Vida Compendiada de Santa Teresa de Jesus

28.08.2017 Views

— óole abrió su corazón, le descubrió las misericordias de Dios y la manera frecuente con que la tenía en su divina unión. Comprendió este buen padre que Teresa de Jesús era la criatura más favorecida del Señor, y díjola para asegurarla en su manera de vivir, que no temiese, que alabase á Dios y estuviese cierta que era espíritu suyo: que, á no ser artículo de Fé, no había cosa más verdadera ni que tanto pudiese creer: que él hablaría á su confesor y al caballero santo y les daría razón exacta para que comprendiesen que Dios era quien la guiaba. Habló San Pedro de Alcántara á los dos: el confesor quedó convencido; mas no así el caballero, que como la había conocido algo disipada, no podía creer que Dios fuese tan generoso con ella. A fin de que Teresa se asegurase más de que era acertado el consejo de San Pedro de Alcántara, Jesús la mostró lo acepto que era á sus divinos ojos este prodigio de penitencia. Celebraba un día este glorioso Santo el sacrificio de la Misa para dar á Teresa la comunión, y vió ésta que San Francisco de Asís le asistía de diácono y San Antonio de Pádua de subdiácono. ¡Oh providencia del Señor! parece que por todos los medios quería Este asegurar

— 6i — á su sierva fiel que era El mismo quien dirigía su espíritu. Con la seguridad que el Señor había dado á Teresa del aventajado espíritu de San Pedro de Alcántara, resolvió seguir en todo sus consejos: le consultaba en sus dudas y le manifestaba sus temores. Bien necesitó la Santa de su dirección, pues apénas el insigne franciscano marchó de Ávila, volvió á sus temores de si era el demonio quien la engañaba. Se humillaba confesándose indigna de los beneficios del Señor. ¿Qué más? Los mismos confesores, sin comprenderlo, la trataban con tanta dureza, y la decían tales expresiones, que ellos mismos protestaron después que su pensamiento no había sido ofenderla. Su único consuelo era Jesús Sacramentado, pues al recibirle volvía toda la paz á su alma. Parece que el demonio quería también dirigir sus baterías al corazón de nuestra Santa, y ya que interiormente no podía perturbarla, se propuso atormentarla en el cuerpo como lo hizo con el Santo Job. Era el caso que estando en una ocasión la Santa Madre orando en el oratorio del monasterio, se la dejó ver el demonio, el cual la dijo: «Bien te has librado de mis manos». En otra ocasión la estuvo atormentando cinco horas con dolores terri-

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á su sierva fiel que era El mismo quien dirigía<br />

su espíritu.<br />

Con la seguridad que el Señor había dado<br />

á <strong>Teresa</strong> <strong>de</strong>l aventajado espíritu <strong>de</strong> San Pedro<br />

<strong>de</strong> Alcántara, resolvió seguir en todo sus consejos:<br />

le consultaba en sus dudas y le manifestaba<br />

sus temores. Bien necesitó la <strong>Santa</strong> <strong>de</strong><br />

su dirección, pues apénas el insigne franciscano<br />

marchó <strong>de</strong> Ávila, volvió á sus temores<br />

<strong>de</strong> si era el <strong>de</strong>monio quien la engañaba. Se<br />

humillaba confesándose indigna <strong>de</strong> los beneficios<br />

<strong>de</strong>l Señor. ¿Qué más? Los mismos confesores,<br />

sin compren<strong>de</strong>rlo, la trataban con tanta<br />

dureza, y la <strong>de</strong>cían tales expresiones, que<br />

ellos mismos protestaron <strong>de</strong>spués que su pensamiento<br />

no había sido ofen<strong>de</strong>rla. Su único<br />

consuelo era Jesús Sacramentado, pues al recibirle<br />

volvía toda la paz á su alma.<br />

Parece que el <strong>de</strong>monio quería también dirigir<br />

sus baterías al corazón <strong>de</strong> nuestra <strong>Santa</strong>,<br />

y ya que interiormente no podía perturbarla,<br />

se propuso atormentarla en el cuerpo como lo<br />

hizo con el Santo Job. Era el caso que estando<br />

en una ocasión la <strong>Santa</strong> Madre orando en<br />

el oratorio <strong>de</strong>l monasterio, se la <strong>de</strong>jó ver el<br />

<strong>de</strong>monio, el cual la dijo: «Bien te has librado<br />

<strong>de</strong> mis manos». En otra ocasión la estuvo<br />

atormentando cinco horas con dolores terri-

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