Tomo Tres Leyenda de Oro -Vidas de Los Martires-

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za, procurando dt'jar el Irajé vit'jo de las vilezas y bajezas
pasadas, y vivir como boinbrcs de sangro real; y así dico
san León, [iapa:aConoco, ó cristiano, tu dignidad, y hecho
ya parücionero de la n;itni i»leza divina, no quieras volver
á las viejas costumbres de la villanía pasada. Mira de cuya
cabeza y de cuyo cuerpo eres miembro: y mira que el
precio de tu rescate es la sangre de Cristo: el cual te juzgará
con verdad, así como lo redimió con misericordia.»
Pero en lo que principalmente debemos poner lo? ojos, es
en el pesebre, y estar atentos á lo que este Maestro divino
desde aquella cátedra celestial nos enseña, nó hablando,
sino callando: Niño es, y juntamente Verbo del Padre,
cuya niñez habla, y todas las cosas que intervinieron en
el sagrado parto, claman y nos predican menosprecio,
humildad, pobreza y trabajo. El establo, el pesebre, los
pañales, la desnudez, el desabrigo, el frió, la compañía de
k'slias, ¿quéotra cosa son, sino voces del Niño recien nacida,
y una doctrina del cielo, que nos enseña que no es
lan mala la pobreza como pensamos, nilan bienaventurados
los ricos como el mundo cree; y que la humildad es
la escalera del cielo y el deleite cuchillo de la virtud? «No
consuela la niñez de Cristo (dice san líernardo) á los parleros,
ni sus lágrimas consuelan á los que dan grandes
risadas; no consuelan sus pañales á los que andan ataviados
y galanes ; no consuelan el pesebre y el establo á los
que aman las primeras cátedras en las sinagogas, sino
á los que con paciencia aguardan en silencio la consolación
divina y lloran.» O Cristo scengiña (dice el mismo
san Bernardo), ó el mundo yerra: Cristo no ;e puede engañar,
porque es Sabiduría eterna: y pues escogió para
si la pobreza, lahumiklad y la aspereza, y desde que entró
en esta vida, hasta que salió de ella, siempre se vistió
de esta librea y nos exhortó con obras y palabras á vestir
de ella, claro está (pie lo que él escogió es lo mejor, y que
nosotros, siguiendo la opinión del mundo, vamos errados.
Porque ¿cómo puede ser bienavenlurado el que tiene mas
honra en el mundo? ¿El que bebe los vientos por poner el
pie (leíanle de su igual? ¿Kl que pretende cargo y mando,
y se hace esclavo de muchos por mandar y poder? ¿Y
muchas veces lo compra con tantos y lan congojosos cuidados,
y con la hacienda, y con su vida y con su alma?
¿Cómo las riquezas pueden dar contento al hombre ; pues
se adquieren con trabajo, y se guardan con temor, y se
pierden con dolor? ¿Cómo puede dar hartura al alma que
fué criada para solo Dios, una cosa lan vil y tan apocada
como la hacienda, que está sujeta á tantos casos é inforlunios
de perderse? Finalmente, ¿cómo pueden hacer feliz
al hombre las cosas que no le pueden hacer virtuoso, y
que están fuera del hombre? Pues ¿qué diré de los gustos
y deleites de nuestra carne, que tanto nos arrebatan y
llevan en pos de si? ¡Q;ié sucios, qué breves, qué engañosos
son, é indignos de la evcelencia del hombre que nació
para trabajar, como el ave para volar! Pues quede esto
sentado en unesíros pechos y muy fijo en nuestros corazones,
que nuestra bienaventuranza consiste en conocer
amar y servir al Señor: y que aunque las honras y riquezas
son bienes indiferentes y de los cuales se puede usar
bien y mal; pero que comunmente son ocasiones de grandes
pecados: y que el estado pobre y humilde es mas seguro
y mas aparejado para hallar á Dios en el establo de
Pelen; y para enseñarnos esto, quiso él ser reclinado en el
pesebre, y que su sacrosanto nacimiento fuese por el ángel
revelado h los pastores, gente humilde y pobro, y que
ellos fuesen los primeros que lebuscasen, hallasen y adorasen.
Y juntamente en este hecho nos enseñó, que el oficio
de buen pastor es velar y apacentar su ganado; y que
los prelados espirituales y príncipes temporales, y todos
los gobernadores de la república y padres de familias, deben
velar y procurar con gran solicitud y cuidado, dar saludables
pastos á sus ovejas, y curarlas de la roña, y defenderlas
de los lobos para dar buena cuenta de ellas á
e.-lc Xifio hoy nacido; porque es el sumo pastor que so
las encomendó: y el que no tuviere esta obligación poíno
tener cargo de oli os, sea pastor de sí mismo y vele sobre
sí: oiga y obedezca á la voz del ángel, busque al Señor,
adórele y alábele; porque nació para salvarle y para
su bien.
Mas entre todas las cosas de que nos debemos gozar en
el nacimiento de nuestro Salvador, una es, de las excelencias
y grandezas de la santísima Virgen, y darle el parabien
del nuevo y dichoso Hijo, que con tantos privilegios
y prerogativas divinas dió al mundo; porque así como ella
es la puerta del cielo por la cual se nos comunicó esta
gratn'o asi luz; por ella habemos de entrar para ver la
misma luz y ser particioneros del gozo inefable que ella
en su sagrado parto recibió, que sin duda fué inmenso, indecible
é incomprensible, y para significárnosle, concluye
su historia del nacimiento del Señor el evangelista, con
decirnos, que esta Señora guardaba en su corazón Ies
misterios y maravillas que veia, y las confería entre sí
para alabar y manifestar mas al Señor. ¿Quién podrá
dignamente explicar los gozos y alegrías de aquella santísima
Virgen, queporlodas partes estaba cercada de tantas
maravillas, y en un profundo piélago de tantos misterios,
sumida debajo de las olas de tantos y lan señalados
beneficios? ¿Oué sentiria su piadoso y humilde corazón,
cuando veia en sus brazos al que por su inmensa majestad
no cabe en el cielo ni en la tierra? ¿Cuando veia fajado y
envuelto en pañales al que viste á todas las criaturas; y
rerlinado en un pesebre al que está sentado sobre los querubines
y serafines? ¿Qué sentiria viendo adonde habirn
llegado las enlrañas de piedad del Señor; pues tanto per
su vil esclavo se habia abatido y humillado? ¿Cuando consideraba
la singular gracia que habia hallado en los ojos
de Dios; pues entre todas las mujeres criadas y por criar,
ella sola fué escogida por madre suya? ¡Con cuánta humildad
reconocía osla grandeza! ¡Con qué ojos miraba al
que así la miró! ¡Qué gracias le daba! ¡Qué cantares le
cantaba! ¡Con qué amor le respondía! Qué palabras le decía!
¡Qué luces, qué resplandores, qué ardores, qué sentimiento
y afecto, qué ternuras y dulzuras eran las do
esta ptirísima Virgen, ( uando consideraba que habia concebido
por virtud del Espíritu Sanio, y tenido en sus entrañas
nueve meses al Hijo de Dios, sin pesadumbre n¡
fastidio, y parido sin dolor, y quedado virgen siendo madre!
¡Cuando veia los ángeles que descendían del cíelo á
adorarle y servirle, y darle música, y manifestarle á los
pastores; y á los mismos pastores que venían á reverenciar
y dar vasallaje á su Salvador y Señor! Pues demos la
enhorabuena á esta Señora, y gocemos do su gozo, y supliquémosla
humildemente que pues parió á su precioso
Hijo para nosotros, nos alcance gracia de su mismo Hijo,
para que no perdamos por nuestra culpa lo que él nos ganó
por su gracia, y pora que nazca en nuestras almas de ma-