Revista Sala de Espera Panamá Nro. 86 Septiembre - Octubre

Aniversario con
mantel y sábanas
Rosa de los vientos
Por José Antonio Sáenz
“Una mujer me propuso sin condición: sírvete de mí lo que quieras.
Y tanto me serví, que hoy ella nubla mi razón”.
Juan Luis Guerra
Es medianoche y
el postre entreteje
la reunión del
aniversario. Un
Sauternes tiñe las
copas con dorado
Botrytis. La media luz tanguera invita
a un amor de terciopelo y enriquece
el cumpanis de quienes se saben
compañeros por compartir el pan.
Alguien menciona al gran cocinero
francés Carême. Otro opina sobre el
canciller de Francia de aquel entonces.
Era Talleyrand, gourmet y obispo
apóstata. Una vez, urgido por
Luis XVIII para apurar un almuerzo
y discutir el Tratado de Viena, replicó:
Majestad, no necesito instrucciones;
solo preciso a Carême y más cacerolas.
Gambetas
En el extremo de la mesa un anciano
añora gambetas futboleras. Un joven
lo mira cual si viera su propia futura
memoria: prisa, bochinche, consumismo,
pobreza, comida chatarra, eclipse
de palabra y libro, desastre ecológico. Su
angustia existencial se emparenta con la
de Unamuno, con la profecía de Kierkegaard
y las orteguianas meditaciones
sobre un lugar de La Mancha. A mi lado,
una artista plástica recuerda que exorcicé
su congoja cuando no resultó premiada
en una exposición.
Saber o no saber
Palabra e imagen son claves del
encuentro humano, hoy perdidas al
galopar hacia la anomia. En medio del
gentío tropezamos, solos y a la deriva,
con la sombra del tedio. La dama a mi
vera semeja la diosa feral que sugirió a
Odiseo la treta del corcel troyano. Irradia
el aura de Nacha, la bella protagonista
de la Muerte en la película iberouruguaya
“El lado oscuro del corazón”,
cuyo protagonista clama onettianamente:
cuando encuentro a una mujer que vale la
pena, me pregunto si sabrá volar; porque sólo
hay un pecado imperdonable: no saber volar.
Nos levantamos para ir a husmear los
fogones del restaurant; allí alucinamos al
zar de Rusia en la cocina de Versailles.
Todos se descubren excepto Carême con
su enhiesto gorro albo -le toque blanche-.
El zar lo increpa: ¿quién es ese insolente?
Talleyrand responde: es La Cocina, su
majestad.
Una cita
Amanece. Los comensales congregados
-y no al azar- saben que todo encuentro
casual es una cita (Borges dixit). Es
hora del adiós. La mujer de varios nombres
me confiesa: creo en la paciencia
del cincel que libera la forma de la piedra;
creo en un infinito, pero humano.
El anciano se aleja con paso menos
etílico que sonámbulo y responde
con arrugas abiertas: a cierta edad,
nos invade el deseo de ver a los viejos
amigos, alejados por razones que la vida
nos obliga a acatar poco a poco. Compartir
condumio nos concede la ilusión de
haber sido menos usados por el tiempo,
como si los recuerdos comunes nos devolvieran
por un rato el verdor. ¿Realidad
o ilusión creada por un taumaturgo
que hizo brotar del mantel antiguas
memorias? Sobre la mesa, improntas
circulares plagian mandalas de
copas olvidadas. De cicuta era la
de Sócrates cuando se suicidó en el
Banquete: ¡honor a quién me venza
-con la verdad- en vosotros! En la tarjeta
de invitación a un concierto -que
sembraré clandestina en el bolso femenino-
escribo una frase sobre el global
fraude de la posmodernidad tecnológica.
¿Añoranza de un tiempo en el que hubo
tempo para amar a las deidades del origen?
Cosas del encantamiento extraviado…
Sábanas
Al mediodía ella despierta. Aún abrazada
a las sábanas, lee la tarjeta: tú eres la deidad,
Artemisa; volveremos a brindar por todo lo
que se pierde y se encuentra; esa es la Infinitud.
Pensativa, dibuja sobre la tarjeta. Conoce
el antes, el durante y el después y su cincel
burila vuelos “ingrávidos como pompas de
jabón”. Sabe que somos nuestra memoria y
que el olvido -como los espejos- está lleno
de rostros. Cada etapa vital tiene su peculiar
forma de la felicidad. Como ahora,
cuando somos nostalgia de otro aniversario
en el cual Van Gogh nos pintó, mientras
ambos oíamos gotear estrellas, sobre el
café de Arlés.
Septiembre - Octubre 2017 | www.revistasaladeespera.com
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