Vida Compendiada de Santa Teresa de Jesus
en este tiempo, y á medida que se acercaba el día de hacer de su sierva el instrumento de salvación que meditaba, iba poniendo en su alma un amor divino tan vivo , que se sentía como morir, y no hallaba donde reposar sino muriendo para gozar de su Dios sin turbación. «No puede encarecerse, decía Teresa, el modo con que el Señor llega al alma estando en esta disposición, la grandísima pena que da, pues queda el alma sin saber nada de sí. Es pena tan sabrosa, añadía , que no hay deleite en la vida á que se pueda comparar. Esta pena y gloria juntas me traían desatinada, y yo no entendía cómo podía ser aquello». Miéntras la Santa así perpleja acudía á Dios pidiéndole la diera á conocer cómo y de qué manera se hacían aquellas heridas en el alma , plugo al Señor viese un serafín que la traspasaba repetidas veces el corazón con un dardo de oro encendido. Los efectos que esta celestial saeta obraron en su alma, la Santa misma los manifiesta por las palabras siguientes: «Quiso el Señor que viese algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí, hácia el lado izquierdo , en forma corporal; lo que no suelo ver, sino por maravilla, aunque muchas veces se me representan ángeles sin verlos. En esta visión quiso el Señor le viese ansí; no era grande sino pe-
— 55 — queño , hermoso mucho, el rostro tan encendido, que parecía de los ángeles muy subidos, que parece todos se abrasan: deben ser los que llaman serafines , que los nombres no me loa dicen, mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos ángel JS á otros, y de otros á otros, que no lo sabría decir. Veíale en las manos un dardo de oro, largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba á las entrañas: al sacarle me parecía las llevaba consigo , y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor , que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con ménos que Dios. No es dolor corporal , sino espiritual , aunque no deja de participar el cuerpo algo, y áun harto. Es un requiebro tan suave, tan suave, que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo á su bondad lo dé á gustar á quien pensare que miento». Tal es la descripción que la Santa Madre nos hace de su admirable transverberación y de los gloriosos efectos que produjo en su alma el dardo seráfico. Reconocido este favor extraordinario por la Iglesia, ¿qué es de extrañar que la Orden del
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dicen, mas bien veo que en el cielo hay tanta<br />
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manos un dardo <strong>de</strong> oro, largo, y al fin <strong>de</strong>l hierro<br />
me parecía tener un poco <strong>de</strong> fuego. Este<br />
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quejidos, y tan excesiva la suavidad que me<br />
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que se quite, ni se contenta el alma con ménos<br />
que Dios. No es dolor corporal , sino espiritual<br />
, aunque no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> participar el cuerpo<br />
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tan suave, que pasa entre el alma y Dios, que<br />
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