La chica danesa
Una novela de David Ebershoff Una novela de David Ebershoff
—Pues la verdad es que no lo sé. —Ustedes hacen el amor, ¿no? —El rostro del doctor Hexler estaba serio, y Einar se lo imaginó en su rosaleda, poniendo aquella misma cara, al descubrir de pronto, con gran pesar, que una plaga de insectos se comía los pétalos de sus rosas—. Quiero decir si copulan ustedes con regularidad. Para entonces Einar ya se había quedado en calzoncillos. El montón de ropa sobre la silla parecía algo deprimente, sobre todo, por las mangas blancas de la camisa, que colgaban lacias de la cintura de los pantalones. El doctor Hexler le hizo seña de que se sentase en el sofá. Dio orden a la enfermera —a través de un tubo flexible que terminaba en una especie de embudo— de que trajera café y unas almendras confitadas. —¿Eyacula usted? —siguió preguntando. Era como si se estuviesen levantando muros de indignidad en torno a Einar. Cada insulto, primero de Greta y ahora del doctor Hexler, era un ladrillo más de ofensa que aumentaba la altura del muro. —Bueno, a veces —contestó. —Vaya, muy bien. —El doctor Hexler pasó una hoja de su cuadernito de notas, y luego añadió—: Su esposa dice que le gusta vestirse de mujer. —¿Es eso lo que le dijo? En aquel momento entró en el cuarto la enfermera, una mujer de pelo rojo crespo. Dejó sobre la mesa el café y las almendras, y preguntó a Einar: —¿Azúcar? —La señora Wegener me habló de una chica —prosiguió el doctor Hexler—, una chica que se llama Lili. —Dispense, señor Wegener —dijo la enfermera—, ¿quiere que le eche azúcar? —No, sin azúcar —respondió Einar, y ella sirvió el café al doctor Hexler y se fue. —Señor Wegener, soy un especialista. Prácticamente, no hay dolencia que no haya tratado. Si se siente cohibido o violento, tenga en cuenta que yo no lo estoy. Einar, sin saber por qué, sintió la súbita necesidad de creer que el doctor Hexler lo comprendería; que si le hablaba del túnel que conducía a la guarida de Lili, si le confiaba que Lili no era realmente él, sino otra persona, se limitaría a golpearse los labios con el lápiz y decir: «Ah, sí, claro, no hay por qué preocuparse, he visto casos así.» Einar comenzó a hablar: —A veces tengo la sensación de que me es necesario ir en busca de Lili. —Había llegado a pensar que esto era una especie de hambre. No hambre como la que se siente una hora antes de las comidas, sino, más bien, como la que se siente cuando se llevan varios días sin comer, cuando se tiene el estómago vacío y sólo preocupa cuándo llegará la comida, si es que llega. Había ocasiones en que esa sensación era tan intensa, que Einar incluso se mareaba—. A veces pierdo el aliento —prosiguió— cuando me pongo a pensar en ella. www.lectulandia.com - Página 90
—¿Y adónde va a buscarla? —preguntó el doctor Hexler; sus gruesas lentes agrandaban sus ojos hasta hacerlos parecer huevos en conserva en un frasco de aceite. —A mi propio interior. —¿Y siempre la encuentra allí? —Sí, siempre. —¿Qué pensaría si le dijese ahora que tiene que dejar de vestirse de Lili? Al decir esto, el doctor Hexler se inclinó hacia él, sin levantarse de la silla. —¿Piensa que debo hacerlo, doctor? ¿Piensa que hago daño a alguien vistiéndome de Lili? De pronto, Einar se sintió empequeñecer vestido tan sólo con los calzoncillos; la hendedura entre los dos almohadones parecía a punto de tragarle. Le hubiera gustado tomar un poco más de café, pero se sentía incapaz de alargar el brazo hasta la mesa para coger la cafetera. El doctor Hexler encendió la lámpara, cuyo cuenco plateado se llenó de una intensa luz blanca. —Vamos a examinarle un poco —dijo. Se levantó y apretó un momento el hombro de Einar con la mano. —Haga el favor de levantarse —añadió, y le acercó la lámpara, cuyas ruedas temblaban. El médico la apuntó al estómago de Einar. Las pocas pecas que tenía en torno al ombligo parecían ahora sorprendentemente pardas, y sus pocos pelos negros le recordaron el polvillo que a veces se amontona en los rincones. —¿Siente algo cuando hago esto? —dijo a continuación el doctor Hexler apretando el estómago de Einar con la mano. —No. —¿Y esto? —No. —¿Y aquí? —No. —Ya. El doctor Hexler estaba sentado enfrente de Einar, en un taburete de acero. Más que ninguna otra cosa, lo que deseaba era que el médico declarase que a él y a Lili no les pasaba nada, que su cuerpo compartido no era una anormalidad, ni más ni menos que un dedo del pie sin uña, o que la barbilla del propio doctor Hexler, tan hendida que parecía posible meter una llave en ella. —¿Y aquí? —preguntó el médico señalando la entrepierna de Einar con una espátula—. ¿Puedo echarle una ojeada? Cuando Einar se bajó los calzoncillos, el rostro del doctor Hexler se paró; lo único que se movía entonces de él eran las ventanillas de la nariz. —Pues todo parece estar en su sitio —dijo—. Puede volvérselos a subir. Da la impresión de estar bien de salud. ¿No hay ninguna otra cosa que quiera decirme? El día anterior, precisamente, había tenido que ponerse un trapo en los www.lectulandia.com - Página 91
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—¿Y adónde va a buscarla? —preguntó el doctor Hexler; sus gruesas lentes<br />
agrandaban sus ojos hasta hacerlos parecer huevos en conserva en un frasco de aceite.<br />
—A mi propio interior.<br />
—¿Y siempre la encuentra allí?<br />
—Sí, siempre.<br />
—¿Qué pensaría si le dijese ahora que tiene que dejar de vestirse de Lili?<br />
Al decir esto, el doctor Hexler se inclinó hacia él, sin levantarse de la silla.<br />
—¿Piensa que debo hacerlo, doctor? ¿Piensa que hago daño a alguien<br />
vistiéndome de Lili?<br />
De pronto, Einar se sintió empequeñecer vestido tan sólo con los calzoncillos; la<br />
hendedura entre los dos almohadones parecía a punto de tragarle. Le hubiera gustado<br />
tomar un poco más de café, pero se sentía incapaz de alargar el brazo hasta la mesa<br />
para coger la cafetera.<br />
El doctor Hexler encendió la lámpara, cuyo cuenco plateado se llenó de una<br />
intensa luz blanca.<br />
—Vamos a examinarle un poco —dijo. Se levantó y apretó un momento el<br />
hombro de Einar con la mano.<br />
—Haga el favor de levantarse —añadió, y le acercó la lámpara, cuyas ruedas<br />
temblaban. El médico la apuntó al estómago de Einar. <strong>La</strong>s pocas pecas que tenía en<br />
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—¿Siente algo cuando hago esto? —dijo a continuación el doctor Hexler<br />
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El doctor Hexler estaba sentado enfrente de Einar, en un taburete de acero. Más<br />
que ninguna otra cosa, lo que deseaba era que el médico declarase que a él y a Lili no<br />
les pasaba nada, que su cuerpo compartido no era una anormalidad, ni más ni menos<br />
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que parecía posible meter una llave en ella.<br />
—¿Y aquí? —preguntó el médico señalando la entrepierna de Einar con una<br />
espátula—. ¿Puedo echarle una ojeada?<br />
Cuando Einar se bajó los calzoncillos, el rostro del doctor Hexler se paró; lo<br />
único que se movía entonces de él eran las ventanillas de la nariz.<br />
—Pues todo parece estar en su sitio —dijo—. Puede volvérselos a subir. Da la<br />
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El día anterior, precisamente, había tenido que ponerse un trapo en los<br />
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