LARGO POEMA<br />

Detente frente al jardín tranquilo,<br />

mira el milagro de la rosa.<br />

Dictados por su aroma vigila los recuerdos,<br />

la tarde detenida, la vida con sus cosas.<br />

Más allá de las piedras, coge aliento<br />

y dirige hacia el cielo la mirada,<br />

hacia los días que se fueron.<br />

Cuando notes que has recorrido un trecho grande,<br />

deja que tu voz más íntima grite a tu oído<br />

un rumor de palabras que consuela.<br />

Entre las esquilas huecas de tus sentimientos,<br />

hallarás un largo poema<br />

que has ido escribiendo desde muy lejos.<br />

APRESÚRATE<br />

Ya que has sido convocado a vivir,<br />

persiste en los sueños, vive, apresúrate.<br />

Habita cada pliegue de la risa,<br />

saborea con dulzura el corazón del tiempo.<br />

Cuando te pierdas, recuerda qué fue de tu vida.<br />

Desde el fondo de tu cuerpo, ten el alma alerta.<br />

Es el vivir la profesión más difícil que existe,<br />

los instantes avanzan muy deprisa, aunque ofrezcan<br />

su cálido fulgor a la mirada.<br />

Con una remota melodía, sentirás<br />

el renacer de una pasión dormida:<br />

refúgiate en la herencia de su luz.<br />

No esperes, es el tiempo de vivir.<br />

Más allá de la súbita frontera del miedo,<br />

se halla el mundo y la urgencia del deseo.<br />

CARTA<br />

Te puedo besar por instinto y hacerte el amor,<br />

aunque te haya perdido ya,<br />

y el otoño me arrastre a los brazos de nadie.<br />

Es tarde para el gran amor,<br />

a pesar de la urgencia de ti.<br />

Te echaría mi piel encima<br />

únicamente por un momento de ternura,<br />

como cuando mi mano era tu mano<br />

y mi cuerpo se moría en tu cuerpo.<br />

Tarde lo he aprendido, porque ya es tarde.<br />

Siempre te sonaré en el pasado,<br />

pero algo de mí todavía habitará<br />

tu carne sin fin, mientras morimos más y más<br />

y te recorro trozo a trozo, ya sin cansancio.<br />

El amor siempre es una fuga, un grito pequeño<br />

tras un último abrazo, pero persigo aún<br />

salir de mi cuerpo para ser en el tuyo,<br />

como un beso que eternamente se complicara<br />

dentro de un corazón, otra vez.<br />

He recibido el libro de poemas “Entre dos silencios”. Ricardo Albillos,<br />

su autor, no busca halagos de su obra. Es más sencillo: le urge escribir<br />

poesía, ser poeta, y toma sobre sí esta suerte y la lleva con su<br />

pesadumbre y su grandeza, sin pensar jamás en la recompensa que<br />

le pudiera llegar de fuera. É ejerce la tarea de cambiar en palabras<br />

su vida; en dejar el poema próximo al silencio y a la contención. Si<br />

te acercas a ella, encontrarás el misterio del tiempo en que suceden<br />

tantas cosas reales, imaginarias o dudosas, el amor tan mudable y<br />

complejo como la propia vida que puede, entre tantas cosas, ser<br />

muy bella, los muertos que conserva en la memoria o el fugaz atardecer<br />

que él ignora el resplandor de su belleza. Tres poemas te entrego<br />

del libro, lector. Juzga tú mismo y ojalá seas el que yo busco<br />

y deseo.<br />

J.A.M.G.<br />

Página 93


PB<br />

Página 94


Punto de fuga<br />

(Tú, como todos, eres lo que ocultas…<br />

CARACOL. CIUDAD DE LA MEMORIA. JOSÉ EMILIO PACHECO)<br />

RETRATOS DE INTERIOR<br />

PRIMERO<br />

Destapado el brocal del pozo de las miserias,<br />

removido su interior infecto,<br />

ya no hay quien pare el incesante fluir de sus miasmas.<br />

¿Qué otras cosas esconde su intestino,<br />

ignoradas incluso por su dueño?<br />

¿De qué cadáveres, carroñas, derrumbes<br />

y mezquindades se alimenta?<br />

Se ha removido su alma bajo el espeso cieno<br />

y ya no se podrá tapar sino a la fuerza.<br />

SEGUNDO<br />

Esgrimen sus razones como en un juego de cartas:<br />

“Este es mi triunfo”, arguyen insolentes,<br />

pretendiendo amedrentar a quien ni siquiera<br />

participa en la partida. Jugadores de póquer,<br />

sus derechos son todos ases. En el lance,<br />

mezclan estulticia y tiranía, se envalentonan,<br />

repiten las jugadas, y es bien triste<br />

que a menudo sean ellos los que ganan.<br />

Página 95<br />

TERCERO<br />

En fin, nunca se conformaba.<br />

Pensó que merecía algo mejor,<br />

y no nos quiso.<br />

Sin embargo, no creo que debamos<br />

quejarnos. Cada cual es libre<br />

de aceptar o no aceptar cariño,<br />

de elegir el camino que le guste.<br />

Se es libre para ofrecer amor.<br />

Se es libre para rechazarlo.<br />

Lo demás (la tristeza y otras cosas)<br />

importa menos, a mi modo de ver,<br />

que el gran derecho a equivocarse.<br />

Montserrat Díaz Miguel


PB<br />

Página 96


El gran hermano<br />

En una ocasión al director Luis García Berlanga<br />

le preguntaron que prueba haría él<br />

para admitir a los alumnos en la escuela de<br />

cine. Corría el año 1994 y por entonces se<br />

abría de nuevo la ECAM, una escuela de cine.<br />

Desde el año 1976 cuando se cerró la anterior<br />

escuela de cine (la EOC) por motivos políticos,<br />

había habido un vacío en la formación<br />

de cineastas por lo que la demanda para entrar<br />

en la ECAM desbordó rápidamente el número<br />

limitado de ingresos para entrar en la<br />

escuela. Lo lógico era que quizás el maestro<br />

Berlanga hubiese contestado algo parecido a<br />

que lo mejor fuese preguntarles cuestiones<br />

sobre la historia del cine, o que escribiesen<br />

algún guión, o que rodasen un par de planos…<br />

Pero Don Luis (único en su género)<br />

contestó: “Les diría que fuesen caminando<br />

por la Gran Vía de Madrid, desde Callao a la<br />

Plaza de España y que al final me contasen<br />

lo que habían visto”. Sin duda Berlanga daba<br />

mucha importancia a la capacidad de observación<br />

y análisis de la realidad circundante<br />

de los futuros directores de cine. Medio en<br />

broma, medio en serio yo les digo a mis<br />

alumnos que ninguno hubiese podido entrar<br />

en la Escuela de Cine. A buen seguro hubiesen<br />

hecho el trayecto mirando la pantalla del<br />

móvil sin atender a todo el cúmulo de estímulos<br />

que les rodeaba.<br />

Yo estudié cine en una escuela privada (el<br />

Taller de Artes Imaginarias TAI) antes de que<br />

se abriese de nuevo una escuela oficial de<br />

cine. De aquella época (una época llena de<br />

tertulias y pantallas de cine, cuando aún no<br />

existían los teléfonos móviles) guardo un<br />

grato recuerdo sobre todo de mis profesores.<br />

Me dio clases el bueno de Paco Lucio, director<br />

burgalés de Melgar, autor de una estupenda<br />

película, Teo el Pelirrojo, sobre un terrible suceso<br />

acontecido en el año 1957 en Villamayor<br />

de Treviño. También recuerdo las instructivas<br />

clases de Miguel Picazo, director de otra gran<br />

película, La Tía Tula y a Antonio Drove. Antonio<br />

Drove, quijote del cine y autor de La<br />

verdad sobre el caso Savolta y de El Túnel,<br />

alternaba clases magistrales con otras donde<br />

nos llegaba borracho, se dormía en clase y<br />

teníamos que llamar a la directora. Un día<br />

llegó a clase y comenzó a contarnos: “Imaginaros<br />

que el Arcángel San Gabriel lanza<br />

una flecha y que Dios tiene que rodar el<br />

plano. Dios, que está en todas partes, colocará<br />

la cámara en todos los puntos posibles.<br />

Como consecuencia de ello, se producirá un<br />

plano inmóvil donde no hay movimiento. Po-<br />

Página 97


demos afirmar entonces que Dios… es el anticine”<br />

Volvamos de nuevo al tema de los teléfonos<br />

móviles. En 1949 se publica la novela de<br />

George Orwell 1984. En 1984, el llamado<br />

Gran Hermano manipula a su antojo la información<br />

y lleva a cabo una vigilancia masiva<br />

de toda la población controlando todos sus<br />

movimientos. Puede que Orwell no atinase<br />

con la fecha, pero su visión futurista concuerda<br />

(y mucho) con la sociedad actual. La<br />

diferencia es que el Gran Hermano no actúa<br />

de forma totalitaria. Somos los propios individuos<br />

los que aportamos de forma voluntaria<br />

datos e información para ser controlados.<br />

Dejamos continuamente huellas de lo que<br />

pensamos, de nuestros gustos, de lo que<br />

compramos, de los lugares donde viajamos,<br />

de quienes son nuestras amistades… Nuestro<br />

ordenador, nuestro teléfono móvil está directamente<br />

conectado al Gran Hermano y en él<br />

está la ficha de nuestra identidad, de nuestra<br />

vida. No hay secretos, no hay intimidad, estamos<br />

voluntariamente controlados. George<br />

Orwell se quedó corto. No hay rebelión posible.<br />

Nadie nos subyuga. Somos nosotros<br />

mismos. No quisiera parecer carca, no estoy<br />

desde luego en contra de las nuevas tecnologías,<br />

pero me produce un gran estupor ver<br />

a un grupo de gente o a una pareja en torno<br />

a una mesa, en flagrante incomunicación mirando<br />

el teléfono móvil. La realidad está<br />

junto a nosotros gritando que la prestemos<br />

atención. En ella está el germen de la ficción<br />

que llenará nuestros guiones, nuestras novelas…<br />

En la realidad están los otros, los que<br />

nos demandan atención, cariño, solidaridad.<br />

Si no miramos a nuestro alrededor nos retratamos<br />

como burros con orejeras. Y con ello<br />

suspendemos el examen de ingreso a la Escuela<br />

de Cine o lo que es peor, a la Escuela<br />

de la vida. Puede que mis prejuicios sean<br />

como “los árboles que no te dejan ver el bosque”,<br />

pero también puede que estemos ante<br />

una generación de sumos gilipollas. Ojo que<br />

no digo tontos, sino seres que aún teniendo<br />

grandes capacidades y habilidades no lleguen<br />

a desarrollarlas nunca por culpa del Gran<br />

Hermano. Lo decía hace unas semanas Lucía<br />

Jiménez en Twitter: “Cuando veo a la gente<br />

en el tren jugando a Candy Crush pienso...<br />

¿no se podrían leer una novela? ¡Cómo perdemos<br />

el tiempo!” Eso digo yo.<br />

Sr. Berlanga, estamos todos suspendidos.<br />

Página 98<br />

Lino Varela


Página 99<br />

Ellos alzan banderas como pájaros<br />

Alfredo Taján (Nueva usura, 2014)<br />

JMI

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