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Einar se sentó junto a la ventana, y el sol del mediodía trazaba juguetonas curvas en<br />
su regazo. El tren pasaba por delante de casas con tejados rojos, en cuyos patios había<br />
ropa tendida y niños que los saludaban con la mano, una anciana que estaba sentada<br />
enfrente de él, con las manos cogidas al asa de su bolso, le ofreció un caramelo de<br />
menta de un envoltorio cilíndrico de papel de plata.<br />
—¿Va usted a Helsingør?<br />
—No, a Rungsted.<br />
—Como yo. —<strong>La</strong> mujer llevaba el pelo blanco recogido en una bolsa de encaje, y<br />
los lóbulos de sus orejas eran gruesos y largos—. ¿Tiene amigos allí?<br />
—No, una visita.<br />
—¿Con un médico?<br />
Einar asintió, y la anciana dijo:<br />
—Ya.<br />
Se tiró de la chaqueta de punto.<br />
—¿En el instituto de radiología? —preguntó.<br />
—Creo que sí —dijo Einar—, fue mi mujer la que concertó la visita.<br />
Abrió el sobre que le había dado Greta. Dentro había una tarjeta de color crudo<br />
con una nota que Lili había escrito la semana anterior: «A veces me siento como<br />
cogida en una trampa. ¿Te sientes así alguna vez? ¿Es consecuencia de algo que llevo<br />
dentro de mí? ¿Es consecuencia del ambiente de Copenhague? Besos.»<br />
—Su tarjeta pone doctor Hexler —dijo la anciana—. En el reverso figura la<br />
dirección del doctor Hexler. Me coge de camino. Será un placer acompañarlo hasta<br />
allí. Hay quien dice que el suyo es el mejor instituto de radiología de Dinamarca. —<br />
<strong>La</strong> mujer apretó su bolsa contra el pecho—. Hay quien dice que es capaz de curar casi<br />
cualquier cosa que se presente.<br />
Einar dio las gracias a la anciana y se retrepó en su asiento. Por la ventana del<br />
compartimiento entraba el calor del sol. Había pensado no acudir a aquella visita.<br />
Cuando Greta le dijo que se reuniese con ella en la Estación Central, sintió un<br />
arrebato de furia y una imagen apareció en su mente: la de Greta, con la barbilla<br />
sobresaliendo entre la muchedumbre, esperando en vano su llegada a la estación.<br />
Pensó en desafiar su cólera y no presentarse a la cita. Y se imaginó la altiva barbilla<br />
bajando más y más a medida que pasaban los minutos, y las horas, y estaba cada vez<br />
más claro que Einar no iba a aparecer por allí. Greta acabaría por volver sola a casa<br />
con paso torpón y desamparado, abriría la puerta del apartamento de la Casa de las<br />
Viudas y le encontraría esperándola sentado a la mesa. Einar, entonces, diría: «Es que<br />
no quiero ver al médico», y ella estaría un momento en silencio y luego contestaría:<br />
«Bueno, pues muy bien.»<br />
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