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ALCANTARA TOLEDO CINTY1 (cHiNa MaYaHuEl)

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<strong>ALCANTARA</strong> <strong>TOLEDO</strong> CINTYA<br />

NIÑOS EN RECLUSORIOS FAMENILES<br />

METODOLOGIA<br />

LIC. MERARI<br />

DERECHO


Las mujeres que purgan sus condenas en los reclusorios femeninos de la<br />

Ciudad de México se enfrentan a todo para sobrevivir. En el de Santa Martha<br />

Acatitla, el problema de la maternidad es oprobioso. Ahí, alrededor de 100<br />

menores cohabitan con sus madres en un sórdido espacio, sin ninguna<br />

garantía. Lo grave es que algunas de ellas admiten que deciden embarazarse<br />

para evitar que las transfieran a un penal de alta seguridad, y se muestran<br />

dispuestas a correr todos los riesgos que ello implica. En este reportaje, a fin<br />

de proteger a los menores y a sus madres, se mantienen en reserva sus<br />

nombres, sustituyéndolos por seudónimos.<br />

MÉXICO, D.F., 3 de marzo (Proceso).- El mundo de Martín mide 7.7 hectáreas,<br />

es gris y con forma octagonal. Más allá, sólo el limbo de un hábitat ruidoso y<br />

desconocido para él.<br />

Y si bien las crayolas de los niños tienen colores vistosos, como el azul, beige<br />

y negro, en el caso de Martín y los casi 100 infantes que, como él, viven en el<br />

reclusorio femenil de Santa Martha Acatitla al lado de sus madres, estos tonos<br />

tienen un significado distinto<br />

En el código penitenciario, el azul corresponde al vestido por las internas más<br />

antiguas y aguerridas, las que mejor defienden su territorio: las sentenciadas.<br />

El beige es para las melancólicas, las confundidas, las que prefieren no dar<br />

problemas, toda vez que su proceso aún no concluye. Pero es el negro el que<br />

cubre los cuerpos de las más temidas, las dueñas de la vida carcelaria: las<br />

custodias.<br />

Según la ley, los bebés que nacen mientras su madre purga una condena en<br />

Santa Martha tienen derecho a permanecer con ellas los primeros cinco años<br />

11 meses. Al cumplir los seis, son enviados con algún familiar o a un hospicio.<br />

Sólo entonces descubren el mundo extramuros.<br />

En este espacio, las reclusas de Santa Martha conviven con sus hijos durante<br />

los primeros años, inmersas en un ambiente sórdido en el cual la<br />

drogadicción, las riñas –provocadas por un litro de leche, por obtener un<br />

chocho o por un pedazo de jabón–, el lesbianismo y los abusos de autoridad<br />

son cotidianos.


Los “juzgadazos”<br />

De 2008 a finales de 2010, el número de menores en Santa Martha aumentó<br />

61.2%, al pasar de 60 a 98. La cifra es exponencial, si se considera que el<br />

crecimiento poblacional oscila en 10% en el reclusorio.<br />

Muchas de las madres de Santa Martha aseguran que su primera opción es<br />

tener a sus hijos con ellas, pues consideran que enviarlos a una institución o<br />

con sus familiares no garantiza a los menores una vida más placentera. “Si a<br />

mí no me cuidaban, ¿qué le van a hacer a mi hijo?”, reflexiona Celia, quien<br />

purga una condena por el delito de daños contra la salud.<br />

Otras dicen que si sus hijos permanecen en el reclusorio ellas tendrán<br />

algunos beneficios, como celdas mejor ubicadas, así como una mejor ración<br />

de comida diaria y otras canonjías; unas más confiesan que en la maternidad<br />

encuentran el ancla para impedir que las trasladen a penales de máxima<br />

seguridad, donde la presencia de niños no está permitida.<br />

Hay internas que han dado a luz en dos ocasiones y tienen a sus hijos en sus<br />

celdas. “Son los juzgados”, comenta una empleada del penal femenil, y relata,<br />

mientras señala a una de ellas: “Esa interna tiene dos hijos, su esposo está<br />

en otro penal. Cuando va al juzgado y se encuentra con él aprovecha para<br />

tener sus encuentros”.<br />

Hoy, ante el disparo de nacimientos, en Santa Martha cunde un rumor: están<br />

preparando una villa para que las internas y sus hijos sean trasladados a las<br />

Islas Marías.<br />

La socióloga Claudia, quien imparte clases a nivel universitario a los presos<br />

de los diferentes centros penitenciarios del Distrito Federal, gracias a un<br />

programa de la Universidad de la Ciudad de México, relata que en Santa<br />

Martha una de sus alumnas faltaba a sus clases con frecuencia y no cumplía<br />

con sus tareas. Cuando asistía a clase, dice, llevaba a su bebé de un año, que<br />

tenía un semblante enfermizo.<br />

Dice que eso le preocupó, por lo que comenzó a apoyarla con dinero. Dejó de<br />

hacerlo cuando descubrió que la propia madre drogaba al bebé para evitar<br />

que llorara. “Cuando sus compañeros me lo dijeron, no lo podía creer. ¿Cómo<br />

pude haber sido tan pendeja y no haberme dado cuenta?”, se pregunta la<br />

profesora.<br />

Ese tipo de maltrato infantil ha dado lugar a “madres sustitutas”: internas que,<br />

aún sin haber engendrado al niño, los cuidan. Esta modalidad se da,<br />

principalmente, cuando las madres biológicas son adictas a alguna sustancia.


“Hay niños que sólo están con su madre, nomás cuando se van a dormir, el<br />

resto del tiempo lo traen otras internas”, asevera Guadalupe, una de las<br />

internas.<br />

Elena Azaola Garrido, especialista en temas de género y reclusorios del<br />

Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social<br />

(CIESAS), considera que más allá de la aplicación de una regla general, cada<br />

caso debería ser analizado de forma individual, para así evaluar si mantener<br />

al menor al lado de su madre presa es en su mejor beneficio.<br />

“Cada caso –dice– debe ser valorado y debe tomarse la mejor decisión, la que<br />

mejor cumpla con los derechos de los niños. No se pueden poner metas<br />

generales y decir, ‘ningún caso’ o ‘en todos los casos’”.<br />

Sobre el uso de la maternidad como vehículo para obtener beneficios y evitar<br />

traslados a otros penales, Azaola Garrido señala que, pese a que pueden<br />

existir estos casos, no se pueden violentar los derechos reproductivos de las<br />

reclusas y, por el contrario, se debe apoyarlas con asesoría e información:<br />

“Es posible que algunas lo intenten (embarazarse para evitar su traslado u<br />

obtener beneficios), aunque de todas formas tienen sus derechos a salvo,<br />

inclusive el de ser madres.<br />

“No por ello se desvirtúan los derechos de los menores. Claro, lo más<br />

conveniente es que ellas pudieran contar con todo el apoyo y toda la asesoría<br />

de lo que implica traer un hijo al mundo y que ellas pudieran tomar una<br />

decisión estando perfectamente informadas, asesoradas, no presionadas o<br />

negándoles su derecho.”<br />

El Cendi<br />

La mayoría de los menores acuden al Centro de Desarrollo Infantil (Cendi) que<br />

existe al interior del reclusorio. Aunque llevar los menores a sus instalaciones<br />

no es obligatorio, sí es una condicionante para que las internas reciban<br />

pañales y leche para sus hijos. “A mí eso es lo único que no me gusta. Que si<br />

no los mandas, no te dan nada”, asegura Celia.<br />

Las educadoras visten batas a cuadros, como en cualquier kínder. En el patio<br />

trasero están los juegos, recientemente donados. En ese espacio los<br />

pequeños interactúan y se divierten hasta que, a las tres de la tarde, sus<br />

madres pasan a recogerlos.


En el Cendi Amalia Solórzano de Cárdenas laboran una directora, una<br />

psicóloga, una trabajadora social, cuatro asistentes educativos y dos<br />

auxiliares administrativas. Algunas internas prestan eventualmente sus<br />

servicios, lo que ha generado el descontento de algunas madres, quienes se<br />

quejan porque, arguyen, algunas de las cuidadoras consumen drogas.<br />

Y aun cuando la mayoría de las madres de los menores que asisten al Cendi<br />

tienen una buena impresión de su funcionamiento, dicen que les gustaría que<br />

no fueran internas las encargadas de apoyar a las profesoras.<br />

Sagrario, quien está en la cárcel por fraude, es una de esas internas que<br />

cuidan a los infantes. Dice que ella también es madre, aunque sus hijos, de 10<br />

y 12 años, ya no están en el reclusorio. Comenta que, aunque pudiera tenerlos<br />

ahí, no lo haría, pues considera que es probable que una larga estancia de los<br />

pequeños en la penal afecta su personalidad.<br />

Sin embargo, dice que cuidar a los hijos de sus compañeras “es un respiro.<br />

Me hago la idea de que son los míos. Muchas mamás sólo lo tienen aquí<br />

porque les conviene. Los cuidan mal y luego nos echan la culpa a nosotras”.<br />

Relata que, a Israel, el bebé de Laura, lo tiraron en una ocasión en el Cendi. La<br />

madre no lo supo por voz de las empleadas del lugar, sino por el moretón que<br />

le descubrió en la frente: “Al principio me negaron todo y yo dejé de llevar a<br />

mi hijo al Cendi como dos meses, pero durante ese periodo me dejaron de dar<br />

pañales y leche, así que tuve que regresar”, dice.<br />

La ración diaria por bebé es de tres pañales y 10 onzas de fórmula de leche,<br />

aunque “si corro con suerte, alcanzo hasta un cuarto de bote”, agrega Laura,<br />

quien llegó a Santa Martha hace cuatro años acusada de ser cómplice en un<br />

secuestro.<br />

Azaola Garrido considera que las condiciones en que se desarrollan los<br />

menores dentro de los centros penitenciarios, no son los adecuados para su<br />

sano desarrollo: “Hay que insistir en que las prisiones que permitan tener ahí<br />

a los niños, deben tenerlos en las mejores condiciones y priorizar sus<br />

derechos”.<br />

Los que vienen de afuera<br />

Eleuteria Román Cuevas, directora de Seguimiento del Sistema Nacional para<br />

Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres del<br />

Inmujeres, comenta que en la mayoría de los reclusorios estatales los hijos de<br />

las presas no son reconocidos en la normatividad.


“Las políticas respecto a los niños quedan al criterio del funcionario en turno.<br />

Los niños y las niñas son invisibles en el sistema penitenciario. Son la deuda<br />

mayor”, explica.<br />

Por ello, dice, no hay un censo nacional actualizado sobre los niños que viven<br />

en las cárceles femeniles, ni cuántos años tienen. La edad máxima permitida<br />

para que los menores permanezcan con sus madres varía en cada entidad.<br />

“Muchas mujeres preferirían que los niños se los llevaran a los tres años,<br />

porque a los seis ya se dan cuenta de muchas cosas: empiezan a socializarse<br />

con el lenguaje que oyen en el reclusorio”, agrega Román Cuevas. Ella<br />

reconoce que los menores que crecen en ese ambiente son más proclives a<br />

delinquir, sobre todo cuando rebasan el límite de edad y su futuro en el<br />

exterior se torna incierto. Ello provoca que muchos de ellos terminen en las<br />

calles.<br />

Para evitar esa situación, es necesario regular el desarrollo de los menores en<br />

los presidios del país. “Los niños tienen reconocido el derecho de crecer en<br />

un ambiente libre de violencia, ahora el Estado tiene que hacer las reformas<br />

pertinentes para lograr que se les garantice ese derecho, así como el de la<br />

alimentación, a la satisfacción de sus necesidades, a la salud y a la<br />

educación”, puntualiza Román Cuevas.<br />

Diana lava la ropa de otras reclusas y hace mandados para sacar sus gastos,<br />

dice, en especial para conseguir los 100 pesos que la institución en donde se<br />

encuentra su hijo Juan, de 12 años, le exige cada mes. En similares<br />

condiciones se encuentran 49 menores (23 hombres y 26 mujeres) cuyas<br />

edades van de los dos a los 18 años.<br />

“Yo prefiero que (mi hijo) no esté conmigo. Aquí se ven muchas cosas que lo<br />

dejarían marcado”, asegura Diana. Y agrega: “Los otros están chiquitos, lo<br />

más probable es que se les olvide el lesbianismo y todo lo demás. Pero a un<br />

niño de 12 años, ¿cómo?”.<br />

La Tercera encuesta a la población en reclusión del DF, realizada por el Centro<br />

de Información y Docencia Económicas (CIDE), estima que 86% de las mujeres<br />

que purgan su condena en los penales de la Ciudad de México son madres.<br />

Elena Azaola y Marcelo Bergman, responsables del estudio, sostienen que<br />

“los hijos de las internas quedan expuestos a un nivel mayor de<br />

desestructuración familiar que los hijos de los varones presos”, toda vez que<br />

cuando son los padres quienes se ven inmersos en un proceso judicial, en<br />

80% de los casos los menores quedan bajo la tutela de la madre.<br />

Cuando sucede lo contrario, agregan, sólo 21% de los padres varones asumen<br />

esa responsabilidad. La mayoría de las veces son los abuelos los que se<br />

hacen cargo de los menores (31%); o lo hacen otros familiares (26%). Según


el estudio, en 14.7% de los casos se desconoce el paradero de los menores;<br />

y existe un porcentaje mínimo (0.5%) de los que llegan a centros infantiles. l

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