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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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medio del calor del pasado agosto en el Sur de Francia; los cinco parecían iluminados<br />

por detrás por el sol lento y reptante de Menton. Y los cinco mostraban a Lili<br />

exactamente como estaba en aquel momento, dormida en la silla: inerme, íntima,<br />

exótica de volumen y elegancia, con su gran nariz y sus rodillas huesudas, sus<br />

párpados aceitosos, su rostro reluciente.<br />

—<strong>La</strong> baronesa compró los cinco —informó Rasmussen a Greta—, y Lili<br />

permaneció dormida durante toda la transacción. Greta, dime, ¿le pasa algo a Lili?<br />

¿No será que la haces trasnochar demasiado? Cuida bien de ella, Greta, te conviene.<br />

—¿De veras que no le preocupa a usted lo de las hemorragias? —preguntó Greta<br />

al doctor Hexler—, ¿en absoluto?<br />

—No tanto como su ilusión de ser una mujer —dijo el médico—. Ni siquiera los<br />

rayos X son capaces de curar eso. ¿Quiere que hable con Einar? ¿Puedo decirle que<br />

se está haciendo daño a sí mismo?<br />

—Pero ¿es verdad que se lo está haciendo? —preguntó Greta—. ¿De veras?<br />

—Naturalmente que sí. Espero que esté usted de acuerdo conmigo, señora<br />

Wegener. Espero que piense usted, como yo, que, si no para de hacer eso, tendremos<br />

que tomar medidas más radicales. Que un hombre como su marido no puede seguir<br />

llevando ese tipo de vida, porque para él no es vida. Sin duda, Dinamarca es un país<br />

muy tolerante, pero aquí no es de tolerancia de lo que estamos hablando, sino de<br />

cordura, ¿no le parece, señora Wegener? ¿No está de acuerdo en que en los deseos de<br />

su marido hay algo que no es cuerdo? ¿Qué usted y yo, como ciudadanos<br />

responsables que somos, no podemos dejar que su marido vaya por ahí, como si tal<br />

cosa, disfrazado de Lili? Ni siquiera en Copenhague. Ni siquiera de vez en cuando.<br />

Ni siquiera bajo su supervisión directa. Espero que esté usted de acuerdo conmigo en<br />

que debemos hacer todo cuanto esté en nuestras manos para quitar de su cabeza esa<br />

especie de demonio, porque eso es lo que es, ¿no está usted de acuerdo conmigo,<br />

señora Wegener? Un demonio, ¿no está usted de acuerdo?<br />

Y, justo entonces, Greta, que tenía treinta años y era californiana, y que podía<br />

contar hasta tres casos en los que había estado a punto de matarse como consecuencia<br />

de accidentes —el segundo, por ejemplo, cuando estaba haciendo la vertical sobre<br />

una mano apoyada en una baranda de teca del Frederik VIII, que era el barco que<br />

llevó a su familia por primera vez a Dinamarca, cuando tenía diez años—, se dio<br />

cuenta de que el doctor Hexler sabía muy poco, si es que sabía algo. «Me he<br />

equivocado», se dijo, y justo en aquel momento oyó gemir a Einar en la cama, detrás<br />

del biombo plegable.<br />

www.lectulandia.com - Página 99

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