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comunidadEs de la I Guerra Mundial que la capital se mudaría a Angora (Ankara). Así pues, la importancia de Estambul es fundamental para apreciar la trayectoria de los judíos en aquellas tierras. Inmediatamente después de la conquista e invasión otomana, los ejércitos de Muhamad se dedicaron a una masacre que tomó varios días. No obstante, a los judíos no se les atacó porque se corrió el rumor de que habían ayudado a las armas otomanas en su implacable avance de dominio y expansión. Para que Estambul prosperara y fuera repoblada, Muhamad II adoptó la medida de mudar a musulmanes y cristianos, además de judíos que estaban esparcidos en varias regiones del Imperio (Anatolia y los Balcanes) hacia la nueva capital. Posiblemente, entre ellos, hubo judíos de Bulgaria, Salónica, Macedonia y Albania. Este desplazamiento forzoso incluía a los caraítas. Ya en la literatura del siglo XVI, Estambul es denominada «ciudad madre», significativa expresión, sin duda, con la añoranza y ausencia de Jerusalén, los judíos enraizados en Turquía conocieron un desarrollo apreciable, relativa tolerancia y respeto como pocas veces se vio en la historia de la Diáspora. Estambul llegó a ser el núcleo judío por antonomasia, la urbe pluricultural en la cual judíos de muchos orígenes encontraron el ambiente apropiado para construir la existencia y desarrollar actividades en un medio oficialmente musulmán. Con los hijos del Creciente convivían en pacífico intercambio. En contacto estaba en abierto contraste con lo que habían sufrido durante el régimen bizantino, concentrados a ambos extremos del Cuerno de Oro, en los distritos de Ortaköy, Balat, Gálata y Hasköy. En Estambul, los judíos se agrupaban de acuerdo a su origen: griegos, askenazíes, italianos y sefardíes. 42 Maguén-Escudo Abril - Junio 2010 Como las demás comunidades religiosas dentro del Imperio Otomano, los judíos integraban una unidad religioso-administrativa que gozaba de autonomía relativa. Moisés Capsali sobresale como dirigente comunitario; se ocupaba de las situaciones internas de la kehilá y servía de enlace entre el Gobierno, además de percibir los impuestos de los correligionarios. Los judíos askenazíes ya estaban presentes en la ciudad previo a la conquista otomana, pero se incrementaron posteriormente. En el siglo XV llegaron de Austria y Hungría, gracias a la promoción que hizo el rabino Itzak Zerfaty, quien convenció de las bondades y lo pacífico que implicaba vivir dentro de la Turquía gobernada por los otomanos. De Espanya venimos El segundo contingente de inmigrantes llegó a raíz de las conquistas de Solimán el Magnífico (1526). De igual manera, los askenazíes gozaban de administración autónoma. La comunidad produjo personalidades distinguidas como Eliyah ha- Leví haZakén y Salomón Tedesci Azkenazi. Este último actuó como consejero y visir del Sultán. Hemos de recordar que la cercanía de la Tierra de Israel suscitó el surgimiento de aspiraciones mesiánicas y a radicarse en ciudades turcas. Una inmigración considerable fue, pues, la de judíos hispanoportugueses como consecuencia de la expulsión masiva de 1492 decretada por los reyes de España Fernando e Isabel. Un solo Estado, una sola fe, la oficial de la Iglesia. Al otro extremo de Europa, en Iberia, el extraordinario auge judío de casi quince siglos se cambia de pronto en tragedia. Los hijos de Israel están ante una terrible disyuntiva: convertirse al catolicismo o abandonar para siempre la patria ancestral. La mayoría optó por irse en un nuevo éxodo sin precedentes en la historia. El número de recién llegados se estima en 40 mil. Pronto se notó su influencia moral,

cultural y económica al punto que el sultán Bayaceto (Bayazid Yildirim, apodado «El Rayo») preguntó que cómo los monarcas cristianos empobrecían sus dominios para enriquecer el suyo; tan trascendental era el aporte que los sefardíes harían al nuevo imperio. Entre los proscritos había hombres eminentes dedicados al estudio de la Torá, rabinos, jueces religiosos y maestros de las escuelas talmúdicas como Yosef Ibn Lev, Abraham Yerushalmi, Isaac Caro, Eliyahu Ben Haím y otros. La constante actividad cultural y la vida espiritual coadyuvaron al prestigio de Turquía en aquellas décadas decisivas para la supervivencia del judaísmo. El elemento distintivo de los judíos de origen hispánico fue el idioma ladino, denominado también espanyolit o yudezmo, que tanto nos recuerda los clásicos de la literatura española como el Cantar del Mío Cid, Gonzalo de Berceo o el Arcipreste de Hita. Y es que los sefardíes compusieron un lenguaje que mezclaba términos hebreos con expresiones típicas de la España medieval, es decir, de los siglos XIII y XIV y con el cual se habían diferenciado de los demás idiomas peninsulares hispánicos. La elite religiosa, intelectual y económica halló abiertas las puertas del Imperio Turco y su ascendiente fue imponderable y elemento de progreso en todos los lugares que los acogieron. Un personaje singular de esta época brillante es sin duda Yehuda Ben Yosef Bulat que vivió entre los años 1475-1540, un talmudista de renombre quien hizo de Turquía su segundo hogar a raíz de la expulsión española. Fue dayán en Constantinopla y le debemos la edición corregida del Halikot Olam de Yosef Haleví. Hoy lo consideraríamos un liberal, pues pasaba por alto reglas y disposiciones no contempladas en el Talmud. Siempre mantuvo discrepancias halájicas con sus contemporáneos. Es autor de numerosos responsa y trata- Nisán - Siván 5770 Maguén-Escudo comunidadEs Portada del libro del rabino Moisés Almosnino. Impreso en Madrid en 1638 dos religiosos. La actividad ininterrumpida de literatura rabínica refleja el alto nivel que los judíos habían alcanzado en Turquía. Con el tiempo, el ladino llegó a ser el principal vehículo de comunicación de estos españoles sin patria que en su versión laica se utilizaba en la vida corriente y el otro más refinado para la literatura rabínica. De esta suerte, Estambul vino a ser el principal gran centro sefardí. Los refugiados fundaron varias comunidades de acuerdo con sus países o la ciudad que habían dejado atrás. Cada congregación mantuvo su independencia, individualidad y atributos propios. Tenían connotados maestros, Talmud Torá, jevrá kadishá, instituciones de beneficencia, bikur jolim, sociedades para apoyar el reasentamiento en Tiberias y el Bet Din para dirimir conflictos, herencias y otros asuntos halájicos. Cada káhal era responsable para aglutinar sus miembros, colectar impuestos y remitirlos a las autoridades otomanas. Casi cuarenta comunidades componían un conglomerado judío apreciable, una demogra- 43

cultural y económica al punto que el sultán<br />

Bayaceto (Bayazid Yildirim, apodado «El<br />

Rayo») preguntó que cómo los monarcas cristianos<br />

empobrecían sus dominios para enriquecer<br />

el suyo; tan trascendental era el aporte<br />

que los sefardíes harían al nuevo imperio.<br />

Entre los proscritos había hombres eminentes<br />

dedicados al estudio de la Torá, rabinos, jueces<br />

religiosos y maestros de las escuelas talmúdicas<br />

como Yosef Ibn Lev, Abraham Yerushalmi,<br />

Isaac Caro, Eliyahu Ben Haím y otros.<br />

La constante actividad cultural y la vida<br />

espiritual coadyuvaron al prestigio de Turquía<br />

en aquellas décadas decisivas para la supervivencia<br />

del judaísmo.<br />

El elemento distintivo de los judíos de origen<br />

hispánico fue el idioma ladino, denominado<br />

también espanyolit o yudezmo, que tanto<br />

nos recuerda los clásicos de la literatura española<br />

como el Cantar del Mío Cid, Gonzalo de<br />

Berceo o el Arcipreste de Hita. Y es que los sefardíes<br />

compusieron un lenguaje que mezclaba<br />

términos hebreos con expresiones típicas de la<br />

España medieval, es decir, de los siglos XIII y<br />

XIV y con el cual se habían diferenciado de los<br />

demás idiomas peninsulares hispánicos.<br />

La elite religiosa, intelectual y económica<br />

halló abiertas las puertas del Imperio Turco y<br />

su ascendiente fue imponderable y elemento de<br />

progreso en todos los lugares que los acogieron.<br />

Un personaje singular de esta época brillante<br />

es sin duda Yehuda Ben Yosef Bulat que<br />

vivió entre los años 1475-1540, un talmudista<br />

de renombre quien hizo de Turquía su segundo<br />

hogar a raíz de la expulsión española.<br />

Fue dayán en Constantinopla y le debemos la<br />

edición corregida del Halikot Olam de Yosef<br />

Haleví. Hoy lo consideraríamos un liberal,<br />

pues pasaba por alto reglas y disposiciones no<br />

contempladas en el Talmud. Siempre mantuvo<br />

discrepancias halájicas con sus contemporáneos.<br />

Es autor de numerosos responsa y trata-<br />

Nisán - Siván 5770<br />

Maguén-Escudo<br />

comunidadEs<br />

Portada del libro del rabino Moisés Almosnino. Impreso en Madrid en 1638<br />

dos religiosos. La actividad ininterrumpida de<br />

literatura rabínica refleja el alto nivel que los<br />

judíos habían alcanzado en Turquía.<br />

Con el tiempo, el ladino llegó a ser el principal<br />

vehículo de comunicación de estos españoles<br />

sin patria que en su versión laica se utilizaba<br />

en la vida corriente y el otro más refinado<br />

para la literatura rabínica.<br />

De esta suerte, Estambul vino a ser el principal<br />

gran centro sefardí. Los refugiados fundaron<br />

varias comunidades de acuerdo con sus<br />

países o la ciudad que habían dejado atrás.<br />

Cada congregación mantuvo su independencia,<br />

individualidad y atributos propios.<br />

Tenían connotados maestros, Talmud Torá,<br />

jevrá kadishá, instituciones de beneficencia,<br />

bikur jolim, sociedades para apoyar el reasentamiento<br />

en Tiberias y el Bet Din para dirimir<br />

conflictos, herencias y otros asuntos halájicos.<br />

Cada káhal era responsable para aglutinar<br />

sus miembros, colectar impuestos y remitirlos<br />

a las autoridades otomanas.<br />

Casi cuarenta comunidades componían un<br />

conglomerado judío apreciable, una demogra-<br />

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