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Tomo Cuatro Leyenda de Oro -Vidas de Los Martires-

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LA<br />

lanío licmpo había gomia bajo <strong>de</strong> un po<strong>de</strong>r eslranjero. Señor,<br />

le dijeron, ¿es ahora cuando <strong>de</strong>béis restablecer el<br />

pueblo <strong>de</strong> Israel en su primitivo esplendor, y ha llegado<br />

ya el tiempo <strong>de</strong> volverle á dar reyes, que vuelvan á sentarse<br />

en el trono los hijos <strong>de</strong> Abraham, here<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> David?<br />

Después <strong>de</strong> beber triunfado tan gloriosamente do<br />

vuestros enemigos, ¿podríais <strong>de</strong>jar por mas tiempo á este<br />

pueblo en la servidumbre?<br />

ASCENSION.<br />

Kl Salvador les respondió con su ordinaria mansedumbre,<br />

escusando su grosería, porque no habiendo aun <strong>de</strong>scendido<br />

sobre ellos el Espíritu Santo, tenian muy poca inteligencia<br />

para penetrar bien las cosas espirituales y divinas.<br />

Contentóse con insinuarles dos verda<strong>de</strong>s imporlanlos<br />

que no <strong>de</strong>bian ignorar. La una era que el reino <strong>de</strong> Israel,<br />

do que hablaban los profetas, y que él había venido á establecer,<br />

y en el cual queria darles los primeros cargos,<br />

no consistía en un po<strong>de</strong>r soberano que hubiesen <strong>de</strong> tener<br />

los judíos sobre los <strong>de</strong>más pueblos, sino en mi imperio<br />

absoluto do Dios sobre ellos, y sobre todos los pueblos que<br />

llamaría á su Iglesia. En esta nueva Iglesia que acababa<br />

<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r á la sinagoga, y que él llamaba su reino, era<br />

en don<strong>de</strong> <strong>de</strong>bía cumplise todo lo que había prometido en<br />

otro tiempo por sus profetas. En esta Iglesia era en don<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>bía reinar en efecto mas absoluta y mas universalmcntc<br />

que nunca, tanto sóbrelos entendimientos por la fé. como<br />

sobre los corarones por la caridad, hasta que en los últimos<br />

tiempos reuniese el pueblo judío y el pueblo cristiano<br />

bajo <strong>de</strong> la misma ley, en la misma Iglesia.<br />

la otra verdad era que en este reino, todo espirilual,<br />

<strong>de</strong>bian suce<strong>de</strong>r gran<strong>de</strong>s cosas que resplan<strong>de</strong>cerían en lo<br />

sucesivo, pero que era inútil querer saber cuándo suce<strong>de</strong>n'an;<br />

que faabia aconlecimienfos cuyo conocimiento se<br />

reservaba su Padre, esto es, que Dios no quería revelar á<br />

los hombres; y que eran secretos en que no les convenia<br />

el quererse ingerir. Que si los había elegido por un favor<br />

especial pnra que fuesen sus principales ministros, no lo<br />

había hecho por su habilidad, ni en virtud <strong>de</strong> sus gran<strong>de</strong>s<br />

talentos; que no exigía <strong>de</strong> ellos mas que una entera sumisión<br />

á su voluntad, y una obediencia perfecta. Que <strong>de</strong>bian<br />

estar seguros que servían á un buen Señor, igualroénte<br />

bueno y po<strong>de</strong>roso, que no les empefiaria en ningún<br />

empleo sin darles los medios y los tálenlos necesarios<br />

para cumplir Uiguamenle con el; que como él ya sabia<br />

que ellos mismos no tenían mas que ílaqueza, por eso les<br />

preparaba un gran<strong>de</strong> auxilio; que <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> pocos (lias<br />

(lescemk-ria <strong>de</strong>l cielo sobre ellos el Espíritu Santo, el cual<br />

les inspiraría un ánimo y un don <strong>de</strong> fortaleza y <strong>de</strong> sabiduría<br />

que nada seria capaz <strong>de</strong> resistir. Adquiriréis entonces<br />

una perfecta inteligencia <strong>de</strong> las verda<strong>de</strong>s sublimes y<br />

<strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s misterios que tanto trabajo os costaba compren<strong>de</strong>r;<br />

entonces se <strong>de</strong>svanecerán todos vuestros temores,<br />

y tendréis ánimo para predicar mi divinidad y^rni<br />

Evangelio en medio <strong>de</strong> Jerusalen y en el templo. Vosotros<br />

le predicarois con intrepi<strong>de</strong>z á presencia <strong>de</strong> mis mas moríales<br />

enemigos; en todos los pueblos <strong>de</strong> la Ju<strong>de</strong>a, en la<br />

Samaria, don<strong>de</strong> reinan tantos siglos haco la superstición<br />

y la impiedad, y no limitareis á esto solo vuestro zelo;<br />

con el tiempo llevareis mí nombre mas allá <strong>de</strong> los mares,<br />

é iréis á aunciar mi Evangelio hasta los últimos cstremos<br />

<strong>de</strong>l mundo; y si <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> vueslros días quedan todavía<br />

pueblos que instruir, vuestros sucesores animados <strong>de</strong>l mismo<br />

¿elo y <strong>de</strong>l mismo espíritu, continuarán vueslros trabajos,<br />

y llevarán las luces <strong>de</strong> este Evangelio hasta los climas<br />

mas remotos <strong>de</strong> la tierra.<br />

Uabiendo concluido el Salvador esta úllima conversación,<br />

llevó á aquella bienavenlurada grey fuera <strong>de</strong> la ciudad,<br />

á la parte <strong>de</strong> Belhania, y les hizo subir la montaña <strong>de</strong><br />

los Olivos, distante cei'ca <strong>de</strong> dos mil pasos <strong>de</strong> Jerusalen.<br />

Habiendo llegado á lo alto <strong>de</strong> la montaña, levantó Jesús<br />

los ojos y las manos al cíelo, <strong>de</strong>spués fijándolos on sus<br />

amados discípulos, que estaban todos reunidos en re<strong>de</strong>dor<br />

<strong>de</strong> él, Ies bendijo; y en aquel momento, mientras que sus<br />

corazones ardían en un nuevo fuego divino, lodos entornecídos<br />

basta <strong>de</strong>rramar lágrimas, fijos amorosamente en<br />

él sus ojos, le vieron todos elevarse poco á poco al cielo.<br />

Entonces redoblando con sus lágrimas sus votos, su ternura,<br />

sus trasportes <strong>de</strong> amor, le adoraron con el mas profundo<br />

respeto, y le siguieron con los ojos, sin <strong>de</strong>jarle <strong>de</strong><br />

mirar hasta que le perdieron <strong>de</strong> vista, y una brillanle nube<br />

que le envolvió le sustrajo á sus miradas. Era esta nube<br />

como un velo muy trasparente que no se les ocultaba enteramente<br />

<strong>de</strong> la vista ; y sin embargo, era suficiente espeso<br />

para impedir que "el estraordinario resplandor <strong>de</strong> su<br />

cuerpo glorioso les <strong>de</strong>slumhrase. Veíanle subir poco á poco,<br />

hasta que por fin habiéndose recogido la nube bajo <strong>de</strong><br />

sus piés, y ocultándolo <strong>de</strong>l todo, le perdieron <strong>de</strong> vista.<br />

Desapareció, pues, en un instante; mas aunque ya no le<br />

veían, continuaban fijos sus ojos en la nube sobre la cual<br />

era llevado, y que le servia do carro <strong>de</strong> triunfo. Hubieran<br />

permanecido así mucho tiempo arrebatados <strong>de</strong> la admiración,<br />

y como eslasiados, si dos ángeles vestidos <strong>de</strong> blanco,<br />

semejantes á los que se habían aparecido cerca <strong>de</strong>l sepulcro<br />

al tiempo <strong>de</strong> su resurrección en forma humana, no les<br />

hubiesen hecho volver en si <strong>de</strong> un asombro tan profundo.<br />

Queriendo consolar estos enviados <strong>de</strong>l Altísimo á aquellos<br />

discípulos <strong>de</strong>l Salvador, afligidos por una separación que<br />

tanto les costaba: Hombres <strong>de</strong> Galilea, les dijeron, ¿poiqué<br />

permanecéis ahí con los ojos fijos en el cielo? Jesús,<br />

vuestro divino Maestro, á quien habéis tenido la dicha <strong>de</strong><br />

poseer tanto tiempo visiblemente sobre la tierra, la ha <strong>de</strong>jado,<br />

por fin, para ir á loimr posesión <strong>de</strong> su reino en el<br />

cielo. No creáis que por eslo os <strong>de</strong>ja; él oslará siempre<br />

con vosotros hasta el fin <strong>de</strong> los siglos, como os lo ha prometido<br />

; aunquo <strong>de</strong> una manera invisible, no por eso os<br />

asistirá menos eficazmente. En el gran día <strong>de</strong>l juicio volverá<br />

visiblemente <strong>de</strong>l mismo modo que le habéis visto hoy<br />

subir á su gloría. En aquel último día <strong>de</strong>l mundo <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>rá<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo mas alio <strong>de</strong> los cíelos con una pompa y una<br />

gloria semejanle á la <strong>de</strong> su ascensión que vosotros habéis<br />

visto con vuestros ojos: entonces hará justicia á todos los<br />

hombres, y se la hará á sí mismo, y hará senlir igualmente<br />

su dulzura á los buenos, y el rigor <strong>de</strong> la justicia á<br />

los malos.<br />

<strong>Los</strong> discípulos escucharon atenlamenle y con sumisión<br />

lo que los ángeles Ies dijeron. Costábales, á la verdad,<br />

mucho trabajo el retirar sus ojos <strong>de</strong> un lugar en don<strong>de</strong><br />

estaba el objeto <strong>de</strong> su amor y su soberano bien. Sin embargo,<br />

obe<strong>de</strong>cieron y se retiraron á Jerusalen, según que<br />

el Salvador se lo había or<strong>de</strong>nado, para esperar allí el don<br />

<strong>de</strong>l cielo, y aun la fuente <strong>de</strong> lodos los dones, pasando los<br />

dias y las noches en la oración y en el reíiro ; leniendo a<br />

su cabeza á la santísima Vígen, que había asistido con lodos<br />

sus apóstoles á la gloriosa y Iriunfanlo ascensión <strong>de</strong><br />

su querido Hijo, y era lodo el consuelo do aquella nociente

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