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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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calzoncillos. ¿Le habría contado Greta al doctor Hexler que tenía hemorragias? Einar<br />

se sentía acorralado.<br />

—Sí, bueno —comenzó—, hay algo que me gustaría decirle.<br />

Cuando le contó lo de las hemorragias, los hombros del doctor Hexler se<br />

contrajeron hasta convertirse casi en una giba.<br />

—Sí, su mujer me dijo algo de esto. ¿Había algo en la sangre? ¿Coágulos?<br />

—No, no creo.<br />

Otro ladrillo de indignidad que ponían en el muro que levantaban en torno a él.<br />

Lo único que se le ocurrió a Einar para mitigar su vergüenza fue cerrar los ojos.<br />

—Bueno, llegó el momento de los rayos X —dijo el doctor Hexler. Pareció<br />

sorprendido cuando Einar le dijo que era la primera vez que se sometía a ellos—. Si<br />

tiene algo malo —añadió—, nos lo mostrará, y también es posible que le quite ese<br />

deseo.<br />

Por la forma de levantar las cejas por encima de las gafas, Einar dedujo que el<br />

doctor Hexler se sentía orgulloso de la tecnología de su clínica. Se puso a hablar de<br />

los rayos gamma y del radio natural que emanaban de las sales de radio.<br />

—<strong>La</strong> radiación ionizante —dijo— está resultando ser la cura milagrosa para todo.<br />

Actúa contra las úlceras, cuero cabelludo, y, ciertamente, contra la impotencia. Se<br />

está convirtiendo en el tratamiento de elección.<br />

—¿Y qué me hará?<br />

—Pues mirar en su interior —dijo el doctor. Y luego, como ofendido, añadió—:<br />

Lo curará.<br />

—¿De veras necesito que me curen?<br />

Pero el doctor Hexler ya estaba enviando órdenes por su embudo.<br />

Cuando todo estuvo listo, un hombre muy delgado, con una nuez muy visible, fue<br />

a buscar a Einar al despacho del doctor Hexler. Era Vlademar, el ayudante del<br />

médico, y condujo a Einar a una habitación cuyas paredes eran de azulejos y cuyo<br />

suelo estaba inclinado hacia un rincón, donde había un desagüe cubierto por una<br />

rejilla metálica. De la camilla con ruedas que había en el centro de la habitación<br />

colgaban cintas de lona blanca, cuyas hebillas relucían a la luz.<br />

—Vamos a sujetarle con ellas —dijo Vlademar. Einar preguntó si era<br />

verdaderamente necesario, y la respuesta de Vlademar fue un gruñido, mientras su<br />

nuez subía rápidamente garganta arriba.<br />

<strong>La</strong> máquina de rayos X tenía forma de ele mayúscula invertida, y exteriormente<br />

era de metal pintado de color verde pálido. Se proyectaba por encima de la camilla, y<br />

su lente, que parecía un gran ojo pardusco, apuntaba a una zona entre el ombligo y la<br />

ingle de Einar. Había en la habitación una ventana de cristal negro, detrás de la cual<br />

se imaginó que el doctor Hexler estaría dando instrucciones a Vlademar, que era<br />

quien manejaba las palancas del aparato. Se le ocurrió, a medida que las luces de la<br />

habitación iban atenuándose y la máquina tosía y luego zumbaba, y su revestimiento<br />

metálico vibraba ligeramente, que aquello no iba a ser más que el comienzo de una<br />

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