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ATENCION PLENA. EL PODER DE LA CONCENTRACION

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66 ATENCIÓN PLF.NA<br />

muestra que han optado por una estrategia parecida: emplear<br />

la atención para regular su estado emocional; a expensas, eso sí,<br />

de desconectar de una gran porción de realidad desordenada y<br />

confusa.<br />

Nuestra capacidad para afrontar el miedo ancestral del<br />

Homo sapiens a la contaminación ofrece un buen ejemplo de<br />

cómo usamos la atención para controlar el presente y funcionar<br />

con normalidad en la vida cotidiana. Puesto que el transpor<br />

te público nos obliga a mirar de frente una realidad bastante<br />

desagradable —vivimos rodeados de suciedad— constituye un<br />

laboratorio ideal para comprobar que, pese a que la atención<br />

voluntaria no es en principio «mejor» que la involuntaria, sí re<br />

sulta imprescindible para hacerse cargo de la experiencia.<br />

Cuando viajas en un autobús o un vagón de metro atestados<br />

y mugrientos, tienes dos opciones: dejar que un poderoso es<br />

tímulo externo —el vecino de asiento que tose, moquea y te ro<br />

cía con sus virus— capte tu atención, con el estrés consiguiente,<br />

o estar pendiente del periódico o de la música. Casi todos somos<br />

capaces de distraernos con facilidad la mayor parte del tiempo.<br />

Cuando no podemos dejar de pensar en la horrible verdad, se<br />

dice que sufrimos un trastorno obsesivo-compulsivo.<br />

La gran ironía radica en que, aunque su conducta se consi<br />

dera patológica, esos atormentados obsesivo-compulsivos son,<br />

según el psicólogo Paul Rozin, «los más racionales». «El resto<br />

vivimos en un mundo igual de repugnante, pero evitamos pen<br />

sar en ello para poder funcionar con normalidad. Por lo gene<br />

ral, nos fijamos en otras cosas, a menos que la contaminación<br />

salte a la vista.» Como Rozin señala a sus alumnos, aceptamos<br />

tan tranquilos el cambio en una tienda, pero no se nos ocurriría<br />

aceptar una moneda de un mendigo sucio y maloliente: «Os da<br />

asco coger ese dinero, ¡pero aceptáis esos mismos céntimos en<br />

el supermercado!» Por fortuna, toda cultura cuenta con recur

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