Vida Compendiada de Santa Teresa de Jesus

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— 26o escuchar sus últimos consejos y recibir su bendición, ántes que entregue su espíritu á su Dios. Aquí vienen á la memoria las grandezas que la mano del Omnipotente obró en esta criatura privilegiada. La hizo nacer en el país más católico de Europa, de una familia noble á la par que virtuosa; la dotó de las más raras prendas de naturaleza y de gracia; su espíritu elevado era entusiasta de lo grande y de lo bello, y su caridad ardiente siempre anheló la salvación de todos los hombres; la destinó á una misión tan alta y tan santa, que los primeros campeones de la religión la miraron con asombro, reconociéndose incapaces de imitarla. Esta mujer incomparable había llegado al término de su carrera: desde el día venturoso en que el dardo angélico vulneró su amante corazón, ya no vivía para la tierra, sino que todos sus deséos la atraían á la patria celestial. El vivir era para ella una muerte, y sus ánsias el morir; expresaba este sentimiento cuando decía enagenada: «Muero porque no muero». Tiempo era ya de que el Señor le diese la recompensa merecida y llamase al eterno descanso á la que tanto se había fatigado trabajando por su gloria. Teresa murió como había vivido, abrasada de amor; y se vieron en sus últimos momentos

— 2G1 — lo que nunca le faltó en el discurso de su vida, quiero decir, las finezas del Señor. En efecto, tres días ántes de la muerte de la Santa se hizo venir desde Mancera al P. Fr. Antonio de Jesús para que la confesára. Recibió la enferma el sacramento de Penitencia con los más vivos sentimientos de dolor, y viendo las religiosas que se acercaba su fin, le rogaban que no les dejase huérfanas; pero la Santa Madre les decía que ya no era necesaria; que Dios había dispuesto llevarla para sí. Le dió entónces una congoja, ocasionada por el cariño que tenía á sus Hijas, con tanta violencia, que los médicos llegaron á temer se adelantase la hora de su muerte. Influía también en su indisposición la humedad de la celda en que se hallaba, por lo que mandaron la bajasen á la que ántes ocupaba. Aplicáronla también ventosas, y aunque la Santa comprendía que á nada conducían, suf rióloy lo admitió para tener algo más que penar. El día 3 de Octubre pidió que le lleváran el Santo Viático, y miéntras se preparaba en su celda lo necesario para recibir el Santísimo Sacramento, hizo enternecida á sus Hijas aquella despedida y testamento que jamas se borrarán de nuestra memoria. «Hijas y señoras mías, les decía, perdónenme el mal ejemplo que les he dado; no aprendan de mí, que he sido la

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escuchar sus últimos consejos y recibir su bendición,<br />

ántes que entregue su espíritu á su Dios.<br />

Aquí vienen á la memoria las gran<strong>de</strong>zas<br />

que la mano <strong>de</strong>l Omnipotente obró en esta<br />

criatura privilegiada. La hizo nacer en el país<br />

más católico <strong>de</strong> Europa, <strong>de</strong> una familia noble<br />

á la par que virtuosa; la dotó <strong>de</strong> las más raras<br />

prendas <strong>de</strong> naturaleza y <strong>de</strong> gracia; su espíritu<br />

elevado era entusiasta <strong>de</strong> lo gran<strong>de</strong> y <strong>de</strong> lo<br />

bello, y su caridad ardiente siempre anheló la<br />

salvación <strong>de</strong> todos los hombres; la <strong>de</strong>stinó á una<br />

misión tan alta y tan santa, que los primeros<br />

campeones <strong>de</strong> la religión la miraron con asombro,<br />

reconociéndose incapaces <strong>de</strong> imitarla. Esta<br />

mujer incomparable había llegado al término<br />

<strong>de</strong> su carrera: <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día venturoso en que<br />

el dardo angélico vulneró su amante corazón,<br />

ya no vivía para la tierra, sino que todos sus<br />

<strong>de</strong>séos la atraían á la patria celestial. El vivir<br />

era para ella una muerte, y sus ánsias el morir;<br />

expresaba este sentimiento cuando <strong>de</strong>cía<br />

enagenada: «Muero porque no muero». Tiempo<br />

era ya <strong>de</strong> que el Señor le diese la recompensa<br />

merecida y llamase al eterno <strong>de</strong>scanso<br />

á la que tanto se había fatigado trabajando por<br />

su gloria.<br />

<strong>Teresa</strong> murió como había vivido, abrasada<br />

<strong>de</strong> amor; y se vieron en sus últimos momentos

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