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Manual - CEI

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La migración afecta y compromete a todos y todas.<br />

universalidad. Lo anuncia para todos sin exclusión y de forma especial, cuando se<br />

muestra compasivo con los paganos y extranjeros: la mujer sirofenicia (Mc. 7, 24-<br />

30), el centurión (Mt. 8. 5-10), los samaritanos. Su misión, en términos de hoy, es<br />

globalizante – incluyente, que supera las fronteras. San Pablo asume esta condición<br />

y dirá: “Ya no hay judío ni griego, ni hombre ni mujer, ni esclavo ni libre porque todos<br />

son uno en Cristo” (Gal. 3,28). Desde Pentecostés hasta nuestro tiempo, la acción del<br />

Espíritu Santo continúa abriendo permanentemente a la Iglesia hacia lo diferente,<br />

haciendo de ella una nueva creación en la que sea posible la acogida querida por Dios.<br />

Jesús eleva al migrante a signo de acogida de su Reino: “Fui extranjero y me<br />

acogiste”<br />

c) Las primeras comunidades: Hechos y Cartas<br />

En las primeras comunidades cristianas la hospitalidad (en griego Filoxenia) jugó un<br />

papel muy importante en la expansión del cristianismo; vemos permanentemente<br />

a los apóstoles hospedándose en casas de judíos y posteriormente de paganos<br />

(Hch. 10,6.16, 15; Rm. 16,23; Jn. 1,5). El pasaje que pone en contacto a Pedro con<br />

Cornelio es clave para entender como el cristianismo debió romper las fronteras<br />

del judaísmo para abrir la hospitalidad y la comunión de mesa entre judíos y<br />

paganos. De esta manera se entiende que la práctica de la hospitalidad, sin<br />

discriminación de raza, nacionalidad y religión, fue motivo de reflexión teológica y un<br />

tema recurrente en los escritos apostólicos del Nuevo Testamento.<br />

Por eso los creyentes deben acabar con las barreras y muros que dividen a los<br />

hombres y solidarizarse con los que tiene orígenes y culturas diferentes: “…por tanto<br />

ya no sois extranjeros ni forasteros sino conciudadanos de los santos, moradores de<br />

la casa de Dios… sois parte del templo que se construye para la morada de Dios en<br />

el Espíritu” (Ef. 2,11-22). Los escritos del Nuevo Testamento son unánimes en dar<br />

testimonio que Jesús de Nazaret y las comunidades cristianas primitivas se dedicaron<br />

decididamente a los marginados y excluidos de la sociedad, a los extranjeros,<br />

refugiados y perseguidos. Y tanto la comunidad de Jesús, como la de sus discípulos,<br />

representan una alternativa de acogida, dignificación y promoción para todos.<br />

63<br />

Estas realidades nos interpelan a entender los designios de Dios, que se expresan<br />

en el fenómeno de la migración, que coloca al mismo Hijo de Dios, como actor de la<br />

movilidad humana del pueblo de Dios. Hoy, con la ayuda de la historia del pueblo de<br />

Dios, descrita en la Biblia, podemos entender las señales de la movilidad humana,<br />

que nos invitan y estimulan a una acción concreta en las Pastorales de la Iglesia y<br />

de manera especial, en la Pastoral de la Movilidad Humana; como también en las<br />

acciones de las políticas publicas, junto con los responsables de la administración<br />

estatal y la sociedad civil.<br />

La comunidad de Jesús, como la de sus discípulos, representa una<br />

alternativa de acogida, dignificación y promoción para todos.

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