Tomo Cuatro Leyenda de Oro -Vidas de Los Martires-

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catas smdonem, el deponens cwn, involtil sindone, et posuit eum in monumenlo , quod eral cxcisum depeira. el advohü (apidem ad oslium monumenti. volvió á Jesús dospnes de haberle (|Utladú de la cruz. Después le puso en un sepulcro, abiorlo en la roca, y trajo rodando una piedra hasla colocarla en !a entrada del sepulcro. MEDITACION. De la pasión de Jcsueristo en el huerlo de los Olivos. PtLYro PRiMEiio.—Considera lo que pasa en el primer teatro de la pasión del Salvador. Aunque jamás sintió en su alma otras pasiones que las que él escitaba en ella, quiso entonces por nuestro amor entregarse á las mas crueles y á las mas violentas Él comienza su pasión por los dolores interiores y por el suplicio del corazón. Una multitud deobjetos á cual mas tristes y mas espantosos se presenta á su imaginación, y le hace sentir anticipadamente toda su pa.-ion. Se representa del modo mas vivo, con qué ignominia va á ser arraslrado por las calles de Jerusalen cual si fuese un malvado, cubierto de salivas, desgarrado con los azotes, y coronado de espinascomo un impostor; clavado en On en una cruz, como el oprobio del género humano, y la execración de su pueblo. ¿Qué impresión no debió hacer en el espíritu y en el corazón del hombre-Dios una imagen tan espantosa? ¿Y qué impresión hace en el mió? ¡Qué tristeza y qué dolor cuando se representaba la negra traición de su discípulo, la horrible ingratitud de un pueblo colmado de sus beneficios, y el cobarde abandono de sus apóstoles! Seria necesario poder comprender la bondad, la (ci nura, la sensibilidad del mejor de los corazones que jamás bubo, para concebir lo que debió sufrir Jesucristo por la viva y sensible representación de este esceso de ingratitud. En efecto, es tan estremado el esceso de sus penas intei'iores, que no pudo disimularle, y lo declara él mismo á sus apóstoles. Yo sufro. Ies dice, y mi tristeza es tan esti aoidinaria y tan sensible, que es capaz de causarme la muerte, los apóstoles son testigos de ella, y léjos de consolarle se duermen. ¡O mi dulce Jesús! ¡esta indiferencia es para vos un tormento cruel, y para mí una cruel infamia! El Salvador vuelve ni lugar de su oración, y redoblando su fervor, redobla sus penas; nada se esconde ni á su imaginación, ni a su corazón; reúne en su idea todos los tormentos, todas las circunstancias de su pasión; penetra lodo su rigor, percibe muy despacio toda su amargura. El espanto se apodera de él, y le reduce á una postración que le lleva hasta el deliquio. ¡O mi dulce Jesús! ¡cuánto cuesta el amarine con tanto esceso! ¡cuándo os amaré yo con menos indiferencia! Pero lo que acibara su dolor, es el ver por un conocimiento anticipado, elesti año abuso que harán tantos pecadores de las gracias que él Ies va á merecer con su sangre. Nuestros pecados, nuestra insensibilidad, nuestra iutí' atitud son las que en parte constituyen la causa de su tlolor, esto la traición de Judas, esto elendurecimienlo de 6* propio pueblo. TOMO IV. SANTO. 305 ¡Ah, mi dulce Jesús! ¡qué Iraslorno es este! ¿Vos oprimido de tristeza, á vista de lo que debéis sufrir por mis pecados; y yo que he pecado, pretendo pasar mis díasen la alegría?¿Vos arrastrado con infamia sin decir una palabra; y yo reviento en quejas, y me resiento con los mas vivosdeseos de venganza, con solo imaginarme que no so me ha honrado tanto como deseo? ¿Creeré yo lo que acabo de meditar, sin que me enternezca una verdad tan interesante? ¿Qué presagia entonces mi insensibilidad? PUNTO SEGUNDO.—Considera que es preciso que hayan sido escesivos los dolores de Jesucristo en el huerlo de los Olivos, puesto que de todas las penas que el Salvador ha sufrido en su pa&ion, puede decirse que esta es la única do que se ha quejado. No espera á que sus verdugos vengan á derramar su sangre; quiere convencernos que él mismo es el que con plena voluntad se entrega y se inmola por la salud de los hombres; y de esto estamos bien convencidos. Del lugar de su oración hace un altar que riego con su sangre; el amor solo hace aquí propiamente el oflcio de sacrificador; este amable Salvador postrado sobre su aliar es la víctima de este doloroso sacrificio, y el ardor en que arde su corazón es el fuego; y todo esto se hace por nosotros; por nuestro amor va á consumarse este sangriento sacrificio. Descúbrese bien, mi divino Salvador, que vuestra pasión es el efecto de vuestro amor, y lo único que encontramos en ella que no es de vuestro agrado son nuestras infidelidades y nuestra ingratitud, y esto es también otro de los motivos de vuestra mortal tristeza. No es el cáliz, aunque demasiado amargo, el que Jesús rehusa beber. Por lo que hace á los azotes, los oprobios, la corona de espinas, los clavos y la cruz, habia ya mucho tiempo que todo esto era el objeto de sus mas fervientes deseos, para que ahora lo mirase como un objeto de horror, y le causase una repugnancia tan horrible. Solo, pues, la perfidia de Judas, la reprobación del pueblo judío, la perdida de tantos reprobos, nuestros propios pecados, nuestros desórdenes, son la causa de su tristeza y de su disgusto. Sí, Señor, nuestros desórdenes, presentes entonces á vuestro espíritu, era lo que os aíligia; pero ¿y no os consolaré yo nunca con mi conversión y con mi penitencia? ¿Sereducirá toda mi religión á algunos sentimientos pasajerosde compasión, al paso que con mis pecados contribuyo tan poderosamente á aumentar vuestra tristeza? y estas reflexiones que yo hago ahora, y que debo á los méritos de esa sangre preciosa de que os veo empapado, ¿no vendían á ser para mí algún dia un nuevo motivo de condenación, si no me aprovecho de ellas? Un apóstol pervertido es el que entrega á Jesucristo, y le entrega con un beso. ¡Ah, Señor! ¿en qué lugar, en qué estado en la tierra estaremos en perfecta seguridad, y qué pretesío puede jamás sufragarnos para no temer? ¡Obi ¡qué difícil es, qué rara la conversión de un discípulo, de un apóstol pervertido! Así un alma que ha servido á Dios, que ha gustado de Dios, y que se estravía, cae en los mas profundos precipicios, y con dificultad vuelve de sus eslravíos. No permitáis, mi divino Salvador, que me suceda semejante desgracia. Movido del estado sangriento á que os han reducidomis pecados, recurriré todavía á esta sangre; mi conüaiua estriba en esta preciosa sangre, y á ella es- 39

300 MIFJICOLKS pero dfber mi salvación y todas las gracias que os pidiere, y que yo espero de vuestra misericordia para ser del número de los elegidos. JACULATORIAS.—Sí, Sefior, vos os habéis constituido el Salvador y el esposo de nuestras almas, á costa de vuestra sangre. (Exodo 4.) ¿Por qué, Señor, tenéis vuestra vestidura roja con vuestra sangre? (Isaías 63.) Hiorósrros. í La vista sola de nuestros pecados causa á Jesucristo wna tristeza mortal, y anega su corazón en la amargura, y eslos mismos pecados apenas pueden arrancarnos una lágrima. Estamos cargados de pecados, ¿pero estamos muy inconsolables? ¡Cosaestrafia! pecase, y se queda imolranqmlo;¿y qué (listeza, qué vivo dolor sigue á nuestros pecados? ¿ilállanse mucLo? pecadores que [Hiedan decir coiiioí)avid: Vos sabéis. Señor, cuánto llatilo me. lian costado ya mis pecados; jo los lloraré lodo el resto de mi vida, y emplearé en llorarlos hasta el tiempo destinado para mi reposo? ¡Qué gran motivo de asombro y de embarazo es esta rareza de contricioíi! Examinad cuál ha sido hasta aquí la vuestra. ¿Hasido verdadera? Muy difíciles que se baja detestado sinceramcnle'una falla que se comete á sangre fi'ia poco después de esta pretendida detestación. La contrición para ser verdadera debe ser interior, soberana y universal; esto es, que es preciso que el dolor esté .en el corazón, que sea oscilado por la fé y por un movimiento del Espírilu Sanio, y nó por un puro motivo natural; que sea mayor que cualquiera otro dolor que podamos senlir, aun cuando no sea tan sensible. Tiénese un dolorsoberano cuando le es á uno mas doloroso el haber ofendido á Dios, que-el-haber perdido lo que tenia mas amado en el mundo, y se preliere Dios á todas las cosas: llénese un dolor universal, cuando se detestan universalmente lodos los pecados mortales queso han cometidosin cscepluar uno solo. ¿Ha lonido siempre vuestra contrición estas condiciones? ¡Cuántos se imaginan haber tenidocon- Iricion, poi que han recitado de labios afuera un acto de contrición que han aprendido de memoria, oque han cnconírado en su devocionario! Nada prueba mejor el vacío y la falsa apariencia de nuestras conlriciones que nueslra poca emnienda; di-sengañémonos, es una señal de no baber formado verdadera contrición,cuando no hay verdadera conversión. ¿Queréis conocer si detestáis verdaderamenle el pecado? mirad si detestáis verdaderamente lodas las ocasiones; si las huís; si os valéis de todos los preservativos para no caer; si recurris á la oración. ¡Cuántas malas confesiones por la falla de verdadera contrición', ¡cuántas confesiones nulas! Examinad hoy con cuidado,si todas las que habéis hecho están exentas de este'defeclo; señalad los punios quees necesario inmediatamente remediar, y lomad lodas las medidas para que de hoy en adelanle no necesite vuestra cond ición de pcnilencia. 2 Ordinariamente so cae en el error de emplear todo el tiempo en pensar en los pecados, sin eseilarse á la con- Iricion que debe tenerse de ellos. Es necesario, pues, emplear á lo menos lanío tiempo en escitarse á la contrición, como en hacer el exámen. Aplicaos á hacer frecuenbunal de la penitencia para detestar vuestros pecado?-; repasad todos los años de vuestra vida en la amargura de vuestro corazón, cuanlas veces hiciereis oración á Dios ó asistiereis á la misa. Muchas personas lo hacen á lodas las horas; la práctica es fácil; una ojeada sobre todas las iniquidades pasadas, con vivosentimienlo de haber desagrado á Dios solo por su bondad iníinila, apenas pide mas que un momento, y esta santa práctica trae una utilidad muy grande: comenzad desde hoy á hacérosla familiar. MIERCOLES SANTO. En esle día propiarmmle comienza el gran lulo de la Iglesia ; porque en él fué cuando se reunieron los príncipes de los sacerdotes, los escribas -b doctores de la ley, y los ancianos ó magistrados, paca deliberar sobre los medios de verificar, por fin, la prisión de Jesucristo, y en él quedó resuella su muerte. Por esto, después del Yieines sanio, no hay oli o que eslé mas parlicularmeiile consagrado á la pasión de Jesucristo. El Miércoles sardo fué cuando se dictó el decreto de muerte contra este divino Salvador, y el Viernes santo coando se ejecutó esta cruel é injusta sentencia. Esto es lo que ha movido á la iglesia (según san Aguslin y los demás santos Padres) á eslablecer la estación, ó sean ciertas oraciones, y el auino de los miércoles como de los viernes del año, cuyos dias han sido siempre mirados por los fieles como (has singularmenle consagrados á los ejercicios de la penitencia. Dos dias ánles de la Pascua fué cuando los judies tuvieron esle consejo de iniquidad. Convínose en él en que so lomarian medidas á pi opósilo para apoderarse con seguridad y con maña de Jesucrislo ; que era preciso quo esto se hiciese duranlc la noche, para que los que le seguían por el día no estuviesen en disposición de defenderle; y que no se Baria duranlc la liesta, no fuese quo so susciíase alguna conmoción popular por esle motivo. Pero sabiendo el Salvador que su hora habia llegado, hizo ver que él mismo era el que disponía, así del (lempo como de la manera de su muerte; porque habiéndose presentado el infeliz apóstala Judas para tratar con ellos sobre la enlrega-de su Maestro, les hizo mudar y adelantar sus resoluciones. El introito de la misa de esle dia está lomado del segundo eapílulo de la caria de san Pablo á los íilipenses, en la que el santo Apóslol, después de haberles desenvuelto el gran misterio de las profundas humillaciones de Jesucrislo, verdadero Dios y verdadero hombre, les hace ver la gloria inmensa que ha seguido á estas asombrosas humillaciones;}' que si este divino Salvador se ha humillado sin medida, ha sido á proporción exaltado y glorificado: ((One á la invocación del nombra de Jesús dobla la rodilla todo lo que-hay en el cielo, en la tierra, y en lus infiernos, porque el Señor ha sido obediente hasta morir, y morir en la cruz; y que por esto, nuestro Seiíor Jesucrislo está en la gloria de Dios Padre, » esto es, que Jesucristo, Dios y hombre, está verdaderamente en el cielo, á la diestra de su Padre celestial, gozando de la gloria que le es debida como Dios, y de la que justamenlo se ha adquirido por lemenle. durante el dia, actos dcconlricion; hacéoslos fa- " sus tormentos como Dios y hombre. « Escuchad, Señor, miliares para quo no os coja de nuevo el hacerlos en las mi oración, y lleguen hasta vos mis clamores: » estas cercauías déla muti le. No esperéis á estar al piédellri- palabras están tomadas del profeta David sumergido en

catas smdonem, el <strong>de</strong>ponens<br />

cwn, involtil sindone,<br />

et posuit eum in monumenlo<br />

, quod eral cxcisum<br />

<strong>de</strong>peira. el advohü<br />

(api<strong>de</strong>m ad oslium monumenti.<br />

volvió á Jesús dospnes <strong>de</strong> haberle<br />

(|Utladú <strong>de</strong> la cruz. Después<br />

le puso en un sepulcro,<br />

abiorlo en la roca, y trajo rodando<br />

una piedra hasla colocarla<br />

en !a entrada <strong>de</strong>l sepulcro.<br />

MEDITACION.<br />

De la pasión <strong>de</strong> Jcsueristo en el huerlo <strong>de</strong> los Olivos.<br />

PtLYro PRiMEiio.—Consi<strong>de</strong>ra lo que pasa en el primer<br />

teatro <strong>de</strong> la pasión <strong>de</strong>l Salvador.<br />

Aunque jamás sintió en su alma otras pasiones que las<br />

que él escitaba en ella, quiso entonces por nuestro amor<br />

entregarse á las mas crueles y á las mas violentas Él comienza<br />

su pasión por los dolores interiores y por el suplicio<br />

<strong>de</strong>l corazón.<br />

Una multitud <strong>de</strong>objetos á cual mas tristes y mas espantosos<br />

se presenta á su imaginación, y le hace sentir anticipadamente<br />

toda su pa.-ion.<br />

Se representa <strong>de</strong>l modo mas vivo, con qué ignominia<br />

va á ser arraslrado por las calles <strong>de</strong> Jerusalen cual si fuese<br />

un malvado, cubierto <strong>de</strong> salivas, <strong>de</strong>sgarrado con los azotes,<br />

y coronado <strong>de</strong> espinascomo un impostor; clavado en<br />

On en una cruz, como el oprobio <strong>de</strong>l género humano, y la<br />

execración <strong>de</strong> su pueblo. ¿Qué impresión no <strong>de</strong>bió hacer<br />

en el espíritu y en el corazón <strong>de</strong>l hombre-Dios una imagen<br />

tan espantosa? ¿Y qué impresión hace en el mió?<br />

¡Qué tristeza y qué dolor cuando se representaba la negra<br />

traición <strong>de</strong> su discípulo, la horrible ingratitud <strong>de</strong> un<br />

pueblo colmado <strong>de</strong> sus beneficios, y el cobar<strong>de</strong> abandono<br />

<strong>de</strong> sus apóstoles! Seria necesario po<strong>de</strong>r compren<strong>de</strong>r la<br />

bondad, la (ci nura, la sensibilidad <strong>de</strong>l mejor <strong>de</strong> los corazones<br />

que jamás bubo, para concebir lo que <strong>de</strong>bió sufrir<br />

Jesucristo por la viva y sensible representación <strong>de</strong> este esceso<br />

<strong>de</strong> ingratitud.<br />

En efecto, es tan estremado el esceso <strong>de</strong> sus penas intei'iores,<br />

que no pudo disimularle, y lo <strong>de</strong>clara él mismo á<br />

sus apóstoles. Yo sufro. Ies dice, y mi tristeza es tan esti<br />

aoidinaria y tan sensible, que es capaz <strong>de</strong> causarme la<br />

muerte, los apóstoles son testigos <strong>de</strong> ella, y léjos <strong>de</strong> consolarle<br />

se duermen. ¡O mi dulce Jesús! ¡esta indiferencia<br />

es para vos un tormento cruel, y para mí una cruel infamia!<br />

El Salvador vuelve ni lugar <strong>de</strong> su oración, y redoblando<br />

su fervor, redobla sus penas; nada se escon<strong>de</strong> ni á su<br />

imaginación, ni a su corazón; reúne en su i<strong>de</strong>a todos los<br />

tormentos, todas las circunstancias <strong>de</strong> su pasión; penetra<br />

lodo su rigor, percibe muy <strong>de</strong>spacio toda su amargura.<br />

El espanto se apo<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> él, y le reduce á una postración<br />

que le lleva hasta el <strong>de</strong>liquio. ¡O mi dulce Jesús! ¡cuánto<br />

cuesta el amarine con tanto esceso! ¡cuándo os amaré<br />

yo con menos indiferencia!<br />

Pero lo que acibara su dolor, es el ver por un conocimiento<br />

anticipado, elesti año abuso que harán tantos pecadores<br />

<strong>de</strong> las gracias que él Ies va á merecer con su sangre.<br />

Nuestros pecados, nuestra insensibilidad, nuestra iutí'<br />

atitud son las que en parte constituyen la causa <strong>de</strong> su<br />

tlolor, esto la traición <strong>de</strong> Judas, esto elendurecimienlo <strong>de</strong><br />

6* propio pueblo.<br />

TOMO IV.<br />

SANTO. 305<br />

¡Ah, mi dulce Jesús! ¡qué Iraslorno es este! ¿Vos oprimido<br />

<strong>de</strong> tristeza, á vista <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>béis sufrir por mis<br />

pecados; y yo que he pecado, pretendo pasar mis díasen<br />

la alegría?¿Vos arrastrado con infamia sin <strong>de</strong>cir una palabra;<br />

y yo reviento en quejas, y me resiento con los mas<br />

vivos<strong>de</strong>seos <strong>de</strong> venganza, con solo imaginarme que no so<br />

me ha honrado tanto como <strong>de</strong>seo? ¿Creeré yo lo que acabo<br />

<strong>de</strong> meditar, sin que me enternezca una verdad tan<br />

interesante? ¿Qué presagia entonces mi insensibilidad?<br />

PUNTO SEGUNDO.—Consi<strong>de</strong>ra que es preciso que hayan<br />

sido escesivos los dolores <strong>de</strong> Jesucristo en el huerlo <strong>de</strong> los<br />

Olivos, puesto que <strong>de</strong> todas las penas que el Salvador ha<br />

sufrido en su pa&ion, pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse que esta es la única do<br />

que se ha quejado.<br />

No espera á que sus verdugos vengan á <strong>de</strong>rramar su<br />

sangre; quiere convencernos que él mismo es el que con<br />

plena voluntad se entrega y se inmola por la salud <strong>de</strong> los<br />

hombres; y <strong>de</strong> esto estamos bien convencidos. Del lugar<br />

<strong>de</strong> su oración hace un altar que riego con su sangre; el<br />

amor solo hace aquí propiamente el oflcio <strong>de</strong> sacrificador;<br />

este amable Salvador postrado sobre su aliar es la víctima<br />

<strong>de</strong> este doloroso sacrificio, y el ardor en que ar<strong>de</strong> su<br />

corazón es el fuego; y todo esto se hace por nosotros; por<br />

nuestro amor va á consumarse este sangriento sacrificio.<br />

Descúbrese bien, mi divino Salvador, que vuestra pasión<br />

es el efecto <strong>de</strong> vuestro amor, y lo único que encontramos<br />

en ella que no es <strong>de</strong> vuestro agrado son nuestras infi<strong>de</strong>lida<strong>de</strong>s<br />

y nuestra ingratitud, y esto es también otro <strong>de</strong><br />

los motivos <strong>de</strong> vuestra mortal tristeza.<br />

No es el cáliz, aunque <strong>de</strong>masiado amargo, el que Jesús<br />

rehusa beber. Por lo que hace á los azotes, los oprobios,<br />

la corona <strong>de</strong> espinas, los clavos y la cruz, habia ya mucho<br />

tiempo que todo esto era el objeto <strong>de</strong> sus mas fervientes<br />

<strong>de</strong>seos, para que ahora lo mirase como un objeto <strong>de</strong> horror,<br />

y le causase una repugnancia tan horrible. Solo, pues,<br />

la perfidia <strong>de</strong> Judas, la reprobación <strong>de</strong>l pueblo judío, la<br />

perdida <strong>de</strong> tantos reprobos, nuestros propios pecados,<br />

nuestros <strong>de</strong>sór<strong>de</strong>nes, son la causa <strong>de</strong> su tristeza y <strong>de</strong> su<br />

disgusto.<br />

Sí, Señor, nuestros <strong>de</strong>sór<strong>de</strong>nes, presentes entonces á<br />

vuestro espíritu, era lo que os aíligia; pero ¿y no os consolaré<br />

yo nunca con mi conversión y con mi penitencia?<br />

¿Sereducirá toda mi religión á algunos sentimientos pasajeros<strong>de</strong><br />

compasión, al paso que con mis pecados contribuyo<br />

tan po<strong>de</strong>rosamente á aumentar vuestra tristeza? y<br />

estas reflexiones que yo hago ahora, y que <strong>de</strong>bo á los<br />

méritos <strong>de</strong> esa sangre preciosa <strong>de</strong> que os veo empapado,<br />

¿no vendían á ser para mí algún dia un nuevo motivo <strong>de</strong><br />

con<strong>de</strong>nación, si no me aprovecho <strong>de</strong> ellas? Un apóstol pervertido<br />

es el que entrega á Jesucristo, y le entrega con un<br />

beso. ¡Ah, Señor! ¿en qué lugar, en qué estado en la<br />

tierra estaremos en perfecta seguridad, y qué pretesío<br />

pue<strong>de</strong> jamás sufragarnos para no temer? ¡Obi ¡qué difícil<br />

es, qué rara la conversión <strong>de</strong> un discípulo, <strong>de</strong> un apóstol<br />

pervertido! Así un alma que ha servido á Dios, que ha<br />

gustado <strong>de</strong> Dios, y que se estravía, cae en los mas profundos<br />

precipicios, y con dificultad vuelve <strong>de</strong> sus eslravíos.<br />

No permitáis, mi divino Salvador, que me suceda semejante<br />

<strong>de</strong>sgracia. Movido <strong>de</strong>l estado sangriento á que os<br />

han reducidomis pecados, recurriré todavía á esta sangre;<br />

mi conüaiua estriba en esta preciosa sangre, y á ella es-<br />

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