Tomo Cuatro Leyenda de Oro -Vidas de Los Martires-
DOMINGO OCTAVO DESPUES DE PENTECOSTES. Como la Iglesia nuestra buena madre en nada tiene tanto em peno como en la salvación de sus hijos, renne todos los domingos á los líeles para darles lecciones importantes de salud, para reanimar mas su fé, renovar su fervor, prevenirles contra los peligros, animarles contra los esfuerzos y ¡as astucias del tentador, consolarles en sus males, y soslenerles en todos los accidentes molestos de la vida. Ella les alimenta con el pan de la palabra de Dios, les forlilica con el uso de lossacramenlos, y recordándoles cada domingo la memoria .de las grandes verdades de la religión, procura siempre, por medio de aijuellos rasgos mas señalados do la bondad y de la misericordia de Dios con nosotros, escitar nuestro amor y nuestro reconocimiento liácia él, é indinarnos á que pongamos en 61 toda nueslra confianza. A esto precisamente se dirige todo el oficio de la misa de este dia. El introito nos trae á la memoria los mas señalados beneficios del Señor; la Epístola en pocas palabras nos presenta el retrato de un hombre espiritual, tal como debe serlo todo verdadero fiel; el Evangelio nos enseña el buen uso que debemos hacer para el cielo de los bienes terrenos, y en ol ejemplo de un recaudador, infiel, pero ingenioso y previsor, quiere el Salvador darnos á entender la industria piadosa por medio de la cual debemos hacer servir á nueslra salvación los falsos bienes de este mundo, de los que no tenemos , por decirlo asi, mas que la administración, y con los que, sin embargo, podemos ganarnos amigos y poderosos prolectores en la otra vida. Esta induslriosa sabiduría, este buen espírilu, junto con un corazón acomodado á él, es lo que pedimos á Dios en la oración de la misa de este dia, la cual debe ser una oración diaria para todos los fieles. Nosoíros, Señor, nos a mordamos de todos los beneficios do que habéis colmado á vuestros siervos; «hemos recibido vuestra misericordia en medio de vuestro templo; » en medio do vuestro pueblo, como traducen los Setenta, san Crisóslomo, Teodoreto y san Agustín. ¡ Qué de maravillas, ó Dios mío, no habéis obrado á favor nuestro ! ¡quésolicitud, qué bondad, cpié providencia paternal 1 ¿Podríamos, ó Dios, olvidar nunca i un Señor tan benéfico, ó dejar de confiar cu un Salvador, en un Padre semejante ? Vtieslrn gloria ha penelrado, ó Dios mió, hasta las eslremidades de la tierra; en todas partos se os alaba de un modo proporcionado á la grandeza ile vuestro nombre; exáltase, sobretodo, ese brazo jusliiiero que se h» armado para nuestra defensa. Es bien patente que el salmo 41, que en sentido literal puede entenderse de la protección de Dios sohre .lerusalcn y sobre el pueblo judío, no debe entenderse en el sentido figurado sino de la protección singular de Dios sobro la Iglesia. Solo en el cristianismo donde puede decirse que la gloria de Dios ha penelrado hasta los confinesde la tierra, y que el Señor es alabadoen todos los pueblos de un modo proporcionado á Ja grandezn de su sanio nombre. Antes de Jesucristo no era Dios conocido masque en la Jude.i, y solo después de la tenida de es(e divino Salvador ha sido llevado y predicado á ledas las naciones del mundo el conocimiento del verdadero Dios, y los predicadores evangélicos han anunciado á Jesucristo por todo ol universo. La memoria de esta maravilla, de esta gran misericordia es lo que nos recuerda el inlroilo de la misa «le este domingo, para despertar nueslra fé y nuestro amor DESPUES DE PENTECOSTES. 493 á Dios, y obligarnos á ocuparnos en continuas acciones do gracias. La Epístola está tomada del capítulo octavo de la de san Pablo á los romanos. Habiendo hecho ver el Apéstol cuán diferente debe ser la vida de un cristiano de la deun hombre carnal, nos advierte que aunque la concupiscencia y las pasiones no quedan enteramente cstinguidas por la gracia del bautismo, quedan no oblante muy derribadas, y no tienen mas imperio sobre nuestro corazón que el que nosotros les damos voluntariamente. Cita en seguida las razones que tenemos para contenerlas sujetas, y demuestra que debiendo ser un fiel un hombre enteramente espiritual, no debe vivir según las inclinaciones do la carne. «No somos deudores á la carne,» dice, «para que vivamos según la carne.» No debemos nueslra vida á la carne. Nacemos hijos de ira, puesto que nacemos esclavos del pecado; solo á Jesucristo debemos nueslra libertad; somos reengendrados por el bautismo ; debemos, pues, vivir para Jesucristo, según su espírilu y sus máximas. En virtud de este nuevo nacimiento del agua y del espíritu, no esíamos ya sujetos á la carne, al pecado, á la concupiscencia ; no tiene ya esta imperio alguno sobre nosotros, y únicamenle Jesucristo es el que debo reinar en nuestros corazones. Desgraciados de nosotros, si renunciando á la dichosa liberlad de lujos de Dios, nos someleaios de nuevo al imperio del pecado. Jesucristo por los méritos de su sangre y do su muerle ha hecho pedazos nuestras cadenas, y ha destruido el imperio del demonio. Este enemigo mantiene, á la verdad, todavía alguna infeligencia en la plaza ; nuestro amor propio, nuestros sentidos, nuestro mismo corazón pueden hacernos traición, y nosotros debemos conlinuamenle desconfiar de ellos; pero á menos que nosotros no quonunos introducirle en el fuerte, serán inútiles lodos sus esfuerzos ; es un perro rabioso, dice san Agustín, que está encadenado ; puede ladrar, puede chillar, pero no puede morder sino á los quo se le acercan demasiado. «El que ha nacido de la carne,» decia el Salvador á Nicodemus, «es carne ; pero el que ha nacido del espíritu es espírilu. A este oráculo alude aquí o! sanio Apóstol. Solo eu el cristianismo es en donde Dios tiene adoradores que le adoren en espírilu y en verdad; solo en la religión cristiana es en donde se hallan hombres espiriluales. Por esto el pueblo judío, auncpie pueblo escogido y privilegiado, no obslanle que él solo fué el que tuvo el conocimiento del verdadero Dios, y al que Dios eligiú por su pueblo, era todavía un pueblo enteramenlc carnal. Esta maravillosa mutación del hombre en hombre espiritual, debía ser la obra del Salvador; era necesario un Redentor que fuese hombre y Dics á m mismo tiempo par:* obrar esta insigne maravilla ; la ha obrado, en efecto, y el hombre cristiano es la obra maestra de este hombro Dios. «Porque si vivís,» conlinúael Apóstol, «?egun la carne, moriréis:» esto es, si seguís los deseos de la carne y los movimientos de la concupiscencia, si hacéis las obras de la carne que significan todo pecado grave, peí dei eis la vida de la gracia; moriréis con una muerle espiritual desde esta vida, que será seguida en la olra do la muerte eterna; de la eterna condenación. Por el contrario, si mortificáis las obras do la carne, esto es, si os mollificáis, si reprimís las malas inclinaciones de vuestro corazón, si
49i IÜS Lacéis morir en vosotros, y no cometéis el pecado á que os solicita la concupiscencia, si domáis vuestras pasiones, en una palabra, si mortificáis por el espirilu las obras de la carne, viviréis una vida enleramente espiritual, vida snbrenalmal, vida cristiana sobre la tierra, la cual será seguida de la bienaventuranza en el cielo. Vívese según la carne, cuando se hacen las obras do ella, cuando se vive según el espíritu y las máximas del mundo; y esta vida no tiene otro término que el inOerno. Vívese según el espíritu de Jesucristo, cuando se vive conforme al espíritu y las máximas del Evangelio. La vida del espíritu es la vida de la gracia, y ayudados de esta gracia nos mortificamos, domamos las pasiones, reprimimos las malignas impresiones de la concupiscencia, y dejamos de obrar las obras de la carne. «Porque todos los que obran por el espíritu do Dios, son hijos de Dios;» y puede añadirse que no hay propiamente otros hijos de Diosqno los que están animados del espíritu de Dios, que obran por la dulce impresión de este divino espíritu, que siguen sus luces y sus movimientos. Si nuestras obras, por mas laudables que sean, por mas buenas qnc parezcan, tienen otro motivo, nacen de Otro principio, son obras vacías, obras defectuosas, obras muertas, por las cuales nos dice Dios: «No os conozco.» No así las de aquellos á quienes el espíritu de Dios hace obrar, dice san Agustín, nó por fuerza ni con violencia, sino exhortando por medio de sus dulces inspiraciones, ilustramlo con sus vivas hiecs, ayudando cotr los auxilios do su gracia. «Sabemos,» conlinúa el Apósiol, «que todas las cosas concunen al bien de los que aman á Dios.» Si no obraseis nada, «si nada hicieseis,» añade el sanio Doctor (serm. 13. do verb. Aposl.) «no podría decirse que cooperabais con el Espíritu Sanio.» El hombre coopera á su conversión con e! Espíritu Santo; mas no coopera sino con el auxilio de la gracia. Por lo demás, «vosotros no habéis recibido el espíritu de servidumbre de modo que viváis de nuevo en el temor.» Nó, no es ya un espíritu de temor el que debe haceros obrar como si continuaseis esclavos; el motivo que debe conduciros, y debe ser como el alma de todas vuestras obras, después que habéis llegado á ser hijos adoptivos del Padre celestial, es el espíritu de amor. El espíritu de la ley de Moisés era un espíritu de temor; el espíritu del Evangelio de Jesucristo es un espíritu de amor. La antigua ley liabia sido promulgada entre luirnos y relámpagos que siempre inspiran terror; la ley nueva nació sobre el Calvario, sufriendo el Salvador la muerte por efecto de su grande amor : era raro en el rinliguo Testamento el que se sirviese á Dios por puro amor; el temor de los castigos era el principal motivo que animaba á aquel pueblo carnal, á aquellos siervos medio esclavos; en el nuevo quiere Dios ser servido por amor. El espíritu propio de la ley de Moisés era un espíritu de terror y de amenaza, y bajo de esta idea es como la representa el Apóstol. La ley nueva por el contraria, siendo una ley de gracia, quo nos comunica por sí misum el Espíritu Santo, y nos eleva h la dignidad de hijos de Dios, nos hace encontrar en la caridad un motivo mas eficaz y mas noble para obedecer. No es esto decir que no sea el mismo Espíritu Santo el autor del temor saludable, y del amor puro y sobrenatural; así lo ha definido la Iglesia, enseñándonos que en la ley nneva, que es una ley de amor, no debe escluirse el temor DOMINGO OCTAVO m de las penas y de la justicia divina, con tal que comprenda las disposiciones señaladas por el santo concilio de Trento. El temor saludable es un don de Dios , lo mismo que el amor; mas estos dones no son iguales aunque vengan de la misma mano. El temor, dice san Aguslin, comienza, por decirlo así, la conversión, y la caridad la acaba. Muchos profetas y patriarcas de la antigua ley han servido á Dios por amor: habíaseles ya desde entonces comunicado por anticipación el espíritu del Evangelio, mirando á los méritos de Jesucristo; mas hoy debe reinar umversalmente este espíritu en todos los fieles, pueslo quo en virtud de la gracia de adopción que hemos adquirido por Jesucristo, no solo debemos llamar á Dios nuestro Señor, sino Padre nuestro. «Habéis recibido,» dice el Apósiol, «el espíritu de adopción de los hijos de Dios en virtud del que clamamos Abba, Padre.» Orno si dijese el Ap
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IÜS Lacéis morir en vosotros, y no cometéis el pecado á<br />
que os solicita la concupiscencia, si domáis vuestras pasiones,<br />
en una palabra, si mortificáis por el espirilu las<br />
obras <strong>de</strong> la carne, viviréis una vida enleramente espiritual,<br />
vida snbrenalmal, vida cristiana sobre la tierra, la<br />
cual será seguida <strong>de</strong> la bienaventuranza en el cielo. Vívese<br />
según la carne, cuando se hacen las obras do ella,<br />
cuando se vive según el espíritu y las máximas <strong>de</strong>l mundo;<br />
y esta vida no tiene otro término que el inOerno. Vívese<br />
según el espíritu <strong>de</strong> Jesucristo, cuando se vive conforme<br />
al espíritu y las máximas <strong>de</strong>l Evangelio. La vida <strong>de</strong>l<br />
espíritu es la vida <strong>de</strong> la gracia, y ayudados <strong>de</strong> esta gracia<br />
nos mortificamos, domamos las pasiones, reprimimos<br />
las malignas impresiones <strong>de</strong> la concupiscencia, y <strong>de</strong>jamos<br />
<strong>de</strong> obrar las obras <strong>de</strong> la carne.<br />
«Porque todos los que obran por el espíritu do Dios,<br />
son hijos <strong>de</strong> Dios;» y pue<strong>de</strong> añadirse que no hay propiamente<br />
otros hijos <strong>de</strong> Diosqno los que están animados <strong>de</strong>l<br />
espíritu <strong>de</strong> Dios, que obran por la dulce impresión <strong>de</strong> este<br />
divino espíritu, que siguen sus luces y sus movimientos.<br />
Si nuestras obras, por mas laudables que sean, por mas<br />
buenas qnc parezcan, tienen otro motivo, nacen <strong>de</strong> Otro<br />
principio, son obras vacías, obras <strong>de</strong>fectuosas, obras<br />
muertas, por las cuales nos dice Dios: «No os conozco.»<br />
No así las <strong>de</strong> aquellos á quienes el espíritu <strong>de</strong> Dios hace<br />
obrar, dice san Agustín, nó por fuerza ni con violencia,<br />
sino exhortando por medio <strong>de</strong> sus dulces inspiraciones,<br />
ilustramlo con sus vivas hiecs, ayudando cotr los auxilios<br />
do su gracia. «Sabemos,» conlinúa el Apósiol, «que todas<br />
las cosas concunen al bien <strong>de</strong> los que aman á Dios.»<br />
Si no obraseis nada, «si nada hicieseis,» aña<strong>de</strong> el sanio<br />
Doctor (serm. 13. do verb. Aposl.) «no podría <strong>de</strong>cirse que<br />
cooperabais con el Espíritu Sanio.» El hombre coopera á<br />
su conversión con e! Espíritu Santo; mas no coopera sino<br />
con el auxilio <strong>de</strong> la gracia.<br />
Por lo <strong>de</strong>más, «vosotros no habéis recibido el espíritu<br />
<strong>de</strong> servidumbre <strong>de</strong> modo que viváis <strong>de</strong> nuevo en el temor.»<br />
Nó, no es ya un espíritu <strong>de</strong> temor el que <strong>de</strong>be haceros<br />
obrar como si continuaseis esclavos; el motivo que<br />
<strong>de</strong>be conduciros, y <strong>de</strong>be ser como el alma <strong>de</strong> todas vuestras<br />
obras, <strong>de</strong>spués que habéis llegado á ser hijos adoptivos<br />
<strong>de</strong>l Padre celestial, es el espíritu <strong>de</strong> amor. El espíritu<br />
<strong>de</strong> la ley <strong>de</strong> Moisés era un espíritu <strong>de</strong> temor; el espíritu<br />
<strong>de</strong>l Evangelio <strong>de</strong> Jesucristo es un espíritu <strong>de</strong> amor. La<br />
antigua ley liabia sido promulgada entre luirnos y relámpagos<br />
que siempre inspiran terror; la ley nueva nació sobre<br />
el Calvario, sufriendo el Salvador la muerte por efecto<br />
<strong>de</strong> su gran<strong>de</strong> amor : era raro en el rinliguo Testamento<br />
el que se sirviese á Dios por puro amor; el temor <strong>de</strong> los<br />
castigos era el principal motivo que animaba á aquel pueblo<br />
carnal, á aquellos siervos medio esclavos; en el nuevo<br />
quiere Dios ser servido por amor. El espíritu propio <strong>de</strong> la<br />
ley <strong>de</strong> Moisés era un espíritu <strong>de</strong> terror y <strong>de</strong> amenaza, y<br />
bajo <strong>de</strong> esta i<strong>de</strong>a es como la representa el Apóstol. La ley<br />
nueva por el contraria, siendo una ley <strong>de</strong> gracia, quo nos<br />
comunica por sí misum el Espíritu Santo, y nos eleva h la<br />
dignidad <strong>de</strong> hijos <strong>de</strong> Dios, nos hace encontrar en la caridad<br />
un motivo mas eficaz y mas noble para obe<strong>de</strong>cer. No<br />
es esto <strong>de</strong>cir que no sea el mismo Espíritu Santo el autor<br />
<strong>de</strong>l temor saludable, y <strong>de</strong>l amor puro y sobrenatural; así<br />
lo ha <strong>de</strong>finido la Iglesia, enseñándonos que en la ley nneva,<br />
que es una ley <strong>de</strong> amor, no <strong>de</strong>be escluirse el temor<br />
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<strong>de</strong> las penas y <strong>de</strong> la justicia divina, con tal que comprenda<br />
las disposiciones señaladas por el santo concilio <strong>de</strong><br />
Trento. El temor saludable es un don <strong>de</strong> Dios , lo mismo<br />
que el amor; mas estos dones no son iguales aunque vengan<br />
<strong>de</strong> la misma mano. El temor, dice san Aguslin, comienza,<br />
por <strong>de</strong>cirlo así, la conversión, y la caridad la acaba.<br />
Muchos profetas y patriarcas <strong>de</strong> la antigua ley han<br />
servido á Dios por amor: habíaseles ya <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces comunicado<br />
por anticipación el espíritu <strong>de</strong>l Evangelio, mirando<br />
á los méritos <strong>de</strong> Jesucristo; mas hoy <strong>de</strong>be reinar<br />
umversalmente este espíritu en todos los fieles, pueslo<br />
quo en virtud <strong>de</strong> la gracia <strong>de</strong> adopción que hemos adquirido<br />
por Jesucristo, no solo <strong>de</strong>bemos llamar á Dios nuestro<br />
Señor, sino Padre nuestro. «Habéis recibido,» dice el<br />
Apósiol, «el espíritu <strong>de</strong> adopción <strong>de</strong> los hijos <strong>de</strong> Dios en<br />
virtud <strong>de</strong>l que clamamos Abba, Padre.» Orno si dijese el<br />
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