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La chica danesa

Una novela de David Ebershoff

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Se la dio, y Greta se la anudó en torno a la cabeza. Captó, inmediatamente, el<br />

tenue olor a leche y menta.<br />

Fuera, en la calle, el aire era húmedo, y profunda y salinamente frío. Greta había<br />

perdido el bronceado estival, y tenía grietas en las manos. Pensó en lo bella que<br />

estaba Pasadena en octubre, con las montañas de San Gabriel, desnudas y parduscas,<br />

en segundo término, y las buganvillas trepando por las chimeneas.<br />

En la Estación Central resonaban los ecos de pasos apresurados. <strong>La</strong>s palomas se<br />

aglomeraban encima de la amplia marquesina, y sus excrementos calizos resbalaban<br />

por las rojizas vigas de roble. Greta le compró una bolsita de caramelos de menta a un<br />

vendedor de periódicos y dulces cuyos clientes dejaban el suelo lleno de papeles de<br />

envolver.<br />

Cuando Einar apareció ante las taquillas, parecía perdido. Tenía las mejillas<br />

enrojecidas de tanto frotárselas y el pelo reluciente de tónico capilar. Había corrido, y<br />

se secaba la frente con impaciencia. Sólo cuando lo veía en medio de la gente Greta<br />

se daba perfecta cuenta de lo bajito que era: su cabeza apenas llegaba a la altura del<br />

pecho de cualquier otro hombre. En tales ocasiones tendía a verlo aún más bajo, y se<br />

decía con absoluta convicción, al contemplar sus muñecas huesudas y su trasero<br />

pequeño y curvo, que era prácticamente un niño.<br />

Einar levantó la vista para mirar a las palomas, como si aquella fuese la primera<br />

vez que entrase en la Estación Central. Tímidamente, preguntó la hora a una <strong>chica</strong><br />

joven que llevaba delantal.<br />

Algo en Greta se serenó. Fue hacia Einar y le besó. Le enderezó las solapas.<br />

—Aquí tienes tu billete —le dijo, entregándole un sobre—, y dentro está la<br />

dirección del médico que quiero que te vea.<br />

—Antes tengo que decirte una cosa —dijo Einar—. Quiero que me digas que<br />

estás segura de que no me pasa nada.<br />

Dijo esto meciéndose sobre los talones.<br />

—Por supuesto que estoy convencida de que no tienes nada —dijo Greta agitando<br />

las manos en el aire—. Pero, así y todo, quiero que te vea el médico.<br />

—¿Por qué?<br />

—Por Lili.<br />

—Pobre <strong>chica</strong>… —dijo Einar.<br />

—Si quieres que Lili se quede, con nosotros, quiero decir, tienes que hablar de<br />

ella con un médico.<br />

<strong>La</strong> gente que volvía de realizar sus compras, mujeres en su mayoría, les daba<br />

codazos al pasar o los rozaba con sus bolsas de malla repletas de queso y arenques.<br />

Greta se preguntó por qué seguía hablando de Lili como si fuera una tercera<br />

persona en su casa. Lo hacía porque temía que Einar se derrumbase —veía<br />

mentalmente cómo caían sus delgados huesos hasta formar un pequeño montón— si<br />

admitía, por lo menos de viva voz, que Lili no era más que su marido vestido de<br />

mujer. Pero, en cualquier caso, ésa era la pura verdad.<br />

www.lectulandia.com - Página 86

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