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hombre que la llevaría por caminos distintos de todos los que conocía. Eso era lo que<br />
había visto también al principio en Teddy, aunque en este caso debía reconocer que<br />
no fue así. Pero Einar era distinto. Era extraño. Casi no pertenecía a este mundo. Y la<br />
mayor parte de los días Greta tenía la sensación de que ella tampoco era de este<br />
mundo.<br />
Bajo una de las ventanas, los rosales desnudos del doctor Hexler temblaban al<br />
viento. <strong>La</strong> otra daba al mar. Había nubes negras en el cielo, oscuras y densas, que<br />
parecían manchas de tinta sobre el agua. Una lancha pesquera luchaba por volver al<br />
puerto. Pero la cuestión era, ¿cómo vivir con un hombre que a veces quería vivir<br />
como una mujer? Bueno, no voy a permitir que una cosa así me desconcierte, se dijo<br />
Greta, con el cuaderno de apuntes sobre el regazo. Greta y Einar harían lo que mejor<br />
les pareciese. Nadie podría impedirles vivir como quisieran. A lo mejor tenían que<br />
trasladarse a algún lugar donde no les conociese nadie. Donde nada hablase de ellos:<br />
sin chismorreo, sin apellido, sin una reputación previamente establecida. Nada,<br />
excepto sus cuadros y el suave murmullo de la voz de Lili.<br />
«Estoy dispuesta a lo que sea», se dijo Greta. No sabía con quién, a qué o dónde,<br />
pero siempre estaba dispuesta.<br />
Einar volvió a agitarse en la cama, esforzándose por levantar la cabeza. <strong>La</strong><br />
lámpara que había sobre él iluminaba su rostro con una luz amarillenta, y sus mejillas<br />
parecían hundidas. Hasta aquella misma mañana había tenido un aspecto estupendo,<br />
se dijo Greta. Pero al punto se preguntó si había prestado la debida atención a su<br />
marido durante los últimos meses. A lo mejor alguna enfermedad lo corroía y ella no<br />
se había dado cuenta hasta entonces. Había estado muy ocupada pintando y<br />
vendiendo sus obras, escribiendo a Hans, en París, para arreglar una nueva visita de<br />
Lili, para que le buscara un apartamento en un ático del Marais con dos claraboyas,<br />
una para Einar y otra para ella… Con tanto ajetreo, tal vez no había advertido en el<br />
rostro de su marido el aviso de que ocurría algo grave. Pensó en Teddy Cross.<br />
—Greta —dijo Einar—, ¿estoy bien?<br />
—Lo estarás. Descansa.<br />
—¿Qué me ha pasado?<br />
—Nada, una sesión muy fuerte de rayos X. Nada que deba preocuparte.<br />
Einar apoyó el rostro sobre la almohada. Se durmió de nuevo. Ahí estaba el<br />
marido de Greta. Con su fina piel y su cabeza pequeña de sienes suavemente<br />
hundidas, casi como de niño. Con la nariz respirando anhelante. Con su olor a talco y<br />
a trementina. Y con la piel en torno a los ojos roja y casi febril.<br />
Greta le cambió el paño que tenía en la frente.<br />
Cuando llegó el doctor Hexler, Greta dijo:<br />
—Por fin.<br />
Salieron los dos al pasillo.<br />
—¿Está bien Einar?<br />
—Estará mejor mañana, y mejor todavía pasado. —Greta creyó ver cierta<br />
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