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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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—Ya hemos llegado —dijo la anciana—, recoja sus cosas.<br />

<strong>La</strong>s calles de Rungsted estaban cubiertas de rojos conos cerosos caídos de los<br />

tejos. Aquella mañana había llovido, y el aire estaba húmedo y olía a tierra y plantas.<br />

<strong>La</strong> anciana aspiraba hondamente aquel olor. Andaba a buen paso, moviendo mucho<br />

las caderas bajo la falda.<br />

—No se ponga nervioso —le dijo.<br />

—No lo estoy.<br />

—No tiene nada de particular estar nervioso.<br />

Entraron en una calle de casas emplazadas tras tapias bajas provistas de cancelas<br />

de hierro. Un coche descapotable pasó junto a ellos, con el motor crepitante. El que lo<br />

conducía, un hombre cubierto con una gorra de golf de cuero, saludó a la anciana al<br />

pasar.<br />

—Bueno, aquí es —dijo su acompañante cuando llegaron a una esquina situada<br />

enfrente del puerto, y le señaló un edificio azul tan poco notable que muy bien<br />

hubiese podido ser una panificadora. <strong>La</strong> andana apretó el brazo de Einar justo bajo el<br />

sobaco, luego se levantó el cuello y se dirigió hacia el mar.<br />

Einar tuvo que esperar en la sala de consultas del doctor Hexler durante casi una<br />

hora. <strong>La</strong> mitad de la estancia parecía una salita, con alfombra y un sofá grande y<br />

estanterías con libros y una gran planta sobre un trípode. <strong>La</strong> otra mitad tenía el suelo<br />

de goma, una mesa acolchada, frascos de cristal llenos de líquidos de colores claros y<br />

una gran lámpara sobre una pequeña plataforma con ruedas.<br />

El doctor Hexler entró, por fin, y le dijo:<br />

—¿No le dijo la enfermera que se desnudase?<br />

Tenía la barbilla larga, con una hendedura lo bastante honda para meter por ella<br />

una moneda. Su pelo era plateado, y cuando se sentó en la silla que había enfrente de<br />

la de Einar puso al descubierto un par de calcetines escoceses de rombos. <strong>La</strong> mujer<br />

del tren le había dicho que el doctor Hexler era igualmente conocido por su rosaleda,<br />

que se extendía ante la clínica y había sido podada para el invierno.<br />

—¿Va mal su matrimonio? —dijo el médico—. ¿Es ésa la causa de su visita?<br />

—Bueno, yo no diría que va mal.<br />

—¿Cuánto tiempo llevan casados?<br />

—Seis años —dijo Einar.<br />

Recordó la boda, en la iglesia de Saint Alban, en el parque; el joven diácono que<br />

los casó era inglés, y esa mañana se había cortado al afeitarse. Les dijo, con una voz<br />

tan tenue como el aire que entraba flotando por las ventanas de cristal rosado para<br />

caer en el regazo de los invitados:<br />

—Ésta es una boda especial, veo aquí algo especial. Dentro de diez años los dos<br />

serán personas fuera de lo corriente.<br />

—¿Tienen hijos? —preguntó el doctor Hexler.<br />

—No.<br />

—¿Por qué no?<br />

www.lectulandia.com - Página 89

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